Universidades, colegios, poderes

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Sari: CINC SEGLES #43
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El segundo se refería de manera directa a la relación entre la escuela y la política, una de las principales motivaciones de los congresistas:

…debiendo ser la escuela la base y garantía del programa de acción social ya aprobado, y considerando que actualmente no es el laboratorio de la vida colectiva sino el mayor de los obstáculos, las asociaciones de estudiantes en cada país deberán constituirse en el censor técnico y activo de la marcha de las escuelas, a fin de convertirlas en garantía del presente y en institutos que preparen el advenimiento de una nueva humanidad. Al efecto, lucharán por la enseñanza en general, y en especial la de las ciencias morales y políticas.31

Dentro de la misma resolución se hacía hincapié en la importancia que significaba la difusión de la cultura a través de la extensión universitaria, al mismo tiempo que se convocaba a fortalecer la solidaridad estudiantil como el medio idóneo para constituir «una fuerza efectiva y permanente que sostenga e impulse, con el pensamiento y con la acción, todo movimiento constructivo o destructivo a favor de ideales proclamados antes y conforme al método que al efecto establezcan las federaciones o centros estudiantiles».32 A partir de entonces, sería obligación de los estudiantes el establecimiento de universidades populares, libres de todo espíritu dogmático y partidista, además de que se sancionaba la participación de los jóvenes en el gobierno universitario y la libre docencia.

Si creemos la versión de Pacheco Calvo, los resultados del congreso fueron bastante cuestionables; el desarrollo de las sesiones fue por demás irregular, primero por la inasistencia de un buen número de delegaciones y segundo por los festivales y ceremonias organizados en honor de los congresistas, lo que motivó que estos se distrajeran y avanzaran poco en sus respectivas tareas, además del problema que significó la comunicación entre los delegados europeos y los americanos, ya que de las universidades de Asia, Oceanía y África únicamente se presentó a la primera sesión un estudiante chino quien después «desapareció».33

Por último, expone el mismo autor, el congreso «fue francamente socialista», lo que le valió duras críticas por parte de la prensa estudiantil e incluso provocó que Benito Flores, presidente de la Federación de Estudiantes de México, desconociera públicamente las resoluciones adoptadas. Total, concluye el escritor, en la mayor parte de los países estas no pasaron de letra muerta, aunque en el caso de México las cosas tomaron tintes más graves, pues motivaron la escisión de los delegados locales y el que rechazaran los acuerdos del congreso bajo los siguientes argumentos:

Que las conclusiones, si fueran adoptadas por la Federación, crearían para ésta la obligación de luchar por destruir la actual organización política y económica de la sociedad, cosa que no solo estaba fuera de sus finalidades, sino que era contraria a las disposiciones expresas de los estatutos. Que estando la Federación integrada por individuos de todos los credos, no podía imponerse cualquiera de ellos.34

Krauze, en cambio, reconoce en la «romántica generosidad» del congreso internacional de estudiantes la influencia de Vasconcelos: la del tono, la emotividad y el énfasis en el latinoamericanismo. Vista de manera aislada, añade el historiador, no pasaría de ser una nueva versión, colectiva y algo teatralizada, del Ariel de Rodó. Añade que el ejemplo de Vasconcelos, expresado más en obras que en buenas razones, sirvió de contrapeso reduciendo el romanticismo juvenil a sus justas dimensiones. «Su herencia era en suma la del gran empresario, educativo y cultural, nacional y continental, herencia de acción que, llegado el momento, puso en guardia a la generación joven contra los primeros excesos románticos del propio Vasconcelos».35

V. REFLEXIONES FINALES

Calificar las celebraciones de la consumación de independencia como una «humorada costosa» no fue una expresión al azar, sino producto del convencimiento del dirigente universitario. Gracias a sus palabras conocemos su opinión sobre las «segundas fiestas de la Independencia», como algunos autores las llamaron, así como de su convicción de que estas habían resultado altamente perjudiciales para el país. En apoyo a sus palabras, Vasconcelos hacía notar que el propio ministro de Hacienda, Adolfo de la Huerta, le había indicado que no podría realizar nuevas obras pues se encontraba en serios «apuros de dinero». Pero no quedaron ahí los comentarios de este último, también le expresó que este grave desajuste presupuestal se debía a los excesivos gastos efectuados en «la fiestecita de Pansi», sobrenombre con el que ambos se referían a Alberto J. Pani, a cargo de la cartera de Relaciones Exteriores. Según cálculos del propio De la Huerta, las celebraciones patrias de 1921 habían tenido un costo de once millones de pesos, con lo que, según afirmaba, prácticamente se había agotado la reserva disponible.

