SS

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La segunda crisis interna –que estalló en 1930, pero no llegaría a su apogeo hasta el año siguiente– influyó enormemente en el estatus de las SS dentro del movimiento.

Como ya hemos visto, el jefe de la SA, Pfeffer von Salomon, reclutó a unos cuantos exoficiales del ejército, los Freikorps y el Frontbann a fin de inculcarle cierta disciplina militar a una organización corrupta y proclive a la brutalidad. Entre ellos estaba un antiguo capitán de la policía, Walter Stennes, que fue nombrado SA-Oberführer Ost [comandante de la SA para el este], es decir, responsable de la SA en Berlín y en el este de Alemania. Stennes sustituía así al hombre que había creado la sección berlinesa de la SA, convirtiéndola con el tiempo en una milicia de más de quinientos hombres, Kurt Daluege, un tipo alto y corpulento, ingeniero civil de profesión. Nacido en Kreuzberg en 1897, Daluege había ingresado en el NSDAP en 192211 y enseguida se había dado a conocer en la política callejera de Berlín por su eficacia y su carácter despiadado (por lo demás, su limitada inteligencia le valió el apodo de “Dummi-Dummi”12). No le hizo demasiada gracia, como es lógico, enterarse de que Stennes iba a dirigir “su” unidad.

Stennes simpatizaba, al parecer, con las ideas de Otto Strasser. No cabe duda de que él y los miembros de la SA en Berlín compartían el malestar del sector disidente del NSDAP por la lentitud con que se desarrollaba la “revolución” nacionalsocialista. Y la cúpula del partido enconó aún más los ánimos al negarse a designar a Stennes y otros altos cargos de la SA como candidatos al Reichstag. Pero esto era solo la punta del iceberg de la tensión que se respiraba en Berlín y en toda la SA. Stennes no era, desde luego, la única persona que desaprobaba la opción de Hitler de optar por la vía de la legalidad para conquistar el poder, y la crisis económica desencadenada por el crack de Wall Street no hizo sino poner de relieve el conflicto.

La SA sacó un gran provecho de la crisis. En 1930, su número de miembros aumentó hasta situarse “entre los sesenta mil y los cien mil”.13 La mayoría de ellos, sin embargo, no eran nacionalsocialistas acérrimos; el desempleo y la penuria los había llevado a buscar en la SA un medio de subsistencia. “En Berlín, algunas unidades tienen un 67% de desempleados”,14 indicaba Stennes. Mientras tanto, la administración central del NSDAP, es decir, los “civiles” que suscitaban el desprecio generalizado de la SA, seguía asignándole a esta recursos muy limitados. La organización aportaba al partido el dinero recaudado en la calle además de las cuotas de los miembros, sin apenas recibir nada a cambio: un motivo más de descontento. Los comandantes necesitaban más fondos para retener en la SA a los hombres que acababan de reclutar, pero veían cómo todo ese dinero (que ellos mismos habían recaudado) se destinaba a financiar la campaña electoral.

Dejando aparte la falta de recursos, lo cierto es que el extraordinario crecimiento de la SA, unido a la actividad especialmente intensa que desarrolló en los meses previos a las elecciones de septiembre, amenazaba con alterar el equilibrio de poder en el NSDAP. Sus miembros estaban en las calles, se enfrentaban con comunistas y socialdemócratas. Se daba, por tanto, la situación propicia para que Stennes plantara cara a la dirección del partido. Y así lo hizo. Exigió que se incluyera a los comandantes de alto rango de la SA en la lista electoral para el Reichstag, que se destinasen más fondos a la organización y se pagase una retribución a los miembros de esta que cumplían funciones de vigilancia en los mítines, así como que se limitara el poder de los dirigentes “civiles” a nivel regional. Apenas tres semanas antes de las elecciones, el 23 de agosto, viajó a Múnich al frente de una delegación de la SA para plantearle estas exigencias directamente a Hitler. Este no quiso recibirlos, lo que condujo a una especie de huelga de la SA en Berlín, cuando los colaboradores de Stennes se negaron a desempeñar sus tareas propagandísticas y de protección. Unos días después, el 28 de agosto, varios miembros de la SA asaltaron la sede del NSDAP en la capital y le dieron una paliza al administrador, lo que llevó al partido a apostar un retén de las SS en el edificio.

