Los carniceros y sus oficios

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La lana de Menorca reunía, para los hombres de negocios toscanos, dos ventajas importantes: era de una calidad muy superior a la de la mallorquina, a la valenciana y a la beréber, solo parangonable a la de la inglesa; se podía adquirir en unas plazas próximas y bien situadas en su red de rutas marítimas, circunstancia que, al reducir los costes de transporte, repercutía positivamente en el precio final. Aunque los descubridores fueron probablemente los pisanos,146 la primera compañía italiana que instaló un factor en Menorca fue la de Francesco di Marco Datini, de Prato, cuyas adquisiciones de lana, cueros y queso han quedado bien reflejadas en la abundante documentación contable y epistolar de su archivo profesional.147 Los compradores extranjeros se multiplicaron y diversificaron rápidamente: en 1408, ya acudían a la isla en busca de fibra, agentes de sociedades florentinas luquesas y sienesas, y mercaderes lombardos, romañolos, del marquesado de Monferrato y de otras regiones italianas.148 La concurrencia creciente de los hombres de negocios cisalpinos con los comerciantes mallorquines y catalanes, que hasta entonces habían monopolizado la distribución de la lana menorquina por los territorios continentales y ultramarinos de la Corona de Aragón, contribuyó, desde 1390, a elevar su precio y se convirtió en un importante factor exógeno del desarrollo de la cabaña insular.

Los ganaderos menorquines castrarían anualmente una parte de los corderos y los venderían después de meses de engorde, a los tablajeros foráneos o locales. Estos carneros, por su corta vida, de poco más de un año, solo habrían podido ser esquilados, pues, dos veces. Los ovinos restantes, tanto hembras como machos, se destinarían a la producción de lana y se trasquilarían anualmente a principios de la primavera y a finales de verano. Cuando, por imperativos de la edad, su rendimiento se degradara cuantitativa y cualitativamente, se sacrificarían; los canales y las vísceras de estas reses viejas, sin embargo, se venderían en las carnicerías locales, puesto que serían difíciles de colocar en los mercados mallorquines y catalanes, por la concurrencia de la oferta local.

En la expansión de la ganadería menorquina influyeron, además de las compras de lana por los mercaderes italianos, otros factores exógenos, que reforzaron la articulación de las plazas insulares a los grandes circuitos del comercio internacional. Estos cambios agilizaron, entre 1370 y 1450, la circulación de mercancías, capitales e información a escala occidental. Una serie de innovaciones técnicas tanto en el diseño y la construcción del casco, como en el aparejo y el mecanismo de dirección,149 incrementaron considerablemente la productividad del principal medio de transporte, la embarcación. La difusión de unos fletes económicamente más flexibles permitió que el precio no dependiera ya solo de la magnitud de los fardos y de la distancia a recorrer, sino también del valor de las mercancías que contenían.150 La generalización de la póliza de seguros, que permitía a comerciantes y armadores transferir, mediante el pago de una cantidad, el riesgo de un cargamento o de un bajel durante un trayecto mercantil,151 aumentó considerablemente la seguridad de las inversiones comerciales. El descubrimiento de la letra de cambio agilizó la transferencia de dinero entre plazas y redujo su margen de incertidumbre. El éxito de esta solución bancaria fue debido a su polifuncionalidad, puesto que era simultáneamente un instrumento de cambio (de monedas), de crédito (para el tenedor) y de giro (de plaza a plaza).152

El comercio internacional, hasta principios del siglo XIV, había pivotado casi exclusivamente en los artículos de lujo, con los que los colectivos privilegiados manifestaban su poder, y los alimentos estratégicos, como la sal y el trigo, que gozaban de una demanda sostenida entre todos los estamentos sociales. El aumento, lento pero sostenido, de la productividad en el sector primario, la acentuación de la división social del trabajo, el desarrollo urbano y el triunfo de una mentalidad económica más dinámica provocaron, a partir de 1300, la incorporación progresiva a los circuitos del gran comercio internacional de las mercancías pobres no indispensables, al alcance de las clases populares. Desde entonces tanto la lana corriente, los colorantes textiles secundarios, el alumbre, los paños de calidad media, los cueros, la madera, los minerales, la cerámica, la cordería y la brea, como el ganado de carne y de trabajo, las salazones, el queso, la fruta seca, el vino común y el aceite incrementaron gradualmente la longitud de sus desplazamientos comerciales. A esta prolongación de sus circuitos contribuyeron de forma decisiva los ya mencionados fletes flexibles, que redujeron considerablemente sus costes de transporte, al trasladar una parte de los mismos sobre las mercancías ricas.

