La fuente última del acompañamiento

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Sari: Diálogos #7
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2. ACOMPAÑAMIENTO COMO CAMINO SEGÚN EL PARADIGMA DEL ÉXODO14

El acompañamiento es visto en la Biblia como un camino, un diálogo en la historia de Dios con su pueblo para que este alcance la Tierra Prometida. De inmediato, percibimos que la tierra es entendida por Dios de una manera distinta que por el pueblo. El pueblo la ve como seguridad, independencia, autodeterminación y dominio. YHWH la contempla no tanto como un lugar, sino como un camino que recorrer en aras de la plenitud: unidad de vida, para que no haya desgarramiento interior, en el que hacer, decir, vivir sea lo mismo. Una relación entre libertades sin doblez, entre Dios y el hombre a través de un mediador. YHWH acompaña al que acompaña a otros.

La respuesta de YHWH a Moisés en Éxodo 3 a la pregunta «¿Y qué les diré cuando me pregunten quién eres tú, ese Dios que quiere liberarles de la esclavitud?» no deja lugar a dudas: «Yo soy el que soy». Muchas páginas se han escrito sobre esta frase: Yo soy el que soy (yo soy el que seré, yo soy el que me manifestaré; sabrás quién soy por lo que haré).15 «Así dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me ha enviado a vosotros [...]. Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación» (Ex 3:13-15).

Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad, que es de siempre y para siempre, valedera tanto para el pasado («Yo soy el Dios de tus padres» —Ex 3:6—) como para el porvenir («Yo estaré contigo» —Ex 3:12—). Dios, que revela su nombre como «Yo soy», se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo (CCE 207).

Es toda una declaración de intenciones de que hay un Dios que está dispuesto a ir acompañando a un pueblo. Pero el líder elegido para la misión está lleno de complejos. Moisés se niega a ir porque es tartamudo. Moisés recibe como acompañante a su hermano Aarón y es convencido con una serie de prodigios que Dios le hace hacer, como tirar la vara, que se convierte en serpiente, o meter la mano en el bolsillo y sacarla llena de lepra, etc., pero sobre todo recibe de Dios la garantía de que Él lo ayudará: «Yo hablaré por ti, Yo estaré contigo» (Ex 3:12).

YHWH, de alguna manera, va acompañando a aquel a quien confía la misión de acompañar a todo un pueblo. YHWH, como formador de formadores, modeliza aquellas actitudes que Moisés va a necesitar como acompañante del pueblo en su camino hacia la Tierra Prometida. Moisés anticipa y prefigura al Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y sigue a la descarriada, la trata con ternura, etc. El capítulo 6 de Moisés contado por los sabios16 comienza así:

Moisés apacentaba los rebaños de Jetró velando por ellos con amor. Llevaba a pacer primero a los animales más jóvenes, para que se nutriesen de hierba tierna, después a los de más edad, que encontraban pastos más fuertes y al final a los más vigorosos, que ramoneaban el más duro forraje. Entonces dijo Dios: «Ha sabido apacentar las ovejas dando a cada una su alimento; sabrá apacentar a mi pueblo dando a cada uno su justicia».

Un día un cabrito escapó del rebaño. Moisés lo siguió, corriendo, hasta llegar a un lugar escarpado donde lo encontró bebiendo en una fuente: «Pobre cabrito —dijo— ¿huiste para beber? ¿Estarás muy cansado ahora?». Lo tomó sobre sus hombros y lo devolvió al rebaño. Entonces dijo Dios «Así como ha tenido piedad de un pobre cabrito, llevándolo sobre sus hombros para cargar con su fatiga, también tendrá piedad de mi pueblo, llevándolo en su corazón para cargar con su pecado». Pues Dios, antes de confiar rebaños de hombres a sus reyes y profetas, les confía, para probarlos, rebaños de animales.

