Turismo de interior en España

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Marco conceptual



Gemma Cànoves

Elena De Uña

Montserrat Villarino





2.1. Conceptos, nexos y conexiones: territorio y destino turístico; innovación y competitividad; sostenibilidad y desarrollo sostenible del turismo; clúster turístico





2.1.1. Territorio y destino turístico



El presente trabajo analiza como en los territorios de interior están emergiendo unos clústeres alrededor de los nuevos productos turísticos, que ayudan con mayor o menor intensidad al desarrollo local. Ante dichas circunstancias, para que este turismo sea sostenible, teniendo en cuenta la propia resiliencia del destino, es necesario disponer de un sistema de indicadores que sean actuales, prácticos, operativos, evolutivos, fáciles de usar e interrelacionados, y que ayuden a obtener una visión global de su evolución y de su sostenibilidad (Gallego et

al

., 2013).



En palabras de Valls (1998:34) se entiende por destino turístico un «espacio geográfico determinado, con rasgos propios de clima, raíces, infraestructuras y servicios, y con cierta capacidad administrativa para desarrollar instrumentos comunes de planificación, que adquiere centralidad atrayendo a turistas mediante productos perfectamente estructurados y adaptados a las satisfacciones buscadas, gracias a la puesta en valor y ordenación de los atractivos disponibles; dotado de una marca y que se comercializa teniendo en cuenta su carácter integral». Por ello es necesario que los agentes relacionados con el turismo, tanto privados como públicos, puedan abordar la gestión de los flujos turísticos y la organización de los destinos desde una perspectiva coherente, integrada y sostenible (Vázquez, 2005; Gutiérrez, 2013).



Así pues, un destino turístico es un sistema formado por un conjunto de elementos de carácter físico y estático –recursos, atractivos turísticos e infraestructura de apoyo– y de carácter dinámico y relacional –los actores y sus conexiones– (Muñoz, 2012), donde los avances en la comprensión de los factores que determinan su sostenibilidad son fundamentales.



En el ámbito académico se han sucedido distintos modelos teóricos para representar este complejo sistema, con toda su implicada red de interacciones. Entre las aportaciones más significativas realizadas sobre la conceptualización y modelización de los destinos turísticos

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, destacan los trabajos de Dredge (2006), que ha recopilado los sistemas turísticos desde el punto de vista de la planificación y el diseño de los destinos, clasificándolos en tres categorías: modelos de viajes turísticos, modelos estructurales y modelos evolutivos. A su vez, Pearce (2012) los ha analizado como clústeres, como redes, como sistemas y como constructos sociales. Otros autores también han incorporado el análisis de redes sociales a sus estudios sobre los sistemas turísticos (por ejemplo, Paulovich, 2002; Prats, 2005; Dredge, 2006; Pforr, 2006; Merinero y Pulido, 2009; Merinero, 2011; Muñoz, 2012; Prat, 2013). En esta línea, Prats (2005) propone un modelo denominado «Sistemas Locales de Innovaciones Turísticas» (SLIT), en el que el territorio es una construcción colectiva, no necesariamente ligada a la proximidad geográfica ni a la aglomeración, en donde se generan interacciones entre los distintos agentes turísticos. Sin embargo, aunque existen múltiples modelos teóricos de sistemas turísticos

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, el más generalizado en estos últimos años es el propuesto por Leiper (1979), que ha sido citado y adoptado por diversos autores (entre otros, Hall, 2000; Petrocchi, 2001; Pérez et

al

., 2003; Cooper et

al

., 2008).



Se trata de un modelo de enfoque espacial que presenta el sistema del turismo de una forma simple, con elementos e interrelaciones. En dicho modelo

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 el sistema está formado por los turistas, los agentes turísticos y los espacios utilizados; todos ellos condicionados por el macro-entorno humano, político, socio-cultural, económico y medio-ambiental. Sea cual sea el modelo de sistema turístico elegido; en los destinos más consolidados se pueden observar unos referentes básicos que se han sucedido de forma común a lo largo de las últimas décadas. Estos son, desarrollo, adaptación, competitividad, calidad y sostenibilidad (Velasco, 2008). Así, los agentes turísticos están cambiando su estrategia teniendo en cuenta las nuevas necesidades de la demanda, los impactos medioambientales, socioculturales y económicos que generan los visitantes y la propia resiliencia del territorio; con el objetivo de singularizar su oferta, revalorizar el papel del espacio y desarrollar redes de cooperación (García Hernández, 2014; Horrach, 2014).



