Madre feminista

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Ya percibo el murmullo irritado tachando todo esto de palabreo conservador. El problema es que es un palabreo femenino que oigo cada vez que hablo con madres de niños pequeños. Estos dilemas maternos no solo tienen dimensión emocional, sino también económica. No se puede limitar las tensiones relacionadas con la maternidad a un bonito eslogan, «dejemos que las mujeres elijan». Porque ¿qué elección es esa? ¿Parir pronto o esperar hasta los treinta, incluso los cuarenta, asumiendo el riesgo de infertilidad? ¿Quedarse en casa con el peque y no tener nada para comer o dejarlo en una guardería y pasar el día preocupándose por él y añorándolo? Eso no son elecciones. Primero, porque la maternidad es una sucesión de crisis y necesidades. Segundo, porque todo ser humano siente necesidad de autonomía, pero también de crear vínculos. Las madres no solo quieren, sino que tienen que conciliar de alguna manera esas necesidades contradictorias.

Conozco a una chica que desde el principio se vio privada de la posibilidad de elegir: sexo ocasional en el último año de bachillerato, un embarazo escondido y no deseado, una depresión, la imposibilidad de abortar a esas alturas y una cuestión dramática, dar al niño en adopción o no y decidir que no. Esa chica es feminista pero su historia tiene un feliz final conservador, como en un cuento sobre un «superviviente del aborto»: nace el niño y a la vez el amor hacia él. Pero hay otra dimensión menos alegre en esta misma situación: el padre de la criatura desaparecido mucho antes del parto, la pobreza, la dependencia total de la familia, el abandono de los sueños de ir a la universidad, la grisura del día a día. Durante tres meses la chica vaciló entre cuidar del niño y trabajar en un supermercado, donde le prohibían llevar el móvil y la tarifa por hora era de 8 eslotis. La última vez que hablé con ella tenía que sacar al niño del parvulario porque no podía permitírselo sin trabajo. Y sin trabajo tampoco le iban a asignar una plaza. Cada año nos vemos en la manifestación feminista porque ahí a diferencia de la mayoría de eventos feministas se prepara el espacio infantil Kids block.

Con los índices de pobreza que hay en Polonia la supuesta «libre elección» que defiende el liberalismo parece cosa de broma. Vale la pena recordar cuál es la escala: la tasa de desempleo llega al 14% (siempre es más alta en mujeres); una cuarta parte de los polacos tiene contratos de trabajo precarios, sin puestos fijos, sin prestaciones sociales y dos millones de personas viven bajo el umbral de la pobreza.14 Esta situación, y la falta de elección vinculada a ella, condena a las madres jóvenes a una prolongada dependencia de sus familiares más cercanos (sean los abuelos, sean los padres de las criaturas). Las mujeres son las responsables de los niños y, a la vez, el Estado las priva de cualquier apoyo. Y de nada les sirven nuestras divagaciones sobre el constructo cultural de género, la libre elección o los cambios en la imagen de la maternidad a lo largo de la historia.

La falta de comprensión hacia la maternidad por parte de las feministas es paralela a la indiferencia e irritación que despiertan en los círculos conservadores el feminismo y, en general, las aspiraciones profesionales de las mujeres, nuestra necesidad de autonomía. No, no me he vuelto conservadora. No comparto la opinión de que la maternidad sea la «esencia» de la feminidad. Constato simplemente que es una experiencia que viven muchas mujeres e insisto en que no se debería obviar al hablar de igualdad de género. No estoy de acuerdo con la siguiente división: el feminismo para las independientes, el conservadurismo para las «domesticadas». Y estoy muy convencida de que la «domesticación» está eminentemente relacionada con la maternidad. No puedes crear un vínculo con un mini ser humano sin pasar tiempo con él. Para ser madre hay que estar donde están los niños, es decir, en casa, para qué engañarnos. Podemos, no obstante, e incluso debemos, preguntarnos: ¿durante cuánto tiempo?, ¿en qué condiciones? y ¿quién debe pagar ese sueldo?

