Hernán Cortés. La verdadera historia

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Prefacio a la presente edición

Nota aclaratoria:

Antes de lo sustantivo, mencionemos la forma en que este libro fue escrito. Al inicio fue concebido únicamente para el lector mexicano, después se valoró la importancia de hacerlo conocer al resto del público interesado en los temas del papel del hispanismo en la historia del mundo, para lo que se adaptó esta versión. El resultado es el siguiente, no sin esfuerzo de quien aceptó la tarea de conciliar un estilo personal muy mexicano a otro que pudiera comprender con facilidad quien no esté habituado al mismo. No obstante, para no desvirtuar el sentido de algunos fragmentos, se estimó apropiado respetar la dirección íntima y forma gramatical que tenía el texto original en ciertas partes.

Entonces, digamos:

Tienen razón quienes piden a España que se disculpe. Como las personas, toda nación que ofende a otra debería hacerlo. Motivos hay muchos y por los cuales ya varios perdones y en distintas épocas se ofrecieron. Pero si se demandan justificaciones de otro, si se es congruente, antes habría que reconocerle sus contribuciones. Correspondería entonces enviar, primero, un detallado pliego de agradecimientos, extensos listados de legados recibidos y una medalla al mérito acompañada de carta explicativa de por qué la primera solicitud no debe ser tomada en serio. Después, tener muy claro de qué España se pretenden cuentas: de la de allá o la de acá. La de América se llama México, porque todos sus habitantes también son España, desde el Presidente de la República hasta el indígena más puro con el que se entabla comunicación. Poder hacerlo, hablar, es la prueba más clara del legado español. Los hispanoamericanos, los que llegaron hace 500 años, hace 40 o los que ya estaban hace 5.000 y se latinizaron, lo son. Los primeros tendrían que enviar la mencionada diligencia después de la entrega de los documentos. Y como mexicanos – yo mismo me incluyo–, también debemos exculparnos por las horribles ofensas que cometimos contra nosotros mismos a lo largo de las centurias en las que todavía no éramos España: fuimos muy duros y crueles entre nosotros y apenas nos conocíamos. Sería una larga y absurda cadena de absolución.

Otra petición lamentable es la que hizo públicamente en una entrevista con un conocido periodista una diputada del Partido Verde Ecologista de México2. Omito su nombre para no avergonzar a sus hijos o nietos si en un futuro leen este escrito. Sugirió, con una clara intencionalidad política, pero también con ingenuidad que llama a la ternura, la desaparición de todos los monumentos de Cristóbal Colón y Hernán Cortés que hubiese en México, «para no ofender a los pueblos originarios». Es decir, aspiraba no al retiro de objetos de bronce, sino a la negación de la cultura misma. Todo ser humano es beneficiario de la cultura y, como probablemente esté de acuerdo el lector conmigo después de contar con su paciencia, los pueblos originarios, los secundarios o los que resulten de las mezclas de todos los anteriores, no solo son beneficiarios de la cultura, son la cultura. La legisladora no propuso un debate de especialistas, tampoco hizo un llamado a la investigación histórica, a la revisión o análisis de hechos, sino exigió la negación del pasado, borrarlo (por eso el presente se tambalea).

Con el mismo criterio de la diputada, o más bien, con igual falta del mismo, habría que retirar los miles de bustos de los emperadores romanos regadas por Europa debido a los excesos que infringieron a los conquistados y gobernados, los de los santos que impusieron su fe a la población de distintos lugares, las estatuas de deidades mitológicas que abundan en el mundo, los monumentos a Cuauhtémoc y los otros señores del Anáhuac que acabaron con sus iguales para ascender al trono, o el de Mickey Mouse que custodia el acceso a Disneylandia3. En fin.

Cómo exigir en el extranjero que a los mexicanos se les reconozcan ciertas cuestiones si niegan lo que más podrían exhibir para ser bien tratados. Debemos examinar la complejidad del dilema y aceptar que no hay, en la cultura, buenos y malos. Los que creemos buenos, no lo son tanto, y los malos, tampoco lo son mucho.

