Instrucciones para hacer de la ciencia un drama (¡o una comedia!)

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Para ello no es necesario contar con un sofisticado dispositivo escénico, ni vestuarios ni efectos especiales. Basta la actitud lúdica de profesores y su contagio al estudiantado, eligiendo párrafos adecuados, desafíos, lecturas desde el banco o desde el frente, acompañando vergüenzas y desinhibiciones excesivas. Quiero ofrecer aquí un breve ejemplo que ha resultado enormemente útil para entender el concepto histórico de “electricidad animal”, necesario para comprender la fisiología de los sistemas nervioso y muscular. Repartan los papeles, pasen y vean.

Un juicio eléctrico

Bando: Por la presente, se invita a todos los ciudadanos de Bologna a asistir al juicio al carnicero local, signore Giuseppe Milaneso, acusado de hechos reñidos con la moral y las buenas costumbres, brujería y pactos con Satanás. La acusación es formulada por la liga de amas de casa “La Bolognesa”, comandada por la signora Petrona C. de Galvani.

Il signore juez: ¡Silencio, que comienza la sesión! Comparece ante este tribunal el carnicero Giuseppe Milaneso, acusado de brujería y todas esas cosas.

El carnicero: ¡Yo no fui, signore juez! ¡Yo no hice nada! Si usted mismo me compra carne todas las semanas.

Voces del pueblo: ¡A la hoguera! ¡Que lo quemen!

Il signore juez: Tiene la palabra la signora de Galvani.

La signora de Galvani: Mire, signore juez, yo creo que esto es un clásico caso de satanismo sin escrúpulos. Yo acuso a este hombre (señala al carnicero) de hechicería, yo misma lo vi cuando devolvía la vida a animales muertos, y quién sabe cuántas cosas más habrá hecho en su negocio.

Voces del pueblo: ¡Y yo que le compraba carne para el puchero!

Más voces del pueblo: ¡A la parrilla! ¡A las brasas!

El carnicero: Yo no sé de qué hablan, pero les juro que yo no tuve nada que ver.

Il signore juez: ¡Silencio! Continúe, signora.

La signora de Galvani: Bueno, resulta que yo estaba comprando el osobuco que le gusta a mi marido, como todos los viernes, porque a mi me sale tan bien, vio, lo hago mechado con perejil picadito, y a veces le pongo unas ciruelitas y...

Voces del pueblo: ¡O-so-bu-co! ¡O-so-bu-co! ¡Que traiga, que traiga!

Il signore juez: Por favor, signora, continúe con la acusación...

La signora de Galvani: Como le iba diciendo, fui a la carnicería el viernes pasado, pero resultó que este hijo de Satán (señala al carnicero, que está por decir que él no tiene nada que ver, pero es callado por los guardias) había vendido todo, y le quedaban solamente unas ranitas colgadas. Las ranas también me salen muy bien, vio, porque las hago a la provenzal, con ajo, perejil y pimienta negra, después se doran a fuego lento, de los dos lados...

Il signore juez: ¡Signora, acuse de una vez!

La signora de Galvani: Ya va, ya va, no me apure que me acuerdo y me dan escalofríos. El hecho es que como no había carne, le pedí que me diera una media docena de ranas para la cena. ¡Y el monstruo aquél agarró un palo, para bajarme a los animales que estaban colgados de unos ganchos, y en cuanto los tocó, se empezaron a mover como poseídos! ¡Movían las patas para todos lados, las pobres ranitas!

Voces del pueblo: ¡Que le busquen pezuñas y cola! ¡Que se fijen si tiene olor a azufre!

Más voces del pueblo: ¡O-so-bu-co! ¡O-so-bu-co!

Il signore juez: ¿Qué tenés para decir, Giuseppe? Esto suena bastante mal, ¿eh?

El carnicero: Mire, su signoría. Como se me había acabado la carne de vaca, lo mandé a mi pibe a cazar unas ranas, así las tenía bien fresquitas por si venía algún cliente de última hora. En cuanto me las trajo, las colgué de los ganchos de cobre que siempre uso en el negocio, y en cuanto las quise bajar con el palo, se empezaron a mover así, solitas, como dice la signora. Pero le juro que yo no tuve nada que ver. Deciles, Guiseppino, que es la pura verdad.

