La vida de los Maestros

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VII

A nuestro regreso, hallamos extranjeros reunidos en Asmah. Venían de los alrededores. Un cierto número de Maestros se agrupaban con vistas a un peregrinaje a un pueblo situado a unos cuatrocientos kilómetros. Aquello nos sorprendió, ya que habíamos hecho excursiones en esta dirección, y comprobado que a partir de los ciento veinte y cinco kilómetros la pista desembocaba en un desierto arenoso. Este desierto era más bien una alta meseta cubierta con dunas movedizas bajo la acción de los vientos y donde la vegetación era escasa. Más allá, la pista escalaba una pequeña cadena de montañas, formando un contrafuente a los Himalayas. Por la noche, fuimos invitados a unirnos al peregrinaje. Debíamos partir el lunes siguiente. Nos previnieron que sería inútil llevar nuestros equipajes más pesados porque regresaríamos a Asmah, antes de franquear la cadena principal de los Himalayas.

Jast y Neprow habían preparado todo, y el lunes por la mañana, a muy buena hora, nos reunimos los trescientos peregrinos. La mayor parte de ellos sufrían enfermedades que pensaban sanar. Todo fue bien hasta el sábado, en el que se desencadenó el más espantoso huracán del cual hemos sido testigos. Durante tres días y tres noches, cayeron trombas de agua, que eran, parece ser, anunciadoras del verano. Nosotros habíamos acampado en un sitio muy confortable y el huracán no nos molestó para nada. Teníamos miedo sobre todo por el abastecimiento, pensando que un retraso prolongado sería muy desagradable para todos los interesados. En efecto, estos no habían llevado más que los víveres estrictamente necesarios para el viaje, sin tener en cuenta posibles contratiempos. Esto nos pareció doblemente grave, ya que no veíamos otra solución que retornar a Asmah para reabastecernos, lo que significaba recorrer cerca de doscientos kilómetros, de los cuales la mayor parte era a través del desierto de arena ya descrito.

El jueves por la mañana se levantó un sol radiante, con un tiempo claro y nosotros soñábamos volver a ponernos en marcha. Pero se nos informó que era preferible esperar a que el camino se secara y bajaran los ríos, así el viaje sería más fácil. Uno de nosotros comunicó nuestra preocupación de ver desaparecer las provisiones. Emilio, que tenía la responsabilidad del abastecimiento nos dijo: «Es inútil tener miedo, ¿Dios no cuida acaso de sus criaturas grandes o pequeñas, y no somos nosotros sus criaturas? Mirad esos granos de trigo, semillas de trigo, Yo los planto. Este acto afirma que tengo necesidad de trigo, he formado trigo en mi espíritu, he cumplido la ley y el trigo crecerá a su tiempo. El proceso de la naturaleza para el crecimiento del trigo es arduo y largo. ¿Es indispensable para nosotros sufrir la espera penosa de este lento crecimiento? ¿Por qué no apelar a una ley superior más perfecta para hacer crecer el trigo? Es suficiente concentrarse, ver el trigo en ideal y he aquí los granos de trigo pronto para ser molidos. Si lo dudáis, recogedlo, haced la harina y coced el pan».

En efecto, había delante de nosotros trigo bien maduro y caído, del cual tomamos los granos necesarios para molerlos y hacer pan. Emilio continuó diciendo: «Vosotros habéis visto y creído. Pero, ¿por qué no apelar ahora a una ley más perfecta y producir un objeto todavía más perfecto, es decir aquel que nos es necesario, el pan? Veréis que esta ley más perfecta, más sutil diríais, me permite producir aquello de lo cual tengo necesidad: pan».

En tanto que nosotros estábamos allí, bajo el encanto, una gran hogaza apareció en las manos de Emilio, y después otras más, que él fue colocando sobre la mesa hasta el número de cuarenta. Emilio señalo: «Vosotros veis que hay suficiente para todos. Si no hubieran bastantes vendrían otras hasta que hubiera un excedente».

Comimos todos de ese pan y lo encontramos muy bueno.

Emilio continuó: «Cuando Jesús preguntó a Felipe “¿dónde compraremos el pan?”, lo hizo para probarlo. Jesús sabía que era inútil comprar el pan del cual la multitud tenía necesidad, o comprarlo en los mercados existentes entonces. Él buscaba la ocasión de mostrar a sus discípulos el poder del pan levantado o crecido gracias al Espíritu. ¡Cuántas veces los hombres tienen el mismo concepto material que Felipe! Él calculaba como lo hacen conscientemente los hombres de hoy. Tengo tanto pan, tantas provisiones o tanto dinero.