***

Madre feminista es un archivo de mis batallas con esta problemática. Los textos incluidos en este libro proceden de varias etapas de mi maternidad y mi manera de pensar en ella. El primer capítulo es bastante reciente y, hasta ahora, inédito; supone un intento de entender por qué el feminismo polaco evita el tema de la maternidad y cuáles son las consecuencias. El siguiente texto es mi despedida feminista del mito de la Madre Polaca: el punto de partida lo supuso la reseña del libro mencionado anteriormente, editado por Elżbieta Korolczuk y Renata Hryciuk. Los textos que vienen después son reflexiones públicas sobre la igualdad y los cuidados: los discursos que pronuncié en las tres ediciones sucesivas del Congreso de la Mujer, que luego fueron publicados en el periódico Gazeta Wyborcza, y un ensayo que rompió mi manera de pensar, titulado «Maternicemos Polonia», que escribí junto con Elżbieta Korolczuk. Luego el ambiente se vuelve más íntimo y entretenido: «Feminismo de debajo de un tobogán» recoge ensayos publicados en la revista mensual para padres de niños pequeños Niños y en Wysokie obcasy [Tacones altos] (un suplemento femenino, e igualitario, del periódico Gazeta Wyborcza). Muchos de ellos los escribí durante el bonito, y a la vez dificilísimo, periodo de baja maternal, cuando a consciencia renuncié al trabajo en la universidad, centrando todo mi tiempo y atención en el niño. Al principio trataba estos ensayos como un extra una simple fuente de ingresos que tanta falta me hacía; con todo, conforme fue pasando el tiempo ese «extra» se convirtió en una gran aventura, entre otras cosas por la influencia de las lectoras que me escribían correos y debatían en los foros.

Cuando preparaba este libro, volví a los textos que había escrito cuando Staś era muy pequeño. Algunos de ellos me sorprendieron, otros me emocionaron. Algunos me irritaron. Añadí algo por aquí, algo por allá, puse notas a pie de página, quité alguna cosa. Sin embargo, los ensayos siguen siendo los mismos, no los reescribí. Son para mí un testimonio de aquella época. Me parece importante lo que entonces sentía y por qué pensaba así. Por eso todos los ensayos de Niños han sido incluidos en el libro, incluso aquellos que hoy en día me resultan ingenuos o exaltados, así como los más personales, aislados de la política o absortos en la cotidianidad.

Ahora una advertencia. No es un libro de confesiones, aunque sé de sobras que eso es lo que algunos esperaban de mí. Los voy a decepcionar: Madre feminista no trata de las ganas que tenía Agnieszka Graff de ser madre y de qué pasó cuando al fin lo consiguió. No soy muy aficionada a la cultura actual de las confesiones, tan propensa a convertir todo lo íntimo en una cuestión pública y que todo lo pone en venta sobre todo lo difícil y doloroso—. Como soy especialista en estudios culturales me interesa ese fenómeno, he leído sobre él y creo entender por qué Oprah Winfrey, la reina de los programas de confesiones, es una de las personas más ricas del mundo se habla incluso de la «oprahficación» de la cultura estadounidense.15 Soy también consciente de que el feminismo, sobre todo en Estados Unidos, desde hace varias décadas participa en un ritual en que las historias personales de las mujeres sirven para politizar la causa femenina. Muchas obras que he leído funcionan del mismo modo, porque a eso se dedica el feminismo, a convertir lo privado en tema político. En los últimos años he leído bastante sobre ese feminismo materno de confesión y muchos libros del género me han impresionado. Pero, en fin, yo escribo de otra manera. Hago referencia a mi experiencia personal, si bien preservo celosamente las fronteras, sobre todo porque la privacidad nunca acaba de ser del todo nuestra y revelando nuestros propios secretos evidenciamos la vida de los otros. Pero también porque el exceso de privacidad perjudica el debate sobre la crianza de los niños, mi objetivo es precisamente politizar la maternidad y no hablar de mis propias vivencias.

Bueno, quizá estoy yendo demasiado lejos… Porque, al fin y al cabo, es un libro sobre mí, sobre lo que he vivido en los parques de juegos o de camino a la guardería. Sobre mi viaje intelectual y emocional hacia… ¿Cómo llamarlo? Digamos que se trata del feminismo maternizado y la maternidad feminizada. Sobre una cosa y la otra. Por igual. Me he convertido en madre, sin dejar de ser feminista.

