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La cara de la muerte

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CAPÍTULO VEINTISEIS

―No necesito ir al hospital ―repitió Zoe, por tercera vez.

Se sentó en medio del caos, en la parte trasera de una ambulancia, mientras la policía corría a su alrededor. Ya se habían llevado el cuerpo del asesino a la morgue local para analizarlo para intentar que revelara sus secretos.

–¿Estás segura? ―preguntó Shelley, intercambiando una mirada con el paramédico―. Realmente creo que sería mejor que fueras a que te dieran unos puntos. Ya se ha acabado. Puedes irte.

–No ha terminado ―refutó Zoe, levantando su brazo y sosteniéndolo hacia el paramédico―. Termina de curarme. Todavía tenemos que encontrar a la adolescente.

Shelley suspiró y se cruzó de brazos, pero no se opuso de nuevo cuando el paramédico empezó a enrollar una venda blanca alrededor de la cura rápida que había hecho en el brazo de Zoe.

–Esta es una solución temporal ―advirtió él, terminando lo que estaba haciendo―. Le aconsejo que vaya al hospital para que le den puntos lo antes posible. Y no haga ningún esfuerzo, especialmente no con este brazo. Podría terminar lastimándose aún más.

–Iré en cuanto la encontremos ―dijo Zoe, saltando de la ambulancia y dirigiéndose hacia donde estaba Shelley. Tiró la chaqueta que ahora estaba completamente arruinada por la sangre, agarrando un rompevientos que alguien de la policía estatal le había dado para cubrir su camisa ensangrentada.

Ella se paró junto a Shelley, viendo al equipo de la escena del crimen pulular por todo el restaurante, así como por el coche del asesino en el estacionamiento. El coche era un Ford Taurus rojo, que parecía ser originalmente verde y que luego fue pintado. En el mismo borde del capó, unos pocos trozos de pintura se habían desprendido, revelando el acabado original debajo. Fue aquí donde se veía la carrocería de metal, el trozo que faltaba era el que había aparecido bajo la uña de Rubie.

La actividad se centró en dos cosas. La primera había sido la recolección de rastros de evidencia para respaldar la afirmación de Zoe de defensa propia contra el hombre que seguramente era el asesino en serie, y la otra era la búsqueda de cualquier pista sobre lo que él podría haber hecho con su rehén.

–Él lo terminó.

–¿Qué? ―preguntó Shelley, mirando a Zoe con sorpresa.

–Terminó el patrón. Por eso se veía tan contento mientras moría.

Esa escena se había estado reproduciendo en su mente desde el momento en que le disparó. Ella esperaba que él estuviera desesperado, no sólo por su inminente muerte, sino también por su fracaso. Para el asesino, el patrón era todo. No le habría gustado dejarlo incompleto.

Se había estado riendo porque, para él, todo esto era realmente divertido. El patrón estaba completo, y él mismo era parte de él. Ahora, en un destello de lucidez mientras se desvanecía la niebla del dolor y el shock de su confrontación, comprendió lo que eso significaba. No habría estado feliz de morir si no hubiera terminado todo, incluyendo el último punto de la espiral.

¿Cómo no se había dado cuenta antes? Maldiciendo la pérdida de sangre y la conmoción emocional de matar a un hombre, Zoe sabía que se necesitaba hacer algo, y que debía ser ahora.

–Él llevó a Aisha Sparks a algún lugar ―aseguró Zoe―. La puso en un lugar para que muriera. Y yo sé dónde.

–El último punto de la espiral ―dijo Shelley. Ella no era capaz de ver los patrones como Zoe, pero no era tonta. Entendía el concepto. ―Crees que preparó algo para que ella muriera mañana por la noche.

–Debió saber que nos estábamos acercando. Casi lo atrapamos en la feria, y fue visto por el patrullero, debe haber sabido que era muy probable que ya no tuviera más tiempo.

–Sólo necesitaba una muerte más para completar el patrón. ¿Así que crees que ya está ahí?

Zoe asintió.

