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La cara de la muerte

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CAPÍTULO DIECISIETE

Zoe sintió el aire frío en la cara y las manos, pero no era tan frío como para disuadir a la multitud. A juzgar por el estacionamiento lleno, obviamente era un evento popular entre los locales.

Por encima de las filas de coches ya aparcados, sin respetar demasiado los espacios pintados en el suelo, se extendía una valla rodeando toda la feria. No se podía entrar sin una entrada, y sólo había una única puerta de entrada. Todo hombre, mujer y niño que asistiera debía entrar por ese lugar. Eso al menos, haría un poco más fácil observar el flujo de gente a través del estacionamiento.

Y aún más alto, cuando Zoe levantó su cabeza, vio a los dinosaurios. Estatuas toscas pero imponentes, sus bocas perennemente desnudas ante los elementos, exponiendo dientes afilados. Un Tiranosaurio Rex era treinta centímetros más alto que un Velociraptor, lo que era claramente ridículo, en realidad el T. Rex debería haber sido en escala al menos tres veces y media más grande.

–Colóquense en parejas ―dijo Zoe, asintiendo con la cabeza a los oficiales que estaban en un grupo disperso a su alrededor. ―No nos arriesguemos a llamar la atención. Ustedes dos, quédense en la entrada como si estuvieran esperando a unos amigos. Utilicen sus radios inmediatamente si ven un sedán verde entrando al estacionamiento. Todos los demás, paseen juntos y revisen las placas en sus secciones asignadas. Con cuidado.

Con su última advertencia, los oficiales y Shelley, comenzaron a moverse. Habían dividido el vasto estacionamiento en segmentos, cada uno de ellos verificaría las placas de una sección fija de autos. La seguridad en la feria era laxa, el estacionamiento era gratis, y por lo tanto no se molestaron en contratar seguridad para cubrirlo. No habría ayuda de los organizadores de la feria a menos que hubiera pruebas de que su asesino estaba dentro de la propia feria, pasando la valla y la puerta de entrada.

El policía asignado para emparejarse con Zoe inspeccionó su zona, era un hombre de un metro ochenta de altura que se había presentado como Max pero insistía en llamarla “Señora”.

–¿Lista para caminar? ―le preguntó él.

Zoe asintió con la cabeza y se puso a su lado. Se sintió más pequeña con él a su lado, estaban deliberadamente cerca para que parecieran ser una pareja. Sólo una pareja, caminando por las filas buscando su propio coche, o para reunirse con amigos, o cualquier número de actividades poco sospechosas.

Pero Max no era nada intimidante en comparación con las esculturas gigantes de la feria. Se veían incluso desde aquí, desde donde se erguían a la distancia, elevándose muchos metros por encima de la valla. Polvorientas y agrietadas por el sol en algunos lugares, estaban pintadas con colores chillones, rojos, naranjas y verdes. Camuflaje para bestias gigantes que no tenían donde esconderse.

A sus pies, los puestos se llenaban de gente. Una gran parte de la multitud estaba formada por niños, mirando con entusiasmo las estatuas y blandiendo sus propios juguetes de dinosaurios que ahora palidecían en comparación. Zoe los estimó en grupos de diez y veinte, sumando más de quinientos visitantes, y esos eran solamente los que podía ver desde donde estaba.

El estacionamiento, que parecía demasiado grande en el mapa, evidentemente era utilizado explotando su máxima capacidad en estos eventos especiales. Quedaban espacios, pero no muchos. En un paneo general, Zoe pudo ver que sólo quedaba el veinte por ciento disponible.

Zoe observó todo lo que les rodeaba a ambos lados, los números y los cálculos aparecían ante sus ojos por donde quiera que mirara. Vio placas de diferentes estados, pero ninguna de ellas estaba en sedanes verdes. Había tantos coches en el estacionamiento que empezaba a parecer una tarea mucho más grande de lo previsto.

