Vida campesina en el Magdalena Grande

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Asentamientos de grupos afrodescendientes

Estos pequeños asentamientos nucleados de grupos de campesinos, en su mayoría afrodescendientes, se ubicaron en su mayor parte en las llanuras del Caribe, conformando una red entre los intersticios de las grandes haciendas ganaderas y tratando de explotar pequeñas parcelas de tierra que lograron conservar después de numerosos reasentamientos hechos durante el siglo XVIII, subsistiendo a la dominación colonial y republicana a partir de la siembra de cultivos de pancoger para su subsistencia y trabajando temporalmente en las haciendas ganaderas cercanas.

Sin embargo, si se analiza la ubicación de estos pequeños asentamientos rurales nucleados en la extensa geografía del Magdalena Grande se puede ver que Valledupar, por ejemplo, tiene 23 corregimientos, cerca de 40 inspecciones de policía rurales y por lo menos unos 60 poblados de menos de 300 habitantes (es decir, unas 50 familias de 6 habitantes en promedio). Con Santa Marta sucede lo mismo en las tierras bajas de la Sierra Nevada. También desde Riohacha hasta San Juan del Cesar, en los valles de los ríos Ranchería y Cesar; es decir, en toda la Media y Baja Guajira la mayoría de los 200 pequeños poblados son campesinos claramente diferenciados de las rancherías indígenas, por su organización lineal o su malla “urbana” en cuadrícula, con plaza principal.

¿Cómo surgió esta “polvareda” de pequeños asentamientos?

Seguramente, como lo afirma Marta Herrera, de los deseos de libertad que siempre mantuvieron “los libres de todos los colores” durante la colonia, quienes no se dejaron confiscar sus pocas tierras durante la Primera República (en el siglo XIX) que llegó hasta la Constitución de 1886, ni por la Segunda República, que llegó hasta 1991 y que para algunos sectores de la política aún no existe.

No obstante, en general, como lo señala Diana García (2016), el estudio de pequeños asentamientos nucleados, rurales, no cabía en la historia económica y social, pues fuera de la fuerza de trabajo que aportan a las grandes haciendas ganaderas ni siquiera eran tenidos en cuenta como pequeños productores rurales de auto subsistencia. Solo empezaron a aparecer en las crónicas judiciales de los años de 1970, pero como invasores de tierras ociosas. Posteriormente, en los años de 1980, hacia finales del siglo XX, constituyen las noticias más importantes de la crónica roja de la prensa nacional y regional como los lugares en donde se desarrollan las masacres más aterradoras de la historia del conflicto armado colombiano.

La mayoría de estas masacres fueron cometidas con el argumento de evitar que los comunistas invadieran las tierras prometidas por la reforma agraria. Para los militares, estas gentes humildes estaban apoyadas por guerrillas de todo tipo que se tomaron el poder por las armas, por lo que era correcto suponer que todas las personas pobres y sin tierras que trabajaban como obreros en las haciendas o que reclamaban los derechos prometidos por la reforma agraria también eran comunistas o, por lo menos, “colonos de mala fe” en el argot de las notarías y las inspecciones de policía. Sin embargo, tal vez la razón más importante fue la de someterlos por la fuerza a reasentarse en las ciudades o a situarse cerca de las plantaciones que se empezaron a desarrollar a fines del siglo XX, especialmente de palma africana, como mano de obra barata, temerosa y dócil, lo que parece haberse conseguido en amplias regiones como, por ejemplo, en el caso de Guacoche, Cesar.

