Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri

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Cuántas veces me habrán preguntado los chicos, y me siguen preguntando: «Pero ¿cómo sé si es amor verdadero o solo un capricho, una atracción pasajera?». Yo siempre les indico un criterio simple para que puedan juzgar por sí mismos: «Os daréis cuenta de que un amor es verdadero porque no os cierra entre los dos, sino que os abre de par en par a todo». Sin embargo, muchas veces siguiendo lo que sientes te metes en un agujero, creyendo que cuanto más piensas en la otra persona, más te apegas a ellas y cortas otras relaciones, eliminas vínculos, hasta que te sientas ajeno a los demás y enemigo de todo, de la familia, los compañeros de clase… todo se te convierte en hostil. Eso no es amor, es la tumba del amor. Tanto es así que, después, con el tiempo, acabas rompiendo con esa persona, sintiendo rencor porque esa relación te ha robado la vida. Te la ha matado en vez de hacerla florecer. «Estad atentos», les digo siempre a los chicos, «se sabe que es amor verdadero porque llena todas nuestras relaciones de perdón, de benevolencia, de caridad, de un querer bien; y, por tanto, nos abre, nos lanza, nos hace estar más atentos, con ganas de aprender, capaces de detectar la necesidad de los demás a la primera, y nos anima a acercarnos a ellos, con el deseo de compartir el bien que hemos recibido».

Es verdad que, desde un cierto punto de vista, la tentación de cerrarse es comprensible, porque, hoy en día, cuesta hacerse mayores en medio de la confusión en la que vivimos y, por eso, inevitablemente los chicos están tentados de percibir esa relación como un ancla, el único punto de seguridad frente al mundo. Pero, al poco, ese mínimo de seguridad, comprensible, se torna una complicidad culpable al aislarse, haciéndose daño mutuamente. Además, son ellos mismos los que me lo dicen. «Profesor, fulanito era mi amigo y está desaparecido. Se ha echado novia». Ha desaparecido del mapa, de la vida social, como si hubiera muerto. Desde este punto de vista, el anuncio que hace Dante en Vida Nueva es decisivo: «En el “sí” de Beatriz he experimentado el amor verdadero porque, en vez de cerrarme, me ha abierto, tanto que ahora puedo perdonar y “no me queda ya enemigo alguno”».

Con el paso del tiempo, Dante va comprendiendo mejor lo que está viviendo, y empieza a intuir lo que después se verá más extensamente en la Comedia: Beatriz no es solo una chica. Es una mujer de verdad, de carne y hueso, pero a la vez es signo, le remite a algo más grande. Leamos.

Después de tratar de Amor en la mencionada rima, entráronme deseos de decir también, en alabanza de la gentilísima, palabras por las cuales yo mostrara cómo por ella se despierta este Amor, y cómo no solamente se despierta donde duerme, sino que allí donde no está en potencia, ella, obrando milagrosamente, le hace nacer.14

¿De qué forma despierta ella la capacidad de amar no solo en los corazones en los que estaba latente, como dormida, sino también «allí donde no está en potencia», donde no hay rastro de ella? ¿Cómo consigue no solo desarrollar, expresar y acrecentar lo que ya está, sino también donar lo que faltaba, lo que no había? «Obrando milagrosamente».

Tenemos que fijarnos en esta expresión. «Milagrosamente» no solo quiere decir «de forma admirable, encomiable, sorprendente», sino que introduce un término clave en todo el recorrido de Dante, desde aquí hasta la Comedia. ¿Qué es un milagro? Es algo que no se puede dejar de mirar, de observar con estupor; algo que supera tanto las percepciones humanas que uno no puede dejar de fijar su mirada en ello. Y Beatriz obra «milagrosamente», es decir, haciendo una especie de milagro, como explicita Dante en este soneto.

Negli occhi porta la mia donna Amore,

per che si fa gentil ciò ch’ella mira;

ov’ella passa, ogn’om ver’ lei si gira,

e cui saluta fa tremar lo core,

sì che, bassando il viso, tutto smore

e d’ogni suo difetto allor sospira:

fugge dinanzi a·llei Superbia e Ira.

