Si Ella Viera

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CAPÍTULO DOS

Kate pasó la siguiente hora, minutos más minutos menos, arreglando la casa, aunque ya lo había hecho antes de salir de compras. La hacía sentirse mal el estar tan ansiosa porque Michelle viniera a su casa. Melissa había vivido en esa casa en sus años de secundaria, así que cuando venía de visita (lo cual no era con la suficiente frecuencia en opinión de Kate), Kate no sentía la necesidad de que el lugar estuviera inmaculado. Así que, ¿por qué estaba tan preocupada sobre cómo luciría para un bebé de dos meses?

Quizas es una extraña clase de nido hecho por la abuela, pensó, mientras cepillaba el lavabo del baño... un baño que estaba muy consciente que su nieta ni siquiera vería, y mucho menos utilizaría.

Mientras enjuagaba el lavabo, sonó el timbre. Se sintió inundada por una emoción para la que no había estado realmente lista. Sonreía de oreja a oreja cuando acudió a la puerta. Melissa estaba parada al otro lado, llevando a Michelle en su asiento de bebé. Estaba profundamente dormida, y una gruesa frazada envolvía sus pies.

—Hola, mamá —dijo Melissa al tiempo que entraba a la casa. Echó un rápido vistazo en derredor y puso los ojos en blanco—. ¿Qué tanto limpiaste hoy?

—Me acojo a la quinta enmienda —dijo Kate mientras le daba a su hija un abrazo.

Melissa colocó con cuidado el asiento de bebé en el piso y lentamente le quitó el cinturón de seguridad a Michelle. La levantó y se la entregó con delicadeza a Kate. Había pasado casi una semana completa desde que Kate había visitado a Melissa y Terry, pero cuando tomó a Michelle en sus brazos, pareció que había pasado más tiempo.

—¿Que tienen planeado Terry y tú para esta noche? —preguntó Kate.

—No mucho, en realidad —dijo Melissa—, y eso es lo hermoso. Vamos a cenar y beberemos unas copas. Quizás vayamos a bailar. Además, cambiamos de idea acerca de pedirte que la cuidaras toda la noche, porque nos dimos cuenta de que no estamos suficientemente listos para eso. Un sueño ininterrumpido es muy necesario, pero no puedo alejarme de ella por tanto tiempo.

—Oh, creo que puedo comprender eso —dijo Kate—. Ustedes salgan y diviértanse.

Melissa se descolgó la pañalera que llevaba en el hombro y la colocó junto al asiento de bebé. —Todo lo que necesitas está aquí adentro. Ella querrá comer como en una hora, y podría luego resistirse a dormir. Terry cree que es algo lindo, pero yo creo que es una cosa del demonio. Si tiene gases, hay unas gotas para eso en el bolsillo trasero y...

—Lissa… estaremos bien. Yo he criado una hija, como debes saber. Tú resultaste muy buena, también.

Melissa sonrió y sorprendió a Kate dándole un pequeño beso en la mejilla. —Gracias, mamá. La recogeré como a las once. ¿Es demasiado tarde?

—No, está bien.

Melissa le echó una última mirada a su bebé, una mirada que inflamó el corazón de Kate. Podía recordar ser una madre y tener esa sensación íntima de que se llenaba de amor —un amor que se traducía en una firme voluntad de hacer lo que fuera para asegurar que este ser humano que habías creado estaría a salvo.

—Si necesitas algo, llámame —dijo Melissa, aunque seguía mirando a Michelle y no a Kate.

—Lo haré. Ahora ve. Diviértete.

Melissa por fin se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Mientras la cerraba, la pequeña Michelle se despertó en los brazos de Kate. Le mostró a su abuela una pequeña y somnolienta sonrisa, y dejó escapar un diminuto bostezo.

—¿Y entonces qué hacemos ahora? —preguntó Kate.

La pregunta era dirigida en plan de ruego a Michelle, pero sentía el peso que conllevaba, y que la hacía preguntarse si simplemente estaba haciéndose una pregunta retórica. Su hija era ahora adulta, con una hija propia. Ahora ella se acercaba a los cincuenta y seis con su primera nieta en brazos. Entonces… ¿qué hacemos ahora?

Pensó en ese impulso de regresar a trabajar de cualquier manera y, quizás por vez primera, se sintió pequeña.

Más pequeña incluso que la bebita que sostenía en sus brazos.