El hijo del carnicero: Sí, es verdad, yo fui a pescar unas ranas como siempre, al arroyito, y se las dejé a mi papá enseguida. Y después la signora esa (apuntando a la signora de Galvani, que está decidiendo si le corresponde el tercer desmayo del día, y es atendida por la plana mayor de “La Bolognesa”) se puso a gritar como loca, y vinieron los guardias a llevarse a papá.

Voces del pueblo: ¡Que lo quemen también!

Voces del pueblo: (Más pequeñas) ¡Que primero me dé las figuritas que me debe!

Il signore juez: Mmmhhh, el caso es difícil. O alguien está mintiendo, o se nos está escapando algo. Propongo llamar al juzgado al científico del pueblo, il dottore Galvani. Mientras tanto, signora, ¿cómo era eso de las ranas a la provenzal?

(Salen guardias a buscar a Galvani a su laboratorio, y lo traen al juzgado. En el camino le cuentan los pormenores del caso).

Il signore juez: Dottore Galvani, ¡qué bueno verlo! ¿Qué puede decirnos acerca de este caso de brujería?

Il dottore Galvani: ¡Minga de hechicería! Dejen ir a este buen hombre. Los movimientos convulsivos de la rana se deben a descargas eléctricas atmosféricas, que hacen que los músculos se contraigan. Dejen a Satán tranquilo por esta vez.

Voces del pueblo: ¡Viva el dottore!

El doctor Frankenstein: (Entre el público) Mmmmhhh, esto me da una grrran idea. ¡Ya no se burrrlarrán de mí en la Academia! Vámonos, Igorrr, tenemos mucho trabajo qué hacer. (Se va acompañado de su extraño ayudante).

Il dottore Volta: (Acercándose al tribunal, desde el público) Callen a ese charlatán de Galvani, por favor. A ver, a ver, ¿de qué era “el palo” con que se bajaban las ranas?

El carnicero: De hierro, claro. Pero yo no tuve nada que ver, ¿eh?

Il dottore Volta: Lo suponía, je. Lo que estaba sucediendo es muy sencillo: cada vez que se unen la rana, el cobre y el hierro se forma un circuito cerrado, y entonces la corriente eléctrica, generada en este circuito de metales heterogéneos, produce la contracción muscular que aterrorizó a la signora.

Il dottore Galvani: Cállenlo al pavo este (obvia alusión a las tareas académicas de Volta, quien por entonces se desempeñaba como profesor en la Universidad de Pavia). La electricidad está adentro de los animales, no en objetos inanimados como los metales. Les mostraré un experimento muy simple. Aquí mi ayudante, Juanito, ha traído desde el laboratorio un anca de rana al cual se le ha dejado el nervio colgando. (Juanito muestra los materiales). Aquí en esta fuente tengo el nervio pelado de otra anca de rana. Yo ya lo traje preparado desde el laboratorio, pero ustedes, señoras, lo pueden realizar muy fácilmente en sus casas. Fíjense lo que pasa cuando toco ambos nervios en dos sitios, o bien cuando toco al primer nervio con mi bisturí. (Juanito realiza el experimento y el anca de rana se contrae).

Voces del pueblo: ¡Viva il dottore!

Otras voces del pueblo: ¡Que lo quemen!

Il dottore Volta: Ya verán, volveré y seré voltímetros.

Il signore juez: Bueno, bueno, este tribunal dictamina que el carnicero es inocente. Y además dictamina que este signore juez se va a cenar a la casa de los Galvani, para seguir discutiendo sobre estos fascinantes experimentos a la provenzal.

(Fin del juicio. El juez y la señora Galvani se van charlando de recetas, Galvani y Volta se quedan discutiendo sobre el origen de la “electricidad animal”, el pueblo va a buscar alguien a quien quemar y el carnicero decide cambiar de ramo y poner una florería).

Adorable puente

Hemos pasado por toda una representación de este dúo tragicómico. En el primer acto, digno de comedia de enredos, presentamos a los protagonistas y quienes intentamos hacer de sinceros intermediarios.14

El acto segundo buceó por las representaciones de la ciencia sobre el escenario, aquellas que nos muestran historias, personajes y descubrimientos, y también las que pretenden adentrarse en el pensamiento científico, con sus lógicas y, por qué no, sus ilógicas. El acto tercero, imagen especular del anterior, se adueña de las bases científicas del hecho teatral, que requiere de un conocimiento profundo del funcionamiento del cuerpo, la generación de emociones y empatías, la creatividad cerebral al servicio de la escena.

