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Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1

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CAPÍTULO TREINTA

Martes

A primera hora la tarde

Keri vio en el monitor el tubo de plomo en manos de Pachanga. Lo sostenía sobre la cabeza, preparándose para descargarlo sobre la mano que sostenía la pistola, a fin de hacerle soltar el arma y de paso romperle el antebrazo.

Ella giró con rapidez a su derecha. El tubo bajó con violencia y pasó por el punto donde había estado su mano, pero donde ahora estaba su hombro izquierdo. Sintió que su clavícula cedía y el golpe la hizo caer hacia atrás, al suelo, gritando de dolor, temporalmente cegada por unos brillantes destellos de dolor agudo.

Cuando su visión se aclaró, vio que Pachanga iba a por ella y que estaba a solo unos pasos de distancia. Ella levantó la mano derecha y disparó. El grito de él le indicó que le había dado pero no estaba segura de dónde. Él cayó encima de ella y rodó por el suelo hasta quedar a su lado. Por medio segundo, creyó que estaba muerto.

Pero no lo estaba. Lo vio agarrarse la pierna derecha y se dio cuenta que le había herido en la parte superior del muslo. Cruzó el brazo sobre su pecho para dispararle otra vez. Pero él la vio moverse, agarró el tubo y lo lanzó hacia ella golpeándole en la mano. Tubo y pistola salieron volando por el suelo del silo y se detuvieron debajo de la mesa donde Ashley se hallaba.

Pachanga saltó hacia ella. Antes de que Keri pudiera detenerlo, el hombre le había cogido los brazos, los había fijado al suelo y se había subido encima de ella. Era increíblemente fuerte.

–Encantado de conocerla, señora. Siento que no sea en las circunstancias más adecuadas —dijo él antes de golpearle en la cara.

Keri sintió un crujido en la cuenca del ojo y que una cascada de luz explotaba en su cerebro de nuevo. Esperó el segundo golpe, pero este no llegó. Otro grito proveniente del rincón de la habitación le dijo que las extremidades de Ashley habían sido estiradas otro centímetro. Ella levantó los ojos humedecidos y vio a Pachanga sonriéndole desde arriba.

–Sabes, eres realmente preciosa para ser una dama de avanzada edad. Se suponía que mantendría intacto al espécimen de allá de cara a unas negociaciones. Solo podía hacer experimentos limitados. Pero contigo no tengo esas limitaciones. Pienso que puedo hacer contigo mi experimento especial, no sé si me entiendes. ¿Me entiendes?

Sorprendentemente, sonreía con calidez, como si la estuviera invitando a tomar un café. Keri no respondió, lo que no pareció gustarle. Su amplia sonrisa se transformó en una horrible mueca. Sin avisar, cogió impulso y golpeó a Keri en la costilla, la misma que había quedado tocada a raíz de su pelea con Johnnie Cotton.

Si hasta ese momento no se había roto, definitivamente ahora sí que lo estaba. Keri respiró con dificultad, tan traspasada de dolor que no veía. Podía oír a Pachanga hablar, pero sus palabras resultaban ahogadas por la angustia que llenaba su cabeza.

–…vas a ver mi Yo Verdadero. No muchos especímenes han tenido el privilegio. Pero te lo digo, eres especial. Encontraste Mi Hogar tú sola. Eso debe significar que escogiste estar aquí, conmigo. Me siento halagado.

Keri temió que fuese a perder el conocimiento. Si eso sucedía, era el final. Tenía que hacer algo rápido para cambiar la dinámica. Pachanga estaba parloteando llevado por un falso éxtasis, hablando de hogares y yoes verdaderos. Ella no tenía idea de qué estaba hablando. Los ojos de él brillaban de locura y ronroneaba suavemente. Parecía indiferente a la herida que tenía en la pierna, que sangraba bastante. La herida. Entonces tuvo una idea.

–Oye —dijo ella, interrumpiendo su discurso—, ¿por qué no te callas, patético perdedor?

El exaltado fervor en sus ojos desapareció, reemplazado por la furia.

