Arquitecturas que hablan

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TRES VIVIENDAS POPULARES NEOINDIGENISTAS TAPATÍAS

La delimitación espacial del centro histórico de Guadalajara ha variado en extensión últimamente, pero sea cual fuere su perímetro original, concentra una gran cantidad de inmuebles catalogados como patrimonio edificado. En lo que puede considerarse su Segunda Corona —antes conocida como Perímetro B— se localizan tres casas habitación ornamentadas con elementos decorativos de la corriente estilística neoindigenista. En las siguientes páginas se describen estas viviendas enfocando sus motivos escultóricos intentando una interpretación iconográfica de sus componentes formales.

Conjunto habitacional–comercial en el barrio de El Refugio

Hacia el poniente del tradicional barrio de El Santuario de Guadalupe se ubica el jardín de El Refugio, y a una cuadra de este, hacia el norte, se levanta un modesto conjunto de viviendas y local comercial marcado con los números 740, 742 y 746 de la calle Juan Álvarez, así como el 502 y 506 de la calle Mezquitán. El edificio ocupa la esquina noreste del cruce de ambas rúas y tiene dos niveles de altura. Se trata de un inmueble de uso mixto que en la planta baja alberga un establecimiento de alimentos, pero que en el piso superior contiene tres departamentos habitados.

No se cuenta con información precisa de su fecha de construcción ni sobre su autor, pero sí puede afirmarse que el conjunto concuerda con la tipología arquitectónica del modernismo funcionalista correspondiente a la época posrevolucionaria de la cuarta década del siglo XX, ya que se prioriza el principio de utilidad uniformando todos los elementos constructivos como vanos, herrería o acabados, y se impone una edificación austera que evidencia al exterior las crujías interiores mediante pilastras en cada entre–eje estructural para levantar muros desnudos con apenas esbozados marcos alrededor de las ventanas. En este sentido, el inmueble revela una paradójica contradicción, pues si bien los muros exteriores se han despojado de componentes ornamentales, sí se eligió aprovechar el ochave de la esquina como fachada principal para ubicar ahí un panel decorativo con la máscara de Chac, el numen maya de la lluvia (véase figura 2.6).

Este mascarón neoindigenista está elaborado en argamasa con base en arcilla, cal y agua que permitió modelar los detalles escultóricos. La composición de la figura incluye los principales rasgos identitarios mayas del rostro de Chac visto de frente, como son la nariz ganchuda, los ojos circulados por anteojeras, la llamada bigotera y la boca con colmillos. Por el planteamiento del panel, se denota un regular conocimiento iconográfico de los códigos expresivos de la cultura maya peninsular, en especial del estilo Puuc del periodo clásico, y no cabe duda que se trasmite con facilidad la filiación de la faz ahí plasmada. Al efecto, el artífice manejó cierta abstracción modernizante recurriendo a formas geométricas algo rígidas, pero logró recrear con resultados convincentes, mediante círculos, cilindros, grecas y pliegues achurados, una interpretación neófita del conocido semblante del sobrenatural ser de la cosmovisión maya.

FIGURA 2.6 MASCARÓN DE CHAC, BARRIO DE EL REFUGIO


Fotografía: Alejandro Mendo Gutiérrez.

Con los años se ha deteriorado parcialmente el panel y el mascarón de Chac perdió su ojo izquierdo por completo, además, se alteró la solución iconográfica del tocado de la máscara en el remate superior del ochave, por lo que el panel ya no puede apreciarse en su integridad original.

Casa habitación en el barrio de Santa Teresita

En los límites entre los barrios de Santa Teresita y El Refugio, se desarrolló desde principios del siglo XX una cantidad de viviendas populares que aún subsisten conservando todavía su vocación habitacional. A una cuadra hacia el poniente de la avenida Enrique Díaz de León (antes Munguía), entre las calles Garibaldi y Joaquín Angulo, se localiza el predio Frías número 345 sobre el que se edificó una modesta casa habitación con decoración neoindigenista. El contexto urbano inmediato corresponde con el uso habitacional y, a lo largo de esa cuadra, pueden identificarse otras tres viviendas edificadas con elementos eclécticos del art déco. El inmueble de nuestro interés ya no desempeña funciones domésticas y parece servir como establecimiento comercial.

FIGURA 2.7 MASCARÓN DE CHAC, BARRIO DE SANTA TERESITA


Fotografía: Alejandro Mendo Gutiérrez.

Esta vivienda ostenta un llamativo y bien conservado mascarón de Chac ornamentando la fachada de la construcción (véase figura 2.7). La edificación es de un solo nivel y su frente está recubierto casi totalmente de ladrillo de arcilla cocida aparente. En la parte superior de la puerta y arriba de la única ventana, se adosaron elementos decorativos con iconografía maya. Coronando el pretil, se alza un par de remates geométricos sencillos a manera de tocado, pero igualmente atrayentes por su impacto visual para el conjunto.

