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100 Clásicos de la Literatura

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La impresión sirvió para soltar varias lenguas y se intercambiaron inquietos susurros.

—Se extiende sobre todas las cosas orgánicas que hay por aquí —murmuró el médico forense.

Nadie contestó, pero el hombre que había bajado al pozo aventuró la opinión de que su pértiga debió de haber removido algo intangible.

—Fue algo terrible —añadió—. No había fondo de ninguna clase. Únicamente fango, y burbujas, y la sensación de algo oculto debajo…

El caballo de Ammi seguía coceando y relinchando desesperadamente en el camino exterior y casi ahogó el débil sonido de la voz de su dueño mientras éste murmuraba sus deshilvanadas reflexiones.

—Salió de aquella piedra…, fue creciendo y alimentándose de todas las cosas vivas…; se alimentaba de ellas, alma y cuerpo… Thad y Merwin, Zenas y Nabby… Nahum fue el último… Todos bebieron agua del… Se apoderó de ellos… Llegó del más allá, donde las cosas no son como aquí…, y ahora regresa al lugar de donde procede…

En aquel momento, mientras la columna de desconocido color brillaba con repentina intensidad y empezaba a entrelazase, con fantásticas sugerencias de forma que cada uno de los espectadores describió más tarde de un modo distinto, el desdichado Hero profirió un aullido que ningún hombre había oído nunca salir de la garganta de un caballo. Todos los que estaban en la casa se taparon los oídos, y Ammi se apartó de la ventana horrorizado. Cuando miró de nuevo hacia el exterior, el pobre animal yacía inerte en el suelo bañado por la luz de la luna entre las astilladas varas de la calesa. Y allí se quedó hasta que lo enterraron al día siguiente. Pero el momento presente no permitía entregarse a lamentaciones, ya que casi en el mismo instante uno de los policías les llamó silenciosamente la atención sobre algo terrible que estaba sucediendo en el interior de la habitación donde se encontraban. Donde no alcanzaba la claridad de la lámpara podía verse una débil fosforescencia que había empezado a invadir toda la estancia. Brillaba en el suelo de tablas y en la raída alfombra, y resplandecía débilmente en los marcos de las pequeñas ventanas. Corría de un lado para otro, llenando puertas y muebles. A cada momento se hacía más intensa, y al final se hizo evidente que las cosas vivientes debían abandonar enseguida aquella casa.

Ammi les mostró la puerta trasera y el camino que conducía a las tierras altas. Avanzaron con paso inseguro, como sonámbulos, y no se atrevieron a mirar atrás hasta que llegaron al camino del Norte. Ninguno de ellos hubiera osado pasar por el camino que discurría junto al pozo… Cuando miraron atrás, hacia el valle y la distante granja de Gardner, contemplaron un horrible espectáculo. Toda la granja brillaba con el espantoso y desconocido color; árboles, edificaciones e incluso la hierba que no había sido transformada aún en quebradiza y gris. Las ramas estaban todas extendidas hacia el cielo, coronadas con lenguas de fuego, y radiantes goterones del mismo monstruoso fuego ardían encima de la casa, del granero y de los cobertizos. Era una escena de una visión de Fusell, y sobre todo el resto reinaba aquella borrachera de luminoso amorfismo, aquel extraño arco iris de misterioso veneno del pozo…, hirviendo, saltando, centelleando y burbujeando malignamente en su cósmico e irreconocible cromatismo.

