Economía española y del País Valenciano

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4. El factor territorial y medioambiental

Francesc Hernández

Josep Sorribes

Universitat de València

4.1 Introducción: el territorio también cuenta

No siempre el factor territorial y medioambiental ha sido tratado como factor relevante en el análisis económico. De hecho, el factor de producción tierra (o territorio, en un sentido más amplio) es una de las principales víctimas del tránsito del paradigma clásico al neoclásico. Recordemos que en la economía política de los clásicos, la tierra está presente en todas las explicaciones sobre la reproducción del sistema, estrechamente vinculada a la distribución del excedente económico entre las clases sociales que participan en la actividad económica. Desde los fisiócratas a Marx, pasando por Adam Smith y David Ricardo, la renta de la tierra es un capítulo básico en la distribución del excedente, hasta el punto de poner en peligro el propio crecimiento económico si se comprime en exceso éste.

Con el triunfo del paradigma neoclásico, la tierra pasa a ser considerada sólo en el ámbito de las actividades primarias y como un factor más. Para las otras actividades económicas emergentes (industria y servicios), el crecimiento económico se hace depender exclusivamente del factor capital y del factor trabajo.

Afortunadamente, esta marginación teórica se está cuestionando seriamente en la actualidad y cada vez es más cierta la afirmación de que «el territorio también cuenta». Una certeza que se ha visto propiciada por diversos caminos y desde distintas disciplinas.

Por una parte, tenemos la tradición marshalliana, la del Alfred Marshall más joven que, a finales del XIX, había subrayado la existencia de economías externas a la empresa (e internas al entorno territorial) que eran patentes en los llamados distritos industriales de pequeñas y medianas empresas. Si existían economías de localización y éstas eran relevantes, el territorio no podía ser dejado de lado en el análisis económico. Tras muchos años de olvido de estos planteamientos por parte del mainstream neoclásico, el economista italiano Giacomo Becattini lo «redescubrió» a finales de los años setenta del siglo pasado para poder explicar el éxito económico de la Terza Italia.

Otra vía de penetración del factor territorial en la reflexión teórica proviene de las excesivas restricciones analíticas que suponía la hipótesis fundamental del pensamiento neoclásico de los rendimientos constantes a escala (y la competencia perfecta) para explicar el crecimiento económico. La evidencia de la existencia de rendimientos crecientes ha sido siempre muy fuerte, pero su traducción analítica complicaba en exceso el desarrollo de la teoría.

Robert Solow, en 1956, trata de superar estas restricciones introduciendo el concepto de productividad total de los factores (PTF) que, como se comenta en los capítulos anteriores, intenta explicar el crecimiento económico no explicable por el mero aumento en la utilización de capital y de trabajo. En el análisis de los componentes de esa «caja negra» que, en principio, supuso la PTF (o residuo de Solow), se ha encontrado la vía para romper aquellas restricciones.

Con la tesis doctoral de Paul Romer, en 1986, y su teoría del crecimiento endógeno, se sientan las bases para que la tradición neoclásica pueda trabajar con nuevas hipótesis fundadas en la lógica de los rendimientos crecientes a escala y la competencia imperfecta. Es la puerta abierta para la nueva teoría del comercio internacional, la economía industrial y, por supuesto, la nueva geografía económica en la que el factor territorial puede ser estudiado sin incompatibilidades conceptuales.

Así, elementos territoriales básicos como la dotación de infraestructuras se han convertido en factores relevantes en el análisis económico y las economías de aglomeración pasan a ser un elemento explicativo de los rendimientos crecientes. En consecuencia, llega a ponerse en cuestión, entre otras cosas, el paradigma neoclásico de la convergencia de las rentas per cápita en el ámbito territorial.

Una tercera vía por la que el territorio vuelve a estar presente en el análisis económico es, sin duda, la creciente importancia de la economía de los recursos naturales. Cuando se desecha la ingenua creencia de que estos recursos son de oferta ilimitada y su obtención no tiene coste alguno, se comprueba que son agotables y/o degradables, y que suponen o pueden suponer un límite para el crecimiento. Entonces, el territorio deja de ser una variable neutra.