Es de notarse que el refinamiento iconográfico es ligeramente mejor logrado en esta obra pues se detallaron más delicadamente los componentes del mascarón. Por ejemplo, sobre la sencilla, pero prominente nariz de Chac, sobresale el llamado entrecejo que Paul Gendrop reconoce como elemento representativo del arte maya clásico (1983, p.91). En el mismo tenor, surge con fuerza la mandíbula inferior dotada de tres filas de colmillos a ambos lados de una insólita lengua extraña para el bagaje estilístico pan–maya. Hay que apuntar el creativo tratamiento de los párpados que, arriba y debajo, adornan con grecas mixtilíneas el contorno del globo ocular. A su vez, separando los ojos respecto del maxilar superior, una franja de rectángulos y motivos grecados divide la composición en dos hemisferios.

Cerramos esta descripción señalando que un detalle menor acrecienta la calidad estética de este tablero neoindigenista. Nos referimos al dintel ornamental de la puerta que está decorado con un pequeño y escueto mascarón de Chac —a manera de mascarita subsidiaria— replicando los mismos motivos del friso horizontal de grecas, pero que, en este caso, recuerda los recursos formales previos para dar estructura al rostro del numen.

Casa habitación en el barrio de Analco

El barrio de Analco es una parcialidad urbana de Guadalajara muy vinculada a la historia de la ciudad. Aunque no se trata de una localidad de origen prehispánico, sí fue uno de los asentamientos indígenas más antiguos de la urbe, pues ahí radicaron, desde la segunda mitad del siglo XVI, los primeros grupos de nativos nahuas que acompañaron a los españoles en el establecimiento de la villa. El barrio cobró notoriedad el año de 1992 cuando una desastrosa explosión del drenaje sanitario urbano afectó masivamente viviendas y espacios públicos dejando una estela de muerte. El día de hoy, Analco es un distrito popular que aloja pequeños talleres, modestos comercios y viviendas. En una de sus esquinas, en el cruce de las calles Guadalupe Victoria y Francisco Silva Romero, se encuentra una modesta construcción decorada con un interesante mascarón de Chac (véase figura 2.8).

Esta edificación, identificada con el número 702 de la calle Guadalupe Victoria, se encuentra en la actualidad muy modificada constructivamente por sucesivas adecuaciones y ya no presenta rasgos originales, excepto el panel escultórico de inspiración prehispánica. En las inmediaciones todavía subsisten interesantes ejemplos de viviendas con elementos decorativos estilo art déco, pero también se nota la reciente actualización de muchas casas a los lenguajes arquitectónicos contemporáneos. Debido a las drásticas alteraciones exteriores e interiores que se le han hecho a esta edificación no es posible establecer si desde un inicio se trató de vivienda o de tienda. El rostro de Chac está empotrado justo en el ochave del edificio y por encima del dintel del portal de ingreso al comercio, repitiendo el emplazamiento del conjunto habitacional del barrio de El Refugio descrito previamente.

FIGURA 2.8 MASCARÓN DE CHAC, BARRIO DE ANALCO


Fotografía: Alejandro Mendo Gutiérrez.

Esta ornamentación neoindigenista es el único elemento decorativo del inmueble y en su composición se recurre a mostrar el rostro del numen maya mediante sus principales atributos: ojos, nariz y boca. En este caso, se enmarca toda la faz con un tocado superior con base en delgados cilindros verticales —denominados tamborcillos en la literatura arqueológica— que también se usan para ambas mejillas. Los detalles más finos del bajo relieve aparecen en el tratamiento que se da a los párpados y órbitas oculares, así como en la banda horizontal que separa el rostro en dos mitades; para configurar los colmillos de Chac se delineó una sola fila dentada.

A manera de conclusiones sobre este apartado, se recuerda que el movimiento neoindigenista mexicano surgió como respuesta plástica alternativa a la coyuntura de cambio cultural, debido a la necesidad social de encontrar vehículos expresivos propios de un país heredero de grandes civilizaciones pretéritas. Yolanda Bojórquez Martínez sostiene que se trató de una “modernización forzada, en términos de una actualización frente a las vanguardias que se desarrollaban en el resto del mundo” (2011, p.27).

 

Esta corriente estilística ecléctica y nacionalista pudo forjar sus códigos plásticos y recursos formales reinterpretando la herencia constructiva étnica ancestral dando lugar a acalorados debates que cuestionaron las tensiones entre la innovación y lo tradicional (González Ibáñez, 2010, p.113), lo que evidenció no solo lo poco que se sabía realmente de las culturas autóctonas pretéritas y presentes sino qué posturas críticas se erigían entonces en torno a los fenómenos trasculturales. Esto, probablemente, se debió al largo enfrentamiento intelectual entre hispanistas e indigenistas, el cual ha tenido varios momentos álgidos en la historia del país.

