Las contradicciones de la globalización editorial

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[153] Itamar Even-Zohar (dir.), Polysystem Theory, Poetics Today 11, n.º 1 (1990).

[154] Pascale Casanova, «Consécration et accumulation de capital littéraire». Actes de la recherche en sciences sociales, n.º 144 (2002): 7-20.

[155] De igual manera, la intraducción puede ser para los «dominados» en un campo «dominante» una manera de importar capital literario y de mejorar así su posición en el campo nacional. Para los «dominantes», el reto se sitúa ante todo en la extraducción, porque, para consagrarse, es necesario primero haber sido consagrado.

[156] Hervé Serry, «Des transferts littéraires sous contraintes: Identité nationale et marché de l’édition francophone. Le cas du Québec», en Champ littéraire et nation, dirigido por Joseph Jurt (Friburgo: Universidad Albert-Ludwig de Friburgo y Frankreich-Zentrum, 2007), 171, actas de un encuentro de la red esse (para un espacio europeo de las ciencias sociales).

[157] Sin embargo, no es obvio que la nueva generación de escritores quebequeses esté pasando por el mismo dilema.

[158] Olivier Bessard-Banquy, L’Édition littéraire aujourd’hui (Pessac: Presses Universitaires de Bordeaux, 2006), 17.

[159] La traductóloga Barbara Folkart, que ha teorizado sobre los vínculos entre las prácticas de traducción interlingüística, de enunciación y de reenunciación, define así la traducción: «Todo examen de un objeto por parte de un sujeto constituye un filtro, es decir, una mediación por parte del sujeto receptor. Este aplica sobre el objeto la matriz de supuestos culturales, ideológicos, experienciales, intelectuales, que han formado parte de él a lo largo de la existencia y, a menos de violentarse para resistir la tentación de poner el objeto nuevo en las estructuras de lo conocido, a menos de que haga tabla rasa sobre sus prejuicios, lo que exige una verdadera ascesis de antropología, terminará reconociendo solo lo que aprendió antes de conocer». Barbara Folkart, Le Conflit des énonciations: Traduction et discours rapporté (Quebec: Balzac, 1991), 310.

[160] Pierre Bourdieu, Raisons pratiques: Sur la théorie de l’action (París: Seuil, 1994), 217.

[161] Christian Robin, «Coédition/coproduction, effets sur les contenus et les publications: Le cas du livre pratique illustré» (ponencia presentada en el coloquio internacional Les Contradictions de la globalisation éditoriale).

[162] A modo de anécdota, en el 2005, Jacques Godbout, autor quebequés publicado por Seuil y miembro de larga data del Consejo de Administración de Boréal, elaboró un balance mitigado, por no decir más, sobre las relaciones editoriales entre Francia y Quebec, y estimaba que las coediciones «que esperaríamos fueran más numerosas gracias al acercamiento propiciado por la mundialización son sin embargo inciertas y escasas. ¿Por qué? Porque el desfase entre nosotros no cesa de crecer: lengua, temas, sensibilidad… todo es diferente. Pocas veces estamos de acuerdo». Pero Jacques Godbout admite no ser sociólogo y hablar desde un punto de vista subjetivo. Así, esta constatación de fracaso quizá no es tanto de la coedición Francia-Quebec como de la asociación Boréal-Seuil. Véase Jacques Godbout, «Plus grande est la distance». Liberté, n.º 270, (s. f.): 17.

[163] Casanova, «Consécration et accumulation», 13.

[164] Sobre este tema véase Hélène Buzelin, «Unexpected Allies: How Latour’s Network Theory Could Complement Bourdieusian Analyses in Translation Studies», The Translator 11, n.º 2 (2005): 219-236.

[165] Entrevista por correspondencia, 25 de febrero del 2008.

[166] Bourdieu, «Les conditions sociales», 4.

[167] Por ejemplo, no consideré los acuerdos entre editores vinculados a un mismo territorio, menos frecuentes pero que también existen.

