SS

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El 9 de noviembre, Hitler y sus seguidores marchaban hacia el grupo de Röhm cuando comenzó el tiroteo en la Residenzstrasse. El mismo día, el Reichskriegsflagge sufrió un ataque en el que murieron dos hombres. Tras la detención de Röhm y varios otros dirigentes de la organización, la policía desarmó a los militantes que quedaban y les permitió regresar a sus casas.14

Este acontecimiento fue decisivo en la vida de Himmler, pues lo hermanó con un grupo de hombres a quienes admiraba, le proporcionó una causa por la que luchar y satisfizo su ansia de participar activamente en conspiraciones políticas, de estar al corriente de lo que se urdía en algunos círculos. Lo cierto es que le complacía organizar continuamente no solo su vida, sino también las de su familia y sus amigos; algunos lo tenían por un entrometido. Esta cualidad la demostró también como miembro del Reichskriegsflagge.

Después del golpe, sus padres, preocupados, abrigaron la esperanza de que sentara la cabeza y reanudara su carrera profesional. No fue así. Lo que hizo desde entonces fue dedicarse por completo a mantener viva la llama del Reichskriegsflagge, ejerciendo de correo entre los grupos y los líderes nacionalistas que trataban de resucitar el movimiento. Se afilió al Partido Nacionalista de la Libertad –la organización, presidida por Gregor Strasser, que sustituyó al NSDAP– y pronunció varios discursos en la campaña de las elecciones de 1924. Se desplazó en motocicleta de una ciudad a otra, hablando ante públicos pequeños, tratando de ganar adeptos para la causa nacionalsocialista; lo que indica que ya abrazaba el antisemitismo extremo característico del movimiento. Por lo demás, seguía anotando minuciosamente sus lecturas, entre las que predominaban los panfletos antisemitas, los relatos míticos sobre el pasado heroico de su país y los tratados de ocultismo.15 Si adoptó un antisemitismo combativo fue, sencillamente, porque este formaba parte del discurso del movimiento al que se había incorporado. De joven no había pasado de ser un antisemita “moderado”, y su padre tenía varios amigos judíos. Pero las relaciones que entabló después de la guerra con nacionalistas radicales como Röhm lo llevaron, sin duda, a centrar su atención en el llamado “problema judío”. Es evidente que la propaganda antisemita que leyó entonces, especialmente cuando se mezclaba con la imaginería romántica alemana que venía fascinándolo desde niño, lo marcó profundamente.

Tampoco cabe duda de que Himmler sentía la necesidad imperiosa de amoldarse a los valores de todo aquel que respetaba o admiraba. De joven se había impregnado de las costumbres burguesas y católicas de su familia y sus amigos del colegio, y más tarde se había convertido en defensor apasionado –y hasta fanático– del nacionalismo radical y militarista que predominaba en su círculo de la universidad. Al ingresar en el movimiento nacionalsocialista abrazó con entusiasmo su antisemitismo virulento.

Su activismo a favor del movimiento no pasó inadvertido: en julio se le ofreció el puesto de secretario de Gregor Strasser. Este era vecino de Landshut, así que seguramente conocía a los Himmler de la temporada que habían pasado allí; pero no cabe descartar que Himmler fuera recomendado por Röhm u otro nacionalsocialista destacado. En cualquier caso, con tan solo veintitrés años estaba ya en la nómina del partido.16 Strasser era por entonces el presidente de la organización en la Baja Baviera, además de diputado del Landtag [parlamento regional] bávaro, y estaba creando lazos en el norte del país y en Renania con grupos afines al ideario nacionalsocialista. A Himmler se le encomendó, al parecer, la tarea de mantener unidas a las diversas organizaciones nacionalsocialistas semiclandestinas existentes en la Baja Baviera. A Strasser, su nuevo secretario le pareció “extraordinariamente entusiasta […]; es el suboficial perfecto. Visita todos los depósitos de armas secretos”.17

Tras las elecciones generales de diciembre, en las que fue uno de los pocos nacionalsocialistas que obtuvieron un escaño en el Reichstag, Strasser necesitaba apoyarse aún más en Himmler, así que lo nombró vicepresidente de la organización en la Baja Baviera: un ascenso notable, ya que esta región era uno de los grandes bastiones del nacionalsocialismo. Que a alguien tan joven como él se le pusiera, de hecho, al frente del partido en una zona así no deja lugar a dudas sobre su prestigio como administrador y organizador, ni sobre el carisma y la popularidad de los que gozaba entre los demás militantes (hubiera sido raro, por lo demás, que Strasser eligiese a un potencial adversario).