Luego, súbitamente, la horrible cosa salió disparada verticalmente hacia el cielo, como un cohete o un meteoro, sin dejar ningún rastro detrás de ella y desapareciendo a través de un redondo y curiosamente simétrico agujero abierto en las nubes, antes de que ninguno de los hombres pudiera expresar su asombro. Ningún espectador podría olvidar nunca aquel espectáculo, y Ammi se quedó mirando estúpidamente el camino que había seguido el color hasta mezclarse con las estrellas de la Vía Láctea. Pero su mirada fue atraída inmediatamente hacia la tierra por el estrépito que acababa de producirse en el valle. Había sido un estrépito, y no una explosión, como afirmaron algunos de los componentes del grupo. Pero el resultado fue el mismo, ya que en un caleidoscópico instante la granja y sus alrededores parecieron estallar, enviando hacia el cenit una nube de coloreados y fantásticos fragmentos. Los fragmentos se desvanecieron en el aire, dejando una nube de vapor que al cabo de un segundo se había desvanecido también. Los asombrados espectadores decidieron que no valía la pena esperar a que volviera a salir la luna para comprobar los efectos de aquel cataclismo en la granja de Nahum.

Demasiado asustados incluso para aventurar alguna teoría, los siete hombres regresaron a Arkham por el camino del Norte. Ammi estaba peor que sus compañeros y les suplicó que lo acompañaran hasta su casa en vez de dirigirse directamente al pueblo. Por nada del mundo hubiera cruzado el bosque solo a aquella hora de la noche. Estaba más asustado que los demás porque había sufrido una impresión que los otros se habían ahorrado, y se sentía oprimido por un temor que por espacio de muchos años no se atrevió a mencionar. Mientras el resto de los espectadores en aquella tempestuosa colina había vuelto estólidamente sus rostros al camino, Ammi había mirado hacia atrás por un instante para contemplar el sombrío valle de desolación al que tantas veces había acudido. Y había visto algo que se alzaba débilmente para hundirse de nuevo en el lugar desde el cual el informe horror había salido disparado hacia el cielo. Era solamente un color…, aunque no era ningún color de nuestra tierra ni de los cielos. Y porque Ammi reconoció aquel color, y supo que sus últimos y débiles restos debían seguir ocultos en el pozo, nunca ha estado completamente cuerdo desde entonces.

Ammi no se acercaría a aquel lugar por nada del mundo. Hace cuarenta y cuatro años que sucedieron los hechos que acabo de narrar, pero Ammi no ha vuelto a pisar aquellas tierras y le alegra saber que pronto quedarán enterradas debajo de las aguas. También a mí me alegra la idea, ya que no me gustó nada ver cómo cambiaba de color la luz del sol al reflejarse en aquel abandonado pozo. Espero que el agua será siempre muy profunda, pero aunque así sea nunca la beberé. No creo que regrese a la región de Arkham. Tres de los hombres que habían estado con Ammi volvieron al día siguiente para ver las ruinas a la luz del día, pero en realidad no había ruinas. Únicamente los ladrillos de la chimenea, las piedras de la bodega, algunos restos minerales y metálicos, y el brocal de aquel nefando pozo. A excepción del caballo de Ammi, que enterraron aquella misma mañana, y de la calesa, que no tardaron en devolver a su dueño, todas las cosas que habían tenido vida habían desaparecido. Sólo quedaban cinco acres de desierto polvoriento y grisáceo, y desde entonces no ha crecido en aquellos terrenos ni una brizna de hierba. En la actualidad aparece como una gran mancha comida por el ácido en medio de los bosques y campos, y los pocos que se han atrevido a acercarse por allí a pesar de las leyendas campesinas le han dado el nombre de «erial maldito».

Las leyendas campesinas son muy extrañas. Y podrían ser incluso más extrañas si los hombres de la ciudad y los químicos universitarios tuvieran el interés suficiente para analizar el agua de aquel pozo olvidado, o el polvo gris que ningún viento parece dispersar. Los botánicos podrían estudiar también la sorprendente flora que crece en los límites de aquellos terrenos, ya que de este modo podrían confirmar o refutar lo que dice la gente: que la zona emponzoñada está extendiéndose poco a poco, quizás una pulgada al año… La gente dice que el color de la hierba que crece en aquellos alrededores no es el que le corresponde y que los animales salvajes dejan extrañas huellas en la nieve cuando llega el invierno. La nieve no parece cuajar tanto en el erial maldito como en otros lugares. Los caballos (los pocos que quedan en esta época motorizada) se ponen nerviosos en el silencioso valle; y los cazadores no pueden acercarse con sus perros a las inmediaciones del erial maldito.