El acto final sitúa la escena en una geografía y un tiempo particular: la escuela (tanto vale para el jardín de infantes o la universidad), en donde el teatro es un recurso infalible para desatar nudos y preguntas, curiosidades e intuiciones, los verdaderos ingredientes de una clase de ciencias.

Y he aquí el grand finale, el epílogo que todos esperaban. ¿Final feliz, trágico, abierto? ¿Se ha generado ese adorable puente entre los posibles contrincantes? Como en el bolero, lo tuyo es puro teatro. La ciencia, a veces, también.

6 La primera vez que vimos a Diego fue frente a un público de más de quinientas personas, dictando su conferencia de “Sexo, drogas, biología y un poco de rock and roll”. Su dominio del público es fascinante, y mientras uno lo ve ahí piensa “yo quiero ser amigo de este hombre, ha de ser el alma de las fiestas”. Pero cuando no está ante el público, Diego es un tipo más bien tímido, muy diferente del que es cuando está dando una conferencia o frente a una cámara. En todo caso, aquellos que tienen (tenemos) la suerte de conocerlo en persona, descubrimos detrás de esa timidez un ser absolutamente interesante, inteligente y de un humor fuera de lo común. Ha ganado numerosos premios (entre ellos el Kalinga, que es como el Nobel de la divulgación) por sus labores como divulgador científico, oficio que combina con los de investigador en neurociencias, profesor universitario y padre de familia. Fue uno de los principales gestores del centro de ciencias C3 en Buenos Aires y es el presentador oficial de TedEx del Río de la Plata, tal vez el más concurrido del mundo.

 

7 M. Frayn, Copenhague. Anchor Books, 2000 (traducción propia).

8 Muy bien detallada por Kirsten Shepherd-Barr en su exhaustivo libro Science on stage (Princeton University Press, 2006).

9 C. Djerassi, “Science and theatre”. Interdisciplinary Science Reviews 27: 193-201, 2002.

10 E. Barba, “El teatro y la ciencia”. Revista Conjunto 173, 2014.

11 Véase, por ejemplo, M. Fons Sastre, “Teatro y neurociencias: el proceso creativo del actor desde la neurofisiología de la acción”. Acotaciones (Revista de Investigación y creación teatral) 35, 2015; G. Sofía, Diálogos entre teatro y neurociencias. Artezblai, 2010.

12 G. Gellon, E. Rosenvasser Feher, M. Furman y D. Golombek, La ciencia en el aula. Siglo xxi, 2018.

13 Por ejemplo, A. Blanco Martínez y M. González Sanmamed, “Ciencia y teatro: una experiencia de teatro científico con alumnado de educación secundaria”. Revista Iberoamericana de Educación / Revista Ibero-americana de Educação 69: 81-92, 2015; M. Calvo, “Actividad de teatro científico como recurso en la formación de futuros profesores”. Revista Textos 69: 93-98, 2011.

14 Aunque ya lo dice en Enrique V de Shakespeare: “Que Dios, el mejor de todos los casamenteros, funda vuestros corazones en uno”.

Todos los caminos conducen a... las ciencias

Belén Pasqualini15

“¿Qué vas a estudiar?”, me preguntó.

“Teatro”, le respondí. A lo que, ansiosa, ella retrucó:

“Sí, sí, está bien, pero... ¿qué vas a estudiar?”, y yo:

“Voy a estudiar en el Conservatorio Nacional de Teatro

de Buenos Aires, abuela”.

Era domingo. En una de las cabeceras de la mesa, sentada, estaba ella, mi abuela, calzando sus 83 años. En el otro extremo de la larga comida estaba yo, con mis frescos 17. Era uno de esos tantos domingos que pasábamos almorzando en familia. Alrededor de 25 hijos, tíos, nietos y primos asomaban como testigos de este partido de tenis entre ella y yo. Y es que aquel domingo era diferente, era especial para mí. Era mi turno. Cual oficial inquisidor, cada vez que uno de sus nietos se aproximaba a la cornisa de sus estudios secundarios, mi abuela se acercaba al que estuviera de turno, para acecharlo con la —ya conocida— pregunta incómoda: ¿qué vas a estudiar?