[168] «In the end, it would seem that there is something about translation itself that must have been unsettling for the disciplines, particularly for the more established disciplines in the social sciences. Could it be related to the fact that translation —like languages more generally— is not an ordinary object, certainly not one that is easy to “objectify”? Where can one stand to turn it into an object and circumscribe its limits? Translation is also a cognitive “operator”, a mechanism which provides access to the social worldview in a double sense: firstly, as a necessary condition for the ordinary, day-to-day comprehension that we have of the social world around us, in our daily exchanges with others; and secondly as a prerequisite for scholarly interpretations of the social world, including the way we build our arguments and make use of “method”. Our research narratives require constant translation […] Proper translation, as has been amply demonstrated in the restricted field of translation studies over the last twenty years or so, is never simply a replica. An appropriate dose of “friction”, in the sense of being neither too aggressive nor too ignorant of the other, is inevitable, giving rise to mutual misunderstandings as an ingenious solution to ordinary, yet potentially, devastating, disagreements in social life (La Cecla, 1997). This of course is an uncertain path». Simeoni, «Translation and Society», 13-14.

La edición angloamericana, entre la despolitización y la comercialización: el ejemplo de los ensayos y de las editoriales universitarias*

André Schiffrin

En un texto publicado en Francia en 1999 por La Fabrique169, André Schiffrin planteaba la problemática de las consecuencias sobre la edición de un modelo económico neoliberal que privilegia la rentabilidad a expensas de una política editorial de alto nivel intelectual y crítico.

El siguiente texto reúne dos extractos de la versión inglesa aumentada de The Business of Books, publicada en el 2000 por Verso. Fueron traducidos y reproducidos en su totalidad, salvo unos fragmentos, con el amable consentimiento del autor.

Antiguo director de Pantheon Books —prestigiosa editorial literaria fundada en Nueva York por Jacques Schiffrin, su padre, y por Kurt Wolff, en 1942, y absorbida por el grupo Random House en 1960—, André Schiffrin fue testigo de la venta de su editorial por el grupo rca, que era dueño de Random House desde 1965, a S. I. Newhouse, director de Advance Publications, en 1980. En los albores de los años noventa decidió mostrar la posibilidad de otro modelo editorial fundando una editorial no comercial, The New Press:

¿No era posible fundar una editorial sin accionistas, sin ánimo de lucro, que se pareciera de alguna manera a las editoriales universitarias pero sin estar vinculada a una universidad, que se dirigiera al público general y no a una élite universitaria, aunque buscara el más alto nivel intelectual?170.

La constatación de los efectos de la concentración de la propiedad de las editoriales estadounidenses en manos de algunos conglomerados, animados por imperativos estrictamente económicos, movió a André Schiffrin a reflexionar sobre la relativa desaparición, en las editoriales, de los ensayos políticos. La edición estadounidense había participado de manera amplia en la difusión de la información y de la crítica en Estados Unidos sobre la guerra de Vietnam y las luchas sociales y cívicas; sin embargo, desde entonces, en gran medida, renunció a la publicación de los libros más subversivos y contestatarios en beneficio de títulos económicamente rentables.

Las ediciones universitarias, al estar financiadas por las universidades y no estar directamente sometidas a las metas de rentabilidad de los accionistas ávidos de ganancias, podrían constituir el lugar de difusión de tales ideas. No obstante, señala Schiffrin, el modelo alternativo que encarnan también presenta dificultades. En efecto, cada vez más están sometidas a los mismos imperativos económicos y ceden a la presión de sus universidades, suprimiendo de sus catálogos los libros intelectual y políticamente audaces.

Cuando los editores publicaban libros políticos

Cuando se consultan los catálogos de los editores de los años sesenta y setenta, se constata que Pantheon no era el único que publicaba libros políticos. Incluso los que, como Harper, encarnaban el conservadurismo más rígido publicaban un gran número de libros sobre las desigualdades sociales o raciales. La edición estadounidense estaba entonces atravesada por un claro consenso político que iba del centro hasta la derecha. Pantheon se demarcaba por su cosmopolitismo; es decir, por su propensión a buscar nuevas ideas, a menudo subversivas, fuera de Estados Unidos. De manera general, los libros de Pantheon eran de la misma línea que los producidos por las otras editoriales. A propósito, en ciertos ámbitos, había editoriales mucho más radicales que Pantheon. Entre ellas se encontraban viejas editoriales marxistas, como Monthly Review, pero también editoriales que encarnaban la izquierda cultivada y sexualmente liberada, como Grove Press, dirigida por Barney Rosset.