Vasconcelos compartía las críticas hacia Pani, a quien culpaba de haber sido el principal promotor de las fiestas y causante del desequilibrio económico sufrido por el Gobierno obregonista. Era, afirmaba, el «malhora» de esa administración, quien por falta de trabajo en la cancillería se había inventado el negocio del «patriotismo retrospectivo». Además, concluía en tono descalificador que la conmemoración no había tenido ningún sentido, pues nunca antes se habían homenajeado los sucesos del plan de Iguala ni volvería a hacerse. Por tanto, concluía de manera contundente: «Aquel Centenario fue una humorada costosa y el comienzo de la desmoralización que sobrevino más tarde».36

Pero ¿qué había de cierto en las consideraciones del Rector? ¿Realmente las fiestas patrias del año de 1921 habían mermado las finanzas estatales? Si bien para entonces los ánimos revolucionarios se habían atemperado, las celebraciones provocaron malestar y descontento entre un sector importante de la opinión pública, ya que, entre otros motivos, las veían como una celebración del porfiriato pero sin don Porfirio. En las cámaras, por ejemplo, se criticaba acremente el uso de facultades extraordinarias otorgadas al ejecutivo, lo cual permitió los excesivos gastos aprobados para el centenario: «Ustedes creen, preguntaba el diputado por Querétaro, José Siurob, que si el Ejecutivo no tuviera facultades extraordinarias, se habrían atrevido [sic] a estar dando grandes cantidades de dinero para congresos fulanos y menganos, de los cuales no conocemos hasta la fecha ni sus resultados?».37 Por su parte, el diputado Uriel Avilés era más directo al calificar a las fiestas como un «solemne ridículo» que, a manera de epílogo, dejaría «sin un centavo las arcas de la nación».38

Aunque no todas las críticas provenían de la representación nacional. Federico Gamboa refiere en su Diario que la situación financiera era tan apremiante que el Gobierno de Obregón tuvo que imponer un gravamen especial para sortear los gastos que demandaban las celebraciones,39 recurso que seguramente generó malestar social y, por supuesto, mayores críticas a la decisión del presidente de llevar adelante las fiestas conmemorativas. Por su parte, Alberto J. Pani, en un recuento retrospectivo del estado de la hacienda pública en septiembre de 1923, explica que, al hacerse cargo de dicha secretaría, encontró un déficit de más de cuarenta y dos millones de pesos, cifra que no incluía los adeudos heredados de ejercicios anteriores. Es decir, de acuerdo con Pani, dos años después del centenario, el país se encontraba al borde de una inminente catástrofe financiera.40 Mucho más cercano a nuestro tiempo es la versión que nos brinda Leonardo Lomelí Venegas quien afirma que «casi todos los testimonios de la época coinciden en señalar a 1921 como el peor año de la depresión para la economía mexicana», lo cual explicaría los malabarismos que el Gobierno tuvo que hacer para costear los gastos de los festejos del centenario.

Si bien las conmemoraciones de la patria no fueron la única causa de la crisis hacendaria con la cual cerró la Administración del presidente Obregón, es claro que Vasconcelos nunca estuvo de acuerdo con los enormes gastos que aquellas significaron, pero ante la decisión del primer mandatario y la madeja de intereses vinculada a su realización, probablemente optó por la solución más conveniente: involucrarse lo menos posible para, desde esta posición, estar en posibilidades de enjuiciar, con total libertad, a quien o quienes considerara responsables del desajuste económico que provocarían. Pero aunque no lo confiesa de manera explícita seguramente temía que los cuantiosos recursos que demandarían las festividades redundarían en detrimento del capital disponible para echar a andar la Secretaría de Educación Pública, su verdadera obsesión.