–Tenemos que ir a buscarla. Reúne un equipo de la policía estatal y llama al comisario para que envíe hombres allí. Iré a programar el GPS.

Shelley vaciló, mirando el brazo de Zoe.

–Yo conduciré ―le dijo.

Zoe puso los ojos en blanco. Era fácil de aceptarlo si eso significaba que se pondrían en marcha.

–Bien.

Esperó en el asiento del acompañante con una energía inquieta. La chica estaría allí. Zoe había fotografiado los mapas con su celular para que siempre pudieran revisarlos en movimiento, y ellos indicaban una nueva zona para el punto final de la espiral. Con su nuevo y más preciso logaritmo, se había reducido significativamente. Era una zona pequeña: una carretera, una pequeña porción de una línea de ferrocarril y dos casas a cada lado de ella. Cada una de esas casas solo comprendía dentro del mapa sus habitaciones delanteras, la parte trasera y sus jardines no entraban dentro la zona correcta.

Era preciso, pero aun así habría que buscarla. Si ella fuera la que precisaba que alguien muriera, ¿dónde lo dejaría? Ciertamente fuera del alcance de la vista. Un sótano o un ático. En algún lugar donde nadie lo encontrara, y que no levantara sospechas.

Shelley se sentó en el asiento del conductor, señalando con sus manos a un grupo de hombres que se dirigían a los coches patrulla. Encendió el motor, mirando a Zoe.

–¿Qué crees que estamos buscando? ―preguntó Shelley, alejando con calma el coche de la cafetería mientras esquivaba a la gente que iba y venía de los vehículos oficiales.

–Sé tanto como tú ―dejó escapar Zoe con un suspiro―. Me temo que no hay poderes especiales en esta oportunidad. Él necesitaba que ella muriera mañana, así que tenemos al menos hasta el amanecer.

–¿No tenemos hasta después del anochecer?

Zoe se encogió de hombros, sintiendo un puntazo en su brazo mientras lo hacía.

–Sólo sabemos que atacó de noche para evitar levantar sospechas. Tal vez nunca se trató sobre la hora del día. O tal vez sí. No lo sé con seguridad, y no podemos preguntarle.

Shelley aceleró cuando se alejaron de la escena, y Zoe agarró el cinturón de seguridad, forzándolo a alejarse de su cuello. Luchó contra una oleada de náuseas. Al parecer, su mareo al ir en coche era aún más fuerte luego de haber perdido suficiente sangre para justificar una visita al hospital.

–¿Cómo estás con eso? ―preguntó Shelley. Sus ojos se movieron entre el retrovisor y los espejos laterales y la carretera, comprobando que el resto de su pequeño equipo seguía el ritmo.

–¿Sobre qué?

–Sobre matar a un hombre ―dijo Shelley claramente, y luego se mordió el labio―. Nunca he tenido que disparar mi arma todavía. Y tú lo has hecho dos veces en los últimos dos días.

Zoe suspiró de nuevo, cerrando los ojos momentáneamente. Las náuseas no mejoraban sin ver lo que sucedía.

–Por el momento, estoy bien. Estoy segura de que luego uno de los psicólogos designados por el FBI me dirá lo bien que no estoy.

Shelley se rio de eso en una forma un poco incómoda y culpable.

–No deberías bromear con eso.

–¿Quién dijo que era una broma?

Shelley sonrió, acomodándose un poco en su asiento. Zoe vio cómo sus manos se relajaban en el volante, pasando de una posición rígida y recta a una postura más informal de los codos.

–Aún faltan unas horas para el amanecer. Tenemos una buena oportunidad.

Una buena oportunidad, excepto por el hecho de que estarían buscando en la oscuridad. Zoe sabía que el porcentaje de éxito bajaba en tal situación. Podrían perderse pistas vitales. Aun así, no quería transmitir ese pesimismo.

–Tenemos que encontrar no sólo el lugar donde la escondió, sino el método de asesinato que programó. Tenemos que ser cuidadosas. No hay que andar con rodeos. Puede haber preparado una trampa que la matará cuando la encuentren.