No obstante la dicotomía en la que vivimos, por un lado la esperanza de un mejor futuro que incluya a todos, y por otro, el reino de la «cangrejocracia»4, este es el momento histórico para reanudar el futuro. Se necesitaría hacer una limpieza nacional y reinterpretar la propia cruz.

El simple hecho de cuestionar, en territorio mexicano y en la propia España, que la celebración del quinto centenario del encuentro de dos mundos puede molestar al gobierno y al pueblo de México, es razón suficiente para atender de manera urgente las causas reales, las internas de tal malestar. Esta es la oportunidad de autoexaminación para saber a dónde vamos y si vamos bien. No hemos tenido ganas de pensarnos, nos da miedo buscarnos porque, en una de esas, nos encontramos.

Hoy, a menos que se siga redundando en la torpeza, debe entenderse que la identidad mexicana es resultado de dos vertientes con capacidades sobresalientes. Liberarse de prejuicios y reconciliarse con uno mismo da lugar a lograr lo extraordinario. La conquista de hoy es el descubrimiento de los mexicanos.

Por último, no me quiero quedar sin una reflexión particular para esta edición. Pienso cuán distintas perspectivas tendremos de lo mismo en ambos continentes. Entiendo que en España, así como en otros países de Europa, la visión de Cortés es de un caudillo, un avezado guerrero, un segundón; un personaje histórico más de ese pedazo de la historia tan importante para España.

En México en cambio, Cortés es un personaje de relevancia determinante en nuestra historia, dueño de los principios y de las consecuencias, que sin embargo, una gran mayoría niega. Por eso me invade la curiosidad por descubrir la opinión que la lectura de este análisis tendrá en el lector no mexicano.

2 Cuando este prefacio fue escrito no habían retirado aún el monumento a Colón, del Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México. Lo que se creía una ocurrencia, pronto fue una acción de una ideología corta.

3 Un concejal de Segovia, España, sugirió destruir el acueducto romano de esa ciudad «para borrar la huella de esa conquista». Ilustres luminosos hay en todas partes del mundo.

4 Neologismo proveniente del griego krateîn («gobernar») y «cangrejo», el cual describe al sistema que, como hacen esos animales, se desplaza hacia atrás, en lugar de avanzar.

Introducción

Hablar de Hernán Cortés es causar polémica. El propósito de este escrito es provocar aún más. No responder, sino hacer preguntas que obliguen a escudriñar hasta el fondo de la conciencia.

En el 2019 se cumplieron 500 años del inicio de la gesta de la Conquista y, dos años después, 500 de su culminación. Es tiempo de reflexiones. Medio milenio no es cualquier asunto. Resulta necesario cerrar un ciclo doloroso para abrir una etapa de aceptación que conduzca con serenidad al futuro.

Quise empezar declarando mi pretensión objetiva e imparcial sobre la cuestión cortesiana, pero después de releer mis palabras opto por la versión apasionada de mí mismo y no la veladamente hipócrita que a veces nos empeñamos en representar.

Entenderé que no todos coincidan conmigo, porque aunque crea que esto es la verdad, no por ello quiero imponerla, pero sí proponerla y, más, desvelarla. No soy un obseso de la verdad. Creo que todos tenemos derecho a conocerla, aunque, también, en ocasiones, la responsabilidad de no decirla, salvo que nos perjudique a todos, en cuyo caso habrá de irse liberando con prudencia, como el buen administrador que gasta para recuperar la inversión.

Me adentro en la historia como un viajero y me escudo en la inmunidad que me otorga mi calidad de ciudadano observador. La historia se escribe siempre de manera retroactiva; no es sino un recuento, una narración personal de lo que sucedió según la visión de quien lo escribe, pues así nos convertimos en el presente, en autores del pasado.

Hoy, lejos de las circunstancias que determinaron la versión de los hechos concretos de una época, podemos tranquilamente hacer una lectura más objetiva de lo que en realidad pasó, sin pesos emocionales ni juicios racionales cargados de intención. Nos volvemos dioses de la nueva creación remota cuando la lejanía disuelve la primera pretensión. Sin embargo, la verdadera utilidad de la historia no es conocer lo que sucedió en el pasado, sino saber qué hacer en el presente.