Pescadores y agricultores tradicionales de las riberas de los ríos y las áreas inundables

Estos campesinos se diferencian de los anteriores en la medida en que combinan las actividades de la pesca y la agricultura para subsistir y solo en casos de extrema penuria trabajan como jornaleros en las fincas ganaderas. Han sido estudiados para la margen izquierda del río Magdalena por Fals Borda (2006) quien, como se anotó, los llama “pueblos anfibios”. En este sentido, las caracterizaciones hechas para la margen izquierda son igualmente válidas para la derecha. Sin embargo, hay una serie de materiales que recogen una base etnográfica con matices parecidos para el Magdalena Grande. Las principales referencias son las de Krogzemis (1967), quien describe la vida diaria, hacia mediados del siglo en la Ciénaga Grande de Santa Marta, como la de pueblos dedicados a la pesca y aislados de los demás por las grandes extensiones de agua de las zonas inundables.

Tal vez el principal trabajo es el de Mouton y Goldberg (1986), quienes recogen los comienzos del cambio propuesto por los programas del Desarrollo Rural Integrado (DRI), que buscaba hacer pasar a los campesinos de la producción para la subsistencia a la producción mecanizada para el mercado, especialmente con la yuca (manihot sculenta), el sorgo y el maíz para la alimentación de aves. En este análisis crítico se hacen evidentes las dificultades de los campesinos para asumir las actividades empresariales, no solo por la falta de formación técnica, sino también porque en los procesos productivos importaba más la subsistencia de las familias que la acumulación de capital.

En medio de estas dificultades —que se podrían llamar “técnicas”— aparece la violencia guerrillera y paramilitar, que estigmatizó y victimizó a los campesinos anfibios, siendo señalados como auxiliadores de los grupos paramilitares por las guerrillas y como auxiliadores de las guerrillas por los paramilitares y las fuerzas armadas en sus luchas antisubversivas.

El caso de estudio de las tierras comunitarias de “la Colorada”, en el corregimiento de Medialuna, jurisdicción del municipio de Pivijay, es esclarecedor de estos procesos de tecnificación del campesinado, habituado a producir para los mercados locales, pero que no había tenido experiencia con los productos comerciales (almidón extraído de la yuca para la industria). Finalmente, el programa del DRI fracasó estruendosamente, no solo por los problemas técnicos, sino especialmente por los problemas políticos que generó el uso de las zonas de pancoger comunitarias, de pastos y los playones, cuando las aguas de la Ciénaga Grande de Santa Marta bajaban, ya que empezaron a ser reclamadas por los ganaderos que necesitaban el agua y los pastos para el ganado.

Estos enfrentamientos tuvieron como combustible los procesos de paramilitarización de estas áreas inundables, abandonadas por las guerrillas hacia el año de 1990, entrando los campesinos del área en un proceso de confinamiento (Avella, 2002) que empieza a ser descrito por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) en los trabajos sobre Nueva Venecia, Santa Rita, La Avianca y otras comunidades que están siendo documentadas. Este campesinado anfibio, a pesar de haber sido completamente desplazado, es el que más ha tendido a volver a sus tierras después de la aprobación y puesta en aplicación de la Ley de Víctimas.

Teniendo en cuenta estos elementos, y para el desarrollo de este trabajo, hemos dividido el territorio en seis subregiones, las cuales —a partir de sus condiciones geográficas y culturales— nos permiten ver el complejo entramado de relaciones que han construido y constituyen al campesinado en la región del Magdalena Grande, en el Caribe colombiano.

Vida campesina en la Sierra Nevada de Santa Marta

Mapa 1. Sierra Nevada de Santa Marta y sus municipios


Fuente: Fundación Pro Sierra (2020).

Poblamiento
Colonización de la vertiente noroccidental de la Sierra Nevada de Santa Marta

El poblamiento del corregimiento de Minca, en la Sierra Nevada de Santa Marta, fue posible gracias a muchas dinámicas que se iniciaron desde la época de la colonia y que se mantienen hasta nuestra época. Este poblamiento va desde que se conformaron las haciendas esclavistas en lo que hoy corresponde al corregimiento de Minca, ubicado a veinte kilómetros del centro histórico Santa Marta, hasta la llegada de campesinos del interior del país, quienes colonizaron en gran parte la Sierra Nevada de Santa Marta. En la época de la colonia la hacienda Minca tuvo un papel importante en la economía regional y transnacional, dada la importancia del cultivo de café: “Entre 1800 y 1818, la familia Oligós Díaz Granados empezó a desarrollar los cafetales de Minca, reconocida como una las primeras haciendas cafetaleras de Colombia” (Viloria, 2019, p. 166).

