Escultura Barroca española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la sociedad del conocimiento

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2.1.1.3.Escuela cordobesa

En Córdoba destaca Manuel Garnelo y Alda (Montilla, 1878-1941)[38]. Estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Hacia el cambio de siglo se traslada a Roma con una beca, aprendiendo de Aniceto Marinas en la Academia de España en Roma. Posteriormente vuelve a su ciudad natal, y a partir de la segunda década del siglo XX se traslada a Granada, ciudad donde obtiene una plaza de profesor en la Escuela de Bellas Artes. Allí realiza obra pública y religiosa, tanto para Granada como para otras ciudades españolas como Madrid u Orense. Para Loja (Granada) realizó dos de las imágenes más representativas de su Semana Santa: la Santa Marcela y Nuestra Señora de las Angustias (c. 1940).

2.1.1.4.Escuela granadina

Pablo de Loyzaga Gutiérrez (Granada, 1872-1951). Formado entre la tradición y los nuevos rasgos de la modernidad, fue docente en la Escuela Superior de Bellas Artes y Artes Industriales de Granada desde 1901. Con anterioridad había iniciado estudios de medicina. Allí pudo copiar del natural y aprender anatomía humana, algo que le ayudará a alcanzar la perfección formal en las anatomías de sus crucificados. Admiró a Alonso Cano, y se sintió atraído por el escultor Auguste Rodin, influencia constatable en algunas obras. Fue discípulo de Francisco Morales González, y allí, en su taller, fue condiscípulo con José Navas-Parejo, compañero también en la Escuela Superior de Artes Industriales de Granada a partir de 1903. Fue un artista integral, capaz de hacer obra de temática, materiales y fines diversos, desde imágenes religiosas a diseños de vestuario, decoración y demás objetos de uso doméstico. Dominaba las técnicas necesarias de materiales tan diversos como el barro, la madera, los metales o la piedra. Participó en numerosas exposiciones, y fue galardonado y reconocido su trabajo de forma coetánea a su producción artística, lo que le valió un gran prestigio nacional[39]. Dejó en su ciudad obras de gran valía, como el Santísimo Cristo de la Buena Muerte, (1908) o la estatua de Fray Luis de Granada (1910) para la plaza de Bib-Rambla.

Eduardo Espinosa Cuadros (Granada, 1884-1956), discípulo de Ojeda[40], fue una persona extremadamente creyente, lo que quedó reflejado en una vida y obra dedicada por completo a la creación de imágenes religiosas. Espinosa Cuadros fue muy popular, puesto que renovó la estética imaginera a comienzos del XX haciendo de nexo entre la influencia de las escuelas sevillanas y granadinas del XVII y XVIII —entre los grandes maestros granadinos; Alonso Cano, Pablo de Rojas, Mena y José de Mora—, además del nexo entre las generaciones de la segunda mitad del XX, teniendo como discípulos a insignes escultores del XX como Domingo Sánchez Mesa. Los primeros encargos importantes aparecen en la segunda década del XX, siendo Jesús en la entrada triunfal de Jerusalén (1917) una de sus primeras obras en la capital granadina. El grupo recuerda la mesura de la imaginería granadina de siglos anteriores[41]. Durante la década de los años veinte, la escuela granadina se verá influenciada por la renovación de los grupos de misterio que se estaban llevando a cabo en Sevilla y Málaga por escultores como Antonio Castillo Lastrucci. La Santa Cena, (Fig. 7), realizada entre 1926 y 1928, es el siguiente de los grupos de misterio, de gran complejidad en su composición y ejecución, ya que son obras de talla completa[42]. Fue ejecutada por el maestro y sus aprendices, colaborando en ella Sánchez Mesa, Benito Barbero y Eduardo Espinosa Cobos. El grupo fue bendecido en 1928[43].


Fig. 7. Espinosa Cuadros en su taller realizando el Grupo de Misterio de la Santa Cena, 1927, Granada. (Fuente: http://cofrades.sevilla.abc.es/profiles/blogs/el-evangelio-en-la-calle-la)

Luis de Vicente Mercado (Granada-1929). Imaginero y tallista, es sin duda uno de los artistas que más trabajó para el embellecimiento de la Semana Santa de distintas ciudades y provincias repartidas por España, por ejemplo, Granada, Málaga y Cartagena[44]. Algunas de sus grandes obras se hicieron para Málaga, siendo el renovador de la estética procesional a comienzos de los años veinte, precursor de los tronos de gran tamaño y maestro del tallista e imaginero malagueño Pedro Pérez Hidalgo, quien continuó en Málaga el estilo iniciado por el maestro granadino durante la segunda mitad del siglo XX, especialmente en los años de la posguerra[45]. Otro imaginero y tallista granadino fue Manuel Roldán de la Plata, discípulo de Francisco Morales González, quien junto con Nicolás Prados y Navas Parejo mantendrán la estética de la escuela granadina[46].