A lo largo de todo mi último año de colegio estuve debatiéndome, entre desfiles, viajes de egresados y celebraciones de toda índole, por un lado; y, por el otro, la dura e injusta pregunta que nos toca a los jóvenes —por verdes e inmaduros que estamos a esa edad— alrededor de elegir una profesión, un estudio. No siendo ya niños, tampoco grandes... y aun así, ahí, la vida que no espera y crudamente nos instiga a elegir qué hacer de nuestros próximos días.

Vengo de una familia colmada de médicos, físicos, ingenieros, arquitectos, científicos, en fin: universitarios. De chica me había atraído la medicina genética, así como la cirugía. Pero a la vez, de tanto embriagarme con las mágicas sobremesas que mi mamá Claudia nos convidaba a mi hermano, a mi papá y a mí, después de cada cena, se me había impregnado el arte en las venas, como una especie de gen insistente que inevitablemente hace metástasis, y entonces la pulseada entre ambos senderos —la ciencia y el arte— se me hacía tremenda. Mientras mis compañeros faltaban a las clases o disfrutaban de la liberación que un último año de colegio propone a todo aquel alumno que está a punto de librarse definitivamente del uniforme... a mí me carcomía la congoja de no saber qué elegir. Todavía recuerdo el día en que lo decidí. Estaba haciendo pis en el baño de mi casa, con la puerta semientornada, mientras mi mamá estaba sentada en la mesa del comedor a unos metros de distancia. Y de pronto le dije: “Mamá, ya lo decidí: voy a hacer el Conservatorio de Teatro. Que para ser médica, tengo, después, toda la vida. Pero si quiero ser actriz, eso tiene que ser ahora”. Y así fue.

Me metí durante cuatro años en el Conservatorio de Teatro (para ese entonces, llamado Instituto Universitario Nacional del Arte [iuna]), tras pasar un exigente examen de ingreso, a la vez que estudié teatro por fuera del instituto, baile, canto lírico, guitarra y, más tarde, piano y lenguaje musical. Completé el conservatorio en el tiempo estipulado, cumpliendo con un total de 52 materias teóricas y prácticas. A mi manera, se podría decir, que hice la universidad. Hice de algo artístico un acontecimiento académico, universitario.

***

Hace ya casi quince años que me dedico a cuestiones artísticas, tanto en Argentina como en otros países, ya sea interpretando obras de teatro, ya sea cantando mi música, así como formando parte de otros proyectos que implican cuestiones artísticas. Vivo de lo que amo hacer. En 2013, cuando mi intérprete ya estaba más madura y transitada, emergió en mí el deseo de crear mi propio teatro, de contar mi propia voz, mi propia historia...

Mi abuela siempre fue una especie de heroína para mí. Su nombre completo es Christiane Dosne Pasqualini. Es ella una reconocida investigadora de leucemia a nivel internacional, nacida en Francia, criada en Canadá y Argentina, por adopción. Dueña de numerosos premios, uno de ellos es el Unifem-Noel por ser, junto a la Madre Teresa de Calcuta, una de las mujeres que más contribuyeron a lograr la paz mundial. Recuerdo tener tan solo 5 años y asistir a la ceremonia en la que nombraban a mi abuela primera mujer en ocupar un sitial de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires. Me autoproclamo una fanática de mi abuela al cien por ciento. De todos sus 5 hijos, 17 nietos y ya 22 bisnietos, probablemente yo sea, a la fecha, la más devota, la más fanática de todos.

Siempre consideré que Christiane era una persona muy particular, digna de ser teatralizada, digna de volverse el personaje de una obra de teatro. Causalmente, ella editó su historia en el libro Quise lo que hice. Autobiografía de una investigadora científica (editorial Leviatán, 2007). En este libro ella cuenta sus “hazañas” como científica, esposa, madre... como mujer. Es la historia, a mi entender, de una malabarista, una equilibrista que supo lidiar con todas las “pelotas” en el aire, cuidando de no descuidar ninguna. Y por sobre todo, siempre amando lo que hacía.

