Reproducción social y parentesco en el área maya de México

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Pensemos en el haancab que ha sido documentado entre los mayas macehuales de Quintana Roo y de prácticas análogas entre otros grupos mayas y de otras partes del país (Robichaux, 2005, p. 251). Al respecto, no cabe duda de que el servicio de la novia —es decir, que el novio resida en casa de esta última y trabaje para su suegro durante meses o más de un año— es lo mismo estructuralmente que el pago o precio de la novia. Nadie podría pensar que los antiguos mayas eran una sociedad igualitaria, pues la evidencia arqueológica es contundente contra una caracterización así. Podría ser que, al disolverse los Estados mayas por catástrofes, entre las que la Conquista sería una de varias, importantes principios patrilineales que ya existían cobraron una mayor importancia y sirvieron para reemplazar funciones que antes realizaba el Estado. Ante la ausencia o poca presencia del Estado, como en el suroeste de China, los grupos patrilineales cumplían funciones a cargo del Estado en otras sociedades. Además, las unidades patrilineales han sido reportadas entre los campesinados de todos los Estados arcaicos preindustriales, como la antigua India, Egipto y China (Goody, 1976), lo mismo que el principio patrilineal entre los actuales descendientes de distintos grupos lingüísticos del imperio incaico, así como en múltiples fuentes del siglo xvi del México central (Robichaux, 2005, 2007).

En esta discusión hay que distinguir entre el sistema de parentesco como fundamento de la organización social en una sociedad sin Estado, como lo pensaba Radcliffe-Brown, y la operación de principios patrilineales en formaciones sociales particulares, con o sin Estado. Este último punto se refiere al planteamiento de Rodney Needham que, como vimos arriba, rechazó la noción de “sistema de parentesco”, prefiriendo definir el parentesco como un término multiusos que abarca una serie de rasgos muy específicos. Evans-Pritchard, en su trabajo sobre los nuer en Sudán, consideraba el sistema segmentario de clanes, linajes máximos y linajes mínimos como el “sistema político”, ya que cumplía funciones del Estado, incluyendo las del derecho penal y civil. Pero también se refirió a mar que consistía en las relaciones entre parientes, tanto matrilineales como patrilineales (Evans-Pritchard, 1977). El punto que quiero destacar aquí es que, si entiendo bien, la conclusión a la que se llegó en el seminario “Herencia de la Conquista” de que “el parentesco no era un principio organizativo importante en Mesoamérica”, aludía a la ausencia de clanes y de terminologías muy diferentes de la nuestra como la descrita por Guiteras Holmes (1968). La implicación es que los sistemas terminológicos donde no había esa supuesta correspondencia con costumbres y la organización de grupos no eran “interesantes”, para usar las palabras de Sol Tax. Esta concepción de parentesco, o sistema de parentesco, dejó fuera de la mirada las prácticas de las personas, sobre todo entre los grupos donde no había “sistemas interesantes”, pero también donde sí los había, como por ejemplo algunos grupos mayas.

Sin embargo, conviene señalar varios puntos al tratar de comprender cómo operaban y operan los principios patrilineales en la realidad, sobre todo por los distintos momentos en el tiempo que trata la bibliografía pertinente y la amplitud y variedad del espacio geográfico ocupado por los diferentes grupos de filiación mayense. Hay que recordar la distinción clásica de Nicholas Hopkins en su análisis del parentesco maya entre filiación, herencia y sucesión, frecuentemente olvidada. Filiación (llamada descendencia por otros autores) se refiere a la transmisión de la pertenencia a un grupo, herencia es la transmisión de bienes y sucesión es la transmisión de cargos, como sucede entre los monarcas (Hopkins, 1988, pp. 88-89). En el modelo de Goody, la filiación en África sirve para dar acceso a la tierra y se contrapone a la herencia que en Eurasia opera donde hay propiedad individual; pero en los grupos mayas hay casos en que ambas están presentes, operando en ámbitos distintos. En todo caso, esta especificación tiene que tomarse en cuenta cuando se abordan los aspectos del parentesco maya relativos a la dimensión vertical, es decir, las relaciones entre una generación y otra, las cuales se manifiestan en la filiación, la herencia y la sucesión.