Estaba distraída, tensa, con los nervios de punta. Cada músculo de su cuerpo se sentía tenso, cada parte de su mente estaba cuidadosamente enfocada en buscarlo. Él estaría aquí, ella estaba segura de eso. Saber eso hacía que los números se dispararan a toda marcha, diciéndole cosas que no necesitaba saber. Como que el tubo de escape de un coche era dos centímetros más largo que las normas. Los neumáticos de una vieja camioneta tenían menos del requisito legal de 1,6 mm de banda de rodamiento, llegando a 2 mm. Las pesadas huellas en la tierra suelta donde un hombre de al menos noventa kilos había estado de pie durante unos diez minutos, la colilla de cigarrillo suelta junto a ellas explicando por qué.

–Eso es todo ―dijo Max, deteniéndose.

Zoe levantó la vista y se dio cuenta de que había estado a punto de pasar la línea mental que había dibujado, la que dividía el estacionamiento en segmentos. Ya habían terminado, y no habían tenido suerte.

Zoe se giró y miró al otro lado del estacionamiento. La forma en que había dividido los equipos hacía que todos se hubieran movido desde lados opuestos del estacionamiento hasta el medio, y ahora se paraban en una línea más o menos uniforme a través de las cuatro filas de coches estacionados en doble fila. Todos estaban quietos en su lugar, ninguno tomó su radio para informar a los demás de un gran descubrimiento.

Él todavía no estaba aquí.

–Muévanse a las posiciones secundarias ―ordenó Zoe por radio, escondida en la manga de su chaqueta vaquera para poder llevársela a la boca discretamente. ―Esperen la alerta del equipo de la puerta.

Zoe esperó y observó, fingiendo mirar hacia la entrada de la atracción, mientras Shelley y los oficiales se alejaban. Tenían puestos predeterminados para ocupar, algunos de ellos fuera de las puertas, otros en el estacionamiento.

–No puedo quedarme de pie y esperar ―dijo Zoe, inclinando su cabeza hacia Max―. Debemos caminar. Podemos repasar nuestra sección de nuevo, lentamente. Dar vueltas alrededor.

Haciendo alguna pausas para hacer menos obvio que estaban buscando activamente en el estacionamiento, Zoe caminó con Max por las filas de los coches, todo el tiempo alerta. La oscuridad de la noche ya estaba cayendo, los coches llegaban con los faros encendidos. Cada vez era más difícil poder distinguir los detalles de los coches, y ver las matrículas, cada vez era más difícil hacer algo.

Zoe admitió la derrota cuando llegaron a la entrada de la carretera durante su lento movimiento por las filas, y se detuvo cerca, apoyándose en la valla para ver pasar los vehículos. Cada vez que veía algo que podía ser el vehículo que buscaban, su ritmo cardíaco se disparaba y sus ojos se ponían a pensar en las comparaciones. El ancho de los neumáticos, la longitud del vehículo, la edad probable del conductor, la altura, todo desfilaba por su mente. Pero cada vez, el coche seguía de largo, o lo conducía una mujer con sus hijos en el asiento trasero, y no podía ser lo que estaban buscando.

Las horas pasaron. Era una sensación extraña, estar de pie y mirar casi en silencio durante tanto tiempo, mientras que a poca distancia no se podía ignorar el alboroto de la gente divirtiéndose. Los niños gritaban y reían, los juegos de feria hacían sonar música alegre para atraer a la gente, y otros se aglomeraban desde o hacia sus coches mientras hablaban en voz alta. Los que tenían niños más pequeños comenzaron a irse al percibir que ya se estaba haciendo tarde para ellos. Luego los niños más mayores, y luego cualquiera, a medida que la hora de cierre se acercaba más y más.

Zoe vio cómo el estacionamiento empezaba a vaciarse, reduciendo sus opciones. El coche todavía no había aparecido. Si lo hiciera ahora, lo detectarían fácilmente. Zoe podía sentirlo ahí fuera, acercándose. Tenía que estar acercándose.

