Casi Ausente

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—Antoinette es la mayor. Tiene doce —dijo ella.

Pierre golpeó las manos.

—Bien, es hora de ir a la cama. Margot, luego de llevar a los niños a la cama, ¿puedes mostrarle la casa a Cassie? Le será útil saber dónde están las cosas. Hazlo rápido. Debemos partir a las siete.

—Aún debo terminar de aprontarme —respondió Margot en un tono ácido—. Tú puedes llevar a los niños a la cama y llamar a un mayordomo para que limpie este desorden. Yo le mostraré la casa a Cassie.

Pierre respiró con enojo y miró a Cassie con los labios apretados. Ella supuso que su presencia había hecho que él se tragara sus palabras.

—Arriba y a la cama —dijo él, y los dos niños lo siguieron de mala gana por las escaleras.

Cassie se animó al ver que Ella se dio vuelta para darle un pequeño saludo con la mano.

—Ven conmigo, Cassie —le ordenó Margot.

Cassie siguió a Margot por una entrada a la izquierda hacia una sala formal con muebles exquisitos y excepcionales, y tapices revistiendo las paredes. La sala era enorme y fría, y la gigantesca chimenea no estaba prendida.

—Esta sala se usa muy poco y los niños no tienen permiso para entrar aquí. El comedor principal está al lado y se aplican las mismas reglas.

Cassie se preguntó con qué frecuencia se utilizaba la enorme mesa de caoba, pues parecía inmaculada, y contó dieciséis sillas con altos respaldos. En el aparador pulido de color oscuro había tres jarrones más, parecidos al que había roto Marc. No se podía imaginar una alegre conversación durante la cena en un espacio tan austero y silencioso.

¿Qué se sentiría crecer en una casa así, en la que espacios enteros estaban prohibidos porque los muebles podían ser dañados? Supuso que eso podía hacer que un niño sintiera que los muebles eran más importantes que él.

—A este lo llamamos el salón azul.

Era una sala más pequeña, empapelada en azul marino con enormes puertas francesas. Cassie supuso que se abrían hacia un patio o jardín, pero todo estaba completamente oscuro y lo único que podía ver eran las luces tenues de la sala reflejadas en el vidrio. Hubiera querido que la casa tuviese lámparas de mayor potencia, pues todas las habitaciones eran oscuras y las sombras acechaban las esquinas.

Una escultura atrajo su atención…su pedestal de mármol se había roto, por lo que la escultura yacía sobre la mesa. Sus rasgos parecían vacíos e inmóviles, como si la piedra cubriera el rostro de una persona muerta. Las extremidades eran gruesas y esculpidas toscamente. Cassie tiritó y miró hacia otro lado, pues la vista era espeluznante.

—Esa es una de nuestras piezas más valiosas —dijo Margot—. Marc la derribó la semana pasada. La llevaremos a reparar en breve.

Cassie pensó en la energía destructiva del niño y la forma en que había rozado el jarrón con su hombro. ¿Había sido totalmente accidental? ¿O había un deseo subliminal de destrozar el vidrio, de llamar la atención en un mundo en el que los objetos parecían tener más prioridad?

Margot la guió por el mismo camino que habían entrado.

—Las habitaciones en ese pasaje se mantienen cerradas. La cocina es por aquí, a la derecha, y después están las habitaciones de los sirvientes. A la izquierda hay una pequeña recepción y un salón en donde cena la familia.

Al volver, se cruzaron con un mayordomo de uniforme gris que llevaba una escoba, una pala y un cepillo. Él se apartó para que ellas pudieran pasar, pero Margot ni siquiera le agradeció.

El ala oeste era un reflejo del ala este. Habitaciones inmensas y oscuras con mobiliario exquisito y obras de arte. Silenciosas y vacías. Cassie tiritó, ansiaba una luz intensa y hogareña o el sonido familiar de un televisor, si algo de eso siquiera existía en esta casa. Siguió a Margot por las magníficas escaleras al segundo piso.

—El ala de huéspedes.