Aiutatemi, donne, farle onore.

Ogne dolcezza, ogne pensero umìle

nasce nel core a chi parlar la sente,

ond’è laudato chi prima la vide.

Quel ch’ella par quando un poco sorride,

non si può dicer né tenere a mente,

sì è novo miracolo e gentile.

Lleva en los ojos mi señor Amor, / que ennoblece cuanto ella mira; / por ella se vuelven, y / a quien saluda hace temblar el corazón, / así que, al bajar sus ojos, todo desmaya / y por cada defecto entonces suspira; / huyen delante de ella la ira y el orgullo. / ¡Oh damas!, ayudadme a darle honor. /Toda dulzura, todo humilde pensamiento, / nace en el alma de quien la oye hablar, / por lo que es alabado quien primero la vio. /Lo que ella parece si sonríe, / no es posible decir ni recordarlo, / tan nuevo y delicado es el portentoso.15

Mirad —dice Dante— lo que sucede por donde ella pasa: «ennoblece cuanto mira»; todos los hombres se giran hacia ella y, cuando ella los mira, sienten una gran pena por sus defectos y suspiran, se avergüenzan de sus errores, se arrepienten de sus pecados. Quieren estar a la altura de esa mirada: por eso, ante ella huyen «la ira y el orgullo» y en los corazones nace «todo humilde pensamiento». Más adelante, veremos que esta conciencia del propio mal, del propio límite, de la incapacidad para responder por sí mismo al deseo que llevamos dentro es el punto de partida de toda aventura humana verdadera, y, por tanto, también del camino de Dante.

Todo esto se puede definir solo con la palabra «milagro» y los milagros solo los puede hacer Dios, porque van más allá de la capacidad humana. Así pues, Dante percibe enseguida el encuentro con Beatriz como un milagro, como signo de esa gran Presencia que corresponde al corazón del hombre. La gran Presencia, nuestro Destino, Dios. En resumen, Dante empieza a intuir aquí lo que después, de forma progresiva, será el gran descubrimiento de la Comedia: Beatriz es signo de la gran Presencia, porta consigo la misma presencia de Dios. Y queriéndola, abrazándola y siendo perdonado por ella, Dante marcha con seguridad hacia su destino.

Mas ella muere. De repente, Beatriz muere y, entonces, surge la pregunta: «Pero, si la cosa es así, ¿qué pasa cuando ella muere?».

Por otra parte, para afrontar el tema de la muerte no hace falta esperar a que Beatriz muera de verdad. Porque la muerte se asoma todos los días en nuestra vida, porque alguien que conocemos muere, porque peligra la vida de un ser querido, porque otro enferma… que es lo que un día le sucede a Dante, se pone enfermo. Y, como toda persona enferma, obligada repentinamente a guardar la cama, sin poder moverse, empieza a pensar en la brevedad de la vida y le sorprende una idea en la que nunca había reparado: también ella, Beatriz, morirá. El seguir viviendo sin ella, sin el gran bien que representa, le espanta. Pero veamos cómo lo cuenta.

Pocos días después de esto sucedió que, sobreviniéndome dolorosa enfermedad en alguna parte de mi cuerpo, durante nueve días padecía amargo sufrimiento; y a tanta debilidad me redujo, que me obligaba a estar como los que no pueden moverse. Digo, pues, que al noveno día, sintiendo dolores casi intolerables, vínome un pensamiento, el cual era de mi señora.

Y una vez que hube pensado en ella, como volviese a pensar en mi debilitada vida, y viendo de cuán leve duración era, aun siendo sana, empecé a llorar conmigo mismo tanta miseria. De aquí que, suspirando fuertemente, decía para mí: «Necesariamente sucederá que Beatriz se muera alguna vez».16

Antes o después, Beatriz morirá, no hay nada que hacer. Después, Dante tiene una especie de sueño, visión o uno de esos pensamientos confusos que a menudo tienen los enfermos, y ve a unas mujeres que le dicen: «También tú morirás».