Jesús había reconocido que viviendo en la conciencia del Cristo, uno no conoce las limitaciones. Él volvía su mirada hacia Dios, fuente y creador de todo y le agradecía de poner siempre en manos de todos los hombres el poder y la sustancia necesaria para satisfacer todas las necesidades. Partió entonces el pan y lo hizo distribuir entre sus discípulos. Y cuando todo el mundo fue saciado, quedaban aún doce cestos. Jesús no contaba nunca con lo del vecino para nutrir a los otros. Él enseñó que nuestras provisiones están al alcance de la mano, en la Sustancia Universal, en la que hay provisión de todo. Nos es suficiente exteriorizar esta sustancia para crear todo.

Es así como Eliseo multiplicó el aceite de la viuda; él no apeló al dueño de un excedente de aceite, con lo cual sus reservas hubieran sido limitadas. Tomó contacto con el Universal y no hubo otra limitación a la abundancia que la capacidad de los recipientes. El aceite hubiera brotado hasta nuestros días si hubiera habido recipiente suficiente para contenerlo.

Emilio continuó: «No hay ningún fenómeno hipnótico. Ninguno de vosotros tenéis el sentimiento de haber sido hipnotizados. Pero hay autohipnotismo en vuestra creencia de que cada uno no puede cumplir el perfecto trabajo de Dios, ni crear el ambiente, ni lo objetos deseados. La necesidad, ¿no es acaso el deseo de crear? En lugar de expandiros y crear conforme a la voluntad de Dios, os contraéis en vuestras conchas y decís: «No puedo». Por autosugestión termináis por creer que sois una entidad separada de Dios. Os desviáis de vuestra vía perfecta, os falta el fin de vuestra creación. No dejáis a Dios expresarse a través vuestro como él desea.

»Jesús, el gran Maestro ¿no ha dicho?: “Las obras que yo hago, vosotros las haréis y más grandes”. El hombre en su verdadero dominio es el Hijo de Dios. ¿La verdadera misión de Jesús en la tierra no fue la de mostrar que en ese dominio el hombre puede crear tan perfecta y armoniosamente como Dios?

»Cuando Jesús ordenó al ciego lavarse los ojos en el estanque de Siloé, ¿no era eso para abrir los ojos a la multitud y mostrar que él era el enviado del Padre para crear exactamente como él? Jesús quería que cada uno de nosotros hiciera lo mismo por el conocimiento del Cristo en sí mismo y en los otros.

»Yo puede dar un paso más. La hogaza que he recibido y tenido en mis manos se consume como quemada por el fuego. ¿Qué ha pasado? He hecho un mal uso de la ley perfecta que ha materializado mi concepto. He quemado eso que he hecho nacer. Haciendo eso, he mal usado esta ley perfecta, así de precisa como aquella que rige la música. Si yo persistiera en hacer mal uso, no solamente esta ley quemaría mis creaciones, sino que me consumiría a mí mismo, el Creador.

»¿El pan, ha sido realmente destruido? Admitamos que su forma ha cambiado simplemente, ya que en lugar de hogaza queda un poco de ceniza. La hogaza, ¿no ha vuelto al Universal de donde ha salido? ¿No está ahora, bajo la forma no manifestada en espera de una nueva manifestación? ¿No es el caso de todas las formas que desaparecen de nuestro campo visual por el fuego, la decrepitud o de cualquier otra manera? ¿No retornan ellas a Dios, la Sustancia Universal de donde ellas han salido? Esto lo ilustra la frase “Aquello que desciende de los cielos debe remontar a los cielos”.

»Muy recientemente habéis visto formarse el hielo sin causa evidente. Pero cada vez hay una causa, la misma que creó el pan. Yo puedo servirme de esa ley, en tanto que empleo el pan o hielo, en beneficio de la humanidad o bien si trabajo con el amor de la ley, de acuerdo con ella o bien cuando manifiesto mi expresión según el deseo de Dios. Es bueno hacer pan, hielo o un objeto deseado. Cada uno debería dirigirse hacia el lugar donde puede hacer todas esas cosas. ¿No veis que es necesario servirse de la ley más alta, la ley absoluta de Dios? Vosotros producís aquello de lo cual tenéis necesidad, ¡eso que habéis concebido en pensamiento como el más alto ideal! Agradaréis más a Dios, manifestándoos más completamente a condición de saber como Jesús que sois hijos perfectos de Dios.