Shelley hizo un ruido comprensivo y dijo―: Espero que no. La pobre chica debe estar aterrorizada. Es sólo una adolescente.

–Puede ser que esté sedada. Tiene que mantenerla en el mismo lugar, sin que pueda escaparse. Él planeó no estar allí cuando ella muriera. Incluso huir del estado por completo habría sido el mejor curso de acción para él.

Shelley se mordió el labio inferior, apenas disminuyendo la velocidad al tomar una curva a alta velocidad.

–Escondida, atrapada, sedada y preparada para morir. ¿Pero cómo?

–Eso es lo que tenemos que averiguar. Y rápido ―dijo Zoe y respiró profundamente, bajando un poco la ventanilla del lado del acompañante para tomar un poco de aire fresco. ―Antes de que su plan funcione.

El viaje estuvo lleno de especulaciones inútiles. Zoe trató de concentrarse en sus pensamientos para ignorar los golpes en su cabeza, el palpitar de su brazo, y la sensación de malestar que la embargaba cada vez que Shelley giraba el volante o pisaba el acelerador.

El lugar no estaba lejos del restaurante, solo les llevó unos treinta y cinco minutos de viaje hasta allí. Pero para Zoe, las agujas del reloj seguían corriendo y podía oír un fuerte tictac en la parte posterior de su cabeza. Ella sabía que todo terminaría al amanecer. La hora que él habría programado para que Aisha Sparks nunca viera otro día.

Los oficiales se reunieron para recibir instrucciones y la mirada de Zoe los analizó a todos ellos. Sus alturas eran variadas, sus pesos estaban dentro de un rango saludable. El tipo de hombres y mujeres que serían capaces de buscar durante horas, con una buena condición física y la capacidad de buscar por doquier. Había muchas posibilidades de que esta fuera una larga noche. Necesitaban lo mejor que el estado podía ofrecer.

Trabajando rápidamente, marcaron los límites del área de búsqueda a pie. Zoe envió la zona del mapa marcada a sus celulares, y establecieron una barricada en cada extremo de su cuadrante con un policía allí controlando. Eso hacía un conteo total de diez personas, incluyendo a Zoe y Shelley. Dos equipos de tres personas para despertar a los residentes de cada casa y revisar cuidadosamente todas sus habitaciones. Dos a cada lado del camino, moviéndose a través de la hierba y la tierra vacía, buscando cualquier señal.

 

Por seguridad, expandieron su área para incluir las habitaciones traseras y los jardines de la casa, así como las casas directamente en su lado norte, si no encontraban nada en las casas marcadas.

Zoe se trasladó con Shelley a la zona sur en el lado este de la carretera, llevando linternas y acercándose mientras caminaban en un patrón de cuadrícula. Arriba, luego a lo largo, luego abajo, luego a lo largo y arriba. Exhaustivamente y despacio. Buscaron tierra removida, objetos que pudieran haber sido desechados por el asesino o por Aisha, cualquier signo de que un intruso hubiera estado aquí.

Zoe vio formaciones de maleza que indicaban la propagación de semillas por el viento, y notó un camino que era un atajo a través de la hierba para llegar hacia la carretera. Vio un balón desinflado que contaba historias de niños locales que jugaban en la zona, pero no había tierra removida. Nadie había dejado caer baratijas o artículos de ropa. No había salpicaduras de sangre roja contra las hojas verdes de la hierba en el haz de luces de la linternas.

Al terminar no había encontrado nada.

Zoe y Shelley esperaron en medio de la calle mientras el equipo de búsqueda del otro lado de la calle se les unía negando con sus cabezas y sus hombros caídos mientras se dirigían a las otras casas.

–Están fuera del alcance ―dijo Zoe, mordiendo su labio.

–Lo sé, pero es mejor comprobarlo ―le dijo Shelley―. Él estaba estresado. Tal vez cometió un error.

