Más allá de las palabras

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LA EDITORIAL «BIBLIOTECA ESTRELLA» (1917-1926) Y SUS COLECCIONES PARA EL PÚBLICO LECTOR FEMENINO

Inmaculada Rodríguez-Moranta Universitat Rovira i Virgili

Este trabajo pretende trazar una aproximación a Biblioteca Estrella, editorial madrileña que fundó y dirigió Gregorio Martínez Sierra (1881-1947)1 entre los años 1917 y 1926, del que creo imprescindible hacer una breve cala sobre sus inicios como empresario en el ámbito editorial, puesto que comúnmente se le conoce por su labor como dramaturgo o empresario en el teatro Eslava, y por la esclarecida cuestión de la autoría de las obras que firmó como suyas, pero que escribía su esposa,2 la escritora y futura militante socialista María Lejárraga.

En su resumen sobre la trayectoria vital de Martínez Sierra, Checa rescata la figura de María (2006: 119-144), pero no arrincona las tareas que, como entusiasta agente cultural, podrían definir, tal vez, la activa peripecia vital y profesional del madrileño (120). Este juicio está en sintonía con la opinión de Mainer, que señala el error en el que incurrieron algunos historiadores de la literatura al haber juzgado la valía de Martínez Sierra únicamente en función de criterios literarios, sin tomar en consideración «las empresas mercantiles de un hombre de letras, porque, desde tal punto de vista, pocos le preceden en sensibilidad, rigor y oportunidad» (1984: 11). En sus muchas iniciativas literarias, unió, como pocos, sensibilidad y pragmatismo: trató de unir los números a las letras, en palabras que le atribuye Cansinos Assens.3 Y de ahí que Federico de Onís en 1925 ensalzara dicha labor, refiriéndose a Martínez Sierra, al afirmar que: «Se cree vulgarmente que un poeta y un hombre de negocios son seres antitéticos, y se supone en consecuencia que los poetas han de carecer necesariamente de sentido práctico, y los hombres de negocios de imaginación e idealismo» (1968: 520).

Es preciso consignar que Martínez Sierra se inició en los ámbitos editoriales y comerciales literarios muy pronto, pues ya colaboró estrechamente en la colección Biblioteca Nacional y Extranjera, fundada en 1900 por el escritor e hispanista inglés Leonard Williams,4 del que apenas solo sabemos que se afincó en Madrid y que empezó a publicar cuidadas ediciones de obras propias y ajenas con notable pulcritud de estilo. La colección estaba formada por volúmenes pequeños y coquetos que, según María Lejárraga, «eran primorosos de forma y selectos de contenido» (Fuster, 2003: 75). En esta editorial no solo imprimió traducciones de sus propios libros (Castilla y Algunos intérpretes ingleses de Hamlet…), sino también publicaciones de autores hispanos como Tierras solares de Rubén Darío, el Epistolario de Ganivet, Los pueblos de Azorín, El pueblo gris de Santiago Rusiñol (traducido por Martínez Sierra), la traducción de Defensa de la poesía de Shelley, así como otras publicaciones del propio Martínez Sierra (Sol de la tarde), sin olvidar a Galdós, Clarín y Juan Valera. Según Enrique Fuster, «Gregorio se encargaba de la gestión de la Biblioteca y nunca dejó de seguir las sugerencias estéticas de Juan Ramón Jiménez, tan puntilloso como preciosista en estos menesteres» (Fuster, 2003: 76).

Tampoco debemos olvidar que Martínez Sierra estaba muy interesado en el ámbito editorial (además del teatral), pues fue durante un tiempo distribuidor en Madrid y colaborador de los hermanos Salvat en la empresa barcelonesa de Hojas Selectas, una publicación de divulgación cultural cuyos intereses pretendían abarcar los gustos del pueblo.