Dicen también que las influencias mentales son muy malas, y que todos los que han tratado de establecerse allí, extranjeros en su inmensa mayoría, han tenido que marcharse acosados por extrañas fantasías y sueños. Ningún viajero ha dejado de experimentar una sensación de extrañeza en aquellas profundas hondonadas, y los artistas tiemblan mientras pintan unos bosques cuyo misterio es tanto de la mente como de la vista. Y yo mismo estoy sorprendido de la sensación que me produjo mi único paseo solitario por aquellos lugares antes de que Ammi me contara su historia.

No me pregunten mi opinión. No sé: esto es todo. La única persona que podía ser interrogada acerca de los extraños días es Ammi, ya que la gente de Arkham no quiere hablar de este asunto, y los tres profesores que vieron el meteorito y su coloreado glóbulo están muertos. ¿Había otros glóbulos? Probablemente. Uno de ellos consiguió alimentarse y escapar, en tanto que otro no había podido alimentarse suficientemente y continuaba en el pozo… Los campesinos dicen que la zona emponzoñada se ensancha una pulgada cada año, de modo que tal vez existe algún tipo de crecimiento o de alimentación incluso ahora. Pero, sea lo que sea lo que haya allí, tiene que verse trabado por algo, ya que de no ser así se extendería rápidamente. ¿Está atado a las raíces de aquellos árboles que arañan el aire?

Lo que es, sólo Dios lo sabe. En términos de materia, supongo que la cosa que Ammi describió puede ser llamada un gas, pero aquel gas obedecía a unas leyes que no son de nuestro cosmos. No era fruto de los planetas y soles que brillan en los telescopios y en las placas fotográficas de nuestros observatorios. No era ningún soplo de los cielos cuyos movimientos y dimensiones miden nuestros astrónomos o consideran demasiado vastos para ser medidos. No era más que un color surgido del espacio…, un pavoroso mensajero de unos reinos del infinito situados más allá de la Naturaleza que nosotros conocemos; de unos reinos cuya simple existencia aturde el cerebro con las inmensas posibilidades extracósmicas que ofrece a nuestra imaginación.

 

Dudo mucho de que Ammi me mintiera de un modo consciente, y no creo que su historia sea el relato de una mente desquiciada, como supone la gente de la ciudad. Algo terrible llegó a las colinas y valles con aquel meteoro, y algo terrible (aunque ignoro en qué medida) sigue estando allí. Me alegra pensar que todos aquellos terrenos quedarán inundados por las aguas. Entretanto, espero que no le suceda nada a Ammi. Vio tanto de la cosa…, y su influencia era tan insidiosa… ¿Por qué no ha sido capaz de marcharse a vivir a otra parte? Ammi es un anciano muy simpático y muy buena persona, y cuando la brigada de trabajadores empiece su tarea tengo que escribir al ingeniero jefe para que no lo pierda de vista. Me disgustaría recordarlo como una gris, retorcida y quebradiza monstruosidad de las que turban cada día más mi sueño.

FIN

El Misántropo

Por

Molière

PERSONAJES

ALCESTE, enamorado de Celimena.

FILINTO, amigo de Alcestes.

ORONTE, enamorado de Celimena.

CELIMENA, enamorada de Alcestes.

ELIANTA, prima de Celimena.

ARSINOE, amiga de Celimena.

ACASTO y CLITANDRO, marqueses.

VASCO, lacayo de Celimena.

UN GUARDIA, del Mariscalato de Francia.

DUBOIS, lacayo de Alcestes.

La acción es en París, en casa de Celimena.

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

Filinto, Alceste

FILINTO

¿Qué es lo que pasa?

ALCESTE (sentado)

Dejadme, os lo ruego.

FILINTO

Pero, una vez más, decidme qué extravagancia...

ALCESTE

Dejadme aquí, os digo, y corred a ocultaros.

