Reproducción social y parentesco en el área maya de México

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En el octavo capítulo, José Alfonso López Gómez y sus colaboradores nos llevan al espacio de la cocina mam de cinco comunidades vecinas del volcán Tacaná para presentarnos cómo, a pesar de las políticas de modernización y efectos de la globalización, conservan su patrimonio etnogastronómico. Cómo es que en la unidad social de la familia se perpetúa, actualiza y resignifica un conocimiento etnogastronómico en la cocina. Con etnografía, entrevistas semiestructuradas y observación, se documentan los cambios en el espacio de la cocina en las dimensiones físico-arquitectónica, funcional-simbólica, social y cultural. Estos autores nos señalan que la estructura física de la cocina mam se ha modificado, y con ello el espacio social abierto y multifuncional ha mudado a uno privado, utilizado principalmente por mujeres, limitado a la preparación de alimentos. Ahora la comensalidad que antes se realizaba en la cocina se ha trasladado al comedor. Y que el fogón, elemento con carga simbólica, mantiene su papel en la elaboración de los guisos, aunque podría ser desplazado. Lo que persiste y se perpetúa es la función de este espacio en la transmisión del patrimonio etnogastronómico.

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Ahora bien, al registrar lo que la gente hace, como una forma de analizar las relaciones de parentesco, Estrada (2011) señala tres características para el grupo maya macehual de Quintana Roo: la forma de herencia, la organización del espacio doméstico (residencia) y productivo, y la organización de grupos de acción para las prácticas agrícolas y ceremoniales. Estas relaciones sociales, al ser proyectadas en el espacio local, dan cuenta de la forma de apropiación del territorio y de los cimientos sociales de la comunidad. En conjunto, son el fundamento de la reproducción social de los grupos domésticos.

Los estudios que reúne este libro parten de analizar lo que la gente hace. Los procesos de cambio en los distintos casos pueden interpretarse como aquellos que conectan los ámbitos domésticos o familiares con los que se generan en la interacción entre grupos domésticos y que resultan en la continua construcción del propio territorio (figura 1).

La reproducción social de los grupos domésticos rurales está condicionada por la intervención de políticas públicas y la demanda creciente del mercado de productos y, recientemente, del de servicios. Los efectos son evidentes en las diferentes esferas de la vida de los grupos domésticos, que son, concomitantemente, procesos de cambio: el territorio propio, el cambio sociotécnico y la resignificación de la vida. No se trata de esferas aisladas, pues en conjunto son la base de la reproducción social de los grupos domésticos (figura 1).

Figura 1. Reproducción social de los grupos domésticos


Fuente: Elaboración propia.

Los grupos locales de parentesco, los grupos domésticos rurales, y las familias —de los cuales se da cuenta en los diferentes capítulos— no responden al ideal de los antropólogos del siglo xx, se trata de unidades sociales sometidas a una fuerte presión de procesos que ocurren fuera de su control y que propician transformaciones y adaptaciones en varios aspectos, a saber:

1 La organización del trabajo exige a mujeres, jóvenes y ancianos mayor cantidad y calidad para resolver las necesidades económicas.

2 Por lo tanto, los papeles tradicionales en el seno doméstico han cambiado tanto en la esfera productiva como en la participación en el mercado de trabajo.

3 Dedicarse a la actividad agrícola y/o agropecuaria es una decisión condicionada por la necesidad del trabajo asalariado fuera de la comunidad de lo que un efecto es la disminución de la importancia relativa de la agricultura.

4 Un efecto similar ocurre cuando los grupos domésticos rurales hacen del turismo su principal actividad, llegando incluso a pagar jornaleros para la labor agrícola.

Por otro lado, a pesar de las transformaciones, los grupos locales de parentesco, los grupos domésticos rurales y sus familias constituyen aún un espacio eficiente en el que sus miembros hallan refugio ante fenómenos naturales como huracanes, plagas, el cierre del mercado de trabajo o las consecuencias de la pandemia de covid-19, lo cual muestra la alta flexibilidad de dichas unidades sociales y su capacidad de soportar esas eventualidades fortaleciendo sus vínculos primarios; aunque también es pertinente reconocer que pueden tener límites y que llegado esto podrían erosionarse las relaciones sociales del sistema de parentesco e incluso poner en riesgo su reproducción social.