En relación con la arquitectura neoindigenista jalisciense, es importante reconocer que estructuralmente no hubo planteamientos espaciales que articularan función y forma en un sentido o’gormaniano radical, pues las cuatro obras comentadas no evidencian correspondencias constructivas de índole morfológico prehispanista sino que su solución arquitectónica es un partido convencional —aunque de filiación funcional–racionalista— ornamentado exteriormente con motivos autóctonos reinterpretados.

Respecto del lenguaje iconográfico empleado en las construcciones neoindigenistas de Guadalajara, predominan los elementos ornamentales de origen maya y, en menor medida, algunos de procedencia azteca en los que se emplean, sobre todo, recursos escultóricos en bajo relieve con alusiones a la mitología religiosa y a pretendidos pasajes históricos (rostros divinos sobrenaturales, personajes legendarios) y referencias a la glífica geométrica tradicional mesoamericana (grecas, volutas y círculos).

En cuanto a los materiales físicos empleados en la construcción de estas edificaciones neoindigenistas tapatías, nunca se recurrió a elementos agregados o productos regionales utilizados antaño por los grupos indígenas originales, como pudieran haber sido piedra, cerámica, madera, estuco o conchas. Es decir, en la concreción de estos espacios edificados modernos no se instrumentaron procedimientos artesanales nativos ni técnicas autóctonas y tampoco se ensayó la utilización de recursos endémicos sino que se operó de forma convencional con los sistemas de edificación estandarizados para la primera mitad del siglo XX. Por ello, para el levantamiento de los muros, aparecen ladrillos de barro recocido y refuerzos de concreto armado, en las cubiertas se usan vigas de acero y bajantes pluviales prefabricados, mientras que puertas y ventanas se resuelven con perfiles metálicos industriales.

Por su parte, en los casos analizados se advierte un plausible manejo iconográfico de las representaciones mesoamericanas clásicas comprobable por el nivel de conocimiento de los patrones expresivos, de los modelos artísticos y de los elementos decorativos propios de la plástica maya prehispánica. Ahora bien, en cuanto a la familiaridad con el rostro de Chac —reproducido en las tres viviendas analizadas aquí— sí se manifiesta la presencia de la trilogía anteojeras–nariz ganchuda–boca dentada, que es la prueba de identidad icónica del numen. No obstante, debe subrayarse que en aquel momento histórico del neoplasticismo ecléctico nacionalista, todavía se asumía a la arquitectura como una “superficie narrativa a leer” (Méndez, 2013, p.16), mientras que en el plano internacional, la modernidad emergente transitaba de lleno hacia otro tipo de experiencia estética en donde el objeto construido dejaba de ser el ámbito del montaje escénico (edificio–teatro) para convertirse en el artefacto operativo (edificio–máquina).

Prueba de lo anterior es el evidente divorcio conceptual entre la morfología arquitectónica —la forma espacial resultante— y la función expresiva de la edificación —el mensaje y sus significantes—, pues la discrepancia estriba en que se concibió de forma convencional la distribución de los espacios y la elección de sus materiales constructivos en disonancia respecto del criterio simbólico con que se proyectó el lenguaje plástico de su externalidad comunicativa. En otras palabras, una cuestión fue la solución estructural y funcional interna del edificio, y otra la legibilidad cultural que aspiraba trasmitir. Desde esta óptica, insistir en que en las tres viviendas neoindigenistas analizadas, y en el comentado Cine Cuauhtémoc, la presencia decorativa de reminiscencia precolombina es meramente superficial y ocurre como simple pastiche adosado, ya que queda claro que en ningún caso se pretendió alzar edificios revival formales, o sea, generados por un programa arquitectónico congruente. Queda pues afirmar que la arquitectura neoindigenista de Guadalajara resultó ser una manifestación coyuntural ligera y fugaz, pero digna de ser puesta en valor.

Es necesario dedicar unas palabras al autor anónimo de los tres mascarones de Chac, pues, aunque no contamos con datos ciertos, en este trabajo sostenemos intuitivamente que se trata del mismo creador. A pesar de que desconocemos su identidad personal y nada sabemos de su preparación como artífice, sí es preciso recalcar que su obra logró aportar el único destello de arquitectura neoindigenista —quizá sería más correcto decir decoración neoindigenista— que se conoce para la ciudad de Guadalajara. Este mérito debe aquilatarse en todo lo que vale, pues los tres tableros constituyen un exclusivo conjunto que no se repitió en toda la urbe, por tanto, son un testimonio singular y sin par que debe protegerse.