En este nuevo contexto, los sistemas turísticos, entendidos como un conjunto de elementos interrelacionados, según lo planteado por la Teoría General de Sistemas

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, y donde convergen elementos naturales y antrópicos, se encuentran influidos por diferentes variables. Entre ellas cabe destacar: las inversiones necesarias; el empuje de los nuevos emprendedores; la mayor o menor facilidad crediticia para las empresas y autónomos; la competencia; el mercado laboral; el nivel de formación de la población; el paisaje; el patrimonio existente en el territorio; la seguridad del destino; el nivel de las infraestructuras de acceso y de los servicios; las políticas y estrategias gubernamentales; el interés de los diferentes agentes (comunidad local, asociaciones, organizaciones empresariales, instituciones públicas, empleados del sector, etc.) y los cambios en la demanda turística (Gunn, 1994; Gallego et al., 2013; Prat, 2013).



En la actualidad los territorios de interior han multiplicado las estrategias orientadas a la explotación turística de sus recursos naturales y culturales. Dicha estrategia favorece la valorización y la protección del paisaje

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 (Vázquez, 2005; Díez, 2013) y ayuda a garantizar que el desarrollo de la actividad turística no suponga una amenaza para el paisaje y la biodiversidad (Díez, 2013) permitiendo integrar el uso turístico de estos espacios y la conservación de los recursos (Ivars, 2001).



En cuanto a la valorización de los recursos culturales, hay que tener muy presentes dos aspectos fundamentales: la rehabilitación y puesta en valor del patrimonio cultural y su interpretación. La rehabilitación y puesta en valor de este patrimonio permite mantener en condiciones óptimas unas instalaciones y monumentos que se han ido degradando con el paso del tiempo. Sin embargo, con la actual crisis económica, las partidas presupuestarias destinadas a realizar inversiones en materia de rehabilitación del patrimonio se han reducido drásticamente y la elección debe ser analizada con detalle, debiéndose tener muy en cuenta aspectos como la singularidad y atractivo del recurso, la accesibilidad, la potencial afluencia de público, la seguridad del entorno y el nivel de conservación previo (Díez, 2013).



Por su parte, la interpretación «in situ» del patrimonio se basa en seis principios básicos: presentar unos mensajes interesantes, atractivos y cercanos; imaginar o revivir los acontecimientos ocurridos en una determinada época; dar una información veraz e inteligible; proponer una idea central que envuelva toda la escena y el discurso interpretativo; disponer de personal-guía con la adecuada preparación; preparar demostraciones, talleres, seminarios y exposiciones; señalizar rutas; editar folletos y guías de viaje; y utilizar las herramientas TIC para itinerarios autoguiados (audio guías y guías para telefonía móvil), audiovisuales con medios sensoriales (sonidos, luces y olores), imágenes tridimensionales, paneles interpretativos, etc. (Solsona, 2009; Díez, 2013). La Figura 3, resume de forma sintética el planteamiento que se ha presentado.





FIGURA 3 Esquema de las interrelaciones entre patrimonio y turismo












Fuente: elaboración propia





Llegados es este punto, es importante señalar las diferencias entre atractivo turístico, recurso turístico, producto turístico y destino turístico (Figuras 4 y 5). Así, siguiendo a Navarro (2015), el atractivo turístico puede definirse como el conjunto de bienes materiales e inmateriales que están a disposición del ser humano (patrimonio) y que por su atracción son susceptibles de convertirse en una atracción turística. A su vez, un recurso turístico es el conjunto de bienes y servicios con características relevantes y que por medio de la actividad humana hacen posible la actividad turística con el objetivo de satisfacer las necesidades de la demanda. Así mismo, un producto turístico es el conjunto de bienes y servicios que conforman la experiencia turística del visitante y que satisfacen sus necesidades. Por ello, el producto turístico engloba los recursos turísticos convertidos en atracción turística, los alojamientos turísticos y los restaurantes, dentro de la experiencia vivida, incluyendo la obtención de información previa al viaje, la comparación de destinos y de ofertas, la planificación del viaje, la reserva de transportes y alojamientos, la información obtenida sobre el destino escogido, las guías turísticas, el propio viaje, la interacción con la población local y, finalmente, compartir la experiencia (fotos, vídeos, comentarios en las redes sociales, etc.). Finalmente, el destino turístico es el espacio físico donde se encuentran los productos turísticos, los recursos turísticos y las actividades de soporte. Por ello en esta investigación, consideramos que el valor de los territorios de interior para su desarrollo turístico se basa en la creación y valorización de los mismos como destino turístico.