Los principios patrilineales reportados ampliamente en la investigación etnohistórica y etnográfica de muchos grupos mayas —y en varios capítulos de este libro— se han prestado a la aplicación de un modelo de parentesco asociado con las sociedades sin Estado. A pesar de la crítica de Andrés Medina (1975, p. 210) de la aplicación de la teoría de filiación (descent theory) a un pueblo de Tlaxcala por Hugo Nutini, ese modelo ha sido útil para ordenar los materiales etnográficos en Chiapas. Pero Medina tiene razón al señalar las posibles distorsiones al imponer un modelo sobre una realidad particular y la aparente contradicción entre este tipo de organización y la presencia del Estado (1975, p. 210). En cuanto al primer punto, surge el problema cuando se intenta encasillar de manera rígida en un modelo una realidad empírica, lo cual puede llevar a distorsiones. Pero la aplicación del modelo bilateral a la mayoría de los grupos lingüísticos de Mesoamérica también llevó a distorsiones e impidió ver los importantes principios patrilineales en la residencia y herencia que no se reflejaban en la terminología. Es por esto que he destacado los problemas inherentes en la noción de sistema de parentesco y en aislar el parentesco del resto de la realidad empírica. En cuanto al segundo punto, el problema de la incompatibilidad entre una organización estatal y un sistema segmentario —de clanes o linajes, como en Los nuer de Evans-Pritchard— es real. Pero al respecto hay que recordar que en la China imperial había agrupaciones denominadas “clanes” o “linajes”, aunque no cumplían las mismas funciones que en una sociedad con aparato estatal. Habría que pensar que la disminución de la autoridad de un Estado central o su colapso después del apogeo maya en el periodo Clásico, y la dificultad de los españoles en dominar completamente a los mayas, favorecieron la manifestación de los principios patrilineales que se plasmaron en unidades que han sido descritos en términos de clanes y linajes.

Autores como Susan Gillespie (2000) seguramente tienen razón al criticar este tipo de caracterización, específicamente el modelo linajero entre los antiguos mayas. Sin embargo, esta autora va de un modelo desarrollado para abordar sociedades sin Estado a otro, al abogar por la aplicación del concepto de sociedad de casas de Lévi-Strauss a los antiguos mayas. Cabe recordar que el estructuralista francés, ante ciertas incongruencias en las descripciones de los turok del norte de California y los kwakiutl de Columbia Británica, buscó conceptualizar su organización social en términos de casas nobles europeas, y de ahí desarrolló su modelo de sociedad de casas. Se trata de un procedimiento algo distorsionado, pues Lévi-Strauss desarrolla un concepto tomado de una sociedad estratificada para aplicarlo a una sociedad sin Estado, y Gillespie, en lugar de describir a las casas nobles mayas en términos de las europeas directamente, toma la versión aplicada a sociedades sin Estado. En su crítica y muy amplia revisión de trabajos de parentesco sobre los mayas, señala acertadamente que el uso de “linaje” al referirse a los mayas en el siglo xvi no corresponde al uso antropológico en la teoría de la filiación de la antropología social británica (Gillespie, 2000, p. 471). No obstante, describir a toda la antigua sociedad maya tanto en términos de linajes como en los de una sociedad de casas equivale a cambiar una distorsión por otra. ¿Las agrupaciones patrilineales de los campesinos mayas pueden equipararse a las casas nobles en la antigua Florencia? Una cosa es cuestionar la aplicación de un modelo hecho para la “organización política” —como Evans-Pritchard (1977) llamó al sistema de clanes y linajes de los nuer— a una sociedad estratificada, pero reemplazarlo con otro desarrollado para el mismo tipo de sociedad y tomado originariamente de sociedades estratificadas me parece un desperdicio de energía. No se puede negar que había linajes o casas nobles entre los antiguos mayas, pero describir a la sociedad entera como sociedad de casas es olvidar que los campesinos no podían acoger en palacios a sirvientes y otros dependientes clientelares como sucedía en las casas nobles europeas o entre los mismos señores mayas. Yo no pretendo resolver estos debates que, además, son ajenos a lo que se ha planteado en este libro, pero creo que vale la pena tener cuidado y no olvidar que en los esfuerzos por caracterizar el parentesco maya y dar nombre a fenómenos empíricamente observables ha habido una disparidad en los significados de los conceptos. Un claro ejemplo, aparte del linaje, son los esfuerzos por conceptualizar el ch’ibal, como señala la editora del libro en el primer capítulo.