Y así despertaron a los sorprendidos propietarios, y los hicieron esperar en sus pijamas tiritando sobre el frío césped mientras buscaban en cada habitación cualquier señal de algo anormal. No había nada en el ático. La casa ni siquiera tenía un sótano. Ninguna puerta o ventana había sido forzada, y nadie tenía relación alguna con el hombre que ahora sabían que era el asesino.

No había señales de ella.

Y cuando los otros equipos terminaron sus búsquedas sin encontrar ni una sola señal de Aisha Sparks, Zoe supo que algo andaba mal.

–Esto no tiene ningún sentido ―dijo, sentándose en el asiento del acompañante para descansar. Podía pensarlo de mil maneras diferentes, pero habían hecho los cálculos correctos. El logaritmo no se veía afectado por el error humano. Había sido correcto en la última ubicación. Y ya sabían que el hombre nunca se habría desviado del patrón, de los cálculos precisos que había utilizado. No podía haberlo hecho. No estaba dentro de su rango de habilidades hacerlo.

A su lado, Shelley se sentó al volante y giró para mirarla.

–Tenemos que pensarlo, Z ―dijo ella―. Nos hemos pasado algo por alto. Ella no está aquí todavía.

–¿Qué fue eso? Repítelo.

–¿Ella no está aquí todavía?

Zoe asintió determinadamente, con su mente acelerada.

–No tiene que estar aquí todavía. Aún no ―dijo mientras comprobaba el reloj del tablero del coche―. Todavía tenemos seis horas hasta el amanecer. No está aquí ahora. Pero lo estará mañana.

–¿Cómo es posible? El asesino está muerto. No puede mover a nadie a ninguna parte.

–Entonces tiene que haber algún tipo de fuerza externa que no hemos considerado todavía.

Shelley hundió su cabeza en sus manos en una muestra momentánea de desesperación, antes de volver a levantar los ojos inyectados en sangre.

–¿Estás segura de que los números son correctos?

Zoe asintió una vez y dijo―: He comprobado todo. Introdujimos los datos correctos, y el mapa lo muestra. Una espiral de Fibonacci perfecta. No hay ningún otro lugar posible.

–Muy bien ―dijo Shelley e hizo una pausa para pensar durante unos minutos más, ambas eran conscientes del implacable e insensible tictac del reloj. ―Tal vez tenga un cómplice. Alguien que le ayudó a llegar hasta aquí.

Zoe lo reflexionó por un momento.

–Pero no había evidencia de otra persona en la escena del crimen.

–Apenas había evidencia de él en las escenas del crimen ―señaló Shelley―. ¿Y si esta persona se quedó en el coche todas las veces? Si sus pies nunca tocaron el suelo, entonces no pudieron dejar huellas. Tal vez es una mujer, alguien que le ayudaría a atraer a sus víctimas.

–Vino solo al restaurante. Y allí era donde necesitaba una fachada más que nunca.

–Porque la persona ya estaba con la adolescente, llevándosela. Escondiéndola. Preparándose para mañana.

Zoe ladeó la cabeza. Tenía que admitir que tenía sentido.

–Sería peculiar que alguien tuviera ese mismo nivel de ilusión por la apofenia. Tengo que admitir que me sorprendería.

–Yo también ―respondió Shelley―. No me gusta la idea de que aparezca algo inesperado en el último minuto, ni mucho menos de lo que nunca hemos tenido ninguna pista. Pero es una posibilidad.

La mente de Zoe ya estaba avanzando hacia otras opciones. La idea de que otras personas estuvieran involucradas abría nuevas posibilidades.

–Quizás su familia puede estar involucrada de alguna manera ―dijo.

–¿Su familia?

–Tal vez él los amenazó. Los obligó a denunciar su desaparición para que busquemos en los lugares equivocados.

–Estoy seguro de que los policías sabían que debían revisar su casa primero ―protestó Shelley.

–Tal vez no, si ya sabían que estábamos tratando con un asesino en serie ―se pausó Zoe, masticando una uña―. Les puede haber dicho que tienen que enviar a Aisha aquí a una hora determinada. Ellos no saben que él está muerto. Ellos siguen adelante.

