Tasuta

Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1

Tekst
Märgi loetuks
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

CAPÍTULO NUEVE

Lunes

Por la noche

Johnnie Cotton ya estaba en la Sala de Interrogatorio 1 cuando Keri llegó a comisaría. Había dejado a Ray en su coche al lado de la casa de Denton Rivers y esperaba que llegara en cualquier momento. Hillman no estaba por allí pero el detective Cantwell la cogió en el recibidor de fuera de la sala y le dijo que Hillman la había metido de nuevo en el caso y que estaba autorizada a interrogar a Cotton. Lo dijo sin ninguna expresión, sin emoción, pero detrás de eso ella notaba el desprecio del veterano detective. Decidió ignorarlo.

Mientras esperaba a que llegara su compañero, miraba detenidamente a Johnnie Cotton a través del vidrio espejado de la Sala de Interrogatorio. Desde que habían intentado esquivarlo en su casa, esta era la primera oportunidad real de poderlo ver.

No parecía el estereotipo de pedófilo. No tenía los ojos llorosos constantemente. No tenía la barbilla especialmente pequeña. No tenía los hombros estrechos. No era especialmente regordete o pálido. Era un tipo de aspecto normal —cabello oscuro, complexión media, quizá con demasiados granos en la cara para un treintañero, quizás un poco bajito. Pero en conjunto, no tenía nada fuera de lo común, lo cual lo hacía mucho más preocupante. Hubiera sido preferible que estos tipos pudieran  identificarse fácilmente.

Estaba en un rincón de la sala, con las manos esposadas delante y con la espalda pegada a la pared. Imaginó que esa había sido su postura más común para sobrevivir dentro de prisión. Allí los pedófilos no eran populares.

Keri tomó una decisión repentina. No iba a esperar a Ray. Algo había en este tipo que le hacía pensar que se cerraría en banda si se enfrentaba a la presencia amenazadora de su compañero. Si hacía falta la utilizaría, pero más tarde. Entró en la sala.

Al entrar, Cotton le lanzó una mirada, que después desvió casi de inmediato.

–Ven aquí —dijo Keri. El hombre obedeció. —Ahora sígueme.

Lo llevó fuera de la Sala de Interrogatorio, al pasillo. Cantwell y Sterling, que estaban charlando en el pasillo, los miraron atónitos.

–Locke, ¿qué está haciendo? —preguntó Sterling.

–Ahora volvemos.

Y con eso, lo llevó pasillo abajo hasta el lavabo de mujeres, mientras sus compañeros detectives observaban estupefactos.

–Esperen aquí —les dijo y, a continuación, cerró la puerta y se centró en Cotton.

–Aquí no hay cámaras. Aquí no hay ningún micrófono. Se desabrochó los botones de la blusa, dejando al descubierto los sujetadores y la barriga y dijo—: No llevo ningún micrófono. Digas lo que digas, es entre tú y yo. Dime que quieres un abogado.

El hombre la miró confundido.

–Dilo —dijo Keri—. Di: «Quiero un abogado».

Él obedeció.

–Quiero un abogado.

–No, no puedes tenerlo —dijo Keri—. ¿Ves lo que ha pasado? Si en este lugar hubiera micrófonos, que no es el caso, nada de lo que dijeras podría usarse jamás en tu contra porque yo acabo de negarte tus derechos constitucionales. En resumidas cuentas, estamos solos. No estoy aquí para hacerte daño. No estoy aquí para engañarte. ¿Comprendes?

El hombre asintió.

–La única cosa que quiero es a Ashley Penn—. El hombre abrió la boca para hablar, pero Keri le interrumpió—: No, no, no digas nada todavía. Déjame poner las cosas más en claro. Hace un rato, al atardecer, asalté tu casa, en busca de Ashley. Tú no estabas en casa. Vi la caja de zapatos en tu armario. Vi todas las fotos.

Una gota de sudor brilló en la frente del hombre.

–Cuando llegaste a casa, viste que estaban revueltas. ¿Tengo razón?

Él asintió.

–Sabías que alguien las había visto. Las cogiste, te las llevaste a otro sitio y las destruiste antes de que te arrestaran. ¿Es así?

–Sí.

–Bueno, entre tú y yo, eso no va a funcionar. Yo las vi y puedo testificar que las vi. Mi testimonio será más que suficiente para revocar tu libertad condicional. Lo único que tengo que hacer es decirlo y tú volverás directo a prisión. Este es el trato. Yo consigo a Ashley Penn y tú conservas tu libertad.

El hombre anduvo de un lado a otro.

Entonces dijo:

–Esas fotografías, yo nunca las quise. Me las mandan por correo.

–Mentira.

–No, es la verdad.  Me las mandan

–¿De parte de quién?

–No lo sé —dijo él—. Nunca hay remitente en el sobre.

–Bueno, si no las querías, ¿por qué no las quemaste?

Él se encogió de hombros.

–No pude.

–¿Porque te gustaban demasiado?

Él suspiró.

–Sé que es difícil de entender —dijo él—. Pienso que alguien me está tendiendo una trampa. Las querían en mi casa. Sabían que no sería capaz de deshacerme de ellas. Querían que la policía las encontrara. Quieren enviarme de vuelta a la cárcel. Y ya está, es lo que está pasando. Debí haberlas quemado todas en cuanto me las mandaron.