Las SS de Berlín estaban ahora bajo el mando de Daluege, quien, resentido por el nombramiento de Stennes, había abandonado la SA e ingresado en la organización rival el 25 de julio (con el número de carné 1.119). Había ascendido de inmediato a comandante de alto rango, sustituyendo al incompetente Kurt Wege al frente de la sección berlinesa. Tras el asalto a la sede de los nacionalsocialistas, se dedicó a vigilar a Stennes y su camarilla por encargo de Hitler, con la ayuda de antiguos camaradas de la SA que actuaban como confidentes. No supo, sin embargo, prever la siguiente acción de la SA de Berlín. La noche del 30 de agosto, un grupo numeroso volvió a atacar el edificio del partido, apaleando a los siete guardias de las SS (dos de los cuales sufrieron graves heridas en la cabeza) y destrozando el mobiliario. Nada más enterarse de lo sucedido, Goebbels –que se encontraba en Breslavia, donde había intervenido en un mitin del partido– viajó a la capital para hacerse con el control de la situación. Para expulsar a los hombres de Stennes hubo que pedir ayuda –cosa humillante– a la policía de Berlín, tan despreciada por los nacionalsocialistas. Finalmente llegó una brigada, que lograría detener a veinticinco miembros de la SA.

Esta guerra interna suponía una crisis muy grave para el NSDAP, por lo que Goebbels se puso de inmediato en contacto con Hitler, que se encontraba en Bayreuth, para pedirle que interviniera. Al día siguiente, Hitler se entrevistó con Stennes en un hotel cercano a la estación de tren de Anhalter, en Berlín, y luego recorrió los bares y cafés frecuentados por la SA, asegurando a los militantes que podían confiar en él y que pronto tomaría medidas para remediar su descontento.

Su intervención apaciguó los ánimos durante un tiempo, ocultando el conflicto que se había desatado en el movimiento; la prensa apenas se hizo eco de él, y las elecciones fueron un éxito para los nacionalsocialistas. No obstante, Hitler sabía de sobra que tendría que afrontar los problemas profundos de la SA tarde o temprano. Así, poco después defenestró a Pfeffer von Salomon, y asumió él mismo el cargo de Oberste SA Führer [comandante en jefe de la SA]; también escribió a Ernst Röhm (que seguía en Bolivia) pidiéndole que regresara y ofreciéndole el puesto de Stabschef [jefe del Estado Mayor]. Röhm se había mantenido al corriente de los acontecimientos y era consciente de lo que suponía el éxito del NSDAP en unas elecciones generales.15

La cúpula del partido había tomado nota de la lealtad demostrada por las SS en medio de la crisis, por lo que no tardó en atribuirles un nuevo cometido. A principios de octubre de 1930 se les remitió a los oficiales de alto rango de la SA una circular que definía a las SS como una fuerza policial con autoridad para impedir acciones ilegales por parte de los diversos grupos integrados en el partido. Para cumplir esta función habían de desligarse de la SA en cuanto al reclutamiento (el 10% era, al parecer, el porcentaje máximo de miembros de la SA que también podían serlo de las SS), aun cuando siguieran, en teoría, dependiendo de esta organización.

