El Códice mendocino: nuevas perspectivas

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En la dedicatoria de la Storia a la Universidad Pontificia, Clavijero (1780, 2:iii–iv, vii) declara explícitamente que, al ser mexicano, él tiene autoridad para hablar sobre la historia de su nación; el haber estudiado la historia de su pueblo de primera mano, puede decidir sobre el mérito de las obras que han sido escritas sobre México y corregir los errores que estas contuvieran. Asimismo, califica su obra como un esfuerzo gallardo efectuado para beneficio de su patria a pesar de las calamidades que le han acaecido. Finalmente, dice, su trabajo es evidencia del amor sincero y veneración que siente por su patria. Este tema es reiterado en la introducción del libro donde además deja en claro que con esta obra busca devolver a su patria el esplendor que una turba de escritores modernos de las Américas había turbado (2:1). El rol que Clavijero dice cumplir como defensor de la verdad acerca de su patria es fundamental para entender las decisiones que toma para la composición de su obra, como son la selección de fuentes y el establecimiento de un arco narrativo. Y es, por esta razón, que es importante considerar una declaración que hace Clavijero y que puede pasar desapercibida pero que arroja luz sobre su proceso.

Desde un inicio en la obra, podemos ver que la perspectiva desde la que Clavijero dice escribir es la de la objetividad. El título de la obra en su primera edición es Storia antica del Messico y su subtítulo es Cavata da’migliori storici spagniuoli e da manuscriti, e dalle pitture antiche degl’indiani, que ha sido traducida como Historia antigua de México: Sacada de los mejores historiadores españoles y de los manuscritos y de las pinturas antiguas de los indios. Deseo llamar la atención a la palabra italiana cavata, traducida al español como sacada.17 Si bien cavare puede ser traducida como sacar, también significa obtener, extraer. Al sacar o extraer algo, el autor se asume como medio para la obtención del objeto, en este caso aquello que se encuentra en una fuente, y advierte de manera implícita que no ha habido manipulación o interpretación. Así, a lo largo de los diez libros de la Storia, con excepción de las disertaciones —en donde Clavijero sí ofrece sus propios argumentos— el lenguaje que utiliza, así como el estilo de su redacción, daría la ilusión de que la relación que establece con sus fuentes es la de un vehículo para que estas transmitan su contenido. Siempre en su redacción podemos identificar que son las ideas y recolecciones de sus fuentes las que priman y no las suyas. De esta manera, podemos considerar la profusión de pies de página, cuadros, mapas y listas comparativas que ofrece Clavijero como más que simples receptáculos de reflexiones al margen, referencias o reconocimiento de autoría, sino que llevan consigo la estructura misma de la obra y establecen un verdadero locus de la autoría de la Storia. Son las fuentes lo importante, no el compilador.

Esta observación es importante por cuanto vemos que Clavijero hace una diferencia consciente entre la naturaleza de sus acciones versus aquellas de los autores de las fuentes que cita. Así, cuando decide relacionar a Antonio de Mendoza con el manuscrito, usa un verbo que implica una posición más participativa en cuanto a los contenidos de la obra. En el título que asigna al manuscrito, “La raccolta di Mendoza”, la palabra activa es raccolta, que se traduce al español como colección. El acto de racogliere, que se traduce al español como recoger, cosechar, coleccionar implica una posición distinta a cavare, pues implica que el individuo escoge y compone aquello que ha sido raccolto, coleccionado. Así, “La colección de Mendoza” no es simplemente un conjunto de imágenes y textos que el virrey recibió o consiguió, sino un documento sobre el cual él tuvo influencia, como bien lo anuncia en su texto Clavigero (1780, 2:22) cuando dice lo siguiente:

La Raccolta di Mendoza. Così chiamiamo la collezione di 63 pitture messicane fatta far dal primo Vicerè del Messico D. Antonio Mendoza, alle quali fece aggiungere da persone intendenti la loro interpretazione nelle lingue Messicana, e Spagnuola per mandarle all’Imperatore Carlo V.