Y por esto me tomó con gran desfallecimiento, que cerré los ojos y comencé a sufrir como una persona frenética y a imaginar de esa manera: en un principio apareciéronme unos rostros de mujeres desmelenadas que me decían: «También tú morirás». Y después de estas mujeres apareciéronme unos rostros de horrible aspecto, los cuales me decían: «Tú estás muerto».17

También tú morirás. Son reflexiones obvias, muy obvias, pero que a menudo rechazamos cuando se nos pasan por la cabeza, diciendo: «no pienses estas cosas, qué cosas tienes…». Sin embargo, si uno se las toma en serio, la perspectiva sobre la vida cambia.

Entonces la visión prosigue y las mujeres ya no le dicen a Dante: «morirás», sino «Tú estás muerto». Ya estás muerto, ahora. Y aquí me tomo la libertad de sugerir una reflexión que puede que no sea demasiado correcta desde el punto de vista filológico, pero que a mí siempre me impresiona: «estás muerto» no se refiere al final físico de Dante, ya que sigue vivo, sino al apagarse, al desvanecerse de aquello que da sentido a la vida. Porque se puede estar vivo biológicamente y estar muerto por dentro. Como dirá él mismo en el tercer canto del Infierno, en la categoría de los pusilánimes: «Aquellos desventurados, que nunca vivieron de verdad».18 Porque es posible atravesar la vida sin haber vivido nunca de verdad, es decir, sin haber dicho nunca «yo» de verdad, sin haber tomado nunca conciencia de uno mismo, de la propia aventura humana, de la relación con el Destino. Así que en este sueño es como si Dante dijera: «Si muere Beatriz, estoy acabado. Seguiré con vida, pero estaré muerto por dentro; porque, si muere lo que da sentido a mi vida, estoy muerto».

Comenzando así, pues, a divagar mi fantasía, llegué a no saber dónde me hallaba, y me parecía ver a unas mujeres que iban desmelenadas llorando por una calle maravillosamente triste; y parecíame ver que el sol se oscurecía y que las estrellas mostraban un color que me hacía creer que lloraban; y parecíanme que los pájaros que volaban por el aire caían muertos y que nos espantaban grandísimos terremotos. Muy maravillado de semejante fantasía y con mucho espanto, se me ocurrió que un amigo veníame a decir: «Qué, ¿no lo sabes? Tu admirable dama ya ha salido de este mundo». Entonces empecé a llorar lastimeramente; y no lloraba solamente en mi imaginación, sino que lloraba por los ojos, bañándolos en lágrimas verdaderas.19

 

Pasa luego a la imagen de la muerte de Beatriz y dice que el sol se había oscurecido, las estrellas lloraban, los pájaros caían muertos al suelo, se producían terremotos… Evidentemente se hace eco del relato de la muerte de Jesús a las tres de la tarde del Viernes Santo (cfr. Mt 27,35; Mc 15,33; Lc 23,44). Lo que nos sale espontáneo es decir: «¡Qué exagerado! Está bien que quieras a tu amada, pero tampoco se va a parar el mundo entero si falta». En cambio, si Beatriz muere, para Dante el mundo se para. Se para porque con su muerte falta el signo, la palabra, la mirada que da sentido a todo. Si Beatriz muere, todo muere para Dante.

Y aquí Dante rompe a llorar. Acto seguido, ve unos ángeles volando hacia el cielo.

Yo imaginaba que miraba al cielo, y me parecía ver multitud de ángeles, los cuales volvían allá arriba y tenían ante ellos una nubecilla blanquísima. Me parecía que estos ángeles cantaban gloriosamente y me parecía oír que las palabras de su cántico eran estas: Hosanna in excelsis; y no me parecía oír nada más. Entonces me parecía como si el corazón, donde había tanto amor, me dijese: «Es verdad que muerta yace tu señora».20

Está uniendo la muerte y su derrota, está uniendo la muerte de ella y la Resurrección. Está mirando la muerte de Beatriz, como cristiano, con dolor y llanto, con terror incluso, pero vislumbrando la última victoria, la última palabra, la victoria de un bien.