Las estructuras productivas a mediados del siglo XV

¿Cómo se producían estos terneros y esta lana que atraían hacia Menorca compradores de Mallorca, Cataluña e Italia septentrional? ¿Por qué esta importante pregunta no se ha incluido en los apartados anteriores? La causa de esta posposición ha sido la falta de fuentes documentales locales; un hiato heurístico que la consulta de las externas coetáneas no puede colmar plenamente, puesto que la información que aportan no puede extrapolarse a Menorca, aunque corresponda a países con estructuras parecidas. De los numerosos protocolos redactados por los notarios menorquines desde la conquista cristiana solo se han localizado cinco, uno de Jaime de Riudavets y cuatro de Jaume Comes, oportunamente extractados por Ramón Rosselló.153 La abundancia, la diversidad y la calidad de la información aportada por este pequeño conjunto de escrituras privadas permiten captar con precisión, para el período comprendido entre 1450 y 1473, algunos aspectos de la ganadería menorquina apenas vislumbrables en las etapas anteriores.

Los contratos conservados en los citados protocolos permiten reconstruir, por primera vez, las estructuras productivas; analizar cómo se gestionaban los rebaños en la isla. Aunque las técnicas ganaderas no experimentaron, en las décadas centrales del siglo XV, cambios importantes y, en consecuencia, debieron de ser parecidas a las existentes en las épocas anteriores, se ha circunscrito su análisis, para evitar anacronismos, a este período, el único para el que actualmente disponemos de fuentes locales coetáneas.

El grueso de esta ganadería intensiva, comercial, se criaba en alquerías, un tipo de explotación rural de origen islámico, de extensión media,154 reestructurado durante la colonización feudal. A mediados del siglo xv eran fincas con un alto grado de compactación, algunas de ellas delimitadas ya con paredes de piedra seca de hasta seis palmos de altura,155 roturadas en su mayor parte, con algunas áreas cercadas y con cultivos permanentes (viñas y huertos), y otras –residuales– de yermos. El aspecto mejor documentado es, sin embargo, la cabaña, ya que aparece inventariada –como se verá más adelante– en los contractos de arrendamiento. Solía estar integrada por dos pares de bueyes, unas seis vacas con sus terneros, una burra, unas doscientas ovejas y unas tres cerdas con sus cochinillos. Al frente de las alquerías no habría pues familias campesinas pobres, sino acomodadas, pertenecientes a una clase media rural.

TABLA 1

Cabañas de las alquerías menorquinas a mediados del siglo XV, según los contratos de arrendamiento


De la magnitud y la composición de la cabaña se desprende que la alquería tendría la extensión suficiente para integrar una agricultura mediterránea extensiva con una ganadería semiestante intensiva. En la economía de las familias propietarias, el hato de ovejas, que proporcionaba carneros, lana y queso para el mercado, constituiría la principal fuente de ingresos, puesto que la mayor parte de las cosechas de las sementeras y de la viña se destinaría aún al autoconsumo. Los bueyes se reservarían para el arado, instrumento imprescindible para el cultivo de los cereales y, en menor grado, de las vides. Las vacas con sus terneros acreditan la práctica de la recría de bovinos, tanto para la renovación periódica de la fuerza de tracción como para la venta. La baja presencia de toros, documentados únicamente en las explotaciones más extensas, sugiere que estos ganaderos intermedios dependerían de los grandes para multiplicar el ganado mayor. Los animales de transporte, representados por las burras, tampoco se podrían reproducir, por su escasa presencia, en las alquerías. En cuanto a los cerdos, la situación era parecida, puesto que las familias solo disponían de unas pocas cerdas con sus cochinillos, que, al estar destinados al consumo doméstico, castrarían poco después de nacer. Cada año, tendrían, pues, que conducir sus marranas al verraco señorial para que las fecundara. Solo en el caso de los ovinos, la coexistencia equilibrada de los dos sexos en el rebaño garantizaba la recría autónoma y sistemática. Sorprende la ausencia total de ganado cabrío, desplazado completamente por el ovino, que producía, además de carne y leche, lana, un artículo que gozaba entonces de una fuerte demanda en los mercados mediterráneos. Los bueyes y los cerdos adquiridos por los carniceros mallorquines y catalanes, procederían, pues, de las explotaciones grandes, de los feudos de los caballeros y de las possessions de los generosos.