Lo apremiante es el análisis de los efectos de esa historia. Si han sido buenos, cabría preservarlos; si han resultado perjudiciales, reinterpretarlos para iniciar la corrección, extirpar prejuicios, ampliar la perspectiva. Estoy convencido de que en el futuro entenderemos más nuestro pasado.

Esta no es una biografía del conquistador ni el relato de sus acciones; es un conato de rescate del personaje y un intento de concientización –¡qué iluso!– de las consecuencias de su olvido. También una reflexión para dejar de lado la historia y explicar al mexicano, explicarNOS. El esfuerzo se hace sin la intención de demeritar a nadie, ni persona ni grupo. Al contrario, al posicionarlo nuevamente, quiero ayudar a complementar la imagen que el pueblo mexicano tiene de sí mismo.

 

Entramos ya en la modernidad sin resolver nuestro pasado, preocupante, como se verá más adelante, si consideramos las consecuencias de arrastrar vicios de origen. La maquinaria mental mexicana se ve constantemente atorada por rebabas que hemos sido incapaces de pulir, pero como colectividad tampoco queremos ni siquiera distinguir. Resolvemos ingeniosamente «ahorita»5 nuestros problemas, pero en lo sucesivo tropezamos, una y otra vez, con «algo» que no anda bien y, llegado el momento, esa inquietud, sin rostro preciso, se torna urgente de sanar para poder continuar. En esas andamos.

Por eso, mientras no se encuentre el equilibrio, hablar de Hernán Cortés será tomar partido: los imparciales se quedarán truncos, nos privarán de su opinión personal, del riesgo de confrontar. No pretendo, por otro lado, exponer una visión apologética del personaje, pero sí compensatoria ante la falta de ánimo reivindicatorio para ayudar a colocarlo donde le corresponde, no más, pero tampoco menos.

5 Ahorita es una expresión idiomática del español mexicano para referirse a un periodo temporal indeterminado y ambiguo. Puede ir desde «dentro de un momento», hasta varios días, meses, años o nunca. Forma parte de la mala costumbre cultural de postergar o no tener el valor de decir claramente que no se desea hacer algo.

Capítulo I
Cortés y México

Cortés es, ante todo, México. Sin embargo, el estudio de su vida colma de escenas de todo el mundo: de España, de Extremadura, donde nace y se cría el ambicioso soñador; de Salamanca, donde absorbe el joven sus primeros conocimientos legales y cobra conciencia de la universalidad del ser humano. Ya en América, en Santo Domingo, se estrena como soldado y comerciante, descubre sus dotes de organizador y funge como escribano. En Cuba, se forma como político dentro de la alcaldía de Santiago, emprende negocios agrícolas, de ganado vacuno y caballar, explota la minería, se convierte en naviero, es mercader de altos vuelos. Ahí amasa una considerable fortuna que compromete en su totalidad en la aventura mexicana que patrocina como principal empresario y comanda de capitán. Es respetado y sabe mandar, ¿a quién mejor encomendar una expedición?


La empresa de la conquista de México se gesta en Cuba, donde Hernán Cortés destaca como político en la alcaldía de Santiago. También fue empresario agrícola, minero, comerciante, ganadero y naviero. Ahí amasa una considerable fortuna, que compromete en su totalidad en la aventura mexicana (este mapa reproduce el error inicial de los primeros cartógrafos que ubicaban La Habana al sur, cuando en realidad está al norte frente a la Florida).

Llega de las Antillas a México por el Caribe, el cual domina, recorre las costas de Yucatán y Cabo Catoche, desembarca en el Cozumel de la diosa Ixchel y sigue por la Isla de las Mujeres. Son los contactos que originan su odisea mexicana. Curiosamente estas playas, bañadas por el mar azul que toca, son la porción del país que más tarda en desarrollarse cuatro siglos después. Quintana Roo fue el último territorio en convertirse en entidad federal.

Cortés remonta a Tabasco, donde se dan las primeras escaramuzas: el militar prueba sus fuerzas con prudencia. Ahí conoce a Malintzin, la famosa Malinche, importantísimo puente lingüístico e intuitivo asesor femenino en la estrategia general de la Conquista. Destaca Veracruz, donde funda el primer ayuntamiento de la América continental, con lo que reviste de legalidad sus acciones (había que desmarcarse de la autoridad cubana, dependiente de la de Santo Domingo, que lo envía). Continúa por la ruta de Cempoala, Tlaxcala y Cholula hasta el Valle de México, enmarcado por su cordillera. Ahí se imponen los volcanes guardianes y utiliza el paso que lleva su nombre.