Tres dormitorios inmaculados con camas con dosel, separados por dos salas de estar. Los dormitorios eran tan pulcros y formales como una habitación de hotel, y la ropa de cama parecía haber sido planchada.

—Y el ala familiar.

Cassie se iluminó, contenta de llegar finalmente a la parte de la casa donde vivía gente.

—El cuarto de bebés.

Para su desconcierto, esta era otra habitación vacía con una cuna con altos barrotes.

—Y aquí están los dormitorios de los niños. Nuestro dormitorio está al final del corredor, a la vuelta de la esquina.

Tres puertas cerradas, una al lado de la otra. Margot bajó la voz y Cassie supuso que no quería entrar a ver a los niños, ni siquiera para decir buenas noches.

—Este es el dormitorio de Antoinette, este es el de Marc y el más cercano al nuestro es el de Ella. Tu dormitorio está enfrente al de Antoinette.

La puerta estaba abierta y dos criadas estaban haciendo la cama afanosamente. El dormitorio era enorme y muy frío. Estaba amueblado con dos sillones orejeros, una mesa y un enorme ropero de madera. Pesadas cortinas rojas cubrían la ventana. Su maleta había sido ubicada a los pies de la cama.

—Podrás escuchar a los niños si lloran o te llaman, por favor atiéndelos. Mañana en la mañana necesitan estar vestidos y prontos a las ocho. Van a estar a la intemperie, así que elige ropa abrigada.

—Lo haré, pero… —Cassie se armó de coraje—. Por favor, ¿podría cenar? No he comido nada desde la cena de anoche, en el avión.

Margot se la quedó mirando perpleja y luego sacudió la cabeza.

—Los niños comieron temprano porque nosotros vamos a salir. Ahora la cocina está cerrada. Mañana el desayuno estará listo desde las siete. ¿Puedes esperar hasta entonces?

—S…supongo que sí.

Se sentía mal de tanta hambre que tenía. El dulce prohibido en su bolso, que había pensado darles a los niños, se convirtió de pronto en una tentación irresistible.

—Y debo enviar un correo electrónico a la agencia, para avisarles que estoy aquí. ¿Podría darme la contraseña del Wi-Fi? Mi teléfono no tiene señal.

La mirada de Margot se volvió inexpresiva.

—No tenemos Wi-Fi y no hay señal para teléfonos celulares aquí. Hay un teléfono de línea en el escritorio de Pierre. Para enviar un correo electrónico tienes que ir a la ciudad.

Sin esperar a que Cassie respondiera, se dio la vuelta y se dirigió al dormitorio principal.

Las criadas ya se habían ido, dejando la cama de Cassie en un estado de perfección espeluznante.

Cerró la puerta.

Nunca imaginó que sentiría nostalgia, pero en ese momento ansiaba escuchar una voz amigable, el murmullo de la televisión, el desorden de un refrigerador lleno. Los platos en la pileta, los juguetes en el piso, el sonido de los videos de YouTube reproduciéndose en un celular. El alegre caos de una familia normal, la vida de la que esperaba formar parte.

Por el contrario, sentía que ya estaba envuelta en un conflicto amargo y complicado. Nunca debió haber esperado hacerse amiga de estos niños inmediatamente, no con la dinámica familiar que se había desarrollado hasta ahora. Este lugar era un campo de batalla, y aunque encontrara en Ella una aliada, temía que ya se había hecho una enemiga con Antoinette.

La luz del techo, que había estado titilando, se apagó de repente. Cassie buscó su mochila a tientas para sacar su teléfono, y desempacó lo mejor que pudo con la luz de la linterna. Lo enchufó en el único tomacorriente visible al otro lado del dormitorio, y en la oscuridad arrastró los pies hasta la cama.

Con frío, preocupación y hambre, se trepó entre las frías sábanas y se cubrió hasta el mentón. Esperaba sentirse más esperanzada y optimista después de conocer a la familia, pero estaba dudando de su capacidad para lidiar con ellos y temía lo que ocurriría al día siguiente.