5 En polaco la palabra dziecko tiene género neutro, designa niño y niña. (N. de la T.).

6 Sylwia Chutnik decidió organizar Kids Block después de que uno de los representantes de Młodzież Wszechpolska, una organización nacionalista juvenil, le tirara una piedra que cayó cerca del cochecito de su hijo Bruno. Este es un fragmento del primer folleto de Kids Block: «Los niños llevan participando en la Manifa desde hace años. [...] Se mueven en cochecitos, los llevan en portabebés o en brazos. Algunos ya saben caminar y suelen desplazarse en todas direcciones, normalmente opuestas a la ubicación de la manifestación. [...] No queremos más quejas “maaamáááá, vámonos a caaaasa”. Queremos que los niños se pasen el año siguiente preguntando cuándo volveremos a ir a esa demostración tan chula». (Gracias a Sylwia por facilitarme este material.)

7 Más de 250.000, según datos de septiembre de 2013 (cito la Agencia de Prensa Nacional): «En 2012 los municipios pagaban las pensiones alimenticias de 255,2 mil deudores morosos». http://www.dziennikwschodni.DI/aDDs/nbcs.dII/articłe?AID:/20130910/KRAJSWIAT/130919994.

8 Datos referentes a 2014. (N. de la T.).

 

9 En mayo de 2011 las feministas de Varsovia vinculadas con la Fundación MaMa organizaron un happening titulado «La rebeldía de las Madres». Su objetivo era poner el foco de atención en las barreras arquitectónicas: las escaleras, los bordillos altos y los semáforos que se apagan de inmediato, que hacen que la ciudad se convierta para una mujer con cochecito en una carrera de obstáculos.

10 Datos referentes a 2014. 1 esloti, 0,24 euros; 153 eslotis, 36,08 euros; 620 eslotis, 146,22 euros; 420 eslotis, 99,04 euros. (N. de la T.).

11 «Padres de niños minusválidos ocupan el Parlamento», Gazeta Wyborcza, 20.3.2014.

12 Agnieszka Kubik, «Nauczycielka», entrevista a Magdalena Środa, Magazyn Świątczeny, 14.6.2013.

13 Un ejemplo conmovedor de esa reacción llena de decepción e ira a la citada entrevista fue una entrada en el blog de Zimno, una bloguera popular en aquel entonces.

14 La Inspección General de Trabajo señaló en 2011 que cerca del 25% de empleados trabaja con un contrato precario. El número exacto es objeto de disputas, ya que todo depende de si se toman en cuenta los falsos autónomos. Los datos sobre la pobreza proceden del informe del Instituto Nacional de Estadística del año 2010. Dos millones de personas vivían por menos de 466 eslotis al mes (el límite de subsistencia establecido por el Instituto del Trabajo y Provisión Social). https://natemat.pl/2457,prawda-o-polskiej-biedzie-w-kraju-zyja-dwa-miliony-ubogich.

15 Los libros más interesantes sobre el tema son las obras de Eva Illouz: Oprah and the Glamour of Misery. An Essay on Popular Culture, Columbia University Press, Nueva York, 2003; y Saving the Modern Soul: Therapy. Emotions, and the Culture of Self Help, University of California Press, Berkeley, 2008.

Agradecimientos

Madre feminista no hubiera visto la luz del día si Justyna Dąbrowska, en aquel entonces redactora jefe de la revista Niños, no me hubiera invitado en mayo de 2010 a colaborar con ella. Justyna es también la editora de este libro y quiero agradecerle todo el apoyo que me ha prestado durante las dos etapas, las conversaciones y los consejos, importantísimos para mí. La segunda persona clave es Elżbieta Korolczuk, cuyo nombre irá apareciendo varias veces en las siguientes páginas: gracias, gracias, gracias.

Me gustaría dar las gracias también a todos los participantes, invitados e invitadas a mi seminario en el Instituto de Estudios Avanzados en Crítica Política («¿Qué pasó con la segunda ola?», 2012-2013, y «El feminismo de nuestros tiempos», 2013-2014). Gracias a vosotros he leído, he reflexionado y he entendido muchas cosas.