Los trabajos de este libro que detallan distintas prácticas parentales sirven para llenar un importante vacío en los estudios de parentesco en Mesoamérica en general y entre los mayas en particular. Siguen la tendencia de no abstraer el sistema de parentesco del todo social, sino de ver qué hace el parentesco y a qué y en qué circunstancias operan los principios patrilineales, justamente por haber dejado de lado el supuesto de “sistema de parentesco”. Los trabajos de este libro muestran la importancia de los principios patrilineales en la conformación de los grupos domésticos, los grupos locales de parentesco y para ordenar el territorio, aspectos capitales de la producción y reproducción social de los campesinos indígenas objeto de los capítulos. Algunos de esos aspectos fueron ya conocidos, pero el grado de detalle que nos ofrecen los autores en esta obra al explicar sus diversos métodos de investigación inspira confianza en sus datos. Estos métodos han dado como fruto descripciones y análisis dinámicos, gracias a la aplicación flexible de conceptos y el rescate de términos locales en lengua vernácula, a veces con el uso de traductores, o por investigadores que manejan la lengua. Además, algunos de sus métodos son novedosos y se insertan en un proceso de observación participante.

 

En este sentido, los capítulos del libro son de cierta forma análogos a los del libro Dividends of Kinship, que muestra cómo el parentesco es utilizado para realizar una variedad de actividades entre distintos grupos humanos (Schweitzer, 2000). Es también la misma tendencia de Larissa Lomnitz y Marisol Pérez Lizaur (1993) en su investigación sobre una familia de empresarios de la Ciudad de México. Las relaciones del parentesco fueron el centro del análisis que permitió la comprensión de aspectos particulares del capitalismo mexicano. Así, en los trabajos de este libro, queda patente cómo distintos componentes del término multiusos “parentesco” son empleados por varios grupos de filiación lingüística mayense, y entran en juego para resolver distintos desafíos de la producción y la reproducción étnica.

Finalmente, quisiera destacar que la búsqueda de soluciones a problemas prácticos puede producir un acervo de conocimiento útil para quien pretenda implementar programas de desarrollo sustentable, a la vez que contribuye a una mejor comprensión de la operación y utilización del parentesco en varios ámbitos de la vida de diversos grupos de filiación mayense. Los trabajos de investigación que conforman este libro se han apoyado en amplios conocimientos de los estudios de parentesco en el área maya. Además, dada su colaboración en una institución cuya misión es contribuir al desarrollo sustentable, a través de la formación de investigadores y la generación de conocimientos mediante la conjunción de aportes de distintas disciplinas, los autores de este libro ameritan nuestras felicitaciones por producir también lo que podría considerarse como “ciencia básica”. Los retos de la realidad los guiaron hacia las prácticas parentales, lo que hacen las personas que dicen ser parientes. En el proceso nos aportan una valiosa información que nos da una visión más clara del parentesco maya que los estudios antropológicos. Esto se debe al hecho de fijarse en procesos a partir del concepto de reproducción de los grupos de parentesco, y observar la realidad en los espacios en que se congregan los parientes. Es un logro que debemos celebrar porque convierte en realidad viejos anhelos de la mejor tradición de la antropología mexicana.

Febrero de 2021

Literatura citada

Carsten, J. (2000). After kinship. Cambridge: Cambridge University Press.

Evans-Pritchard, E. E. (1977 [1940]). Los nuer. Barcelona: Anagrama.

Fox, R. (1985 [1967]). Sistemas de parentesco y matrimonio. Barcelona: Alianza.

Gillespie, S. (2000). Rethinking ancient Maya social organization: replacing “lineage” with “house”. American Anthropologist, 103(3), 467-484.

Goody, J. (1976). Production and reproduction. Cambridge: Cambridge University Press.