1. LA EDICIÓN DE REVISTAS LITERARIAS MODERNISTAS SELECTAS

La labor de Martínez Sierra en los ámbitos del mundo editorial prosiguió con la fundación de revistas literarias en los primeros años del siglo.5 En 1901 funda Vida moderna, publicación de breve existencia que le permitió seguir adentrándose en el mundo editorial madrileño. Dos años más tarde, en 1903, se asoció con Juan Ramón Jiménez, Pedro González Blanco, Navarro y Ledesma y Pérez de Ayala para llevar a cabo la dirección de una de las revistas más representativas del modernismo hispánico, Helios. En 1907, asumía ya con experiencia la dirección de la selecta revista Renacimiento (Rodríguez Moranta, 2012), de la que salieron diez números entre marzo y diciembre. Resulta insoslayable destacar que Juan Ramón tuvo un papel sobresaliente en todos los aspectos que atañen a la confección de dichas revistas literarias, muy especialmente en la fundación, gestación y vida de esta última, como se deduce de los epistolarios cruzados (Gullón, 1961; Jiménez, 2006). Refugiados en la seguridad de que sus posiciones literarias estaban ya consolidadas, esta vez quisieron confeccionarla exclusivamente al gusto de ellos tres. El poeta de Moguer manifestó expresamente este deseo: «Supongo que la revista la haremos los tres –María, usted, yoúnicamente. Y en gran secreto» (Jiménez, 2006: 168). Renacimiento se presentó en una edición cuidada y elegante, siguiendo el modelo de publicaciones francesas. Si bien Helios se proyectó a semejanza del Mercure de France,6 la última se inspiró en la revista de Paul Fort, Vers et prose. Sin duda, se distingue de otras de la época por la extrema sobriedad y sencillez de su diseño, tal como había dispuesto el autor de Arias tristes. Salió a la luz en formato pequeño, con tinta gris sobre papel de hilo blanco y sin ilustraciones ni grabados. Algunos críticos tildaron su estética de fría o distante,7 pero su estética armoniza con una revista tutelada por el espíritu y el gusto juanramoniano. Recuérdese que en su Estética y ética estética el poeta de Moguer dejó expresadas las características externas que, a su juicio, debían tener las publicaciones literarias:

Biblioteca. Ninguna edición de lujo, nada de príncipes, ni de ediciones de filólogos. Cada libro, sin notas, en la edición más clara y sencilla. La perfección formal del libro. El libro no es cosa de lujo…Eso para los que no leen. Material escelente, seriedad y sobriedad (Jiménez, 1967: 234).

2. MARTÍNEZ SIERRA, DIRECTOR LITERARIO DE LA EDITORIAL RENACIMIENTO

Aunque Renacimiento muera como revista en 1907, el interés por el mundo de la edición le llevará a proyectar su continuidad en una importante iniciativa editorial homónima y, años más tarde, en la Editorial Estrella y en la Editorial Esfinge (Reyero, 1984). Esta nueva iniciativa le haría recuperar la ilusión, como pone de manifiesto en la carta en la que, ya bajo el membrete «Biblioteca Renacimiento», hace partícipe a Juan Ramón del proyecto: «Estoy al frente de un negocio editorial, que probablemente tendrá gran importancia –Lo primero que voy a hacer es un catálogo bonito con retratos de autores y juicios» (Gullón, 1961: 68). La editorial nació en 1910, gracias al capital que puso Victoriano Prieto –un gran capital en aquella época: 100.000 pesetas–, y contó con Martínez Sierra como director literario y con José Ruiz Castillo como director comercial (Escolar, 1996: 131).

La editorial Renacimiento puso remedio a dos asuntos pendientes en el mundo de las ediciones españolas: las escasas oportunidades editoriales que tenían los escritores de la época, y la mala presentación que, por lo general, sufrían estas publicaciones (Ruiz-Castillo Basala, 1972: 91-92; Trapiello, 1998: 273-274). La preocupación por la calidad estética de las ediciones españolas –que tiene notables precedentes en las características externas de cuidadas revistas modernistas– muestra, en último término, uno de los cambios sustanciales en la concepción social del escritor propia de la modernidad –que lucha por individualizarse y por hacer de la escritura un oficio– y del libro –convertido en un objeto deseable– como signo de distinción, como señala Mainer:

Todo lo cual testimonia, en suma, dos aspectos de la nueva sociedad literaria que están íntimamente imbricados: por una parte, la naciente cotización de los autores como firmas con ascendiente social; por otra, la demanda que un público de clases medias cultivadas hace de un producto de calidad, reconocible como tal en datos físicos –cubiertas atractivas, tipografía cuidada, series coleccionables– y en la presencia del sello prestigioso de una casa editorial (1984: 13-14).

La modernización del sector editorial provocó, así, no solo un notable cambio en el papel del editor o impresor, sino también «en la presencia del autor en el negocio de libro», que se convirtieron en «agentes activos de su proceso de edición y posibilitaron una nueva oferta en materia de lectura» (Rivalan-Guégo, 2012: 269).