Con motivo del discurso que pronunció en la toma de posesión al cargo de rector (1920), expresó el espíritu que lo animaba y el verdadero peso que para él tenía la universidad. Con toda seguridad sorprendió a los integrantes de la institución y a la comunidad en general al declarar que, de acuerdo con su conciencia, debía lograr la transformación radical de la ley de educación pública entonces vigente, producto de «la más estupenda de las ignorancias», y crear un ministerio federal abocado a dicha materia, fundamental para el futuro de México. Señalaba el rector en tono profundamente crítico que él no se conformaría con recibir un buen sueldo y ocupar un cargo que halagara su vanidad; tampoco justificaría su paso por la rectoría «conceder borlas doctorales a los extranjeros ilustres que nos visiten y presidir venerables consejos que no bastan para una centésima de las necesidades sociales».41

Su función rectoral tendría características muy distintas a las de sus predecesores; reprobaba las instituciones de cultura del país, las que desde su punto de vista se encontraban en el «período simiesco», ya que en lugar de servir al pueblo, como era su deber, únicamente pretendían engañar a los extranjeros. Por tanto, concluía de manera fulminante que él no trabajaría por la Universidad sino que le pedía a la «Universidad que trabajara por el pueblo». Había llegado el momento –aseguraba– de que la institución creada por Justo Sierra devolviera a los mexicanos algo de lo mucho que había recibido de estos. Por tanto esperaba que esta colaborara en la creación de un ministerio de Educación Federal, meta vertebral de su Administración. Para finalizar, invitaba a la Universidad a unírsele en la cruzada por la educación que planeaba llevar a cabo, a no permanecer ajena, como hasta entonces lo había hecho, a los anhelos populares, a que abandonaran su torre de marfil y que sellaran un pacto de alianza con la revolución.42

 

Ante tal desideratum podemos explicarnos, al menos en parte, los motivos por los que Vasconcelos reprobó de manera tan tajante el que, en 1921, la clase política se comprometiera a la realización de unas fiestas que, si bien emborracharían a la ciudad y deslumbrarían a la República como él dijera, no aportarían nada a la solución de los peores enemigos de México: la pobreza y la ignorancia de su pueblo.

1. El Universal, 9 de septiembre, 1921, en el «Suplemento conmemorativo del primer Centenario de nuestra Independencia». Citado por Clementina Díaz y de Ovando: «Las fiestas del “Año del Centenario: 1921”», en México: Independencia y soberanía, México, Secretaría de Gobernación, Archivo General de la Nación, 1996.

2. Annick Lempérière y Lucrecia Orensanz: «Los dos centenarios de la independencia mexicana (1910-1921): De la historia patria a la antropología cultural», en Historia Mexicana, 45(2), pp. 320 y 346; citado por Virginia Guedea: «La Historia en los centenarios de la Independencia: 1910 y 1921», en Asedios a los Centenarios (1910 y 1921), México, Fondo de Cultura Económica, UNAM, 2009, p. 102. La idea es planteada tiempo atrás por Alberto J. Pani, ministro de Relaciones Exteriores de Obregón, considerado por sus contemporáneos como uno de los principales impulsores de las celebraciones. Véase Alberto J. Pani: «Del presidente De la Barra al presidente Obregón», en Apuntes Autobiográficos, tercera edición, Senado de la República, 2003, p. 282.

3. Pedro Castro: Álvaro Obregón: Fuego y cenizas de la revolución mexicana, México, Ediciones Era, 2005.

4. Pedro Castro: Álvaro Obregón: Fuego…, op. cit.

5. De acuerdo con Elaine C. Lacy, en una junta del gabinete que tuvo lugar en Chapultepec el 16 de abril de 1921, se determinó que debido a la escasez de fondos federales la celebración sería simple y poco onerosa, abierta a todas las clases sociales, y que se invitaría a los gobernadores a organizar las festividades apropiadas en sus Estados. Lacy: «Obregón y el Centenario de la consumación de la Independencia», Boletín, 35, Fideicomiso Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, sep.-dic., 2000, p. 3.