Guiteras Holmes, C. (1968 [1952]). Organización social. En S. Tax (Ed.), Heritage of conquest (pp. 97-118). Nueva York: Cooper Square Publishers.

Hopkins, N. (1988). Classic Mayan kinship systems: epigraphic and ethnographic evidence for patrilineality. Estudios de Cultura Maya, XVII, 87-121.

Joyce, R. A. y Gillespie, S. D. (2000). Beyond kinship. Social and material reproduction in house societies. Filadelfia: University of Pennsylvania Press.

Kroeber, A. (1909). Classificatory systems of relationship. Journal of the Royal An­thro­po­log­ical Society of Great Britain and Ireland, 39(Jan.-Jun.), 77-84.

Needham, R. (1974). Remarks and inventions. Skeptical essays about kinship. Londres: Tavistock.

Kuper, A. (2001 [1999]). Cultura. La versión de los antropólogos. Buenos Aires: Paidós.

Lomnitz, L. y Pérez Lizaur, M. (1993). Una familia de la élite mexicana, 1820-1980. Parentesco, clase y cultura. México: Alianza.

Medina, A. (1975). Introducción a los estudios de parentesco en México. Anales de An­tro­pología, 12(1), 197-223.

Morgan, L. H. (1987 [1977]. La sociedad primitiva. Madrid: Ayuso.

Olavarría, M. E. (2019). La gestación para otros en México. Parentesco, tecnología y poder. México: UAM/Gedisa.

Peletz, M. (1995). Kinship studies in late twentieth-century anthropology. Annual Review of Anthropology, 24, 343-372.

Romney, A. K. (1967). Kinship and Family. En R. Wauchope (Ed.), Handbook of Middle American Indians (Vol. 6, pp. 207-237). Austin: University of Texas Press.

Radcliffe-Brown, A. R. (1986 [1941]). Estudio de sistemas de parentesco. En A. R. Radcliffe-Brown. Estructura y función en la sociedad primitiva (pp. 63-106). Barcelona: Planeta-De Agostini.

Robichaux, D. (2005). Principios patrilineales en un sistema bilateral de parentesco: residencia, herencia y el sistema familiar mesoamericano. En D. Robichaux (Comp.), Familia y parentesco en México y Mesoamérica: unas miradas antropológicas (pp. 167-272). México: Universidad Iberoamericana.

Robichaux, D. (2007). Sistemas familiares en culturas subalternas de América Latina: una propuesta conceptual y un bosquejo preliminar. En D. Robichaux (comp.), Familia y diversidad en América Latina. Estudios de casos (pp. 27-75). Buenos Aires: CLACSO. http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/grupos/robichaux/03-Robichaux.pdf

Schneider, D. (1974). A critique of the study of kinship. Ann Arbor: University of Michigan Press.

Schweitzer, P. (2000). Dividends of kinship. Meanings and uses of social relatedness. Lon­dres: Routledge.

Introducción

Erin I.J. Estrada Lugo

Reproducción social en el área maya: lo que las personas hacen

En este libro colocamos en el centro del análisis a los grupos de parentesco locales en el área maya del sur del país, se muestran sus relaciones y arreglos en los grupos domésticos y en familias rurales campesinas. Una de sus características más notables es su respuesta a la acelerada transformación económica, social y política que ocurre en su entorno inmediato, regional e internacional. Esa respuesta tiene distintas orientaciones con arreglos sociales variados que tienen como base, de acuerdo con los casos analizados, las relaciones de parentesco que sustentan sus estrategias de reproducción y producción.

La información que ofrecemos en esta obra deriva de investigaciones con grupos tseltales, tsotsiles, mames, lacandones, chuj y mayas yucatecos, cuyo arraigo histórico con sus territorios es profundo. Son trabajos que podemos ubicar en la discusión de la reproducción social, es decir, en lo que las personas hacen para asegurarse la vida, por lo que se privilegia el análisis de las actividades y relaciones en el seno de los grupos parentales, las que se dan entre estos mismos y las que ocurren entre ellos y su entorno. Por tanto, damos cuenta de las transformaciones de estos grupos parentales en sus ámbitos inmediatos, es decir, espacios de vida en donde ocurren procesos domésticos visibles bajo las formas de transmisión de bienes y derechos, organización del espacio residencial y comunitario y los acuerdos para llevar a cabo actividades de producción (prácticas y ceremoniales).