»¿No veis la liberación de la esclavitud comercial y de todas las otras fuentes de servidumbre? He tenido la visión de la esclavitud comercial volviéndose de aquí a pocos años la peor de las servidumbres. Si progresa a su paso actual, dominará al hombre en cuerpo y alma. Es inevitable que se consuma a sí misma con todos los interesados. En sus principios, el espíritu comercial se encontraba sobre un plano espiritual bien elevado. Pero se permitió al materialismo infiltrarse hasta el punto en que el poder que sirvió para hacer crecer al comercio, es el mismo poder que lo destruirá. Por otra parte todo ese poder creador mal usado se vuelve un poder devastador.

»Pero vistas desde otro ángulo, la presión comercial y su fronteras sofocantes ¿no nos hacen sentir que es necesario triunfar? ¿Para llegar, no es suficiente constatar que nuestro rol es hacer las obras perfectas del Padre, elevar nuestra conciencia a la de Cristo? ¿No es eso lo que Jesús nos enseñó sobre la tierra? ¿Su vida entera no da el ejemplo?

»Queridos hermanos, ¿por qué no veis que al comienzo estuvo la Palabra, que la palabra era con Dios y que la Palabra era Dios? Desde esta época todos los seres formados más tarde existen bajo forma no manifestada en la Sustancia Universal. Algunos dicen que ellos estaban en el caos. En su sentido primitivo caos quiere decir realidad, ya que el Espíritu es la realidad. Pero se la interpreta al revés atribuyéndole el sentido de turbulencia, de guerras de los elementos, en lugar de su profundo sentido espiritual de realidad, una realidad que espera la pronunciación de la palabra precisa y creadora permitiendo a las criaturas brotar en forma manifiesta.

 

»Cuando Dios quiso crear el mundo partiendo de la Sustancia Universal permaneció apacible y contemplativo. En otras palabras, tuvo la visión de un mundo ideal, y mantuvo la Sustancia esencial del mundo en su pensamiento durante el tiempo necesario para bajar las vibraciones, después pronunció la palabra y el mundo tomó forma. Dios había hecho un mundo mental en el cual la Sustancia ideal podía manar y el mundo fue creado según la forma, el molde Perfecto, el molde que Dios había meditado.

»Pero Dios había podido guardar el pensamiento del mundo hasta el juicio último. Habría podido desear indefinidamente que el mundo tomara forma y se volviera visible. Si no hubiera lanzado la Palabra en el éter informe nada habría sido creado o expresado bajo la forma visible. Para llegar a resultados visibles y exteriorizar formas ordenadas, es necesario también para un creador infinito y omnipotente pronunciar la Palabra precisa, “Que la ley sea”. Es necesario entonces que nosotros franqueemos mentalmente ese paso.

»Dios mantiene en su pensamiento el mundo ideal y perfecto en sus menores detalles. Es necesario que ese mundo se exteriorice bajo forma de cielo, morada perfecta donde todos sus hijos, criaturas y creaciones pueden habitar apacible y armoniosamente. Tal es el mundo perfecto que Dios ha visto al comienzo y del cual apresuró la venida por su pensamiento ahora y siempre. El que, su manifestación se haga efectiva no depende más que de nuestra aceptación. Reunámonos en el lugar único, sabiendo que estamos todos unidos, no formando más un solo hombre. Somos todos miembros del cuerpo de Dios, así como uno de nuestros miembros es una parte de nuestro cuerpo. Sabiendo eso moraremos en el Reino de Dios, miembros del cuerpo que es el cielo, aquí ahora sobre la tierra. Para que el cielo se manifieste, es necesario saber que no contiene nada material. Todo es espiritual. El cielo es un estado de conciencia perfecto, un mundo perfecto en la tierra, aquí y ahora. No es suficiente con aceptarlo. Él está ahí, alrededor de mí, esperando que yo abra mi ojo interior gracias al cual mi cuerpo se volverá luz. Esta luz no es la del sol ni la de la luna, sino aquella del Padre, y el Padre está ahí, en lo más profundo de mi ser. Nada es material, todo es espiritual. Para realizar ese mundo maravilloso dado por Dios que está ahí, aquí y ahora es necesario conocerlo en pensamiento.