–¿Con qué los podría amenazar que fuera peor que enviar a su hija sola y vulnerable?

Zoe se encogió de hombros. No tenía respuesta para eso.

–De todos modos, es una idea ―dijo Shelley mientras abría la puerta y salía del coche, inclinándose dentro para hablar―. Quédate sentada aquí y descansa. No deberías estar corriendo así. Hablaré con los policías que entrevistaron a sus padres, y organizaré otro grupo de búsqueda para su casa.

Al menos era algo. Pero también podría ser nada. Zoe se sentó, cerrando los ojos contra los patrones de luces y las voces bajas de afuera, tratando de bloquear todo menos el patrón. Tenía que concentrarse. Tenía que haber algo más, una respuesta a esto. Quedaban seis horas, tal vez menos. Aisha estaba esperando el rescate, tal vez asustada, tal vez sola. Era la última persona a la que podrían salvar. Si no llegaba a salvarla, habrían perdido a todos.

Entonces Zoe pensó en la extensión de hierba junto a las casas. Pensó en la razón por la que habían tenido que buscar en el terreno vacío, y no en más edificaciones. Este era el centro de la ciudad, los urbanizadores deberían haber construido más viviendas allí, a menos que tuvieran una razón muy específica para no hacerlo.

Y tenían una razón para no hacerlo. La vía del tren que corría por el borde inferior de la hierba en el lado oeste, el lado que Zoe y Shelley no habían buscado personalmente. Corría en ángulo con la carretera, atravesando el terreno trazando la ruta más rápida hacia la ciudad más cercana.

Las vías contenían trenes, y los trenes contenían a la gente. Los trenes movían gente y cosas en un horario establecido.

De hecho, era posible saber cuándo pasaría el primer tren por una zona determinada por primera vez en el día.

Y así supo que lo había descifrado.

Zoe salió del coche, casi tropezando con su cinturón de seguridad mientras se enredaba en su brazo dolorido y quedaba colgando por debajo del borde de su asiento. Corrió detrás de Shelley y la alcanzó cuando terminó de hablar con un grupo de oficiales, los cuales estaban ahora alejándose mientras hablaban por celular y radio.

–El horario de los trenes ―dijo, el aire frío convertía sus palabras en una nube blanca.

Shelley le miró desconcertada.

–¿Qué?

Zoe reprimió su exasperación. No era culpa de Shelley que no hubiera estado dentro de la cabeza de Zoe, escuchando mientras lo resolvía todo.

–Necesito el horario de los trenes que pasan por esas vías. Necesitamos saber cuándo llegarán los próximos trenes.

Zoe vio el momento exacto en que Shelley comprendió todo, incluso en la penumbra y el contraste que proporcionaban las linternas a su alrededor en la oscuridad. Shelley buscó a tientas su teléfono y buscó contactos locales antes de hacer una llamada, alejándose del grupo para oírse hablar.

Zoe la vio coger una libreta del bolsillo y apoyarla en el capó de su coche, usando la iluminación de la luz del interior mientras hacía anotaciones. Una, dos, tres, cuatro, un total de siete líneas en el papel. Zoe se acercó sigilosamente, observando con la respiración contenida hasta que Shelley terminó la llamada y levantó la libreta en el aire.

–El primer tren pasa antes del amanecer ―dijo Shelley―. Cuatro de la mañana, un tren de carga. Luego continúan a intervalos de media hora, hasta el primer tren de pasajeros que pasa unos minutos después de las siete de la mañana. He ordenado que detengan todos los trenes que salen de la terminal de trenes y del depósito de pasajeros, pero todavía tenemos que encontrarla.

Zoe lo pensó detenidamente.

–Puedes tachar el tren de pasajeros ―dijo―. Es demasiado arriesgado. No hay manera de que pudiera esconder a Aisha allí, ni ningún método para asesinarla. Esos trenes son revisados y limpiados antes de salir por la mañana. La encontrarían.

Shelley estaba buscando algo más en su teléfono.

