Tinta, papel, nitrato y celuloide

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Las propias divisiones entre caudillos revolucionarios dieron un margen a la libertad de prensa. De acuerdo con Daniel Cosío Villegas, esto le permitió a los diarios hacer su papel de foro sin atacar algún bando en particular.20 Pero tratándose de discusión literaria, los bandos se explayaron en defensa de sus posiciones particulares. Querella que continuaría hasta mitad de la siguiente década. Mientras tanto, el diarismo “moderno” ganaba con las polémicas públicas y las novelas que despertaban el asombro de los jefes revolucionarios.

Los detractores de la obra

Diferencias y debilidades en el estilo de Azuela desataron los ataques a Los de abajo. Los eruditos esperaban tal vez un análisis concienzudo del movimiento armado, y los nostálgicos una romántica visión de la lucha por la libertad. El lenguaje que se proponía retratar Azuela y los motivos de los implicados en la lucha, fueron como un balde de agua fría en la cara de los intelectuales y de los jefes de la Revolución. Sin embargo, pocos se atrevieron a expresar públicamente su malestar con la novela recién publicada en 1924 en El Universal Ilustrado. El silencio de muchos fue también la respuesta inconforme acerca de la obra. Por su parte, el semanario se jactaba del gran éxito obtenido por Azuela entre sus lectores; cosa que no tenía cómo comprobar, pero tenía el espacio público para decirlo y nadie se atrevía a refutarlo.

Entre los que no pudieron contener su descontento estuvo el escritor y diplomático Victoriano Salado Álvarez. Dice de él José Luis Martínez que la Revolución le fue como su “bestia negra”. Los revolucionarios fueron los destructores de lo que había sido “su mundo” en el porfiriato. Y no sólo para Salado Álvarez, sino para la mayor parte del grupo de intelectuales destacados antes de 1910. Muchos de ellos salieron del país entre 1912 y 1915 y poco a poco fueron reingresando con la venia de Carranza; varios no volvieron a México. Para todos ellos, de cierta manera, la Revolución fue la causa de la destrucción de sus familias y la vida tranquila que les permitió el gobierno de Díaz.

Pero Salado Álvarez se horrorizó en especial del lenguaje y el “estilo” de Azuela. El maestro de la cátedra de lengua castellana en la Nacional Preparatoria y autor de las Minucias del lenguaje no podía aceptar semejante irreverencia al lenguaje “gramaticalmente correcto”. El señorito que se firmaba con el seudónimo de Don Querubín de la Ronda debe haber abominado de aquello que se hacía llamar “novela” de la revolución. En el propio Universal matutino publicó su artículo atacando la primera entrega que el periodo había publicado del trabajo del señor Mariano Azuela. Sorprendido de que el diario diera espacio a alguien que “desconoce la gramática”, señalaba la abundancia de faltas de ortografía (puntuación sobre todo) y de sintaxis, y alardeaba de conocer el habla popular del pueblo cuando mostraba claras contradicciones en sus diálogos y descripciones de los personajes.21

En otras críticas menos corrosivas, años después, se intentaba redimir la obra por su valor de testimonio popular. Rafael Heliodoro Valle, en sus reseñas bibliográficas de la revista Letras de México, se refería a las novelas de la Revolución, hijas de Los de abajo, como descripciones con “economía de medios” como su más evidente cualidad. “Son cuadros certeros, compuestos rápidamente”, en lo cual no se equivocaba. Pero al mismo tiempo su cualidad dinámica limitaba la profundidad del relato. Al parecer esta cualidad no se la proponía el autor, según Heliodoro Valle, y se quedaba en la superficie de los personajes.22 Más tarde, cuando la novela fue aceptada como primigenia de las que harían suyo el tema y los testimonios sobre la Revolución mexicana, se diría que en realidad se trataba de cuadros o estampas de la Revolución.