El rol de Clavijero y de Mendoza, en cuanto a sus respectivos manuscritos, no podría ser más opuesto. Uno es el intermediario en una empresa bibliográfica que busca transmitir la verdad que, en su opinión, ha sido enlodada por autores extranjeros y, como tal, actúa como vehículo para que la voz de autores veraces pueda ser escuchada y así devolver el esplendor a la historia de su patria. El otro es en cambio un sujeto activo en la recolección de información sobre México, es el creador de una fuente primaria. Esta idea nos permite considerar al Mendocino en el contexto de las fuentes bibliográficas que Clavijero anuncia al inicio de su obra y sugerir que la función del documento va más allá de lo que podría ser otra fuente bibliográfica.

La bibliografía de Clavijero

Inmediatamente después de la “Introducción”, Clavijero cita 47 fuentes que divide en dos categorías: historias escritas por autores europeos y mexicanos, y colecciones de pinturas, o sea, libros mexicanos pictográficos. El Mendocino forma parte del segundo grupo.

Como podemos ver en la tabla 2, Clavijero organiza sus fuentes textuales de forma cronológica. Así, empieza con Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo, dos autores conocidos que fueron actores de la conquista, y termina con los textos de Boturini, notable historiador y coleccionista del siglo XVIII. Pero la forma en que Clavijero organiza los manuscritos pictográficos mexicanos en esta bibliografía parecería ser distinta. En esta lista Clavijero cita cinco manuscritos pictográficos, a los que se refiere como colecciones de pinturas de utilidad para la escritura de la historia de México (Clavijero 1780, 2:22). Cuatro de estos fueron presentados como antigüedades prehispánicas cuando, de hecho, contenían elementos coloniales, arrojando luz sobre el sesgo con el que Clavijero entendía este material y el valor que quiso darle en el contexto de su bibliografía: fuentes primarias de autoridad incuestionable por su origen.

La quinta fuente de esta lista nos ocupa en este ensayo. Pese a que Clavijero la juntó con documentos de origen prehispánico, en ningún momento pretendió en su explicación que esta fuera otra cosa que un manuscrito colonial. Lo interesante en esto es, una vez más, no solamente el qué sino el cómo. De manera contraria a la forma en que Clavijero organizó sus fuentes históricas, al presentar el Mendocino al inicio de su lista de material prehispánico, Clavijero revierte conscientemente el principio cronológico que parecería haber guiado la presentación de su bibliografía y resalta efectivamente el manuscrito colonial que acaba de bautizar.

Así, la bibliografía de la Storia de Clavijero toma la forma de un gran espejo con las obras textuales organizadas en una progresión cronológica del siglo XVI al XVIII, mientras que las obras pictográficas siguen una organización cronológica en reversa. De esta manera, el Mendocino, documento colonial que incorporaba material textual y pictográfico fruto del encargo del primer virrey de Nueva España, funciona como un eje bibliográfico entre el mundo de la historia europea y la prehispánica. El cómo de esta presentación es importante pues, de la misma manera que Purchas lo había hecho más de un siglo antes, al presentar el manuscrito como una obra anónima pero de gran valor —al punto de llamarla “la más valiosa de sus joyas”— Clavijero separa y resalta el manuscrito del grupo al cual lo asigna al ignorar el orden que había establecido ya para la presentación de las fuentes y al identificarlo por primera vez con don Antonio de Mendoza. Para los fines y propósitos de considerar de manera nominal la inclusión de este manuscrito en la bibliografía de la Storia, el orden en que aparece es irrelevante. Pero, junto con el nombre con que se bautiza el documento —en el contexto histórico en que surge la obra de Clavijero y en el de la función que este le asigna a su Storia como un vehículo para el proyecto de construcción nacionalista— el gesto no puede ser pasado por alto.