FILINTO

Pero al menos escucha uno a la gente, sin enojarse.

ALCESTE

Pues yo quiero enojarme y no quiero escuchar.

FILINTO

No alcanzo a comprender vuestros repentinos enfados, y en fin, aunque amigos, soy de los primeros...

ALCESTE (levantándose bruscamente)

¿Yo, vuestro amigo? Quitáos eso de la cabeza. Notoriamente lo he sido hasta hoy; pero después de lo que acabo de ver manifestarse en vos, os declaro sin más que he dejado de serlo y que no quiero sitio alguno en corazones corrompidos.

FILINTO

¿A vuestro paracer, soy, pues, muy culpable, Alceste?

ALCESTE

Vaya, deberíais moriros de pura vergüenza; semejante proceder es inexcusable, y cualquier hombre de honor se escandalizaría de él. Os veo abrumar a un hombre con agasajos, testimoniarle la mayor afección; con protestas, pro mesas y juramentos acompañáis el furor de vuestros abrazos, y cuando os pregunto luego quién es ese hombre, apenas podéis decirme cómo se llama; vuestro entusiasmo por él decae al separares, y a mí me lo dais como indiferente. ¡Pardiez!, es una cosa indigna, cobarde, infame, rebajarse así hasta traicionar la propia alma; y si por desgracia hubiera hecho yo otro tanto, iría a ahorcarme al instante, de remordimiento.

FTLINTO

Por mi parte, no veo que el caso sea de horca, y os suplicaré no tomar a mal que me conceda gracia en vuestra sentencia, y que no me ahorque por esto, si os parece.

ALCESTE

¡Qué poca gracia tiene la broma!

FILINTO

Pero, seriamente, ¿qué queréis que se haga?

ALCESTE

Quiero que haya sinceridad y que, como hombres de honor, no pronunciemos palabra en la que no creamos.

FILINTO

Cuando un hombre viene a abrazaros lleno de gozo, es preciso pagarle en la misma moneda, responder lo mejor posible a sus manifestaciones, y devolver promesa por pro-mesa y juramento por juramento.

ALCESTE

No, yo no puedo soportar este cobarde proceder que afecta la mayoría de vuestra gente a la moda; y nada odio tanto como las contorsiones de todos esos grandes artífices de protestas, esos afables donadores de frívolos abrazos, esos obsequiosos habladores de palabras inútiles, que asaltan a todos con sus amabilidades y tratan en la misma forma al hombre de mérito y al tonto. ¿Qué ventaja hay en que un hombre os agasaje, os jure' amistad, fidelidad, celo, estima, ternura, y os haga el más deslumbrante elogio de vuestra persona, si corre a hacer lo mismo con el primer pelele? No, no, no existe alma un poco bien puesta que acepte una estimación tan prostituida; y la más honrada tiene por baratos esos dones, desde que ve que se nos confunde con todo el universo: la estimación se funda en alguna preferencia, y estimar a todo el mundo es no estimar a nadie. Pues que os entregáis a esos vicios de la época, no estáis hecho, ¡par diez!, para ser de los míos; rechazo la amplia generosidad de un corazón que no establece diferencia alguna para el mérito; yo quiero que se me distinga; y para decirlo claro, el amigo del género humano no es cosa que me convenga.

FILINTO

Pero cuando se anda en sociedad, preciso es cumplir con algunos convencionalismos que exige el uso.

ALCESTE

Os digo que no; se debería castigar inexorablemente ese vergonzoso comercio de las apariencias de la amistad. Quiero que seamos hombres, y que en toda circunstancia aparezca en nuestras palabras el fondo de nuestro corazón, que sea él quien hable y que nunca se disfracen nuestros sentimientos bajo cumplidos vanos.

FILINTO

Hay muchas ocasiones en que la franqueza absoluta resultaría ridícula y poco al caso; y a menudo, mal que le pese a vuestro austero honor, es bueno ocultar lo que tenemos en el alma. ¿Sería adecuado y decente decir a mil personas todo lo que pensamos de ellas? Y cuando hay alguien que nos desagrada o a quien odiamos, ¿debemos declararle la cosa tal como es?