A mi Madre feminista; obviamente, la he escrito sola… pero a la vez no tanto. Los textos incluidos en este libro han surgido tras incontables conversaciones con amigas y conocidas, madres también. Hablábamos en los parques y vestuarios mientras esperábamos a que acabaran las clases de fútbol o natación. Hablábamos durante las fiestas infantiles y visitas a otras casas que en principio permitían socializar a nuestros hijos, pero nos socializaron también a nosotras—. Hablábamos por correo electrónico porque a veces nos era complicado vernos. Quiero dar las gracias sobre todo a Ania (madre de Zosia y Stefan), Justyna (madre de Jędruś), Klaudyna (madre de Róża), Maja (madre de Tymon y Hugon), Iwona (madre de Nina y Marcin), Ola (madre de Aleks), Ania (madre de Dominika y Filip), Kasia (madre de Maja y Julka), Magda (madre de Hania y Antek), Pola (madre de Bruno y Miron), Monika (madre de Ignaś y Zosia), y también a las madres feministas: a Kinga (madre de Staś), Ania (madre de Bronka) y Sylwia (madre de Bruno). Ya no está entre nosotras Iwona (la difunta madre de Krzyś, Kubuś y Kajtek) pero tuve la suerte de poder compartir largas conversaciones con ella; sobre maternidad hablamos poco porque todavía no había llegado mi hora, pero mientras escribía el libro, muchas veces pensé en qué diría Iwona. Quiero mostrar mi agradecimiento también a Wojtek y Joanna: vuestro amor a la familia y vuestra manera de criar me han enseñado mucho. Muchas gracias también a Małgorzata Durska, compañera del Centro de Estudios Estadounidenses, que compartió conmigo varias lecturas e ideas, y que me empujó a seguir trabajando. Queda también Kasia, madre de Agnieszka, abuela de Staś, o sea, mi madre, con la que he tenido muchas conversaciones valiosas.

Y ahora lo más importante. Mi primer lector siempre fue Bernard, el padre de Staś. Le estoy agradecida por todos los comentarios y consejos, y por ser un padre fantástico. Está presente en varios apartados del libro, aunque su nombre no aparezca porque aprecia mucho la privacidad. Cuando escribía sobre padres implicados y afectuosos, pensaba en él. Quiero dar las gracias también a mi propio padre, Piotr Graff, que no solo era y sigue siendo un buen padre, sino que apoya incansablemente a su hija como madre y como feminista.

Staś todavía no sabe leer, pero a él es a quién, ante todo, debo darle las gracias. Aunque el libro está lleno de ti, he intentado respetar tu intimidad, no revelar ningún secreto personal. A menudo pensaba en ti como en el futuro lector de este texto. Espero que te guste este enmarañado rastro de las aventuras que vivimos juntos en los parques, de nuestras lecturas y conversaciones inolvidables. Gracias a ti he ampliado enormemente mis conocimientos sobre ideología de género: ahora sé alguna cosa sobre el pobre William, que lloraba porque quería tener una muñeca, y sobre la identidad masculina de Bob, el constructor. Y también sobre mi misma.

MADRE FEMINISTA

Agnieszka Graff

PARTE 1

MATERNIZAR POLONIA

De espaldas a las madres

Me emociona ver que cada año hay más niños feministas en el Kids block de la Manifa, nuestra manifestación feminista anual. Me alegra que el Congreso de la Mujer haya creado (a petición mía, por cierto) un «rinconcito de los peques» gracias al cual las madres de los más pequeños pueden participar en el evento. Sin embargo… ¿No es asombroso que ni la Manifa, ni la Unión de las Mujeres, ni el Congreso de la Mujer hayan puesto el foco de atención en la política familiar del Estado y los derechos de los padres y madres? ¿Por qué aparte de dos fundaciones, la Fundación MaMa (que funciona muy bien y a menudo aparece en los medios de comunicación, pero no deja de ser muy pequeña) y la Fundación Parto Humanizado (de gran importancia pero centrada solo en las cuestiones del parto), no hay en Polonia ninguna organización feminista dedicada a las madres?16

No creo que la omisión sea casual, sino el resultado de la concurrencia de muchas circunstancias culturales y políticas. El movimiento feminista polaco se ha ido desarrollando en el contexto de los cambios que tuvieron lugar después del año 1989 y el eje de su identidad ha sido, desde el principio, la resistencia al poder político y cultural de la Iglesia católica. Y creo que ahí está el quid de cuestión. El problema es que la Iglesia tan solo ve a las mujeres como madres, y trata la maternidad como una vocación especial, «el genio» femenino, la única fuente de dignidad para las mujeres. Paradójicamente esto también se aplica a las mujeres sin hijos e incluso a las monjas. Pero el discurso nacional y eclesiástico sobre la maternidad y la feminidad no son objeto de este libro (lo traté en libros anteriores). Os recomiendo, sin embargo, un pequeño experimento: poned en el buscador las palabras maternidad y vocación. Encontraréis, entre otras cosas, el siguiente resumen de la naturaleza femenina:

Toda chica, toda mujer ha sido creada para ser madre, sin distinguir si la vocación maternal se realizará en la familia o en la vida monacal. Solo de esta manera puede llegar a sentirse realizada y verdaderamente feliz […]. Toda mujer tiene una vocación de ser madre que la acompaña toda la vida. La maternidad es la fuente de su particular dignidad. En la esfera espiritual ella es madre siempre y para todos.17

La mujer es madre y punto. Es madre incluso cuando no lo es. De acuerdo con estos ideales la Iglesia intenta moldear las conciencias, las leyes y las costumbres. Si la maternidad es para la mujer un estado natural y casi inevitable, una especie de fatum, no puede ser objeto de planificación racional. De ahí la resistencia radical de la Iglesia al aborto legal, pero también a los anticonceptivos, la educación sexual y el tratamiento de la infertilidad. Aquí no hay lugar para decisiones humanas, aquí se hace la voluntad divina.

No sorprende que al tener que actuar en un panorama político dominado por personas (hombres, de hecho) que piensan en términos semejantes, el movimiento feminista perciba la maternidad sobre todo como una ideología y una obligación de la que hay que proteger a las mujeres. El deseo de ser madre y los problemas relacionados con la crianza de los hijos se encontraban, en gran medida, fuera de nuestra área de interés. Eran asuntos personales, historias íntimas. La causa pública, más urgente, era la lucha por los derechos reproductivos. Nadie tomó la decisión, simplemente se vivía así. Creo que, de algún modo, era inevitable: la ley antiaborto de 1993, implantada bajo la atenta mirada del episcopado, nos había forzado a tener esa perspectiva. La obligación introducida entonces en la ley polaca de dar a luz al niño en contra de la voluntad de la mujer es algo indignante, un gran daño y una gran violencia por parte de la sociedad patriarcal hacia las mujeres. Cambiar esa ley era el foco de nuestros esfuerzos, a pesar de que en los últimos años fuera eclipsado por otros temas (como la paridad política por la que luchó el Congreso de la Mujer). Sin embargo…

Sin embargo, el feminismo debe pronunciarse sobre la maternidad. Tiene que hacerlo si quiere ser un movimiento de masas y no solamente un nicho cultural o académico en el que se leen textos incomprensibles para la mayoría, o un club de «mujeres exitosas» que luchan contra un techo de cristal manteniendo que la maternidad no interfiere en su vida profesional de manera alguna. No nos engañemos: interfiere, y mucho. Y en el fondo no importa que la maternidad llegara por elección propia o de manera accidental. El niño lo cambia todo; suena como una banalidad sentimental, pero es real como la vida misma. La maternidad, para la mayoría de las mujeres, supone un esfuerzo gigantesco, un trabajo enorme y también una experiencia primordial que cambia sus prioridades y su perspectiva de la realidad.

Desde el punto de vista del movimiento feminista la clave está en que el hecho de ser madre, más que cualquier otra cosa en la vida de una mujer, la convierte en víctima, objeto de discriminación. Las mujeres ganan menos que los hombres, lo cual es un dato decisivo para el feminismo. Pero paralelamente las madres ganan menos que las mujeres sin hijos.18 Diréis que es natural porque como las madres cuidan de los hijos seguramente trabajan menos. Es cierto y no lo es. Es evidente que las bajas por maternidad complican la vida a los empresarios y eso convierte a esas mujeres que de vez en cuando desaparecen del trabajo en trabajadoras «difíciles» —cosa que cambiará cuando los hombres también empiecen a aprovechar las bajas—. Sin embargo, los estudios no dejan lugar a dudas, las madres trabajan más y más eficientemente que las mujeres sin hijos. Cabe deducir que los salarios más bajos y los obstáculos para ascender derivan, en gran medida, de la convicción de los empresarios de que una madre es una trabajadora de segunda categoría.