–El amanecer es a las 6:52 a.m. de esta mañana.

Zoe levantó la vista y se dirigió a los oficiales que estaban de pie, esperando más instrucciones.

–Verifiquen buscando pistas ―dijo ella―. Dentro de nuestra zona y a nueve metros en cada dirección. Busquen cables, vías rotas, cualquier cosa que pueda perturbar un tren. Tengan cuidado. Podríamos estar tratando con explosivos.

Se separaron y se apresuraron hacia su nueva tarea, teniendo muy presente la urgencia de la situación. Las luces bailaban a través del camino y la hierba, balanceándose arriba y abajo con el movimiento de balanceo de una carrera humana. Se agruparon como luciérnagas, y luego se extendieron mientras los oficiales se movían en una formación de búsqueda estándar, moviéndose a intervalos a través del área en cuestión.

–¿Qué piensas? ―preguntó Shelley. Su colgante brillaba con la luz reflejada por la linterna de Zoe mientras se movía, arrastrándolo de un lado a otro de la cadena alrededor de su cuello. ―¿Él esperaría al amanecer? ¿O lo haría en el primer tren?

Había argumentos para cada uno de ellos. Podría esperar a que fuera oficialmente el amanecer de un nuevo día, rompiendo la oscuridad y asegurándose de que no se cometieran dos asesinatos durante el mismo período de oscuridad. O aprovecharía la primera oportunidad, para asegurarse de reducir la posibilidad de que Aisha fuera encontrada y salvada a tiempo.

Necesitaban más datos.

–¿De dónde proceden los trenes? ―preguntó Zoe, y de repente se le ocurrió una idea―. Tiene que haber ido a la terminal de trenes, haberse infiltrado a bordo, debió preparar algo para mantener a Aisha en su sitio, y luego ir al restaurante.

–Haré algunas llamadas ―dijo Shelley, buscando en su lista de llamadas para encontrar el último número que había marcado. ―Espero que la central de ferrocarriles pueda darme más información, o al menos decirme quién puede.

Zoe miraba las luces de los buscadores en las vías mientras Shelley hablaba por teléfono, de manera muy cortés pero mostrando la urgencia. La piel le picaba por la falta de acción. Se sentía mal dejando pasar las horas de la noche mientras la pobre adolescente los esperaba. Ella quería estar corriendo, cavando, rasgando el suelo alrededor de las vías. Hacer cualquier cosa para asegurarse de que no hubiera nada que interrumpiera el viaje del tren y que pusiera en peligro a Aisha Sparks.

–Ajá… sí, claro… ya veo. Bueno, ¿puede darme su número? Sí, tengo un bolígrafo. De acuerdo… sí…

Las luces de los buscadores se movían más hacia el borde del área que Zoe les había dicho que buscaran. Algunas de ellas habían dejado de moverse por completo, lo que significaba que habían terminado de revisar su área. No parecía que hubieran encontrado nada.

–La buena noticia es que tengo las estaciones de salida de cada una de las rutas ―dijo Shelley, poniendo su celular delante de su cara mientras copiaba otro número de las notas que había escrito―. La mala noticia es que algunos de esos trenes son cargados en un patio de carga externo, para luego ser trasladadas a la estación de salida. Algunos trenes ya fueron cargados anoche y trasladados para esperar el comienzo del día. Necesito llamar a alguien más para averiguar cuál es cuál.

Zoe asintió distraídamente, moviéndose hacia los buscadores unos pocos pasos a la vez. Se sintió desconsolada. ¿Dónde podría ayudar más? ¿En dónde los buscadores ya tenían su terreno cubierto, o aquí, donde sólo Shelley podía hacer las llamadas?

 

Si tan sólo pudiera resolver esto pensando, saber qué tren sería el objetivo sólo con el tiempo. No era suficiente con detenerlos a todos, aunque Shelley ya lo había hecho. Todavía tenían que averiguar dónde estaba Aisha. No podían dejarla allí, encerrada en un compartimento en algún lugar, y esperar que alguien la encontrara tarde o temprano. Había estado fuera durante más de un día. Sólo Dios sabía lo que él le había hecho.