Pero estas unidades sociales todavía son el espacio social creador y recreador de las relaciones sociales esenciales que sustentan los procesos domésticos, los cuales pueden nutrirse de otras influencias o ser desplazados y sustituidos por otras formas de relación, y aun así, será posible ser reconocido como parte del grupo local de parentesco, del grupo doméstico o de las familias.

En los casos que se analizan en este libro y en nuestros estudios recientes, se constata que la adaptación de dichas unidades sociales es flexible pero lenta, que muestran cambios sutiles respecto a procesos más amplios como en la demanda de mano de obra barata para el mercado de trabajo en centros urbanos, o en el mercado de productos por la alta fluctuación de precios, aunado a la voracidad de intermediarios e industrias cuyos impactos súbitos alteran directamente a sus diferentes miembros, por ejemplo, ante la migración prolongada de un familiar, su ausencia articula las dinámicas internas dirigidas a su reproducción social, lo que acarrea cambios e innovaciones en las relaciones intergeneracionales; sin embargo, ser parte de un grupo dentro de un sistema de parentesco les permite afrontar y garantizar su reproducción social, ya que el sistema de parentesco es central como eje organizador, estructurador y regulador de las relaciones sociales al interior de las unidades sociales en estas sociedades indígenas campesinas rurales.

Literatura citada

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1. Parentesco y organización social entre los mayas: perspectiva histórica

Erin I.J. Estrada Lugo

Introducción

La evidencia histórica es uno de los pilares que le dan sostén a la organización basada en el parentesco, uno de los elementos del núcleo de la cultura maya; por ello, reconocer su papel en el análisis social es relevante porque coloca la evolución de la organización de los grupos domésticos mayas contemporáneos en su correcta dimensión. Constituye, asimismo, una fuente inapreciable para identificar las es­pecificidades de la organización maya que es un punto de partida para proponer sistemas de organización propios de las culturas mesoamericanas, que en la actualidad mantienen una relación “viva” y mutua con el entorno natural en una mutua transformación mediante un uso continuo.

Este capítulo, con base en la revisión de trabajos de historiadores, etnólogos, antropólogos y arqueólogos, expone los ámbitos del parentesco relevantes en la reproducción social del grupo maya. Cabe destacar que se centra en gran medida en los estudios sobre los mayas de la península de Yucatán, aunque se trae a la discusión investigaciones acerca de otros grupos mayas.

En variados grupos mayas opera un importante principio pa­tri­líneal1 manifiesto en la formación de los grupos locales de paren­tesco. En este sentido, el papel del parentesco en las formas de comportamiento que sustentan la transmisión de derechos y de bienes, el patrón de residencia y la formación de grupos de acción,2 son objetos de interés para comprender la relación entre los mayas y el espacio que habitan, usan y reproducen. Pero, ¿lo que se observa en algunos grupos mayas en la organización social actual es manifestación de una tradición cultural de gran arraigo y ampliamente difundida? Esta es la interrogante que guía el presente capítulo.

 

El texto se divide en tres apartados. El primero es una introducción general sobre los grupos de la cultura maya. El segundo aborda la discusión en torno al sistema de parentesco, la transmisión de derechos y bienes, la propiedad y la herencia, las transformaciones de la organización social en la Conquista, así como la residencia y la formación de los grupos locales de parentesco y los grupos de acción. El tercero se ocupa de la proyección de las relaciones de parentesco en los espacios.

Sociedad maya prehispánica

Para los actuales mayas, el mundo que los rodea se ha modificado a lo largo de su historia. Se han dado cambios no solo en su entorno físico con la introducción de nuevos animales domésticos, cultivos y formas de manejo, sino también en sus condiciones materiales de vida y en sus relaciones con la sociedad mayor.