6. Clementina Díaz y de Ovando: «Las fiestas del “Año del Centenario: 1921”», en México: Independencia y soberanía, México, Secretaría de Gobernación, Archivo General de la Nación, 1996, p. 103; y Aurelio de los Reyes: Cine y sociedad en México 1896-1930. Bajo el Cielo de México, vol. II, 1920-24, p. 119, tomada de Miguel Alonzo [sic] Romero: Un año de sitio en la presidencia municipal, México, Editorial Hispano Mexicana, 1923.

7. La Comisión Organizadora de las Fiestas del Centenario se conformó desde el mes de mayo con el fin de atender con toda eficacia el programa oficial y armonizar los diferentes actos que llevarían a cabo las distintas secretarías y departamentos de Estado. Sus integrantes, designados por el Consejo de ministros, fueron: el general Plutarco Elías Calles, secretario de Gobernación, el ingeniero Alberto J. Pani Arteaga, secretario de Relaciones Exteriores, posición desde la cual presidió el Comité Ejecutivo o Técnico y, por último, Adolfo de la Huerta, secretario de Hacienda y Crédito Público. A la vez y para darle mayor eficacia a las tareas de organización, la Comisión nombró un Comité Ejecutivo, integrado por otras tantas distinguidas personalidades: Emiliano López Figueroa (presidente), Martín Luis Guzmán (secretario) y los diputados Carlos Argüelles (tesorero) y Juan de Dios Bojórquez (vocal). Con el fin de favorecer el sentido popular que se quería dar a la fiesta, se invitó a los gremios, asociaciones, ateneos, y toda clase de agrupaciones particulares, además de los representantes de los principales periódicos citadinos para que aportaran ideas, patrocinaran y desarrollaran algunos números del programa. Véase Díaz y de Ovando, op. cit, p. 104.

8. Durante el siglo XVIII se empezaron a realizar las «jamaicas», fiestas populares reprobadas por algunas autoridades civiles y eclesiásticas pues, según afirmaban, estaban constituidas por «escandalosos y sacrílegos» bailes como: La llorona, El rubí, El pan de manteca o El Jarabe. Véase Juventino Rodríguez Ramos: Historia de México, Grupo Editorial Patria, 2018, p. 163.

9. Aurelio de los Reyes: Cine y Sociedad…, vol. II, p. 119. El jurado del concurso estuvo conformado por prestigiadas figuras del medio político-cultural: Manuel Gamio, Jorge Enciso, «artista muy conocido por sus notables trabajos como dibujante de asuntos nacionales y especialmente indígenas; Aurelio González Carrasco, literato de justa reputación y uno de los autores teatrales que más se han distinguido en el género de zarzuelas populares; Carlos M. Ortega, autor teatral también que ha [compuesto] obras de marcado sabor vernáculo; y Rafael Pérez Taylor, antiguo redactor de La Convención junto con Heriberto Frías, crítico de cine y reportero de los aspectos sórdidos de la vida metropolitana». Véase: «Fue nombrado el Jurado calificador para el concurso de la India Bonita», en El Universal, 12 de julio de 1921, p. 9.

10. Aurelio de los Reyes: Cine y Sociedad…, vol. II, p. 120.

11. «Cómo vio “Martín Galas”, con todo su optimismo, las Fiestas Centenarias, el lujo y el cinismo», en México: Independencia y soberanía, p. 186.

12. Sobre este punto, Gabriel Zaid comenta: «José Vasconcelos no llegó a secretario de educación por las armas, ni por tener un paquete de votos importante en un régimen parlamentario, ni por los libros, sino porque quiso el general Obregón». Gabriel Zaid y Daniel Cosío Villegas: Imprenta y vida pública, México, Fondo de Cultura Económica, 2014, 182 pp.