El asunto de la vocación es importantísimo en el acompañamiento espiritual, pues se acompaña, entre otras cosas, para ayudar a discernir aquello a lo que uno es llamado. En general, en todo el capítulo citado de Moisés contado por los sabios se pueden ir rastreando las características de la vocación de acompañar, tal como las enumera Xosé Manuel Domínguez Prieto en Llamada y proyecto de vida y que resumimos:17

a) Presencia que anuncia, signos a través de los cuales irrumpe la llamada. Hay que estar atentos…, si no, podrían pasar inadvertidos. La zarza ardiente. Moisés percibe esos signos y se admira (asombro) de ellos gracias a que está recogido (del recogimiento al sobrecogimiento), está solo y ha hecho silencio (se encuentra en el desierto, con las ovejas de Jetró). Pero no es ese silencio bucólico que a veces nos imaginamos. Seguramente, Moisés se encontraba en medio de esa «soledad poblada de aullidos» (Dt 32:10), los aullidos de sus propios miedos, remordimientos y perplejidades.

b) Llamada por el nombre: «Moisés, Moisés…» (Ex 3:4). La voz que llama destaca del resto, como cuando alguien nos llama por nuestro nombre por encima de un rumor de voces o de ruidos.

c) Disponibilidad: «Aquí estoy…» (ibíd.).

d) Misión: llamada-elección-misión. Al ser llamado, se me elige y soy elegido —no por ser mejor ni peor que nadie (tal será también la experiencia del pueblo de Israel)— para ser enviado (misión). La misión supone salir, ponerse en marcha, abandonar seguridades (como también Abraham). La llamada, pues, desinstala.

e) La misión es respuesta a una situación: «Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo…» (Ex 3:7).

f) La misión excede por todos los costados; nadie nace preparado, es algo que hay que descubrir. «¿Quién soy yo para ir al Faraón y sacar de Egipto a los israelitas?» (Ex 3:11).

g) La llamada es una promesa: la misión que se encomienda es acompañar a un pueblo hacia una plenitud maravillosa materializada en una «tierra que mana leche y miel» (Ex 3:8).

La iniciativa siempre parte de Dios. Dios interviene el primero. Si «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob» (Ex 3:6) llama a su servidor Moisés, es que Él es el Dios vivo que quiere la vida de los hombres. Él se revela para salvarlos de la esclavitud, pero no lo hace solo ni contra la voluntad de los hombres: llama a Moisés para enviarlo como mensajero de su misericordia, de su predilección por ese pueblo. Hay como una petición para el desempeño de esta misión, y Moisés, después de dudar, acomodará su voluntad a la de YHWH. Pero en este diálogo en el que Dios se confía, Moisés aprende también a rezar: rehúye, propone alternativas para liberarse de la llamada y sobre todo entabla un diálogo; en respuesta a su petición, el Señor le confía su Nombre, que se mantenía en secreto, impronunciable, y que solo se revelará en su acción en la historia (CCE 2575).

Existe una llamada de un pueblo esclavo, a través de un acomplejado, porque YHWH se quiere cubrir de gloria. No puede tolerar que otro se atribuya a sí mismo la gloria. Elige a Moisés por su incapacidad, por sus pecados; de ellos piensa sacar fruto y por alguno de sus dones, pero que permanecen en la oscuridad.

3. LA LLAMADA A PONERSE EN CAMINO ES A UN PUEBLO

Este pueblo saliendo de la esclavitud de Egipto camino de la liberación (cf. Ex 13:17, 14:4) va con todos sus rebaños y propiedades. No saben a dónde van. Son guiados por Moisés. No es un hombre solo el que camina: es todo un pueblo que camina en caravana hacia la libertad. Es todo un programa de acompañamiento el que es propuesto en el Éxodo. Como muchos siglos después dirá san Juan de la Cruz, «para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes. Para venir a poseer lo que no posees, has de ir por donde no posees. Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres».18 Con Dios siempre es así. No hay caminos seguros, no hay garantías de que tendremos cubiertas las necesidades, no hay más que una promesa de la que el acompañado se tiene que fiar.