Los titulares de las alquerías, para poder incrementar sus rebaños sin comprometer su abastecimiento de cereales, vino y hortalizas, expandían gradualmente las sementeras, confinaban los yermos a las áreas más secas o menos fértiles, y practicaban unas rotaciones muy extensivas. Cada año solo sembraban un tercio de sus campos, los dos tercios restantes se dejaban en barbecho, como zona de pasto para el ganado. A fin de proteger los sembrados de la voracidad de los rebaños y aprovechar al máximo hierbas y rastrojos, dividían el área roturada en pequeñas unidades cerradas (tanques), mediante una red de paredes de piedra seca y setos, en las que confinaban los rebaños durante una buena parte del año, para que pacieran libremente, sin pastor. Cuando los animales habían consumido íntegramente el manto vegetal y abonado una de estas tanques, se les desplazaba a la vecina.

 

Algunos los propietarios optaron por arrendar su alquería. En los contratos redactados por los dos notarios mencionados, los arrendadores son cuatro albaceas,163 el procurador de una viuda,164 el administrador del dominio de las clarisas de Ciudadela,165 el lugarteniente del procurador real,166 un heredero que acababa de asumir el legado paterno167 y, únicamente en dos casos, el dueño del predio.168 La renuncia a la explotación indirecta no constituía, pues, una estrategia económica libremente elegida, sino un solución impuesta por la muerte del miembro principal de una familia campesina o por la peculiaridad jurídica del propietario.

El arrendador cedía temporalmente la alquería con todo el ganado, que era minuciosamente inventariado, y se comprometía a adquirir anualmente, a un precio estipulado, la lana, los añinos, los quesos y, en algunos casos, los corderos169 y la mantequilla.170 El arrendatario se comprometía a pagar un alquiler en moneda y trigo,171 o solo en metálico,172 y a realizar todos los trabajos necesarios para mantener la fertilidad de los campos, especialmente de las viñas. El contrato solía tener una vigencia de tres años, que constituían el curso de la rotación normal, a fin que el arrendatario reintegrara las tierras en el estado en que las recibió.

Los contratos de arrendamiento parecen ser más favorables para el arrendador que para al arrendatario, al garantizarle la comercialización íntegra de la lana, los corderos y el queso, los productos de mayor valor de cambio, más especulativos, así como el aprovisionamiento de un alimento básico, el trigo, cuya demanda entonces superaba –como se verá más adelante– casi sistemáticamente a la oferta en los mercados locales. La inexistencia de una muestra bastante amplia y representativa de los precios de estos artículos obliga, sin embargo, a ser prudente a la hora de calibrar las ventajas e inconvenientes que el contrato tenía para cada una de las partes.