CAPÍTULO CUATRO

La estatua se erguía rodeada de oscuridad en la puerta de Cassie.

Sus ojos sin vida y su boca se abrieron, al tiempo que se acercaba a ella. Las finas grietas alrededor de sus labios se ensancharon y todo su rostro comenzó a desintegrarse. Los fragmentos de mármol cayeron como una lluvia y repiquetearon en el suelo.

—No —susurró Cassie, pero se dio cuenta de que no se podía mover.

Estaba atrapada en la cama con las extremidades paralizadas, aunque su mente en pánico le imploraba que se escapara.

La estatua se dirigió hacia ella con los brazos extendidos, y de sus extremidades caían en cascada trozos de piedra. Comenzó a gritar, era un sonido fuerte y agudo, y mientras lo hacía Cassie vio lo que había debajo de la cáscara de mármol.

El rostro de su hermana. Frío, gris, muerto.

—¡No, no, no! —gritó Cassie, y sus propios gritos la despertaron.

El dormitorio estaba totalmente oscuro y ella estaba enrollada, tiritando. Se sentó, aterrada, y tanteó en busca de un interruptor que no estaba allí.

Su mayor temor, el que luchaba por reprimir durante el día, pero que lograba entrar en sus pesadillas. Era el temor de que Jacqui hubiese muerto. Si no ¿por qué su hermana había dejado de comunicarse de repente? ¿Por qué no había recibido cartas o llamadas telefónicas, ni una sola noticia de ella durante años?

Temblando de frío y miedo, Cassie se dio cuenta de que las piedras que repiqueteaban en su sueño se habían convertido en el sonido de la lluvia, que con las ráfagas de viento golpeaban contra el vidrio de la ventana. Y por encima de la lluvia, escuchó otro ruido. Era el alarido de uno de los niños.

“Podrás escuchar a los niños si lloran o te llaman, por favor atiéndelos”.

Cassie se sintió confundida y desorientada. Quería prender una lámpara en su mesa de luz y tomarse unos minutos para tranquilizarse. El sueño había sido tan vívido que aún se sentía atrapada adentro de él. Pero los alaridos debían de haber comenzado mientras ella dormía, quizás habían causado su pesadilla. La necesitaban urgentemente, tenía que apresurarse.

 

Corrió el acolchado y descubrió que no habían cerrado bien la ventana. Con el viento, la lluvia había entrado por un hueco, y los bordes de las sábanas estaban empapados. Se levantó de la cama en la oscuridad y se dirigió al otro lado del dormitorio, en donde esperaba que estuviera su teléfono.

Una capa de agua en el suelo había convertido a los azulejos en hielo. Se patinó, perdiendo su punto de apoyo, y aterrizó con un golpe seco y doloroso en la espalda. Se había golpeado la cabeza contra el marco de la cama y su visión explotó en estrellas.

—Maldición —susurró, e intentó aliviarse sobre las manos y rodillas, esperando que el dolor de cabeza y el mareo disminuyeran.

Gateó por los azulejos y tanteó en busca de su teléfono, con la esperanza de que se hubiese salvado de la crecida de agua. Vio con alivio que esta parte del dormitorio estaba seca. Prendió la linterna y se apoyó dolorida sobre los pies. La cabeza le punzaba y su blusa estaba empapada. Se la quitó y rápidamente se puso la primera ropa que encontró: unos pantalones deportivos y una blusa gris. Descalza, salió rápidamente del dormitorio.

Iluminó las paredes con su linterna pero no encontró ningún interruptor cerca. Cuidadosamente, siguió al rayo de luz en dirección al sonido, dirigiéndose hacia las habitaciones Dubois. El dormitorio más cercano al de ellos era el de Ella.

Cassie golpeó la puerta rápidamente y entró.

Afortunadamente, la luz estaba prendida. En el resplandor de la lámpara del techo, podía ver la cama de una plaza cerca de la ventana, a donde Ella había arrojado su acolchado. Chillando y gritando dormida, Ella luchaba contra los demonios de su sueño.