 

En sus memorias del periodo histórico en cuestión, Another Life171, un libro agradable de leer y bien recibido por el público, Michael Korda presenta un panorama interesante sobre la manera como la edición se transformó en el curso de los últimos años y asumió, quizá de manera inconsciente, la responsabilidad por una parte de esos cambios. Korda, director editorial de Simon & Schuster desde hace muchos años, ingresó a la editorial en 1958. En esta época su catálogo contenía a la vez libros populares, entre ellos una serie muy rentable de libros de crucigramas, y títulos más exigentes, por ejemplo los volúmenes de Story of Civilization de Will y Ariel Durant. En su libro, Michael Korda se burla gentilmente de Max Schuster, que debutó como redactor en jefe de una revista automotriz, y de su colaborador Dick Simon, un antiguo vendedor de pianos. Korda, que pertenece a la famosa familia de realizadores húngaros del mismo apellido, y quien recién salido de Oxford despreciaba a los judíos de clase media y sus pretensiones de ponerse al servicio de la cultura, escribe que los muros de Max Schuster estaban cubiertos con las fotos de los autores más célebres de la editorial, lo que, a fin de cuentas, era una práctica común. Pero señala que el historiador del arte Bernard Berenson, por ejemplo, parecía sorprendido de verse así, fotografiado, al lado de Schuster y su esposa, probablemente sin saber ni quiénes eran ni lo que hacían ahí. Según Korda, en el momento en que Max Schuster comenzó en la profesión de editor:

La vulgaridad aún se veía con malos ojos. Los editores temían caer en el mal gusto. Bennett Cerf172 bien podía verse atraído por el show business, ser el seguidor de todo Broadway, tener una mina de chistes y ser miembro del jurado de What’s My Line?173, pero en su calidad de editor esperaba ser tomado en serio y se preocupaba por los libros «de gusto dudoso». Como editor, Max [Schuster] deseaba llenar el catálogo de S. & S. con trabajos de filosofía, de historia y de gran literatura; se mostraba receloso y refunfuñaba ante cualquier publicación de mal gusto en la que su nombre corriera el riesgo de aparecer.

Sin embargo, es cierto que Simon & Schuster publicaba, en esa época, libros serios sobre un montón de temas, a diferencia de lo que publican hoy. Aunque la mayoría de estos títulos no aparezca en las memorias de Michael Korda, vale la pena resaltar que en 1960 la editorial publicó, en una nueva colección de bolsillo, Sense of Nuclear Warfare de Bertrand Russell, un libro cuyo éxito no estaba ciertamente asegurado. En el catálogo se encontraba también The Open Mind de J. Robert Oppenheimer y The Rise and Fall of the Third Reich de William Shirer. El mismo año, Random House propuso un conjunto de novedades completamente respetables, con The End of Empire de John Strachey y Rococo to Cubism in Art and Literature de Wylie Sypher, títulos que hoy ya no podrían figurar en el catálogo de la editorial.

El catálogo de Harper de 1960 es aún más sorprendente. En la actualidad, HarperCollins es visto tanto como editor de libros muy comerciales como de libros prácticos, de bricolaje y de hobbies. El contraste es impactante si se compara con la editorial tal como existía hace cuarenta años. A pesar de un catálogo de literatura que no tenía nada de excepcional, publicaba un número impresionante de obras de historia o de libros políticos de alto nivel. Entre los 28 libros publicados en la primavera de 1960 se encuentran The Future As History de Robert Heilbroner y The United States in the World Arena de W. W. Rostow. Harper, por su parte, creó los Harper Torch Books (que hoy ya no forman parte del fondo), que incluían desde un conjunto de títulos sobre la religión, como The Destiny of Man de Nicholas Berdyaev, hasta los dos volúmenes de introducción marxista a la novela inglesa, de Arnold Kettle.