Himmler era, por tanto, la autoridad competente del partido cuando llegó a la Baja Baviera la circular de Schreck sobre las SS. Y era, además, el miembro número3 ciento sesenta y ocho18 de las SS desde el 2 de agosto (ingresó en la SA el mismo día). Como colaborador estrecho de Strasser estaba, sin duda, al tanto de lo que sucedía en la sede del partido, en Múnich, lo que explica que tuviera noticia de la nueva organización antes de que se anunciara su creación a la mayoría de los militantes.

Apenas se sabe nada de las tareas que desempeñó entonces para las SS, aunque es probable que dedicara tanto o más tiempo a otros grupos. Así, por ejemplo, dirigía la sección bávara de la sociedad Artamanen, organización agraria de corte nacionalista que propugnaba el asentamiento de granjeros alemanes en el este, una especie de empresa colonizadora. Seguramente le fascinó la condición de élite del nacionalsocialismo que se les atribuía a las SS, así como el hincapié que hacían estas en las actividades de inteligencia; pero no había ninguna razón para pensar que pudieran llegar a ser algo más que una pequeña escolta al servicio de los dirigentes del NSDAP. En julio de 1926 se hizo acompañar en Weimar por los miembros de su escuadra el “Día del Partido”, cuando se confió a las SS la custodia de la bandera de la sangre. Es de suponer, sin embargo, que su trabajo como lugarteniente de Strasser tuviera prioridad sobre la labor relacionada con la nueva organización.

En septiembre de 1926, Strasser fue nombrado jefe nacional de propaganda. No obstante, seguía muy ocupado en sus tareas parlamentarias y en organizar a los nacionalsocialistas del norte del país, por lo que Himmler se encargó de la mayor parte del trabajo propagandístico. Es a él a quien se atribuye la invención de la técnica consistente en saturar una zona con carteles, altavoces y activistas que iba a convertirse en el procedimiento habitual del NSDAP para hacer campaña. Y lo que no es menos importante: ese mes trabajó en la sede del partido en Múnich y tuvo, por tanto, la oportunidad de impresionar a los gerifaltes. Por aquel entonces, la mayoría de los militantes y dirigentes del NSDAP seguían siendo de clase media baja, así que un burgués instruido como Himmler destacó a buen seguro entre ellos.

Ese mismo año de 1926 conoció a la mujer con la que se acabaría casando. Margarete (“Marga”) Siegroth era hija de un terrateniente prusiano. Enfermera cualificada, había abierto con un ginecólogo judío una clínica privada en Berlín19 donde practicaban la homeopatía, la hipnosis y varias terapias alternativas más. Himmler la conoció en el vestíbulo de un hotel de Bad Reichenhall al que había ido a guarecerse de un chaparrón, y al parecer se quedó prendado de su cuerpo escultural, su cabello rubio y sus ojos azules. Poco importaba que fuese ocho años mayor que él, protestante y divorciada: se enamoró de ella a primera vista. Según Otto Strasser, perdió la virginidad con Marga; lo que parece verosímil,20 ya que siempre fue muy mojigato.

En septiembre de 1927 Himmler fue nombrado lugarteniente de Heiden. La elección era lógica hasta cierto punto: en su anterior trabajo, relacionado con la propaganda, se había servido de informes de las SS que describían con detalle las actividades de los enemigos de izquierdas y los rivales de derechas; además, era miembro activo del grupo casi desde su creación, y poseía aptitudes organizativas y capacidad de entusiasmo, cualidades útiles para el puesto. En cualquier caso, no tardó en hacer valer su autoridad: el 13 de septiembre emitió la “Orden nº 1”,21 que endurecía la normativa encaminada a asegurar que los miembros de las SS se presentaran en público vestidos siempre con el mismo uniforme, prohibiendo que llevasen ropa deportiva o lederhosen (pantalones de cuero típicos de Baviera), como había sucedido hacía poco, al parecer, en la celebración en Núremberg del Día del Partido. Otra directriz obligaba a las unidades locales de las SS a llevar a cabo al menos cuatro “actividades” cada mes, entre ellas canto y adiestramiento militar. Por último, se exigía a los comandantes de dichas unidades que remitieran a la sede del NSDAP información sobre las actividades políticas de los adversarios, las consignas y los planes secretos de los grupos de la oposición y los actos locales de especial interés; recortes de prensa relativos al partido, y también los nombres de judíos y masones destacados.22 En esta norma se adivinaba ya lo que llegarían a ser las SS: la principal fuerza de seguridad del Tercer Reich.