 





FIGURA 4 Esquema de las relaciones patrimonio-producto-destino turístico












Fuente: elaboración propia







FIGURA 5 Esquema global de conceptos turísticos












Fuente: elaboración propia





2.1.2. Innovación y Competitividad



En este apartado nos centramos en los conceptos de innovación y competitividad de un destino turístico. Según la OCDE (2010), innovación es la búsqueda, diseño, desarrollo y comercialización de nuevos productos y procesos; incluyendo los procedimientos y las estructuras organizativas. Abernathy y Clark desarrollaron en 2002 un modelo basado en la evolución de la innovación turística

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, donde se consideraban cuatro tipos de innovación: la regular, el nicho, la revolucionaria y la estructural. En el primer caso, el objetivo es mejorar los procedimientos y procesos, la calidad y la productividad. En el segundo, el nicho, se orienta a establecer nuevas alianzas comerciales, facilitando la entrada de nuevos emprendedores y creando nuevos productos a partir de la combinación de otros ya existentes. En el tercero, la revolucionaria, se orienta a aplicar nuevas tecnologías y nuevos métodos. En el cuarto, el objetivo es realizar una renovación profunda, redefiniendo las infraestructuras físicas y legales, estableciendo centros de excelencia y poniendo en marcha un nuevo marketing.



Por otra parte, la elección de un destino turístico supone para el turista la renuncia a ir a otros destinos potenciales, de ahí que la competitividad sea uno de los objetivos prioritarios de los destinos. No basta con que el destino posea ventajas comparativas sino que es necesaria, una gestión eficiente de sus recursos para que se conviertan en ventajas competitivas (Sánchez Rivero, 2006).



Para Murphy (2000), la competitividad de un destino turístico puede definirse como un conjunto de productos y oportunidades que se combinan para formar una experiencia global del territorio visitado. Por su parte, Hassan (2000) la define como «la capacidad del destino para crear e integrar productos con valor añadido que sostienen sus recursos, al tiempo que mantienen su posición en el mercado en relación a sus competidores» (Hassan, 2000: 239). A su vez, D’Harteserre, (2000) señala que la competitividad es «la capacidad de un destino para mantener su posición en el mercado (…) y mejorarla a lo largo del tiempo» (D’Harteserre, 2000:23). Por su parte, Crouch y Ritchie (1997) sostienen que el análisis de la competitividad debe centrarse en la prosperidad económica del destino y Dywer et

al

. (2000) consideran fundamental la competitividad en precios. Otros autores, como Schmalleger y Carson (2008) o Pedreño y Ramón (2009), resumen la competitividad como la capacidad de adaptación ante condicionantes cambiantes del entorno, por lo que las nuevas tecnologías de la información desempeñan un papel crucial no sólo como medio de conocimiento y pago de viajes y estancias sino también como modo de interactuar los turistas con los recursos y con la comunidad local.



La competitividad de un destino turístico depende de cuatro variables:



a) las condiciones de los factores productivos (los recursos naturales, culturales, humanos, de capitales, de conocimiento, las infraestructuras y la superestructura del turismo) (Porter, 1990; Crouch y Ritchie, 1997).



b) la existencia de unos turistas cada vez más experimentados y exigentes, lo que estimulará el perfeccionamiento y la innovación en los productos y servicios turísticos y la eficiencia empresarial, teniendo en cuenta la necesidad de disponer de una mínima masa crítica de visitantes que haga económicamente viable la oferta.



c) unas actividades y servicios complementarios que permitan una interacción rápida y constante entre todos los actores involucrados con el turismo.



d) la dinámica relacional generada de manera normativa o no entre los actores. Otros dos factores que, según Rodríguez (2001), también pueden influir en la competitividad son la casualidad y el papel de las Administraciones Públicas.