Y así, parecíame que iba a ver el cuerpo en que estuvo aquella dama noble y bienaventurada; y tan fuerte fue la engañosa divagación, que me mostró a mi señora muerta; y me parecía que unas damas la tapaban, esto es, le tapaban la cabeza con un velo blanco; y parecíame que su rostro mostraba tal aspecto de humildad, que parecía como si dijese: «Estoy viendo el principio de toda paz». En esta imaginación, tanta humildad me sobrevino al verla a ella, que llamaba a la Muerte diciendo: «¡Dulcísima Muerte, ven a mí y no seas villana, que tú debes de ser noble según el lugar donde has estado! Ven, pues, a mí, que mucho te deseo, pues ya ves que tengo tu color». Y una vez que había visto cumplidas todas las dolorosas ceremonias que se acostumbraban con los cuerpos de los muertos, me pareció como si volviese a mi aposento y, una vez allí, mirase hacia el cielo; y tan fuerte era mi visión, que, llorando, comencé a decir con verdadera voz: «¡Ay, mi alma bellísima; cuán bienaventurado es el que te ve!».21

Así que, en su visión, Dante va hacia ella, ve su rostro cubierto por un velo blanco, y escribe: «Tanta humildad me sobrevino al verla a ella, que llamaba a la Muerte». Ante el cadáver, le invade un sentimiento de humildad. La palabra «humildad» viene de humus, «tierra». «Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás», dice la antigua fórmula del rito de imposición de la ceniza al comienzo de la Cuaresma. Ser humildes quiere decir acordarse de que venimos de la tierra y a la tierra volveremos, que por nosotros mismos no somos nada. Si somos, si existimos, es solo por obra de Otro que nos ha creado y nos mantiene en el ser.

Sin embargo, no es fácil contar con este dato; y, de hecho, a Dante le invade este sentimiento de humildad solo por el hecho de que ella, muerta, «mostraba humildad tan verdadera, que decir parecía: —Estoy en paz—».22 Es como si ella, con su rostro sin vida, dijese: «Estate tranquilo, ya he llegado, estoy en casa, estoy ahí donde siempre he deseado estar». Entonces Dante a su vez desea lo mismo y el pasaje se cierra con esta invocación estupenda: «¡Beato, oh alma bella, quien te ve!».

En mi opinión, Dante aquí ha puesto esa semilla de la que germinará todo el árbol de la Comedia. Porque en estas palabras, en este sueño, germina la esperanza de recorrer todo el camino hasta la meta. ¿Para llegar a ver el qué? Me sale responder con el catecismo: ¡para ir al paraíso, para ir a ver a Dios! Pero Dante no respondería así. Es como si Dante nos dijera: «Si existe un paraíso, este debe contar con mi Beatriz espléndida de gloria, con toda su belleza, con toda su verdad. Si existe un paraíso y si deseo alcanzarlo, es para verla revestida de la gloria de Dios, es decir, para verla a ella en toda su verdad; y al fin poder mirarla con los mismos ojos de Aquel que la ha creado, de Aquel que me la ha dado».

Después vuelve a tejer las alabanzas de Beatriz, vuelve de forma más consciente a los temas de la humildad y el milagro, y compone el soneto posiblemente más famoso de toda la Vida Nueva, «Se muestra tan gentil». Leamos también cómo lo presenta.

Esta nobilísima señora de quien se ha tratado en las precedentes palabras llegó a gozar de tanto favor de las gentes, que cuando pasaba por la calle corrían a verla, y esto dábame dulcísimo placer. Y cuando a alguien se acercaba, tanta honestidad entraba en el corazón de este, que no se atrevía ni aun a levantar los ojos ni responder a su saludo, lo cual muchos que lo han experimentado podrían atestiguarlo ante quien no lo creyese. Coronada y vestida la humildad, seguía andando, sin que la envaneciera cuando veía y oía. Muchos decían después que había pasado: «Esta no es mujer; antes bien, es uno de los más hermosos ángeles del cielo». Y otros decían: «Es una maravilla; y bendito sea el Señor, que obras tan admirables hace». Digo, pues, que se mostraba tan noble y llena de todas las gracias, que cuantos la miraban sentían dentro de sí una dulzura tan honesta y suave, que no sabían significarla, como tampoco había nadie de cuantos la miraban que al punto no se viese obligado a suspirar. Estas cosas y otras más admirables procedían de su virtud; de aquí que yo, pensando en ello y queriendo recobrar el estilo de su alabanza, me propuse decir unas palabras con las cuales dar a entender sus admirables y excelentes obras, a fin de que no solo quienes las puedan ver sensiblemente, sino los demás, sepan de ella cuanto puedan dar a entender las palabras. Entonces dije el soneto que comienza: Se muestra tan gentil.