Estos títulos se publicaron cuando el despertar intelectual de finales de los años sesenta, desencadenado por la oposición a la guerra de Vietnam y por los debates alrededor de los grandes asuntos de la sociedad, todavía no tenía lugar. En Estados Unidos, la vida intelectual aún estaba lejos de ser muy animada. En consecuencia, los libros en cuestión no apuntaban a un público intelectual y universitario muy preciso. Más que beneficiarse del cambio este catálogo ayudó a provocarlo.

En 1970, la escena intelectual en su conjunto se había transformado por completo, en parte gracias a los esfuerzos anteriores de los editores. En el catálogo de primavera de 1970 de Simon & Schuster se encuentra Do It! de Jerry Rubin, Grapefruit de Yoko Ono, así como Labor and the American Community de Derek Bok y John Dunlop. El catálogo de Random House proponía, a su vez, I Know Why the Caged Bird Sings de Maya Angelou y la traducción de W. H. Auden de The Elder Elda, The Fifth World of Enoch Maloney del antropólogo Vincent Crapanzano y Points of Rebellion de William Douglas. El catálogo de Harper incluía el libro de Alexander Bickel sobre la Corte Suprema; el libro de Hugh Thomas sobre la historia de Cuba; un libro fundador sobre Vietnam escrito por Paul Mus y John McAlister, The Vietnamese and their Revolution; Civilisation de Kenneth Clark, y el primer libro de Todd Gitlin sobre los blancos pobres en Chicago, Uptown.

Quienes se ocupaban de publicar estos libros no eran una banda de izquierdistas (radicals) despelucados decididos a transmitir su mensaje por todo el país, aunque, de hecho, muchos editores que trabajaban en las grandes editoriales estaban políticamente muy comprometidos. Harper aún era, en cierto grado, un pilar de ese conservadurismo que la editorial siempre había encarnado. Conocida por sus vínculos con el Gobierno y la Ivy League, Harper era dirigida por hombres distinguidos y prudentes. No obstante, estos dirigentes eran buenos editores, capaces de reaccionar frente a la efervescencia política del momento.

Una docena de editoriales, la mayoría de las cuales ha venido desapareciendo (como editoriales independientes), publicaban en esa época libros intelectualmente decisivos. Editoriales como McGraw-Hill, que editaba a grandes autores como Vladimir Nabokov, luego se orientaron hacia los libros técnicos y de administración. Otros, como Schocken, Dutton o Quadrangle, fueron absorbidos por grupos más grandes y hoy han perdido su identidad editorial. Otros más, como John Day y McDowell Obolensky, se unieron a los anales de la historia y pertenecen desde entonces a un pasado en parte olvidado.

Las transformaciones que tuvieron lugar en Harper pueden, en un primer momento, ser imputadas a sus nuevos propietarios. Luego de que Rupert Murdoch hubiese comprado la empresa en 1987, la editorial se comprometió rápidamente con la dirección que desde entonces nunca ha abandonado: comenzó a privilegiar los libros más comerciales, en particular los relacionados con las industrias del espectáculo controladas por Murdoch. El color político del catálogo también cambió, por lo que ya no se encuentran libros sobre los Kennedy u otros liberales, sino las Mémoires del coronel Oliver North y Newt Gingrich. Murdoch trajo de Gran Bretaña su propio equipo de asalariados y reemplazó a los que trabajaban desde hacía tiempo en la editorial.

La historia de Simon & Schuster y de su evolución es más compleja y se extiende por un amplio periodo. En sus Mémoires, Michael Korda es muy ambiguo en relación con estas transformaciones. Salvo algunas excepciones, entre ellas Graham Greene, que era un viejo amigo de la familia y un amor de infancia, y el novelista texano Larry McMurtry, Michael Korda se interesa por los autores de bestsellers muy rentables, por ejemplo, Harold Robbins, Irving Wallace y Jacqueline Susann. Continuó lógicamente con los bestsellers políticos escritos por Richard Nixon y (en cierta medida) por Ronald Reagan.