Israel recibe lecciones de YHWH que son en su mayoría acciones en su favor, maravillas, prodigios en medio del desierto que buscan convertirse en paradigma de toda existencia humana. Toda la propuesta de YHWH desde la elección de un pueblo esclavo es enseñar a ese pueblo a vivir en libertad (Dt 11:2-7). La esclavitud deja lastres, marcas en el carácter que se convierten en inercias que hacen daño; se ve el mundo desde la perspectiva de un resentimiento y de un victimismo que debe ser curado. Solo el hombre libre es capaz de entender el sentido de los acontecimientos del mundo y ser agradecido. El esclavo expresa, si acaso, un agradecimiento servil, a la espera de un nuevo favor condescendiente del amo. Israel debe reflexionar sobre su historia y aprender a leer aquellos momentos de dureza, de dolor, de hambre, de sometimiento como pruebas para el entrenamiento de la vida que le queda en adelante. Se aprende a ser libre siendo libre. Pero solo se sabe lo que es ser libre si se rememora qué supuso o supone ser esclavo, porque no se deja de ser esclavo mágicamente, de la noche a la mañana, porque solo el contraste nos permite ver con claridad los matices de la diferencia y, por tanto, de la belleza de la historia. Tal vez esa magia es la que esperaba de YHWH, pero el que es Dios sabe que la magia no curte, no enseña, solo escamotea, oculta, no fortalece; la aparente sencillez del efecto que produce es pura fantasía. Lo que endurece al débil es aprender a sufrir durante la marcha a través del desierto, sin desesperarse:19 Israel experimentó el hambre para comprender que «el hombre no vive solo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de YHWH» (Dt 8:3); la experiencia de dependencia diaria debía enseñar a Israel a reconocer que YHWH estaba ahí, como un padre atento a las necesidades de un hijo: «Tu vestido no se gastó, tu pie no se hinchó a lo largo de estos cuarenta años» (Dt 8:2-6).

 

Las pruebas no son obstáculos o ensañamientos de un Dios sádico que busca por el maltrato fortalecer la blandura, sino provocaciones para un diálogo que vaya revelando al interlocutor (Israel) el fondo de su corazón y a conocer también, a la vez, el fondo del corazón de aquel que lo ama y lo llama a la libertad. YHWH podría saltarse los pasos del aprendizaje y evitar así el dolor de la angustia, de la incertidumbre, pero con seguridad eso generaría que la ansiedad fuera por cualquier cosa y cada vez más exigente, como el espolio, que significa mimar demasiado a un niño.

El aprendizaje es un éxodo,20 un camino (significado literal de la palabra) que uno mismo ha de recorrer acompañado de la mano del guía, del explorador de la caravana que acompaña, que escucha y se retira a la montaña, que trata de evitar los obstáculos o de superarlos, pero que no los conoce todos previamente y no puede calcular los sobresaltos. Ese explorador, Moisés, un hombre cualquiera, lleno de limitaciones, como cualquiera de los que aspiramos al don de ser acompañantes, tenemos que aprender como él a aceptar ser puestos en entredicho por los más listos y exigentes, ser rechazados en principio por los que aceptan peor ser ayudados. Este explorador recurre a YHWH para que le dé una hoja de ruta, un elemento externo que puedan respetar, una alianza que comprometa a todos los participantes a aceptarla con todas las consecuencias para garantizar el éxito del recorrido hasta la meta.