2.1.1.5.Imagineros en otras ciudades andaluzas

Antonio León Ortega (Huelva, 1907-1991). Nacido en Ayamonte, desde niño mostró grandes habilidades para el modelado y la escultura. Se formó de manera autodidacta, pero a partir de 1927 se encuentra en Madrid para cursar estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, permaneciendo en la capital hasta 1934. Tiene por maestros a Mariano Benlliure, José Capuz y Juan Adsuara, con quien trabaja durante un tiempo. Durante su estancia madrileña estudió la imaginería castellana, sobre todo a Gregorio Fernández, y a partir de 1938, lo encontramos en Huelva, con taller propio, donde comienza su interés y estudio por la escuela sevillana, sobre todo por Martínez Montañés. Realizó un gran número de imágenes para la Semana Santa de Huelva, además de otras provincias como Badajoz, Sevilla, Cádiz, Málaga, Cáceres, Salamanca o Madrid. Sus esculturas son muy rigurosas, creando un estilo propio de fácil reconocimiento[47].


Fig. 8. Antonio León Ortega, Ángel de la Oración en el Huerto, Huelva.

(Fuente: http://ca.wikipedia.org/wiki/Antonio_Le%C3%B3n_Ortega#/media/File:LeonOrtegaConAngelHuelva.jpg )

Jacinto Higueras Fuentes (Jaén, 1877- Madrid, 1954). Formado en el ambiente fin de siglo, ya en 1894 marcha a Madrid. Allí se forma en los talleres de Agustín Querol y posteriormente con Mariano Benlliure, con quien permanecerá nueve años. A principios del siglo XX lo tenemos de vuelta a su tierra y comienza la realización de los primeros encargos de obra pública. Se inicia en la obra religiosa, y a finales de los años veinte destaca la talla de un crucificado, el Cristo de la Buena Muerte de la catedral de la Asunción (1927, Jaén), muy estilizado en su anatomía, que luego inspiraría al Cristo de la Expiración que Mariano Benlliure realizara para Málaga durante la posguerra[48]. Tras la Guerra Civil realiza imágenes religiosas para iglesias, conventos, hermandades y cofradías que habían perdido sus obras. Algunas son de nuevo cuño, otras copias de las desaparecidas, como el Yacente de Alcalá la Real.

2.1.2.Escuela castellana

El centro de la escuela castellana fue Valladolid[49]. En el siglo XIX Ramón Álvarez Moretón (1825-1889) realizará muchas de las representaciones de pasos procesionales en Zamora. Tras la Guerra Civil, se aprecia una recuperación de la religiosidad, acentuando el dramatismo y estereotipos del siglo XVII. Esto no es exclusivo de Zamora y la escuela castellana, sino que se expande por todo el país el sentimiento religioso tanto en Semana Santa, como en romerías y demás fiestas de gloria. Desde 1940 a 1970 aproximadamente se produce un resurgir de nuevas cofradías que vienen a complementar la fiesta en la calle y completar la Semana Mayor con un variado número de pasos procesionales.

Comenzaremos destacando la importancia de Ramón Álvarez, uno de los máximos artífices del siglo XIX, pródigo de influencias barrocas, sobre todo de Gregorio Fernández, y que es esencial en la renovación de la Semana Santa zamorana, aunque de él se decía que “era poco original en sus composiciones y, en general, escaso de imaginación[50]”. Eso no freno que fuese uno de los escultores que mejor supo transmitir la estética de la tradición castellana. Entre sus obras destacan La Lanzada (1868, Zamora) o La Caída (1866, Zamora), y como particularidad citar que sus obras estaban inspiradas en personajes reales, en sus paisanos. La teatralidad de sus escenas tuvo una rápida aceptación en la burguesía local, comitente en gran parte de un cuantioso número de imágenes religiosas. Su taller fue un centro de escultura e imaginería durante gran parte del XIX, y en él se formaron los más importantes escultores de principios del XX en la escuela castellana. Entre sus discípulos destacan Eduardo Barrón, quien colaboró con él hasta que marchó a Roma en 1898[51], o Mariano Benlliure, donde la influencia de Ramón Álvarez es notable en sus primeras obras. Otros escultores son Aurelio de la Iglesia, Miguel Torija y Ramón Núñez Fernández. Otros escultores del cambio de siglo que están fuera de la influencia de la estética de Álvarez Moretón son José María Garrós Nogué[52] y Ángel Marcé. Ya en el siglo XX, se continúa la influencia de la escuela castellana de la edad moderna, con Álvarez Moretón a la cabeza, extendiéndose hasta la posguerra en figuras como Pérez Comendador, Quintín de la Torre, Víctor de los Ríos, Ricardo Segundo, Ramón Abrantes o José Luis Coomonte.