El uso de los recursos naturales se convierte en una variable estratégica para el crecimiento económico hasta el punto (como pasa con el petróleo, el gas y, cada vez más, el agua) de condicionar o explicar conflictos geoestratégicos de alcance mundial. Incluso en términos más locales los conflictos potenciales entre crecimiento y medio ambiente merecen la consideración más atenta.

Pongamos el caso más evidente de las actividades turísticas, que pueden quedar muy afectadas por una degradación irresponsable de los recursos paisajísticos. O la consideración creciente del medio natural como valor cultural y como valor para el bienestar social. Por lo tanto, con la necesidad de valoración económica en el mercado.

De hecho, el nuevo paradigma de la sostenibilidad, que comenzó muy ligado a las cuestiones medioambientales, hoy en día se ha convertido ya en un concepto «holístico» que plantea la necesaria compatibilidad entre crecimiento económico, cohesión social y patrimonio natural y, que encuentra en las cuestiones territoriales un campo de reflexión privilegiado. La sostenibilidad ha acabado siendo un paradigma intelectual que va más allá de la propia economía, aunque la implica, y supone una afortunada reformulación de la teoría del desarrollo de los años setenta.

A pesar de esta creciente importancia del factor territorial y medioambiental en el análisis económico, aún hay vertientes que permanecen en la periferia del mainstream, como sucede con la poca importancia que tienen las rentas urbanas en el análisis de la distribución del excedente o de la tasa de crecimiento económico.

A continuación, se desarrollan los principales ítems que caracterizan la interacción entre el territorio y la actividad humana y económica.

4.2 Marco físico y recursos naturales

La base física de un territorio así como su dotación de recursos naturales afectan de manera importante tanto a su especialización productiva como a la distribución de su población. En el caso español, las condiciones geográficas han sido, en general, poco favorecedoras del crecimiento económico y los asentamientos poblacionales. El medio físico ha tenido repercusiones más favorables en la Comunidad Valenciana, ya que con una extensión de 23.256 km2 (el 4,6% del territorio español), tiene una población superior a los cuatro millones ochocientos mil habitantes (algo más del 10% sobre la española), y un PIB que representa el 10% del español.

4.2.1 Orografía

El territorio español cuenta con una orografía muy irregular que históricamente ha dificultado las comunicaciones y el aprovechamiento del suelo. A diferencia de lo que sucede en la mayoría del territorio europeo, la existencia en la península Ibérica de grandes cordilleras que atraviesan y rodean una amplia meseta central, además de contribuir a la fragmentación territorial, ha supuesto serios obstáculos al desarrollo económico. En el caso de la Comunidad Valenciana, se trata de un territorio con forma alargada con una considerable fachada marítima de 450 km, mayoritariamente de costa baja y arenosa y, por lo tanto, con escasos puertos naturales. Al igual que en el conjunto español, también su orografía ha obstaculizado tradicionalmente las comunicaciones, tanto las interiores como con el resto de la península. Sólo el eje litoral ha facilitado la conexión hacia el norte, hacia Cataluña y Europa, si bien las serranías transversales han hecho difícil su proyección meridional.

De manera concreta, en la orografía valenciana podemos distinguir al menos tres zonas: el litoral (por debajo de los 200 m de altitud), una franja costera y llana de irregular amplitud, que representa la tercera parte del territorio, con suelos arcillosos de elevada productividad agrícola y donde se concentran la población y la actividad económica; la zona intermedia (entre 200 y 400 m de altitud), una especie de cordón que delimita por el oeste la zona anterior, y, finalmente, la zona interior (por encima de los 400 m de altitud), una amplia zona abrupta y de difícil relieve, con conexiones con el altiplano castellano-manchego y con un tipo de suelo básicamente calcáreo, lo cual, unido a la presencia mayoritaria del secano, se traduce en un escaso aprovechamiento agrícola.