A pesar del silencio de muchos y las críticas agudas de algunos, El Universal se jactaba del éxito de la publicación de Los de abajo, y menospreciaba las críticas esgrimidas en sus propias páginas:

[…] ha tenido una acogida muy favorable en el público. Realmente nos complace haber mostrado a la República un positivo valor desconocido (…) nos tiene absolutamente sin cuidado que ciertos venerables abuelos de nuestras letras (…), abuelos por el espíritu manchado de tacañería, hagan crítica a base de puntos y comas. El público está muy lejos de los cenáculos, de las asociaciones de elogios mutuos, y de las artimañas de los simuladores del talento y él ha ungido en su opinión sencilla, a Los de abajo.23

Estaba claro a quiénes deseaba halagar el periódico. No tenía pretensiones académicas. El clima empezaba a ser propicio para hablar de la importancia del pueblo bajo y del público-masa. Durante la década siguiente cobraría auge esta visión de lo popular y éste sería el terreno fértil para el éxito pleno de una obra como Los de abajo. Mientras tanto, también hubo quienes por amistad con Francisco Monterde acercaron a Azuela a los dominios universitarios y le dieron espacio en las publicaciones de la principal casa de estudios superiores del país. Con la reivindicación del pueblo bajo en todos los ámbitos de la cultura nacional, Los de abajo, la novela de Mariano Azuela, vino a ocupar un lugar destacado y a ser reconocida como la novela típica y primigenia de la Revolución mexicana.

Mariano Azuela eligió a la prensa cotidiana para difundir sus primeros escritos, porque las revistas literarias le parecían vetadas a los no iniciados, a los no eruditos. La crítica literaria de esa época era celosa de sus espacios, y Azuela expondría años más tarde sus desacuerdos con esa elite intelectual que cerraba el paso a los escritores que se salían de los cánones aceptados. Pero al mismo tiempo, al elegir un medio de difusión considerado más “ligero” en sus criterios selectivos, Azuela pensaba que se dirigía a un público heterogéneo, no tan culto, no tan exigente en sus gustos y mejor conectado con las batallas de la vida cotidiana. Porque mientras el país se desangraba en batallas entre hermanos —así pensaba el autor de Los de abajo—, los eruditos escribían sus obras con títulos como La hora de Ticiano, El libro del loco amor, Senderos Ocultos.24

Su vocación para el relato de lo cotidiano, lo evidencia a Azuela con lo que llamó su “primer éxito literario”, cuando se propuso contar a su familia, mediante una carta, el magno acontecimiento ocurrido en Guadalajara y del cual se enteró por casualidad en la calle, mientras estaba sentado en una banca cerca del teatro principal. Llegó a ver cuándo trasladaban con dificultad al general Ramón Corona, herido de muerte, entre un hombre y dos mujeres vestidas con elegancia. En su carta, dirigida a su madre, Azuela contaba el acontecimiento -dice él- seguramente con algunas exageraciones y mentiras quizá, que hicieron circular el escrito entre los vecinos de su pueblo. Más bien diríamos que fue su primer éxito periodístico y no literario. El gusto por lo novedoso y conmovedor, que rompe con la vida común, el acontecer que súbitamente llama la atención, la descripción de los detalles y los hechos, son características del estilo de Azuela y a su vez de lo noticioso de la época. El Universal Ilustrado anunciaría al desconocido autor como “La sensación literaria del momento”, cuando más bien la sensación fue el sobresalto que provocó su lenguaje y la visión terrible que daba de la Revolución, motivos de la gran polémica.