Michael Korda elabora un retrato increíblemente despectivo de estos autores sobre los que reposa cada vez más el éxito económico de la empresa. Según él, siempre reclaman algo, se visten de manera vulgar, en Londres no saben dónde mandar a hacer zapatos a la medida y tampoco conocen las direcciones de los buenos restaurantes, temas que Korda domina muy bien. Por otro lado, Michael Korda estima que estos libros, en el futuro, serán los únicos de valor, dado que la edición es cada vez más dependiente de la industria del espectáculo, y que las modas y valores de Hollywood se hacen dominantes. Los libros de estrellas harán o desharán las editoriales y Michael Korda, con su jefe Richard Snyder, cuenta con la primera opción.

Tiempo después, Simon & Schuster fue reemplazada por Viacom, que posee Paramount Pictures, y, durante algún tiempo la editorial también tomó el nombre de Paramount Books. Por más que Michael Korda describa de manera objetiva las presiones económicas engendradas por tales transformaciones, él sigue, no obstante, muy apegado a la idea de que esos son los libros en los que los editores deberían concentrar sus esfuerzos, y está orgulloso de los éxitos conseguidos con ellos, más que de sus relaciones con sus autores. Se permite, en un momento dado, hacer una crítica feroz a Harold Robbins, uno de sus primeros autores de éxito. Robbins había escrito una primera obra literaria prometedora, a la manera de las novelas proletarias de los años treinta, y también había sido publicado por Knopf.

Como la mayoría de las personas cuyos libros se venden muy bien, Robbins estaba decepcionado pues pensaba que ese éxito no era merecido. En las entrevistas siempre tomaba una bocanada de aire y se apresuraba a defender sus libros frente a las críticas, pero la verdad es que despreciaba a sus lectores y se despreciaba a él mismo por satisfacer así sus gustos.

Hoy, en la edición, parecería que solo los autores tuvieran vergüenza de vender muchos libros. Los editores toman simple y llanamente ventaja de las tendencias ineluctables.

[...]

La edición universitaria: ¿un modelo alternativo?

Dada la amplitud de las transformaciones que sufre hoy el sector comercial de la edición cabe preguntarse si las editoriales universitarias pueden constituir una solución alternativa. Un gran número de ellas ha puesto sus esperanzas en la edición de libros que ya no son publicados por los grandes grupos porque no gozan de una gran cobertura promocional174 (midlist); logran así ganar dinero al tiempo que salvan del olvido algunos libros importantes. No obstante, la situación es hoy aún más complicada. El sector no lucrativo de la edición está, en efecto, sometido a imperativos comerciales muy restrictivos, que pueden a veces conducir, de facto, a su privatización.

Pareciera inevitable que el modo de funcionamiento de los grandes grupos se extenderá un día a las editoriales universitarias. Después de todo, ¿no se han cerrado departamentos universitarios enteros por falta de clientela? Puesto que el sistema de enseñanza mismo está sufriendo tales presiones, ¿cómo podrían tener inmunidad las editoriales universitarias?

En un artículo del Times Literary Supplement, que dio lugar a un vívido debate en Inglaterra, incluso en la Cámara de los Lores, sir Keith Thomas planteó la cuestión del lugar de las editoriales universitarias en el mercado actual. Sir Keith Thomas, historiador reconocido, preside el comité financiero de Oxford University Press y formó parte del comité que decidió poner fin bruscamente a la publicación de libros de poesía contemporánea en esta editorial. Su artículo es, por una parte, engañoso. Describe Oxford University Press como una editorial mediana, mientras que su cifra anual de ventas, de alrededor de quinientos millones de dólares, la clasifica entre las editoriales más grandes de su categoría. El total de las ventas de Oxford University Press supera el de todas las editoriales universitarias estadounidenses juntas. El catálogo de Oxford comprende un gran número de libros muy rentables económicamente, y las gigantescas capacidades comerciales de esta editorial le permiten obtener ganancias nada despreciables. Sir Keith Thomas afirma también que la Universidad de Oxford está en derecho de esperar un «retorno consecuente» por parte de su editorial, la cual, a lo largo de los últimos cinco años, le ha transferido alrededor de dieciséis millones de dólares al año. Teniendo en cuenta esta situación real, la decisión de interrumpir la publicación de libros de poesía fue juzgada, en muchos casos, como arbitraria y mezquina. Otras reestructuraciones dentro Oxford University Press tuvieron como efecto la supresión de las colecciones de bolsillo de alto nivel intelectual tales como Opus, el cese de las publicaciones en la serie Modern Master y la marginalización de Clarendon Press, su otro sello editorial. Varias de las cartas publicadas en las páginas del Times Literary Supplement (tls), algunas escritas por anteriores trabajadores de Oxford University Press, criticaron fuertemente estas decisiones tomadas por el editor. Los bárbaros ya no estaban solo en las puertas de la editorial, estaban indiscutiblemente al interior.