—¡Ella, despierta!

Cassie cerró la puerta y se acercó rápidamente. Se sentó al borde de la cama y tomó los hombros de la niña dormida suavemente, sintiéndolos encorvados y estremecidos. Su cabello oscuro estaba enmarañado y la blusa del pijama arremangada. Había pateado el acolchado azul a los pies de la cama, por lo que debía de tener frío.

—Despierta, está todo bien. Es solamente un mal sueño.

—¡Vienen a buscarme! —Dijo Ella sollozando y luchando para librarse de Cassie—. ¡Ya vienen, están esperando en la puerta!

Cassie la abrazó con firmeza y la sentó, intentando tranquilizarla, le colocó una almohada en la espalda y alisó su blusa arrugada. Ella estaba temblando de miedo. La manera en que se había referido a “ellos” hizo que Cassie se preguntara si se trataba de una pesadilla recurrente. ¿Qué estaba ocurriendo en la vida de Ella para desencadenar un terror tan vívido en sus sueños? La pequeña niña estaba completamente traumatizada, y Cassie no sabía cuál era la mejor manera de tranquilizarla. Tenía recuerdos difusos de Jacqui, su hermana, agitando una escoba a un armario para espantar a un monstruo imaginario. Pero ese miedo tenía su origen en la realidad. Las pesadillas habían comenzado luego de que Cassie se escondiera en el armario, durante una de de las rabietas de su padre borracho.

Se preguntó si el miedo de Ella también se originaba en algo que había ocurrido. Tendría que intentar averiguarlo luego, porque ahora necesitaba convencerla de que los demonios se habían ido.

—Nadie viene por ti. Todo está bien. Mira. Estoy aquí y la luz está prendida.

Los ojos de Ella se abrieron ampliamente. Llenos de lágrimas, se fijaron en Cassie por un momento. Luego, la niña volteó la cabeza y se enfocó en algo detrás de Cassie.

Aún espantada por su propia pesadilla y por Ella que insistía con estar viéndolos a “ellos”, Cassie miró rápidamente a su alrededor, y su corazón se aceleró cuando la puerta se abrió de un golpe.

Margot se quedó parada en la puerta, con las manos sobre sus caderas. Llevaba un vestido de seda turquesa y el cabello rubio recogido en una trenza floja. La mancha del rímel era lo único que estropeaba sus rasgos perfectos.

La furia emanó de ella, y Cassie sintió que se le retorcían las entrañas.

—¿Por qué demoraste tanto? —Le dijo Margot de mala manera—. ¡El llanto de Ella nos despertó, duró horas! ¡Nos acostamos tarde, y no te vamos a pagar para que nuestro sueño se vea interrumpido!

Cassie se quedó mirándola, confundida porque el bienestar de Ella parecía ser lo último que se cruzaba por la mente de Margot.

—Lo siento —dijo ella.

Ella se aferraba a ella y hacía imposible que pudiera pararse y enfrentar a su jefa.

—Vine apenas la escuché, pero la luz en mi dormitorio se quemó, estaba completamente oscuro y eso hizo que me llevara más tiempo llegar...

—¡Sí, te llevó demasiado tiempo y ahora esta es tu primera advertencia! Pierre trabaja muchas horas y se enoja cuando los niños lo despiertan.

—Pero… —En un arranque de rebelión, la pregunta brotó de la boca de Cassie—. ¿No podía venir usted, si escuchó que Ella estaba llorando? Es mi primera noche aquí, y en la oscuridad no sabía en dónde estaban las cosas. Lo haré mejor la próxima vez, lo prometo, pero era su hija que estaba teniendo un sueño horrible.

Margot se acercó a Cassie con el rostro tenso. Por un momento, Cassie pensó que le iba ofrecer repentinamente unas disculpas y que llegarían a una tregua forzada.

Pero eso no ocurrió.

En cambio, Margot estiró la mano rápidamente y golpeó a Cassie en el rostro.