»Es así como Dios ha creado todo. Él comenzó por quedar apacible y contemplativo, después vio la luz y dijo: “Que la luz sea”, y la luz se hizo. Siempre de la misma manera dijo: “Que haya un firmamento”. Y fue como él había dicho, y así mantuvo Dios firmemente cada forma o ideal en su pensamiento, pronunció la Palabra y el ideal brotó.

»Y fue lo mismo para el hombre, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, y démosle el poder de dominar todo”. Dios, el Bien total, crea todas cosas buenas, y en último lugar al hombre, la más grande de todas, con poder sobre todas las criaturas. Entonces el hombre no veía más que el bien, y todo iba bien hasta que él se separó de Dios, y percibió una dualidad. Después el hombre creó la dualidad por su pensamiento, de un lado el bien, del otro el mal. Puesto que si hay dualidad es necesario que haya dos antónimos: el bien y el mal. El mal resulta entonces de la capacidad perfecta del hombre de crear eso que él ve en pensamiento. Si el hombre no hubiera visto el mal, el mal no habría tenido poder, no hubiera podido ser expresado. Solo expresaríamos el bien y seríamos tan perfectos como Dios nos ve hoy. El cielo habría estado siempre sobre la tierra como Dios lo ve, y como es necesario que nosotros lo veamos para manifestarlo. Jesús tenía perfecto derecho a decir que venía del cielo, ya que todos venimos del cielo, la gran Sustancia Universal del Pensamiento.

»Desde que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, recibió el poder de crear exactamente como Dios, y Dios espera que el hombre use de ese poder tan libremente como él y exactamente de la misma manera. Es necesario en primer lugar percibir la necesidad, después de concebir el bien, el ideal destinado a llenar el molde sostenido en la conciencia, después llenarlo de la Sustancia Universal de Pensamiento. Es necesario en fin, pronunciar la Palabra, decir que el molde está lleno y así está bien.

»Cuando Jesús fue crucificado, dio su carne, su exterior, su cuerpo visible, para demostrar la existencia de un cuerpo espiritual profundo. Fue ese cuerpo el que manifestó al salir de su tumba. Es el mismo del cual hablaba al decir: “Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días”. Ha querido demostrarnos que nosotros poseemos el mismo cuerpo espiritual que él y que podemos hacer las mismas obras. Indudablemente Jesús podía haber escapado a la cruz si lo hubiera querido. Él había visto que un gran cambio se había producido en su cuerpo. Las gentes de alrededor eran incapaces de ver ese cambio y beneficiarse ellos mismos de ese ejemplo. Continuaban considerando el cuerpo como únicamente material. Ellos hubieran sido incapaces de ver la diferencia entre lo material y lo espiritual sin precederlo de un gran cambio material.

»Fue para provocar ese cambio por lo que él aceptó el camino de la cruz. Tal es el Cristo en el hombre que el gran Maestro Jesús, universalmente amado y respetado, ha venido a manifestar. ¿No ha consagrado su vida terrestre a mostrarnos el perfecto camino hacia Dios? Es imposible no amar ese camino ideal que uno ha visto, sea en la siembra de los granos, sea en los millones de actos necesarios en la vida diaria. Todas sus lecciones nos conducen a nuestro plano de desarrollo. Nos llegará un día en el que veremos que somos verdaderamente hijos de Dios y no esclavos. Siendo Hijos tenemos acceso a todo lo que posee el Padre, nosotros poseemos todo y podemos servirnos tan libremente como el Padre.

»Reconozco que al principio esto exige una fe inmensa. Es necesario hacerla creer poco a poco y practicarla fielmente como la música o como las matemáticas hasta que se llega a un estado de conocimiento. Entonces se es libre, grandiosa y magníficamente libre. No hay mejor ejemplo de ese género de vida que aquella de Jesús. ¿No podéis reconocer el poder incluso de su nombre, Jesús, el Cristo manifestado? ¿Dios se manifiesta en la carne del hombre? Jesús había llegado al punto en que se fiaba enteramente a su profunda inteligencia de Dios, y es así como cumplía sus obras poderosas. No contaba ni con el poder de su propia voluntad ni con la fuerte concentración de sus pensamientos, sino más bien con la voluntad de Dios: “Que tu voluntad se haga, oh mi Dios, y no la mía». Jesús quería hacer siempre la voluntad de Dios, hacer aquello que Dios quería que él hiciese.