Se muestra tan gentil y recatada / mi señora cuando saluda a alguien, / que toda lengua, temblando, queda muda / y los ojos no se atreven a mirar. / Ella se va oyéndose alabada, / benignamente vestida de humildad; / y así parece ser cosa venida / del cielo a la tierra milagrosamente. / Se muestra tan cortés con quien la mira, / que por ojos da al alma una dulzura / que no puede entender quien no la prueba: / y parece que de sus labios sale / un espíritu suave lleno de Amor / que al alma va diciéndole: Suspira.23

«Es uno de los más hermosos ángeles del cielo», decía la gente. Pero siempre es así. El problema es cómo miramos, es qué vemos cuando miramos. Porque ¿cuántos ángeles del cielo se cruzan en nuestra vida y nuestro día, pero no los reconocemos? Y son ángeles del cielo, enviados que nos hablan de Dios, es el Misterio que hace todas las cosas que nos sale al encuentro. Por cómo lo viví yo siendo pequeño, el ángel de la guarda es esto, es una mirada buena que te acompaña en la vida. Por eso, veía a mi profesora, a mis padres y al compañero de pupitre como «ángeles» que me guardaban.

Frente a esta presencia extraordinaria, a este milagro —retorna el nexo verbal que hemos apuntado anteriormente entre «admirablemente» y «milagro»—, Dante empieza a sentirse llamado a una tarea : «de aquí que yo, pensando en ello […] me propuse decir unas palabras con las cuales dar a entender sus admirables y excelentes obras, a fin de que no solo quienes las puedan ver sensiblemente, sino los demás, sepan de ella cuanto puedan dar a entender las palabras». Es como decir: no puedo ver algo tan grande, tan bonito y extraordinario, y quedármelo para mí. Tengo una tarea, una responsabilidad, debo decirlo, contárselo a mis hermanos los hombres, porque puede que se le escape, que no vean nada, que no lo entiendan. Les sucede lo mismo, se encuentran con una misma persona, están ante la misma realidad, pero no miran y no ven. Dante se siente llamado a asumir la responsabilidad de contarlo para que también los demás puedan ver.

Después, como ya habíamos anticipado, Beatriz muere de verdad. Y entonces sucede algo extraño. Dante describe con todo lujo de detalles la muerte imaginaria, pero, cuando ella muere de verdad, liquida el asunto con pocas palabras.

Quomodo sedet sola civitas plena populo! facta est quasi vidua domina gentium. Aún estaba yo empeñado en escribir esta canción y había concluido la antedicha estancia, cuando el señor de la justicia llamó a la gentilísima a vivir en gloria bajo la enseña de la reina bendita virgen María, cuyo nombre fue siempre reverenciado en las palabras de la bienaventurada Beatriz.24

Vamos a detenernos un momento en la cita bíblica con la que abre la narración: «¡Cuán sola está la ciudad un día lleno de gente! Se ha hecho viuda la que era señora de naciones». Son las palabras del profeta Jeremías al principio de su lamentación sobre Jerusalén.25 Está claro que Dante no establece esta comparación al azar. Para él la historia de su encuentro con Beatriz y la historia de la revelación bíblica —es decir, de la presencia del Misterio de Dios en la vida ordinaria de los hombres— se compenetran, se identifican. O mejor aún, aquí intuye que de alguna manera se identifican, pero que tiene que aprender qué quiere decir esto realmente. Y lo aprenderá en el viaje de la Comedia.