Renacimiento dio a la luz por vez primera, en ediciones sencillas, dignas y bien presentadas, las obras más significativas de la época (Trapiello, 1998: 274); algo muy novedoso, sobre todo si tenemos en cuenta que hasta entonces gran parte de la literatura española se imprimía en editoriales francesas (Garnier, Bouret, Ollendorf), en las que diversos escritores hispanos de la época trabajaron como editores o traductores (Zulueta, 1988: 265-266). En consonancia, la producción bibliográfica en España en 1901 había alcanzado la escasa cifra de 1.318 títulos, y «la presentación de los libros era asimismo, y en justa correspondencia a su cantidad, pobre» (Esteban, 1996: 273). No debemos olvidar, no obstante, que Barcelona estaba a la vanguardia en este terreno, pues en el fin de siglo contaba con Espasa (1860), Montaner y Simón (1868), Sopena (1875), Maucci (1892), Salvat (1987), Gustavo Gili (1902), etc. (Llanas, 2003; 2004).

Tanto Renacimiento como sus sucesoras heredaron de las artes modernistas la preocupación estética y el esmero tipográfico.8 Al contrario que la austera revista Renacimiento, la editorial homónima otorgó gran importancia a las ilustraciones y a los motivos ornamentales, recuperando así el gusto finisecular por el artificio y el diseño gráfico; aunque después tendió a una decoración más sencilla y depurada:

 

Lo mismo que ocurrirá después en Estrella, los libros de Renacimiento llevan su portada decorada, aunque es muy raro que lleven ilustraciones en su interior. Están magníficamente impresos y sus motivos ornamentales entroncan con el gusto contemporáneo patente en arquitectura como en mobiliario, de elementos tomados del renacimiento hispano: temas de grutescos suelen adornar la portada y, a veces, las páginas de los libros […] Pero en los últimos años de la década de los diez, antes y después de la marcha de Martínez Sierra de la dirección de la editorial, se renueva la decoración, cambiando los grutescos por sencillos motivos vegetales, hojas, flores, animales, como gaviotas o pavos reales; a veces cascabeles u otros motivos, como figuras femeninas, dentro de una corriente de tradición modernista (Reyero, 1984: 212-213).

Al cuidado de las ilustraciones de la editorial estuvo el valenciano Fernando Marco. Entre sus aportaciones más valiosas, hay que citar el catálogo que publicó en 1915, en el que figuran unas caricaturas de grandes escritores contemporáneos vistos por Luis Bagaría y que hoy podemos consultar en el facsímil publicado por Mainer (1984). Como afirma Hipólito Escolar:

…los fundadores se propusieron cambiar el panorama del libro español de creación o ficción. Pagaron a los autores unos derechos elevados, e incluso asignaciones mensuales fijas […] Ruiz Castillo fue uno de los primeros viajantes del libro español que se presentaron en la Argentina y en Chile […]. Por su buena gestión comercial la editorial llegó a vender 400.000 ejemplares en los 5 primeros años de su existencia (Escolar, 1996: 132).


Como es sabido, la empresa más tarde pasó a formar parte de la Compañía Ibero Americana de Publicaciones (CIAP), creada por los hermanos banqueros Ignacio y Alfredo Bauer –que confiaron la dirección literaria a Pedro Sainz Rodríguez–, absorbiendo otras pequeñas editoriales como Renacimiento, Mundo Latino, Atlántida, Estrella y Hoy, librería Fernando Fe, a las que procuró señalar cambios específicos.9 Tras la absorción de Renacimiento, en 1915, Ruiz Castillo fundó la importante Biblioteca Nueva, editorial de la que está a punto de salir un estudio de la profesora Lola Thion Soriano-Mollà.