Posteriormente, la hacienda Minca es vendida a Joaquín de Mier y Benites, dueño de la hacienda San Pedro Alejandrino: “A partir de 1838, Minca fue propiedad de Don Joaquín de Mier y Benítez, el comerciante más próspero de la provincia de Santa Marta durante gran parte del siglo XIX” (Viloria, 2019, p. 166). Los nuevos propietarios introdujeron el cultivo de caña en la hacienda, haciendo que la economía de la finca se sostuviera con los cultivos de café y caña para la producción de panela, miel y aguardiente, y el café para la exportación y consumo local. Las haciendas Minca y San Pedro Alejandrino se mantenían con mano de obra esclava. Cuando se da la abolición de la esclavitud, en 1851, la mano de obra esclava abandona la finca y los cultivos de café son abandonados; por lo tanto, la producción de café decae, como lo sostiene Eliseo Reclus (1861) en su visita a Minca:

 

Desgraciadamente su cafetal no está mejor conservado que el ingenio de San Pedro. Los árboles de café, plantados en quincunces, de tres en tres metros, están cubiertos de musgo; muy pocas frutas mezclan su brillante rojo al verde de las hojas; las yerbas abatidas por el aire, se abren paso a través de la tierra, donde se colocan las bayas para hacer secar las cáscaras. Los obreros parecen también mucho más inclinados a dormir la siesta y a cuidar los campos (p. 69).

El desespero por no tener mano de obra esclava llevó a Joaquín de Mier a traer mano de obra del extranjero, buscando devolverle a la hacienda Minca la prosperidad que tenía antes de la abolición de la esclavitud. Para realizar esta labor, Joaquín de Mier fue hasta Génova, Italia, a traer la mano de obra (Viloria, 2019). Los extranjeros se instalaron en la hacienda Minca, pero no cumplieron el compromiso de establecerse por completo y a los tres meses de estar instalados se esparcieron por toda la Sierra Nevada de Santa Marta. La mayoría de ellos se ubicaron en el caserío de Fundación, donde hicieron su propia colonia agrícola, convirtiendo a Fundación en el centro agrícola más importante de la Nueva Granada, como lo describe Eliseo Reclus (1861):

Algún tiempo después de mi partida de Santa Marta, el señor Joaquín Mier hizo llevar de Génova unos cincuenta agricultores, con los cuales esperaba transformar de nuevo a Minca en una floreciente propiedad. Estos italianos pasan en el ferviente más absoluto los tres meses de su compromiso, y enseguida se dispersaron por diferentes puntos, trabajando y desmontando por su propia cuenta; el mayor porte se reunió a inmediaciones de la Ciénaga de Santa Marta, en un pueblo de formación reciente, la Fundación. Allí se han entregado al cultivo del tabaco y de los árboles frutales cerca de cien familias europeas en el espacio de cuatro o cinco años; y bajo el solo impulso del trabajo libre, este punto ha venido a ser el centro agrícola más importante de las costas de la Nueva Granada (pp. 70-71).

Más adelante, en 1892, la propiedad de la hacienda Minca pasa a manos de José María Leiva, hijo de Manuel Julián de Mier (Viloria, 2019). Dentro del inventario que fue vendido a José María Leiva se encuentran “una extensión de diez caballerías de tierra, de las cuales catorce cabuyas tenían cultivos de café” (Viloria, 2019, p. 166). Los nuevos dueños de la hacienda Minca siguieron explotando el café como su principal producto de comercialización, lo que permitió a José María Leiva invertir en el cultivo y, para el año de 1925, la hacienda Minca tenía 100 mil plantas de café sembradas (Viloria, 2019). Para finales de la década de los años treinta, José María Leiva sustituyó los cultivos de café por el cultivo de caña de azúcar; la información precisa que se tiene es “que en diciembre de 1931 los caficultores de la Sierra Nevada tuvieron una pérdida que pasó de 230.000 kilogramos, como consecuencia de las fuertes lluvias” (Bosch, citado en Viloria, 1997, p. 24). Estos acontecimientos hicieron que José María Leiva vendiera una parte de la hacienda Minca, en el año de 1943, a la familia Dávila Riasco (Viloria, 2019).