Pero hay también otra dimensión del asunto: nuestra manera de entender la palabra trabajo. ¿Cómo es posible que perdamos de vista el trabajo que supone criar a los hijos, limpiar la casa, cocinar o lavar la ropa con tanta facilidad? Hace mucho ya que el valor del trabajo no remunerado de las mujeres fue tasado en el 30 por ciento del PIB. Anna Dryjańska nos hace ver que «si este trabajo de repente desapareciera, al estado no le quedaría otra solución que cambiar las políticas sociales de manera profunda y, lo que también es primordial, veloz. Si las mujeres se quitaran el trabajo no remunerado de los hombros y lo desplazaran a los hombros de los hombres o del Estado, muchos postulados de movimientos feministas, repetidos desde hace años en los sucesivos informes y manifiestos, se realizarían de inmediato».19 ¿De dónde viene, pues, esa suposición silenciosa de que las mujeres no merecen nada de la sociedad a cambio de su esfuerzo? ¿No será, por un casual, el resultado de la óptica patriarcal contra la que supuestamente lucha el feminismo? ¿Cómo organizar la sociedad para que el trabajo de los cuidados deje de ser invisible para el mercado? No hay respuestas fáciles para estas preguntas, pero el movimiento feminista no puede dejar de plantearlas. Hoy son más actuales que nunca porque desde hace un par de décadas los estados se van retirando sistemáticamente de la esfera de los cuidados, y entretanto las sociedades van envejeciendo. La necesidad de los cuidados irá cada año a más, no a menos.

 

Para ser rigurosa, el movimiento feminista mira más allá de la igualdad de género en un sentido estricto. Hablamos de política social. De demografía. Del futuro de sociedades enteras. Nancy Fraser, uno de los personajes más interesantes en el panorama de la filosofía política y la teoría feminista contemporáneas, demuestra que los estados liberales cometen un gran error al ignorar la importancia de la cuestión. Cuando le preguntaron si se le ocurría alguna idea, alguna visión política o lema que fuera capaz de reunir al movimiento feminista y otros movimientos de emancipación, respondió de la siguiente manera:

La cuestión nodal de la política de la emancipación que une todas esas dimensiones, y que al movimiento feminista le interesa vivamente, es el trabajo no remunerado relacionado con los cuidados o, más ampliamente, con la reproducción social. Por un lado, los mercados financieros y los políticos nos repiten que en tiempos de crisis simplemente no nos podemos permitir mantener todo el sistema de prestaciones sociales y servicios de cuidados, y por el otro, se incentiva a las mujeres a entrar en el mercado laboral. La combinación de esas dos tendencias, precisamente, amenaza con una crisis de reproducción social: no se trata solo de los hogares, sino de toda la labor de mantener los vínculos interpersonales de la comunidad local. Todo eso, en gran medida, forma parte de la integridad del orden social.20

Aunque desde la perspectiva polaca resulte sorprendente, la maternidad es actualmente el gran tema de los movimientos de mujeres de todo el mundo. Una parte de las investigadoras y las comentaristas ve en este giro maternal no tanto una vuelta a las raíces izquierdistas del feminismo, sino más bien como un eco de la ideología neoconservadora con su idealización de la familia y los patrones de una maternidad intensa que enredan a las mujeres en un constante sentimiento de culpa. Por otro lado, no hay que olvidarse del parentesco del nuevo maternalismo con otros movimientos sociales como el altermundialismo, los nuevos movimientos urbanos o los movimientos ecologistas, que han crecido a causa de la decepción con el neoliberalismo.

No es mi intención discutir ni resolver esa disputa, solo quiero remarcar mi simpatía hacia los movimientos maternalistas. Estoy dispuesta a perdonarles una cierta demasía de feminidad tradicional (todos esos consejos de cocina o de cómo educar a los hijos) y a veces incluso el esencialismo (en algunos manifiestos y declaraciones del programa, y sobre todo en los blogs sobre maternidad, resalta la idea de que las mujeres son fundamentalmente diferentes de los hombres, más pacientes, empáticas, pacíficas, comunicativas…). Me lo trago (o paso de ello) considerándolo un folclore inevitable, porque con fascinación y respeto observo la eficiencia del discurso maternalista para movilizar a las mujeres en nombre de la justicia y la igualdad. Construyen fuertes coaliciones con otros movimientos sociales, consiguen financiación, influyen en la conciencia social y política y, sobre todo, nos obligan a repensar los valores fundamentales en los que se basa el funcionamiento de las sociedades modernas. Porque estas sociedades resultan bastante grotescas, vistas desde la perspectiva de alguien que amamanta a un bebé o intenta dormir a un dosañero.