Levantó el puño por encima de la cabeza de nuevo, dispuesto a golpearla una vez más. Pero esta vez cuando lo hizo, Keri enterró con fuerza su pulgar en la herida de bala. Desde su posición sobre ella, cayó al suelo. Keri estaba preparada para eso y rodó con él, manteniendo el pulgar en el orificio de su carne, hundiéndolo más, retorciéndolo, negándose a sacarlo. Con la mano izquierda, sacó de su bolsillo las llaves de la camioneta de reparto, las juntó e, ignorando el relámpago de dolor que la cruzaba desde el hombro hasta la punta de los dedos, pegó a Pachanga con ellas en la cara. Lo alcanzó una vez en la mejilla, haciéndole un desgarro que le dejó un agujero, y otra vez en el ojo izquierdo antes de que él lograra liberarse y escapara tambaleándose.

Mientras, Keri usó la mesa para ponerse de pie. Miró a su asaltante. Estaba acurrucado, con las manos en la cara, la sangre goteando por entre sus dedos. Ella se dispuso a ir por el arma, pero entonces, Pachanga bajó las manos y la contempló con su ojo sano. Sabía detrás de qué iba ella y no iba a permitir que lo consiguiera. Ashley gritó de nuevo, al sentir que la máquina le estiraba las extremidades un poco más.

No había buenas opciones allí, así que Keri se decidió por la única que tenía. Se volvió y corrió hacia la puerta del silo.

*

Cuando hubo corrido cincuenta metros, se giró a mirar el silo. Sabía que ella nunca hubiera podido alcanzar la pistola. Su única oportunidad de salvar a Ashley era alejar a Pachanga de la chica; que se concentrase en cambio en ella.

Cuando miró alrededor, no había nadie a la vista.

«Oh Dios , no funcionó. Está con ella. Va a matarla».

Tenía que hacer algo.

–Eh, Alan —gritó—, ¿qué pasa? ¿Te rindes? ¿No puedes con una mujer de verdad? ¿No sabes qué hacer a menos que ellas estén atadas? Supongo que estamos viendo tu Yo Verdadero ahora. Y parece que es un gallina.

Permaneció allí parada, esperando alguna respuesta, rezando para que hubiera algún tipo de reacción. Nada. No picaba.

Y entonces apareció en la entrada. Se inclinó hacia ella buscando apoyo. Se había quitado la camiseta y la había anudado sobre la herida de su pierna. No había nada que pudiera hacer por su cara, hacia el lado izquierdo una máscara de sangre, mayormente limpia hacia el derecho. Parecía un Halloween viviente.

Fue tambaleándose tras ella, moviéndose con sumo cuidado, pero con un propósito. Ella se tambaleó por delante de él en dirección al granero, haciendo caso omiso de su hombro, sus costillas y su rostro, que palpitaban todos sin piedad. Cuando llegó al granero se giró de nuevo.

–Vamos, seductor —gritó ella—, ¿no me quieres? No puedes hacerme gritar si no me atrapas. Pensé que controlabas, machote. Pero pareces algo debilucho para mí.

Pachanga se detuvo por un segundo junto a un viejo sedán y apoyó el brazo en él para no caerse. Keri pensó que iba a decir algo. En lugar de eso, sacó una pistola —la pistola de ella— de la parte trasera del pantalón y apuntó hacia ella.

Por eso había tardado tanto en salir del silo. Había regresado a buscar el arma de ella. Apuntó hacia ella y disparó. Ella corrió a cubrirse tras un lado del granero y se metió dentro. Subió a la camioneta de reparto y torpemente se hizo con la llave antes de, finalmente, lograr introducirla en el contacto. Le dio la vuelta y sintió una oleada de alivio al escuchar el rugido del motor.

Tenía el brazo izquierdo casi inutilizado, así tuvo que maniobrar con el cuerpo para cerrar la puerta. Puso el coche en marcha, pisó el acelerador y embistió la pared trasera del granero en dirección al punto donde había visto por última vez a Pachanga.