La prensa periódica significó para Azuela y para muchos otros escritores un espacio alternativo de difusión ante las elites literarias exclusivistas, ante los grupos cerrados de intelectuales de profesión. Al ser un espacio más abierto, con propósitos de llegar a un mayor número de personas, el periódico permitió la variedad de criterios, de niveles de conocimiento, de gustos y formas de expresión. Al realizar un repaso de sus memorias y de los obvios desaciertos en que incurrieron muchos críticos de la novela Los de abajo, su autor no dejó de emitir un juicio favorable y generoso hacia esa clase de escritores que, “sin dársela de mentores de la opinión pública, laboran modestamente en la prensa y que con su espíritu recatado, ecuánime, comprensivo, emiten los juicios más ponderados: oro molido sobre todo para los que están comenzando”.25 En este juicio, Azuela deja entrever una imagen más amable de la prensa al permitir su uso a gente no reconocida con cierto prestigio proveniente de las vías formales o del Estado. Le atribuye también a sus redactores una visión más prudente al no ubicarse desde las alturas de la academia.

Debemos considerar, sin embargo, que como señala Cosío Villegas, aquel momento se prestaba para hacer el papel de mediador y apagador de fuegos. La nueva prensa había demostrado sus posibilidades futuras y a los caudillos les convenía tenerla de su lado. En otro momento las cosas no serían lo mismo.

Los gustos cambian: literatura y

La aceptación del cambio

Años después de haber obtenido el éxito de Los de abajo, ante los reclamos de crudeza y barbarie que retrataba su obra, Azuela respondía que él sólo se apegó a la verdad vivida. La soledad de sus estancias en pueblos miserables del país le había abierto las puertas de la escritura, como única opción para expresar los sentimientos que le dejaban la frustración y la tristeza de la dura vida de los pobres. Insistió en que sus novelas sólo decían la verdad de una desgraciada existencia que en realidad era mucho más dura de lo que él describía. La realidad de la vida era lo que los diarios pretendían llevar a los lectores, con un poco de aderezo en los materiales de entretenimiento y de recreación. Antes, decía Azuela, las preferencias estaban del lado del Arcipreste de Hita, con su pesadez: “¡Y todavía hay quien afirme que debemos escribir así!”, se asombraba.26

Su obra era resultado de numerosas notas, hechas sobre las rodillas, a veces en su consultorio donde recibía a gente marginada del barrio de Tepito, en la capital del país. Azuela contaba que una vez huyó de la “servidumbre jurídica” al renunciar a su puesto de juez, que por azar le tocó en la ciudad de México; le molestaba ser jurado y, sin embargo, en sus obras juzgaba constantemente a través de sus personajes, quienes con frecuencia recurrían al discurso moralista. Su registro del momento era ya una disciplina para él. No sería extraño que pensara en la prensa para publicar sus textos.

 

Entre las cualidades que se le reconocen a la obra de Azuela están la de reproducir fielmente el lenguaje del pueblo bajo, la vitalidad de los personajes y el retrato de la vida miserable de los marginados. Como obra literaria prácticamente se evita elogiarla, más bien se intenta la justificación de su importancia como testimonio de la Revolución, de lo que verdaderamente vivieron los combatientes populares en la revuelta armada. Ni sus defensores explican la relevancia más allá de la descripción de los hechos, es decir, su valor literario, aun cuando se la ubique, no con certeza, entre las primeras novelas realistas o neorrealistas en América. Sin embargo, si la vemos en el contexto periodístico en el cual fue publicada, resulta coherente con los intereses amplios de la nueva prensa del siglo xx: su materia se genera y vuelve entre y hacia la masa amorfa de todas las clases sociales, e intenta ganarse precisamente a aquellos sectores hasta ese momento marginados de los escenarios tanto de la literatura como de las noticias prioritarias, y que la Revolución de 1910 vino a colocar de nuevo en primer plano, aunque sólo fuera para apoyar en ellas la lucha armada.