ALCESTE

Si.

FILINTO

¿Qué? ¿Iríais a decir a la vieja Emilia que a su edad le queda mal hacerse la coqueta, y que los afeites que usa escandalizan a todos?

ALCESTE

Sin duda.

FILINTO

¿A Dorilas que es demasiado importuno, y que no hay oídos en la corte a los que no harte relatando su bravura y el brillo de su linaje?

ALCESTE

Efectivamente.

FILINTO

Os burláis.

ALCESTE

No me burlo, y no voy a perdonar a nadie a ese respecto. Demasiado heridos están mis ojos, y la ciudad y la corte no me ofrecen más que espectáculos buenos para revolverme de bilis; caigo en un humor negro, en un enfado sin límites, cuando veo vivir a los hombres como lo hacen; dondequiera encuentro sólo adulación cobarde, injusticia, intereses, traición, pillería; no puedo aguantar más, me enfurezco, y es mi propósito desafiar en sus barbas a todo el género humano.

FILINTO

Ese filosófico enfado es un poco demasiado salvaje; ríome de los negros ataques en que os contemplo, y me parece ver en nosotros dos, educados en la misma forma, a esos dos hermanos que pinta La escuela de los maridos, cuyos...

ALCESTE

¡Por Dios! Dejemos ya vuestras insulsas comparaciones.

FILINTO

No, renunciad buenamente a todas esas locuras. El mundo no ha de cambiar por vuestra diligencia; y puesto que la franqueza tiene tantos encantos para vos, os diré franca mente que esta enfermedad da el espectáculo dondequiera que vais y que tan gran enojo contra las costumbres de la época os pone en ridículo ante mucha gente.

ALCESTE

Tanto mejor, ¡pardiez!, tanto mejor, eso es lo que pido; me resulta muy buena señal y me alegro en grande por ella: todos los hombres me son odiosos a tal punto, que me disgustaría pasar por discreto a sus ojos.

MANTO

¡Vos detestáis la naturaleza humana!

ALCESTE

Sí, he concebido por ella un odio espantoso.

FILINTO

¿Todos los pobres mortales, sin excepción, serán incluidos en este aborrecimiento? Todavía hay algo de bueno en el siglo en que vivimos...

ALCESTE

No: es general, y odio a todos los hombres: a los unos, porque son malos y dañinos, y a los otros, por ser complacientes con los malos y no tener para ellos ese odio vigoroso que debe provocar el vicio en las almas virtuosas. Se ve el injusto exceso de esta complacencia a propósito del perfecto facineroso con el que mantengo pleito: a través de su máscara se ve al traidor plenamente; es conocido como lo que es en todas partes; sus caídas de ojos y su tono dulzón no engañan más que a los que no son de aquí, se sabe que ese palurdo digno de que se le ponga en evidencia se ha deslizado en la sociedad por medio de sucios menesteres, y que su fortuna, revestida por ellos de esplendor, hace sonrojarse a la virtud y rezongar al mérito. Por más epítetos vergonzosos que se le apliquen dondequiera, su miserable honor no encuentra defensa en nadie; llamadle trapacero, infame y facineroso maldito, todo el mundo conviene en ello y nadie os contradice. Sin embargo, su mueca es bien venida en todas partes: en todas partes se desliza, se le acoge, se le festeja; y si hay que conseguir un puesto con intrigas, se le ve ganárselo al hombre más honrado. ¡Ira de Dios, es para mí mortal ofensa el ver que se guardan miramientos con el vicio; y a menudo me sobrevienen súbitos impulsos de huir a un desierto lejos del contacto de los hombres!