La prioridad concedida a la ganadería induciría también a los propietarios de alquerías a solicitar de las autoridades correspondientes –como ya se ha expuesto– licencias de vedado y a exigir que privatizaran los comunales. Este tipo de yermos, a pesar de su retroceso gradual, tenían aún un peso considerable en la economía de la isla. La documentación bajomedieval acredita la existencia de tres clases de comunales: las quintanas, situadas en las proximidades de los núcleos urbanos, que los concejos consideraban inalienables, por la importante función social que todavía tenían; los bienes de propios, de propiedad municipal, dispersos por el término; y los baldíos reales, que pertenecían al soberano y cuya gestión, por lo tanto, a los consistorios.173

La estructuración interna de las alquerías en pequeñas unidades cercadas, además de librar los suelos de la abundante rocalla de la isla, aportaba algunas ventajas: posibilitaba la coexistencia de las tareas agrarias y ganaderas, al proteger las sementeras de las incursiones de los rebaños; aseguraba un abonado uniforme y sin costes de los campos, permitía criar el ganado sin pastor; facilitaba la selección, ordeño y esquileo de los animales, así como la tarea de ojeo de los compradores foráneos o de sus agentes. El sistema, sin embargo, no estaba exento de inconvenientes para el propietario, dificultaba la evasión fiscal, al simplificar el recuento anual de los rebaños por los recaudadores del diezmo, y tenía un techo, el agostamiento anual de los pastos. Para superar este último hándicap y reducir los costes de producción, los ganaderos menorquines acordaron extender el derecho de pasto diurno en las explotaciones confrontantes –vigente desde la conquista feudal– a todos los yermos, barbechos y rastrojeras no vedados del término municipal, y lo prolongaron cronológicamente, incluyendo la noche. Los hatos de ovinos y vacunos pacían en las respectivas alquerías desde finales de septiembre hasta mediados de mayo, período en que los animales se reproducían, sus propietarios queseaban con la leche sobrante y realizaban el esquileo, y los agentes fiscales diezmaban los rebaños. Durante el verano, en cambio, las greyes campeaban libremente, sin pastor;174 al estar sometidas a un control bastante laxo, debían de atravesar frecuentemente los confines del municipio en que estaban matriculadas. Los rebaños dejaron de ser, pues, estrictamente estantes; se convirtieron en trasnochantes, incluso transterminantes, durante unos meses del año.

Esta práctica exigía, como contrapartida, que todas las reses de cada ganadero estuviesen marcadas con una señal específica, que garantizara su identificación. El consistorio de Ciudadela era el organismo que concedía los distintivos para todo el ganado insular y guardaba una copia en un registro general.175 La señal consistía en una serie de pequeños cortes efectuados con unas tijeras en una de las orejas de los animales. La ampliación del derecho de pasto requirió también la creación de unos inspectores municipales de los rebaños, los batlles de les ovelles. Sus atribuciones consistían en acorralar periódicamente los rebaños del término, recoger las solicitudes de marca de los ganaderos locales, diseñarlas, comprobar que no coincidía con ninguna de las existentes y proponerlas al concejo de Ciudadela para que las aprobara. Estaba facultado también para dirimir verbalmente y en primera instancia los conflictos que se planteasen por la propiedad de las reses, identificar los animales que hubiesen penetrado en los sembrados y establecer la sanción que sus propietarios tendrían que pagar a los damnificados, recoger los hatos foráneos y reconducirlos a sus respectivas circunscripciones y finalmente estar a disposición del concejo local para todas la cuestiones relativas al ganado.176 Esta práctica ganadera, que los observadores externos consideraban poco racional, por no permitir un control sistemático de los rebaños y facilitar la pérdida de parte de las mieses, estaría en vigor hasta mediados del siglo XIX, puesto que los campesinos menorquines continuarían considerando que, a pesar de sus inconvenientes, minimizaba esfuerzos y costes.177