Tenía la esperanza de que él estuviera lo suficientemente cerca como para poder arrollarlo. Pero él se movía despacio y estaba todavía a por lo menos treinta metros. Condujo directo hacia él y aceleró a fondo.

Pachanga levantó el arma y comenzó a disparar. El primer disparo destrozó el parabrisas. Keri agachó la cabeza pero continuó conduciendo. Oyó más disparos pero ignoraba hacia dónde iban. Se oyó un fuerte pop y supo que una bala había dado en una de las llantas. Sintió que la camioneta se ladeaba a la derecha, hacia el lecho del arroyo y entonces volcó. Perdió la noción de cuántas vueltas dio antes de parar.

Keri trató de orientarse. Rápidamente determinó que la camioneta había caído sobre el lado del conductor y ella estaba recostada contra la puerta. Podía ver el cielo azul a través de la ventana de pasajero.

No tenía ni idea de si el dolor que sentía procedía de viejas lesiones, o de otras, producidas por este choque. Todas se entremezclaban. Se levantó hasta quedar incorporada, todavía apoyada en la puerta del conductor. Trató de alcanzar la ventana de pasajero pero algo la tiraba hacia atrás. Miró hacia abajo y vio que tenía un pie atrapado bajo el pedal de freno. Intentó liberarse retorciéndose una y otra vez, pero con el brazo izquierdo inutilizado, era imposible. Estaba atrapada.

Entonces, el rostro de Pachanga apareció en la ventana abierta del lado del pasajero. Antes de que Keri pudiera reaccionar, le rodeó el cuello con una cadena, la retorció y tiró con fuerza. Keri luchaba por respirar. Intentó deslizarse hacia abajo, pero él tiró de nuevo.

–Pensé en usar la pistola pero decidí que esto sería más divertido —dijo él, indiferente al colgajo de mejilla que bailaba temblón al compás de sus palabras.

Keri intentó hablar, con la esperanza de que provocándolo, él soltaría la cadena y trataría de meterse en la camioneta para ir por ella. Pero las palabras no salían.

–Ya no hablará más, señora —gruñó un Pachanga en el que todo rastro de encanto se había esfumado—. Perderá la consciencia en pocos segundos. Y entonces la llevaré de regreso a Mi Hogar donde voy a hacerle cosas que le harán desear la muerte.

Keri intentó meter sus dedos bajo la cadena, pero estaba muy apretada. Sentía que la oscuridad empezaba a envolverla. En un inútil esfuerzo por resistir, ella presionó la rodilla contra el claxon del volante, albergando la esperanza de que el estruendo lo sobresaltaría. Nada. Pero siguió tocándolo, en una última muestra de rebelión.

 

El cielo azul se volvió gris y todo hormigueaba. La luz se apagó. Keri parpadeaba con rapidez. Por el rabillo del ojo, le pareció ver la sombra de un ave que volaba sobre su cabeza. Escuchó un gruñido, y entonces solo quedó la oscuridad.

*

Cuando Keri volvió en sí, comprendió que debía haber estado inconsciente por muy poco tiempo. Su rodilla estaba todavía sobre el claxon. La presión en el cuello se había desvanecido. De hecho, la cadena colgaba suelta y ella pudo quitársela. Oyó ruidos por allá arriba pero no pudo identificarlos.

Y entonces, súbitamente, dos cuerpos golpearon la camioneta, encima de ella. Pachanga estaba debajo, luchando por liberarse. Pero alguien estaba encima de él, y lo mantenía arrinconado mientras repetidamente lo golpeaba en la cara, luego en el cuerpo y de nuevo en la cara.

Era Ray.

Continuó golpeando hasta que Pachanga quedó quieto. Su cabeza cayó a un lado y se golpeó contra la ventana trasera del camión. Estaba inconsciente.

Ray se levantó, contempló al hombre a sus pies y lo pateó en el estómago. Pachanga permanecía en silencio.

Ray se asomó al interior de la cabina del camión donde estaba Keri.

–¿Estás bien? —preguntó él.

–He estado mejor —replicó ella, con voz ronca y ahogada.

–Te dije que me esperaras —dijo él firmemente pero con una sonrisa asomándose a sus labios. Keri iba a responder pero un grito agudo perforó el aire.