Sin embargo, al igual que otros estudiosos (Farris, 1984; Bartolomé, 1988; Bracamonte y Sosa y Solís Robleda, 1996; Restall, 1997), es posible sostener aquí que los mayas se han amoldado a dichos cambios debido a su capacidad de adaptación sin destruir sus estructuras básicas, recreando o transformando algunos elementos de su organización social y sus formas de apropiación del espacio donde coexisten.

La sociedad maya ha utilizado los recursos de la selva desde sus orígenes hasta nuestros días, lo que atestigua la investigación histórica y arqueológica (Patch, 1979; Farris, 1980; Coe, 1988; Bracamonte y Sosa y Solís Robleda, 1996; Sullivan, 1998; Alexander, 2000, entre otros).

Se ha señalado que hubo pobladores en el área maya desde hace 11 000 años, aunque poco se sabe de esta fase de ocupación. Antes del año 2000 a. de C. debieron haber existido sencillos horticultores, cazadores y los primeros agricultores de maíz. El ascenso de la civilización maya tuvo lugar a partir del año 300 a. de C. con una cultura elevada y grandes ciudades con su diferenciación social (Coe, 1988, pp. 40, 50).

Los mayas ocupaban tres zonas: 1) al sur, las tierras altas de Guatemala y Chiapas, la llanura costera a lo largo del Pacífico y la mitad occidental de El Salvador, país este último donde la ocupación fue relativamente tardía y con un fuerte influjo mexica; 2) la central, que abarca el departamento guatemalteco del Petén, Tabasco y sur de Campeche en México, Belice y porciones de Honduras, muestra los elementos típicamente mayas: bóveda acanalada, techo combado, cuenta larga y la escritura jeroglífica, entre otros; 3) la norte, en la llanura caliza y baja de la península de Yucatán, la cual comparte rasgos con la zona central, pero específicos por las posibilidades agrícolas limitadas locales, la ubicación de los asentamientos humanos y su relación con la distribución de los cenotes y la influencia mexica (Coe, 1988, p. 28).

Fray Diego de Landa (1986, pp. 130,153) refiere que los mayas de Yucatán tenían actividades como la milpa, el policultivo de maíz, frijol y calabaza, el huerto hortícola en la milpa y el huerto familiar aledaño a la vivienda; también cita diferentes técnicas: arboricultura, horticultura, kanche o estructura de cultivo aérea, granocultura, floricultura, fertilización orgánica, además de la cría y domesticación vegetal y animal. Los mayas extraían del monte materiales de construcción y fibras, insumos medicinales, lo necesario para las ceremonias, el ornato y el curtido, leña, tintes, alimentos vegetales y aquello que usaban para la fabricación de instrumentos de trabajo; aprovechaban además la vegetación para la cría de abeja melipona.

Los mayas practicaban también la cacería con ayuda de perros adiestrados y herramientas, como el arco, la flecha, atlatl, dardos, cerbatanas y trampas, con las que capturaban venados, cerdos salvajes, guajolote silvestre, perdiz y guajolote, pichón, codorniz y pato silvestres. De especial importancia era la recolección de la resina del árbol de copal y de cortezas para dar sabor al balche’ (bebida), ambos utilizados en ceremonias religiosas. Otras de sus actividades fueron la pesca con redes de arrastre, caña y anzuelo, arco y flecha, además de haber sido los mayores productores de sal en Mesoamérica con salinas costeras que se extendían desde Campeche hasta isla Mujeres (Coe, 1988, p. 199).

La evidencia arqueológica indica la presencia de sistemas agrícolas intensivos en el área maya: a) campos elevados en las cuencas de los ríos Candelaria en Campeche y Hondo en Belice, similares a las chinampas del valle de México, que probablemente tuvieron la función de mantener libre de inundaciones al terreno cultivado, y tal vez dar lugar a ciertas formas de irrigación e incluso funcionar como transporte de productos agrícolas a través de los canales que drenaban los campos; b) terrazas en el río Bec con el fin de contener la erosión, acumular suelo y aumentar el tiempo de uso de los terrenos (Turner, 1974).