***

A las ocho en punto de esa noche, Kate se preguntaba si Melissa y Terry simplemente se las habían arreglado para crear a la bebé más tranquila que había registrado la historia. Ni una vez lloró Michelle y ni siquiera se agitó. Sencillamente le contentaba que la cargaran. Al cabo de dos horas en los brazos de Kate, Michelle cabeceó hasta quedarse dormida. Kate colocó cuidadosamente a Michelle en el centro de su cama tamaño queen y luego, por un momento se quedó de pie en el umbral para ver dormir a su nieta.

No estaba segura de por cuánto tiempo había estado allí de pie cuando a sus espaldas el teléfono emitió un zumbido desde la mesa de la cocina. Tuvo que despegar sus ojos de Michelle, pero se las arregló para llegar al teléfono en segundos. El único zumbido significaba que era un texto en lugar de una llamada y no le sorprendió para nada que fuera Melissa.

¿Cómo se está comportando? —preguntó Melissa.

Sin poder resistirse, Kate sonrió y respondió: Solo dejé que tomara tres cervezas. Salió en motocicleta con un chico hace como una hora. Le dije que regresara a las 11.

La respuesta vino con rapidez: Oh, eso no es para nada gracioso.

El toma y daca en forma de bromas la puso casi tan feliz como la vista de la bebé durmiendo en su habitación. Después que su padre falleció, Melissa se había vuelto retraida —en especial hacia Kate. Le había echado la culpa al trabajo de Kate por la muerte de su padre y aunque más adelante en la vida había llegado a comprender que ese no era el caso, había ocasiones en las que Kate sentía que Melissa todavía resentía el tiempo que ella había pasado en el Buró tras su fallecimiento. Curiosamente, sin embargo, Melissa había mostrado cierto interés en hacer una carrera en el FBI… a pesar de la actitud menos que positiva hacia los eventos del año anterior que se relacionaban con el retiro interrumpido de su madre.

Todavía sonriendo, Kate se llevó su teléfono al dormitorio y le tomó una foto a Michelle. Se la envió a Melissa y entonces, después de pensarlo, se la envió también a Allen, solo que con un mensaje: ¡De fiesta!

Se descubrió deseando que él estuviera allí con ella. Hallaba que últimamente sentía esto con bastante frecuencia. No era tan ingenua como para pensar que lo amaba, pero podía verse enamorándose de él si las cosas seguían como iban. Lo extrañaba cuando no estaba cerca y siempre que la besaba, la hacía sentir veinte años más joven.

Se encontraba sonriendo todavía cuando Allen respondió con una imagen suya. Era una selfie de él con dos hombres más jóvenes que se veían exactamente como él —sus hijos, probablemente.

Mientras estudiaba la imagen, sonó su teléfono. El nombre que aparecía en pantalla le produjo una marejada de emociones que fue incapaz de contener.

El Subdirector Vince Durán la estaba llamando. Esto por sí solo habría causado una excitación, pero el hecho de que fuera un viernes después de las ocho de la noche disparó las alarmas en su cabeza —alarmas cuyo sonido ella disfrutaba.

Aguardó un momento, contemplando todavía a la pequeña Michelle, y entonces contestó —Habla Kate Wise —dijo, controlando su emoción.

—Wise, es Durán. ¿Es mal momento?

—No es el mejor en términos absolutos, pero está bien —contestó—. ¿Está todo bien?

—Depende. Estoy llamando para ver si estás interesada en tomar un caso.

—¿Estamos hablando de un caso no resuelto como los que hemos estado revisando?

—No. Este... bueno, suena y se parece a uno que resolviste relativamente rápido por allá en el noventa y seis. Hasta ahora, tenemos cuatro cuerpos en dos sitios distintos en Whip Springs, Virginia. Parece como que los asesinatos ocurrieron con no más de dos días de por medio. Ahora mismo, la Policía Estatal de Virginia está a cargo de la escena, pero he hablado con ellos. Si quieres el caso, es tuyo. Pero tienes que ir ya.

—No creo que pueda —dijo—. Tengo un compromiso que necesito cumplir —mirando a Michelle, esto era fácil de decir. Pero casi cada nervio de su cuerpo se levantaba en contra de sus recién adquiridos instintos de abuela.