–Es Ashley. Está atada a una especie de potro en ese silo. Va a arrancarle las extremidades. ¡Ve con ella ahora!

–¿Qué pasa con este tío? —preguntó él, señalando con un gesto a Pachanga.

–No creo que él vaya a ser un problema. Tú ve con Ashley. ¡Ahora! Yo estoy bien aquí.

Ray asintió y desapareció de su vista.

Keri se echó en el fondo de la cabina y cerró los ojos.

Minutos después, los gritos de Ashley se detuvieron. Ray había llegado hasta ella.

Keri abrió lentamente los ojos. De inmediato el mundo entró de nuevo por ellos, y con el mundo entró el dolor. Intentó ignorarlo poniendo su atención en liberar el pie que estaba bajo el pedal del freno. Le llevó un minuto pero logró sacarlo. Se levantó, preparándose para la siguiente tarea: trepar para salir de la camioneta. Miró hacia arriba, buscando los mejores puntos para agarrarse. De inmediato, sin embargo, se dio cuenta de que algo iba mal.

Pachanga se había ido.

Tratando de mantener la calma, Keri recostó con fuerza su cuerpo en la ventana trasera de la cabina y puso los pies sobre el salpicadero, creando suficiente tensión para poder impulsarse hacia arriba. Se levantó lo suficiente para enganchar su brazo derecho en el retrovisor del lado del pasajero. Su brazo izquierdo caía todavía inútil hacia un lado, así que subió los pies en el volante e hizo presión mientras se agarraba al espejo. La fuerza combinada logró hacer salir la mitad del cuerpo de la camioneta. Miró alrededor.

Vio a lo lejos a Pachanga cojeando visiblemente en dirección al silo. Ya casi llegaba a la puerta. En la mano derecha tenía el arma de Keri.

Intentó gritar pero la voz no le salía debido al estrangulamiento.

Él desapareció en el interior. Cinco interminables segundos después, un disparo sonó en el aire.

Keri se retorció para sacar la parte inferior de su cuerpo y se puso de pie. Corrió hacia el silo, haciendo caso omiso a todos los dolores que palpitaban en su cuerpo, ignorando el hecho que incluso respirar se le hacía difícil.

Al correr junto al sedán donde Pachanga había parado para apoyarse, vio una palanca en el pasto seco, cerca del maletero. Se inclinó, la agarró firmemente con su mano derecha sana, y siguió hasta el silo.

Al alcanzar la puerta abierta, quiso entrar de repente, pero se obligó a hacer las cosas despacio. Recordó la cámara de seguridad, miró a su alrededor y la vio montada sobre una viga saliente, enfocada hacia un área que estaba fuera de su actual posición.

Dio la vuelta por detrás del silo a toda prisa, con la esperanza que la puerta trasera que Pachanga había dejado abierta antes estuviera todavía entornada. Lo estaba. Echó un rápido vistazo dentro.

Todo estaba mal.

Ray estaba sentado en el suelo, recostado de la pared, desangrándose por una herida en el estómago. Era difícil decir si estaba vivo o muerto.

Ciertamente había logrado liberar a Ashley, pero ahora Pachanga estaba volviendo a asegurarla con correas en la camilla. Ella luchaba con desesperación pero estaba perdiendo la batalla. Ya le había atado todas las extremidades, excepto la pierna derecha. La pistola se la había metido en la pretina del pantalón.

Keri avanzó, palanca en mano. Ashley se dio cuenta y, sin querer, miró en esa dirección. Pachanga lo vio también y supo que algo iba mal.

Giró en redondo y sacó el arma. Keri estaba a poco más de un metro, demasiado lejos para arremeter contra él. Él sonrió, haciendo el mismo cálculo.

–Estás llena de sorpresas —musitó él, con una sonrisa lúgubre extendiéndose por su rostro deshecho—. Vamos a divertirnos mucho jun…

Con su pierna libre, Ashley pateó con precisión a Pachanga, en el lugar donde había recibido el tiro, a la altura de la cadera. Él tosió y se dobló de dolor.