En Salamanca, la estela de la imaginería se extiende hasta el siglo XX, después del magisterio de Alejandro Carnicero hace tres siglos. Desde ese momento y en los siglos posteriores, otros nombres, como Soriano Montagut o González Macías, continuaron la tradición y sirvieron de enlace de lo que se conoce como escuela de imaginería de Salamanca, una escuela que se asienta en la tradición, para ofrecer al fiel del siglo XX y siglo XXI la tradición imaginera castellana actualizada y modernizada en su estética, pero en la que prevalecen los rasgos más característicos de la escuela, y, aunque cada uno tiene su impronta personal, la sobriedad, expresividad, crudeza y sentimiento desgarrado están presentes en todos y cada uno de ellos. Entre los escultores más destacados de esta escuela destacan Damián Villar, Hipólito Pérez Calvo, Enrique Orejudo, Fernando Mayoral y Vicente Cid Pérez[53]. De otra parte, la Semana Santa vallisoletana se ha visto enriquecida por la escuela castellana durante todo el siglo XX y, en especial, en la segunda mitad por los imagineros Juan Guraya Urrutia, José Antonio Hernández Navarro, Miguel Ángel González Jurado, Miguel Ángel Tapia y Ricardo Flecha, entre otros, que serán tratados en sucesivos epígrafes.

 

Uno de los primeros escultores e imagineros que dejaron notar la influencia de Álvarez fue Aurelio de la Iglesia Blanco, quien entró en el taller de Ramón Álvarez siendo un adolescente. Fue pensionado por la Diputación de Zamora para ampliar su formación en Roma. Permanecen dos obras que realizara para la Semana Santa zamorana: la Elevación de la Cruz[54] (1901), Jesús en el sudario[55] o Santo Entierro (1899) (Fig. 9), de gran realismo obtenido tras tomar como modelo el “cuerpo de un hombre ahogado que se encontraba en el Hospital de San Carlos de Madrid[56]”. Otro de los discípulos de Ramón Álvarez es Miguel Torija Domínguez (Zamora, 1875-1901), hábil con el dibujo y el modelado. Fue pensionado en Roma y formado después en la Escuela de San Fernando en Madrid. De todos los discípulos fue el más original, el más creativo en sus composiciones. Realiza el grupo de El Prendimiento (Fig. 10), para Zamora a imagen del que hiciera Salzillo en Murcia. Las expresiones de los personajes las tomó de personajes callejeros. Después se le encargó la realización del grupo de La Flagelación, pero no lo pudo hacer por encontrarse enfermo[57]. El otro gran discípulo es Ramón Núñez Fernández (Cádiz, 1868- Madrid, 1937), quien por cuestiones familiares se traslada a Zamora siendo niño, y allí aprendió escultura en el taller de Ramón Álvarez, discípulo predilecto de todos cuantos tuvo. A la muerte de este, continúa su formación con Juan Samsó en la Escuela de San Fernando de Madrid. Fue docente desde 1894 en Santiago de Compostela y más tarde en Valladolid (1911)[58]. Hace estatua profana desde comienzos del XX, y tras su paso por Valladolid entra en contacto con la escultura procesional y comienza su gran producción de imágenes religiosas por distintas ciudades castellanas.


Fig. 9. Aurelio de la Iglesia (1898) y Justo Fernández (1892) para la

Real Cofradía del Santo Entierro de Zamora

(Fuente: http://www.laopiniondezamora.es/semana-santa/2015/03/31/ultima-obra-aurelio-iglesia/832906.html


Fig. 10. Miguel Torija Domínguez, El Prendimiento, Zamora.