POSIBLES ACCIONES DE CONSERVACIÓN

La idea de este apartado final es llamar la atención sobre el poco interés público hacia el legado arquitectónico neoindigenista que subsiste en Guadalajara, ya que la indiferencia de autoridades y particulares ha provocado la pérdida irreversible de muchos de estos hitos, por lo que en las páginas siguientes se enuncian algunas posibles acciones de conservación que pueden instrumentarse para reforzar las tareas de conservación del patrimonio edificado en Jalisco.

En principio, fundamentaremos nuestra propuesta conservacionista no en la intervención oficiosa institucional que las dependencias gubernamentales responsables deberían emprender sino en las actividades voluntarias y altruistas que algunos ciudadanos y organizaciones sociales han realizado para proteger y poner en valor estos testimonios culturales. Aquí optamos por prescindir de los órganos oficiales, pues padecen una crónica carencia de recursos y una alta rotación de personal que les imposibilita incidir de forma efectiva. Al respecto, es necesario mencionar que en la capital jalisciense han surgido iniciativas espontáneas muy importantes —como la colocación de placas informativas frente a inmuebles de relevancia patrimonial que llevó a cabo la asociación Sarape Social mediante su proyecto La Ronda por Guadalajara— la cual ha logrado conjuntar exitosamente el esfuerzo de museos municipales, entidades empresariales y colectivos civiles.

Desde otro frente, instituciones educativas como la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente también han abierto trincheras interviniendo por iniciativa particular determinados referentes artístico–patrimoniales, como murales de artistas reconocidos, con muy buenos resultados. Para ello, no ha sido necesario canalizar presupuestos abultados, ni formalizar convenios complicados; al contrario, solo ha sido necesario reconocer los riesgos que amenazan a determinadas obras para iniciar trabajos de salvamento cultural con apoyos puntuales de algunos patrocinadores.

La primera sugerencia es proponer que el proyecto La Ronda por Guadalajara extienda sus alcances a una segunda edición, que bien podría abarcar los inmuebles que antes quedaron fuera del listado inicial. Así, la colocación de cédulas informativas afuera de edificaciones como las viviendas neoindigenistas aquí reseñadas ayudaría mucho para que estas construcciones alcanzaran un nivel de notoriedad suficiente para que la sociedad reconozca su valía histórico–arquitectónica y frene cualquier acción lesiva potencial.

También puede actualizarse la Guía arquitectónica esencial Zona Metropolitana de Guadalajara que Arabella González Huezo publicó en 2005, pero incluyendo ahora estas obras neoindigenistas. Para conseguir esto, sí será necesario reactivar los acuerdos originales entre las entidades gubernamentales y las organizaciones privadas que posibilitaron antes la primera etapa de trabajo.

Una segunda propuesta es recomendar que la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente tome estas viviendas neoindigenistas como objeto de intervención para que los estudiantes apliquen las habilidades adquiridas en el plantel ensayando in situ las técnicas de restauración para la protección de bienes patrimoniales. Convendrá explorar cómo sumar a los propietarios de estas fincas, para que no solo accedan a la intervención de sus bienes raíces sino que asuman parte de los costos implícitos; no obstante, en última instancia podrían canalizarse recursos materiales provenientes de fuentes alternas.

La tercera iniciativa es precisamente impulsar ante dependencias federales del sector cultural la emisión de la declaratoria de bienes histórico–artísticos a los inmuebles referidos, de manera que se pueda reducir el monto de los impuestos prediales anuales que se pagan por las propiedades de tipología neoindigenista. El propósito de esta sugerencia es que los titulares de estas viviendas destinen los ahorros concedidos a trabajos de mantenimiento; con esta lógica, se motivaría a los propietarios de fincas catalogadas a gestionar préstamos preferenciales deducibles fiscalmente cuando los montos se dediquen a obras de restauración o conservación física.

Por último, se pone a consideración que las universidades locales aprovechen estos hitos patrimoniales para registrar técnica, artística y gráficamente su riqueza expresiva, mediante ejercicios escolares de dibujo o fotografía, así como para abordar en aula esta producción constructiva desde la perspectiva analítica de la historia de la arquitectura, ya que se trata de elementos históricos que deben tomarse como objetos de estudio por constituir valores estéticos singulares. En este sentido, pueden convocarse concursos fotográficos, organizarse recorridos explicativos y realizarse talleres formativos alrededor de estas edificaciones.

Este texto se propuso hacer una descripción de la ornamentación neoindigenista que decora tres viviendas existentes en Guadalajara para analizar los contenidos estéticos y los significantes ideológicos subyacentes con que se expresó la imaginería popular en este tipo de edificaciones. El trabajo incluyó enmarcar este tipo de obras como parte de un contexto sociocultural histórico particular que favoreció la producción material de estas piezas urbanas. Finalmente, se considera viable que las recomendaciones puntuales sugeridas pueden ampliar la cobertura de protección que debería amparar la conservación de estos bienes culturales.

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