 

Himmler se convirtió pronto en el motor de la organización. Pese a seguir desempeñando tareas propagandísticas (fue, sin embargo, a Hitler a quien Strasser puso a cargo de la propaganda en los meses previos a las elecciones de la primavera de 1928)4, dispuso del tiempo y la energía suficientes para ir eclipsando a Heiden, quien, según Koehl, “parecía ahora que sobraba; se pasaba el día en la redacción del Observador [Popular], sin nada que hacer, como una reliquia de la época de los Freikorps”.23 Así y todo, las SS seguían siendo un grupo relativamente pequeño y desconocido; en cambio, la SA, la organización de masas dirigida por Pfeffer von Salomon, acaparaba la atención de los gerifaltes, cuya generación más joven tendía a apoyarse en ella en casi cualquier circunstancia, confiándole la mayor parte de las tareas dentro del movimiento.

A pesar de que trabajaba a tiempo completo para el partido, Himmler cobraba un sueldo bastante modesto. Después de su boda, en 1928, él y Marga utilizaron el dinero obtenido con la venta de la clínica para adquirir una pequeña granja en Waldtrudering, cerca de Múnich, donde pensaban complementar sus ingresos criando pollos. Sin embargo, y pese a su enorme interés por la agricultura, las responsabilidades de Himmler en el partido le impedían dedicar mucho tiempo a la granja y a su mujer. De hecho, el matrimonio pronto empezó a llevar vidas separadas, y así sería hasta la muerte de Himmler. Su única hija, Gudrun (conocida como Püppi), nació en 1929. Para entonces, su padre ya estaba muy ocupado urdiendo el plan que lo llevaría a convertirse en uno de los hombres más poderosos de Alemania.

IV
EL REFORMADOR

No hay constancia de las directrices precisas que recibió Heinrich Himmler al asumir el cargo de Reichsführer-SS el 20 de enero de 1929. En vista de la mediocre actuación de sus dos predecesores, seguramente se le encomendó la misión de renovar la organización y aumentar el número de miembros, que entonces estaba en doscientos ochenta, aproximadamente.1 Existían menos de setenta y cinco escuadras de protección, la más numerosa de las cuales estaba adscrita a la sede del partido, en Múnich, y comandada por Josef “Sepp” Dietrich, que llegaría a ejercer un papel decisivo en las Waffen-SS. Muchas escuadras estaban formadas por dos o tres hombres, por lo que no es de extrañar que los militantes del partido, en general, no tuvieran interés en incorporarse a una organización que aún estaba lejos de ser una élite dinámica.

Dietrich, un tipo campechano que había servido en el ejército y en la policía, formaba parte desde hacía poco del círculo íntimo de Hitler: el grupo de chóferes, guardaespaldas y recaderos conocido como Chauffereska. Nacido el 28 de mayo de 18922 en la aldea de Hawanagen, en la región meridional de Suabia, había ido al colegio durante ocho años y, tras trabajar en una granja y viajar brevemente por Europa, se había formado como aprendiz de hotelero en Suiza. Cuenta la leyenda que después había sido soldado de caballería y suboficial de las fuerzas armadas bávaras, incorporándose a las tropas de asalto1 en la Gran Guerra, y finalmente a la primera unidad de tanques del ejército alemán. La realidad es algo más prosaica. Es cierto que se alistó en el ejército bávaro en octubre de 1911, pero sirvió en un regimiento de artillería, y fue dado de baja al cabo de un mes tras caerse de un caballo. Posteriormente trabajó de recadero en una panadería, y cuando estalló la guerra se reincorporó al ejército, de nuevo como artillero; no sería transferido a las tropas de asalto hasta finales de 1916. Poco más de un año después pasó a ser tripulante de tanques Mark IV arrebatados a los británicos, sirviendo como tal hasta que terminó la guerra. No hay duda de que se le concedió la Cruz de Hierro de segunda clase en noviembre de 1917 ni de que fue herido varias veces antes del armisticio; pero, por lo demás, su historial de guerra no está nada claro. En 1945 era uno de los militares alemanes más condecorados, y varias de sus medallas afirmaba haberlas recibido en la Primera Guerra Mundial; pero su biógrafo no encontraría más tarde ninguna prueba de que se le hubiera otorgado la Cruz de Hierro de primera clase ni la Medalla al Valor austriaca.3