Lo que se aprecia es que los procesos domésticos implican una intrincada red de relaciones sociales, donde el papel del parentesco cumple una importancia de primer orden en términos de las formas de comportamiento que sustentan la transmisión de la herencia, de bienes, derechos y conocimientos, así como el patrón de residencia y la constitución de grupos domésticos y de acción. Tales relaciones se proyectan en el territorio en unos y en otros, se observan en la transformación de actividades de producción que de por sí llevan a cabo en ellos, y en la adopción de otras nuevas que, además de las dedicadas al sector primario, también involucra la de servicios.

Respecto a la producción agrícola y sus implicaciones para la economía campesina, concordamos con Carton de Grammont et al. (2009), en cuanto a que a partir de las dos últimas décadas del siglo xx, en las áreas rurales del país se ha vivido la transición de una sociedad donde la agricultura era el eje de la reproducción, a una sociedad rural donde esa actividad coexiste con otras de carácter económico, de manera que a veces la agricultura es la de menor peso para la población económicamente activa o se le sustituye por otras actividades. Este acelerado proceso no ha hecho que desaparezca la agricultura, sino que más bien han crecido los ingresos no agrícolas entre los grupos domésticos rurales.

En el marco del modelo neoliberal se han dado paulatinamente tanto bajos precios de los productos agropecuarios, como el fin del reparto agrario, aunque el crecimiento demográfico ha seguido su curso. Las políticas de ajuste estructural, la instauración del neoliberalismo y el creciente sistema financiero especulativo, la expansión de los mercados a nivel mundial (globalización), las consecuencias en el modo del acercamiento y uso del mundo natural (con la privatización y la mercantilización de la naturaleza), han reconfigurado la organización del trabajo y la vida en general hacia nuevas formas de relaciones de poder y de explotación para continuar con el modelo de acumulación capitalista (Gil, 2012; Puello-Socarrás, 2015; Durand et al., 2019).

Estos procesos han llevado a los grupos locales de parentesco, es decir, a los grupos domésticos y sus familias, a la diversificación de las actividades de sus miembros, sobre todo de las asalariadas. Si bien en la economía campesina han existido en el pasado otras actividades complementarias, el cambio central ha sido reconocer que la agricultura era la que ordenaba y daba sentido a la vida de los grupos y familias rurales campesinas. Pero esta centralidad se ha sustituido por el trabajo asalariado, aunque sin perder del todo la función de productor agropecuario. Ahora tenemos grupos y familias rurales que, por ejemplo, viven del trabajo asalariado, migran y se desempeñan en otras alternativas económicas, además de depender en gran medida de los programas gubernamentales de asistencia social. México es el segundo país con mayor éxodo rural en el mundo: 12.3 millones de personas viven o van a trabajar al extranjero, y de estos la mayoría pertenecen a ese sector poblacional y envían remesas para mantener o completar las condiciones de vida y la producción agrícola en territorios también rurales (Durand, 2016).

Por lo anterior, es pertinente una mirada más atenta a lo que sucede en el seno de los grupos domésticos rurales a fin de develar el destacado papel de las relaciones de parentesco en una variedad de arreglos, que, aunque relacionados con contextos específicos, su origen puede interpretarse en un sistema común al área mesoamericana (Robichaux, 1995). Lo que muestran los capítulos de esta obra son los procesos domésticos en constante evolución, incluyendo el análisis de los espacios, las relaciones y su proyección en el territorio para distinguir los procesos relacionados con la reproducción social.

Es relevante la diferente o divergente apropiación del patrimonio trasmitido de una generación a otra en relación con la propiedad y la organización de los espacios producidos por las relaciones de parentesco, en ella prevalece la residencia con contigüidad, lo cual implica configuraciones espaciales de las unidades de residencia con ausencia de límites físicos, un rasgo inherente a la propiedad colectiva de los pueblos originarios. La práctica de herencia de la tierra en un contexto de propiedad colectiva hace posible la relación orgánica entre usufructo y acceso a un recurso generado socialmente en las parcelas, donde además se favorece el intercambio de conocimiento. Como veremos, estas unidades de organización social campesina ordenan y norman el territorio en las comunidades indígenas de esta parte del país.