Tabla 2: Las fuentes bibliográficas de la Storia antica del Messico


Por un lado, al incorporar material textual y pictográfico, el Mendocino funciona como una transición deseable entre las fuentes coloniales y las prehispánicas, y cumple por lo tanto un rol práctico en la presentación de la bibliografía. Por otro, al relacionar al manuscrito con el primer virrey de Nueva España de manera activa —llamándolo la “Colección [raccolta] de Mendoza”, conociendo la reputación de estadista y humanista del virrey, ya fuera de manera consciente o inconsciente— Clavijero asigna a este un rol de responsabilidad acerca de los contenidos del manuscrito, aunque no hubiera sido el autor material de los mismos. La identificación de Mendoza como el responsable de la obra le asigna al manuscrito una posición de preeminencia, una calidad cuasi fundacional. Al atribuir este rol de responsabilidad sobre el manuscrito a Antonio de Mendoza, Clavijero construye un arco narrativo para su bibliografía que gira en torno al momento en que el México antiguo y pictográfico converge con el México moderno, textual, y lo identifica con el nacimiento del virreinato de la Nueva España como la estructura política sobre la cual toma forma la nación mexicana moderna. Desde ese momento, los estudiosos de México podrían obtener verdades específicas sobre el México antiguo y la Nueva España; tales como datos sobre la estructura económica mexica o sus costumbres alimenticias o la forma de educar a sus hijos y crear discursos específicos sobre el México antiguo por medio de un “retorno al origen” de la Nueva España, que combina la autoridad Real encarnada en el virrey y la voz indígena articulada por las imágenes y los textos del manuscrito. Pero ¿por qué Mendoza? ¿Por qué no atribuir el manuscrito al patronazgo de Luis de Velasco, Hernán Cortés, Vasco de Quiroga u otros de los notables novohispanos del periodo cuya autoridad podría haber sido igualmente deseable al del valor del manuscrito como una fuente primaria de reputación incuestionable?

 

Don Antonio de Mendoza

El primer virrey de Nueva España es uno de los personajes más famosos de la historia colonial española. Hijo de Íñigo López de Mendoza, Capitán General de Granada, don Antonio tuvo desde temprana edad una educación privilegiada. Su tutor fue Pedro Mártir de Anglería, primer cronista de las Indias, y la cercanía con la corona castellana, de la que disfrutó su familia, le garantizó acceso al círculo más íntimo de la corte española (Aiton 1927). Dentro de las dignidades de las que disfrutó durante su vida en Europa están las de caballero de la cámara de Carlos I y embajador en Viena, una de las capitales más importantes de la Europa de los Habsburgo. Pero no es solamente su linaje o lo fortuito de haber sido el primer virrey de Nueva España lo que lo diferencia de otros administradores de la corona en el Nuevo Mundo, sino también su reputación de humanista. En conjunto, estas condiciones lo destacan en la historia de la colonia temprana y hacen que un manuscrito como el Mendocino se viera más beneficiado por una conexión con él que con algún otro de los notables del mismo periodo.