Sea cual sea el enfoque desde el que se considere la competitividad de los destinos turísticos, es importante diferenciar entre ventajas comparativas y competitivas. Las primeras se refieren a los factores y recursos presentes en el territorio, sean naturales o antrópicos (Crouch y Ritchie, 1997). Para Porter (1990), estos factores pueden clasificarse en cinco categorías: recursos humanos, recursos físicos, recursos de conocimiento, recursos de capital e infraestructuras. Sin embargo, las ventajas competitivas también incluyen los recursos culturales y la superestructura turística (Sánchez Rivero, 2006). Además, hay que tener en cuenta que estos recursos y factores pueden evolucionar en el tiempo, alterando sus ventajas o desventajas. Así pues, como que otros destinos también pueden realizar una propuesta turística similar, la competitividad de un determinado destino debe basarse en su sostenibilidad medio-ambiental, económica y sociocultural, con especial énfasis en los recursos que posee y que explican su especialización en determinadas actividades turísticas en las que dicho destino se muestra innovador y comparativamente más eficiente (Rodríguez, 2001).



Recientemente diversos autores (Nordin, 2003; Barozet, 2004; Prats, 2005; Novelli et

al

., 2006; Shih, 2006; Elorie, 2009; Merinero y Pulido, 2009; Hernández, 2011; Merinero, 2011; Prat, 2013) han demostrado la existencia de una correlación entre el grado de desarrollo del turismo en un determinado destino y la dinámica relacional generada por los actores implicados con el mismo. Así, una dinámica relacional intensa, con relaciones estables y articuladas formalmente, es esencial en la gestión activa de cualquier destino turístico. Esta dinámica relacional se basa en la creación y consolidación de una red social entre los agentes involucrados con el desarrollo de una actividad turística en el destino, creando un conjunto de nodos (personas y organizaciones) vinculados mediante una determinada relación y generando un flujo entre ellos, directamente o a través de otros terceros nodos. Por ello, cuanto mayor sea el número de vínculos existentes en la red, mayor será su conectividad e integración (Scott et

al

., 2008; Elorie, 2009; Hernández, 2011). Dichas relaciones pueden ser formales o informales, estables o inestables, materiales o inmateriales, conscientes y aceptadas (Fernández Quijada, 2008).



2.1.3. Sostenibilidad y desarrollo sostenible



A continuación profundizamos en los conceptos de sostenibilidad y desarrollo sostenible del turismo. Considerando que el capitalismo se ha basado en un crecimiento económico ilimitado y en el beneficio inmediato, sin respetar el equilibrio ecológico y las necesidades futuras. En los últimos años han aparecido opiniones que cuestionan esta noción de desarrollo. Este post-desarrollo trata de reducir la dependencia economicista y recuperar la sostenibilidad ecológica y la equidad social en una nueva cultura del bienestar, no basada en la acumulación de capital (Latouche, 2008). No se debe olvidar que la compleja estructura del turismo y su conexión con otras actividades, así como una afluencia masiva de visitantes, pueden provocar importantes impactos en el destino, tanto económicos como socioculturales y medioambientales (Amat, 2013). Estos impactos dependen de una serie de factores interconectados, como son el estado de conservación y las características particulares del entorno local, el tipo de turismo que se impulsa y la capacidad de la comunidad local de gestionar los recursos. (Fullana y Ayuso, 2002).



Durante décadas el turismo ha sido alabado por los beneficios económicos que aporta mediante un efecto multiplicador a otras actividades económicas locales. Por ello, las primeras investigaciones sobre los efectos del turismo se limitaban a describir las repercusiones positivas que tenía el desarrollo turístico en los territorios. Más recientemente, también se ha reconocido que el turismo lleva asociado igualmente una serie de costes para el destino (OMT, 1998; Murphy, 2000; Fullana y Ayuso, 2002). Así, entre los principales impactos económicos positivos que genera el turismo cabe destacar: los ingresos obtenidos directamente de los visitantes, los proveedores y los servicios de apoyo; la creación de empleo directo, indirecto e inducido; la renta obtenida por los residentes en forma de salarios, dividendos e intereses; el aumento de la demanda de bienes locales; la mejora de las infraestructuras; el aumento de la renta local y una mejora en su distribución. A su vez, entre los impactos negativos cabe destacar: los costes de oportunidad; los costes derivados de las fluctuaciones de la demanda; y una posible inflación derivada de la actividad turística.