Es importante distinguir las especificidades de las unidades sociales, esto es: la familia, el grupo doméstico y el grupo local de parentesco. La primera se entiende como la unidad con lazos de afinidad y consanguinidad. El grupo doméstico, en cambio, se puede conformar por parientes primarios o por generaciones de padres e hijos con residencia común hasta el crecimiento de los segundos; también puede estar formado por varias familias nucleares, entre las que, además de la consanguinidad, comparten residencia y actividades conjuntas, y relaciones por afinidad y parentesco ritual, esenciales en la vida familiar y comunitaria (Bender, 1967).

 

Los grupos locales de parentesco, en palabras de Robichaux (2008, p. 85), consisten “en conjuntos de viviendas alrededor de un mismo patio, o en un mismo vecindario o barrio, o paraje donde por lo general, los hombres son emparentados por el vínculo agnaticio y sus esposas provienen de otros grupos similares”. Este mismo autor señala que es en el “contexto de esta unidad local de parentesco que se realizan algunas de las relaciones sociales más importantes que en economía agrícola puede ser la unidad productiva; es generalmente la unidad social entre cuyos miembros se coopera para llevar a cabo rituales diversos”. La composición y activación (en acción) dependerá de las relaciones de parentesco, solidaridad, cooperación, reciprocidad, de trabajo y de alianzas económicas, políticas y religiosas que están sujetas a cambios en el tiempo configurando dinámicamente la estructura del grupo, aunque su principio básico organizador son las relaciones de parentesco (Robichaux 1995, p. 406). No hay que olvidar, asimismo, que las condiciones productivas locales y comerciales, la política agropecuaria nacional, la dinámica macroeconómica nacional e internacional, los polos de trabajo de corte salarial, entre otros, son factores que inciden en diferentes planos y con diversos grados en la dinámica de los grupos domésticos (Netting, 1993).

Aquí reconocemos que dichas unidades sociales pueden ser un espacio de negociación con sus propios valores, comportamientos y acuerdos con una profundidad histórica específica, pero también de desacuerdos y tensiones. En efecto, se trata de espacios donde las relaciones se recrean constantemente, en los que se lleva a cabo la esencial transmisión de conocimientos agrícolas y del entorno natural del que forman parte, se aprenden y practican los valores compartidos o se realizan ceremonias y rituales de trascendencia familiar y comunitaria. También ahí se resienten las influencias, tendencias y presiones de las esferas económicas y sociales más amplias con efectos devastadores para los grupos domésticos cuya flexibilidad y adaptación se pone a prueba.

Es en tal marco de ideas que el propósito de este libro consiste en atender interrogantes básicas acerca de lo que hoy en día son las familias, los grupos domésticos y los grupos locales de parentesco en el área maya del sur de México; la intención es mirar de cerca las relaciones que les permiten a hombres y mujeres vivir y sobrevivir de manera conjunta sin olvidar que responden a contextos regionales que imponen transformaciones en sus modos de vida impactándolos en su producción y reproducción social.

Queremos llevar la mirada a los procesos domésticos, a su expresión actual que abre nuevos campos de análisis e interrogantes académicas que permiten escudriñar los papeles hegemónicos de los géneros, problematizar quiénes, cómo y en qué condiciones hombres y mujeres —en áreas rurales bajo un panorama generalizado de desprotección, violencia, opresión y degradación socioambiental— sobreviven en un mundo moderno capitalista, patriarcal y colonial (Martínez, 2019). Poner sobre la mesa interrogantes acerca de los arreglos sociales de las unidades sociales, de sus transformaciones, del tipo de articulaciones que tienen sobre el cuidado de la vida, cómo la valoran, cómo van construyendo sus estrategias y alternativas que sean justas, equitativas, comunitarias orientadas al mantenimiento, regeneración y reparación socio­ambiental para generar procesos amplios en que la sostenibilidad de la vida sea una responsabilidad colectiva (Vega et al., 2018).

