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Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1

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CAPÍTULO VEINTE

Martes

De madrugada

Luchando con las ganas de dormir, Keri condujo hasta el Instituto West Venice. Había oído rumores de que había una vigilia. Aparcó cerca de la entrada principal y fue hacia allí. De inmediato los vio. Cerca de cuarenta estudiantes y profesores estaban en el césped junto a los escalones de acceso a la entrada principal, portando velas, cogiéndose de las manos y hablando de Ashley. Algunos conversaban tranquilamente. Otros hablaban con dramatismo frente a las cámaras de los canales locales que habían levantado tienda en el sitio. Unos cuantos oficiales uniformados se hallaban a un lado, recostados sobre el capó de su coche de patrulla, conversando entre ellos.

Keri se movió tan sutilmente como pudo. Estas personas podrían estar dispuestas a hablar, especialmente estando fuera del intimidante confinamiento de una comisaría de policía. Quizás, por medio de conversaciones informales, podía enterarse de algo valioso, que las entrevistas formales podrían pasar por alto.

El profesor de geometría de Ashley en el tercer trimestre, Lex Hartley, un cincuentón panzón y con algo de calvicie, dijo que Ashley era una buena chica, una chica normal, aunque tenía que admitir que sus notas habían bajado últimamente.

–Hábleme de Artie North.

Hartley la miró sorprendido.

–¿Por qué? ¿Está involucrado?

–Solo reviso algunos rumores. ¿Alguna vez ha oído algún rumor acerca de que él estaba extorsionando a Ashley para que tuviera relaciones sexuales con él?

–Por supuesto que no. Conozco a Artie desde hace cinco años. Es un buen tipo, un poco solitario quizás. Pero se toma muy en serio lo de proteger a los chicos.

–Hace un mes más o menos, ¿recibió unos golpes?

–Sí. Tiene un segundo trabajo de seguridad en un depósito de mantenimiento de Metrolink. Un par de indigentes lo atacaron mientras él intentaba sacarlos de las instalaciones.

–¿Eso fue lo que le dijo?

–Sí.

–¿Tenía muchos golpes?

–No lo sé… un ojo morado, un labio hinchado.

En la continua guerra de historias entre Artie North y Walker Lee, Keri se preguntaba si alguna vez sabría la verdad.

Se mezcló con la multitud, recogiendo fragmentos de información de los estudiantes que venían hasta ella.

Una chica llamada Clarice Brown dijo que Ashley había estado aprendiendo a disparar un arma. Dijo que era para protegerse, pero no estaba claro si ella se estaba protegiendo a sí misma o a alguien más. Susurró que Ashley había tomado muchas drogas últimamente. Para conseguir el dinero, había estado sacando las joyas de su madre de la caja fuerte y las había empeñado.

Miranda Sanchez, la chica que originalmente vio a Ashley subirse a la furgoneta, estaba allí también. Dijo que muchas chicas en la escuela eran unas zorras celosas que odiaban a Ashley. Inventaban toda clase de rumores. Nunca sabías qué era verdadero acerca de Ashley o qué era basura totalmente fantasiosa, esparcida por gente que sentía odio hacia los demás. Personalmente, a ella le caía bien Ashley.

Un estudiante de penúltimo año llamado Sean Ringer dijo que Ashley le había dicho hacía un par de semanas que su padre tenía algún problema. Ashley no lo detalló pero parecía sincera cuando lo dijo,  incluso un poco asustada.

Por el rabillo del ojo, Keri captó un repentino movimiento en dirección a ella. Un reportero de KTLA la había identificado y corría hacia ella con un equipo de camarógrafos a remolque. Ella le dio la espalda, se puso una gorra de béisbol que llevaba en el bolsillo para estas situaciones, y rápidamente se coló por entre la multitud, de regreso al coche. Escuchó que por detrás, a unos diez metros, le gritaban una pregunta:

–Detective Locke, ¿es verdad que el FBI se ha hecho cargo de la investigación sobre Ashley Penn?

Continuó moviéndose, sin decir nada, caminando tan rápido como podía sin tener que empezar a correr..

*

Ya en el coche camino de la casa bote, Keri trató de procesar todo lo que le había llegado en esos pocos minutos.

¿Se había hecho cargo el FBI de la investigación? Quería llamar a Hillman pero lo pensó mejor, ya que eran las 3:30 de la mañana.