Keri dio de inmediato un paso adelante, levantó la palanca por encima de la cabeza y la lanzó con fuerza y rapidez a la coronilla de Alan Jack Pachanga.

El cayó de rodillas.

En ese momento, Keri supo que podía detenerse, que él perdería el conocimiento. Que había terminado.

Pero no podía parar.

Pensó en Evie. En todos los monstruos como este que había en el mundo. En los abogados que eran escoria. En este hombre que podría salir de alguna manera, algún día.

Y ella no podía permitir que eso sucediera.

Levantó la palanca en alto, y él la miró y sonrió, con la sangre chorreándole por la boca.

–No lo harás —musitó él.

Ella la descargó con cada gramo de fuerza que le quedaba, y la enterró en su cráneo.

Pachanga permaneció inmóvil por varios segundos, entonces, se quedó desplomado en el suelo. La pistola de Keri le cayó de la mano y fue a parar a los pies de su dueña. Ella la cogió y la apuntó hacia él mientras le daba una vuelta con el pie. Él la miró sin vida con su único ojo azul celeste.

Alan Jack Pachanga estaba muerto.

Keri oyó el suave llanto dentro de la habitación y vio algo incluso más asombroso.

Ashley Penn estaba viva.

Había terminado.

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

Jueves

A media mañana

Keri estaba en cama, despierta, disfrutando de la soledad. Sabía que más tarde habría visitantes, pero por ahora tenía la habitación para ella. Bajo los efectos de la medicación y en la confusión de la somnolencia, trató de poner en orden sus recuerdos de los últimos días.

Gracias a que Ray Sands era más previsor que Keri, había pedido ayuda de camino a la granja. Los primeros oficiales llegaron quince minutos después de que Keri matara a Pachanga y cinco minutos más tarde la granja se llenó de un enjambre de policías y paramédicos. Tras estabilizar a Ray, que se aferraba a la vida, los llevaron a todos, diez minutos después, al cercano Centro Médico Regional Palmdale.

Keri se negó a pasar por cirugía para reparar su clavícula hasta que los doctores le informaron que Ray había entrado en quirófano. Había perdido mucha sangre pero había esperanza de que lo lograra.

La mayor parte del miércoles era borrosa. Solo estuvo consciente a ratos pero permaneció despierta el tiempo suficiente para saber que la situación de Ray era seria pero estable. Estaba en cuidados intensivos. Ashley tenía la muñeca izquierda fracturada, una tibia aplastada, una fisura en el coxis y una contusión en la cabeza, todo producto de la caída. Tenía también el hombro izquierdo dislocado por el potro de Pachanga. Se esperaba que tuviera una recuperación total.

Por su parte, el brazo izquierdo de Keri estaba en cabestrillo. Los doctores dijeron que su clavícula tenía una fractura cerrada y que se recuperaría en unas seis u ocho semanas. Tenía una máscara acolchada en la cara, muy parecida a la que Ray usaba en sus días como boxeador olímpico. Estaba diseñada para evitar que su hueso orbital sufriera más daños. Tendría que llevarla durante al menos una semana más. Tenía un collarín en el cuello para proteger los músculos que habían sido retorcidos por la cadena. No había nada que hacer por sus costillas rotas, excepto vendar la zona. Tenía múltiples rasguños y moretones y una contusión cerebral. Pero todo parecía poco en comparación con lo que les había pasado a los otros dos.

Una enfermera entró, empujando a alguien que venía en silla de ruedas.

–Tiene visita —dijo ella.

Keri no podía ver quién era estando echada, así que pulsó el botón de su mando para colocarse en posición de sentada.

Se sorprendió al ver que era Ashley.

Ashley se colocó más cerca, y quedó allí, a todas luces sin saber qué decir.

Keri decidió romper el hielo.

–Parece que pasará un tiempo antes de que puedas surfear de nuevo.

El rostro de Ashley se iluminó ante ese pensamiento.

–Sí —concedió ella—, pero los doctores dicen que podré regresar a la tabla.

–Me alegro, Ashley.