De los enfrentamientos de banderías a la guerra civil

Esta dinámica de las estructuras agropecuarias se produjo en un contexto social y político complejo. A partir de la segunda década de la centuria, la economía y la población menorquina entraron en una fase recesiva, debido a la interacción de una serie de causas generales y específicas. Entre los factores genéricos, que afectaron coetáneamente al conjunto de la Corona de Aragón, destaca la reaparición intermitente de enfermedades infecciosas y de las crisis de subsistencia. Alfonso el Magnánimo, para frenar el proceso de despoblación y garantizar la defensa de la isla, concedió, en enero de 1427, un salvoconducto general a todas las personas que se instalasen en ella; estas no podrían ser perseguidas por ningún tipo de delito, excepto los de lesa majestad y falsificación de moneda, y solo estarían obligadas a devolver las deudas derivadas de censos, violarios, comandas y cambios.178 Si la primera oleada de pobladores feudales la había integrado, según el cronista Ramón Muntaner, «buena gente catalana»,179 en la segunda preponderaron los delincuentes y los marginados sociales. Las medidas reales solo consiguieron atenuar la tendencia demográfica, no revertirla: en 1459, la isla contaba con 703 fuegos fiscales,180 que equivalían aproximadamente a 3.165 habitantes, un 27% menos que en 1336.

Otro de los principales factores exógenos que contribuyeron a desestabilizar la economía menorquina fue el aumento de la presión fiscal. Para poder atender los subsidios económicos que exigía reiteradamente el soberano, los concejos menorquines, desde mediados del siglo XIV, habían tenido que endeudarse, vender censales y violarios,181 el pago de cuyas pensiones desestabilizaban sus presupuestos y les impedían efectuar una asignación equilibrada de los recursos disponibles.182 Las emisiones de deuda pública, por otra parte, fueron adquiridas casi íntegramente por ciudadanos de Mallorca y de Barcelona, los cuales, para preservar la rentabilidad de sus inversiones, no dudaban en mediatizar la gestión de los consistorios menorquines. Durante el segundo tercio del siglo XV, coincidiendo con la costosa campaña de la conquista de Nápoles y la agresiva política exterior de Alfonso el Magnánimo en los Balcanes, los municipios menorquines, incapaces de afrontar sus obligaciones financieras, tuvieron que negociar algunos acuerdos con los censalistas foráneos. La serie se inicia, en 1439, con la sentencia arbitral del gobernador Galceran de Requesens,183 y continúa con las concordias de 1458, 1460 y 1462,184 cada una de las cuales incluía una reducción de la pensión de los censos. Su reiteración evidencia, sin embargo, la dificultad de deudores y acreedores para encontrar una solución efectiva a un problema que, en vez de reducirse, se incrementaba con el paso de los años.

La distribución de la carga fiscal era competencia de los consistorios, una facultad que incrementaba el enfrentamiento entre los diversos estamentos sociales por la elección de los cargos185 y estimulaba la ambición política de los poderosos. La aspiración al poder municipal reforzaría las banderías que, desde mediados del siglo XIV, ya sacudían transitoriamente la sociedad menorquina.186 En 1451, coincidiendo con el levantamiento dels forans (campesinos) mallorquines, la tensión desembocó en una auténtica guerra entre dos facciones, encabezadas por las familias Parets y Cintes,187 perteneciente a la nobleza antigua y consolidada, la primera, y al colectivo de los terratenientes ricos pero sin título, la segunda.188 La pugna entre Pere de Bell-lloc y Jofre de Ortafà por el cargo de gobernador de la isla abrió, en 1457, un nuevo frente de lucha189 y polarizó todavía más las facciones ya existentes. La situación alcanzó tal grado de conflictividad que obligó que Juan II a intervenir directamente. El soberano, durante el bienio de 1458-1459, adoptó una serie de medidas de reenderezamiento: reducción de las pensiones de los censales, mejora del aprovisionamiento de cereales, reparación judicial de los crímenes, lesiones y robos de ganado y lana, con los que se habían enriquecido rápidamente algunos de los facciosos,190 perfeccionamiento del sistema de selección de los cargos municipales191 y expulsión de algunos payeses mallorquines que habían participado en los altercados.192 La aceleración de los acontecimientos no permitió, sin embargo, que estas reformas dieran sus frutos, puesto que, en mayo de 1463, pocos meses después del inicio de la guerra civil en Cataluña, la facción menorquina encabezada por el gobernador Pere de Bell-lloc se decantó por la Diputación del General. La revuelta fue sofocada, con la contribución de un contingente armando procedente de Mallorca; los rebeldes, sin embargo, consiguieron refugiarse, con el apoyo de la Generalitat, en Mahón. Desde este momento la isla quedó dividida en dos áreas, encabezadas por los dos principales núcleos urbanos, situación que se mantendría hasta la derrota final de los sublevados.193 La guerra se prolongaría hasta 1472 y tendría un alto coste demográfico, no tanto por la pérdida directa de vidas humanas en los combates, como por el saldo migratorio negativo que provocaría, al generar inseguridad y alterar la actividad económica. El fogatge de 1475 solo registraría 494 fuegos fiscales,194 unos 2.225 habitantes. La isla, en menos de veinte años, habría perdido, pues, un 30% de su ya escasa población. Tanto Cataluña como Menorca pagarían, pues, un alto precio por haber perdido la contienda.