Intentó separar los hechos de los simples rumores. ¿Había Ashley comprado un arma? ¿Alguien había golpeado realmente a Artie North? ¿Estaba Ashley empeñando joyería? ¿El Senador Penn estaba metido en algún problema?

En lugar de conseguir pistas sólidas, lo único que tenía ahora eran más preguntas y casi ninguna de ellas tenía respuestas fáciles. Se daba cuenta demasiado tarde de que había empeorado las cosas yendo a la escuela. Si se hubiera ido directo a la casa, ahora estaría dormida. En lugar de eso, conducía en mitad de la noche por las calles de Venice, ahora mismo llenas de camellos, prostitutas y sus chulos. Estaba demasiado agotada para que eso le importara.  Además, la cabeza y la costilla todavía le palpitaban de dolor después del altercado con Auggie.

Al aproximarse a Windward Circle, a solo unas manzanas del sitio donde Ashley había desaparecido, los pensamientos de Keri se volvieron hacia Evie. ¿Cómo podía ella ayudar a cualquier chica adolescente si no podía ayudar a su propia hija?

Entonces cayó en la cuenta: la misma Evie era ahora una adolescente. Eso si estaba viva.

«¡Cállate! Ni lo pienses. ¿Cómo te atreves? Ella cuenta contigo para que la encuentres, para que la salves. Si te rindes, ¿cómo supones que continuará teniendo fortaleza? Te encontraré, Evie. ¡Lo haré! No te rindas, cariño. Mami no lo ha hecho. Te amo».

Se obligó a no seguir con eso. No servía de nada. Tenía que concentrarse. Cuando este caso concluyera, podía acercarse a Jackson Cave y encontrar alguna manera de hacer que él le hablara del Coleccionista. Ya no era una profesora universitaria. Ahora tenía todos los recursos del Departamento de Policía de Los Ángeles a su disposición y tenía intención de emplearlos. Encontraría a este Coleccionista, o moriría en el intento.

Y en esas estaba cuando la vio, justo en la esquina de Windward y Main. ¡Era Evie!

Ella había visto suficientes representaciones generadas por ordenador de los cambios físicos a través de los años para reconocer las similitudes. La chica rubia en la esquina con minifalda ajustada tenía la misma estructura ósea y el tono de piel de su hija. Sí, iba demasiado maquillada y la habían obligado a ponerse un top tan mínimo que era ofensivo para una chica de su edad. Pero coincidía.

Keri casi vomitó al ver al hombre blanco, alto y desaliñado que la tenía agarrada por el culo. Pasaba de los cuarenta, del metro noventa y de los ciento diez kilos. Y era a todas luces su chulo.

Keri pisó el frenó a fondo. El Prius derrapó hasta parar cerca del borde de la acera donde estaban ellos. Ella saltó del coche y lo rodeó.

–¡Evie! —gritó.

El hombre alto se adelantó para cerrarle el paso.

Ella intentó apartarlo de un empujón para llegar a su niña, pero él la agarró con rudeza por la muñeca derecha.

–¿Qué crees que estás haciendo, zorra loca?

Keri ni siquiera lo miró. Tenía la mirada puesta exclusivamente en Evie.

–Más te vale quitarme las manos de  encima, Jabba —gruñó ella.

Él le apretó aún más la muñeca.

–Incluso las mujeres de mediana edad no tocan la mercancía sin antes negociar —dijo él.

Keri se dio cuenta de que con él agarrándole la muñeca derecha, no podía acceder a su arma. Tenía suerte. De otra forma ella ya le hubiese disparado.

Ella dejó de tirar y él sin quererlo aflojó la presión. Sabía que no podría librarse pero había logrado que bajara la guardia. Se movió hacia él y le pisó el empeine con el tacón. Él gruñó y se dobló pero no la soltó. Ella se giró y, aprovechando que había bajado la cabeza, lo golpeó con el codo izquierdo. Él la soltó y cayó hacia atrás.

Hubiera sacado su arma pero sentía la muñeca débil y dormida. No estaba segura de si podría sostenerla, mucho menos dispararla. En lugar de ello, avanzó hacia él y le dio una patada, esperando aprovechar su impulso hacia atrás para hacerlo caer al suelo. Hizo buen contacto, pero él se las arregló, mientras caía, para cogerla por el tobillo y tirarla.