Por tanto, da la noticia de la muerte de Beatriz a secas: Dios la ha llamado a «vivir en gloria», a participar de Su gloria junto a la Virgen María, a la que Beatriz era tan devota y de quien a menudo tuvo ocasión de hablar. Justo después, Dante explica la razón por la que es tan conciso al respecto.

Y aunque tal vez agradaría ahora que yo dijese algo de su partida de entre nosotros, no es mi intención hablar de ello aquí por tres razones: es la primera que no hace al caso, si consideramos el proemio que precede a este librito; es la segunda que, aunque hiciese al caso, no bastaría mi lengua para hablar de ello como conviene, pues que al hablar me vería obligado a alabarme yo mismo, cosa, después de todo, reprobable en quien tal hace; así pues dejo el argumento a otro glosador.26

Dice: no quiero detenerme más en la muerte de Beatriz por tres razones. Primero, porque no tiene que ver con el objeto de este texto (que, añado yo, quiere hablar de la vida, de la vida de Beatriz y de la que ella hace florecer a su alrededor). Segundo, porque si tuviera que ver, seguramente no sería capaz de hablar de ello como se debe (es verdad que no se puede hablar de un evento tan importante de la forma habitual, merece otra cosa; aparece aquí el tema que, como veremos, concluirá la Vida Nueva: para alabar de forma adecuada a Beatriz hace falta una obra excepcional, que vaya más allá de lo que se ha hecho jamás). Tercero, porque incluso si intentara hablar de ello, podría parecer que quiero elogiarme a mí mismo y esto no está bien (también veremos en la lectura de la Comedia que Dante cuidará siempre de mostrar su pecado, su límite, su inadecuación y que, si ha podido hacer todo lo que ha hecho, el mérito es suyo, se lo debe todo a ella).

Antes de continuar, Dante decide abordar la cuestión del número nueve.

Con todo, como el número nueve ha aparecido muchas veces en cuanto hasta aquí se ha dicho, lo que no se ha hecho sin razón, y en su partida parece que ha tenido mucha parte tal número, conviene decir algo por tanto, pues que parecer hacer al caso. Por lo cual diré la parte que tomó en su partida y luego señalaré alguna razón de por qué le fue tan amigo este número.

Digo pues que, según la usanza de Arabia, su alma nobilísima se partió en la primera hora del noveno día del mes; y, según la usanza de Siria, ella se partió en el noveno mes del año, porque allí el primer mes es thisirin primero, que para nosotros es octubre; y según nuestra usanza, se partió en el año de nuestra indicción, esto es, de los años del Señor, en que el número perfecto habíase cumplido nueve veces en la centena en que ella vivió en este mundo, y ella perteneció a los cristianos en el decimotercero centenario. […] Pero, pensando con más sutileza y según la infalible verdad, el tal número fue ella misma. Hablando por similitud, lo entiendo así: el número tres es raíz de nueve, porque, sin ningún otro número, por sí mismo hace nueve, pues que claramente vemos que tres por tres son nueve. Por tanto, si el tres es por sí mismo factor del nueve, y el factor de todo milagro por sí mismo es tres, es decir, Padre, Hijo y Espíritu Santo, los cuales son tres y uno, esta dama vivió acompañada del número nueve para dar a entender que ella era un nueve, esto es, un milagro, cuya raíz, es decir, la del milagro es solamente la admirable Trinidad. Tal vez una persona más sutil vería en ello alguna razón más sutil aún; más esta es la que yo veo y la que más me place.27

 

Alguien con más agudeza podría encontrar mejores razones para esta coincidencia, escribe, pero a mí me basta esta: la raíz del nueve es tres, tres es la Santísima Trinidad, nueve es el número de mi Beatriz, por lo que ella es el milagro que mi vida esperaba. Esto explica el retorno de este número a lo largo de toda su trama amorosa.