4.2.2 Clima

Las diferencias climáticas son significativas entre las distintas áreas del territorio español. El mayor contraste se da entre la zona sureste, con altas temperaturas estivales y muy escasas lluvias, especialmente de carácter torrencial, y el área más septentrional, de clima templado y abundantes precipitaciones. A su vez, el amplio espacio delimitado por la meseta central muestra un clima continental, caracterizado por veranos secos y precipitaciones habitualmente de tipo tormentoso. Tampoco la Comunidad Valenciana es ajena a esta variedad climática, y podemos distinguir en ella al menos dos tipos de clima: el mediterráneo, de temperaturas templadas y suaves, con inviernos débiles y veranos calurosos, escasas lluvias concentradas en primavera y otoño, propio de la zona litoral y de algunos valles interiores, y el continental, de temperaturas extremas, con inviernos fríos y veranos calurosos, propio de las tierras de interior. Si bien la temperatura media (15°) es típica del área templada de tipo mediterráneo, se pueden apreciar las diferencias entre las comarcas costeras (17,9° de media) y las del interior (13,9°). Estas diferencias se manifiestan también en las precipitaciones: en las zonas montañosas del noroeste y del sur se registran 500-700 mm anuales, mientras que en las llanuras meridionales estas cifras son inferiores a los 350 mm. Además, la cantidad de agua caída se reparte de forma desigual a lo largo del año hasta el punto de que en las tormentas de primavera y otoño han llegado a registrase 100 mm en 24 horas; en algunos lugares esto representa la mitad del agua caída en todo el año.

 

4.2.3 Vegetación

La vegetación se encuentra condicionada por la orografía y el clima. Las formaciones predominates en la Comunidad Valenciana son el bosque en las zonas de montaña y la garriga en las tierras más bajas. En algunas zonas del litoral existen marjales y humedales en distinto estado de conservación por su parcial transformación en arrozales y otros cultivos.

Las especies arbóreas predominantes son de hoja perenne: carrascas, alcornoques, robles, sabinas y pinos. Sólo en las márgenes de los ríos hay árboles caducifolios (chopos, olmos y sauces). No obstante, debido a la sobreexplotación económica y a algunos incendios, las formaciones originales de carrascas, alcornoques y robles están en recesión y han sido reemplazadas por distintas especies de pinos. La vegetación de las tierras bajas está formada por numerosos arbustos (jara, lentisco, coscoja, etc.) y gran variedad de plantas aromáticas.

4.2.4 Recursos naturales

La actual concepción del término recursos naturales engloba todos aquellos recursos que conforman el patrimonio natural: minerales, recursos hídricos, espacios naturales de singular interés, recursos forestales, etc.

4.2.4.1 Recursos minerales

Cabe destacar que los recursos minerales disponibles en la economía española no pueden considerarse muy abundantes. La carencia de recursos es especialmente notable en los energéticos, lo que supone elevados niveles de dependencia externa y muy bajas cotas de autoabastecimiento, que sólo alcanzan cifras significativas en la disponibilidad de carbón nacional. Éste presenta, sin embargo, importantes problemas de costes y de calidades y se encuentra en un proceso de cierre escalonado de buena parte de las explotaciones. El consumo energético ha aumentado espectacularmente en las últimas décadas y, aunque se ha iniciado un proceso de sustitución del petróleo por otras fuentes de energía alternativas, nuestro grado de autoabastecimiento es notablemente inferior al de la Unión Europea y al de la OCDE, como pone de manifiesto Jiménez (2003).

Los recursos mineros son también escasos en la Comunidad Valenciana. Sólo revisten cierta importancia los minerales no metálicos como es el caso de las explotaciones salinas del Pinós, Santa Pola y Torrevieja, las de caolín y las canteras repartidas por todo el territorio. En la actualidad, la explotación de yacimientos minerales se destina a fines industriales, a la construcción de carreteras y autovías, a la mejora de la red ferroviaria, a la ampliación de los puertos, a la construcción de diques y al sector de la construcción en general.