Cassie contuvo un alarido y despejó las lágrimas con los párpados, mientras los gritos de Ella aumentaban. La mejilla le ardía por el golpe, el chichón en la cabeza le punzaba aún más fuerte y tenía la mente conmovida por el horror, al darse cuenta de que su nueva jefa era violenta.

—Antes de que te contratáramos, una criada de la cocina hacía tus tareas, y puede volver a hacerlo, tenemos muchas criadas. Esta es tu segunda advertencia. No tolero la haraganería y tampoco que el personal me conteste. Tu tercera infracción provocará el despido inmediato. Ahora, haz que la niña deje de llorar, así podremos dormir un poco.

Salió de la habitación, dando un portazo detrás de ella.

Cassie envolvió a Ella en sus brazos frenéticamente, y sintió un alivio inmenso al ver que sus sollozos se apagaban.

—Está bien —susurró—. Está todo bien, no te preocupes. La próxima vez vendré más rápido, encontraré el camino mejor. ¿Quieres que duerma aquí el resto de la noche? Podemos dejar la lámpara de tu mesa de luz prendida, para mayor seguridad.

—Sí, por favor, quédate. Puedes ayudarme a impedir que ellos vuelvan —susurró Ella—. Y deja la luz prendida. No creo que a ellos les guste.

La habitación estaba amueblada en tonos de azul neutro, pero la lámpara de la mesa de luz, con su pantalla rosa, era un elemento luminoso y reconfortante.

Aún mientras consolaba a Ella, Cassie sentía que iba a vomitar, y se dio cuenta de que sus manos temblaban violentamente. Se retorció debajo de las sábanas, encantada por su calidez, porque ella estaba congelada.

¿De qué manera iba a seguir trabajando para una jefa que la había maltratado verbal y físicamente enfrente de los niños? Era impensable, inexcusable y le traía demasiados recuerdos que ya había logrado olvidar. Lo primero que haría en la mañana era empacar y marcharse.

Pero… aún no le habían pagado, tendría que esperar hasta fin de mes para recibir algo de dinero. No había forma de que pudiera pagar el viaje en taxi al aeropuerto, mucho menos los costos de cambiar su pasaje de avión.

También estaba el tema de los niños.

¿Cómo podía dejarlos en manos de esta mujer violenta e impredecible? Necesitaban a alguien que cuidara de ellos, especialmente la pequeña Ella. No podía sentarse allí, consolarla y prometerle que todo estaría bien, para luego desaparecer al otro día.

Con una sensación de malestar, Cassie se dio cuenta de que no había otra opción. A estas alturas no podía irse. Estaba obligada a quedarse financiera y moralmente.

Tendría que intentar hacer equilibrio en la cuerda floja del temperamento de Margot para evitar cometer su tercera y última infracción.

CAPÍTULO CINCO

Cassie abrió los ojos, observando confundida el techo desconocido. Le llevó unos minutos orientarse y darse cuenta en dónde estaba: en la cama de Ella, con la luz de la mañana pasando por un hueco entre las cortinas. Ella aún dormía profundamente, escondida debajo del acolchado. La cabeza de Cassie le punzaba cuando se movía, y el dolor le recordó todo lo que había ocurrido la noche anterior.

Se sentó apresuradamente al recordar las palabras de Margot, el doloroso cachetazo y las advertencias que había recibido. Sí, había estado en falta por no atender a Ella inmediatamente, pero nada de lo que había ocurrido después había sido justo. Cuando había intentado defenderse, la habían castigado aún más. Quizás esta mañana tendría que hablar tranquilamente con la familia Dubois acerca de las reglas del hogar, para asegurarse de que esto no volviera a ocurrir.

¿Por qué aún no había sonado su alarma? La había programado para las seis y media, con la esperanza de que eso hiciera que llegaran en hora al desayuno a las siete.