Sin subestimarla más, el chulo rodó en el suelo hasta ponerse encima de ella con todo su peso. Presionó sus rodillas sobre las ya tocadas costillas de ella, haciéndola gritar de dolor. Le rodeó el cuello con los brazos. Le brillaban los ojos por la furia y la baba le caía de la boca al pelo de ella.

Keri sentía que solo le quedaban unos segundos de consciencia. Miró a Evie, inmóvil y horrorizada en el borde de la acera. Empezó a nublársele la vista.

«¡No voy a acabar así!»

Keri se forzó a concentrarse en el hombre que estaba encima de ella. Era fuerte pero también muy arrogante.

«Usa esto».

Con un rápido y hábil movimiento, levantó ambas manos al unísono y metió los pulgares en sus ojos totalmente abiertos. Él gritó y la soltó de inmediato. Ella no perdió tiempo en usar entonces toda su fuerza y golpearlo en la nuez. Él se atragantó y tosió. Cuando abrió la boca jadeando, ella le golpeó en el mentón con la mano abierta. Le oyó gritar y supo que se había mordido la lengua.

Ella lo empujó y cayó rodando antes de ponerse de pie. Antes de que pudiera levantarse del todo, lo golpeó en la espalda y él cayó al suelo, sobre su estómago. Se echó sobre él y le puso la rodilla sobre el trasero. Sacó las esposas, lo cogió por un brazo, le esposó una muñeca y luego la otra. Se levantó de nuevo y le puso un pie sobre la nuca.

–No te muevas, imbécil —le dijo—, o tendrás que usar una bolsa de colostomía el resto de tu vida.

Su cuerpo quedó flácido y ella pensaba que él no intentaría pelear más. Se permitió entonces respirar profundamente antes de sacar su radio y pedir refuerzos. Finalmente, volvió a mirar a, que todavía seguía muerta de miedo a la luz  del farol.

 

No fue hasta entonces, con más luz y más de cerca, que se dio cuenta de que no era Evie. De hecho, aparte de ser joven, rubia y blanca, ellas realmente no se parecían mucho.

Keri sentía que las ganas de llorar subían hasta su garganta y se forzó a reprimirlas. Bajó la vista a su radio y fingió manipular uno de los diales, para que la chica que tenía delante no pudiera ver la desolación en sus ojos. Cuando se sintió segura de que podría hablar sin que su voz se quebrara, la miró de nuevo y habló:

–¿Cómo te llamas, cariño?

–Sky.

–No, tu nombre verdadero.

–Se supone que no…

–Dime tu nombre verdadero.

La chica observó al hombre enorme, ahora caído en el suelo, como si esperara que fuese a saltar para agarrarla por el cuello, y entonces dijo:

–Susan.

–¿Cuál es tu apellido, Susan?

–Granger.

–¿Susan Granger?

–Sí.

–¿Qué edad tienes, Susan?

–Catorce años.

–¿Catorce? ¿Te fuiste de tu casa?

Los ojos de la chica se llenaron de lágrimas.

–Sí.

–Bueno, yo y otras personas vamos a ayudarte —dijo Keri. —¿Te gustaría?

La chica vaciló y entonces dijo:

–Sí.

–No tendrás que preocuparte más por este tipo —dijo Keri. —Él ya no te hará daño. ¿Te ha obligado a tener relaciones sexuales con hombres?

La chica asintió.

–¿Te ha hecho consumir drogas?

–Ajá.

–Bueno, eso se acabó —dijo Keri. —Vamos a llevarte a un sitio donde estarás segura, a partir de ahora. ¿Lo comprendes?

–Sí.

–Bien. Confía en mí, ahora estás segura.

Llegaron dos patrullas.

–Los oficiales de uno de estos coches te van a llevar a un sitio donde vas a estar segura por esta noche. Por la mañana te verá un terapeuta. Te voy a dar mi tarjeta y quiero que la uses si tienes alguna pregunta. Estoy buscando a una chica desaparecida que ahora tiene más o menos tu edad. Una vez que la encuentre volveré para asegurarme de que estás bien. ¿De acuerdo, Susan?

La chica asintió y cogió la tarjeta.