Paralelo a la hacienda Minca, en el sector que hoy se conoce como el Campano, se comenzó a desarrollar, para el año de 1892, un proyecto de explotación de café. Estos proyectos de haciendas para la explotación de café fueron impulsados por personas extranjeras provenientes de Inglaterra y Estados Unidos. La presencia de extranjeros como propietarios de fincas para la explotación de café hace parte de los datos aportados por diferentes historiadores que han estudiado a estos empresarios cafeteros:

Los mismos cafeteros eran a la vez exportadores de su producto a Europa y EE. UU., como el norteamericano Orlando L. Flye a través de su empresa “Santa Marta Coffee Company”, la Hacienda Jirocasaca, propiedad del español Baldomero Gallegos, los samarios Pedro Manuel Dávila y José Ignacio Díaz Granados, así como Andrés Yanet, el exportador oficial de los empresarios europeos Bowden y Kunhardt. De acuerdo a los testimonios que brindaron descendientes de estos precursores se conoce que el principal mercado del café serrano [o café caracolí, como lo llamaría Diego Monsalve] se localizaba en Europa, especialmente en países como Alemania y Holanda (Viloria, 1997, p. 16).

Los datos aportados por Joaquín Viloria, en su trabajo sobre la economía cafetera en la Sierra Nevada de Santa Marta, permiten conocer algunos aspectos acerca del momento en que se establecen estos extranjeros y la manera en cómo estos constituyen el café en su principal producto de exportación. Una vez establecida la finca la Victoria y Cincinati, esta última se constituye en la más importante en la producción de café en la región:

Orlando Flye y su hacienda se convirtieron en referente en la economía cafetera del Magdalena: construyó caminos, instaló puentes y una microcentral hidroeléctrica, entre otras obras. Además, desde los primeros años del siglo XX empezó a exportar café a Europa (Viloria, 2019, p. 169).

Los trabajos de Joaquín Viloria confirman el establecimiento de la finca la Victoria para el año de 1892 y Cincinati para el año de 1896; estos no aportan información sobre la mano de obra que fue contratada por los dueños de las dos fincas en sus comienzos. El historiador Joaquín Viloria sostiene que el año de 1917 fue contratada mano de obra de personas provenientes del interior del país y personas que fueron traídas de Puerto Rico:

En 1917, algunos campesinos santandereanos llegaron hasta la ciudad de Santa Marta con la intención de viajar a Cuba. Ante los inconvenientes para viajar, estos campesinos se quedaron trabajando en Santa Marta, aunque seguían con la ilusión de viajar a Cuba para trabajar en los cañaduzales, cosa que nunca hicieron. Así, los Balagueras, Reátiga, Becerra, Pineda y Cucunubá, entre otros, empezaron a trabajar en la hacienda Vista Nieve, propiedad de Melbourne Armstrong Carriker, ornitólogo norteamericano casado con una hija de Orlando Flye. En esos mismos años, Orlando Flye contrató a 25 familias campesinas de Puerto Rico, con experiencia en la recolección de café, para trabajar en su finca cafetera (Viloria, 2019, p. 169).