La actividad turística también constituye un marco en el que entran en contacto personas con bagajes culturales y socioeconómicos muy diferentes, produciéndose impactos socioculturales. Entre los positivos destacamos: la valorización, preservación y rehabilitación de monumentos, edificios y lugares históricos; la creación de museos de interés cultural; la revitalización de formas de arte (música, literatura, teatro, danza, etc.), tradiciones locales (artesanía, festivales, folklore, gastronomía, etc.) y el intercambio cultural entre visitantes y residentes. Entre los negativos: un posible aumento de los problemas sociales (prostitución, drogas, robos, etc.); una mercantilización extrema de las tradiciones locales, sus creencias, valores sociales y normas; y una tematización-artificialización de los lugares más emblemáticos del territorio.



Además, el turismo también suele incidir sobre el medio ambiente en destinos que en muchos casos presentan unos ecosistemas frágiles, que corren el riesgo de una rápida e irreversible degradación. Así, entre los impactos positivos se puede destacar: la creación de reservas naturales; la restauración de hábitats; y la preservación de senderos. Entre los negativos: los problemas relacionados con el tratamiento de los residuos; el masivo consumo de energía y agua; la contaminación de las aguas y del aire; la contaminación acústica, visual y luminotécnica; la erosión de los suelos (causando compactación y aumento de escorrentía superficial, aumento de riesgo de desprendimientos y daños a estructuras geológicas); los daños a edificios de valor patrimonial; la destrucción de hábitats naturales; cambios en la diversidad de especies y en las migraciones; eliminación de animales por la caza o para el comercio de objetos de recuerdo; los daños en la vegetación por pisadas o por el tránsito de los vehículos; el agotamiento de las aguas subterráneas; la proliferación de incendios; un aumento de la desertización; y una urbanización masiva no integrada con el entorno, el paisaje y la arquitectura tradicional del país, pudiendo todo ello provocar importantes cambios en el en el paisaje y en territorio.



Por ello, en estas últimas décadas se ha extendido el concepto de desarrollo sostenible, que se basa en asegurar las necesidades actuales de la población sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades, tal como se especificó en 1987 en el Informe Brundtland (OMT, 1998). De este modo, a partir de los conceptos de sostenibilidad y desarrollo sostenible, aparece el concepto de «desarrollo sostenible del turismo», con el objetivo de que esta actividad pueda mantenerse en el tiempo, para lo cual es necesario obtener la máxima rentabilidad posible pero, a la vez, protegiendo los recursos naturales y patrimoniales que lo sostienen e involucrando a la comunidad local (Pérez de las Heras, 2008; Vera et

al

., 2011). La OMT (2008) define el desarrollo sostenible del turismo como «la satisfacción de las necesidades de los turistas y de los territorios, protegiendo y mejorando las oportunidades del futuro», es decir, conseguir la permanencia a largo plazo dentro de un mercado de referencia.



El desarrollo sostenible del turismo no solamente ayuda a conservar los recursos sino también los antecedentes económicos, sociales y culturales del territorio (Vera et

al

., 2011). Para ello es necesaria la participación de todos los sectores de la sociedad en la toma de decisiones y en la diferenciación de responsabilidades (Butler, 2011). Se trata de un nuevo paradigma que intenta descolonizar el imaginario colectivo, abandonar el crecimiento por el crecimiento, recuperar la autonomía y la participación local en las tomas de decisiones, reducir la huella ecológica, impulsar la economía local, administrar las limitaciones de los ecosistemas consumiendo solamente lo necesario y mejorar la equidad social (Cooper et

al

., 2008; Amat, 2013). Este enfoque se alinea con la postura de Hunter (2002), que sustituye la concepción idealizada de un sistema en equilibrio por un paradigma flexible y adaptable a las circunstancias específicas de cada lugar.