–Solo quería que… supieras… um, que me salvaste la vida —dijo ella, tenía los ojos inundados de lágrimas—. No sé cómo agradecértelo. Se secó las lágrimas con la mano que tenía bien.

–Sé de qué manera puedes agradecérmelo. Haz que valga la pena. No dejes que esto sea una oportunidad perdida. Tú eres una adolescente y todos los adolescentes toman riesgos. Eso lo entiendo. Pero tú te estabas yendo por un camino peligroso, Ashley. He visto cantidad de chicas tomar el mismo camino que tú y no volver. Tienes una buena vida. No es perfecta pero es buena. Eres inteligente. Eres tenaz. Tienes amigos. Tienes una cama esperándote cada noche y una madre que se enfrentaría a los lobos por ti. Muchos chicos no pueden decir eso. Y ahora tienes un nuevo comienzo. Por favor, no lo desperdicies.

Ashley asintió. Un abrazo sería lo apropiado, pero ninguna estaba en condiciones de darlo, así que las sonrisas serían el sustituto. En esas sonrisas, ambas se dijeron mucho más de lo que hubieran podido decirse con palabras. Esta prueba las había unido, una unión que para Keri duraría toda la vida. Estaría siempre pendiente de Ashley, y Ashley estaría en contacto con ella. Lo sabía.

Después de que la enfermera la sacara de la habitación, Keri no pudo evitar pensar en la otra chica que había rescatado: Susan Granger.

Llamó a una enfermera, quien la ayudó a llamar al albergue donde Susan había sido ingresada. Susan parecía estar bien, incluso animada. Parecía como si haber escuchado las noticias del rescate de Ashley, de alguna manera le hiciera ver también su futuro con esperanza. Los tipos malos, ahora lo veía, no eran tan poderosos después de todo.

Susan acordó darle a Keri unos pocos días antes de insistir en una visita en persona. Aparentemente, estar hospitalizada por múltiples heridas era excusa suficiente para posponerlo.

Alrededor de una hora más tarde, el teniente Cole Hillman entró a la habitación. A su lado estaba Reena Beecher, capitana de toda la División Los Ángeles Oeste. Era una mujer en la cincuentena, alta y de fuerte constitución. Tenía rasgos acusados, acentuados por profundas arrugas, producto de años tratando con lo peor de la humanidad. Tenía su pelo negro, encanecido recogido hacia atrás en una cola. Keri la había visto en los pasillos pero nunca habían hablado. Beecher se acercó a la cama.

–¿Cómo se siente , detective? —preguntó.

–No estoy tan mal, capitana. Deme una semana y volveré a estar de servicio.

Beecher rio en voz baja.

–Bueno, puede que te demos un poco más que eso, pero aprecio tu actitud. Antes de que el día se complique, solo quiero darte las gracias por tu diligencia y por tu duro trabajo. Si no fuera por ti, Ashley Penn casi es seguro que estaría muerta y nadie estaría buscándola.

–Gracias, señora —dijo Keri, mirando por el rabillo del ojo la expresión de molestia de Hillman.

–Sin embargo, en el futuro, haría bien en confiarle a sus superiores lo que está haciendo. Seré honesta: si no fuera por lo mediático de este caso, estaría suspendida ahora mismo. ¿Entiende lo que estoy diciendo? Nada de hacer de nuevo de lobo solitario. Tiene un compañero y a toda una fuerza detrás suyo. Úselos. ¿Comprendido?

–Sí, señora. ¿Cómo está mi compañero, lo saben?

–Dejaré que el teniente Hillman le informe sobre todo —sonrió brevemente, dio una palmadita a Keri en la mano y salió de la habitación. Hillman tomó asiento en una silla en un rincón de la habitación.

 

–¿Qué significa todo eso? —Keri le preguntó—. ¿Informarme de todo? ¿El día se va a complicar?

Hillman suspiró con fuerza.