En 1925 recibe el encargo del grupo de La Sentencia[59] (1925-1926, Zamora). Se trata de grupo de gran corrección y equilibrio, donde se puede ver la influencia de su maestro Álvarez. Consta de cinco figuras, las más destacadas son Pilatos y un joven de color que asiste a Pilatos mientras se lava las manos[60]. Unos años más tarde, en 1927, realiza el paso de La vuelta del Sepulcro (1926-1927, Zamora), del que él mismo comentaba lo siguiente: “con la fe que invade mis sentimientos, espero que los personajes adquieran la vida suficiente para que se oigan sus lamentos y se adivine por sus ademanes toda la intensidad de la tragedia que quiero representar […] sé que el camino del arte no es más que uno: sentir y hacer la belleza[61]”. Aunque discípulo de Álvarez, se dejó influenciar por la estética de la academia y el gusto neoclásico, lo que le llevó a evolucionar el naturalismo de la escuela castellana. Las obras de Ramón Núñez son más contemplativas que sentimentales[62]. Otra de las imágenes que realiza es el Cristo Yacente, para la Cofradía del Santo Sepulcro de Palencia (1927). Entre sus discípulos se encuentran José Luis Medina (1909-2003), Baltasar Lobo Casquero[63] (1910-1993), Rafael Sanz y Antonio Vaquero.

Justo Fernández Lebrón fue un escultor, imaginero y tallista zamorano que participó activamente en la renovación de los antiguos pasos procesionales zamoranos del XIX. Remodela el paso de la Cofradía de Jesús Nazareno, procesionando en 1893 el popular paso conocido como El cinco de copas, de nombre Jesús camino del Calvario, (Fig. 11) y representa el momento en el que Jesús, cargado con la cruz, es conducido al calvario. Otra obra destacada en la Semana Santa de Zamora es la Urna del Cristo del Santo Entierro; urna tallada en madera, de estilo gótico florido, imitando un modelo de un catálogo francés que se adaptó al gusto de la cofradía. Uno de los importantes maestros de la imaginería vallisoletana del XX es Juan Guraya Urrutia (Bilbao, 1893-1965). Guraya Urrutia realizó principalmente escultura religiosa, además de otras temáticas y obras de carácter civil. Hijo de ebanista, se forma tempranamente en el trabajo en madera, aprende la estética modernista en Barcelona y, de vuelta a Bilbao, continúa su formación en la Escuela de Artes y Oficios de Achuri, donde se encontraba una generación de escultores como Quintín de la Torre, Moisés Huerta o Higinio Basterra. En Madrid colaboró con Mateo Inurria y Collaut Valera. Viajó a París y, con el escultor ruso-francés Droucker, con quien viaja a Cuba, luego estaría en México y Estados Unidos, dejando obra religiosa en Texas, una Señora de Fátima para la iglesia de los Padres Oblatos. De nuevo en Bilbao, mantiene contacto con Basterra, Huerta, Torre y Victorio Macho, Julio Beobide, Enrique Barros, Juan de Avalos, Garrós y Larrea entre otros. El taller más destacado fue el que montó para la realización de La Sagrada Cena (1942-1958, Valladolid) (Fig. 12). Sus figuras son tomadas de modelos al natural, lo que enfatiza el dramatismo en Cristo y santos. Otra obra significativa es el Jesús de la Esperanza (1946, Valladolid)[64].


Fig. 11. Justo Fernández, Camino del Calvario, 1893.


Fig. 12. Juan Guraya Urrutia, La Sagrada Cena. 1942-1958, Valladolid.

2.1.3.Foco levantino

Comenzaremos por uno de los escultores más relevantes de la España de finales del XIX hasta mediados del XX, Mariano Benlliure (Valencia, 1862-1947), quien formado en el academicismo, supo suavizar la rigidez de la escuela levantina con el naturalismo y el modernismo. Realizó todo tipo de obra escultórica, de pequeño y gran formato, de técnicas y materiales diversos, así como temática monumental, sacra o profana. Su estética imaginera procesional tiene gran modernidad y calidad, estando repartida por distintas ciudades del panorama nacional. Aunque nació en Valencia, pronto se trasladó a Zamora, donde estableció contacto con los círculos artísticos. La estética del primer Benlliure tomó forma en el taller de Ramón Álvarez en Zamora, “con sólo 16 años esculpió su primera obra Jesús Descendido, para la Hermandad del Santo Entierro[65]”. Fue muy prolífico, y su obra muy del gusto de la sociedad de su tiempo. Sus obras son sublimes, tanto por la técnica, como por la composición y acabado, independientemente de la temática que se le encargase[66].