La ruta de Cortés: el futuro conquistador llega de las Antillas, desembarca en Cozumel y recorre la costa hasta entrar al Golfo de México. Después, baja a Centla, Tabasco, donde libra la primera batalla, y llega al actual Veracruz, donde funda el primer ayuntamiento. Cempoala, Tlaxcala y Cholula son las ciudades más importantes que domina antes de llegar a México-Tenochtitlán.

Ya en la Ciudad de Tenochtitlán, que después nombraría de México, donde se consuma la hazaña, todo se relaciona con el conquistador: la plaza mayor, los primeros palacios, el hospital, los conventos, los lagos que aprovecha. Desde luego, llega a Coyoacán6, que propone como sede de la primera capital de la Nueva España, para no destruir la gran Tenochtitlán, y la cual elige como morada principal en sus estancias capitalinas. A Cuernavaca7 se retira para no chocar con las audiencias y otras autoridades peninsulares, la escoge por su clima privilegiado. Erige un palacio de inspiración extremeña, copia del de Santo Domingo, primero en América, donde vive con su segunda esposa, Doña Juana de Zúñiga, noble española y a quien llena de hijos.

Se enseñorea en los pueblos del hoy Estado de Morelos, donde desarrolla diversas actividades agrícolas y ganaderas, dejando edificios de toda índole. Adopta Oaxaca para nombrar su marquesado debido a su importancia comercial, minera y cultural. Las costas del Pacífico las explora exhaustivamente con barcos armados en sus propios astilleros de los puertos que construye, y donde organiza los primeros viajes de comercio marítimo al otro gran imperio de América, Perú, abriendo brecha a una de las rutas comerciales más importantes de la navegación mundial, que coronaría después la Nao de la China con toda su derrama económica y cultural.


Llegada de Cortés a Veracruz y la recepción de los embajadores de Moctezuma, anónimo.

Por paisajes tan distintos como los desiertos de California se aparece también el fantasma de Cortés, y no de manera fortuita sino contundente: cuatro expediciones organiza, financia y encomienda. La tercera la dirige hasta fundar La Paz. En otra marcha, uno de sus capitanes sube al norte hasta un imponente y revoltoso río al que nombra Colorado. En todas las travesías pierde recursos, hombres y fortuna. Imaginemos el carácter del hombre que no desfallece ante los elementos y fracasos, sino, al revés, utiliza estos como basamento de sus siguientes acciones. Cuánto les deben hoy los ricos californianos de la alta y baja California a los primeros exploradores de su tierra bronca.

La expedición a las Hibueras (Honduras), en 1524, es una proeza comparable solo con la de Magallanes: el contingente atraviesa una de las selvas más densas del mundo, con sus fieras, serpientes, ríos caudalosos que cruzan con puentes construidos por ellos mismos, calor extremo, lluvias torrenciales, enfermedades y hambre. Vencen todos los obstáculos dirigidos por el talento de su capitán. Debe pasar casi un siglo para que los pobladores de estas regiones vuelvan a ver a un europeo por sus lares: los primeros misioneros. Esta expedición es en apariencia inútil en resultados, pero como dice Stefan Zweig, biógrafo de Magallanes, quien, bajo pabellón español y también en 1519, zarpa de Sevilla para realizar una epopeya jamás atrevida. Dice Zweig: «en la historia nunca la utilidad práctica determina el valor moral de una conquista. Solo enriquece a la humanidad quien acrecienta el saber en lo que le rodea y eleva su capacidad creadora».

Antes, para verificar la redondez de la Tierra se tenía que ir al confín del mundo; hoy, para ver la superficie de Marte basta con apretar un botón. Con tanto conocimiento en la palma de nuestras manos, vemos como una locura el heroísmo de esas proezas, pero en su momento se trató de una guerra santa de la humanidad contra lo desconocido. Por eso agrega Zweig: «donde exista una generación decidida el mundo se transformará». Esa generación, la de Magallanes, la de Cortés, nos posiciona en la era moderna.