3. LAS COLECCIONES DE BIBLIOTECA ESTRELLA Y EL PÚBLICO LECTOR FEMENINO

Martínez Sierra acabará abandonando la editorial Renacimiento. En una carta recogida por O’Connor, que podemos fechar en 1917, Gregorio ya anuncia a María Lejárraga: «Hoy he almorzado con Victorino: Renacimiento no me necesita porque Julio es un gran empleado y queda todo a su custodia. Sigue demorándose el contrato con los Muller, pero afortunadamente, como hay orden administrativa, mientras tanto podemos vivir de nuestros propios recursos» (2003: 211). El mismo año en que escribe esta carta funda una empresa editorial particular, Biblioteca Estrella (1917-1926), que pervivirá hasta 1926 poniendo al alcance del público ediciones de características y condiciones muy similares a las de Renacimiento. Las bellas ilustraciones, en general, estuvieron realizadas por grandes artistas, como Manuel Fontanals y Rafael Barradas fundamentalmente, pero también por Rafael Sachis-Yago, Ricardo Marín y otros. Tuvo su domicilio en la calle de la Madera n.º 11 de Madrid, aunque fue variando el lugar donde se imprimían sus libros (Reyero, 1984: 213). El emblema de la editorial era un ramo de flores en un florero, con lo que cobraba gran relevancia la decoración, el esteticismo y otros aspectos tenidos en cuenta en su anterior aventura editorial: «el papel, la calidad de la impresión, el tamaño manejable de la encuadernación, además, por supuesto, de poner al alcance del lector los escritores modernos de Europa» (Reyero, 1984: 213).


En el catálogo aparecen los criterios que la rigen. Biblioteca Estrella se define por el buen gusto: 1) en la escrupulosa selección de los textos; 2) en el esmero de las traducciones, todas a cargo de escritores ilustres; 3) en el valor altamente artístico y en el sentido decorativo moderno de las ilustraciones; 4) en la riqueza, esmero y novedad de la presentación, tanto en la parte tipográfica como en las especialísimas encuadernaciones en tela y en piel.10 Llama la atención que, en muy poco tiempo, pusiera en marcha «un proceso de expansión de un catálogo a partir de colecciones que intentan estar en consonancia con las expectativas de todos los integrantes de su lectorado», afirma Rivalan-Guégo (2012: 278), «cada una de las cuales se caracteriza fundamentalmente por su tamaño, su ornamentación y su encuadernación, en rústica, en tela o en piel» (Reyero, 1984: 213): Miniatura, Fémina, Luciérnaga, Monografías de Arte, Perla, Palma, Universidad del Hogar, Las grandes novelas de amor, Novelas para Mujeres, Magnificat, Los Grandes Escritores modernos y Esmeralda. Los títulos de la mayor parte de las colecciones nos insinúan que iban destinadas a un público amplio, en el que tomaba gran relevancia la mujer lectora.11 No solo en aquellas colecciones cuyos títulos y epígrafes son explícitos, sino también en el hecho de que se escojan nombres de piedras preciosas como «Perla», «Iris» o «Esmeralda», que podrían atraer al público femenino. Así, una de las colecciones que gozó de mayor éxito y distribución –Miniatura–, un tipo de libro de bolsillo que ya existía en otros países europeos, se anunciaba en términos inequívocos:

Preciosos libritos miniatura, esmeradísimamente impresos, primorosamente encuadernados, constituyen por su sola presentación, un alarde de refinamiento y elegancia, al cual se une el exquisito valor literario del texto, seleccionado especialmente para que pueda ponerse en todas las manos. Las mujeres de buen gusto deben tener los libros de esta colección, como ornamento espiritual, en su cestillo de costura.


Según documenta Antonio Arroyo, Carmen de Burgos dedicó toda una columna en el Heraldo de Madrid (22-I-1918) a la colección que «publicó por primera vez en España “libros minúsculos” de bolsillo que ya existían en francés e inglés», donde comentó los elementos de la edición desde un punto de vista costumbrista:

…para llevarlos los caballeros en el bolsillo del chaleco –un chaleco de fantasía–, y las señoras, en el escueto fondo de un bolsillito o en un elegante tarjetero. Son libros para tenerlos junto a la lámpara de pequeña bombilla, sobre el costurero y sobre la mesita tocador (Arroyo, 2010: 121-122).

Dicho sea de paso, la autora no distinguía entre Renacimiento y Estrella, cuando eran ya dos editoriales que caminaban por rumbos y bajo directores distintos:

La casa Renacimiento, una de las más elegantes y pulcras casas editoriales, los ha lanzado encuadernados, unos con bellas telas, otros con papeles semejantes a los del Japón y otros con pieles estupendas, artísticamente labradas; tan bellas que el libro toma valor de «bibelot», y es como un objeto de regalo, como un accesorio de la «toilette» de una elegante: algo exquisito y gracioso, imprescindible ya (Arroyo, 2010: 121-22).