Comprobó su reloj y vio que eran más de las once. Ningún recién llegado debería entrar ahora. ¿Pero dónde estaba?

La respuesta tenía que estar en algún lugar cercano. No había forma de que él se perdiera esta oportunidad. El patrón exigía una muerte en este lugar, y él haría lo que el patrón requiriera. Zoe lo sabía… podía sentirlo en su interior. A menos que él mismo estuviera muerto, no se detendría.

Entonces, ¿dónde estaba?

Una cosquilleo recorría sus brazos. En el lado más alejado del estacionamiento, un auto se movió, revelando algo detrás.

–¿Qué es eso de ahí? —preguntó, haciendo un gesto con su cabeza hacia esa dirección en lugar de apuntar.

Max miró, entrecerrando los ojos intentando ver a través de la oscuridad.

–Parece que algunas de las vallas fueron derribadas. Alguien ha pasado por ahí y se ha estacionado en el césped.

Zoe se puso en marcha a zancadas, sin esperar a que Max la siguiera.

–¿Alguien lo comprobó antes?

–No estoy seguro —dijo Max tartamudeando, corriendo para seguirle el paso—. Si estuviera en su sección deberían haberlo hecho, ¿verdad?

–Pregunta —dijo Zoe, entregándole su radio—. Hay alguien en el coche. Averígualo, y luego sígueme con refuerzos.

Debería haberlo llevado con ella, ese era el protocolo. Pero Zoe nunca estuvo de acuerdo con las simples matemáticas de que dos cabezas eran mejores que una. Trabajaba mejor sola, sin que las suposiciones y cálculos erróneos de alguien más se interpusieran en su camino. Trabajaba mejor sin tener que ver ángulos y trayectorias y preguntarse si su compañero estaba en peligro. Controlar su propia seguridad era mucho más fácil.

El sonido de la voz de Max preguntando a los otros equipos si se habían detenido en el límite de la valla se desvaneció en la distancia detrás de ella mientras Zoe avanzaba cuidadosa y rápidamente. Mantuvo su cabeza apuntando hacia un lado, como si estuviera buscando su coche, pero sus ojos estaban fijos en el vehículo. No había duda de que era un sedán. ¿Pero de qué color era?

Zoe vio a un hombre levantando el capó en un ángulo de setenta grados para mirar dentro. El ángulo de su mirada y la línea recta y tensa de sus hombros le dijeron que tenía problemas con el coche. O por lo menos que fingía tenerlos. En la mente se le apareció rápidamente Ted Bundy. Había todo tipo de formas en que un hombre podía engañar a alguien para que se acercara lo suficiente como para ponerle un alambre de garrote en el cuello, y mostrarse vulnerable precisando ayuda era ciertamente una de ellas.

 

Zoe disminuyó su ritmo, recordando tener en cuenta su propia seguridad. No tenía sentido apresurarse y convertirse ella misma en una víctima. En su mente, dibujó el área que había calculado como el objetivo de su asesino. ¿No estaba este coche aparcado más allá de esos límites? Sospechaba que era más probable que ocurriera dentro del recinto de la feria, no aquí. Sin embargo, si era él, aquí estaba.

Era alto y flaco. Sólo un poco más de un metro ochenta, tenía el peso correcto, que coincidía con las pistas que había visto en las escenas de los crímenes. Zoe lo calculó todo, los números parpadeaban frente a sus ojos mientras se acercaba lentamente. El coche tenía la antigüedad adecuada, la forma y la marca adecuadas. Los neumáticos encajarían con las marcas dejadas, la distancia era correcta entre ellos, el ancho era correcto.

Y al acercarse lo suficiente para ver más claro, estuvo segura: era verde. Un viejo modelo de sedán verde, conducido por un hombre alto y delgado, con placas de otro estado.