La interpretación arqueológica de Pohl (1995, pp. 411, 439) advierte sobre la relevancia de la agricultura en el desarrollo de la competencia política maya durante el Preclásico, cuando las tierras inundables eran altamente deseables y en las que se cavaron canales para modificar el ambiente, esto es, para drenar la zona de raíces de los cultivos en la época de lluvias y proveer de agua en la época seca. De igual modo, hacia el Preclásico tardío se construyeron diques para controlar el aumento de los niveles del agua. Los principales cultivos fueron el maíz, el algodón, la calabaza y el frijol. El control sobre el excedente agrícola, a través del estricto sistema religioso y militar, fue esencial en el ejercicio del poder de las élites dominantes.

Si este desarrollo existió, debió terminar en el siglo x debido al colapso de la parte central de las tierras bajas por causas todavía desconocidas; los españoles ya no encontraron tales sistemas intensivos.

Otros estudiosos han planteado que los mayas lograron mantener una alta densidad poblacional, a la vez que conservaron la diversidad biológica de sus áreas de selva y bosque. Para lograrlo, utilizaron técnicas variadas de manejo, tales como los huertos familiares, los ecosistemas forestales naturales, campos elevados y la milpa (Hernández X., 1959; Gómez-Pompa et al., 1982, 1987, 1990; Gómez-Pompa, 1987; Remmers y Koeyer, 1989).

Esas técnicas de manejo se practicaban en las casas o alrededor de las comunidades en forma de manchas, pero de manera integrada, lo que explica la presencia de selvas “naturales” útiles en la zona maya. Esta silvicultura se caracterizó por proteger, cultivar, seleccionar e introducir árboles en diversos ámbitos productivos de modo que jugó un papel esencial en el éxito obtenido y en la conservación biológica y ecológica del área y sus recursos.

Aunque el maíz y otros productos de la milpa han sido la base de la alimentación, esta se complementaba, como hoy en día, con los vegetales y animales del huerto o solar familiar y de las huertas diversificadas, así como con aquellos procedentes de la recolección, la caza, la pesca y de la colocación de productos tropicales en el mercado, como el caso del palo de tinte o la caoba.

Los estudios arqueológicos, etnológicos y la historiografía de la región coinciden en señalar que, además del amplio conocimiento del medio, la organización que permitió a los mayas tener un amplio abanico de actividades para el uso diversificado de los recursos naturales estaba en la relación del territorio con el sistema de parentesco y el sistema político (Beals, 1932; Roys, 1943, 1957, 1979; Haviland, 1972; Adams, 1977; Farris, 1980, 1984; Thompson, 1987; Coe, 1988; Hopkins, 1988; Chase y Chase, 1996; Restall, 1997). En su base pueden identificarse unidades en las que valores de linaje3 y relaciones de parentesco se constituían en relaciones políticas en determinadas situaciones; aunque, si bien los grupos políticos y los de linaje no eran del todo idénticos, se daba una correspondencia entre ellos. Esta relación se explica con mayor amplitud en el siguiente apartado.

Sistema de parentesco entre los mayas

Arqueólogos, lingüistas e historiadores, mediante el estudio de los glifos mayas y con base en la obra de fray Diego de Landa, sostienen que el sistema de parentesco jugó un papel fundamental en la sociedad maya. Para Hopkins (1988), en el estudio del parentesco maya ha habido una gran confusión entre las reglas de filiación, herencia y sucesión, ya que se ha asumido que los patrones percibidos en uno de los dominios pueden ser proyectados en los otros. Este autor observa que las reglas de filiación determinaban al grupo social de parentesco al que uno pertenecía; las de herencia fundaban normas para la transmisión de bienes y propiedad, y que las de sucesión trataban con la transferencia del poder político. Las tres no son necesariamente lo mismo.