Mientras los oficiales se la llevaban, Keri se inclinó hacia el chulo, todavía echado en el suelo, y le susurró:

–Estoy poniendo todo de mi parte para no dispararte en la nuca. ¿Comprendes lo que estoy diciendo?

El hombre torció el cuello, la miró y dijo:

–Que te den.

A pesar de su fatiga, el cuerpo de Keri temblaba de rabia. Se alejó de él sin responder, por miedo de hacer exactamente lo que le había prometido. Los oficiales uniformados se acercaron. Mientras uno de ellos tomaba al maleante para llevarlo al coche, Keri le hablaba al otro.

–Fíchenlo. Asegúrense de que pasen al menos unas pocas horas antes de que haga su llamada. No quiero que logre salir bajo fianza antes de que pongamos en un lugar seguro a la chica. Iré para allá a escribir mi informe cuando haya dormido unas horas.

Vio al otro oficial a punto de bajarle la cabeza al chulo para introducirlo en el asiento trasero del vehículo y dio un paso al frente.

–Déjenme ayudarles con eso —se ofreció, cogiendo al hombre por el pelo y golpeándole la cabeza con un lado del techo—. Oh, lo siento, se me escapó.

Se dirigió hacia su coche, el ruido de sus insultos a lo lejos eran como una dulce música de fondo.

Mientras conducía de regreso a casa, finalmente en dirección a la casa bote, marcó un número al que raramente llamaba.

–Hola —dijo una somnolienta voz femenina.

–Soy Keri Locke. Necesito hablar contigo.

–¿Ahora? Son las cuatro de la mañana.

–Sí.

Una pausa, y después:

–Está bien.

CAPÍTULO VEINTIUNO

Martes

Antes del amanecer

—Me estoy rompiendo—. Ya se había imaginado la decepción que se dibujaría en el rostro de la psiquiatra asignada por el departamento, la Dra. Beverly Blanc.

–¿Y eso por qué?

Keri se lo explicó, dejando que todo saliera a borbotones.

Veía la cara de Evie por todas partes. No podía dejar de pensar en ella. Quizás era porque se cumplirían cinco años la próxima semana. No lo sabía. Lo único que sabía era que estaba pasando con mayor frecuencia desde los primeros seis meses después del secuestro. No había tenido momentos de quedarse en blanco en los últimos seis meses. Pero ahora, en las últimas doce horas, había tenido múltiples episodios. Peor aún, se había vuelto violenta. Golpeó a un chico de secundaria en la cabeza. Tiró un micrófono a la cabeza de otro sujeto. Y se había enfrentado intencionadamente a un traficante de drogas y a un chulo.

Tenía una pista, según la cual, Evie podía haber sido raptada por alguien llamado el Coleccionista. Un abogado local, Jackson Cave, podría saber el nombre verdadero y el paradero del hombre, pero no se lo diría a nadie voluntariamente. Keri no descartaba la idea de poder chantajearlo para forzarlo a hablar.

Además, estaba trabajando en el caso de Ashley Penn.

–Lo sé —dijo la Dra. Blanc—. Te vi en la tele.

Estaba en el caso, luego la quitaron, luego la volvieron a aceptar: ahora mismo no sabía cuál era su estado.

La Dra. Blanc dijo:

–Estás recibiendo más de lo que puedes procesar. Eres como un globo al que le está entrando demasiado aire. Si no paras, vas a explotar. O tienes que dejar el caso de Ashley Penn o poner a Evie en espera. Deja de pensar en ella hasta que el caso se resuelva.

Keri la miró afligida.

–No puedo dejar el caso.

–¿Por qué no?

–Porque si lo hago, y algo termina sucediendo, no podré vivir conmigo misma.

La Dra. Blanc suspiró.

–Entonces tienes que dejar a Evie por ahora. Tienes que dejar la fijación con ella. Y tienes que hacer lo mismo con el Coleccionista.

–Eso es imposible.

–Mira —dijo la Dra. Blanc—, esta es la realidad. Si Evie está muerta…

–¡No lo está!

–De acuerdo, pero si lo está, apartar por un tiempo los pensamientos sobre ella no le va a afectar de ninguna forma. Si ella no está muerta, entonces, probablemente haya encontrado una manera de hacerle frente a su actual vida. El miedo y la desesperación que viste en su cara la última vez que la viste no están ahí ahora.

–Eso no lo sabemos —dijo Keri.