Al mismo tiempo se revisó la misión general de la SA. El 30 de noviembre de 1930, en una reunión de sus dirigentes celebrada en Múnich, Hitler propuso a Röhm como jefe del Estado Mayor, con la oposición de muchos, en especial los afines a Stennes. Röhm tenía ideas tan radicales como cualquier miembro de la SA sobre el futuro papel de esta, pero creía profundamente en la disciplina, y era consciente, por lo demás, de que los nacionalsocialistas vivían un momento decisivo en el que no podían permitirse dar ningún paso en falso. Estimulada por los excelentes resultados electorales del NSDAP, la cúpula de la SA empezó a considerar la función que le correspondería a la organización tras la conquista del poder, que creía próxima. (Hay que señalar aquí que Röhm no asumiría su cargo hasta enero de 1931). En principio, tendría que dejar de desempeñar tareas de “propaganda, vigilancia y recaudación de fondos”16 y comenzar a organizarse como la fuerza militar del NSDAP en todo el país. Las SS asumirían la mayoría de los antiguos cometidos de la SA, ejerciendo así de soldados políticos del movimiento. El 1 de diciembre, Himmler anunció –de manera algo prematura, como luego se vería– que las SS se separaban formalmente de la SA.17

El éxito electoral del partido no hizo sino agudizar la tensión entre este y la facción de la SA encabezada por Stennes. Con el poder casi al alcance de la mano, Hitler era consciente de la necesidad de obrar con cautela, evitando provocaciones que pudieran llevar a la clase dirigente del país a tomar medidas drásticas contra los nacionalsocialistas. Esta actitud prudente exasperaba a no pocos miembros de la SA, que se aferraban a la idea –tan romántica como bárbara– de la conquista del poder por la fuerza. En la campaña electoral se había recrudecido la violencia política y, si el enfrentamiento entre la izquierda y la derecha no remitió después de la misma fue en parte porque también había aumentado sensiblemente el apoyo a los comunistas. Esta situación llevó a Röhm, en su primer mes en el cargo, a prohibir a la SA involucrarse en peleas callejeras. Mientras tanto, la sección berlinesa de las SS, bajo el mando de Daluege, seguía vigilando de cerca al grupo de Stennes, después de que hubiesen fracasado todos los intentos de sobornar y de amedrentar a su líder; así, por ejemplo, tras hacerse con el gobierno de Brunswick en las elecciones, el NSDAP le había ofrecido el Ministerio del Interior a Stennes, pero este no solo había rechazado el cargo, sino que también había denunciado sin ambages la corrupción y la falta de principios de la dirección del partido en Múnich.

 

Este conflicto alcanzó un punto crítico el 28 de marzo de 1931, cuando el presidente Hindenburg autorizó al gobierno del canciller Heinrich Brüning a actuar contra los desafueros de las organizaciones políticas. Para la cúpula del NSDAP, esta medida preludiaba la ilegalización del partido –o como mínimo de la SA–, así que Hitler exigió a todos los militantes que se sometieran estrictamente a la ley. Stennes, que veía en esta orden un intento de coartar su libertad de acción, se negó a obedecer. Entonces Hitler anunció, en una reunión celebrada en Weimar el 31 de marzo, que Stennes abandonaría su puesto de comandante supremo de la SA en el este para ejercer de oficial ejecutivo de Röhm en Múnich. Este traslado no tenía por qué interpretarse como una degradación, pero no cabe duda de que Hitler –a quien Daluege había advertido de las continuas intrigas de Stennes– pretendía provocar una reacción violenta. No tuvo que esperar mucho. Al día siguiente, un grupo de seguidores de Stennes apaleó al retén de las SS que hacía guardia en la sede del NSDAP en Berlín, y luego ocupó el edificio, así como la redacción del periódico de Goebbels, Der Angriff [El ataque]. Stennes anunció la “destitución” de Hitler como jefe del partido, y los dirigentes de la SA del norte y el este del país le declararon su apoyo.

A Goebbels, que trataba desde hacía meses de seguir un camino intermedio entre Stennes y la cúpula del NSDAP en Múnich, no le quedaba ahora más remedio que tomar partido. Simpatizaba mucho con los postulados políticos de Stennes pero, tras recibir de Hitler plenos poderes para resolver la crisis, se alineó claramente con los líderes nacionalsocialistas. La policía de Berlín se encargó una vez más de expulsar a los asaltantes de la sede del NSDAP, y más tarde, después de una enorme campaña de persuasión por parte de Hitler y Goebbels, Stennes se quedó casi sin apoyos. La subsiguiente purga de la SA afectó a varios centenares de seguidores suyos. La rebelión había terminado.