Aprovecho para aclarar una cosa. Este simbolismo ha hecho que muchos críticos piensen que Dante sencillamente se ha inventado una bonita historia para jactarse de sus conocimientos numerológicos. Yo objeto: antes de nada, ¿quién puede negar que las cosas fueron así de verdad?, ¿que de verdad el primer encuentro tuviera lugar cuando los dos tenían nueve años y el segundo con dieciocho, a esa hora, y la muerte del noveno día del noveno mes, etc.? Pero demos por buena la hipótesis de que Dante jugó un poco con los números, que ajustó las fechas para que cuadraran con la simbología del tiempo, ¿es una razón válida para decir que se lo ha inventado todo? Evidentemente no. La Vida Nueva cuenta la historia de amor real de un hombre y una mujer reales. Que luego sea una historia tan distinta de los cánones a los que estamos acostumbrados quiere decir que tenemos que ampliar nuestros cánones, no que no sea cierta. «Hay más cosas en el Cielo y en la Tierra de las que pueda soñar tu filosofía»,28 diría Shakespeare…

Luego Dante continúa con el dolor de la ciudad viuda: «Después que se partió de este siglo quedó toda la ciudad mencionada como viuda, despojada de toda dignidad».29 ¿ Por qué debe sentirse toda la ciudad como viuda? Pensaréis: «A ver, muere mucha gente allí. Se sentirán como viudos los que la conocieron, los que la vieron…». Pero no, es una percepción que va más allá, que es más profunda y poderosa. Porque, si Dante, que vive en esa ciudad, en esa bendita Florencia, está como viudo de lo que le da significado, para él la ciudad entera queda viuda.

Por otro lado, en mi opinión, esto sucede siempre, porque cada uno de nosotros está ligado de alguna manera a todo el universo, y el bien que te sucede es para todos, y el mal que te cometes repercute sobre todos. Una vez, Pablo VI dijo que «por designio arcano de la divina providencia» el mal que hago se vierte sobre el mundo entero, y así también se vierte sobre el mundo entero el bien que hago. Por lo que tú nunca lo sabrás, pero una obra buena, un acto de caridad que puede parecerte poca cosa, que no sirve de mucho, sin embargo, repercute sobre todos los demás. Como me dijo un sacerdote santo una vez: «¿Cómo sabes tú si por ese bien que vives hoy —por ese sacrificio que haces, por el ofrecimiento de esta hora, de este esfuerzo, de este dolor, de esta tristeza— no saca provecho una viuda en China que jamás conocerás?». O incluso, como escribía un disidente ruso, Mikhail Nazarov: «Si Rusia es lo que es, es porque yo soy lo que soy».30 El mal que cometes repercute en todo, así como el bien que haces puede llegar a cualquier parte.

Después, Dante se dirige a un grupo de peregrinos que ve pasar por la calle camino de Roma y hace esta reflexión.

Después de esta tribulación ocurrió en aquel tiempo en que mucha gente va a ver la bendita imagen que Jesucristo nos dejó como ejemplo de su hermosísimo rostro, el cual contempla mi dama gloriosamente, que unos peregrinos pasaban por cierta calle que está casi en el centro de la ciudad donde nació, vivió y murió la gentilísima señora. Los cuales peregrinos iban, a lo que me pareció, muy pensativos; de aquí que yo, pensando en ellos, dijera entre mí: «Estos peregrinos me parecen venir de muy lejos, y no creo que hayan oído hablar de mi señora ni sepan nada de ella; antes bien, sus pensamientos están en otras cosas, pues tal vez piensan en sus amigos lejanos, que nosotros no conocemos». Luego proseguía: «Yo sé que, si fuesen de un lugar cercano, parecerían, en algún aspecto, turbados al pasar por medio de la dolorosa ciudad».31

Si fueran conscientes de lo que pasa aquí, también ellos participarían de mi dolor y del dolor del mundo. ¡Puede que haya que decírselo! Cuántas veces me viene a la mente este fragmento cuando voy por la calle. Cuando vas por la calle o en tren, te conviertes en compañero de viaje, aunque sea momentáneo u ocasional, de muchísimas personas; y sin rastro de presunción te viene el pensamiento: «¿En qué piensan? ¿Qué saben de mi dolor? ¿Qué saben de lo huérfana que se ha quedado esta ciudad?». ¿Qué sabe la gente del sacrificio de Cristo y de su presencia y de su ser rechazado, descartado, olvidado otra vez? ¡Qué bonito sería que todos supieran!