 



Ante esta nueva situación, el desarrollo turístico de un destino debe ser equilibrado y sostenible. Equilibrado para erradicar la desigualdad causada por la deslocalización industrial y el despoblamiento de los territorios en declive económico. Sostenible para utilizar de manera racional los recursos existentes en el territorio (naturales, patrimoniales, económicos y sociales), dejando la suficiente capacidad de carga para uso y disfrute de las futuras generaciones (Sabaté, 2004), generando nuevos ingresos para las economías locales, recuperando y valorizando espacios abandonados o degradados, creando otros nuevos para el ocio y la recreación y ayudando a mejorar el entorno medioambiental y el paisaje (Fullana y Ayuso, 2002; Priestley y Llurdés, 2007; Vargas, 2009; Pardo, 2010; Vera et

al

., 2011).



2.1.4. Clúster turístico



A continuación analizamos el concepto de clúster; que puede definirse como una concentración espacial de empresas e instituciones que están interconectadas y relacionadas a través de un determinado sector o producto, generando complementariedades y beneficios comunes (Porter, 1990). Dichas empresas pueden competir entre sí pero también cooperan. En el caso de un clúster turístico, puede considerarse un espacio geográfico en el que interactúa de forma estable e interrelacionados un grupo de agentes alrededor del producto turístico. De este modo, un clúster no es una unidad estática sino que a lo largo del tiempo surge, se transforma y puede desaparecer.



Tal como indican Cruz y Teixeira (2010), el estudio de la evolución dinámica de los clústeres y de las fases de su ciclo de vida ha sido tratado recientemente por la literatura y generalmente desde una perspectiva industrial (Brenner, 2004; Suire y Vicente, 2009; Crespo, 2011; Martin y Sunley, 2011; Wang et

al

., 2013). Los estudios desde la economía geográfica (Crespo, 2011; Boschma y Fornahl, 2011) ponen el énfasis en la conceptualización del clúster como un todo, profundizando en los aspectos económicos y/o territoriales. Por su parte, Menzel y Fornahl (2010) analizan la evolución del clúster teniendo en cuenta la interacción de la heterogeneidad de las organizaciones, sus diferentes bases de conocimientos y sus capacidades de aprendizaje. A su vez, autores como Boschma y Wenting (2007), Belussi y Sedita (2009) o Hervás-Oliver (2014) señalan que la evolución del clúster depende de las estrategias desarrolladas, la dinámica relacional de los agentes y la capacidad de formación y transformación de las empresas allí localizadas, además de los aspectos contextuales de los territorios en los que se alojan. Por su parte, Weidenfeld, Butler y Williams (2011) analizan el clúster desde el punto de vista de la cooperación entre los actores y las complementariedades así obtenidas y, mientras que Parra y Santana (2011) lo hacen focalizándose básicamente en la innovación turística, Gormsen (1981, 1997) trabajaba ya el proceso evolutivo a partir de los resorts turísticos litorales.



Las características de las etapas del ciclo de vida de un clúster varían según los autores que analizan el fenómeno (Van Klink y De Langen, 2001; Lorenzen, 2005; Menzel y Fornahl, 2010), aunque todos coinciden en que las fases fundamentales son: inicio, crecimiento, madurez y declive. Así, al principio de su desarrollo el clúster suele estar formado por pequeños establecimientos poco relacionados entre sí. Después, la mayor cooperación entre los establecimientos, el aumento de las relaciones con los otros agentes presentes en el territorio y la propia competitividad ayudan a su consolidación. En consecuencia, en la fase de inicio aún no se ha definido un punto focal, por lo que cada establecimiento entrante incrementa la heterogeneidad del clúster, la cual sólo se reduce cuando éste alcanza una determinada masa crítica. El reducido número de establecimientos presentes hace que no existan todavía fuerzas de aglomeración y que las redes relacionales sean inestables (Ter Wal y Boschma, 2011). Al no estar consolidado, su futuro es incierto. Si sobrevive, poco a poco aumenta el número de establecimientos turísticos, por lo que el clúster se va consolidando, disminuyendo la incertidumbre y la heterogene