—Bueno, escucha los detalles, ¿quieres? Los asesinatos son de parejas casadas, una de poco más de cincuenta, la otra de poco más de sesenta. El más reciente fue el de los de cincuenta y tantos. Su hija descubrió sus cuerpos hoy más temprano, al regresar a casa procedente de la universidad. Los asesinatos tuvieron lugar a cincuenta kilómetros el uno del otro, uno en Whip Springs y el otro justo en las afueras de Roanoke.

—¿Parejas? ¿Hay algún lazo entre ellos aparte de que estaban casados?

—Nada todavía. Pero los cuatro cuerpos tienen múltiples heridas punzopenetrantes. El asesino está empleando un cuchillo. Lo hizo despacio y con método. Por lo que a mí respecta, todo apunta a que otra pareja caerá en unos dos días.

—Sí, suena como un asesino en serie en pleno desarrollo —dijo Kate.

Pensó en el caso de 1996 que Durán había mencionado. Al final, una mujer enloquecida que había estado trabajando como niñera había acabado con las vidas de tres parejas en el término de solo dos días. Resultó que había trabajado para las tres parejas en un período de diez años. Kate capturó a la mujer cuando se encaminaba a asesinar a una cuarta pareja para luego, de acuerdo a su testimonio, darse muerte.

¿En verdad iba a decirle no a esto? Después de la intensa reminiscencia que había tenido hoy, ¿podía realmente dejar pasar otra oportunidad de detener a un asesino?

—¿Cuánto tiempo tengo para pensar en ello? —preguntó.

 

—Te doy una hora. Ni un minuto más. Necesito a alguien en esto ahora. Y pensé que tú y DeMarco podrían trabajar bien en esto. Una hora, Wise… antes, si puedes.

Antes de que pudiera decir okey o gracias, Durán finalizó la llamada. Solía ser cálido y amigable, pero cuando las cosas no resultaban como quería podía ponerse muy irritado.

Tan silenciosamente como pudo, fue hasta la cama y se sentó en el borde. Observó a Michelle dormir, con el suave subir y bajar de su pecho, tan lento y metódico. Podía recordar con claridad a Melissa cuando era así de pequeña y no tenía idea de cómo había pasado el tiempo. Y de allí venía su problema: sentía que se había perdido mucho de su vida como madre y esposa debido a su trabajo, pero aún así tenía un fuerte sentido del deber hacia el mismo. Especialmente cuando sabía que podía estar allí ahora mismo, haciendo su parte para llevar a un asesino ante la justicia.

¿Qué clase de persona sería si rechazaba esta oferta, dejando que Durán escogiera a otro agente que no tendría el mismo conjunto de habilidades que ella?

Pero qué clase de madre y abuela era si tenía que llamar a Melissa, decirle que viniera a recoger a su hija y pusiera término a su velada porque el FBI la había llamado de nuevo?

Kate contempló a Michelle por unos cinco minutos, incluso acostándose junto a ella y colocando su mano sobre el pecho de la bebé solo para sentir su respiración. Y el ver ese pequeño aleteo de vida, de una vida que todavía nada sabía de los males que había en el mundo, facilitó la decisión de Kate.

Frunciendo el ceño por primera vez ese día, Kate levantó el teléfono y llamó a Melissa.

***

Una vez, cuando Melissa tenía dieciséis, metió a un chico en su habitación, tarde en la noche, cuando ya Kate y Michael estaban dormidos. Kate se despertó con un ruido (que más tarde determinó que era como la rodilla de alguien golpeando la pared de la habitación de Melissa) y se levantó para ir a investigar. Al abrir la puerta de su hija y encontrarla con los pechos al aire y un chico en su cama, había sacado a este de la cama y gritado que se largara.

La furia de esa noche en los ojos de Melissa era poca cosa, comparada con lo que Kate vio en la actitud de su hija mientras aseguraba a Michelle en el asiento de bebé a las 9:30—poco más de una hora después que Durán la había llamado con respecto al caso de Roanoke.

—Esto no sirvió para nada, mamá —dijo.

—Lissa, lo siento tanto. ¿Pero qué diablos se suponía que debía hacer?

—Bueno, a mi entender, la gente permanece retirada una vez que se ha retirado. ¡Quizás deberías intentarlo!

—No es tan fácil —replicó Kate.

—Oh, lo sé, mamá —dijo Melissa—. Eso nunca lo fue contigo.

—Eso no es justo...

—Y no creo que esté molesta porque cortaste una noche de relax. Eso no me importa. No soy así de egoísta. A diferencia de algunos, estoy molesta porque tu trabajo —que se supone habías dejado hace más de un año, piensa en ello— continúa pesando más que tu familia. Incluso después de tantas cosas... después de Papá...