»Se dice a menudo que Jesús se retiraba a una alta montaña. No sé si subía físicamente o no, pero sí sé que nos es necesario subir a las alturas, a las más grandes alturas de la conciencia para recibir iluminación. Esas alturas están en la cúspide de la cabeza, y si las facultades no están desarrolladas es necesario desarrollarlas con pensamientos espirituales. Enseguida es necesario dejar al amor derramarse desde el corazón, centro del amor, para equilibrar el pensamiento. Hecho esto el Cristo se revela. El hijo del hombre se revela. El hijo del hombre percibe que él es el Hijo de Dios, el Hijo Único en el cual el padre encuentra su complacencia. En fin, es necesario vivir esto para todos con un amor continuo.

»Parad un instante y reflexionad profundamente. Imaginad los incontables granos de arenas de las playas, las innumerables gotas de los océanos, las innumerables formas de vida que pululan las aguas, las innumerables partículas rocosas de la corteza terrestre, el número inmenso de árboles, de plantas, de flores y de arbustos que hay en la tierra, las innumerables formas de vida animal sobre la tierra. Todo eso es lo exterior del ideal mantenido en el Gran Pensamiento Universal de Dios.

»Imaginad ahora las incalculables almas nacidas sobre la tierra. Cada una de ellas es la expresión de una imagen ideal de Dios, tal como se ve a él mismo. Cada uno ha recibido el mismo poder que Dios para dominar sobre todo. ¿No creéis que Dios desea ver al hombre desarrollar sus cualidades divinas y cumplir las obras de Dios, gracias a la herencia del Padre, Gran Pensamiento Universal, a través de todo y por encima de todo? Comprended que cada uno de nosotros es una expresión fuera de lo invisible, del Espíritu, en un molde visible, en una forma por la cual Dios ama expresarse. Cuando sabemos eso y lo aceptamos podemos verdaderamente decir como Jesús: «Mirad, Cristo está aquí». Es así que se alcanza el dominio sobre el mundo carnal. Él ha reconocido, proclamado y aceptado su divinidad, después ha vivido una vida santa como es preciso que nosotros la vivamos».

VIII

A los ocho días levantamos el campamento, un lunes por la mañana, y proseguimos nuestro camino. Después del mediodía del tercer día llegamos al borde de un gran río, de seiscientos o setecientos metros de ancho y con una velocidad de al menos cinco metros por segundo. Se nos informó que en tiempos ordinarios se lo podía vadear sin dificultades. Decidimos entonces esperar hasta la mañana siguiente para observar la crecida o decrecida de las aguas.

Supimos que se podía atravesar el río por un puente situado aguas arriba, pero ello implicaba un desvío de cuatro días por caminos muy complicados. Pensamos que si el agua bajaba, sería más simple esperar algunos días en el lugar. Se nos había demostrado que no debíamos preocuparnos del avituallamiento En efecto, desde el día en que nuestras provisiones se agotaron hasta nuestro retorno a Asmah, es decir, durante sesenta y cuatro días, toda la compañía, más trescientos peregrinos, fue abundantemente nutrida con víveres provenientes «de lo invisible».

Hasta entonces, ninguno de nosotros había comprendido el verdadero sentido de los acontecimientos a los cuales habíamos asistido. Nosotros éramos incapaces de ver que todo se cumplía en virtud de una ley precisa de la cual cada uno podía servirse.

A la mañana siguiente, en el desayuno había cinco extranjeros en el campamento. Nos fueron presentados como un grupo acampado en la otra orilla del río y que venían del pueblo adonde nosotros nos dirigíamos. No prestamos gran atención a ese detalle, suponiendo naturalmente que ellos lo habían atravesado con un bote. Uno de nosotros dijo entonces: “Si esas gentes de allá tienen una embarcación ¿por qué no servirnos de esta para atravesar el río? Entrevimos ya una salida a nuestras dificultades, pero se nos informó que no había ningún bote porque el paso no era lo bastante frecuentado como para justificar la conservación de uno.