Azuela afirmaba: “Sí, en absoluto, todos mis asuntos son reales, logrados tras una labor constante de meditación”. En su novela los personajes reflexionan sobre lo inmediato cotidiano, rara vez van más allá del momento (son periodísticos, diríamos hoy). “Usted no sabe cómo todo lo anoto hasta el detalle más insignificante. Es una costumbre”, le decía a “Orteguita”, en la entrevista de 1925, en El Universal Ilustrado. Pero entre descripción y descripción, el médico Luis Cervantes, su personaje alter ego, diría yo, no desaprovecha su condición de hombre ilustrado que intenta comprender la situación casi desesperada de sus compañeros de lucha, iletrados todos, construyendo ilusiones efímeras sobre el futuro, una vez que ganaran los revolucionarios. Entre esas reflexiones se descubre una ausencia casi total de significados claros sobre la lucha que emprendían: simplemente estaban ahí, por la suerte de su destino, porque no quedaba de otra, o porque había ambiciones de tipo material. Estas imágenes de la revolución no serían fácilmente aceptadas por los caudillos triunfadores, ni por intelectuales cercanos al poder.

No sólo entre los campesinos iletrados cunde la desilusión y el cansancio, también entre los dirigentes llegados de los sectores urbanos y que suponían comprender los fines del movimiento. Cervantes se encuentra con oficiales del popular general Pánfilo Natera y se sorprende de escuchar los mismos desalentados comentarios:

Al ver el entusiasmo del médico Cervantes, quien apenas lleva un mes en campaña Solís le llama aparte: “…¿Pues desde cuándo se ha vuelto usted revolucionario?

—Dos meses corridos

¡Ah, Con razón habla todavía con ese entusiasmo y esa fe con que todos venimos aquí al principio!

¿Usted los ha perdido ya?

—Mire, compañero, no le extrañen confidencias de buenas a primeras. De tanta gana de hablar con gente de sentido común, por acá, que cuando uno suele encontrarla se le quiere con esa misma ansiedad con que se quiere un jarro de agua fría después de caminar con la boca seca horas y más horas bajo los rayos del sol… Pero, francamente, necesito ante todo que usted me explique… no comprendo cómo el corresponsal de El País en tiempo de Madero, el que escribía furibundos artículos en El Regional, el que usaba con tanta prodigalidad el epíteto de bandidos para nosotros, milite en nuestras propias filas ahora.

—¿La verdad de la verdad, me han convencido!— repuso enfático Cervantes.

En este diálogo nos muestra Azuela cómo los periódicos eran la fuente principal de quienes estaban en campaña militar, más de lo medianamente posible. Al final, Cervantes pregunta al oficial:

—¿Se ha cansado, pues, de la revolución?

—¿Cansado?...Tengo veinticinco años y, usted lo ve, me sobra salud… ¿Desilusionado? Puede ser.

—Debe tener sus razones…

—Yo pensé una florida pradera al remate de un camino…Y me encontré un pantano.27

En cuanto al mensaje de la novela de la Revolución en su sentido más limitado, señala Dessau:

[…] varias veces se ha dicho que la mayoría de sus autores se muestran escépticos o aun hostiles ante el movimiento espontáneo de las masas, y que su crítica del desarrollo posrevolucionario parte de puntos de vista liberales. Con frecuencia se encuentra la afirmación de que la novela de la Revolución mexicana no es revolucionaria.28