—Lissa, no nos hagamos esto.

Melissa levantó el asiento de bebé con una delicadeza ausente en su voz y en la rigidez de su postura.

—Estoy de acuerdo —replicó Melissa—. No nos lo hagamos.

Y diciendo eso, salió por el frente, dando un portazo.

Kate alargó la mano al picaporte pero se detuvo. ¿Qué iba a hacer? ¿Iba a continuar la discusión afuera, en el patio? Además, conocía bien a Melissa. Al cabo de unos días se habría tranquilizado y de hecho escucharía el otro lado de la historia. Aceptaría incluso las disculpas de su madre.

Kate se sintió como una traidora al tomar su teléfono. Al llamar a Durán, este le informó que había anticipado que ella se presentaría de todas formas. De momento, tenía a alguien de la Policía Estatal de Virginia asignado para encontrarse con ella y DeMarco a las 4:30 de la mañana, en Whip Springs. En cuanto a DeMarco, había salido de Washington hacía media hora en un auto de la agencia. Llegaría a casa de Kate hacia la medianoche. Kate se dio cuenta de que pudo haberse quedado con Michelle hasta la hora de las once en punto originalmente planeada, y haber evitado la confrontación con Melissa. Pero no podía detenerse en eso ahora.

Lo repentino de todo había tomado a Kate algo desprevenida. Incluso aunque el último caso que había tomado pareció haber salido de la nada, al menos había tenido una especie de estructura estable. Pero había pasado tiempo desde que le habían asignado un caso a una hora como esa. Era intimidante pero también estaba muy excitada —tanto, como para ser capaz de poner en el fondo de su mente la cólera de Melissa.

Con todo, mientras arreglaba un bolso esperando que llegara DeMarco, un pensamiento la atravesó. Y es eso mismo —tu capacidad para hacer a un lado todo en aras del trabajo —lo que causaba tantos problemas entre ustedes dos en primer lugar.

Pero ese pensamiento fue hecho a un lado con facilidad.

CAPÍTULO TRES

Una de las muchas cosas que Kate había aprendido con respecto a DeMarco, en el transcurso del último caso, era que ella era puntual. Era un rasgo que recordó al escuchar que tocaban la puerta a las 12:10.

No recuerdo la última vez que recibí una visita tan tarde, pensó. ¿Sería en la universidad, quizás?

Camino hacia la puerta, llevando consigo su único bolso empacado. Pero cuando abrió la puerta, vio que DeMarco no tenía intención de salir corriendo a la escena del crimen.

—A riesgo de parecer grosera, realmente necesito usar tu baño —dijo DeMarco—. Beberme dos Coca-Colas para mantenerme despierta fue una mala idea.

Kate sonrió y se hizo a un lado para dejar entrar a DeMarco. Dada la velocidad y urgencia que Durán le había comunicado con sus llamadas telefónicas, la brusquedad de DeMarco era la clase de inesperada salida cómica que necesitaba. La hacía también sentir confortable el saber que incluso después de casi dos meses sin verse, ella y DeMarco retomaban el mismo nivel de cómoda confianza que habían compartido antes de separarse al término de su último caso.

DeMarco salió del baño unos minutos después con una sonrisa de embarazo en su rostro.

—Y buenos días para ti —dijo Kate. Quizás fue por la ingesta de caféína, pero DeMarco no se veía para nada cansada, aparentemente no la perturbaba lo temprano de la hora.

DeMarco miró su reloj y asintió. —Sí, supongo que es de día.

—¿Cuándo te llamaron? —preguntó Kate.

—Alrededor de las ocho o las nueve, supongo. Hubiera partido más temprano, pero Durán quería estar cien por ciento seguro de que vinieras a bordo.

—Lo siento —dijo Kate—. Estaba cuidando a mi nieta por primera vez.

—Oh no. Wise… qué mal. Siento que esto lo esté fastidiando.

Kate se encogió de hombros e hizo un gesto con la mano. —Todo está bien. ¿Estás lista para arrancar?

—Sí. Recibí varias llamadas en el camino mientras esto era manejado por los chicos allá en Washington. Tenemos programada una reunión con uno de los hombres del Departamento de la Policía Estatal de Virginia, a las cuatro y treinta en la residencia Nash.

—¿La residencia Nash? —preguntó Kate.