La Ley se presenta, como más tarde dirá san Pablo, como un recurso pedagógico, no como un sistema constrictor, impositivo. «Del cielo te hizo oír su voz para instruirte» (Dt 4:36). No para obligar a cumplir una ley impuesta arbitrariamente desde lo alto, sino para reconocer que el que convoca quiere amar y ser amado (Dt 4:37s), que quiere darle al elegido «felicidad y vida larga en una tierra dada para siempre» (Dt 4:40). Esta promesa (Larrú, 2017) es la oferta de un buen acompañante. Todo esfuerzo tiene su recompensa, y en este camino, el acompañado, Israel, debe saber que no está solo, la presencia de la palabra misma del acompañante está ahí para ayudarlo a interpretar dónde está el desliz o la voluntad débil, si erró en la decisión: «La palabra no está en los cielos lejanos, ni más allá de los mares, sino muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón» (Dt 30:11-14).

La libertad de Israel, que se cree más inteligente que YHWH, puede hacerlo marrar en sus caminos hasta el punto de poner en riesgo su propia vida. Un buen acompañante, como YHWH, no puede permitir que su plan de felicidad21 para su amado pueblo se vea frustrado por la contumacia del pecado (que consiste en la afirmación de sí mismo hasta el olvido de sí mismo —del propio bien—, y del otro —el bien que me es propio al serme donado como compañero—). Por eso, aunque YHWH muestre cierto dolor humano en la contumaz resistencia del pueblo en dejarse conducir, siempre se somete a la voluntad y las demandas de Israel.

Esa paciencia, no exenta de reprensiones y castigos, es la que verdaderamente enseña a apreciar las cosas, que el pueblo cree que se le deben, como algo derivado de un amor gratuito. En la Escritura aparece la corrección como algo serio que puede ir de la amenaza al castigo pasando por la reprensión; debe asegurar la eficacia de las propuestas educativas de YHWH. Pero siempre queda claro que el último aprendizaje es haberse sabido amado en el camino.

Lo mismo que la desobediencia y el principio del placer están arraigados profundamente en el corazón del niño, en Israel también se muestra esa misma actitud de complacencia que lo desviará de la felicidad (tierra) prometida. El pueblo quiere ya cambiar las condiciones de la Alianza, del compromiso de YHWH: el tipo de comida, saciar la sed en cuanto la sienta, que sus dudas sean resueltas de inmediato en cuanto las presenten. Se hartan del sabor indefinido del maná, añoran las cebollas y los ajos de Egipto, se comparan con otros pueblos y envidian el trato que tienen con sus dioses (ya que son ellos los que los manejan a su antojo). YHWH usará a Moisés, a Josué, a los jueces y profetas para hacerlos acompañantes de su pueblo. Los dota de la palabra como único instrumento de poder. La Palabra diferida del propio YHWH es una llamada de atención correctiva, parresia neotestamentaria, y una amenaza pedagógica: si te desvías, Israel, de los preceptos de YHWH, estarás solo, a merced de los enemigos.

Pero empiezan las dificultades. Tienen hambre, y en el desierto no hay pan. Entonces, de nuevo murmuran, se dicen a sí mismos que están siguiendo a un iluminado que los ha arrastrado a todos para que mueran en el desierto. Entonces, Dios les manda el maná (cf. Ex 16). Pero vuelven a quejarse y a murmurar porque tienen sed.

El pueblo entonces se quejó a Moisés diciendo: —Danos agua para beber. Y les respondió: —¿Por qué os querelláis conmigo? ¿Por qué tentáis al Señor? 3 Pero el pueblo continuaba sediento y murmuró contra Moisés: —¿Por qué nos has sacado de Egipto para dejarnos morir de sed, a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? 4 Moisés clamó al Señor diciendo: —¿Qué puedo hacer con este pueblo? Casi llegan a apedrearme (Ex 17:2-4).

La murmuración contra YHWH es una constante. Su pedagogía insiste en ayudarlos a aprender a vivir al día y confiados en su amor para con ellos. No se anticipa a las necesidades del pueblo como un padre neurótico al que no le gusta que su hijo sufra o como el acompañante superprotector que se adelanta a las quejas del acompañado o las imagina para ser querido por él, sino que espera su oración (petición/exigencia) para mostrarles en dónde tienen puesto su corazón. Acompañar es enseñar a discernir los signos, las señales que nos abren caminos en la oscuridad, o a interpretar los acontecimientos que nos permiten crecer. Enseñar a interpretar la historia.