Finalmente, el éxito de la literatura tiene que ver con dos condiciones: la primera de ellas, ligada más al mercado de lectores, es si gusta o no gusta, si se encuentra en ella alguna empatía o simpatía. La segunda está ligada al canon vigente, si cumple o no con las exigencias de éste, o se corre el riesgo de estar frente a una innovación que no será reconocida sino hasta mucho tiempo después. Esto último sucedió, en parte, con Los de abajo; pero en cuanto a la primera condición sigue suscitando dudas y aversiones. A diferencia de otras novelas de la Revolución que despiertan simpatías por los rebeldes (como Reed, México insurgente) o empatías y compasión (como Francisco L. Urquizo en Tropa vieja, y Rafael Felipe Muñóz en Se llevaron el cañón para Bachimba), el rechazo que suscitan algunos pasajes descarnados de Los de abajo no logran ir más allá de mostrar lo más negativo de la realidad vivida y trascenderla para lograr el objetivo literario: la identificación de los sentimientos, o los pensamientos, de los personajes en los cuales se “reconoce” de alguna manera el lector, cualquier lector. En la “buena literatura” esto debe ocurrir tanto en lo cotidiano como en las situaciones extraordinarias, o más aún en estas últimas. Los personajes de Azuela hablan y hablan de lo cotidiano, a veces intenta dar un sermón moralista a través de ellos, rara vez suena éste como algo normal salido de los sencillos personajes que retrata. Lo que siempre está presente es el desencanto, lo grotesco de los personajes, la inutilidad de la lucha y la casi inexistencia de los “ideales”, por lo que sus personajes se vuelven despreciables, bárbaros y la lucha condenable. Tal vez por eso se le tachó de “reaccionario”, porque no dejaba nada que admirar. Por lo tanto, sólo queda elegir por el disfrute de la literatura y parece ser que Los de abajo no es precisamente una novela “disfrutable”. La imagen de la Revolución no quedaba bien parada en este relato más bien devastador de las aspiraciones populares.

Con este balance de la obra de Azuela, sólo queda pensar si no hubiera sido más propio como material de nota roja en el periódico, en lugar de una obra para disfrutar en las páginas de cultura. De ahí que se le condenara por el efecto devastador sobre la imagen de la Revolución. Pero la prensa que sabe explotar bien este tipo de hechos “sensacionales”, le dio buen cauce para la posteridad. Al mismo tiempo que cambiaban las líneas de la literatura nacional, la nueva prensa industrial consolidaba su perfil de cara a los lectores de todos los matices y niveles sociales en la creciente Ciudad de México de los años veinte. Y precisamente con Los de abajo, los pobres marginados dejaron de ser para la prensa sólo material de nota roja y pasaron a integrar las páginas de la Revolución mexicana como personajes centrales en esta novela y muchos otros relatos que se generarían a lo largo de las siguientes dos décadas.

Azuela se rebeló contra los cánones literarios y su manera de entender las representaciones del sentir de los pueblos marginados. En las diversas entrevistas que dio a El Universal y a Revista de Revistas, repitió, de distinta manera, su molestia por la celebridad que le trajo la publicación de su novela. No obstante, le pareció correcto darla a conocer en un periódico, quizá con la idea de que los periódicos no eran en lo fundamental una lectura para la gente culta, sino para el vulgo:

—¿Quién es él? No vale nada, carece de significación intelectual. No es un artista. No es un esteta. Renuncia -un poco precipitadamente- a la celebridad, cambiándola por el detenimiento y la quietud que empalidecieron sus días (…)

—(…) Los pueblos obligan a escribir, porque no hay otro medio de salida para las emociones. Yo soy tan poco ameno para la conversación, que no era buscado por los amigos y tenía que hacer una existencia de trabajo y de reclusión.29

Se justifica Azuela ante la evidencia de que ha sido lanzado al público lector, y el más amplio de lo que suponía, el público de masas al que aspiraban ya las publicaciones periódicas del siglo xx.

Fuentes

Acevedo, Esther, “Las decoraciones que pasaron a ser revolucionarias”, en El nacionalismo y el arte mexicano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1986.

Azuela, Mariano, Los de abajo, México, Fondo de Cultura Económica, 2001.

________, Páginas autobiográficas, México, Fondo de Cultura Económica, 1958.

Dessau, Adalbert, La novela de la Revolución, México, Fondo de Cultura Económica, 1967.

El Universal, México, 6 de enero de 1917, p. 1

El Universal, México, 10 de enero de 1917, p. 1.

Monterde, Francisco, La novela de la Revolución, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1958.