En esta línea merece destacarse otro comentario, enunciado ahora por Tomás Borrás, que he tomado de un artículo festivo en el que define a Martínez Sierra como un «ser ratonil» que «anda, ríe, juega, atienda, mira, olfatea…», «crea la Biblioteca Estrella, donde los volúmenes tienen calidades femeninas, huelen a descote que va al teatro […]. En vez de roer madera, la estofa, y en vez de mascar papel la imprime» (Borrás, 1931: 2).

También merece atención la serie «Novelas para mujeres», de autores contemporáneos. Se anuncia como una colección de obras

inéditas, escritas especialmente para mujeres. Estas obras, sin ser anodinas, ni eludir los aspectos peculiares de la vida moderna, tendrán siempre decoro en la expresión y pulcritud en los detalles externos de la acción, a fin de no herir la delicadeza y sensibilidad femenina (Díez-Canedo, 1920: s.p.).

Es interesante que, a propósito de dicha colección, Enrique Díez-Canedo, en su sección «Charla entre libros» de La Voz, se ocupe de la obra que inauguraba dicha colección: El maleficio de la U, de Pedro de Répide. El crítico ponía en tela de juicio que dicha novela fuera a ser de especial gusto al género femenino, al considerar que se trataba simplemente de una obra entretenida, ligera y frívola, que igualmente podían leer los hombres. Con buen criterio, le incomodaba la etiqueta «Novelas para mujeres» y lanzaba la pregunta: «¿Será “para mujeres”porque sus editores le han dado una vestidura tipográfica que indudablemente diputan por elegantísima y de gusto exquisito? ¿Y por las ilustraciones de Sanchís Yago que van entre páginas?». O sea, para el crítico, la novela se había incluido en dicha colección por su temática ligera y por la belleza de sus ilustraciones, con lo que estaba arremetiendo contra el supuesto inalterable ideal feminista de Martínez Sierra.

La serie de rótulo más explícito, Fémina, venía acompañada de un epígrafe en el que se aseguraba, de nuevo, la conveniencia moral de dichos títulos para la educación de la mujer: «Magníficas novelas que pueden leer todas las mujeres. Ediciones primorosas, decoradas por Fontanals. Esmeradísimas traducciones». En esta serie se tradujo, entre otros, a Musset, Dostoievski y Björnson.

No perderemos de vista, para este asunto, dos factores decisivos. Por una parte, en torno a 1930, el número de mujeres alfabetizadas se había duplicado respecto al fin de siglo: no olvidemos que Martínez Sierra trató siempre de unir números y letras (Rivalan-Guégo). Como documenta Botrel, en 1918, de los 117.868 lectores de las cuatro bibliotecas de Barcelona, 35.833 están inscritos en la Biblioteca Popular para la Mujer y son más de 40.000 en 1919. Y en 1939, el número de mujeres alfabetizadas ya alcanza los 5,8 millones, «con un aumento de 2,5 millones con respecto a 1900»:

…se siguen publicando productos específicos ya semi-desvinculados de la esfera familiar y casera como Lecturas, suplemento literario desde 1921 de El Hogar y la moda, pero también se inaugura (en 1920) una colección «Para Mujeres» en la Biblioteca Estrella y la Editorial Juventud publica también colecciones de novelas del género rosa (2008: 35).


Por otra parte, como en casi todas las empresas culturales que acometió Martínez Sierra, también aquí contó con la colaboración de su esposa María Lejárraga. No sabemos aún hasta qué punto, pero sí tenemos constancia de que ella escribió algunos de los textos de la colección «Monografías de arte», concretamente los de Ignacio Zuloaga, Julio Romero Torres y Santiago Rusiñol (Cabanillas, 2007-2008: 375). La preocupación por la educación femenina fue esencial en el pensamiento y en la trayectoria de la escritora riojana, escritora y maestra formada en la Institución Libre de Enseñanza, que precisamente durante la Segunda República participó en la fundación de la Asociación de Cultura Femenina.12

Finalmente, Biblioteca Estrella será también absorbida por la CIAP, y en 1925 Martínez Sierra fundará la Editorial Esfinge, donde publicará una verdadera joya bibliográfica titulada Un teatro de Arte en España, que recoge lo más significativo de la renovación teatral que llevó a cabo al frente del teatro Eslava desde 1916 (Sanchez Vigil, 2009: 318), obra reseñada por José Francés en una interesante crónica publicada en la lujosa revista La Esfera (Francés, 1927: 10-11).