Fig. 13. Mariano Benlliure, Cristo de la Expiración, 1940, Málaga

(Fuente: Archivo Expiración,

disponible en http://www.nosoloalameda.es/y-llego-benlliure/)

El otro de los grandes de este momento es José Capuz Mamano (Valencia, 1884- Madrid, 1964), uno de los últimos miembros de una familia de escultores de origen italiano afincada en Valencia desde el siglo XVII. Su padre, el escultor imaginero Antonio Capuz Gil, será su primer maestro, luego estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia, y a partir de 1904 está en Madrid estudiando en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, además de trabajar en el taller del Padre Félix Granda. En 1906, es pensionado en la Academia Española de Bellas Artes de Roma. De allí viaja a Florencia, Nápoles y París, para completar su formación. A partir de los años veinte está de vuelta en España, cosechando grandes éxitos. Desde 1922, es docente en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid. En 1927 fue nombrado Académico de Bellas Artes de San Fernando[67]. Entre sus obras destacan varios monumentos públicos en Valencia, Madrid o Jaén. Pero lo más importante en su obra es la influencia francesa, sobre todo de Rodin, algo que supo trasladar magistralmente a la estatuaria religiosa. Algunas de sus obras se encuentran en Cuenca, otras en Cartagena, como el Grupo del Descendimiento (Fig. 14) o en Málaga, donde realizó Nuestro Padre Jesús Resucitado.


Fig. 14. Grupo del Descendimiento, José Capuz, Cartagena.

(Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Usuario:Anamaria.sotob/Taller

http://descendimientocartagena.es/patrimonio/escultura/mecenas.html)

Entre otros escultores relevantes de este momento encontramos a Juan Dorado Brisa (Valencia, 1874-1907). Estudió en la Academia de San Carlos. Fue discípulo de Vicente Marco, y durante algunos años trabajó en Murcia con taller propio. También fue profesor de la Academia de Bellas Artes. En Murcia trabajó, entre otros, en el paso del Entierro de Cristo en 1896, en el Corazón de Jesús (1897) para la iglesia de Santa Eulalia y Paso del Lavatorio (1904) para la Archicofradía de la Sangre, destruido en julio de 1936[68]. Murió con tan solo treinta y tres años, truncándose una prometedora carrera artística. Otro de ellos será José Lozano Roca. Al igual que Sánchez Lozano, Gregorio Molera, Antonio Carrión Valverde y otros imagineros, continúa la tradición de Salzillo. Iniciado en los talleres de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia, luego entró en el taller de Anastasio Martínez, quien le enseña las técnicas de tallar la madera, la piedra, escayola, etc., Allí permaneció hasta 1940, teniendo como compañeros a los escultores José Planes y Clemente Cantos. Después de la guerra, Lozano Roca abre taller propio. Destacan: Paso de la Oración en el Huerto (1943, Jumilla), quemado en 1974; Jesús, Samaritana, Virgen de la Esperanza y una Dolorosa (1948, Beniel) o la Virgen de la Esperanza (Totana)[69]. Aurelio Ureña Tortosa (1861-1939) es otro de los escultores neoclásicos de este momento, formado en el taller de Damián Pastor y Micó en Valencia. Por su taller pasaron, entre otros: Adsuara, Venancio Marco y Roig y Modesto Quilis. Realizó obra religiosa para iglesias, apegado al estilo renacentista, gracias al vínculo con Damián Pastor. En cuanto a imagen procesional destacan: para la agrupación San Pedro Apóstol de Cartagena (Cofradía Californios) el paso de la Samaritana (1931), las imágenes son obra de José Sánchez Lozano (1945).

Un escultor preocupado por continuar las tradiciones locales es Antonio Garrigós y Giner (1886-1966). Para ello, realizó figuras y terracotas, donde mezcló innovación y costumbrismo, algo muy del gusto de la sociedad burguesa de principios de siglo. Desde pequeño muestra sus habilidades para el modelado y se inclina por la faceta comercial del arte. En torno a 1923, realiza sus primeras terracotas, apoyado por otro gran escultor, Clemente Cantos, lo cual hizo que estos dos escultores abrieran un nuevo taller donde colaboraban conjuntamente, el Taller Bellos Oficios de Levante. En él, un número considerable de obreros realizaba objetos decorativos para ser comercializados, sobre todo estuches y envases. Realizó una copiosa obra en sus años de madurez, destacando tanto obra de pequeño formato como alguna imagen de carácter procesional. Otros tallistas, escultores e imagineros levantinos son Antonio Carrión Valverde[70] o Clemente Cantos[71].