América no le es suficiente al inquieto descubridor. Conocedor de la importancia económica que representan las especias y que fue la motivación principal de los viajes de Colón, organiza, a petición del emperador pero con recursos propios, una expedición a las Molucas (Indonesia), las islas más codiciadas de aquellos tiempos, lo que representa el primer cruce del océano Pacífico partiendo desde México. Allá llega el ímpetu empresarial de Cortés: de la Nueva España hasta Asia.

Años más tarde se lo ve en Argel acompañando a su monarca. Pudo haber salvado la honra de Carlos I (V de Alemania), quien no lo toma en cuenta para el mando de las tropas españolas. Los elementos no los favorecen y fracasan en su intento de castigo al pirata Barbarroja y a sus cómplices turcos y berberiscos que azotan el Mediterráneo. Los últimos años se le ve en Madrid y Valladolid haciendo vida de corte, no por gusto, puesto que añora la acción, sino enfrascado en decenas de juicios esperando la justicia real que no llega. Se amarga su otoño. Finalmente el fundador evoca Sevilla, de donde partió hacia América y donde, muy cerca, muere en Castilleja de la Cuesta en 1547, a los 62 años.

6 Coyoacán es una de las 16 demarcaciones de la Ciudad de México. Durante la época pre colonial fue una entidad política independiente de Tenochtitlán, pero ligada a esa gran ciudad prehispánica.

7 Cuernavaca es la capital del estado mexicano de Morelos, aproximadamente a 90 kilómetros de la Ciudad de México. Fue fundada por la etnia tlahuica, cuyas construcciones se usaron como material para establecer los marquesados y el Palacio de Cortés.

Capítulo II
México antes de España

Antes de la llegada de los españoles, México no existe como nación. Lo que hoy es el territorio nacional mexicano está conformado por una multitud de tribus, separadas no solo por cordilleras, ríos y montañas de enorme paisaje, sino por el peor de los abismos: el lingüístico. Centenares de lenguas y dialectos separan a vecinos de territorios comunes que, en ocasiones, como señala el historiador José López Portillo y Weber, en su investigación La Conquista de la Nueva Galicia, comparten como única relación entre ellos la guerra. Cuando el invasor llega, salvo el del pueblo dominante, todo esplendor había terminado.

Hacía mucho tiempo que las montañas en Mesoamérica eran montículos selváticos que escondían en su seno una pirámide maya, y en el Valle de México, Teotihuacán era un conjunto de ruinas sin nombre desde cientos de años antes de que los aztecas llegaran al Anáhuac. Desde luego que en esas tierras hubo grandeza, magnificencia e interesantes avances en la ciencia y organización social, pero se dieron siempre de manera aislada y nunca de forma continuada. Los aztecas, desde su ciudad estado, dominaron, gracias a sus alianzas, la meseta central, e impusieron por la fuerza su hegemonía al resto de poblaciones, a las cuales sojuzgaban.


Los aztecas, desde su ciudad-estado México-Tenochtitlán, en la meseta central, imponen su hegemonía al resto de poblaciones. La ciudad alcanzó un urbanismo que maravilló a los conquistadres españoles por sus dimensiones, jardines, palacios y plazas.

Los aztecas, entonces, viven en constante rivalidad con los tlaxcaltecas y permiten cierta soberanía a los tarascos en occidente, y a los zapotecas en el sur. Pero nada los identifica como un alma nacional, ni una misma lengua, idea de estado, organización política o religión común; son fracciones que no arman un todo. Al contrario, una feroz enemistad alimenta la guerra perpetua, siempre inclinado el resultado a favor del dominante, cuya evidencia eran los esclavos para los trabajos más arduos, tributos excesivos y víctimas para los sacrificios. Deséchese ese sentimentalismo, fomentado por algunos autores anglosajones, sobre el dolor del indio que pierde su patria. No existía ninguna patria antes de la Conquista. Los aztecas sí perdieron su ciudad, la cual fue destruida junto con su supremacía y su poder, pero ellos eran una minoría privilegiada y opresora. Los españoles, dice José Vasconcelos, el famoso educador, filósofo y escritor mexicano, en su Breve Historia de México, «oprimieron a los indios, y los mexicanos seguimos oprimiéndolos, pero nunca más de lo que los hacían padecer sus propios caciques y jefes».