Su trayectoria posterior a la guerra es igualmente oscura. Formó parte, según aseguraría tiempo después, de varias unidades de los Freikorps –entre ellas la Oberland, durante el golpe de Múnich–; pero también trabajó, al parecer, de policía. Cabe suponer que falseó en gran medida su historial a finales de la década de 1920 y principios de la siguiente, a fin de ofrecer una imagen política favorable. Más tarde recibiría la medalla de la Orden de la Sangre, instituida por Hitler en 1933 en honor de quienes habían participado en el putsch, pero no hay constancia de su presencia en el golpe. Tampoco existen pruebas de que participara activamente en política antes de afiliarse al NSDAP en mayo de 1928 y a instancias de Christian Weber, para el que entonces trabajaba en una gasolinera. En cualquier caso, una semana después ingresó en las SS.

La falta de antecedentes políticos claros ha llevado a su biógrafo a suponerlo fundamentalmente apolítico.4 Esta hipótesis es insostenible. Dietrich no disentía en lo sustancial de las ideas expuestas por Hitler en los ampulosos monólogos que ensayaba ante la Chauffereska. Si conservó, como los demás miembros de este grupo, un lugar en las reuniones de todas las tardes en el café Heck de Múnich, no fue solo por su buen humor castrense, sino también porque aprobaba sin reservas las sandeces racistas que solían circular entre la concurrencia.

Los miembros de su escuadra eran fuertes y dinámicos, cosa más bien excepcional por entonces en las SS. Nadie, fuera de Múnich, creía capaz a esta pequeña organización de cumplir su misión primordial de proteger a la cúpula del NSDAP, y un buen número de militantes del partido la veía como un puñado de hombres encargados de vender periódicos y hacer campaña antes que como una élite cuasimilitar. Al menos no podían acusarla de absorber demasiados recursos, pues se autofinanciaba enteramente con fondos procedentes en su mayor parte de las cuotas de sus miembros, entre los cuales estaban los Fordernde Mitgliedern [miembros patrocinadores], o FM, que aportaban dinero pero no participaban en sus actividades. La presencia en este último grupo de unos cuantos judíos parece indicar que los FM no siempre lo eran por voluntad propia: las SS posiblemente recurrieron a la extorsión y al chantaje, lo mismo que hacían la SA y otras fuerzas paramilitares. Con todo, su presupuesto era muy limitado, y de ahí la escasez de personal administrativo.

De su gestión y organización se ocupaba, al parecer, exclusivamente Himmler, que trabajaba en la sede del NSDAP, situada en el número 50 de la Schellingstrasse, en Múnich, y era el único miembro de las SS que cobraba un salario (aunque bastante modesto: doscientos marcos al mes, que apenas alcanzaban para vivir) procedente de las arcas centrales del partido. En sus primeros meses como comandante en jefe, él mismo se encargó de redactar, corregir y mecanografiar cuantos documentos salían de la “sede” de las SS, lo que no debió de costarle demasiado esfuerzo al principio. Pero cuando empezó a crecer el grupo se vio desbordado y, a pesar de su profundo desprecio por la burocracia, no tuvo más remedio que aprobar el desarrollo de una enorme y compleja red de oficinas y personal.