Vale la pena añadir aquí una nota curiosa. Stennes logró sobrevivir al Tercer Reich. Recluido en un campo de concentración tras la llegada al poder del NSDAP, salió en libertad gracias a la intercesión de Hermann Göring, y, tras atravesar clandestinamente la frontera con Holanda, llegó a China, donde se pondría al mando de la guardia pretoriana de Chiang Kai-Shek. Por aquella época colaboró con los servicios de inteligencia militar soviéticos,18 previniéndolos de la inminente invasión alemana de la Unión Soviética; pero Stalin hizo caso omiso de sus advertencias. En 1949, derrotados los nacionalistas, abandonó China para regresar a Alemania, donde moriría en 1989.

La lealtad inquebrantable que habían demostrado al NSDAP durante la insurrección del grupo de Stennes permitió a las SS convertirse, de hecho, en la policía del partido, independiente como tal de la SA, aunque Hitler hubiese reafirmado poco antes, en enero de 1931, la subordinación de los escuadrones a esta organización. El líder nacionalsocialista le dijo en una carta a Daluege: “SS-Mann, Deine Ehre heisst Treue” [Hombre de las SS, tu honor se llama lealtad], palabras que este último hizo imprimir en unas tarjetas de agradecimiento que se repartieron, en nombre de Hitler, entre los miembros de las SS en Berlín.19 La frase también conmovió, sin duda, a Himmler, que la adoptó como lema de la organización, aunque modificándola ligeramente: “Meine Ehre heisst Treue” [Mi honor se llama lealtad]. A partir de entonces, se la grabó en la hebilla del cinturón y en varias prendas del uniforme de las SS.

Pero la rebelión de Stennes tuvo otras consecuencias mucho más importantes que la acuñación de un lema elocuente. Las SS habían logrado afianzar su singular papel dentro del NSDAP, lo que permitió a Himmler ampliar la presencia de las escuadras de protección y colocarlas así en una situación ventajosa con vistas a las luchas de poder que habían de producirse en el movimiento nacionalsocialista.

Menos grata para el comandante en jefe fue la ascensión meteórica de Daluege, quien, como jefe de las SS de Berlín, disfrutaba de una parcela de poder independiente y se había convertido, de hecho, en la segunda figura más importante de la organización, pese a haberse incorporado a ella hacía menos de un año. Himmler lo consideraría desde entonces un enemigo, o, como mínimo, un posible rival.20

Al margen de la inquietud que le producía su subordinado, Himmler estaba decidido a seguir adelante con su proyecto de fortalecer las SS y desligarlas por completo de la sa. Comprendió que uno de los medios más eficaces para lograr este doble objetivo era dotar a la organización de un ideario propio, un conjunto de postulados bien definidos que contribuyese a transformarla en la élite del movimiento. Para ello recurrió a un viejo amigo suyo, Richard Walther Darré, con quien había coincidido en la sociedad Artamanen.

Nacido en Buenos Aires en 1895, Darré era hijo de un próspero empresario alemán. Se educó en colegios privados de Argentina, Alemania y Gran Bretaña, donde estudió durante una breve temporada en el King’s College School, en Wimbledon. En 1914 se matriculó en el Colegio Colonial Alemán de Witzenhausen, y, tras cursar apenas un trimestre, se alistó como voluntario en el ejército. Sirvió como oficial de reserva en la guerra, con bastante éxito al parecer, y posteriormente regresó a la vida civil para estudiar agronomía, especializándose en la cría de animales.21