Es él.

Zoe miró brevemente atrás buscando a Max, que seguía hablando por radio, pero se movía paso a paso en su dirección. Sin duda dando órdenes para que los demás se acercaran. Los refuerzos llegarían en sólo unos minutos.

Ahora ella estaba lo suficientemente cerca. Lo suficientemente cerca como para ver el color de su camisa y saber que el largo de su cabello era de cinco centímetros, al menos alrededor de la nuca. No se aproximó más. Si se acercaba más, el podría llegar a darse la vuelta y pasar el alambre de garrote alrededor de su cuello y tirar.

Zoe se detuvo y desenfundó su arma. Por un momento no hubo nada más que los ruidos apagados de la feria detrás de ella, el silencio a su alrededor, y el hombre inclinado revisando algo en el motor. No era consciente de que ella estaba allí.

No sería así por mucho tiempo.

–Dese la vuelta y levante las manos ―gritó Zoe, levantando su arma y colocándose en la posición correcta para apuntarle. ―Lentamente.

El hombre se paralizó, con la mano aún dentro del capó del coche. ¿Pensó que ella estaba hablando con otra persona?

–¡FBI! ¡Dese la vuelta y levante las manos!

Esta vez, el mensaje pareció llegarle. Se movió lenta y rígidamente, levantando las manos sólo un poco y comenzando a girar. Su mano derecha estaba apretada alrededor de algo, algo que brillaba con la luz que venía de la feria mientras se giraba, sostenía ese algo a la altura del pecho. No era lo suficientemente alto. No era lo suficientemente seguro. ¿Era un brillo metálico? Ese objeto delgado… ¿podría ser un alambre de garrote enlazado en su mano?

–¡Suelte lo que está sosteniendo! ―gritó Zoe, con su corazón latiendo a mil kilómetros por minuto en sus oídos. Sus manos temblaban e intentaba centrarse y mantenerse firme. Ahora no era el momento de estar nerviosa.

Él se sobresaltó ante su voz pero terminó de darse vuelta, el objeto aún estaba en sus manos. Por la forma en que la luz caía, la sombra de la capucha cubría su rostro. Ella no podía distinguir su expresión ni sus ojos.

–¡Suéltalo! ―gritó de nuevo, tan fuerte como para que no se pudiera confundir.

El hombre pareció considerarlo por un segundo. Su mano se movió, como si estuviera a punto de dejar caer el objeto al suelo.

O para arrojárselo, arremetiendo hacia adelante, y lanzándose al ataque. El dedo de Zoe estaba sobre el gatillo, listo para que él hiciera su movimiento. Todo se ralentizó, sucediendo en cámara lenta, parecieron pasar años en un solo suspiro mientras ella reaccionaba a su repentino cambio de postura. Los músculos se tensaron, se activaron, y él se alejó de ella en lugar de acercarse.

La fracción de segundo de alivio se convirtió en alarma cuando Zoe reconoció que él estaba corriendo, tratando de escaparse.

Él no podía escapar.

Apretó el gatillo, confiando en su puntería, esperando haber adivinado la trayectoria de su cuerpo correctamente. Hubo un destello de luz y sintió el ruido del arma, y un retroceso que le llevo ligeramente las manos hacia atrás aunque estaba acostumbrada a ello. Zoe trató de volver a apuntarle de nuevo, al igual que practicó cada vez que necesitaba repasar en el campo de tiro, para volver a apuntar el arma enfocándose antes de que pudiera distraerse con cualquier otra cosa.

Él estaba en el suelo, gritando, agarrándose de la pierna. Su puntería fue buena.

Detrás de ella, Zoe podía oír el estruendo de las pisadas mientras los oficiales se aproximaban corriendo. Ella se acercó a su objetivo con cautela, manteniendo el arma apuntándole, asegurándose de que el ángulo y la trayectoria fuera siempre precisos incluso al acercarse.