–Primero, Ray está mejor. Le han mantenido sedado pero van a despertarle esta misma tarde. No tienes que pedirlo, ya he hecho arreglos para que estés allí. En cuanto a las complicaciones que la capitana mencionó, hay una conferencia de prensa fijada para el día de hoy, más tarde, delante del hospital. El alcalde estará allí, junto con los Penn, Beecher, yo mismo, el jefe Donald, y representantes del sheriff, el FBI, el Departamento de Policía de Palmdale y, por supuesto, tú.

–¿Yo? No quiero estar allí, señor.

–Lo sé. Francamente, yo tampoco. Pero no tenemos opción. Te pedirán que digas unas pocas palabras. No tendrás que responder preguntas sobre la investigación en curso y todo eso. Como mucho, tendrás que estar sentada en una silla de ruedas una hora, escuchando la palabrería de personajes importantes. No me pidas que te saque de allí. Es una orden.

–Sí señor —dijo Keri, muy a su pesar. No tenía todavía la fuerza requerida para replicar—. Hablando de la investigación, ¿sabe dónde estamos ahora?

–Payton Penn está recluido en Twin Towers. Con toda las pruebas que encontramos en su cabaña, ni siquiera Jackson Cave puede sacarlo bajo fianza. Probablemente irá a juicio en primavera. El registro de la propiedad de Pachanga arrojó como resultado el hallazgo de numerosas pruebas de secuestros anteriores. Ashley Penn les dijo que revisaran la parte superior del silo. Aparentemente algunas de sus víctimas escribieron sus nombres en las paredes internas. Muchas familias verán cerrados sus casos esta semana. También encontraron un portátil en su granja, pero hasta ahora nadie ha sido capaz de dar con la contraseña. Edgerton está trabajando en ello ahora. En mi opinión, él es mejor que cualquiera que los Federales tengan. Así están las cosas. Te recomiendo que duermas un poco antes de la conferencia de prensa.

Se levantó disponiéndose a irse, y Keri pensó que lo haría sin despedirse. Pero entonces, se detuvo en la puerta, de espaldas a ella.

Sin girarse, musitó de manera forzada:

–En verdad has hecho un buen trabajo, chica.

Entonces, sin decir nada más, se marchó.

Keri no podía expresar lo que esas palabras significaban para ella.

Le vio irse. Pulsó entonces para llamar a la enfermera, quien le ayudó a hacer otra llamada, esta vez al detective Edgerton.

Había topado con una pared tratando de acceder al portátil. Al parecer se apagaría si introducía el usuario o la contraseña incorrectos diez veces. Llevaba ocho y temía intentarlo de nuevo. Keri lo pensó por un instante, visualizando a Pachanga encima de ella, sus ojos fulgurando en un éxtasis maníaco mientras pronunciaba su trastornado manifiesto. Le vino una idea a la cabeza.

–¿Puedo hacer una sugerencia? Si me equivoco, todavía tendrás una oportunidad más.

–No lo sé, Keri —dijo Edgerton algo reacio.

–Escucha. Yo estaba con él. Habló conmigo. Estaba desnudando su alma. Estoy muy segura de que conozco a este tipo.

Hubo un largo silencio. Y entonces:

–Un intento.

Ella respiró profundamente.

–Vale. Para el nombre de usuario, escribe YOVERDADERO. Para la contraseña, usa MIHOGAR.

Ella esperó mientras él tecleaba. Hubo un largo, incómodo silencio, mientras su corazón golpeaba en su pecho, rezando porque no estuviera equivocada.

–¡Funcionó! —Edgerton gritó—. ¡Oh, Dios! ¡Joder, Keri. Esto es una mina! Lo estoy viendo ahora… múltiples salones de chat en la red oscura… espera un minuto, se está cargando… ¡eso es! Tenemos acceso a todo. ¡Joder! ¡Esto podría ayudar a resolver montones de casos! ¡Tengo que dejarte para poder concentrarme! Esto es asombroso.

Iba a preguntarle si veía el nombre de “Coleccionista” en algún sitio pero ya había colgado. Probablemente era mejor así. Quería mantener ese detalle para ella sola por ahora.

La enfermera colgó el teléfono por ella y colocó la cama de hospital en posición horizontal. Keri quería agradecerle pero se rindió y durmió antes de poder decir palabra alguna.