Dentro del NSDAP, el mayor obstáculo a la expansión de las SS era la SA, de la que seguían dependiendo. Pfeffer von Salomon había incorporado a ella a antiguos compañeros de armas y camaradas de los Freikorps. Cumplía así la orden dictada por Hitler en 1926, a saber, hacer de la SA una organización más disciplinada y fácil de controlar, pero que conservase el tamaño suficiente para proyectar en la calle el poder del NSDAP. A cambio, había exigido que se reconociera su autoridad sobre las incipientes SS. Pese a que, como lugarteniente de Heiden, Himmler había intentado afirmar la independencia de los escuadrones con respecto a la SA, la sede de esta última dictó, el 12 de abril de 1929, el siguiente precepto: “Las SS son un grupo especial integrado en la SA. Están sometidas, en consecuencia, y salvo disposición especial, a las normas fundamentales de la SA”.5

No parecía haber otra solución para Himmler que fortalecer las SS reclutando nuevos miembros. A finales de 1929 había logrado, sin apenas ayuda de nadie, aumentar a mil el número de hombres, y poco después escribió a su viejo colega Röhm, con el que había seguido carteándose durante la estancia de este en Sudamérica, para comunicarle que confiaba en llegar a los dos mil antes de mayo de 1930.6

Esta expansión vino acompañada por reformas organizativas que continuarían hasta el final de las SS. Hasta entonces, cada escuadra había estado bajo el mando de un “oficial” que rendía cuentas directamente al comandante en jefe. Dada la ausencia de cargos y niveles intermedios, este prestaba, en teoría, idéntica atención a todas las unidades, lo que se haría imposible con el crecimiento de la organización. En agosto de 1929, las SS comenzaron, por tanto, a imitar el modelo de la SA: la unidad más pequeña pasó a ser la Schar [escuadra], formada por unos ocho hombres, y que se correspondía más o menos con una sección del ejército. Al frente de la Schar estaba el Scharführer [comandante de escuadra], equivalente a un sargento mayor. Tres escuadrones constituían una Trupp [tropa] de entre veinte y sesenta hombres encabezados por un Truppführer [comandante de tropa], y que equivalía a una sección de asalto. Tres tropas formaban una Sturm [compañía], bajo el mando del “oficial” de menor rango, el Sturmführer [comandante de compañía]; y tres compañías, un Sturmbann [batallón], encabezado por un Sturmbannführer [comandante de batallón]. El Standarte [regimiento] agrupaba a tres o cuatro batallones y estaba comandado por un Standartenführer [comandante de regimiento]. Dos o más regimientos constituían un Untergruppen [subgrupo] –que luego se denominó Brigade [brigada], y más tarde Abschnitt [división]–, bajo el mando de un Oberführer. Y un Gruppe [grupo] era la suma de varios subgrupos.2

Para implantar este modelo, Himmler recurrió en 1930 a la ayuda de Josias Erbprinz Waldeck-Pyrmont, que ejercería de ayudante general, administrador y tesorero.

Nacido en 1896, Waldeck-Pyrmont era el hijo y heredero del gobernante del principado homónimo. Además era sobrino de la reina Emma de Holanda y estaba emparentado por matrimonio con la familia real británica. Había servido como oficial de infantería en la Primera Guerra Mundial y, tras estudiar agronomía, se había hecho cargo de la administración de las propiedades familiares. En noviembre de 1929 había ingresado en el NSDAP, y, en marzo del año siguiente, en las SS, convirtiéndose en uno de los primeros aristócratas reclutados por Himmler, quien lograba así un éxito notable. El jefe de la organización tenía un enorme interés en presentarla como la élite del movimiento nacionalsocialista y de la raza alemana en general, y la mejor forma de crear esta imagen en una sociedad clasista era captando a miembros de la nobleza hereditaria. Apenas un mes después de incorporarse a las SS, Waldeck fue ascendido a Sturmbannführer, y al cabo de dos meses ya encabezaba un regimiento y ejercía de ayudante general de la SS-Brigade Bayern. En septiembre se convirtió en el principal ayudante de Himmler.7

En las elecciones generales de 1928, el NSDAP obtuvo 810.000 votos y 12 diputados de los 491 que formaban el Reichstag. En las de septiembre de 1930, obtuvo 6.371.000 votos y 107 escaños, convirtiéndose así en la fuerza parlamentaria más importante después de los socialdemócratas. Este avance espectacular se explica por varios factores.