El pueblo se encuentra vagando por el desierto y no tiene idea de por dónde ir. Es Dios el que, en forma de nube y de columna luminosa, los guía. Cuando la nube se para, ellos se paran; cuando la nube camina, ellos se ponen en marcha. Pero el arduo camino es un lugar de encuentros y desencuentros: se cansan del maná y quieren carne. Se acuerdan de los ajos y cebollas de Egipto. Moisés tiene que invocar de nuevo a Dios porque el pueblo vuelve a murmurar. Dios les envía las codornices (cf. Ex 16:12-13; Nm 11:4-15, 31-35). Luego tienen sed; allí no hay agua. Reniegan de nuevo de Dios y de Moisés hasta el punto de que quieren matarlo (según Freud, Moisés y el monoteísmo, de hecho, lo mataron). Moisés se enfada con ellos y los exhorta (otro verbo directamente relacionado con el acompañamiento) a tener paciencia: «¿No habéis visto todo lo que Dios ha hecho hasta hoy por nosotros?». Pero ellos no reconocen nada. Para el pueblo, como para nosotros, todo es fruto de la casualidad, ya no saben/sabemos de qué Dios se habla; tal vez ese Dios sea fruto del delirio de Moisés (cf. Ex 17:1-7; Nm 20:1-13). Moisés tiene que acudir de nuevo a Dios y este le dice «Golpea con tu vara a esa roca y saldrá agua». Al instante salió agua. La versión bíblica es que la duda de Moisés le impidió entrar en la Tierra Prometida. El género midrásico22 sugiere que es la desconfianza de Moisés en la paciencia de YHWH para soportar a su pueblo. Este pueblo es tentado constantemente en el desierto a sospechar de la bondad de YHWH propuesta por Moisés. Esa desconfianza es un modelo universal de la sospecha de todo hombre sobre la bondad de Dios. La tradición rabínica atribuye a Moisés su propia condenación para enfatizar la paciencia y la misericordia del Dios de la Alianza. El modelo de acompañamiento que implica el Dios de la Alianza es claro: ama a su pueblo, quiere lo mejor para él, vela por su seguridad, pero no conculca nunca la libertad ni de sus líderes ni de sus miembros. Para ello, YHWH deja que este pueblo experimente caminos tortuosos, a veces, peligrosos otras, y siempre se muestra solícito a prestar cobijo, mediante la corrección después de la experiencia díscola, para que retornen a la Alianza.

Así, llegan al monte Sinaí, donde Moisés sube para recibir la Ley de manos de Dios. Ante la tardanza de Moisés, el pueblo reniega de nuevo y pide a Aarón que les fabrique un ídolo, un gran becerro de oro. Ya están hartos de que a ese Dios no se le pueda representar, ver y tocar para manipular de alguna manera su voluntad. Se fabrican su propio ídolo y le atribuyen todas las maravillas que Dios ha hecho con ellos (cf. Ex 19 y 32). La impaciencia del acompañado es una constante. Busca seguridades, anclajes, para no sentir el vértigo de su inexperiencia, para recorrer caminos siempre transitados y evitar las incertidumbres. Y hacer lo que hacen los demás pueblos o nuestros vecinos. Todos sentimos el vértigo de la incertidumbre si no hacemos lo que hace todo el mundo. La mímesis es constitutivamente humana. Crear, o innovar, es más complicado y arriesgado que copiar o hacer lo de siempre. Abrir sendas nuevas es más difícil que transitar las que ya han sido holladas mil veces. Si todos adoran ídolos, significa que algo tendrán o les darán a ellos que nosotros no tenemos. La envidia mimética es esencial para orientar nuestros pasos y decisiones. Volver a Egipto a hacer lo que hacíamos es más seguro que el riesgo de lo novedoso. No obstante, YHWH sabe que solo desde sus silencios, desde su distanciamiento, el pueblo crece en autonomía, en personalidad. Su objetivo es curtirlos en la confianza en sí mismos, ya que se van a tener que enfrentar a pueblos más poderosos y mejor pertrechados que ellos para el combate. También darles una lección. Aarón sabe que los ídolos ofrecen esa seguridad psicológica de tocar y ver lo numinoso que permite al hombre sentir el control de la historia.