 

En la recesión económica menorquina del siglo XV intervinieron también algunos factores endógenos, específicos, como la tensión creciente entre sus dos villas principales. Aunque Ciudadela era el principal núcleo urbano y conservaría aún durante varios siglos la capitalidad, Mahón y la zona oriental de la isla, durante la fase expansiva de 1380-1410, se habían convertido en el área más dinámica demográfica y económicamente, debido en buena parte a las compras de lana realizadas por los agentes de las compañías italianas. El cambio de coyuntura, el incremento de la presión fiscal y la eclosión de las banderías acentuaron, durante el segundo tercio de la centuria, la conflictividad entre ambas poblaciones. Las consecuencias de la revuelta contra Juan II, fueron desastrosas para el conjunto de la isla, pero alcanzaron sus cotas máximas en Mahón, donde –como ya se ha expuesto– se replegaron los partidarios de la Generalitat de Cataluña. Juan II, desde el inicio de la guerra, indemnizó a los miembros del bando realista por las pérdidas que les ocasionaba con bienes inmuebles, rebaños y censales confiscados a los partidarios de «los catalanes», y concedió al consistorio de Ciudadela rentas para financiar la reconstrucción de las infraestructuras defensivas y económicas.195 La guerra civil provocó, pues, una transferencia considerable de población y de recursos desde el sector oriental hacia el occidental, reforzó transitoriamente –en un contexto global recesivo– la preponderancia de Ciudadela sobre Mahón,196 pero no desmontó la estructura bipolar de la isla. Este proceso no tiene equivalente en Ibiza, con un único núcleo urbano dominante sobre una población campesina dispersa; ni en Mallorca, donde los treinta y un núcleos rurales no consiguieron atenuar la superioridad de la Ciudad. Los enfrentamientos internos del siglo XV solo retardaron el basculamiento del centro de gravedad demográfico, económico y político de la isla hacia Mahón, no lo evitaron. En la balear mayor, tanto la revuelta campesina de 1450 como la Germanía de 1521 reforzaron, en cambio, la preeminencia de la capital.197

La continuidad de las salidas de carneros, bueyes y lana

El recrudecimiento de las banderías y la guerra civil, al destruir muchas explotaciones agrarias,198 agravaron las crisis frumentarias y acentuaron la dependencia –ya crónica– de los menorquines de los cargamentos de trigo aportados por comerciantes mallorquines199 y catalanes.200 Entre 1415 y 1472, el lugarteniente general de Mallorca autorizó la salida de grano con destino a Menorca en 1420, 1430, 1433, 1437, 1457, 1462, 1465 para atenuar las penurias que padecieron, en aquellos años, sus pobladores.201

Los efectos del ascenso de la agresividad debieron de ser, sin embargo, bastante menos intensos en la ganadería que en la agricultura, puesto que continuaron saliendo contingentes de ovinos y vacunos con destino a Mallorca y Barcelona; las ventas exteriores solo quedaron bloqueadas durante la fase final de la guerra civil catalana. En 1436, Simón de Granada, ciudadano de Ciudadela, reclamaba judicialmente a Bernat Tió, vecino de Pollença, las 15 libras que le debía por la venta de dos bueyes menorquines.202 Un año después, Antonio Huguet, menorquín, confiaría a Miquel Martorell, de Pollença, un buey y 19 cerdos para que los vendiera en Mallorca.203