Entre esta multiplicidad de usos a los que se destinan los minerales extraídos, cabe destacar por su importancia económica y por la magnitud de las extracciones la arcilla destinada a la industria cerámica y a la construcción, localizada principalmente en las comarcas de l’Alcalatén y la Plana Alta. También tiene cierta importancia la extracción de yeso en la zona de l’Alt Palància y la Serra d’Espadà, para ser usado en revestimientos y decoración o como aditivo en otros materiales de construcción.

Por lo que respecta a recursos energéticos, las dotaciones actuales de la Comunidad Valenciana son claramente insuficientes para atender sus necesidades. De hecho, el índice de autoabastecimiento se sitúa en un 2,3 frente al 22,1% del conjunto español. Además, el consumo de energía procedente de fuentes renovables en la Comunidad Valenciana supone solamente un 2,2% sobre el total, siendo inferior al caso español (3,9%). En 1997 se elaboró en la Comunidad Valenciana el Plan de Energías Renovables, con el objetivo de que en el 2010 el 12% de la energía consumida provenga de fuentes renovables.

4.2.4.2 Recursos hídricos

La diversidad climática y geográfica existente en España condiciona tanto la oferta como la distribución de los recursos hídricos en el territorio nacional. Los contrastes más acusados se dan entre las zonas del norte y noroeste, con abundancia de agua, y las áreas del sur, donde este recurso escasea. De manera gráfica y, con referencia a la distribución de recursos hídricos en el territorio español, pueden identificarse tres grandes áreas:

El área septentrional y noroccidental, constituida por Galicia y las regiones cantábricas y pirenaicas. Cuenta con recursos hídricos abundantes y de carácter regular.

El área central, integrada por las grandes cuencas hidrográficas interiores. Las precipitaciones son moderadas y existen amplias zonas áridas.

El área mediterránea, que incluye una serie de pequeñas cuencas que desembocan en el mar Mediterráneo. Las precipitaciones son escasas e irregulares. La escasez de agua se hace más intensa cuanto más nos desplazamos al sur y es máxima en las zonas litorales de Murcia y Almería. En estas circunstancias, adquieren una notable significación los recursos subterráneos.

Según la evaluación de los valores de escorrentía media anual en España realizada para el Libro Blanco del Agua (2000), éstos se cifran en unos 220 mm, lo que significa una aportación de unos 111.000 hm3/año. Este valor medio se muestra muy irregular a lo largo del territorio. Por ejemplo, en la cornisa cantábrica se obtienen cifras por encima de los 700 mm/año, mientras que en la cuenca del Segura no se llega a los 50 mm/año. A esta heterogeneidad de tipo espacial habría que unir otra de carácter temporal.

A su vez, la irregularidad temporal de los recursos hace que sólo pueda aprovecharse un pequeño porcentaje (inferior al 10%) del total de recursos naturales existentes. Con el fin de paliar esta situación tan irregular y aumentar la disponibilidad de recursos para adaptar su cuantía a los niveles de demanda, se han construido importantes obras hidráulicas de regulación como los embalses y trasvases, se ha recurrido a la extracción de aguas subterráneas o, incluso, al uso de recursos no convencionales. La mayoría de las estimaciones realizadas coinciden en señalar que la disponibilidad real de los recursos hídricos en España se sitúa en torno al 40% del total existente. La utilización de aguas subterráneas se cifra actualmente en algo más de 4.300 hm3 anuales, con los que se cubre casi el 18% de las necesidades del regadío y cerca del 30% del abastecimiento urbano. El uso de estos recursos hídricos alcanza gran envergadura en las cuencas del Xúquer y Guadiana, mientras que es bajo en el Duero, Ebro o Guadalquivir. En algunas zonas del litoral mediterráneo y en La Mancha se dan situaciones de sobreexplotación de acuíferos de consecuencias muy negativas.

Entre los recursos denominados no convencionales cabe mencionar los provenientes de la regeneración de aguas residuales y de la desalación de aguas marinas y salobres. En el primer caso, se obtienen algo más de 400 hm3 anuales (destacando Comunidad Valenciana, Murcia, Baleares, Canarias y Cataluña), que se destinan mayoritariamente al riego. Una cuantía similar se genera mediante los sistemas de desalación siendo España el primer país europeo en cuanto al volumen obtenido. De manera global, la importancia de estos recursos no convencionales es todavía muy escasa, ya que cubren sólo un 4% de la demanda total de recursos hídricos.