FILINTO

¡Dios mío!, no nos aflijamos tanto por las costumbres de la época, y concedamos algún crédito a la naturaleza humana; no la examinemos de acuerdo con un rigor sin límites, y miremos con alguna indulgencia sus defectos. Es necesaria en una sociedad una virtud tratable; podemos ser reprensibles a fuerza de cordura; la perfecta razón huye de los extremos y quiere que seamos discretos por sobriedad. Esa gran rigidez de la virtud de los antiguos tiempos choca demasiado con nuestro siglo y con las costumbres en uso; exige demasiada perfección a los mortales: hay que ceder sin obstinación a la corriente; y es una locura sin igual querer ponerse a corregir el mundo. Como vos, yo observo cada día cien cosas que podrían ir mejor tomando otro curso; pero podrían presentárseme a cada paso, sin que me viera enfurecerme como vos; yo tomo a los hombres como son, buenamente, acostumbro a mi alma a soportar lo que hacen; y creo que, en la ciudad lo mismo que en la corte, mi flema es tan filosófica como vuestra bilis.

ALCESTE

Pero señor mío, mi buen razonador, ¿esa flema no podrá alterarse con nada? ¿Y si ocurre, por casualidad, que un amigo os traicione, que se intrigue para despojaros de vuestros bienes, que se hagan correr perversos rumores a vuestra costa, veréis todo ello sin encolerizaros?

FILINTO

Sí, yo miro esos defectos contra los que vuestra alma se subleva, como vicios inherentes a la naturaleza humana; y en fin, no se siente más herido mi espíritu al ver a un hombre trapacero, injusto, interesado, que al ver cuervos hambrientos de carnicería, monos dañinos o feroces lobos.

ALCESTE

¿Me vería yo traicionar, hacer pedazos, robar, sin que...? ¡Pardiez!, no quiero hablar, tan lleno de despropósitos está ese razonamiento.

FILINTO

¡A fe mía! Haréis bien en guardar silencio, en escandalizar un poco menos acerca de vuestro contrario y en ocuparos de vuestro proceso.

ALCESTE

No me ocuparé nada, es cosa dicha.

FILINTO

¿Pero quién queréis entonces que abogue por vos?

ALCESTE

¿Que quién quiero? La razón, la equidad, mi justo derecho.

FILINTO

¿No visitaréis a ninguno de los jueces?

ALCESTE

No. ¿Mi causa es injusta o dudosa, acaso?

FILINTO

Estoy de acuerdo; pero la intriga es enojosa y...

ALCESTE

No: he resuelto no dar un solo paso. Tengo razón 'o no la tengo.

FILINTO

No os fieis de ello.

ALCESTE

No he de moverme.

FILINTO

Vuestro contrario es fuerte, y puede con sus influencias arrastrar...

ALCESTE

No importa.

FILINTO

Os equivocaréis.

ALCESTE

Sea. Quiero ver el resultado.

FILINTO

Pero...

ALCESTE

Tendré el placer de perder mi pleito.

FILINTO

Pero, en fin....

ALCESTE

Veré con este pleiteo si los hombres tienen la suficiente desvergüenza, si son suficientemente malos, perversos y mal vados para hacerme una injusticia ante todo el universo.

 

FILINTO

¡Qué hombre!

ALCESTE

Aunque me costara mucho, querría perder mi causa por la belleza del hecho.

FILINTO

Alceste, se reirían buenamente de vos, si os oyeran hablar de tal modo.

ALCESTE

Peor para el que riera.

FILINTO

¿Pero esa rectitud que exigís en todo, ese pleno derecho en que os encerráis, lo encontráis aquí en lo que amáis? Por mi parte, me asombro de que estando al parecer tan reñidos vos y el género humano, pese a cuanto os lo puede hacer aborrecible hayáis buscado en él lo que os encanta a los ojos; y lo que me sorprende más todavía es la extraña elección a que vuestro corazón se entrega. La sincera Elianta tiene inclinación por vos, la gazmoña Arsinoe os mira con ojos muy tiernos; y sin embargo vuestra alma se niega a sus afanes, mientras que la retiene en sus lazos Celimena, cuya coquetería y maldiciente espíritu parecen acomodarse tan bien a las costumbres del momento. ¿A qué se debe que, teniéndoles un odio mortal, las soportéis en esta bella? ¿No son ya defectos en tan dulce persona? ¿No los veis? ¿0 los excusáis?