En este sentido, para identificar el arreglo social familiar de los mayas en el siglo xvi, la investigación de Roys et al. (1940) para los mayas de Cozumel en 1570, es básica. En esta fuente se indica que el tipo de grupo de parentesco predominante era constituido por varias familias emparentadas entre sí, que habitaban bajo el mismo techo o en grupos de viviendas pequeñas formando una unidad (Roys et al., 1940, p. 14). Estos grupos patrilocales4 son lo que Haviland (1972, p. 8) llama “linajes localizados o clanes” y Nutini (citado por Hopkins, 1988, p. 91) “clanes exógamos patrilineales”.

Roys et al. (1940, p. 16) citan una carta de fray Lorenzo de Bienvenida de 1548: “Apenas existe una casa que contenga un solo vecino [jefe de familia…] cada casa tiene dos, tres, cuatro, seis y algunos todavía más; y entre ellos existe un paterfamilia que es el que representa la casa”.

Estos autores detallan, casa por casa, el censo de Cozumel levantado en 1570, mostrando que cada una de las 39 casas que integraban los pueblos de San Miguel y Santa María, estaban ocupadas por grupos domésticos que variaban de dos a ocho parejas. Los autores citan otros documentos del siglo xvi que muestran una situación similar entre los pueblos de la región de Tizimín en la parte oriental de Yucatán.

Algo semejante se encontró en zonas vecinas, como en la chontal que ocupaba el sur del actual estado de Campeche, donde el censo de Tixchel levantado en 1571 mostró el mismo tipo de familia extensa (Villa Rojas, 1992, p. 236).

Juan Villagutierre (citado por Villa Rojas, 1992, p. 236), al referirse a los itzaes de Tayasal de la parte norte de Guatemala, dice que al ser conquistados en 1697, “en cada casa vivía todo un grupo de parientes tan grande como se podía”. Y Villa Rojas (1992) afirma, con base en sus trabajos etnográficos, que ese tipo de familia sería bastante común en Mesoamérica.

Ralph Beals (citado por Eggan, 1982, p. 122), con base en fray Diego de Landa, concluye que el texto de este fraile tiene sentido si asumimos un sistema “sib”, esto es, un sistema de clanes patrilineales exógamos no localizados. Alfred Tozzer (citado por Hopkins, 1988, p. 90) avala este argumento, porque en su trabajo de campo entre los lacandones observó que tenían clanes exógamos patrilineales no localizados totémicos.

En 1934, Fred Eggan publicó una terminología del parentesco con base en los datos de fray Diego de Landa y concluye que ellos indicarían un sistema de matrimonio del tipo de primos cruzados bilaterales y plantea como posible hipótesis: a) matrimonios de primos cruzados, b) clanes exógamos, e c) intercambio de hijas entre grupos domésticos. Y enfatizaba en que estas tres posibilidades no son mutuamente excluyentes o incompatibles, y que las tres se podían dar al mismo tiempo (Eggan, 1982, p. 120). Asimismo, y al registrar los nombres y las prohibiciones de matrimonio, este autor concluyó que la ter­minología indicaba matrimonio preferencial entre primos cruzados y que se mostraban grupos nombrados patrilinealmente que tenían deberes con relación al matrimonio, herencia y asistencia, amén de que no eran localizados (Eggan, 1982, p. 123).

Nutini (citado por Hopkins, 1988, p. 91), por su parte, sostiene que los datos de fray Diego de Landa eran suficientes para señalar que entre los antiguos mayas había clanes exógamos patrilineales no localizados, y agrega que, entre los mayas yucatecos del sur, los Verapaz, había una clara evidencia de ello.

 

En cuanto a los indígenas de Yucum y Petenacte, antepasados de los lacandones contemporáneos (De Vos, 2015. Citado por Ochoa, 2020, p. 14), se les describe con un patrón de asentamiento en grupos pequeños, aislados y temporales, con ausencia de un gobierno estructurado, religión de tipo familiar, con poligamia y endogamia.

Mientras que en relación con los chuj, se señala que se organizaban en grupos de parentesco esparcidos por el territorio y que mantenían una relación familiar y de linajes (Piedrasanta, 2009, pp. 26, 292).