Luego proseguía: «Si yo los pudiera detener un momento, los haría llorar antes de que saliesen de esta ciudad, porque les hablaría con palabras que harían llorar a quien las oyese». De aquí que después que se hubieran alejado de mi vista, me propuse escribir un soneto, […] que comienza: ¡Oh peregrinos que pensando vais!

¡Oh peregrinos!, que pensando vais / tal vez en cosas que están presentes. / ¿Es que venís de tan lejana tierra / como mostráis en vuestro aspecto, / pues no se os ve llorar cuando pasáis /por medio de la doliente ciudad / como personas que no se diesen cuenta / de la gravedad de sus actos? / Si os detuvierais a escuchar, / el corazón con suspiros me dice / que os veríamos marchar llorando. / La ciudad ha perdido a su beatriz, / y las palabras que de ella pueden decirse / atesoran la virtud de hacer llorar a quien las oye.32

Florencia «ha perdido a su beatriz».33 Sí, beatriz escrito así, con minúscula, para que el significado sea más explícito; ha perdido la fuente de su alegría, de su dicha y felicidad. Si os pararais a escuchar esta noticia, también vosotros lloraríais. Es como si dijera: «Oh, hombres [porque todos los hombres son peregrinos en esta tierra], escuchadme, os puedo decir por qué estáis vagando desesperadamente por esta tierra, porque habéis perdido la fuente de la alegría, es decir, la relación con el Misterio, con la fuente del ser, con el Amor que da significado a la vida, que se ha hecho compañero de camino de esta peregrinación que es la vida humana, para sostenernos y acompañarnos hacia su meta, el Destino para el que estamos hechos».

Cuántos hombres y mujeres, hoy más aún que en los tiempos de Dante, vagan por la vida insatisfechos, sin llegar a captar la razón de su insatisfacción. Entonces, ¿cómo no sentir —como Dante y con Dante— la urgencia, el impulso de decirles: «¡Abrid los ojos, mirad! He aquí la razón de vuestro descontento»; para que puedan llorar su extravío, la pérdida del significado que hace buena la vida, y se dispongan a caminar para encontrarlo? Y esta es exactamente la razón por la que Dante escribirá la Comedia.

Porque con la muerte de Beatriz, Dante se encuentra ante una encrucijada: o la vida es una enorme estafa, vence la muerte y todo está destinado a morir; o hay otro camino. Es exactamente la misma contradicción que hace gritar a Leopardi ante la muerte de Silvia: «¡Oh natura, oh natura! / ¿por qué no cumples luego / lo que ayer prometías?, ¿por qué tanto / a tus hijos engañas?».34 ¿Por qué de joven me haces esperar un bien infinito para luego traicionarme? Ante la misma encrucijada, una respuesta distinta. Leopardi se pasará la vida ante esta pregunta de forma heroica y genial, sin retroceder un paso, con una fuerza que nos deja pasmados. Lo que siempre me preguntan los chicos en clase es: «¿Por qué no se pegó un tiro?». «Porque siempre estuvo convencido», les respondo, «de que la mayor dignidad del hombre reside en plantearse esa pregunta». Puede que sin respuesta. Pero mantenerse con esta pregunta es la grandeza del hombre, como dice en ese pensamiento que ya hemos citado: «y padecer necesidades y vacío, y aún así, aburrimiento, me parece el mayor signo de grandeza y de nobleza que se pueda ver en el alma humana».35 Sin embargo, Dante, un cristiano medieval, dice: «No, no es posible, Jesús no puede haber muerto para dejarlo todo igual, esto no puede ser. Debe haber un camino. No sé cuál es, no sé cómo es, no sé dónde encontrarlo, pero tiene que haber otro camino, no es posible que la vida sea tan absurda, debe haber una salida».