Esta condición especial de Mendoza como virrey y letrado son resaltadas por autores contemporáneos como Fray Jerónimo de Alcalá y Juan de Matienzo. En el prólogo de La relación de Michoacán, Alcalá ([1540] 1980, 5–6) se refiere a Mendoza como “elegido por Dios” para gobernar y resalta las cualidades de la benignidad, prudencia, afabilidad, gravedad y celo para la implantación de la fe cristiana que este encarnaba. Estos epítetos parecerían hacer eco del tono en que Juan de Matienzo ([1567] 1967, 207) se refiere a Mendoza en su gobierno del Perú, donde lo llama “luz y espejo para todos los virreyes futuros”. Al referirse así sobre Mendoza, ambos autores citan de manera implícita ideas ampliamente conocidas y establecidas acerca del rol práctico y simbólico del virrey castellano. En The King’s Living Image de Alejandro Cañeque (2004, 25) y en La edad de oro de los virreyes de Manuel Rivero Rodríguez (2011), citando autores legales de la época como Rafael de Vilosa, Juan de Solórzano, Erasmo de Rotterdam, Mercurino Gattinara, entre otros, se ha resaltado varios elementos fundamentales de la ideología virreinal, como la noción de que el virrey era considerado no solamente un administrador de alto rango, sino el alter ego del rey: los actos, los favores y los encargos del virrey eran considerados como si fueran del rey mismo. El atribuir el encargo del Mendocino al virrey con el fin de elevar su valor es algo que inclusive Purchas parecería haber entendido de manera intuitiva, como lo demuestra el conocido texto por medio del cual explica la llegada del manuscrito a manos de Thevet, y que Clavijero encontró como algo deseable al momento de incluir el manuscrito en sus fuentes. Atribuirlo a Mendoza entre otros virreyes le otorgó al manuscrito no solamente la reputación de un encargo virreinal, sino la del primer virrey, cuya prestancia como gobernante e intelectual no eran igualadas por ninguno de sus sucesores.

En el mismo texto de la Relación de Michoacán, Alcalá hace mención del deseo que los unió a él y al virrey por escribir una historia de la gente de Michoacán. Este capítulo de la historia de Mendoza, que ilustra su interés por la historia y en particular por escribirla, cobra vida en la citada carta que el virrey envía a su hermano Diego y que luego publica el cronista Fernández de Oviedo ([1532] 1959, 4:117–18):

La relaçion de las cosas desta tierra yo he procurado de sabello muy particularmente, é hallo diverssas opinions; porque como avia muchos señores en cada provinçia, cuentan las cosas de su manera. Yo las ando recogiendo é verificando, y hecho, os lo enviaré; porque me paresçe que seria cosa muy vergonçosa que os enviase yo relaçion y que me alegasedes por auctor dello, no siendo muy verdadera. Y de aquí no es tan poco que no podays hacer libro dello, é no será pequeño; porque aunque Monteçuma é México es lo que entre nosotros ha sonado, no era menor señor el Caçonçi de Mechuacan, y otros que no reconosçian al uno ni al otro.

Textos como este iluminan el lado intelectual de Mendoza, el entendimiento que tenían de él tanto sus contemporáneos como escritores de los siguientes dos siglos, y permiten entender el rol político que textos como la Relación de Michoacán y posiblemente el Mendocino habrían tenido al momento de su creación. Una conexión entre el Mendocino y el virrey Mendoza habría sido deseable para la escritura de una historia autoritativa del México antiguo con matices políticos nacionalistas, como es el caso de la Storia de Clavijero.

La conexión que Clavijero construyó entre el manuscrito y el virrey ilustran no solamente el entendimiento histórico que se tenía del virrey Mendoza y de su inclinación por las actividades humanistas, sino que arroja luz sobre el momento histórico en que Clavijero estableció dicha conexión. En su ensayo “¿Qué es un autor?”, Michel Foucault explora la importancia de la atribución de responsabilidad por los textos que surge en el siglo XVIII como parte del cambio de paradigma en la escritura histórica y del entendimiento de la agencia del individuo como registrador de la historia. En este nuevo contexto no era importante una historia solamente por lo que decía sino por quién lo decía. El estatus, valor y significado de un texto era asignado de acuerdo a quien fuera su autor o quien fuera responsable por él. Así, desde el momento en que Clavijero atribuyó la responsabilidad del manuscrito a don Antonio de Mendoza, no solamente elevó el valor del manuscrito al de encargo de un virrey específico, sino que dejó de ser un objeto aislado para convertirse en parte del grupo de obras de Mendoza, reforzando la cualidad fundacional del documento.