–Sí que lo sabemos —dijo la Dra. Blanc—. Emociones como esa no son sostenibles. Si ella está viva, dondequiera que esté, existen muchas probabilidades de que haya encontrado una manera de funcionar día tras día. Ella tiene alguna clase de rutina. Se ha adaptado a la misma. Apartar al Coleccionista y a este abogado por una o dos semanas no va a cambiar gran cosa para Evie, en el panorama total de su vida.

»De hecho, si te empeñas en perseguir a este sujeto, el Coleccionista, podrías incluso cometer errores en los que no incurrirías más adelante cuando pienses con más claridad. Podría darse cuenta de que vas a por él. Podría desaparecer. Así que, aclara tu mente, deja también al abogado, y ponte a trabajar en el caso de Ashley Penn, si eso es lo que tienes que hacer; luego vuelves a lo de este hombre cuando te sientas bien y puedas ponerle la máxima concentración. ¿Te parece bien?

Keri suspiró.

–Sí.

–También necesitas descansar , Keri. Descansar es extremadamente importante. Ve a casa y duerme al menos ocho horas. Tómatelo como una orden de la doctora.

–Puedo quizás intentarlo por tres hora.

–Te lo compro.

*

Keri fue a casa.

Por esos días, su hogar era una casa bote de veinte años de antigüedad en estado de deterioro, atracada en Marina Bay en Marina del Rey. Más hacia el oeste, la marina mostraba su rostro más fabuloso, con costosos edificios de apartamentos y clubes de yates. Pero la Dársena H, donde Keri vivía, era más para la clase trabajadora. Su morada compartía espacio con botes de pesca industrial y antiguos buques que a duras penas estaban en condiciones de navegar. El propietario anterior lo había llamado Sea Cups, y había pintado un sostén rosa en un lado. No era exactamente el estilo de Keri, pero ella nunca había tenido ni la energía ni el tiempo para borrarlo.

Lo bueno era que tenía electricidad, agua, una pequeña cocina y un retrete, y que no la ataba. Podía dejarlo allí sin pensarlo dos veces e irse a Alaska si su vida daba un giro repentino. Lo malo era que no tenía ducha ni cuarto de lavado. Esas tareas tenían que hacerse en el baño público de la Marina, o en su lugar de trabajo.

Casi no tenía espacio libre. Todas las cosas se estorbaban entre sí. Si querías una cosa, tenías que mover tres. A la gente con casas convencionales, la idea de vivir en una casa bote les podía parecer aventurero o exótico. Para alguien como Keri, que vivía allí día a día, el encanto hacía tiempo que se había esfumado.

Keri entró a la cocina, se sirvió generosamente un whisky escocés y se dirigió a la cubierta. Mientras subía por los peldaños, vio que un portarretrato se había volcado. La casa bote no se mecía mucho, pero había ocasiones en que se movía lo suficiente como para que las cosas se movieran o se cayeran. Puso bien la foto, mirándola sin procesar realmente en su cerebro qué era lo que estaba viendo.

Al cabo de un instante, se dio cuenta de que estaba contemplando lo que alguna vez fue su familia. Era una de esas fotos posando en la playa que se habían hecho como parte de una recogida de fondos en la etapa preescolar, cuando Evie tenía cuatro años. Se habían sentado sobre unas rocas con el mar de fondo. Evie estaba en primer plano con un vestido blanco de verano. Su pelo rubio no el tapaba los ojos gracias a una diadema verde que hacía juego con sus ojos.

Ambos padres estaban sentados detrás de ella. Stephen llevaba unos pantalones color kaki y una camisa blanca de vestir que llevaba por fuera. Keri vestía de manera similar con una holgada blusa blanca y una falda kaki. Stephen tenía una mano sobre el hombro de Evie, mientras que con la otra rodeaba la cintura de Keri. Ese recuerdo de una intimidad al natural pasó fugaz por su mente. Hacía bastante tiempo que nadie la tocaba de esa manera, relajada y cómplice.

Recordó que había sido difícil no entrecerrar los ojos ese día pues la foto había sido tomada por la mañana, y el brillante sol de principios de otoño les caía directamente sobre los ojos. Evie estuvo todo el rato quejándose de eso, pero de alguna manera se las arregló para abrir bien los ojos para esta foto. Keri no pudo evitar sonreír ante ese recuerdo.