En la década de 1920, y al tiempo que estudiaba, desempeñaba trabajos agrícolas y participaba en los debates de la sociedad Artamanen, se dedicó a elaborar una teoría que resultaría idónea para las SS, tal como las concebía Himmler. Sostenía Darré que los pueblos y las razas siempre están dirigidos por grupos aristocráticos, y que “el crecimiento y la prosperidad de una nación guarda relación directa con la salud física y moral de su nobleza”,22 lo que era “una realidad histórica indiscutible”. La vieja nobleza alemana se había corrompido a causa del debilitamiento de la “conciencia germana”, consecuencia directa del auge que había experimentado el “liberalismo” a partir de la Ilustración y la Revolución Francesa. Esta doctrina había propiciado “la contaminación racial, el materialismo, la codicia y el desinterés por el bienestar de la sociedad”. El egoísmo de la aristocracia, su indiferencia ante lo “colectivo”, había conducido a la degradación general del Volk [pueblo, raza, nación]. Pero había un sencillo remedio para estos males: la formación de una nueva aristocracia. Darré indicaba, incluso, dónde había que buscar a sus miembros: entre los granjeros nórdicos, “verdaderos depositarios del espíritu germano y ejemplares de la raza germánica”. En los campesinos estaba el germen de la nación, pues “han sido siempre el único fundamento sólido del pueblo [alemán] desde el punto de vista de la sangre”. El Estado tenía, por tanto, el deber de proteger y aun ampliar este sector social fomentando los proyectos de colonización y la natalidad en las zonas rurales, y atajando la emigración a las ciudades. Todos los grandes imperios habían sido creados por gentes de sangre nórdica, y la claudicación ante doctrinas humanistas como el cristianismo y la masonería los había llevado a la decadencia. Habían permitido, además, que su sangre se “diluyera y corrompiera”. Darré lamentaba sobre todo lo que sucedía en la Europa del Este, donde la sangre germana se iba mezclando cada vez más con sangre inferior, tanto judía como eslava.

Todos estos postulados constituían, para Himmler, el fundamento ideológico perfecto para su organización y le permitían, además, situarla en la vanguardia de uno de los proyectos centrales del nacionalsocialismo: la defensa y revitalización de la raza germánica. Pero para que ello fuera posible las SS tenían que convertirse en una élite no solo militar, sino también racial.

La visión de Darré, que hoy nos parece extravagante (y repulsiva), no se tenía entonces por extremista ni mucho menos. Multitud de nacionalistas alemanes, así como pensadores supuestamente progresistas de otros países, sostenían ideas similares, lo que se explica en gran medida por la enorme aceptación de la que gozaba la eugenesia en el mundo occidental.23 Esta pseudociencia concordaba a la perfección con el ideario nacionalsocialista. Pese a que no alentaba el odio ni la persecución de otras razas, muchos de sus partidarios no tenían reparo en defender una jerarquía racial encabezada por los pueblos germánicos, nórdicos y arios, y en la que los mediterráneos, eslavos, asiáticos, judíos y africanos ocupaban un nivel muy inferior. La mayoría de los seguidores del nacionalsocialismo daban casi por evidente esta clasificación; la evolución humana podía, a su juicio, describirse científicamente como la lucha por la supremacía entre diferentes razas, en la que la germana había acabado por imponerse.

La ideología de las SS de Himmler participaba de la doctrina eugenésica dominante en Alemania, por lo que muchos la creyeron fundada en principios científicos, y no en simples prejuicios. Por lo demás, Himmler podía invocar su formación académica en agronomía para defender su autoridad científica. El comandante en jefe se proponía hacer de las SS una organización elitista basada en la selección racial y, en última instancia, el soporte biológico de la nación alemana una vez regenerada. No le costaría mucho conseguir partidarios para este proyecto en el movimiento nacionalsocialista, así como en las SS.