El presente volumen

Conceptualizado como una contribución a la continua construcción de la identidad del Códice mendocino, el presente volumen está organizado en torno a tres ejes: el análisis material, la interpretación textual y estilística, y la recepción y transmisión del manuscrito. Los estudios de Barker Benfield y MOLAB abren una ventana hacia el entendimiento objetivo de la materialidad del manuscrito. El proceso de conservación y reencuadernamiento del Mendocino registrado por Barker Benfield ha disipado especulaciones en cuanto al método de construcción del manuscrito y sus posibles encuadernaciones previas, permitiendo que conexiones antes aceptadas, como la autoría de Francisco Gualpuyogualcal, sean reexaminadas. Asimismo, el análisis llevado a cabo por el equipo de MOLAB —liderado por Davide Domenici— ha sacado del ámbito de la especulación la naturaleza de los pigmentos del manuscrito, así como ha permitido que hipótesis interpretativas —previamente articuladas al respecto del significado de pigmentos específicos y lo estricto de su aplicación en el tlacuilolli— sean refinadas y contenidas. Si bien el color tiene significado para el tlacuilo, este no está directa y necesariamente ligado a su materialidad. A partir de estas observaciones se puede desarrollar una nueva generación de estudios interpretativos cuyas propuestas se basen en datos cada vez más certeros acerca de la naturaleza material del Mendocino.

Los estudios interpretativos del manuscrito que ocupan el presente volumen representan una línea de investigación que, al considerar al manuscrito desde la perspectiva compleja de la obra de arte, bibliográfica y literaria, complementa las lecturas antropológicas e históricas que se han hecho del Mendocino en estudios anteriores. Así, los ensayos de Diana Magaloni, Daniela Bleichmar y quien escribe reconsideran el número y estilo de los artistas que crearon el manuscrito para entender tanto el proceso de creación del mismo, como el lugar que este ocupa en el contexto artístico del virreinato temprano. Las decisiones que estos artistas e intelectuales toman en el Mendocino, lejos de insertarse en una relación binaria dominante-dominado, se presentan como una manifestación de los modos de pensar y ver el espacio y el tiempo en el mundo mesoamericano. Las pinturas del Mendocino —ejecutadas a manera de taller en donde uno, dos o más individuos intervienen en una misma página para crear de manera sincronizada una sola composición, tal como demuestra quien escribe— toman visos de ritualidad y funcionan como “instrumento para recrear, reactualizar y hacer coherente el devenir histórico ligado al territorio y los patrones cósmicos” (ver Capítulo 4). Esta última observación complementa y refuerza la lectura de la tercera sección del manuscrito propuesta por Joanne Harwood, para quien, independientemente de lo original de las soluciones visuales utilizadas para componer esta sección del manuscrito, su modelo prehispánico se encuentra en un género de resonancia religiosa mesoamericana: el teoamoxtli.

La tension que surge de la contraposición de modelos prehispánicos y recursos importados configuran soluciones formales por medio de las cuales los tlacuiloque se expresan dentro del vocabulario artístico expandido del virreinato temprano y se entienden mejor como respuestas a problemas esenciales al replanteamiento de la sociedad mexicana. Tal es el caso de la novedosa composición del folio 69r en donde, dominando una escena compuesta con la técnica de perspectiva de un solo punto, los artistas representaron en la sala del trono un solitario y vigilante Motecuhzoma, envuelto en su tilma turquesa pero desprovisto de su consejo de guerra. Al tlatoani se lo construye como administrador de justicia, presidiendo su consejo desde lo alto, pero ya no reina y ya no hace la guerra. Como lo muestra Mary Miller, los súbditos de México, vestidos siempre de blanco, ya no disfrutan de la riqueza cromática de antaño, sino que parecerían estar vestidos para su bautismo y por lo tanto para su transición a este nuevo mundo en donde el individuo deja de ser visualizado en un orden jerárquico para ser homogenizado por la palabra “indio”.