–Está bajo arresto por sospecha de asesinato ―dijo Zoe, leyéndole sus derechos mientras esperaba que Shelley pasara por delante de ella y le pusiera un par de esposas en las muñecas. Él no intentó moverse ni correr, aunque jadeó de dolor e intentó mantener sus manos sobre la herida.

Y cuando Shelley terminó de cerrar las esposas, Zoe miró al suelo y vio el objeto que había estado sujetando, el que había captado la luz y su atención.

Era la varilla de aceite de su coche.

No.

Zoe se dio la vuelta inmediatamente, dejando caer el ángulo de su arma para apuntar al suelo mientras miraba impotente en todas las direcciones. Sus ojos se fijaron en la multitud que se amontonaba rápidamente, manteniendo una distancia respetuosa del origen de los disparos pero queriendo ver lo que era de todos modos. Caras curiosas de familias y parejas, adolescentes con sus amigos, abuelos. Toda la atención estaba sobre su parte del estacionamiento.

Su identidad había sido descubierta. Si Zoe había atrapado al tipo equivocado, ahora nunca encontrarían al correcto. Se habría ido hace mucho tiempo.

El arresto se hizo, y era todo lo que podían hacer en el momento. Zoe volvió a prestarle atención al sospechoso mientras Shelley le ayudaba a entrar en la parte trasera de un coche patrulla que había llegado a toda velocidad por la carretera al oír el disparo. Lo tenían en custodia. Sólo tenía que rezar para que hubiera tomado la decisión correcta y que este hombre no fuera tan inofensivo como parecía.

CAPITULO DIECIOCHO

Estaba sentado en su coche, esperando una oportunidad.

La feria de dinosaurios gigantes de Kansas estaba muy concurrida, más de lo que él esperaba. Debía haber algún tipo de evento especial que atraía a mucha gente. Era otro ejemplo de que el patrón le facilitaba todo, despejando su camino.

Sin embargo, tenía que ser cauteloso. La noche había caído, y habían pasado horas mientras estaba sentado en el asiento del conductor, ocasionalmente moviendo la espalda para evitar ponerse demasiado rígido. Cuando la feria estaba en su apogeo, era demasiado arriesgado intentar un ataque. Podrían verlo.

Además de eso, las luces de la feria eran brillantes, e incluso proyectaban algo de su brillo hasta allí. Estaría más cómodo cazando en las sombras, encontrando a alguien que no sería visto hasta que los transeúntes estuvieran demasiado cerca.

Había un punto en el extremo del estacionamiento donde la valla se había roto, tal vez había sido embestida por un visitante que había olvidado que su coche había quedado en reversa. Por allí, la gente había empezado a conducir sus vehículos hacia el césped, aprovechando el espacio extra para apretujarse. Fue aquí donde mantuvo una cuidadosa vigilancia. Estaba suficientemente dentro de las sombras como para poder tener una oportunidad.

Aun así, fue una larga espera. El flujo de coches en el estacionamiento disminuyó y luego comenzó a descender, la gente comenzaba a irse con sus familias. Ahora se estaba poniendo nervioso. El equilibrio debía ser correcto. Si el estacionamiento se vaciaba demasiado, estaría atrapado. Tenía que actuar de tal manera que nadie lo percibiera.

Un hombre entró en su coche más allá de la valla, un sedán verde aparcado justo más allá del límite real. Intentó encender el motor un par de veces, pero solo se escuchó un ruido áspero que cortaba el ruido distante de la feria.

El observador se movió en su asiento, inclinándose para poder ver mejor, mientras el hombre se bajaba de su sedán verde y levantaba el capó. Aquí había potencial. Distraído como estaba, nunca notaría al observador acercándose a él. Incluso si lo hacía, podía tratarse de un buen samaritano, que viniera a ayudarlo con el coche.

Su mano estaba apoyada en la manija de la puerta del auto, a punto de salir sigilosamente y hacer su acercamiento, cuando una mujer se hizo visible.