El primer paso en la ejecución de su plan consistía en aplicar criterios físicos a la hora de reclutar nuevos miembros. Hasta entonces los candidatos no habían tenido más que demostrar obediencia, disciplina y una lealtad política incondicional; ahora, en muchos casos, no bastaba con eso. “Procedí como el encargado de un vivero, intentando reproducir una vieja y excelente variedad que se había degradado –recordaría Himmler en un discurso pronunciado en plena guerra–; partimos de los principios de la selección botánica para descartar sin contemplaciones a quienes no creíamos útiles para el desarrollo de las SS”.24 Esta declaración, como otras muchas que haría en torno a cuestiones de principio, no era del todo cierta. No hubo tal criba, puesto que los criterios físicos no afectaron –en ese momento– a quienes ya formaban parte de la organización (de lo contrario Himmler habría perdido de golpe a alrededor de la mitad de sus hombres). Ni siquiera se aplicaron de forma universal a los nuevos candidatos. Himmler siempre estuvo dispuesto a hacer la vista gorda para franquearles el acceso a las SS a personas bien relacionadas social o políticamente, fuese cual fuese su aspecto.

En general, sin embargo, puso mucho rigor en la ejecución de su plan. A finales de 1931, nombró a Darré jefe de la Rassenamt [Oficina para la Raza] de las SS y empezó a tomar medidas encaminadas a realizar el ideario que ambos propugnaban. Entre ellas destaca la Ley del Matrimonio, promulgada el 31 de diciembre, y que decía lo siguiente:

Las SS son un grupo de alemanes de ascendencia exclusivamente nórdica, seleccionados según ciertos principios.

Sabedor de que el porvenir del Volk depende de la preservación de la raza mediante la transmisión de la buena sangre, y de acuerdo con la ideología nacionalsocialista, instituyo por la presente el Certificado de Matrimonio para los miembros de las SS, que estará vigente a partir del 1 de enero de 1932.

Su finalidad es formar una comunidad de hombres sanos de sangre exclusivamente nórdica y germana.

El certificado de matrimonio se concederá o denegará siguiendo únicamente criterios de salud racial.

 

Todo miembro de las SS que desee casarse habrá de obtener el certificado de matrimonio del comandante en jefe de las SS.

Los miembros de las SS que se casen pese a haberles sido denegado el certificado de matrimonio serán expulsados de la organización; también se les ofrecerá la posibilidad de abandonarla.

La Rassenamt de las SS se ocupará de estudiar los detalles de las solicitudes de matrimonio.

La Rassenamt de las SS se hará cargo del Libro del Clan, donde se irán inscribiendo las familias de los miembros de las SS que hayan obtenido el certificado de matrimonio o la autorización para casarse.

El comandante en jefe de las SS, el jefe de la Rassenamt y los expertos adscritos a esta deberán guardar secreto [sobre las actividades de la organización] bajo palabra de honor.

Creemos que las SS dan un paso decisivo con esta disposición. No nos afecta el desprecio ni la incomprensión. ¡El futuro nos pertenece!25

En 1932, Darré reclutó para la Rassenamt a dos amigos suyos, el antropólogo Schultz y el veterinario del ejército Rechenbach, que crearían la figura del examinador racial o eugenésico, un presunto científico al que se suponía capaz de determinar objetivamente –a partir del color de los ojos y del cabello, y midiendo ciertas partes del cuerpo– el origen racial de una persona. En los dos años siguientes, cuando aumentó extraordinariamente el número de solicitudes de ingreso en las SS, los empleados de la oficina (personas con formación médica y “expertos” que también se ocupaban de impartir la doctrina racial de las SS) examinaron a todos los candidatos atendiendo a esas características físicas y según las directrices establecidas por Schultz. Los aspirantes (así como las mujeres con las que deseaban casarse los miembros de las SS) se clasificaban en cinco grupos: los “nórdicos puros”, los de sangre “predominantemente nórdica”; y, entre las de sangre impura, los que presentaban un aspecto armonioso y rasgos levemente “alpinos, dináricos o mediterráneos”, los de origen predominantemente alpino o báltico oriental, y los de origen no europeo. En principio, solo se les permitía ingresar en las SS o casarse con un miembro de la organización a quienes perteneciesen a una de las tres primeras categorías.26