En 2013, sentí fuerte el llamado a que este personaje cobrara vida... teatral. Quería hacerle un homenaje en vida a esta mujer que tanto me había marcado. Necesitaba que fuera en vida, y no esperar a que ella no estuviera más entre nosotros porque necesitaba compartírselo: especie de acto egoísta de querer tener esto en complicidad con ella, para que, al momento en que tuviera que irse de este mundo, pudiera tener la pieza teatral como forma de recurrir a ella, de reencontrarme. Además, el destino me había puesto enfrente de mis ojos un libro que me serviría de guía para contar esta historia.

Me puse “manos a la obra”. Hice un acopio de anécdotas que Christiane me había contado, conversé largas horas con ella, la entrevisté espontánea y disimuladamente. Fusioné todo eso con información del libro... y nació el monólogo con música (yo misma también al piano): Christiane. Un bio-musical científico, el cual estrené el 5 de febrero de 2017 en el Centro Cultural San Martín, mítico espacio de arte de Buenos Aires, Argentina.

Se trataba de la primera vez en la que, por fin, podría fundir mis dos pasiones: la ciencia y el arte; y, encima, todo esto con el fin de contar la historia de mi abuela, es decir, la historia de mis raíces, el de dónde vengo que me tornó en quien soy hoy.

Para ese entonces, mi abuela ya no salía de la casa, pues tenía un pequeño impedimento físico en las piernas, y no se sentía segura para caminar en las tramposas baldosas de las calles, optando por reclutarse puertas adentro. Sabiendo que ella no podría asistir al estreno de la obra, unos días antes de la primera función le entregué, como adelanto de su regalo de cumpleaños número 97, una copia del texto de la obra para que la leyera. Christiane, una fanática de los libros, sabía que no se resistiría a consumir la historia, sumado a que se trataba de su propia vida. Cuando terminó de leerlo, le pregunté: “Y abuela, ¿qué te parece la obra?”, “me parece que es una caricatura de lo que soy. Hay que hacerle muchos cambios a esto. ¿Qué va a pensar la gente de la Academia de esta versión de mi persona que diseñaste?”.

Yo estaba a tres míseros días del estreno. Entendí que su estrés venía por el lado del qué dirán sus colegas, su ambiente. Me ocupé de su preocupación. Al estrenar la obra, me encargué de invitar a todo su entorno científico para que presenciara la obra teatral. Y lo que sucedió fue que... la amaron. Me agradecieron mucho por la creación del espectáculo, confesando que la obra era como estar conversando una hora con “la Doc” o “la Pasqua”, como solían llamarla.

Recuerdo el día del estreno como si fuera hoy. Yo estaba tras bambalinas, lista, esperando a salir a escena, mientras el público se colocaba en sus butacas. Recuerdo estar sosteniendo el premio que le había entregado a mi abuela el Círculo Femenino de Mujeres en 1969. Dicho premio era parte de la escasa utilería con la que contaba la obra. Recuerdo decirme a mí misma, en la profunda oscuridad de esa espera: “Estás loca, Belén. ¿A quién le va a interesar esta historia? A la abuela, a papá, a mamá, a tu hermano, a los familiares... y a nadie más. ¿Qué estás haciendo, llevando tu historia a una obra de teatro?”. El público es el que completa el hecho teatral. Sin público, dicen los que saben, no hay obra. Una obra de teatro no está completa hasta que no recibe el primer espectador. De golpe, se apagaron las luces de la platea. Comenzó la función. Salí a escena. Empecé. Risas, un público conectado, fueron lo primero. Luego, todo se calló, y yo creí que la gente se había ido, o incluso peor, que se habían quedado dormidos. Me deprimí un instante, para luego escuchar, finalmente, un salvador suspiro hacia el final de los 55 minutos de obra, que me reveló que el público aún estaba ahí. Que estuvieron ahí todo el tiempo, atentos, conmovidos, transformados. El aplauso final me terminó de confirmar la aceptación por parte de los espectadores de esta historia. La gente a la salida de la función me dijo: “mándale un beso grande a tu abuela, qué ganas de conocerla”; fue lo que me hizo, esa noche, dormir en paz.