Cassie miró su teléfono y se sorprendió al ver que no tenía batería. La búsqueda constante de señal debería haber agotado la batería más rápido de lo normal. Se bajó de la cama silenciosamente, volvió a su dormitorio y enchufó el celular en el cargador, esperando ansiosamente a que se prendiera.

Maldijo entre dientes al ver que eran casi las siete y media. Se había quedado dormida, y ahora tendría que hacer que todos se levantaran y estuvieran listos lo más pronto posible.

Volvió de prisa al dormitorio de Ella y abrió las cortinas.

—Buen día —dijo—. Es un hermoso día soleado y es hora de desayunar.

Pero Ella no se quería levantar. Debería haber luchado para volver a dormirse después del mal sueño y se había despertado de mal humor. Cansada y gruñona, se aferró al acolchado con lágrimas en los ojos mientras Cassie intentaba destaparla. Finalmente, Cassie recordó el dulce que había traído y recurrió al soborno para sacarla de la cama.

—Si estás lista en cinco minutos, te daré un chocolate.

Aún así, tuvo que forcejear un poco más. Ella se negaba a ponerse el conjunto que Cassie había elegido para ella.

—Hoy me quiero poner un vestido —insistió.

—Pero Ella, si salimos sentirás frío.

—No me importa, me quiero poner un vestido.

Cassie finalmente logró llegar a un acuerdo y eligió el vestido más abrigado que encontró, uno de pana y manga larga, con medias largas y botas de corderito. Ella se sentó en la cama balanceando las piernas y con el labio inferior tembloroso. La niña ya estaba pronta, pero quedaban dos.

Cuando abrió la puerta del dormitorio de Marc, se sintió aliviada al ver que él ya estaba despierto y se había levantado de la cama. Tenía puesto un pijama rojo y jugaba con un ejército de soldados desparramados en el piso. La enorme caja de juguetes de acero que tenía debajo de su cama estaba abierta y rodeada de autos de juguete y una manada entera de animales de granja. Cassie tuvo que caminar cuidadosamente para evitar pisarlos.

—Hola Marc, ¿vamos a desayunar? ¿Qué te quieres poner?

—No me quiero poner nada. Quiero jugar —replicó Marc.

—Puedes seguir jugando después, pero no ahora. Es tarde y debemos apurarnos.

La respuesta de Marc fue un ruidoso estallido en lágrimas.

—Por favor, no llores —le rogó Cassie, pensando en los preciados minutos que pasaban.

Pero sus lágrimas aumentaron como si se alimentaran de su pánico. Él se negó rotundamente a cambiar sus pijamas y ni siquiera la promesa de un chocolate cambió su opinión. Finalmente, y desesperada, Cassie le puso unas pantuflas. Lo tomó de la mano y puso un soldado en el bolsillo de su pijama, con lo que finalmente logró persuadirlo de que la siguiera.

Cuando golpeó la puerta de Antoinette, no hubo respuesta. El dormitorio estaba vacío y la cama ordenada prolijamente, con un camisón color rosa doblado sobre la almohada. Con suerte, Antoinette había ido sola a desayunar.

Pierre y Margot ya estaban sentados en el comedor informal. Pierre vestía un traje formal y Margot también estaba elegantemente vestida, con un maquillaje perfecto y el cabello enrulado sobre los hombros. Ella levantó la mirada cuando ellos ingresaron, y Cassie sintió que le ardía el rostro. Rápidamente, ayudó a Ella a subirse a una silla.

 

—Disculpas por la tardanza —se disculpó, sintiéndose nerviosa como si ya estuviera a la defensiva—. Antoinette no estaba en su habitación, no estoy segura de en dónde está.

—Ya terminó de desayunar y está practicando su pieza en el piano —Pierre hizo un gesto con la cabeza en dirección a la sala de música, antes de servirse más café—. Escucha. Quizás reconoces la melodía: “El Danubio Azul”.

Cassie escuchó débilmente una ejecución precisa de una tonada que le sonaba familiar.

—Es muy talentosa —expresó Margot, pero el tono resentido de su comentario no se condecía con sus palabras.