Los ensayos de Barbara Mundy y Claudia Brittenham resaltan elementos más profundos de la construcción del Mendocino. Enfocada en la idea del altépetl —la unidad tradicional de ordenamiento social, político y cartográfico de Mesoamérica—; Mundy reflexiona sobre la naturaleza misma de este, lo presenta como el sujeto de la narrativa del Mendocino y discute el rol de los descendientes de la dinastía reinante Tenochca en el patronazgo artístico de México durante las primeras cuatro décadas del virreinato. Brittenham discute las relaciones sociales, económicas y rituales de este altépetl, incrementalmente dominante del paisaje mesoamericano a lo largo de los dos siglos que precedieron a la invasión española. Enfocada en lo importante de las omisiones evidenciables en la segunda parte del Mendocino, Brittenham explora la dimensión retórica de la representación del tributo dentro de un contexto de performatividad que trasciende la binaridad prehispánico-colonial, en donde la presentación de un manuscrito a un gobernante “fue un protocolo fácilmente aceptado por la nobleza indígena, quienes apreciaron las sutilezas políticas que el gesto permitía” (ver Capítulo 7).

De manera similar a lo discutido por Brittenham y Mundy, la permanencia velada de tradiciones, modos de expresión, nociones de comunicación que trascienden lo explicitado por la imagen o la palabra es el contexto en que Frances F. Berdan discute la escritura glífica mexica en cuanto al Mendocino. No es este solamente un documento con carga política reivindicatoria en el mundo del virreinato temprano —como ha sugerido quien escribe— sino que, en su entretejido pictográfico, se evidencian relaciones culturales y políticas del mundo prehispánico mexica-huasteca-mixteca, en donde el dominio se expresa tanto por medio de la representación de la conquista como por medio de la traducción y apropiación de nombres geográficos de los territorios conquistados. Es el Mendocino un documento colonial de más de una forma. Es colonial en su contexto inmediato —en el mundo de las décadas de 1540 y 1550— pero también es un documento del colonialismo mexica, cuyos gestos y recursos parecerían hacerse eco. Tamapachco, “lugar de las palmas” en Huasteca, por medio de la adaptación pictográfica nahua se convierte en el “lugar de las conchas”, desvirtuando la especificidad ancestral de su nombre. De manera similar, Tenochtitlan se fonetiza y se distorsiona en la lengua española del XVI para hacerse Temistitan, en el peor de los casos, e incluso cuando su nombre se alfabetiza correctamente pierde no solo su equivalencia semántica, sino su especificidad cultural, histórica y ritual. El Tenochtitlan donde se produce el Mendocino es al mismo tiempo el altépetl que reclama para sí el ombligo del mundo, el lugar en donde, como muestra Diana Magaloni, se encarnan nociones de centralidad cósmica tan antiguas como el Olmeca del formativo medio, y la ciudad colonial en donde el cabildo indígena, gobernado por la élite sobreviviente tenochca, lucha para mantener su espacio e influencia. El doble eje texto-imagen de la historia tripartita del Mendocino negocia esta complejidad y articula una narrativa que trasciende el periodo entre 1325 y 1521, e inserta de manera inteligible al mundo mexica en el contexto multicultural del virreinato temprano.

 

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1 En el capítulo 2 de este volumen, basados en análisis de pigmentos y otra evidencia material, Davide Domenici y el equipo de MOLAB sugieren un rango de fechas entre 1530 y 1560, pero con especial énfasis en el periodo alrededor de 1550 debido a la presencia del pigmento oropimento, el cual aparece en manuscritos mexicanos alrededor de esa época. Asimismo, basada en una lectura del contexto político de la Nueva España durante la década de 1540, Barbara Mundy sugiere que el Mendocino fue creado alrededor de 1547, como parte de la estrategia de la familia Huanitzin de afianzarse al poder como descendientes legítimos de Motecuhzoma. Mi análisis de las prioridades narrativas del Mendocino sugiere que el manuscrito se inserta dentro del contexto de la defensa de los pueblos indígenas de las Américas promovida por Bartolomé de las Casas entre 1547 y 1552.