En cuanto a la demanda de agua, habitualmente se identifican tres tipos: abastecimiento urbano, industrial y regadío. En el primer caso se incluyen tanto el consumo doméstico como el de aquellas actividades (industriales o de servicios) ubicadas en los núcleos urbanos. Según la Encuesta sobre el suministro y tratamiento del agua, en el 2006 se distribuyeron en España 4.698 hm3 por las redes públicas de abastecimiento urbano. Las pérdidas aparentes de agua (fugas, roturas, averías, errores de medida...) fueron estimadas en un 16,7%. En concreto, el consumo de agua potable de las familias españolas se situó en 2.616 hm3, lo que representa un consumo medio de 160 litros por habitante y día (185 l/hab./día en la Comunidad Valenciana). Aunque la evolución de este consumo es de moderado descenso respecto al 2005, habría que destacar los aumentos de tipo estacional que se registran en las zonas con mayor afluencia turística. En cuanto al regadío como destino mayoritario del agua en España, el consumo de las explotaciones agrarias ascendió a 15.865 hm3 en el 2006 (tabla 4.1), lo que supone un descenso del 3,9% con relación al 2005. Por tipo de cultivo, los herbáceos representan el 44,7% del total, mientras que si atendemos a las técnicas de riego (tabla 4.2), el tradicional riego por gravedad es la técnica mayoritaria con un 45,2% sobre el total del agua consumida. Como es lógico, el peso de la superficie regada es muy distinto en función del ámbito territorial del que se trate.

Los desequilibrios espaciales existentes en cuanto a dotación de recursos hídricos han influido históricamente en la distribución de los asentamientos demográficos y de la actividad económica entre las distintas áreas geográficas de la península ibérica, puesto que el agua es un recurso esencial para cualquier actividad humana. La existencia de zonas con una elevada dotación de recursos hídricos frente a otras que presentan escasez hace que se invoque con frecuencia el principio de solidaridad interregional. Como es lógico, cualquier actuación dirigida a optimizar el uso de los recursos disponibles debería basarse en la utilización de mecanismos tanto de oferta como de demanda.110

TABLA 4.1

Consumo de agua por tipo de cultivo y comunidad autónoma (2006) (miles de m3)


Fuente: Encuesta sobre el uso del agua en el sector agrario en 2006. INE (2008).

TABLA 4.2

Consumo de agua por técnica de riego y comunidad autónoma (2006) (miles de m3)


Fuente: Encuesta sobre el uso del agua en el sector agrario en 2006. INE (2008).

Las políticas de oferta tratan de incrementar la dotación de recursos en un área deficitaria, y el mecanismo tradicional ha sido, efectivamente, la construcción de embalses y trasvases. Sin embargo, los avances tecnológicos han hecho posible contar con otros recursos no convencionales, procedentes en su mayoría de la depuración de aguas residuales y de la desalación de agua marina (tabla 4.3). La reutilización de recursos obtenidos de la regeneración de aguas residuales debería considerarse como una necesidad irrenunciable tanto desde el punto de vista social como ambiental y sanitario. Además de rentabilizar el propio proceso de depuración, la utilización de estos recursos reduciría la presión de la demanda sobre los denominados recursos hídricos convencionales. En cuanto a la desalación, hace años que se utiliza en zonas con déficit hídrico. Lanzarote, por ejemplo, construyó su primera planta desalinizadora en 1965. En la actualidad, son casi un centenar las plantas instaladas en Canarias. También Baleares optó hace años por esta alternativa (1985, primera planta en Formentera) y ha continuado en esa línea para asegurar el abastecimiento de Mallorca y de las otras islas del archipiélago. España, con cerca de 800 plantas, ocupa el quinto lugar mundial en capacidad instalada.

TABLA 4.3

Disponibilidad de recursos hídricos en el sector agrario por comunidad autónoma (2006) (miles de m3)

 

Fuente: Encuesta sobre el uso del agua en el sector agrario en 2006. INE (2008).