Con el tiempo, además, entendí que se trata de una historia universal, si bien parte de una historia personal, de lo propio, de la historia de mi abuela. Y es que esta obra, descubrí con el correr del tiempo, es mucho más que eso. Las críticas periodísticas también lo anunciaron de ese modo. Ya decía la periodista Ana Seoane, al escribir para Diario Perfil, sobre la obra: “Este homenaje se transforma en un símbolo a tantas mujeres que realizan tareas fuera de su casa y suman labores domésticas, ya sea como esposas o madres. Belén emprende esta labor de dignificar a tantas anónimas”.16

Con esta obra, quise hacerle yo un regalo a mi abuela, pero la vida terminó invirtiendo el sentido de dicho obsequio: es mi abuela la que me hizo un obsequio a mí. He presentado la obra más de 200 veces, en los 3 años que lleva en cartel, tanto en Argentina como en Brasil, Chile, Colombia, Panamá, México, Estados Unidos y España. La obra ha recogido numerosos premios, entre ellos, tres Premios Hugo 2017, máximo galardón al Teatro Musical en Argentina, y un Premio LATA 2019 (Nueva York, Estados Unidos). Christiane. Un bio-musical científico lejos de volverse hermético, y meramente consumido en ámbitos teatrales, ha traspasado las fronteras del arte, habiéndose presentado en ámbitos meramente médicos y relacionados con la investigación: el Congreso RedPop de periodistas científicos (Centro Cultural de la Ciencia, Buenos Aires, Argentina), la Fiesta del Libro (Parque Explora, Medellín, Colombia), el Congreso Anual de saic y sai (Mar del Plata, Argentina), la Semana de la Ciencia que organiza el Senacyt (Ciudad de Panamá, Panamá), la unam (Ciudad de México, México), así como en tantos otros espacios de índole científica.

 

Otra periodista hace poco me preguntó durante una entrevista: “¿Cuánto tiempo te llevó preparar el personaje de tu abuela?”, a lo que le respondí: “Creo que es el personaje que menos preparé en toda mi vida de actriz, aunque, paradójicamente, es el que se ha encarnado en mí”. Porque se trata de la misma sangre: actriz y personaje tenemos la misma genética; o quizás también se deba a que, indirectamente, vengo estudiando y observando a mi abuela desde el día en que nací.

Sumado a esto, me gusta pensar que, finalmente, terminé estudiando medicina, ya que durante la obra abordo varios conceptos totalmente técnicos en relación a la leucemia y, por ende, durante los ensayos tuve que construir cada una de esas imágenes técnicas. No fuera a ser que me olvidaba de alguna palabra en el medio de la representación y tenía que inventarme otra que hiciera sentido con la imágen que estaba contando...

***

“Sí abuela, me dediqué a la actuación y a la música, pero: ¿viste como también indirectamente terminé estudiando ciencia, gracias a la obra que creé alrededor de tu historia?”, le dije a mi abuela —de ya 100 años— días atrás, almorzando con ella en su casa de siempre.

Y es que, al final, pareciera que es verdad: que todos los caminos llegan a Roma. Si no, mírenme a mí: terminé estudiando ambas cosas: tanto teatro como ciencia. O al menos, en mi caso, quizás se deba a que mis dos pasiones, el arte y la ciencia, están más próximos y son más compatibles de lo que, a priori, imaginamos.

15 Si uno tuviera que definir a Belén en una palabra, la primera opción sería arrolladora. Y es que ella lo es en todo sentido: su presencia, su belleza, su pasión, su talento… La primera vez que la vimos, en un congreso de la RedPop en Buenos Aires, 5 minutos antes de comenzar su espectáculo, todo en ella sonreía “¿hablamos al final?” como si nada, como si lo que siguiera no fuera a exprimir su energía hasta la última gota; a pesar de que enfrentarse a un público de divulgadores científicos no debía ser lo más sencillo. La segunda vez, justamente en ese escenario, llenándolo por completo con su voz, su piano y su historia, nos hicieron caer, para siempre, rendidos a sus pies, como tantos jurados de los muchos premios que, con razón, Belén ha recibido.

16 Ana Seoane, “Un musical donde la historia familiar enaltece a las mujeres”. Diario Perfil, 5 de agosto de 2017.

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