13. Para entender las prioridades que en ese momento movían el ánimo de Vasconcelos, es importante recordar que apenas el 5 de septiembre de 1921 el Congreso había aprobado la Ley de Creación de la Secretaría de Educación Pública.

14. José Vasconcelos: «Un Centenario forzado», en El Desastre, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 42. También en La creación de la Secretaría de Educación Pública, presentación de Alonso Lujambio, México, INEHRM, 2011, 88 pp.

15. Memoria de la Semana del Niño, México, Departamento de Salubridad Pública, 1921, 264 pp. Particularmente a Alberto J. Pani le interesaba de manera especial dicha temática, sobre la que en 1916 publicó el texto denominado La Higiene en México, edición en castellano de la Biblioteca de Acción Mundial, 1916.

16. El espíritu popular que caracterizó a las celebraciones de 1921 estuvo presente en buena parte de los festejos, como puede observarse en la excursión a Teotihuacán de los visitantes extranjeros y los más destacados representantes del gobierno mexicano. Para que esta visita no quedara como una simple prerrogativa de las élites, el jueves 15 de septiembre a las 8:00, 9:00 y 10:00 AM salieron de la Estación del Ferrocarril Mexicana «trenes de recreo» para transportar a todas las personas que quisieran visitar esa zona arqueológica. Véase Álbum gráfico del centenario: 27 de septiembre de 1821-27 de septiembre de 1921, ed. por Vicente Gallegos Liceaga, México, Talleres del Hogar, [1921], [s. p.]

17. De acuerdo con las «Bases» establecidas para la realización de dicho certamen se registraron 4 temas, aunque desafortunadamente, nuestra fuente de información no los precisa con claridad. El premio, la «Flor Natural» concedida al primer tema fue para el autor del poema intitulado «El alma de los jardines», Jaime Torres Bodet. Cabe destacar que estos no fueron los únicos Juegos Florales que formaron parte del Programa de celebraciones; poco antes, el 9 de septiembre en el Teatro Arbeau tuvo lugar la premiación del certamen del mismo nombre, solo que en esta ocasión fue organizado por el periódico El Universal.

18. «Informaciones de la Prensa», en Boletín de la Universidad Órgano del Departamento Universitario y de Bellas Artes, IV Época, t. III, núm. 7, diciembre de 1921, pp. 140-142.

19. Por lo escueto de la información registrada en el Álbum Gráfico, la nota sobre este evento se asemeja a la redacción de un telegrama, como si no quisiera abundarse en sus detalles: «8:30 p.m. –Juegos Florales en el Teatro Iris. Organizados por la Universidad Nacional. Asiste el C. Presidente de la República».

20. El Demócrata, 23 de septiembre, 1921. Citado por Clementina Díaz y de Ovando, p. 153. El poema de Torres Bodet, denominado «El alma de los jardines», evocaba los distintos «jardines» o etapas que suele cruzar el hombre a lo largo de su vida: la niñez, el internado, la correspondiente a los primeros idilios y la de la muerte.

21. José Vasconcelos: «Un Centenario forzado», en El Desastre, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, pp. 39-43. La primera edición de este libro se llevó a cabo por Botas en 1938.

22. Boletín de la Universidad Órgano del Departamento Universitario, IV Época, t. III, n.º 7, diciembre de 1921, p. 59. Si bien en este impreso se mencionan las fechas arriba indicadas, en su página 76 se afirma que «el 20 de octubre clausuró sus sesiones la Primera Internacional de Estudiantes. Sus labores […] sin duda serán un estímulo para los compañeros que se reúnan en Buenos Aires, pues se distinguieron tanto por la animación de sus debates, que fue sostenida hasta el último momento, como por la gravedad de los temas resueltos, por la generosidad del lirismo que penetraba los espíritus nuevos en él congregados y por el verdadero acercamiento espiritual que se ha empezado a realizar en la juventud del mundo, ya consciente de la responsabilidad de su misión humana…».

23. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional de Estudiantes celebrado en México en 1921», Revista de la Universidad, 14, México, UNAM, diciembre de 1931, p. 184.