 

Para justificar estas decisiones, sir Keith Thomas se refiere, en el artículo mencionado, a algunas transformaciones bastante conocidas: la concentración cada vez más grande de la propiedad de las editoriales y de las librerías, la presión económica que de allí resulta y que hace que los editores sean forzados a otorgar descuentos aún más importantes a los almacenes, la dificultad de ser competitivos en un mercado de cuasimonopolio. Estos asuntos son fundamentales para un editor de la talla de Oxford University Press, mucho más que para las pequeñas editoriales universitarias estadounidenses. Pero el hecho de que Oxford University Press produzca ganancias destinadas a sus propietarios muestra un problema que se hace cada vez más crucial para una buena parte del mundo académico.

Es evidente que, como Oxford, las editoriales universitarias estadounidenses tienen dificultades a causa de los costos de publicación de obras de investigación, que constituyen, en principio, la esencia de su producción. En un artículo publicado en New York Review of Books, Robert Darnton presenta algunos argumentos convincentes en favor de la publicación en línea de tales obras, teniendo en cuenta la caída vertiginosa de las cifras de venta (que pueden no superar los doscientos ejemplares) y la crisis de las bibliotecas, cuyos fondos se destinan cada vez más a la compra de revistas académicas (estas también están casi completamente sometidas a un monopolio, y una revista puede costar hasta 16 000 dólares al año).

Mientras que su «producto» principal —la obra de investigación— cuesta cada vez más, las universidades disminuyen sus subvenciones. Según sir Keith Thomas, casi todas las editoriales universitarias estadounidenses son subvencionadas por sus propietarios, pero un número creciente de ellas están obligadas a obtener un equilibrio o utilidades. Recientemente, la Universidad de Ohio pidió el 7 % de los ingresos de ventas a su editorial, aunque esta cifra luego se negoció a la baja. Luego de un año particularmente fasto, University of New Mexico Press fue gravada con un 10 % por su universidad. La Universidad de Chicago, a imagen de los cursos de economía que dicta, considera la institución un lugar lucrativo y exige de cada uno de sus departamentos —incluyendo su editorial— un aumento anual de rentabilidad. Se dice que jóvenes contadores persiguen cada céntimo reunido en el campus, y —como un ritual bien conocido por todos los que han trabajado en Estados Unidos en los grandes grupos— les preguntan a los directores de departamentos si lograron los objetivos fijados en el business plan. Una reciente investigación, realizada con 49 editoriales universitarias, muestra que, a lo largo de los últimos cuatro años, la subvención anual otorgada por las universidades bajó un 8 % (en valor efectivo), y que doce editoriales perdieron casi el 10 % de su apoyo financiero. Para retomar la elegante fórmula de Peter Gilver, presidente de la Asociación de Editoriales Universitarias de Estados Unidos, muchas universidades ofrecen un «apoyo negativo».

Durante las discusiones con directores de editoriales universitarias me sorprendía ver hasta qué punto refunfuñaban por llamar las cosas por su nombre. Estaban completamente dispuestos a mencionar lo que pasaba en otras editoriales, pero, a menudo, no querían ser citados directamente. Una vez más, podía sentirse allí el tabú que pesa sobre los grandes grupos, en lugar del espíritu de apertura y de curiosidad que se supone reina en la universidad.