 

Como ya hemos visto, el Plan Dawes de 1924 había contribuido a atajar la hiperinflación y proporcionado al país el estímulo económico que tanto necesitaba. Sin embargo, a finales de la década, las reparaciones de guerra seguían estrangulando la economía, y hubo un nuevo intento de resolver el problema, esta vez por parte del abogado estadounidense Owen D. Young. El Plan Young, aprobado en junio de 1929, reducía la cuantía total de las indemnizaciones a treinta y siete mil millones, y ampliaba el plazo de pago a cincuenta y nueve años; una solución que la comunidad internacional, en general, consideró favorable para Alemania, pero que indignó a la derecha nacionalista, que siempre había rechazado la idea de que su país hubiese sido el culpable de la guerra. El magnate de los medios de comunicación Alfred Hugenberg organizó una campaña en contra del plan, poniendo sus numerosos periódicos a disposición de Hitler. El sector más radical y hostil al capitalismo del NSDAP –encabezado por el hermano menor de Gregor Strasser, Otto– se mostró contrariado por esta alianza, de la que Hitler iba a sacar un gran provecho político y personal. Los militantes más combativos del partido consiguieron llegar a un público más amplio, y adquirieron un aire de respetabilidad del que habían carecido hasta entonces.

En medio de esta campaña de la derecha se produjeron dos acontecimientos que resultarían decisivos para el futuro del NSDAP y para el de Alemania. El 3 de octubre murió de un infarto, a los cincuenta y un años, el ministro de Asuntos Exteriores, Gustav Stresemann, que había dirigido la diplomacia alemana con moderación y buen criterio durante la mayor parte de la década de 1920. No quedaba en el país ningún estadista de estatura mundial, lo que no habría tenido demasiada importancia, quizá, de no haber sido por la crisis que estalló tres semanas más tarde.

El 24 de octubre se desató el pánico en la bolsa de Nueva York, cuando la venta masiva de acciones hizo desplomarse su valor, llevando a la ruina a bancos, empresas y particulares. Las consecuencias fueron gravísimas en todo el mundo, y especialmente en Alemania, cuya precaria economía dependía de los créditos concedidos por Estados Unidos. La amenaza de quiebra llevó a las entidades prestamistas a reclamar el reembolso anticipado del dinero, lo que precipitó al país en el caos. La hiperinflación de 1923 había depauperado a las clases no propietarias al acabar con sus ahorros; ahora se repetía el proceso, desencadenado esta vez por el desempleo.

Esta situación era la más propicia para la captación de adeptos por parte del NSDAP. Era la tercera catástrofe que Alemania sufría en once años –primero su derrota en la guerra, luego la inflación, y ahora la depresión–, lo que prestaba verosimilitud al discurso nacionalsocialista, que daba por fracasada la democracia de Weimar. A raíz de ello, aumentó de forma espectacular el número de afiliados al partido y a sus diversas organizaciones. A la gente corriente, por lo demás, ya no le daba miedo unirse al movimiento, ya que Hitler había optado por la vía de la legalidad después del putsch.

El programa de los nacionalsocialistas no tenía, en realidad, nada de original. El anticapitalismo lo compartían comunistas y socialdemócratas, y el nacionalismo era típico de los partidos de derechas. Ni siquiera tenían el monopolio del antisemitismo. Con todo, el NSDAP ofrecía una imagen de dinamismo y vitalidad que se echaba en falta en los demás partidos. Además afirmaba representar a la “generación del frente” –los hombres que habrían llevado a Alemania a la victoria en la guerra de no haber sido por la traición de judíos, comunistas y demás “criminales de noviembre”–, y prometía dejar atrás los fracasos del régimen de Weimar y recuperar los valores que habían hecho grande a Alemania.

Mientras la depresión económica impulsaba a los desempleados y, en general, a las personas de escasos recursos a unirse al nacionalsocialismo, este consiguió, con sus técnicas de propaganda, ganar adeptos en ciertos grupos sociales –iglesias, asociaciones empresariales y deportivas– hasta entonces inaccesibles, lo que benefició especialmente a las SS. Guardia pretoriana del joven movimiento, la organización dirigida por Himmler estaba alejada de la violencia y la corrupción de la SA –esa muchedumbre anárquica– y parecía una élite respetable y disciplinada. Esta imagen no tardaría en seducir a los alemanes instruidos de clase media que ahora ingresaban en el partido.