Dejó la foto atrás mientras subía por los peldaños hacia la cubierta, para luego acomodarse en una tumbona barata que había comprado de manera impulsiva en Amazon. Cerró los ojos y trató de sentir el movimiento casi imperceptible de la casa bote. La foto vagaba de nuevo por su  mente. La Keri Locke de esa foto no la reconocería ahora.

Había sido tomada casi cuatro años antes de que secuestraran a Evie. Mirando hacia atrás, eso fue lo más cercano a la perfección que llegó a ser la vida de Keri. De alguna manera había sobrevivido a una infancia que no le hubiese deseado a nadie para convertirse en una exitosa profesora de criminología y psicología en la LMU. Era una respetada asesora para el Departamento de Policía de Los Ángeles. Estaba casada con un prominente abogado del mundo del entretenimiento, que nunca permitía que su trabajo interfiriera en un recital de preescolar o un desfile de Halloween.

Y tenía una hija que le demostraba día a día que crecer no tenía que ser un trauma. Podía ser maravilloso y estar lleno de alegría. Había huertos de calabaza para visitar, galletas con pepitas de chocolate para hornear entre las dos. El gozo de los domingos por la mañana, haciendo el amor de manera furtiva y rápida, antes de que unos pequeños pies entraran corriendo en su habitación. Esos fueron los años de juventud y ella nunca se había dado cuenta de ello.

La Keri del pasado se horrorizaría con la actual, tragando licor como si fuera agua, sola en una casa bote que tenía el nombre de una talla de sostén. Intentó reconstruir como se había desmoronado todo. Primero fue beber para olvidar, luego las discusiones a gritos con un marido que se había vuelto frío y distante. Ahora Keri sabía que había sido una forma de autoproteccción, una forma que tenía Stephen para sobrevivir a la pesadilla viviente que compartían, para mantenerla a raya. Pero en su momento, eso la había enfurecido, haciéndola pensar que a él no le importaba lo que le había pasado a su hija.

Cuando finalmente él la abandonó un año más tarde y se mudó, la casa de ambos parecía de algún modo vacía y demasiado llena, en cambio, de recuerdos, así que ella cambió esta casa por la casa bote. También iba cambiando de chico en la universidad. Algunas veces eran estudiantes graduados, en otras estudiantes de pregrado, cualquiera dispuesto a hacerla sentir bien por unos momentos, y que la ayudara a olvidar la angustia que consumía sus horas de vigilia.

 

Eso duró alrededor de un año, hasta que un chico de diecinueve años, ingenuo y perdidamente enamorado, abandonó la escuela solo porque Keri lo dejó por otro. Los padres del chico amenazaron con una demanda. A la prestigiosa escuela jesuita no le quedó otra opción que llegar a un acuerdo rápido y discreto. Parte del acuerdo era que Keri fuese despedida.

Fue por esa época que Stephen le anunció su boda con una de sus clientas, una joven actriz con un papel menos que secundario en una serie de hospital. Iban a tener un bebé, un niño. Keri pasó una semana abatida por la noticia. Poco después, un antiguo colega, un detective de la División Pacífico llamado Ray Sands, fue hasta el bote con una propuesta.

–He oído que las cosas no te han estado saliendo como quisieras —dijo él, sentándose en la misma cubierta donde Keri estaba acurrucada ahora—. Quizás necesitas un nuevo comienzo.

Él le relató su propio itinerario desde el pozo de la desesperación, y cómo se las había arreglado para salir de allí, dejando de sentir compasión por sí mismo, y cambiar las cosas con la vida que todavía tenía.

–¿Alguna vez has pensado en solicitar tu ingreso a la Academia de Policía? —preguntó.

La marina estaba en silencio ahora, salvo por el sonido de las olas lamiendo los cascos de los barcos y de una lejana sirena llamando tristemente en la oscuridad. Keri podía sentir que se iba rindiendo y optó por no resistirse. Puso el vaso en el suelo, se arropó con una manta, y cerró los ojos.

*

Su duermevela fue interrumpido por una llamada al móvil. Miró la pantalla y parpadeó para aclarar la vista. Eran las 5:45. Había dormido menos de dos horas. Era Ray. Contestó:

–Por fin estaba durmiendo —dijo con irritación.

–¡Encontraron la furgoneta negra!