El libro se organiza en ocho capítulos además de esta introducción. En el primero, desde un acercamiento histórico, se rastrean los principios organizativos de las unidades o arreglos sociales en la cultura maya, y se presenta la permanencia e importancia de una determinada unidad social: el grupo de parentesco local, que se conforma por familias extensas patrilocales que funcionaban como una unidad económica cooperante y de producción que continuó durante la época novohispana.

En el segundo capítulo, Edith Cervantes Trejo indaga en el proceso de reproducción social de los grupos tseltal y tsotsil, del grupo localizado de parentesco y de cómo él repercute en la organización del territorio de las comunidades y municipios del sur de México. La autora nos detalla un proceso donde son evidentes los principios patrilineales de herencia y en la propiedad colectiva, lo cual permite una socialización de conocimientos horizontal e intergeneracional.

En el tercer capítulo, Abraham Sántiz Gómez y sus colaboradores nos presentan los cambios ocurridos en las estrategias de vida rural de grupos familiares y sus ts’umbaletik en Oxchuc, para el periodo 1986-2018. Sus hallazgos señalan que los grupos familiares son sujetos sociales activos que transforman sus estrategias de vida rural y resignifican la visión de la lekil kuxlejal (vida buena) con un cambio sociocultural heterogéneo en el marco del sistema económico actual.

En el cuarto capítulo, Oseguera, Bello Baltazar y Estrada Lugo analizan en Tziscao, municipio de La Trinitaria, Chiapas, cómo el ecoturismo facilita y estimula diversos cambios en la reproducción social y la organización para el trabajo de los grupos domésticos de los chujes, lo que ha generado cambios en el sistema de herencia y residencia, y propiciado otros arreglos para afrontar una actividad económica nueva no agrícola.

En el quinto capítulo, Gloria M. Suárez y sus colaboradores, retomando el grupo maya lacandón, abordan la configuración de las relaciones entre hombres y mujeres a la luz de la perspectiva de género cuando fue inserto el ecoturismo. Analizan el proceso productivo y el reproductivo al interior de los grupos domésticos, cuestionando el supuesto equilibrio entre las actividades productivas y reproductivas. Este capítulo nos da cuenta de que la división de actividades corresponde en realidad a los papeles hegemónicos de género, es decir, que se reconoce la influencia de la mujer dentro de los grupos domésticos, pero su trabajo se invisibiliza en los procesos reproductivos y más aún en los productivos ubicados ahora en los centros ecoturísticos. Así, los autores ponen de manifiesto que las actividades de la mujer se trasladan y extienden del grupo doméstico al centro ecoturístico.

En el capítulo sexto, Diana Trevilla y sus colaboradores se encargan de analizar el trabajo de cuidados en los grupos domésticos en Tenejapa, Chiapas. Desde la economía feminista y la teoría de género, cuestionan acerca de la importancia del estudio del trabajo de cuidados para la sostenibilidad de la vida. Para ello utilizan el abastecimiento de aspectos básicos en la vida cotidiana: alimentos, leña y agua, y concluyen que el proceso de la reproducción social recae sobre todo en las mujeres e invitan a seguir con esta línea de investigación para visibilizar y discutir las posibles transformaciones en las relaciones sociales para lograr una sociedad más justa e igualitaria.

En el séptimo capítulo, Ubaldo Bolom Gómez, junto con otros autores, estudian la transición de la alfarería al bordado en cuatro generaciones de mujeres en Amatenango del Valle, Chiapas, lo cual acometen revisando y analizando los roles de género y las genealogías, además de haber realizado entrevistas y trabajo etnográfico. Como principales hallazgos destacan que las mujeres encuentran dificultades para seguir trabajando en la alfarería, resultándoles más práctico dedicarse al bordado, lo que ha propiciado la transición de una actividad a otra en la que el papel de actores externos es clave para continuar con tales labores. También nos hace notar este grupo de autores que pasar de una actividad de producción y consumo doméstico a otra orientada al mercado ha provocado un cambio en los valores de colaboración y ha dado lugar a la competencia y la individualización.