Después de desayunar nos reunimos todos en la orilla del río. Notamos que Emilio, Jast y Neprow y cuatro personas de nuestra orilla conversaban con los cinco extranjeros. Jast se acercó hasta nosotros diciéndonos que a ellos les gustaría atravesar el río con los cinco extranjeros para pasar un momento en el otro campamento. Teníamos tiempo, ya que se había decidido esperar a la mañana siguiente y observar los signos de la crecida. Se comprenderá, que nuestra curiosidad se despertó. Consideramos un poco temerario querer franquear a nado una corriente tan rápida, para decir “buen día” a un vecino. No imaginamos que la travesía pudiera ser de otra manera. Cuando Jast se hubo reunido con el grupo, los doce hombres, todos vestidos, se dirigieron hacia la orilla y con la calma más perfecta pusieron pie sobre el agua, no digo en el agua. No olvidaré jamás mis impresiones viendo a esos doce hombres pasar uno después de otro de la tierra firme a la corriente. Contuve la respiración esperando verlos desaparecer bajo las aguas. Supe más tarde que dos de mis compañeros habían pensado lo mismo. Pero en el momento cada uno de nosotros, quedó sofocado hasta que los doce hombre hubieron pasado la mitad del río, de tal forma estábamos sorprendidos de verlos marchar tranquilamente sobre la superficie, sin la menor preocupación y sin que el agua subiera de la suela de sus sandalias. Cuando llegaron a la orilla opuesta, tuve la impresión de que me quitaba un gran peso de encima. Creo que fue lo mismo para todos, a juzgar por su sonrisa de alivio en el momento en que el último hubo acabado la travesía. Fue ciertamente una experiencia sin precedentes para nosotros.

 

Los siete que pertenecían a nuestro campamento volvieron para comer. Aunque nuestra sobreexcitación fue menor en esta segunda travesía, cada uno de nosotros tuvo un suspiro de alivio cuando llegaron todos a nuestra orilla. Ninguno de nosotros había dejado la orilla del río esa mañana. No hicimos demasiados comentarios sobre el suceso, ya que estábamos absortos en nuestros propios pensamientos.

Después del mediodía, constatamos que se necesitaría hacer un gran desvío por el puente para atravesar el río. A la mañana siguiente nos levantamos temprano, dispuestos para realizarlo. Antes de nuestra partida, cincuenta y dos hombres de nuestra expedición marcharon tranquilamente hacia el río y lo atravesaron como los doce de la víspera. Se nos dijo que nosotros podíamos atravesarlo con ellos, pero ninguno de nosotros tuvo suficiente fe para probarlo. Jast y Neprow insistieron en hacer el desvío con nosotros. Y nosotros tratamos de disuadirlos, diciéndoles que podíamos muy bien seguir la columna y evitarles ese trayecto fastidioso. No cedieron y nos acompañaron, diciendo que no representaba ningún inconveniente para ellos.

Durante los cuatro días que empleamos en reunirnos con los que habían atravesado el río sobre el agua, no tuvimos otro tema de conversación ni de reflexión que los notables acontecimientos de los cuales habíamos sido testigos durante nuestra corta estancia con estas maravillosas gentes. En el segundo día, y mientras subíamos penosamente una pendiente a pleno sol, nuestro jefe de destacamento que no había dicho gran cosa desde hacía cuarenta y ocho horas, gritó súbitamente: «Muchachos ¿por qué el hombre está obligado a arrastrarse y rezagarse sobre la tierra?».

Respondimos a coro que él había expresado exactamente nuestro pensamiento.

Él continuó: «¿Cómo puede ser que si algunos han podido hacer lo que nosotros hemos visto, no sean capaces todos de hacer otro tanto? ¿Cómo es posible que los hombres estén satisfechos de arrastrarse y no solamente satisfechos, sino forzados a arrastrarse? Si el hombre ha recibido poder para dominar sobre toda criatura, debe ciertamente volar más alto que los pájaros. Si es así ¿por qué no ha ejercido su dominio desde hace largo tiempo? La falta está en el pensamiento humano. Todo debe haber sido como consecuencia de la concepción material que el hombre hace de sí mismo. En su propio pensamiento, no se ha visto más que arrastrándose. No puede entonces más que arrastrarse».

Jast captó la idea y respondió: «Vosotros tenéis razón, todo viene de la conciencia del hombre. Según lo que piense es limitado o ilimitado, libre o esclavo. ¿Creéis vosotros que los hombres que habéis visto caminar sobre el río, evitando así el fastidioso desvío, eran criaturas especiales y privilegiadas? No, no se diferencian en nada de vosotros por su creación. No han sido dotados de un átomo de poder más que vosotros. Ellos han desarrollado su poder divino por el buen uso de su fuerza de pensamiento. Todo lo que vosotros, habéis visto hacer, lo podéis hacer también, con la misma plenitud y libertad, ya que todos nuestros actos están en armonía con una ley precisa, la cual cada ser humano puede utilizar, si lo desea».

La conversación terminó entonces, nos reunimos con los cincuenta y dos que habían atravesado el río y nos dirigimos hacia el pueblo de nuestro destino.