Haviland (1972, p. 8), con datos arqueológicos, propone un sistema temprano de familias extensas patrilocales, una élite hereditaria con sucesión patrilineal y linajes localizados o clanes. Este mismo autor postuló que el desarrollo económico del Clásico debilitó la naturaleza corporada de los linajes y que sus miembros se dispersaron, lo que resultó en linajes no localizados o ch’ibal,5 registrado en el siglo xix.

Autores como Roys (1943), Tsubasa (1992), Restall (1997) y Bracamonte (2000) coinciden en que los ch’ibales eran grupos de filiación que trascendían el ámbito familiar para abarcar otros como el de tenencia de la tierra o el político, esto es, que conformaban subdivisiones integradas a facciones sociales y políticas al interior de los pueblos. Pero los historiadores que han analizado esta unidad proponen no confundirla con subunidades geopolíticas, como se ha visto al calpulli del centro de México (Bracamonte y Solís, 1996, pp. 63-64; Restall, 1997, pp. 29, 30).

El ch’ibal aglutinaba a los individuos en torno a determinados objetivos, con lo que se creaban redes de interdependencia con derechos y obligaciones mutuas; eran grupos de varones con sus esposas e hijos emparentados patrilinealmente que desplegaban lazos de solidaridad e involucraban a individuos que compartían el mismo patronímico. Los ch’ibales podían, en su interior, estar conformados por varias familias extensas que funcionaban como una unidad económica cooperativa y que en la mayoría de las veces se integraban como grupos residenciales de carácter patrilocal (Roys, 1943, p. 33; Restall, 1997, p. 17; Bracamonte y Sosa, 2000, p. 154).

Restall (1997, pp. 17, 29) ha destacado la posibilidad de que la organización de los ch’ibales generó entidades mayores que, a modo de parcialidades, constituían subdivisiones que se integraban con facciones sociales y políticas al interior de los pueblos. La articulación de los individuos a los ch’ibales se daba por las relaciones de parentesco y propiedad de la tierra, pues tenían dominio sobre una fracción de esta sobre la cual se exigía renta y servicios por su uso.

Para Bracamonte y Sosa (2000, p. 121), el acceso a la tierra era determinante para explicar la estratificación, los vínculos de sujeción y el acceso restringido al poder político. Los individuos que no eran miembros de un linaje se les asimilaba por relaciones políticas.

Pero aun cuando el dominio sobre una fracción de tierra explicaba la estratificación de los individuos sujetos al ch’ibal, Roys preguntaba, ¿por qué al interior de los ch’ibales había una jerarquización entre sus integrantes? Es decir, que a pesar de que en un ch’ibal había individuos que pertenecían a la nobleza y ejercían el poder, los beneficios económicos o políticos no llegaban por igual a todos los miembros de un patrilinaje (Roys, 1943, pp. 35, 36; Peniche, 2002, p. 33).

Tal acceso diferenciado a los recursos y al poder político se puede explicar por el principio de segmentación. Esto es, que los linajes tendían a subdividirse en grupos más pequeños —en ocasiones, familias extensas—, cada uno con genealogías de menor extensión hasta formar unidades o segmentos. Este principio perpetúa el sistema patrilineal, ya que cada hombre potencialmente puede originar un linaje (Middelton y Tait, 1968. Citados por Peniche, 2002, p. 34). Así, la distancia social entre los grupos puede concebirse como la existente entre las unidades del sistema de linajes. Dicho principio, señala Peniche (2002, p. 34), presenta al sistema político como si estuviera en equilibrio y se integrara por fuerzas opuestas, unas hacia la escisión y otras hacia la fusión, en una la propensión de los grupos a segmentarse y a combinarse con segmentos del mismo orden; es decir, que los grupos tienden a dividirse en partes opuestas y se fusionan relacionándose con otros grupos. La totalidad aparece entonces como unidad en un contexto y como segmentada en otro. Los linajes tienen la característica de existir en un estado de continua segmentación y oposición complementaria; cuanto más próximo se halle un segmento del linaje principal, mayor será su relación en cuestiones rituales, económicas y/o políticas (Fox, 1967, p. 117).