24. Enrique Krauze: Daniel Cosío Villegas: Una biografía intelectual, México, Tusquets, 2001, pp. 39-42.

25. Gabriel Zaid y Daniel Cosío Villegas: Imprenta y vida pública, México, Fondo de Cultura Económica, 2014.

26. Enrique Krauze: Daniel Cosío Villegas…, p. 42. Si creemos en la palabras de Gabriel Zaid, aunque la figura central del Congreso fue Vasconcelos, el que realmente asumió el trabajo duro de la organización del evento fue Daniel Cosío Villegas, quien por entonces tenía veintitantos años de edad pero ya contaba con bastante experiencia en terrenos de política estudiantil.

27. Entre los delegados adherentes estaban: Ramón Beteta Quintana, Manuel Sandoval López, Manuel de la Torre, Manuel Gómez Morín, Vicente Lombardo Toledano, Alfonso Caso y Octavio Medellín Ostos. Pacheco Calvo, op. cit., p. 186.

28. La convocatoria la firmaron los miembros de la Federación de Estudiantes: Daniel Cosío Villegas, presidente; Raúl J. Pous Ortiz, jefe del departamento de propaganda; Rafael Fernández del Castillo, secretario del exterior; Carlos Pellicer Cámara, jefe del departamento técnico y Francisco del Río y Cañedo, jefe del departamento social. Véase Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional de Estudiantes en México en 1921», Revista de la Universidad, 14, diciembre de 1931, México, UNAM, pp. 184-192.

29. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional de Estudiantes celebrado en México en 1921», Revista de la Universidad, 14, diciembre, México, UNAM, 1931, pp. 184-185. Según este autor, se estableció que los debates serían públicos, las reuniones plenarias y al menos teóricamente, los idiomas oficiales del congreso serían inglés, alemán, francés y español, aunque en la práctica se concretaron exclusivamente a este último, tanto por la ausencia de asistentes que dominaran las demás lenguas como por las fallas organizativas del evento, cuya convocatoria se dio a conocer solo dos meses antes de la fecha inaugural del evento.

 

30. Enrique Krauze: Daniel Cosío Villegas…, pp. 42-43.

31. «El primer Congreso Internacional de Universitarios», Revista de la Universidad, 14, diciembre, México, UNAM, 1921, p. 70.

32. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional…», pp. 70 y 188.

33. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional….», pp. 186-187. El autor cita el caso de Alemania y Suiza, representadas por algunos profesores del Colegio Alemán radicados en México, cuyo escaso dominio del español les impidió captar la atención de sus pares.

34. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional…», p. 191.

35. Enrique Krauze y Daniel Cosío Villegas: Una biografía intelectual, op. cit., p. 45.

36. José Vasconcelos: La creación de la Secretaría de Educación Pública, op. cit., 2011, pp. 88-89.

37. Diario de Debates, Legislatura XXIX, Año II, n.º 3, México, 2 de septiembre de 1921.

38. Diario de Debates, Legislatura XXIX, n.º 12, 23 de septiembre de 1921.

39. Carla Zurián: «Noticias oficiales y crónicas incómodas: La Prensa durante las fiestas del centenario (1910-1921)», en línea: <http://historiadoresdelaprensa.com.mx/hdp/files/256/pdf> (consulta: 26 de junio de 2019). Las palabras textuales de la autora son las siguientes: «Es ya un hecho el impuesto del Centenario que se mete en todos los bolsillos. Comercio, industria y tutti quanti, nadie ha dicho pío. Carencia absoluta de carácter, lo mismo en lo individual que en lo colectivo».

40. Alberto J. Pani: Apuntes autobiográficos I, México, Senado de la República, 2003, pp. 292 y 293.

41. José Vasconcelos: «Discurso con motivo de la toma de posesión del cargo de rector (1920)», en José Vasconcelos y la Universidad, México, Universidad Nacional Autónoma de México (primera edición, 1983). Introducción y selección de Álvaro Matute, pp. 57-62. Textos de Humanidades, 36.

42. José Vasconcelos: «Discurso…», p. 59.