Si las obras de investigación ocupan cada vez un lugar menor y el apoyo de la universidad no deja de reducirse, estamos en el derecho de preguntarnos por el futuro de las editoriales universitarias. Hace ya cierto tiempo algunas de ellas intentaron reconvertirse en editoriales regionales con el fin de resolver ese dilema. Las editoriales universitarias de Nebraska o de Oklahoma, por ejemplo, desarrollaron colecciones notables de libros sobre la historia local. Para los temas que no están cubiertos por editoriales locales independientes, no hay duda de que tal reconversión presenta ventajas considerables.

Otros editores universitarios se volvieron resueltamente comerciales. La editorial de la Universidad de Princeton, que gozaba, gracias a las donaciones recibidas en el pasado, de una de las más cómodas bases financieras, con un capital de veintitrés millones de dólares, se lanzó activamente a la publicación de títulos rentables y más populares que sustituyen las obras de investigación clásicas. Tal enfoque reduce el lugar otorgado a las publicacio­nes serias. Una de las primeras decisiones de Walter Lippincott, luego de su llegada a la dirección de Princeton en 1986, fue intentar suprimir la colección Bollingen: esta se publicaba en Pantheon antes de que Random House comprara la editorial175 y decidiera ceder esta colección a una editorial universitaria sin ánimo de lucro. Afortunadamente, el consejo de administración de Princeton rechazó tal propuesta.

Teniendo en cuenta sus últimos catálogos, un gran número de editoriales universitarias han venido concediendo un lugar significativo a títulos más comerciales con la esperanza de que estos puedan cubrir sus costos176. De manera sorprendente, muchos editores estiman ahora que el béisbol es un tema digno de interés; de igual forma, son muchos los libros sobre las estrellas de cine. El catálogo actual de University of California Press contiene una edición revisada del libro de Antonia Fraser L’Histoire de la monarchie britannique, uno de esos libros populares de historia que antes se publicaban en Knopf. Esta política de publicación plantea cuestiones serias. Nada indica, como es evidente, dado el estado del mercado, que estos títulos sean lo suficientemente rentables hoy; muchos editores universitarios están descubriendo la inestabilidad del mercado de las midlist, los libros que no son ni novedades ni obras de fondo. Por lo demás, suponiendo que estos puedan generar dinero, ¿es normal que sean publicados por editoriales universitarias? Desde hace años, estos editores han recibido centenas de millones de dólares depositados por los contribuyentes, directa o indirectamente, por medio de donaciones deducibles de impuestos. Dicho dinero se supone que permitía a las editoriales universitarias seguir siendo lugares de difusión del saber y de la información, entre los pocos que aún existen en este país.

Cuando miro las insignias de las editoriales universitarias, me parece ver las letras «pbs»177. La televisión pública sufrió, en efecto, presiones políticas muy fuertes a lo largo de los años Reagan-Bush: las subvenciones del Gobierno fueron deliberadamente suprimidas con el fin de obligar a los difusores a que buscaran socios financieros privados y a elegir programas menos críticos en el plano político. El declive de la televisión pública es otro ejemplo de lo que sucede cuando el mercado llega a decidir la oferta. La búsqueda de audiencia reducirá, de manera implacable, los contenidos educativos. Si las editoriales universitarias deciden ceder al espejismo del mercado económico del libro podría producirse entonces una evolución análoga.

Un día tuve la oportunidad de participar en el comité científico de Harvard University Press con el fin de discutir su programa editorial. Yo había preparado un buen número de notas muy precisas. Luego de haber reconocido su posición de líder en el ámbito de las publicaciones académicas y de las obras de investigación, le propuse a Harvard emprender en adelante algunos esfuerzos —y créditos— en otros ámbitos. Señalando que John Silber, el muy conservador presidente de la Universidad de Boston, era muy activo en la dirección de escuelas de la ciudad de Boston, le sugerí a Harvard utilizar una parte de la experiencia adquirida en el ámbito de la educación para publicar libros destinados a profesores y estudiantes de la región. También le propuse estar más atenta a las publicaciones académicas del extranjero, y apoyar el desarrollo de editoriales universitarias en Europa del Este, así como en los países del tercer mundo, gracias a una política de traducciones y coediciones.

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