Las idolatrías se han repetido a lo largo de la historia de la humanidad una y otra vez en forma de utopías, de líderes, de naciones, de espacios sagrados, de arcadias felices o de edades de oro, todas ellas nostalgias de Egipto o de proyecciones de paraísos imaginarios. A la postre, esos territorios sagrados bajo el control de la voluntad de los hombres resultan ser espejismos o quimeras que los arrastran a unos contra otros, a divisiones irreconciliables, a distopías irreversibles. Aarón sabe que los ídolos se ofrecen como formas de vida nueva, de órdenes sociales seguros, de solución frente a la incertidumbre, pero al final frustran las expectativas que prometen. Israel es un pueblo elegido como paradigma de la historia de las naciones que han de ser atraídas por YHWH, por eso debe aprender de la experiencia. Por esa razón, Aarón les pide las joyas, el oro y la plata de las mujeres, porque los ídolos reclaman todo cuanto de valor posee el hombre. Mediante el ejemplo universal de Israel, YHWH quiere enseñar que lo que prometen los ídolos es falso, es un mero espejismo de felicidad. La vida, la felicidad, consiste en otra cosa distinta al dinero, al trabajo seguro, a la cobertura de las necesidades primarias, a una tierra en propiedad o una nueva nación. Israel tiene que aprender que no solo de pan, de cambiar la historia o de adorar al trabajo de sus manos se puede vivir, sino de tener a Dios mismo por acompañante. Tiene que aprender a esperar con paciencia, a escuchar, a mirar la historia con los ojos de YHWH. El acompañado debe descubrir por él mismo que aquellas cosas en las que está apoyándose para dar sentido a la vida, o para llenarla, son armas de doble filo: por un lado, ofrecen el regusto inmediato; por otro, nos piden toda nuestra dedicación, nuestro ser.

A veces, el mediador, Moisés, pierde los nervios. Cuando baja y ve la fiesta pagana de la que, en honor a Baal, están disfrutando los israelitas, da rienda suelta a su cólera y destroza el becerro con las Tablas de la Ley. No está justificado perder los nervios con aquel que tienes que acompañar, porque YHWH siempre da una nueva oportunidad. Eso es el acompañamiento verdadero, no dar por cerrado nada; el acompañado solo aprende después de haber tenido la experiencia. Tampoco pasa nada por que salga el pecado del acompañante. Todo puede ser reparado con el perdón. La humillación es fantástica en el camino de la fe.

En el Sinaí, Dios hace una alianza con ellos y quedan constituidos como su pueblo; reciben la Ley. Luego llegan al otro lado del mar Muerto y ven de lejos la Tierra. Mandan emisarios a explorar; cuando vuelven, traen racimos de uva gigantescos y leche y miel en abundancia. Dicen que la tierra de Canaán es fertilísima, pero que está habitada por siete naciones de hombres gigantescos y fuertes. El pueblo murmura de nuevo y se acobarda por la magnificación de los habitantes de Canaán (cf. Nm 13-14). Dios parece que se cansa y les hace retroceder por el desierto durante cuarenta años, pero es una estrategia para endurecer la debilidad del pueblo y dotarlo de nuevo de confianza en sí mismo y en Él. Los tempos de Dios no son los tempos de los hombres. Las promesas se renovarán en sus hijos, los que sí entrarán en la Tierra Prometida de la mano de un nuevo acompañante: Josué.