*

La conferencia de prensa fue tal como Hillman predijo. Personajes importantes parlotearon. Los Penns le expresaron su agradecimiento. Mia parecida genuina a través de sus lágrimas. El senador Penn montó un buen espectáculo pero Keri podía asegurar que él la despreciaba. Aunque había salvado a su hija, su carrera estaba arruinada, y parecía hacerla responsable de ello.

Finalmente empujaron su silla hasta el micrófono.

Había pensado en lo que iba a decir mientras escuchaba a los demás. Al rato, un plan se formó en su mente. Ella nunca habría tenido una plataforma más grande. E iba a usarla.

Comenzó por agradecer a toda la gente y por expresar lo contenta que estaba de que Ashley estuviera bien.

–Esa joven luchó por sí misma hasta que otros vinieron a ayudarla. Mostró valor y dureza y una indoblegable voluntad de sobrevivir. De hecho, fue su rapidez de pensamiento la que ayudó a salvar mi vida. Estoy orgullosa de ella y sé que sus padres también.

Keri entonces hizo un segundo de pausa antes de decidir si lo hacía. Tenía un foto en la pantalla de su teléfono.

Vio por el rabillo del ojo a Hillman negando furiosamente con la cabeza en dirección a ella, advirtiéndole de que no lo hiciera.

Pero nada la detendría ahora.

–Esta es mi hija, Evelyn Locke. La llamábamos Evie. La próxima semana se cumplirán cinco años desde que fue raptada cuando solo tenía ocho años de edad —Keri deslizó su dedo por la pantalla para mostrar otra imagen—. Esta es una simulación por computadora de cómo podría ser ahora a los trece. Agradezco todas las amables palabras de agradecimiento del día de hoy. Pero lo único que quiero es que mi pequeña regrese. Así que si esta imagen les es familiar, por favor contacten a sus autoridades locales. Extraño a mi hija y solo quiero abrazarla de nuevo. Por favor, ayúdenme a lograrlo. Gracias.

Ella se vio inundada por un mar de preguntas, con toda la atención desplazándose de los Penn a Evie, y ella sintió esa calidez en su corazón.

Puede que, después de todo, ellos la encontrarían.

*

Una hora más tarde, Keri estaba sentada en una silla junto a la cama de Ray, esperando en silencio que él despertara. Sus pensamientos se desviaron hacia lo que haría una vez se recuperara por completo. Fantaseaba con la idea de mudarse de la casa bote. Se dio cuenta de que era un lugar para gente que vivía en compás de espera. Ahora se daba cuenta de eso. Y sentía como si necesitara avanzar si quería tener algún tipo de vida.

Quizás conseguiría un apartamento, uno con dos dormitorios, así Evie tendría un lugar para dormir una vez que ella la encontrase. Y comenzaría a ver a la Dra. Blanc con más regularidad. Ella no había tenido ninguna ausencia desde la cirugía, pero no confiaba en que no volverían. Para asegurarse, aunque detestaba admitirlo, necesitaría ayuda.

Y puede que fuera hora para encarar de verdad sus sentimientos hacia Ray. Habían tonteado un tiempo. Ella sabía que quería estar más cerca, pero tenía miedo de permitirle a él la entrada, aterrada al solo pensar en cuidar de verdad a otra persona que pudiera serle arrebatada de su lado. No quería perderlo a él también.

Pero entonces lo comprendió.

«Perdemos a todos a la larga. Es lo que hacemos con nuestro tiempo lo que importa».

Sonrió ante ese pensamiento, suspirando profundamente. Hacía tiempo que no se sentía tan relajada. Levantó la mirada y vio que Ray estaba consciente y sonriéndole, con una cálida mirada en sus ojos parpadeantes. Ella no sabía por cuánto tiempo estaría despierto, pero el pensamiento de que él la observaba le dio satisfacción.

–¿Cómo te va, Big? —le preguntó en voz baja.

Su voz sonaba débil y ronca pero ella le entendió de todas formas.

–Mucho mejor ahora, Campanita.