En cuanto a la gestión de la demanda, dado que el sector agrícola es el mayor consumidor, es lógico pensar que es en este campo donde pueden obtenerse los mayores ahorros. La reducción de la demanda agrícola puede conseguirse básicamente cambiando el sistema de riego, de inundación a goteo, por ejemplo, mejorando las canalizaciones o incrementando el precio del agua. A este respecto, conviene insistir en el bajo coste que este recurso tiene en la actualidad para el usuario, entre otras razones, porque en el caso del regadío, debido en parte a una serie de derechos históricos, se suele cobrar en función de la superficie regada y no del volumen de agua utilizado, con lo cual no existen incentivos para disminuir el consumo. En cambio, la Directiva Marco del Agua de la Unión Europea (Directiva 2000/60/CE) considera que el precio del agua debe reflejar su verdadero coste económico, incluyendo los costes ambientales y los relacionados con el agotamiento de los recursos, así como los costes de los servicios necesarios para su provisión. Es probable, por tanto, que la situación presente se modifique para adecuarse al nuevo marco comunitario.

Los desequilibrios hídricos citados a escala nacional están también presentes en la Comunidad Valenciana: una demanda superior a la oferta y desigual distribución espacial de los recursos. En esta zona geográfica, el nivel medio de precipitaciones es inferior a la media española. Además, este índice es especialmente bajo en las comarcas litorales situadas al sur de la Comunidad. Se trata de un área fuertemente deficitaria en recursos hídricos, por lo que se generan graves problemas tanto para la actividad agrícola como para el propio consumo humano en los períodos de mayor presión demográfica derivada del turismo. Además, existe una distribución estacional muy irregular de las lluvias, que se concentran, sobre todo, en los meses de septiembre, octubre y noviembre. Este régimen de lluvias ocasiona una intensa erosión y alimenta el proceso de desertización de amplias zonas del territorio valenciano, sobre todo en la parte sur.

A efectos de analizar la situación en la Comunidad Valenciana, habría que distinguir entre recursos hídricos de superficie y subterráneos. Los primeros proceden de los ríos, los cuales podemos diferenciar entre autóctonos y alóctonos. Los autóctonos son cortos, irregulares, de escaso caudal y elevados desniveles, como el Sénia, Cérvol, Cervera, Sec, Palància, Serpis o Alcoi, Girona, Gorgos, Algar, Amadori, Sella, Montnegre y Vinalopó. Los alóctonos son más largos, con mayor caudal, más regulares y con mayor utilidad económica, como el Millars (50% de recursos de fuera de la Comunidad), Túria (53%), Xúquer (78%) y Segura (100%). En conjunto estos últimos aportan el 82% del total de los recursos hídricos fluviales. Cabe tener en cuenta algunos afluentes importantes como el Vistabella (del Millars) o el Magre, el Cabriol, l’Albaida o el Sallent (del Xúquer). Asimismo, cabe mencionar el río Bergantes, que es afluente del Ebro. En total, las aguas superficiales suponen una aportación cercana a los 3.500 hm3, de los cuales un 60% procede de fuera de la Comunidad. Los recursos hídricos subterráneos se encuentran básicamente en la franja litoral (la más rica es la de L’Horta-Ribera) y se cifran en algo más de 1.000 hm3. En suma, los recursos hídricos totales de la Comunidad se sitúan en torno a los 4.500 hm3.Al otro lado de la balanza se encuentran las necesidades hídricas, las cuales cuantificaba el Plan Hidrológico Nacional por encima de los 3.100 hm3, de los cuales cerca de un 84% corresponde a consumo agrícola; un 13%, a usos urbanos, y el resto, a uso industrial. Aunque el balance hídrico global pueda ofrecer superávit, existen numerosas zonas con déficit debido a que la distribución de los recursos y los usos no es homogénea. Además, en algunas áreas como El Vinalopó-l’Alacantí, la Vega Baja del Segura y, en menor medida, el litoral norte de Castellón, los déficits alcanzan una magnitud considerable y se agravan en la época estival.