El observador dejó que sus músculos se relajaran inmediatamente. No había forma de que pudiera acercarse al hombre del coche ahora que alguien más había aparecido. Con algo de suerte, ella se metería en su propio coche y se alejaría antes de que el motor del hombre volviera a funcionar. Entonces él podría volver a sus andanzas.

Pensándolo bien, la mujer habría sido una mejor opción. Ella era más pequeña y delgada, mientras que el hombre intentando arreglar su motor era alto. Sería mucho más fácil ponerle el alambre alrededor del cuello a ella. Pero la vio disminuyendo la velocidad, deteniéndose a unos pocos pasos de distancia. Esto podría ser interesante. Tal vez podría haber una manera en que pudiera atraerla para que se internara más profundamente entre las filas de autos, hacia el borde del estacionamiento, lejos del testigo potencial que pasaría a ser el hombre.

Pero espera… ¿qué tenía en la mano?

–Dese la vuelta y levante las manos. Lentamente.

El observador se congeló, sus ojos se abrieron de par en par. Una pistola. Era una pistola.

–¡FBI! ¡Dese la vuelta y levante las manos!

¡No! ¿La policía estaba aquí?

El observador vio con creciente pánico cómo ella le ordenaba al hombre que dejara caer lo que tenía en la mano una vez, y luego otra. Su mente se aceleró. Y al mirar con detenimiento, percibió que el hombre conducía un coche similar al suyo, sólo que el de él era verde en lugar de rojo, pero era igual al suyo en todos los otros detalles. ¿Podría ser que lo supieran?

¿Podrían estar ya estar tras su rastro?

Se escuchó un disparo, fuerte y sorprendentemente cerca, y el hombre cayó al suelo, fuera de la línea de visión del observador. ¿Lo había matado? ¿Le había disparado justo ahí, en el acto?

Sólo había una cosa en la mente del observador, y era escapar. Ese podría haber sido él, tirado en el suelo, desangrándose. En agonía. El patrón nunca se completaría si recibía un disparo del FBI.

No, tenía que salir de aquí y tenía que hacerlo ahora mismo. Otras personas se acercaron corriendo, vestidas como civiles pero llevaban radios y armas mientras corrían, tenían que ser policías. Tal vez todo un equipo del FBI. La idea de que enviaran a tanta gente tras él era un poco arrogante, pero podía pensar en ello más tarde. En este momento, sólo tenía que asegurarse de irse antes de que se dieran cuenta de que le habían disparado al hombre equivocado.

Dio vuelta la llave, el motor comenzó a bramar, y salió disparado de su plaza de estacionamiento. Maldijo y tuvo que dar un volantazo para esquivar a una mujer con un niño pequeño, que iban embobados hacia la fuente del disparo con la boca abierta. Este no era el momento de interponerse en su camino. Los habría atropellado a ambos si no estuviera rodeado de más personas, personas que tenían armas, algunos incluso lo miraron brevemente mientras los rodeaba y salía del estacionamiento.

Un chorro de sudor frío bajó por su columna vertebral mientras miraba por el espejo retrovisor una y otra vez, viendo cómo los coches sin distintivos se dirigían al estacionamiento con una determinación que parecía deliberada. Más unidades encubiertas. Pasó a un grupo de coches en el borde de la autopista, los conductores estaban de pie hablando entre ellos. Estaban esperando que les dieran la orden de bloquear la carretera.

Sus dedos estaban apretando tanto el volante que le dolía, e hizo un esfuerzo consciente para relajarlos. Soltó un poco el pedal del acelerador. Ahora no era el momento de ser detenido por exceso de velocidad.

Además, no podía ir muy lejos. El patrón todavía tenía que ser completado. Si se iba y no volvía, lo rompería. No podía permitir que eso sucediera.

Todavía tenía que matar a alguien esta noche.