 

Isaías, al estilo de Moisés, como todos los profetas, se convertirá en altavoz de YHWH recordando a Israel con una paciencia infatigable la voluntad amorosa de YHWH (Is 8:11). Oseas muestra la pedagogía del castigo de YHWH (Os 7:12, 10:10): paciencia infinita ante la infidelidad (Os 2:4-15; Am 4:6-11). Es el pueblo mismo el que tiene que preguntar al profeta por qué obra así. No vale la instrucción asertiva o didáctica que pone toda la carga en lo convincente del discurso o en lo contundente y avasallador que sea: el acompañado tiene que asombrarse de la conducta del acompañante y preguntar, porque, si no, no interioriza el mensaje ni la experiencia que debe extraer por él mismo. Si sucede esa autoconciencia a través del modelo, entonces el pueblo será capaz de aceptar la corrección y la experiencia habrá sido fructífera. Jeremías insiste en lo mismo: «Déjate amonestar, Jerusalén» (Jer 6:8). Obviamente, el éxito no depende de lo que ponga YHWH o el profeta, sino de lo que acepte el Pueblo. Por eso, a veces, no perciben la lección existencial e histórica del profeta y se niegan a dejarse instruir (Jr 2:30, 7:28; Sof 3:2.7). «Se han hecho una frente más dura que la roca» (Jer 5:3). A veces Israel tiene que estrellarse contra la historia, contra los muros que levanta desde su libertad contra sí mismo, pero de esa experiencia aprende: el dolor y la frustración se convierten en corrección, una corrección más dura que un castigo infligido desde fuera. Esa corrección comedida, y no en caliente, con la ira que mata (Jer 10:24, 30:11, 46:28; Sal 6:2, 38, 2), puede ser la fuente de una conversión compungida y sincera: «Tú me has corregido y he recibido la corrección como un toro indómito» (Jr 31:18). Conversión que hace brotar una oración verdadera que consiste en reconocer la impotencia para darse la vida a sí mismo y para retornar a la Alianza desde las propias fuerzas: «Haz que vuelva, y volveré, pues tú eres mi Dios» (Jer 31:18). Entonces se está dispuesto a aceptar de nuevo las condiciones de la corrección divina: «Mis riñones me instruyen de noche» (Sal 16:7), «Dichoso el hombre al que Dios corrige; sé dócil a la lección de Saddai» (Job 5:17).

En este recorrido vital del pueblo, por los caminos que le traza el acompañante por excelencia y sus mediadores, aparece tempranamente en el Deuteronomio la palabra clave shemá. Lo que trata YHWH de inculcar es la necesidad de escuchar. La gran tarea que acompañante y educador tienen por delante es que el acompañado o discípulo aprenda a escuchar. Porque YHWH quiere el bien del hombre. Sin embargo, el hombre sospecha que eso no es así, porque YHWH no se pliega a la voluntad humana de no querer sufrir. Si YHWH dice en el Génesis que todo está bien hecho, y el hombre piensa que eso no es así, se necesita un intérprete de la historia. El Espíritu tiene esa función: a través de los mediadores, transmite al pueblo la esperanza en el sufrimiento. El Espíritu enseña la paciencia, muestra la bondad de todos los sucesos del mundo y de la historia. Al preñarlo de esperanza, no lo elimina, pero le da sentido, por lo que amortigua su poder destructor y lo convierte en motivo de alegría.

4. ENSEÑAR A INTERPRETAR EL CÓDIGO DEL LENGUAJE DIVINO. EL DISCERNIMIENTO Y LA PATERNIDAD

Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu [...]. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar. Solo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida.

Papa Francisco. Evangelii gaudium, n.º 171.