—La última pareja en ser asesinada.

Se encaminaron a la puerta principal. Ya de salida, Kate apagó las luces de la sala y tomó su bolso. Estaba excitada con lo que podría esperarles más adelante, pero también sintió que estaba dejando su casa de una manera más bien alocada. Después de todo, solo hacía unas horas, su nieta de dos meses dormitaba en su cama. Y ahora aquí estaba ella, a punto de dirigirse a una escena del crimen.

Vio el sedán del Buró aparcado delante de su casa, a lo largo del borde de la acera. Parecía irreal, pero al mismo tiempo tentador.

—¿Quieres conducir? —preguntó DeMarco.

—Seguro —dijo Kate, preguntándose si la agente más joven le estaba haciendo esa oferta como una muestra de respeto, o simplemente porque quería tomar un descanso después de haber conducido.

Kate se puso detrás del volante mientras DeMarco buscaba la ruta para llegar a la localidad del asesinato más reciente. Era en el pueblo de Whip Springs, Virginia, una minúscula población al pie de las Montañas Azules, justo en las afueras de Roanoke. Charlaron un rato de sus cosas —Kate contándole a DeMarco lo que se sentía al ser abuela, mientras DeMarco permanecía mayormente en silencio, mencionando solo otra relación fallida luego que su compañera la había dejado. Esto resultó una sorpresa, porque Kate no había etiquetado a DeMarco como lesbiana. En todo caso, demostraba que realmente necesitaba conocer a la mujer que era más o menos su pareja. Lo de la puntualidad lo había captado. Lo de la homosexualidad, se le había escapado. ¿Qué diablos decía eso acerca de ella como pareja?

Al acercarse a la escena de crimen, DeMarco repasó los reportes relativos al caso que Durán les había enviado. Mientras ella los leía, Kate se mantenía atenta al despunte del sol en el horizonte, pero nada se vislumbraba.

—Dos parejas de edad —dijo DeMarco—. Lo siento… una llegando a los sesenta… sin ofender.

—Nada de eso —dijo Kate, sin saber si esto era un extraño intento de parte de DeMarco para decir algo con humor.

—A primera vista, no parecen tener nada en común, aparte de la localización. La primera escena estaba justo en el corazón de Roanoke, y esta, la más reciente, estaba a no más de cincuenta kilómetros de distancia, en Whip Springs. No parecían haber señales de que el marido o la esposa fueran los objetivos preliminares. Cada asesinato fue horripilante y con algo de ensañamiento, indicando que el asesino lo disfruta.

—Y eso por lo general apunta a los que sienten que han sido perjudicados de alguna manera por las víctimas —señaló Kate—. Eso o un retorcido deseo psicológico de sangre y violencia.

—Las víctimas más recientes, los Nash, habían estado casados por veinticuatro años. Tienen dos hijos, uno que vive en San Diego y otra que en la actualidad estudia en la UVA. Ella es la que descubrió los cuerpos cuando vino ayer a casa.

—¿Que hay de la otra pareja? —preguntó Kate— ¿Tienen hijos?

—No, de acuerdo a los reportes.

Kate meditó en torno a todo esto y por razones que no pudo determinar, se encontró pensando en la pequeña niña con la se había topado en la calle el día anterior. O más bien, el recuerdo que esa pequeña niña había hecho aflorar en su mente.

Cuando llegaron a la residencia Nash, el horizonte finalmente había empezado a iluminarse con la luz de un sol que nacía pero todavía estaba ausente. Se filtraba por entre la arboleda que rodeaba la mayor parte del patio de los Nash. Bajo esa luz, pudieron ver un único auto aparcado delante de la casa. Un hombre se hallaba recostado del capó, fumando un cigarrillo y sosteniendo una taza de café.

—¿Son ustedes Wise y DeMarco? —preguntó el hombre.

—Lo somos —dijo Kate, adelantándose y mostrando su identificación—. ¿Quién eres tú?

—Palmetto, del Departamento de la Policía Estatal de Virginia. Criminalística. Hace unas horas recibí una llamada en la que me dijeron que ustedes dos se harían cargo del caso. Supuse que bien podía estar aquí para pasarles lo que tengo. Que, en todo caso, no es mucho.

Palmetto le dio una última chupada a su cigarrillo y lo echó al suelo, apagándolo con su pie. —Los cuerpos obviamente han sido movidos y por doquier había muy poca evidencia. Pero entren de todas formas. Es... revelador.