La campaña del NSDAP para las elecciones de 1930 fue la primera que organizó Joseph Goebbels (según las directrices de Hitler). Nacido en 1897 en Rheydt, en la región del Ruhr, Goebbels pertenecía a una familia católica de clase media baja. En la Primera Guerra Mundial había sido rechazado por el ejército debido a una deformidad del pie derecho, consecuencia de una enfermedad que había sufrido en su infancia. Excluido del servicio militar, estudió literatura y filosofía en las universidades de Bonn, Friburgo, Wurzburgo y Heidelberg, y en 1921 se doctoró con una tesis sobre literatura romántica del siglo XIX. La ocupación francesa del Ruhr le impulsó a afiliarse al NSDAP en 1924. Pronto se ganó fama de orador perspicaz y carismático, y, aunque en un primer momento se alineó con la facción “socialista” del partido, encabezada por Strasser, Hitler supo ver su talento a mediados de la década de 1920, y pronto le convirtió en uno de sus principales aliados.

En 1930, los activistas movilizados por Goebbels inundaron el país de propaganda y practicaron sistemáticamente la agitación y la violencia callejeras, obligando a los periódicos que los habían ignorado dos años antes a hablar de ellos en sus primeras páginas. Los resultados electorales fueron asombrosos. El porcentaje de votos del NSDAP aumentó del 2,6 al 18,3%. “El NSDAP ya no era solo un partido de clase media –señala Ian Kershaw–. “El movimiento de Hitler podía afirmar, con razón, haber obtenido el apoyo de todos los sectores sociales, aunque en distintas proporciones. Ningún otro partido de la República de Weimar podía decir lo mismo”.8 Esto es hasta cierto punto inexacto, ya que los nacionalsocialistas no contaron nunca con el respaldo masivo de la clase obrera; aunque incluso en este sector lograron un avance notable en las elecciones de 1930.

No obstante, el NSDAP se había visto sacudido por las crisis internas. La primera la desencadenó Otto Strasser, hermano menor de Gregor, al poner en duda que el partido tuviese otro proyecto político que la conquista del poder. Defensor de una modalidad de nacionalsocialismo fundada no solo en postulados nacionalistas y antisemitas, sino también en un anticapitalismo radical, no tardó en reunir un círculo de adeptos que se dedicaría a difundir su ideario a través de su editorial berlinesa, Kampfverlag. Les irritaba la relación cada vez más estrecha del NSDAP con la burguesía dirigente y la industria pesada, y en los primeros meses de 1930 fueron publicando panfletos cada vez más críticos con esta tendencia del partido. La deslealtad de Strasser y sus seguidores indignó a Hitler, y en especial a Goebbels –entonces jefe regional del NSDAP en Berlín–, que coincidía sin reservas con él en que el objetivo prioritario era alcanzar el poder, condición indispensable para poner en marcha la revolución nacionalsocialista.

El conflicto llegó a su apogeo en los meses de abril y mayo de 1930. Hitler convocó varias reuniones de la cúpula del partido para denunciar las actividades de Kampfverlag, y finalmente, el 21 de mayo, se entrevistó con Strasser. Existe división de opiniones sobre si se trataba de expulsarlo del movimiento o de obligarle a acatar la línea oficial. Lo más probable es que Hitler pretendiera simplemente sondearle para saber si era posible un acuerdo o si, por el contrario, hacía falta tomar medidas enérgicas. La reunión, en cualquier caso, no fue bien. Strasser sostuvo con vehemencia que “la idea” era más importante que los líderes: estos eran transitorios y falibles; aquella, en cambio, era eterna. El argumento, como cabría esperar, le pareció una estupidez a Hitler: “Para nosotros, el líder es la idea, y todos los militantes del partido deben obedecer al líder”.9 Idéntico desprecio le inspiró la tesis de Strasser según la cual la colaboración del NSDAP con la derecha burguesa y su respeto de la legalidad entorpecerían la “revolución social” que ambos propugnaban. Aquello, según Hitler, “era puro marxismo”.10

Pese a lo áspero del encuentro, Hitler vaciló –cosa habitual en él– en tomar represalias contra Strasser y sus seguidores. Tanto dudó que el grupo disidente anunció a principios de julio que abandonaba el partido para crear su propia organización, de tendencia radical, la Unión de Nacionalsocialistas Revolucionarios, que más tarde se conocería como el Frente Negro. Una decisión políticamente suicida, pues muy pocos nacionalsocialistas siguieron a Strasser, y tras su marcha no volvió a surgir en el NSDAP ninguna facción “socialista” importante. Por lo demás, este episodio propició el nombramiento de Goebbels como jefe nacional de propaganda.