Todo lo descrito nos permite sostener que los primeros procesos de colonización por parte de personas del interior del país y personas de Puerto Rico, en la zona de Minca, se dieron en el año de 1917. A finales de la década de los cuarenta las tierras abandonadas de la finca Minca fueron el detonante para que se dieran las condiciones para la creación de un asentamiento que, luego, daría a la conformación del corregimiento de Minca: “Los miembros [de] una familia originaria de Santander, los Balaguera, invadieron y luego negociaron con Leiva un globo de terreno de 125 hectáreas, de donde surgiría el caserío de Minca” (Viloria, 2019, p. 167). Los campesinos se organizaron y comenzaron a distribuir tierras baldías para que otros las colonizaran; así, comienza la colonización de las riberas del río Córdoba. Estos colonos crean las veredas de la Tagua, Central Córdoba, el Campano:

Mi papá vino en el año 1920 de Cachira —Norte de Santander— y fue uno de los fundadores de parte de la Sierra, donde llegaron como colonizadores con los primos de él que eran los Pineda, los Balagueras y Riátiga. Había un señor que era el cacique de los Riátiga, que se llamaba Pedro Riátiga Angarita, él era el que movilizaba el personal y todo el mundo atendía sus órdenes ¡porque lo que él decía eso era lo que hacían! Entonces él se encargó de repartir montañas vírgenes a los colonizadores donde cada quien iba haciendo su finquita y en ese tiempo, pues era muy poca la mano de obra que había porque no había casi personal para trabajar en la Sierra. Le estoy hablando de los años de 1925-1928, que eso nos lo contaba nuestro padre, de que tuvieron que traer unas familias de Puerto Rico para sembrar café, para recolección del mismo café, para la tumba de montañas. De esta familia todavía hay arraigo de ellos allí, como son la Familia González, la Familia Sierra, el señor Eugenio Sierra, lo mismo que la Familia Villanueva, que hoy también se encuentran asentados en La Tagua, una vereda de Minca. Los Pérez se encuentran en la región del Campano y los Sierra en la Central Córdoba (Entrevista citada en Ortiz, 2017, p. 3).

Los trabajadores del interior del país que fueron contratados por el señor Flye para trabajar en la finca Cincinati inician un proceso de colonización hacia el occidente la Sierra Nevada. En el afán de tener tierras, estas personas colonizan la zona del río Córdoba y fundan las veredas los Moros y Central Córdoba. Otros colonos provenientes de Cachira —Norte de Santander— llegan hasta la cuenca media del río Córdoba y fundan la vereda Canta Rana. Esta vereda es después anexada al corregimiento de Siberia. Con el paso de los años, la colonización avanzó hacia la parte media del río Toribio, debido a que los nuevos recién llegados buscaban colonizar las tierras baldías:

Mi papá era del Carmen de Bolívar, mi mamá era puertorriqueña. Ellos eran unos de los puertorriqueños que llegaron aquí a cultivar café. Fueron contratados por mis abuelos. Eso fue hace más de 60 años por ahí. Los abuelos llegaron contratados por un señor Mr. Fly. Ellos trajeron un personal a sembrar café aquí, lo trajeron de Puerto Rico, en eso llegaron mis abuelos. Ellos llegaron por aquí eso eran unas zonas selváticas y mis abuelos hicieron una finca que se llama “El Parque” en San Pedro de la Sierra ellos fueron los primeritos, estas eran puras montañas. Y ahí fue donde mi papá conoció a los hijos de mi abuelo a los puertorriqueños y él se casó ahí, después mi papá compró unas tierras por los lados del Guaimaro e hizo una finca ahí “La Unión”, todavía la tenemos (Entrevista citada en Ortiz, 2017, p. 5).

Las tierras ocupadas por las personas del interior del país fueron legitimadas por los extranjeros que eran propietarios de las grandes fincas productoras de café; algunos terminaron vendiéndoles globos de las tierras y otros los cedieron para que las familias colonas se establecieran, lo que hizo que se acabara el conflicto de intereses en la propiedad de las tierras. Luego de comprar un globo de tierras y poblar lo que se conoce como Minca, se puede decir que estos colonos entraron en la producción de café a pequeña escala y comenzaron a comercializarlo en Santa Marta.