 

En las crónicas se lee cómo el cacique de Cempoala8 y el señor de Quiahuiztlán se quejan con Cortés, desde el principio, de las exacciones de los mexicas, de los niños robados para los sacrificios, de las cosechas confiscadas, de las mujeres tomadas, violadas y esclavizadas. Terror y extorsión de Estado. Se entiende por qué Cortés, más que un sometedor, fue un libertador para la mayoría. Llaman la atención, y así lo manifiesta en sus cartas al monarca español, las rivalidades existentes que encuentra entre los distintos pueblos. Llegaban emisarios de uno y otro bando solicitando mediación. Cortés se convierte entonces, de súbito, el comandante invasor, en árbitro de añejas rivalidades entre los naturales de la tierra que apenas conoce.

Si se logra extirpar el veneno acumulado por dos siglos de propagandas inductivas, deberá reconocerse que fue más patria la que Cortés construyó después, que la del valiente Cuauhtémoc o la del temido Moctezuma. De los tributarios de este gran tlatoani9 recoge el futuro conquistador múltiples quejas, como los de Huejotzingo, quienes sienten tal enemistad por los mexicas que abrazan la causa de la Conquista con un entusiasmo que desconcierta a los españoles, y hasta de sus forzados aliados, como constata a su paso por Chalco, Tlalmanalco y Chimalhuacán, tomando nota de lo vulnerable que podría ser la posición del absoluto emperador tenochca. Por eso Vasconcelos le pide al indio «que reconozca para su propia sangre humillada por la Conquista, que había más oportunidades, sin embargo, en la sociedad cristiana que organizaban los españoles, que en la sombría hecatombe periódica de las tribus anteriores a la Conquista». Severo, sin duda, Vasconcelos, pero no es posible negarle la razón.


Entrada de Cortés en Cempoala. Ahí es recibido por el «Cacique Gordo», quien se queja de las exacciones que Moctezuma impone a los pueblos dominados. El futuro conquistador vislumbra la posible alianza con los enemigos del imperio.

Antes de continuar, una aclaración: se usarán indistintamente las palabras azteca, mexica o mexicas, que es como se llamaron a sí mismos los antiguos mexicanos. El primer término, aclara Juan Miralles, aparece empleado por primera vez por Álvaro Tezozomoc, a finales del siglo XVI y propalado por Prescott siglos después, al referirse a los hombres que procedían de un lugar llamado Aztlán. También se les llamará tenochcas, por ser los habitantes del nombre binario como se llamaba esa ciudad: México-Tenochtitlán.


En el Templo Mayor, actual Zócalo de la Ciudad de México, confluían los aspectos más importantes de la vida política, religiosa y económica de los mexicas. Ahí tenían lugar desde las fiestas que el calendario ritual marcaba, hasta la entronización de los tlatoani («Gran Señor», «el que habla») y los funerales de los viejos gobernantes.

Se verá más adelante lo que pasó a los mexicanos al ignorar la herencia hispana y olvidarse de uno de sus mejores exponentes. Pero que aflore de una vez lo que en el «consciente colectivo» se cree que es Cortés y el país de donde proviene: lo primero un conquistador ambicioso que destruyó una maravillosa civilización y forma de vida mítica; dirigió a un puñado de bandidos cuya única intención era enriquecerse y regresar a casa con su botín; oprimió al indio; asesinó y torturó para conseguir riquezas. En segundo lugar, España, una nación atrasada que no merece todo lo que encontró. Desplumemos, entonces, el guajolote10 para no indigestarnos.


Inventario de tributos recibidos por México-Tenochtitlán. Según sus propios registros, se recibían, de 371 señoríos y pueblos, diversas cantidades de productos, alimentos y riquezas, sin ninguna contraprestación por parte del imperio. El pueblo que no cumpliera con el requerimiento era sujeto a la esclavitud o encontraba la muerte.