Cassie la miró nerviosamente. ¿Diría algo sobre lo que había ocurrido la noche anterior?

Pero, mientras Margot le devolvía la mirada con un silencio indiferente, Cassie se preguntó de pronto si recordaba mal parte de lo acontecido. Tenía la parte posterior de la cabeza sensible e hinchada de cuando se había resbalado, pero al tocar la parte izquierda de su rostro no encontró un moretón por el doloroso golpe. ¿O quizás había sido del lado derecho? La asustaba no poder recordarlo. Presionó los dedos sobre su mejilla derecha, pero ahí tampoco sentía dolor.

Cassie se convenció con firmeza de que debía dejar de preocuparse por los detalles. No era posible que pensara claramente después del duro golpe en la cabeza y una posible conmoción cerebral. Definitivamente Margot la había amenazado, pero la imaginación de Cassie podía haber conjurado el golpe. Después de todo, estaba exhausta, desorientada y se acababa de despertar de la agonía de una pesadilla.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando Marc exigió su desayuno, y ella les sirvió a los niños jugo de naranja y comida de las bandejas del desayuno. Ella insistió en que le sirvieran hasta la última rebanada de jamón y queso, por lo que Cassie tuvo que arreglárselas con una medialuna con mermelada y algunas rodajas de fruta.

Margot bebió su café en silencio, mirando por la ventana. Pierre hojeaba un periódico mientras terminaba una tostada. ¿Los desayunos eran siempre tan silenciosos? Se preguntó Cassie. Los padres no habían demostrado interés de interactuar con ella, con los niños o entre ellos. ¿Era porque estaba en problemas?

Quizás ella debía iniciar la conversación y arreglar las cosas. Necesitaba disculparse formalmente por la tardanza en atender a Ella, pero no pensaba que su castigo había sido justo.

Cassie redactó las palabras cuidadosamente en su cabeza.

Sé que anoche me retrasé en atender a Ella. No la escuché llorar, pero la próxima vez dejaré la puerta de mi dormitorio abierta. Sin embargo, no creo que me hayan tratado de manera justa. Fui amenazada y maltratada, y recibí dos advertencias consecutivas en la misma cantidad de minutos, así que, por favor, ¿podríamos discutir las reglas del hogar?

No, eso no estaría bien. Era demasiado atrevido. No quería parecer hostil. Necesitaba un enfoque más suave y que no profundizara la enemistad con Margot.

¿No es una hermosa mañana?

Sí, ese sería definitivamente un buen comienzo y traería un ángulo positivo a la conversación. Y desde ahí la podría dirigir hacia lo que realmente quería decir.

Sé que me retrasé anoche al atender a Ella. No le escuché llorar, pero la próxima vez dejaré la puerta de mi dormitorio abierta. Sin embargo, me gustaría discutir las reglas del hogar ahora, con respecto a cómo es el trato entre nosotros y cuándo se deben dar advertencias, para asegurarme de hacer mejor mi trabajo.

Cassie aclaró la garganta, sintiéndose nerviosa, y dejó el tenedor.

Pero cuando estaba a punto de hablar, Pierre dobló el periódico y él y Margot se levantaron.

—Que tengan un buen día, niños —dijo Pierre, mientras abandonaban la sala.

Cassie los observó confundida. No sabía qué hacer ahora. Le habían dicho que los niños tenían que estar prontos antes de las ocho, pero ¿prontos para qué?

Decidió correr detrás de Pierre y preguntarle. Se dirigía a la puerta cuando casi se choca con una mujer de rostro agradable, que vestía el uniforme del personal y llevaba una bandeja de comida.

—Ah…oops. Bien. La rescaté.

Enderezó la bandeja y deslizó las rebanadas de jamón, colocándolas de vuelta en su lugar.

—Tú eres la nueva niñera, ¿no? Soy Marnie, el ama de llaves principal.

— Encantada de conocerte —dijo Cassie, dándose cuenta de que este era el primer rostro sonriente que había visto en todo el día—. Iba a preguntarle a Pierre qué era lo que los niños tenían que hacer hoy —le dijo, luego de presentarse.