Todo en la revelación de un Dios que sale al encuentro del hombre es el intento por parte de Aquel, la mayoría de las veces infructuoso, de ser comprendido. El acompañante necesita escuchar al acompañado, y el acompañado ha de aprender a escuchar a Dios, que habla en la historia. De ahí la centralidad de la escucha en los procesos de acompañamiento. Para poder escuchar, hay que entender los códigos del lenguaje de Dios. La semiótica y la sintaxis son explícitas en la Escritura, la semántica depende de la intención del corazón del que escucha.

YHWH actúa como un gran acompañante: yo te cuido, te instruyo con acontecimientos, tú los interpretas (aprendes a ver en ellos mi acción bondadosa) y tú experimentas liberación… si el hombre quiere, claro está, porque Dios nunca te quita la libertad. La salud del ser humano es la liberación de la influencia de los ídolos. La idolatría es lo que nos hace enfermar: esperar que el otro, que las cosas nos den, sacien el anhelo de eternidad que todos tenemos. Pero los deseos finitos realizados no pueden saciar los deseos infinitos con los que hemos sido concebidos.

DESPERTAR PREGUNTAS, DESCUBRIR RESPUESTAS, SOSTENER DECISIONES

Acompañar es ayudar a que el acompañado se haga preguntas. ¿Qué te está diciendo Dios a través de estos acontecimientos?, ¿qué significado (sentido) tiene esto para ti?, ¿para qué Dios ha permitido esto?… Eso es lo que hace la palabra, la comunidad, la vida de Iglesia cuando nos acompañan: nos interpelan, nos hacen preguntas, devuelven comprensión. Israel, como pueblo, tiene que aprender a hacerse preguntas. Todos los acontecimientos que narra la Escritura son intentos de YHWH de hacer que el pueblo se interrogue: ¿para qué hemos salido de Egipto?, ¿para qué nos está haciendo pasar por el desierto cuarenta años? Estas preguntas son fácilmente traducibles a nuestra propia historia en el siglo XXI: ¿Dios nos ha abandonado?, ¿por qué nos pasan esas cosas?, ¿por qué no encontramos el descanso en nada de lo que hacemos?, ¿por qué nos persiguen?, ¿por qué nuestros hijos tienen que sufrir? Teóricamente no existe un momento en la vida en el que el hombre no se pueda hacer estas preguntas: ¿qué es lo bueno, lo bello, lo verdadero?, ¿qué es lo mejor?

Las preguntas adecuadas, así como las respuestas y decisiones auténticas, requieren un buen acompañamiento y discernimiento. El discernimiento es el acto propio del ser humano y el acto propio del cristiano. Discernir consiste en distinguir la voz de Dios de la voz del enemigo para poder acoger la palabra y que llegue a plenitud puesta por obra. La palabra sin ser obra es una idea. El concepto de palabra se caracteriza por ser expresión. Si estamos llamados a vivir como Dios y amar como Dios, la llamada solo es llamada cuando resuena transformando la vida de aquel que la escucha. «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8:21). El discernimiento busca transformar la vida llevándola a su designio. La palabra llega a plenitud cuando termina de transformar al oyente en lo que expresa.

Por eso, el discernimiento no consiste solo en tener claro qué es lo que Dios quiere, sino en ponerlo por obra. La moción, o inclinación, nos es dada para secundar la obra divina. El discernimiento encuentra la plenitud en su expresión vital.

Podemos decir, con Marko Rupnik, que el discernimiento es una realidad relacional, como lo es la fe misma. Es un arte en el cual mi propia realidad, la de la creación, la de las personas de mi entorno, la de mi historia personal y la historia general dejan de ser mudas y comienzan a comunicarme el amor de Dios. No solo eso; además, el discernimiento es el arte de llegar a evitar el engaño, la ilusión, y llegar a leer y descifrar la realidad de forma verdadera, yendo más allá de los espejismos que se me puedan presentar. El discernimiento es el arte de hablar con Dios, no el de hablar con las tentaciones, ni siquiera aquellas que versan sobre Dios mismo.