Palmetto hablaba con el tono ausente de emoción de un hombre que ha estado haciendo esto por un buen tiempo. Las llevó por el sendero de la casa que llevaba al porche. Cuando abrió la puerta y las hizo entrar, Kate pudo percibirlo: el olor de una escena de crimen donde mucha sangre había sido derramada. Había algo químico en ello, no solo el olor ferroso de la sangre, sino el reciente trajín y la gente con guantes de goma examinando la escena.

Palmetto encendía cada lámpara a medida que se internaban en la casa —por el vestíbulo, el corredor, y en la sala de recibo. Bajo la brillante luz de las lámparas de techo, Kate vio el primer charco de sangre sobre el piso de madera. Y luego otro y otro.

Palmetto las llevó hasta la parte delantera del sofá, señalando las manchas de sangre como un hombre que simplemente estuviera confirmando el hecho de que el agua es de hecho húmeda.

—Los cuerpos estaban aquí, uno en el sofá y el otro en el piso. Parece que mataron primero a la madre, probablemente con el corte en el cuello, aunque uno pareció aterrizar muy cerca de su corazón, pero desde atrás. Tenemos la teoría de que hubo una lucha con el padre. Hay golpes en sus antebrazos, sangre saliendo de su boca, y la mesa de café había sido ladeada.

 

—¿Alguna idea preliminar sobre cuánto tiempo pasó entre los asesinatos y que la hija los descubrieran? —preguntó Kate.

—No más de un día —contestó Palmetto—, y es más probable que sean entre doce y dieciséis horas. Estoy seguro de que el médico forense tendrá algo un poco más concreto en el transcurso del día de hoy.

—¿Alguna otra cosa a destacar? —preguntó DeMarco.

—Sí, de hecho. Es una pieza de evidencia... una sola pieza —buscó en el bolsillo interno de su delgada chaqueta y sacó una pequeña bolsa de evidencia—. Conserve esto. Pedí permiso, así que no se asusten. Supuse que la querrían. Es la única evidencia que encontramos, pero es bastante desconcertante.

Le extendió la pequeña bolsa transparente a Kate. Ella la tomó y miró el contenido. Hasta donde podía ver, era un simple pedazo de tela, de unos seis por tres pulgadas. Era grueso, de color azul, y de una textura esponjosa. El lado derecho en su totalidad estaba manchado de sangre.

—¿Dónde lo encontraron? —preguntó Kate.

—Dentro de la boca de la madre. Lo empujaron hacia atrás, casi hasta la garganta.

Kate lo levantó para verlo bajo la luz —¿Alguna idea de dónde vino? —preguntó.

—No tengo idea. Parece un retal cualquiera.

Pero Kate no estaba tan segura. De hecho, su intuición de abuela comenzó a ponerse al frente. Esto no era un pedazo de tela al azar. No… era suave, era azul claro, y lucía bastante esponjoso.

Esto era parte de una manta. Quizás de una frazada de seguridad de un niño.

—¿Nos tiene otra evidencia sorpresa? —preguntó DeMarco.

—No, eso está fuera de mi alcance —dijo Palmetto, dirigiéndose ya a la puerta—. Si ustedes señoras necesitan alguna ayuda a partir de ahora, siéntanse libres de hacer una llamada al Departamento de Policía Estatal.

Kate y DeMarco intercambiaron una mirada de enfado a espaldas de él. Sin tener que decir nada, cada una sabía que el término ustedes señoras había molestado a la otra.

—Bueno, eso fue breve —dijo DeMarco, mientras Palmetto se despedía fríamente desde la puerta principal.

—Mejor así —dijo Kate—. De esta forma podemos comenzar a mirar el caso con nuestros propios ojos, sin la influencia de lo que cualquier otro haya encontrado.

—¿Crees que necesitamos hablar ahora con la hija?

—Probablemente. Y luego miraremos la primera escena de crimen y veremos si podemos encontrar algo allí. Esperemos encontrar a alguien un poco más sociable que nuestro amigo Palmetto.

Se dirigieron a la salida, apagando las luces en el camino. Al salir, con el sol asomándose al fin desde el borde del mundo, Kate guardó con cuidado en su bolsillo lo que pensó era un retazo de la frazada de un niño y no pudo evitar pensar en su nieta durmiendo bajo una manta similar.

El caminar hacia el sol no impidió que un escalofrío la recorriera.