—Demasiado tarde. Ya se habrá ido; se dirigían derecho al automóvil. ¿No dejó ninguna instrucción?

—No, nada.

Marnie dejó la bandeja y Cassie le dio a Marc más queso y, hambrienta, se sirvió más tostadas, jamón y un huevo duro. Ella se negaba a comer la montaña de comida que tenía en el plato, y jugaba fastidiosamente con esta con su tenedor.

—Quizás le puedas preguntar a los niños —sugirió Marnie—. Antoinette sabrá si tienen algo planificado. Te aconsejaría que esperes a que termine de tocar el piano. No le gusta que la desconcentren.

¿Era su imaginación o Marnie había girado los ojos al decirlo? Motivada, Cassie se preguntó si se convertirían en amigas. Necesitaba un aliado en esa casa.

Pero ahora no había tiempo de forjar una amistad. Claramente, Marnie estaba apurada recogiendo los platos vacíos y la vajilla sucia, mientras le preguntaba a Cassie si había algún problema con su habitación. Cassie explicó los problemas rápidamente y el ama de llaves se marchó, luego de prometerle que cambiaría la ropa de cama y reemplazaría la bombilla antes del almuerzo.

El sonido del piano se había detenido, por lo que Cassie se dirigió a la sala de música, que estaba cerca del pasillo.

Antoinette estaba guardando las partituras. Se volteó y enfrentó a Cassie con recelo al verla entrar. Estaba vestida de manera impecable, con un vestido azul marino. Tenía el cabello recogido en una coleta y sus zapatos habían sido pulidos perfectamente.

—Te ves hermosa, Antoinette, ese vestido tiene un color tan precioso —dijo Cassie, esperando que los halagos le ganaran el cariño de la hostil niña—. ¿Hay algo planeado para hoy? ¿Alguna actividad u otras cosas planificadas?

Antoinette se detuvo, pensativa, antes de sacudir la cabeza.

—Nada para hoy —dijo firmemente.

—Y Marc y Ella ¿tienen que ir a algún lado?

—No. Mañana Marc tiene práctica de fútbol.

Antoinette cerró la tapa del piano.

—Bueno, ¿hay algo que quisieras hacer ahora?

Quizás si permitía que Antoinette eligiera, eso ayudaría a que se hicieran amigas.

—Podemos hacer una caminata por el bosque. Todos lo disfrutaríamos.

—¿En dónde es el bosque?

—A uno o dos quilómetros por la carretera.

La niña de cabello oscuro gesticuló vagamente.

—Podemos salir de inmediato. Yo te mostraré el camino. Solamente debo cambiarme de ropa.

Cassie había asumido que el bosque estaba dentro del terreno, y la respuesta de Antoinette la había tomado por sorpresa. Pero una caminata por el bosque parecía una actividad al aire libre agradable y saludable. Cassie estaba segura de que Pierre lo aprobaría.

*

Veinte minutos después, estaban prontos para salir. Mientras escoltaba a los niños hacia la planta baja, Cassie buscó en todas las habitaciones con la esperanza de encontrar a Marnie o a alguien del personal para avisarles a dónde iba.

No vio a nadie y no sabía por dónde empezar a buscar. Antoinette estaba impaciente por salir y saltaba de pie en pie por el entusiasmo, por lo que Cassie decidió que era más importante el buen humor de la niña, especialmente si no iban a demorar mucho en volver. Se dirigieron por la entrada de gravilla y salieron, con Antoinette haciendo de guía.

Detrás de un árbol de roble enorme, Cassie vio un bloque de cinco establos que recordó haber visto el día anterior, cuando llegaba. Se acercó para verlos con más detalle y vio que estaban vacíos y oscuros, con las puertas abiertas. El campo lindero estaba desocupado, las verjas de madera estaban rotas en algunos tramos, el portón colgaba de las bisagras y el pasto crecía alto y silvestre.