Los reyes aztecas no solo fueron vencidos por los centenares de españoles que acompañaban a Cortés, sino también por los millares de indios que se unieron a este para destruir la opresión en que vivían. En ese entonces, aunque al mexica se le considera imperio porque, según sus registros, recibe tributos de 371 señoríos y pueblos distintos, en realidad no gobierna, solo sojuzga y extrae beneficios de distinta clase. El sistema tributario, tan exigente y sin contraprestación, es un detonante definitivo para que los indios decidan aliarse contra la Confederación del Valle de México que encabezaban los tenochcas.

El odio que los indígenas de Tlaxcala11 y de otras poblaciones tenían a los aztecas, era más fuerte que su sentimiento racial. En la realidad del mundo indígena hay más regocijo por el fatal destino azteca que interés por formar causa común contra el extranjero, como se demostró finalmente con la apatía de los príncipes tarascos ante el desesperado llamado de Cuauhtémoc para salvar Tenochtitlán.

Desde cierta óptica, las batallas revisten más la forma de una guerra civil que de una conquista y, desde otra, los verdaderos conquistadores son los habitantes locales, venciendo a otros. Por eso la ocupación española, en algunas partes del territorio mexicano, fue pacífica, por persuasión. Pero esto no es un argumento para minimizar la victoria de Cortés; al contrario, los fuertes enemigos de los aztecas, nunca logran imponerse a su dominador. Es el genio del conquistador, su estrategia, quien concreta la gesta. La principal herramienta no es el garrote tlaxcalteca, sino el liderazgo del general que sabe utilizar la imprescindible fuerza que no lleva. ¿Fue la honda la que venció a Goliat o fue David?


El tzompantli (osario) impresionó a los extranjeros invasores durante su primera visita a la sede del imperio mexica. Era un altar donde se empalaban las cabezas de los cautivos, sacrificados para honrar a los dioses.

Durante aquella época, el mundo indígena está dividido social, cultural y políticamente. Ningún predominio, ya sea la tiranía azteca –o antes, la tolteca– en la meseta, la olmeca en el Golfo o la maya en el sureste, logra formar nunca una unión. Tuvieron que pasar cientos de años para que, como resultado del nuevo planteamiento social y el mestizaje cultural, surgiera la noción integral de grupo-país que no existió antaño.

Como en toda conquista, hay en muchas ocasiones una brutal destrucción de las civilizaciones, y en esto tienen razón los indigenistas, pero difícilmente estas, por sus características, hubieran podido lograr un cabal desarrollo. Aunque en todas partes del mundo se mata por necesidades de la guerra o por sentencias de la justicia, en los países católicos, especialmente en España, por decisiones obscuras de tribunales eclesiásticos, ello se hacía sabiendo que se cometía un acto antinatural o un crimen justificado. El azteca, por su parte, convertía en fiesta las matanzas. Es justo decirlo: esas fiestas de muerte indígena dejaron menos víctimas que las muy santas guerras del cristianismo europeo.


Tzompantli (osario), autor: Rafael Cauduro.

Algunos esgrimen el argumento de que las Guerras Floridas12 para obtener prisioneros para los sacrificios humanos tienen una motivación religiosa: intentan buscar en lo sagrado la justificación de la barbarie, pero es precisamente el origen tergiversado del sentido lo que más se cuestiona. Muy pocos dioses, de los que la mente humana inventa, exigen tantos corazones en sus altares.

Debe conocerse la dimensión real de lo que acontecía. No eran sacrificios de animales o rituales sagrados donde se daba muerte a personas con intenciones religiosas muy específicas, como se dio en algunas partes de Asia, en Escandinavia o en el propio territorio maya. Se trataba de ¡holocaustos periódicos! de miles y miles de personas, una industria de matanza humana (la principal y alrededor de la cual se movía más gente: templos, ejércitos, guerras y una enorme burocracia de organización, recaudación, administración, etc.) a disposición de la insaciable sed de sangre del panteón azteca y de los temores metafísicos de su clase sacerdotal. A medida que van consolidando su poder, aumenta la demanda de sangre. Con su supremacía se propaga y glorifica el rito de los sacrificios humanos; solo en la principal celebración de la ciudad sagrada de Cholula se sacrificaban cada año seis mil víctimas a los dioses.