La Auslese [selección] se convirtió así en un principio esencial de las SS. Como guardianes del movimiento nacionalsocialista e impulsores de la revitalización del pueblo alemán, sus miembros no podían cumplir su misión a menos que poseyeran las características raciales “correctas”. Al citado principio añadió Himmler otros cinco: honor, lealtad, obediencia, voluntad de lucha y Führerprinzip [principio de supremacía del jefe]. La regeneración de la raza germánica requería esforzarse por eliminar “impurezas”; pero de este modo los miembros de las SS se fortalecerían y ganarían firmeza de ánimo. Estamos, en cierto sentido, ante una versión racista de la lucha de clases del marxismo. Según Himmler,

la guerra entre los humanos y los subhumanos, encabezados estos últimos por los judíos, es una constante histórica, la forma natural en que se desenvuelve la vida en este planeta. No os quepa la menor duda de que esta lucha por la vida y por la muerte constituye una ley de la naturaleza tan inexorable como el combate del hombre contra cualquier otra cosa. Se trata, en definitiva, de la pugna entre el cuerpo sano y el bacilo.27

Las SS luchaban, en consecuencia, por purgar la raza germánica eliminando el “bacilo” judío, y para lograrlo era fundamental la obediencia. La sumisión absoluta a la voluntad de Hitler –único intérprete autorizado de la doctrina– aseguraría el cumplimiento del proyecto nacionalsocialista. Así se implantaría el Nuevo Orden y el pueblo germano alcanzaría la libertad.

El honor y la lealtad complementaban la obediencia y la voluntad de lucha, y vinculaban a las SS con el ideal romántico de las viejas órdenes de caballería alemanas:

al auténtico hombre de las SS, al auténtico caballero, se le debe juzgar por su lealtad a la causa, y por el honor que haya demostrado luchando por ella. […] Nos referimos a todo género de lealtad: lealtad al Führer y, por tanto, al pueblo alemán; lealtad a la conciencia propia y lealtad de raza, de sangre; lealtad a los antepasados y a los descendientes; lealtad al “clan”; lealtad a los camaradas y lealtad a los principios de la decencia y la rectitud.28

El Führerprinzip era de observancia obligatoria. Hitler lo había esgrimido en Mein Kampf como argumento para rechazar la democracia;29 para él, “el progreso de la cultura y de la humanidad no es fruto de la mayoría, sino únicamente del genio y la energía de personas singulares”. El líder debía detentar un poder absoluto, y, al mismo tiempo, rendir cuentas al pueblo de sus actos y decisiones. En la democracia, fundada en el principio de igualdad, era inevitable que la autoridad recayese en individuos “inferiores”, más interesados en conservar el poder que en ejercerlo en beneficio del pueblo. Por lo demás, este sistema era “antinatural”, puesto que excluía la lucha por la supremacía entre personas desiguales, en la que los fuertes acababan por imponerse inexorablemente. De ahí que las razas “inferiores” hubiesen impedido la hegemonía del pueblo germano. Hitler creía que el poder absoluto era un derecho del líder que había demostrado su valía luchando con éxito por hacerse con el mando; los gobernados no debían tener la facultad de otorgárselo (ni quitárselo) en unas elecciones democráticas.

En las SS, el principio de autoridad era una elaboración refinada del Führerprinzip. El poder correspondía a los mejores, individuos disciplinados que procedían de la élite racial y política de la organización. En este sistema meritocrático todos podían ascender en la jerarquía hasta donde se lo permitiesen sus aptitudes; pero, al mismo tiempo, debían sumisión absoluta a quienes hubiesen llegado más alto en virtud de su talento y, en última instancia, naturalmente, al Führer, Adolf Hitler.

El líder nacionalsocialista ya había identificado a la mayoría de los enemigos del movimiento: judíos, marxistas, demócratas, liberales, capitalistas, burgueses, masones, internacionalistas y homosexuales. Las SS añadieron a esta lista, de forma bastante explícita, a la Iglesia católica. Aunque también existían enemigos secretos, nacionalsocialistas que se dedicaban a subvertir el movimiento desde dentro. Las SS debían estar dispuestas a liquidarlos. Ya lo habían hecho en el caso de Stennes y sus seguidores, pero su persecución del “enemigo interior” pronto se haría más amplia y sistemática.