ALCESTE

No, mi amor por esa joven viuda, no me cierra los ojos sobre los defectos que le encuentran, y, pese a la gran pasión que me inspira, soy el primero en notarlos así como-en condenarlos. Pero con todo esto, y por mucho que haga, confieso mi debilidad, tiene el arte de seducirme: vano es que vea sus defectos y vano que los reprenda; se hace amar a despecho de todo; triunfa su gracia; y sin duda mi pasión podrá purgar su alma de los vicios de la época.

FILINTO

Si lo conseguís, no habréis hecho poco. Así, pues, ¿creéis que os ama?

ALCESTE

¡Sí, pardiez! Si no lo creyera no la amaría.

FILINTO

Pero si su amor por vos os resulta indiscutible, ¿a qué se debe la pesadumbre que os causan vuestros rivales?

ALCESTE

Es que un corazón muy enamorado quiere tenerlo todo, y no he venido aquí más que con el propósito de decirle cuanto mi pasión me inspire sobre ese tema.

FILINTO

En cuanto a mí, si no tuviera yo más quehacer que enamorarme, la prima Elianta ganaría todos mis suspiros; su corazón, que os estima, es sólido y sincero, y esta preferencia, más adecuada, os convendría más.

ALCESTE

Es cierto: mi razón me lo dice diariamente; pero no es la razón la que gobierna el amor.

FILINTO

Temo mucho por vuestro amor, y la esperanza en que vivís podría...

ESCENA SEGUNDA

Oronte. Alceste. Filinto

ORONTE (a Alceste)

Me he enterado allá de que Elianta y Celimena han salido para hacer algunas compras; pero como me dijeron que estabais aquí, subí para deciros muy sinceramente que he concebido por vos una estimación indescriptible, y que desde hace tiempo esta estimación me hacía desear ardientemente ser de vuestros amigos. Sí, a mi corazón le place rendir justicia al mérito, y ardo en deseos de que un amistoso lazo nos una: creo que un amigo entusiasta y de mi calidad, no es por cierto para ser rechazado.

(en este pasaje Alceste permanece completamente distraído, parece no oír lo que Oronte dice.)

Es a vos, si no os parece mal, a quien se dirige este discurso.

ALCESTE

¿A mí, señor?

ORONTE

A vos. ¿Consideráis que os ofende?

ALCESTE

No, por cierto; pero la sorpresa es muy grande para mí, y no esperaba el honor que recibo.

ORONTE

La estima en que os tengo no debe sorprenderos, y podéis pretenderla de todo el mundo.

ALCESTE

Señor...

ORONTE

Nada tiene el Estado que no sea inferior al resplandeciente mérito que en vos se manifiesta.

ALCESTE

Señor...

ORONTE

Sí, por mi parte os considero superior a cuanto en él veo de más considerable.

ALCESTE

Señor...

ORONTE

¡Castígueme el cielo si miento! Y para confirmaros mi manera de sentir, permitid, señor, que os abrace de todo corazón y que os pida un sitio en vuestra amistad. Chocadla, por favor. ¿Me prometéis vuestra amistad?

ALCESTE

Señor...

ORONTE

¿Qué? ¿Os negáis a ello?

ALCESTE

Señor, es demasiado honor el que queréis hacerme; pero la amistad exige un poco más de misterio y es ciertamente profanar su nombre, querer ubicarlo en toda ocasión. Tal unión quiere nacer con conocimiento y gusto; antes de ligar nos, preciso es conocernos mejor; podríamos tener temperamentos que nos hicieran arrepentirnos a ambos del negocio.