Navarrete Maya, Laura, “El Universal Ilustrado en el proceso cultural de los años veinte”, Propuestas literarias de fin de siglo, Congreso Internacional de Literatura, Memorias, México. Universidad Autónoma Metropolitana, 2001.

________, Excélsior. Sus primeros años, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, 2008.

Ortega, Gregorio, “Una hora con Mariano Azuela”, Revista de Revistas, 30 de noviembre de 1930, pp. 8-12.

________, “Azuela Dijo, El Universal Ilustrado, 12 de febrero de 1925, pp. 24-46.

Sánchez Robles, Ma. Guadalupe, “El conflicto educativo en los episodios nacionales mexicanos”, de Victoriano Salado Álvarez, Sincronía de Verano, México, Universidad de Guadalajara, 2003.

Sheridan, Guillermo, México en 1932. La polémica Nacionalista, México, Fondo de Cultura Económica, 1999.

Valle, Rafael Heliodoro, Letras de México, núm. 3, México, 15 de febrero, 1937.

Zaíd, Gabriel, Daniel Cosío Villegas, imprenta y vida pública, México, Fondo de Cultura Económica, 1985.

* cecc-fcpys-unam.

1 Adalbert Dessau, La novela de la Revolución mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1967, p. 18.

2 El Universal, México, 6 de enero de 1917, pp. 1-6.

3 El Universal, México, 10 de enero de 1917, p. 1.

4 Laura Navarrete Maya, “El Universal Ilustrado en el proceso cultural de los años veinte”, Propuestas literarias de fin de siglo, Tercer Congreso Internacional de Literatura, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2001, pp. 402-403.

5 Guillermo Sheridan, México en 1932: La polémica nacionalista, México, Fondo de Cultura Económica, 1999.

6 Francisco Monterde, La novela de la Revolución, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1958, p, 221.

7 Mariano Azuela, “Azuela dijo…” , en Gregorio Ortega, El Universal Ilustrado, México, 29 de enero de 1925, pp. 45-47.

8 Mariano Azuela, Los de abajo, México, Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 53.

9 Mariano Azuela, “Azuela y sus Estampas del pueblo”, en Gregorio Ortega, Revista de Revistas, México, 3 de julio de 1938, p. 12.

10 Mariano Azuela, Los de abajo, op. cit., p. 41.

11 Ibid., p. 54.

 

12 Idem.

13 Esther Acevedo, “Las decoraciones que pasaron a ser revolucionarias”, El nacionalismo y el arte mexicano. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1986.

14 Luis Villoro, Estado plural, pluralidad de culturas, México, cnca, 1999, p. 32.

15 Azuela, Mariano, Páginas autobiográficas, México, Fondo de Cultura Económica, 1958, p. 198.

16 Azuela, El Universal… 1924, pp. 3-45.

17 Laura Navarrete Maya, op. cit., pp. 402-403.

18 Ibid, p. 705.

19 María Amparo Del Alto Aguilar, Revista de Revistas: El semanario más completo, variado e interesante de la República (1910-1930), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2004.

20 Gabriel Zaíd, Daniel Cosío Villegas, imprenta y vida pública, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, p.51.

21 María Guadalupe Sánchez Robles,“El conflicto educativo en Los episodios nacionales mexicanos de Victoriano Salado Álvarez”. Sincronía de Verano, Universidad de Guadalajara, 2003, p. 46.

22 Rafael Heliodoro Valle, “Los de abajo”, Reseña Bibliográfica, Letras de México, núm. 3, 15 de febrero de 1937, p. 3.

23 El Universal, México, 1925, p. 24.

24 Mariano Azuela, op. cit., 1958, p. 204.

25 Idem.

26 Mariano Azuela, El Universal…, 1925, p. 45.

27 Mariano Azuela, Los de abajo, op. cit., p. 68.

28 Adalbert Dessau, op. cit., p. 19.

29 Mariano Azuela, “Azuela dijo”, op. cit., p. 45.

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