–No me responden ―dijo Shelley, maldiciendo en voz baja y moviendo sus dedos rígidos y fríos sobre la pantalla otra vez―. Intentaré otra vez. En medio de la maldita noche. Nadie está en sus escritorios.

Zoe se alejó.

–Iré a ayudar a comprobar las vías ―dijo, ya había decidido que hacer algo era mejor que quedarse quieta.

Se unió a la cuadrícula de buscadores, volviendo sobre el terreno que ya había sido revisado para ser más minuciosa. Aunque las vías eran uniformes, cada carril estaba a una distancia determinada, con tablas a intervalos fijos entre ellas, tuercas y pernos y todo lo demás dispuesto en un patrón predeterminado, su entorno era todo lo contrario. Trozos de roca y penachos de hierba, el diminuto esqueleto de un pájaro, objetos de basura que habían volado por el terreno vacío. Eso hacía que la búsqueda fuera más difícil, tratando de encontrar una irregularidad en un campo de irregularidades. Muchos patrones se superponían uno sobre otro.

Pasaron cuarenta minutos antes de que Zoe estuviera segura de que habían buscado las vías tan a fondo como podían. Miró hacia arriba y vio a Shelley sentada dentro del coche con la luz encendida, todavía con su teléfono pegado a su oreja. Eso quería decir que ella tampoco había tenido suerte con eso.

Zoe caminaba, marcando distancias con sus pies como una forma de distraerse. Había mucha energía acumulada dentro de ella esperando por salir. Ella quería y necesitaba hacer algo. Los oficiales se reunieron en grupos en la hierba, todos ellos observados por los cautelosos propietarios que estaban ahora en sus ventanas.

No había nada en las vías. Nada que hubiera pudiera matar a Aisha. Entonces, ¿cómo lo haría?

El tren. Tenía que haber algo en el propio tren.

Zoe se acercó al coche justo a tiempo para oír a Shelley gritar de forma inusual―: ¡Entonces despiértelo!

Shelley estaba pellizcando el puente de su nariz, frunciendo el ceño con fuerza. Se quitó el celular de la oreja y golpeó la pantalla, terminando así otra llamada.

–¿Nada? ―preguntó Zoe.

–Estoy tratando de encontrar al hombre que tiene todas las respuestas ―dijo Shelley, sacudiendo la cabeza―. Tenemos que esperar a que alguien lo despierte.

Zoe estaba a punto de comentar lo ridícula que era esta situación cuando el celular de Shelley sonó y ella lo cogió.

–¿Hola? Sí, con ella habla… sí… ¿y dónde es eso? ―dijo Shelley mientras hacía anotaciones en su libreta, garabateando direcciones junto a los horarios. Se las mostró a Zoe, era la ubicación de cada uno de los trenes que iban a pasar por la zona.

Varios de ellos se encontraban en una terminal ferroviaria a tres horas de distancia, listos para partir para llegar aquí a la hora prevista. El que estaba más cerca era el primero del día, el que estaba programado para alrededor de las cuatro de la mañana cuando los rieles comenzaran a funcionar de nuevo.

Un viaje de veinte minutos, y poco menos de tres horas antes de que saliera de la estación de tren.

Zoe agarró rápidamente la libreta, y Shelley empezó a dar órdenes por teléfono.

–¿Hay alguien allí ahora? ¿Está cerrado con llave? Bien, consíguenos a la persona con la llave. ¿La tienes? Excelente. Encuéntranos allí. Entra y empieza a buscar tan pronto como llegues. Estamos buscando a una adolescente. Pero tengan cuidado. Miren a través de las ventanas, no abran las puertas del coche. Tenemos razones para creer que puede haber trampas en el lugar.

–Nos marchamox ―gritó Zoe, llamando la atención de los oficiales―. Ustedes seis, quédense aquí para ocuparse del control de carretera y vigilen esta área en caso de que no la encontremos. El resto de ustedes, suban a sus coches y sígannos.