 

Objeto de otro estudio sería analizar de una manera más detallada la selección de obras y de autores supuestamente destinados a un público femenino al que se le pretendía ilustrar solo parcialmente, pues como hemos visto se insistía en que la selección de títulos respondía a unos códigos sociales y morales que permitían ser leídos sin riesgo de poner en peligro la moralidad de dichas lectoras. También nos gustaría, más adelante, ofrecer conclusiones definitivas sobre la verdadera función que tuvo Lejárraga en la fundación y el desarrollo de esta selecta editorial.

BIBLIOGRAFÍA

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1.De su vida y obra se ocupó tempranamente Andrés Goldsborough (1965) en un apasionado y benevolente ensayo, en el que existen muchas lagunas tanto de su trayectoria vital como literaria. En fechas más recientes, Enrique Fuster (2003), heredero del legado de Gregorio Martínez Sierra-Catalina Bárcena, publicó otra biografía más completa, y con tintes líricos. Sobre sus empresas editoriales, véase Reyero (1984); sobre su labor en el Teatro del Arte, Reyero (1980). Respecto a su paso por Hollywood, Checa (2002).

2.O’Connor lamenta que la Sociedad General de Autores reconozca «más de doscientos títulos atribuidos exclusivamente a Gregorio Martínez Sierra, incluidas las traducciones y adaptaciones, pero excluidos los numerosos artículos críticos y creadores con que colaboró en las publicaciones periódicas» (2003: 25).

3.Esta característica de la personalidad de Martínez Sierra es resaltada por R. Cansinos Assens, quien pone en su boca unas significativas palabras, dirigidas a Juan Ramón: «–Hay que unir los números a las letras. Los números son también Poesía. Hay que tener sentido práctico…Hay que llevar la Poesía a la vida…Yo entiendo algo de números, soy hijo de comerciante, tengo un temperamento organizador y he de hacer que el público nos conozca, que te conozca a ti y a los Machado, y a usted, joven amigo…» (2005: 85). Recientemente se ha publicado un artículo dedicado al mundo editorial de inicios de siglo que toma la que podríamos llamar consigna de Martínez Sierra: «Unir los números a las letras» (Rivalan-Guégo, 2012).

4.Poco se sabe de la interesante figura de Leonard Williams. Cristina Viñes (2006: 131) escribe sobre él: «Escritor e hispanista galés, enviado como corresponsal de The Times a España, se identificó tan profundamente con nuestro país, en el que prácticamente vivió hasta el resto de sus días, que le dedicó la que se ha considerado su obra maestra El país de los dones».

5.Germán Gullón (1996: 2-3) afirma: «Juan Ramón Jiménez, Gregorio Martínez Sierra, y Leonard Williams, fueron hombres clave en esa renovación de estilo editorial. Sus nombres van asociados con la revista Helios (1903-1904) y Renacimiento (1907), las dos grandes del modernismo simbolista, y su actividad e influencia se hizo sentir a lo largo y a lo ancho del espectro editorial nacional […] Gregorio Martínez Sierra fue el gran promotor de estas revistas, la pasión que las hizo posible. La edición de revistas literarias, y concretamente, de estas revistas literarias, primorosamente confeccionadas, al gusto selecto de JRJ, especialmente la segunda».

6.Lo cuenta Juan Ramón en una carta de 1902 dirigida a Rubén Darío: «Querido maestro: Cinco amigos míos, y yo vamos a hacer una revista literaria seria y fina: algo como el Mercure de France: un tomo mensual de 150 páginas, muy bien editado» (Fogelquist, 1975: 328).

7.Paniagua relaciona la apariencia de la revista con la voluntad aséptica de los escritores que la representaban: «Muy sencilla, muy sobria, sin dibujos, con portada de tonos fríos, “RENA-CIMIENTO” era en su aspecto externo una publicación distante y fría: un bello invernadero para estas criaturas modernistas» (1964: 153).

8.No cabe duda de que en las primeras décadas del siglo XX fueron cambiando las formas de edición (respecto a las ediciones del XIX, primera innovación) y se asumió la labor pedagógica y regeneradora de la lectura. No en vano José Gallach y Torras, en 1909, en la I Asamblea Nacional de Editores y Libreros de España, afirma la responsabilidad de los editores en «la depuración del buen gusto, para obtener un ejemplar modelo, y de este modo acostumbrar[emos] a los lectores a inclinarse insensiblemente a todo lo bello, despertando en la gran masa el sentimiento artístico» (Botrel, 2008: 29).

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