Como ejemplo del «giro maternalista» en el movimiento feminista puede servir el hecho de que la iniciativa para la lucha por la igualdad más grande y más eficaz que hoy en día funciona en Estados Unidos —y quién sabe si no es la organización más grande que lucha por el cambio social— sea la organización MomsRising,21 que cuenta con más de un millón de miembros y miembras. Su fuerza reside en algo más que en la similitud de experiencias e ideas relacionadas con la maternidad. Basta con pasar media hora en su página web para darse cuenta de que las Moms son un lobby potente, cuyos objetivos van mucho más allá de «los problemas de las madres» o «la igualdad entre hombres y mujeres». Tal como había previsto Fraser la cuestión de los cuidados de los niños atrae como un imán otros grandes temas vinculados con la justicia social y la calidad de vida. Las Moms abogan por las bajas remuneradas por el nacimiento de un hijo y para cuidar a un miembro de la familia enfermo, por la cofinanciación por parte del Estado de los cuidados de los niños, por los horarios laborales flexibles, por las jubilaciones para mujeres, por la protección del medio ambiente, por un acceso general a la sanidad (incluyendo servicios como los anticonceptivos o el aborto), por la limitación del acceso a armas de fuego. La lista es muy larga e incorpora incontables asuntos primordiales desde el punto de vista de los padres y completamente descuidados en Estados Unidos donde, a pesar de la crisis económica que debilitó sustancialmente la ideología neoliberal, sigue reinando el individualismo y la fe en la fuerza sanadora del mercado. «La maternidad», tal como la entienden los movimientos maternalistas modernos, no implica creer en una desemejanza inherente en las mujeres. Implica creer que cuidar de otras personas tiene un valor real y que se encuentra en el foco de atención a la hora de decidir las leyes y las políticas sociales.

¿Por qué en Polonia no se produce nada parecido? ¿Por qué nadie, o casi nadie, intenta hablar sobre la familia con el lenguaje de la izquierda moderna? Primero, lo volveré a decir, estamos ante una reacción alérgica y de larga duración al tono lleno de solemnidad y dulzura con el que la palabra madre se suele pronunciar en el discurso conservador católico y nacional. Esa charlatanería de la derecha sobre «la santidad de la familia» y «el papel esencial de la madre» suele hacerse insoportable, es cierto. No obstante, el efecto de esa alergia de las izquierdas liberales tiene consecuencias nefastas: los conservadores en Polonia se han apropiado del lenguaje de los valores comunitarios, privándonos, sin mucho esfuerzo, de términos como familia, maternidad e, incluso, comunidad. Se han hecho con el monopolio de este campo, dejando a la izquierda el frío lenguaje de los derechos humanos. ¿O tal vez ha sido al revés? ¿Tal vez fue la izquierda liberal quién cedió la esfera comunitaria a los conservadores, atrincherándose en posiciones individualistas? Si es así, las omisiones feministas respecto a la maternidad forman parte de un proceso más grande que supone la desaparición del pensamiento de izquierdas en la Polonia de después de 1989. Porque el pensamiento de la izquierda no puede basarse en la idea de la autonomía del individuo. Sea como fuere, familia y madre suelen asociarse de manera casi automática con tradición y nación. Como si los votantes de izquierdas no vivieran en familia y no tuvieran hijos, no envejecieran y nunca enfermaran.

La fuerza de la Iglesia es uno de los elementos clave en este panorama, el otro es la presión de los mercados. O más bien una admiración incondicional de las élites de la transformación hacia la ideología del libre mercado. El movimiento feminista polaco es fruto, en gran medida, de los años 90: de la transición política y de la modernización, es decir, de la fascinación por el individualismo y el neoliberalismo. No es de extrañar que lo que mejor se nos de sea defender cuestiones relacionadas con la libertad y el ascenso social de las mujeres, también en el ámbito público, y no preocuparnos de todo lo relativo a los cuidados. Y tampoco es de extrañar que se nos haga más fácil luchar por el derecho al aborto que por el derecho a las ayudas sociales —como la baja remunerada para cuidar de un familiar, las pensiones alimenticias, los seguros, las jubilaciones— que convertirían a las madres en ciudadanas de pleno derecho.

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