ORONTE

¡Vive Dios!, eso es hablar como discreto y por ello os estimo más todavía: esperemos, pues, que anude el tiempo tan dulces lazos; pero entretanto me pongo enteramente a vuestras órdenes: si es preciso hacer alguna diligencia en favor vuestro en la corte, sabido es que soy alguien para el Rey; me escucha, y ¡a fe mía!, en todo procede conmigo lo más gentilmente del mundo. En fin, soy vuestro de todos modos; y como vuestra inteligencia tiene grandes luces, para dar comienzo entre nosotros a ese amable lazo, vengo a mostraros un soneto que he hecho hace poco, y a saber si está bien que me arriesgue a publicarlo.

ALCESTE

Señor, no soy competente para dilucidar tal cuestión; os ruego que me dispenséis.

ORONTE

¿Por qué?

ALCESTE

Tengo el defecto de ser algo más sincero de lo necesario.

ORONTE

Es lo que yo pido, y tendría motivo de queja si al con fiarme en vos para que me habléis sin fingimiento, fuerais a traicionarme disfrazando algo.

ALCESTE

Puesto que eso os agrada, señor, estoy dispuesto.

ORONTE

Soneto... Es un soneto. La esperanza... Es una dama que halagó mi pasión con alguna esperanza. La esperanza... No son de esos grandes versos pomposos, sino versillos dulces, lánguidos y tiernos. (En cada interrupción mira a Alceste.)

ALCESTE

Ya veremos.

ORONTE

La esperanza... No sé si el estilo llegará a pareceros bastante claro y fácil, y si estaréis satisfecho de la elección de las palabras.

ALCESTE

Ya veremos, señor.

ORONTE

Por lo demás, sabréis que he tardado en hacerlo más de un cuarto de hora.

ALCESTE

Veamos, señor; el tiempo nada tiene que ver en el asunto.

ORONTE

La esperanza, es cierto, conforta y adormece nuestro pesar; Pero, Filis, eso qué importa si el fruto no se ha de alcanzar.

FILINTO

Estoy ya encantado con ese fragmentillo.

ALCESTE (bajo a Filinto)

¿Qué? ¿Tenéis el descaro de encontrar eso bello?

ORONTE

Vos tuvisteis condescendencia; mas debisteis menos gastar, y no prometerme clemencia para hacerme sólo esperar.

FILINTO

¡Ah, en qué galantes términos están dichas esas cosas!

ALCESTE (bajo, a Filinto)

¡Pardiez! Vil lisonjero, ¿alabáis tonterías?

ORONTE

Si es preciso que eterna espera ponga a prueba mi ardiente anhelo, la muerte me habrá de ayudar. Nada podréis contra mi celo: bella Filis, se desespera, si se debe siempre esperar.

FILINTO

Cae bonitamente; es amoroso, admirable.

ALCESTE (bajo, aparte)

¡Diantre con tu caída! ¡Corruptor del diablo, así te rompieras la nariz en una!

FILINTO

Jamás he oído versos tan bien llevados.

ALCESTE (bajo, aparte)

¡Voto a tal!

ORONTE

Me aduláis, y creéis acaso...

FILINTO

No, no os adulo.

ALCESTE (bajo, aparte)

¿Y qué haces, si no, traidor?

ORONTE (a Alceste)

Pero en cuanto a vos, sabéis cuál es nuestro pacto: hablad me con sinceridad, os lo ruego.

Señor, esta materia siempre es delicada, y a todos nos gusta que se nos halague acerca de nuestro ingenio. Pero un día, a alguien de quien callaré el nombre, le decía yo, viendo versos de su factura, que un hombre discreto debe tener siempre gran dominio sobre las comezones de escribir que nos asaltan; que debe refrenar los grandes impulsos que se tienen de divulgar tales entretenimientos; y que por el entusiasmo de mostrar sus obras, se exponen a quedar en mal papel.

ORONTE

¿Queréis decirme con eso que me equivoco al intentar? ...

ALCESTE

No digo tal cosa; pero yo le decía que un escrito mediocre mata, que basta con esa debilidad para desacreditar a un hombre, y que, aunque se tengan por otra parte bellas cualidades, se mira siempre a las gentes por su lado malo.