4.2.4.3 Recursos forestales

La superficie forestal de España ocupa alrededor de 26 millones de hectáreas del territorio nacional, pero la zona arbolada sólo representa el 52% de esta superficie (13.509.000 ha); el resto está formado por monte bajo, tierras de labor abandonadas y terrenos improductivos. En la Comunidad Valenciana, la superficie forestal es de 1,2 millones de hectáreas, lo que representa un 4,6% del total español. La zona arbolada asciende a 628.280 ha (52% del total). Las comarcas más boscosas son las del interior de Valencia (els Serrans, la Plana d’Utiel-Requena y la Vall d’Aiora) y las del interior de Castellón (els Ports, l’Alt Palància y l’Alt Millars). La importancia de estos montes no reside en su explotación maderera (prácticamente nula), sino en las importantes funciones ambientales y recreativas que desempeñan.

4.3 La interacción entre el territorio y la actividad humana

Desde una perspectiva histórica, población y actividad económica se localizan en el territorio (introduciendo cambios radicales en el medio natural mediante caminos, carreteras, ferrocarriles, embalses, desviaciones de corrientes fluviales, etc.) y tratan de aumentar las ventajas y de reducir los inconvenientes del territorio en términos, fundamentalmente, de accesibilidad. Cada nueva generación modifica tanto las condiciones del medio como la accesibilidad, y cambia las pautas de asentamiento de la población y la actividad económica.

4.3.1 Sistemas urbanos

Desde el punto de vista del sistema urbano europeo y español, el País Valenciano pertenece al arco mediterráneo noroccidental. Desde la perspectiva europea, éste es un subsistema urbano bastante dinámico (el norte del sur), que se extiende desde Murcia hasta Roma y que conecta con el eje Lotaringi (o Banana europea) por el valle del Ródano. A pesar de su demostrada dinamicidad, el eje mediterráneo ha experimentado en las últimas décadas serios obstáculos e impedimentos a su desarrollo. Unos tienen que ver con la falta de coordinación y de políticas comunes y el déficit de infraestructuras de comunicación eficientes. Otros, con el evidente desplazamiento hacia el este del eje transversal europeo como consecuencia de la ampliación hacia oriente de la Unión Europea y la presencia activa de ciudades como Berlín, Praga o Budapest (mapas 1 y 2).

MAPA 1


MAPA 2


Por su parte, el sistema urbano español se caracteriza por la coexistencia de dos modelos claramente diferenciados. Por un lado, un sistema radial que tiene Madrid como punto nodal básico y, por otro, la parte española del precitado potente eje mediterráneo que conecta con Euskadi por el Valle del Ebro. La fuerza del eje Madrid-Alicante/Valencia (que se ve reforzada por la finalización del AVE) determina claramente la única estrategia territorial razonable: la «T», es decir, la consolidación equilibrada tanto del eje (o ejes) que une el País Valenciano con Castilla-La Mancha, Madrid y Aragón, como del propio eje mediterráneo como vínculo básico con Cataluña y Europa (mapas 3 y 4).

En tanto que los sistemas urbanos condicionan el conjunto del territorio, es imprescindible tipificar las características básicas del sistema urbano valenciano si queremos entender cómo se organiza su territorio. En síntesis, este sistema urbano se estructura en torno a «ejes», el principal de los cuales es el potente eje litoral, donde se ubica un porcentaje de población y actividad económica próximo al 75% del total.

El segundo eje longitudinal es el llamado carrer major del País Valenciano: el que transcurre entre las ciudades de Valencia y Alicante por tierras del interior. Estos dos ejes longitudinales se ven complementados por cuatro ejes transversales: el débil eje Vinaròs-Alcañiz, la vía de Aragón (Sagunto-Segorbe-Teruel), el potente eje Valencia-Madrid y el corredor de la Vall del Vinalopó (Elx-Almansa) que, entre Villena y la Font de la Figuera, se articula con el que fue históricamente el más potente eje de penetración hacia el interior de la península, Valencia-Almansa.