–Todavía puedes salir de esto —dijo Keri—. ¿Dónde está Ashley Penn?

–No lo sé.

Keri frunció el ceño.

–Dime qué hiciste con ella.

–Nada.

–No te creo, Johnnie.

–Lo juro por Dios —dijo él—. Según las noticias, la raptaron después de la salida de la escuela, ¿verdad? ¿A media tarde?

–Sí.

–Bueno, yo estaba en el trabajo —dijo él—. Trabajo en Rick’s Autos en Cerritos. Estuve allí todo el día. No me fui hasta después de las cinco. Puedes llamar a Rick y él te lo dirá. Él me advirtió que si faltaba una vez más, me despediría.

–¿Faltas muchas veces últimamente?

–Me salto algún que otro día. Pero Rick me lo advirtió, así que yo me procuré quedarme todo el día. Además, allí tienen cámaras de seguridad. Puedes verme allí durante todo el día. No me fui para nada, ni una vez, ni siquiera cinco minutos. Incluso comí mi almuerzo en la sala de descanso. Revísenlo. Llámenlo, él te lo dirá.

Keri sentía una creciente inquietud. Su coartada eran tan específica que sería fácil encontrar agujeros en ella si no era verdadera, lo que significaba que probablemente lo era.

–¿Durante todo el día? —preguntó Keri.

–Sí. En un momento dado, recibí una llamada, hacia las dos, de un tipo que quería hacer una… compra…

–No te preocupes, Johnnie, no pretendo arrestarte por tráfico. Continúa.

–Bueno, quería que nos encontráramos en el aparcamiento del centro comercial Cerritos Mall. Pero no lo conocía y como ya he dicho, Rick…

–Te avisó, lo sé. Así que si tú estuviste allí, ¿quién tenía tu furgoneta?

–Nadie. Estuvo conmigo todo el día.

–Alguien la tenía.

–No, nadie —dijo él—. La tenía aparcada allí mismo en el aparcamiento. Literalmente estuve dando vueltas alrededor de ella todo el día. Estaba allí mismo.

–La tenemos en un vídeo llevándose a Ashley.

–Eso es imposible. Estaba conmigo. Ve y mira las cámaras de Rick. La verás.

Keri llevó a Cotton de vuelta a la Sala de Interrogatorio. Al salir, Ray la estaba esperando.

–No te puedo dejar sola ni un segundo —dijo él.

–Sígueme —le dijo ella, que no estaba para bromas.

Se dirigieron al garaje donde estaban procesando la furgoneta negra de Cotton. Keri tecleó el número de la matrícula en el ordenador. Para su sorpresa, no coincidía con la furgoneta. Las matrículas de la furgoneta de Johnnie Cotton pertenecían a un Camry blanco, propiedad de una persona llamada Barbara Green, de Silverlake.

–¿Qué coño está pasando? —preguntó Ray, igualmente estupefacto.

–¿Quieres mi teoría? —dijo Keri.

–Por favor.

–Quienquiera que se llevó a Ashley Penn estaba tratando de tenderle una trampa a Johnnie Cotton —dijo ella—. Usó una furgoneta negra para el secuestro, misma marca y modelo que la de Cotton. Robó las matrículas de Cotton, de tal forma que al final pudiéramos identificarle, pero cubrió la de delante para que pareciera que Cotton estaba actuando furtivamente.

Ray siguió su razonamiento.

–Y reemplazó las matrículas de Cotton con las de Barbara Green, de tal manera que el tipo probablemente no notaría la diferencia hasta que fuera demasiado tarde.

–Exactamente —le dio la razón Keri—. Y apuesto a que quienquiera que hizo todo eso le envió a Cotton las fotos de las niñas. Cotton sostiene que se las mandaron por correo, sin remitente. Quienquiera que fuese sabía que el tipo no sería capaz de tirarlas y que las encontraríamos cuando registráramos la casa, haciendo que pareciera aún más culpable.

–Entonces Cotton no es nuestro hombre —dijo Ray.

–No. Pero eso no es lo peor. Quienquiera que sea el tipo lo ha estado planificando desde hace tiempo. Sabía que Cotton era el camello de Denton Rivers. Sabía que era un pedófilo. Procuró además minar la coartada de Cotton intentando verse con él en el centro comercial.

–Así que volvemos de nuevo a la primera casilla —dijo Ray.

Keri negó con la cabeza.

–Peor que la primera casilla —dijo ella—. Hemos perdido una cosa que Ashley Penn no tiene: tiempo.

CAPÍTULO DIEZ

Lunes

Por la noche

Ashley tenía problemas para abrir los ojos. Sabía que estaba consciente pero todo lo sentía pesado y confuso. Le recordaba cuando tenía once años y se rompió un ligamento del tobillo mientras surfeaba; tuvo que pasar por cirugía y la anestesiaron. Cuando despertó, tuvo la misma sensación, como si volviera, no de un sueño, sino de la muerte.

¿Por cuánto tiempo había estado allí tumbada?

La cabeza le dolía de verdad. No había una fuente de dolor en particular. Tenía punzadas por todas partes, tantas que le daba miedo solo moverse, por si empeoraba.

A pesar de su aprensión por el dolor que podía causarle, Ashley decidió que era hora de abrir los ojos.

Negro como el carbón. No podía ver nada.

Ahí fue cuando el miedo comenzó a apoderarse de ella. Esto no era un hospital.

«¿Dónde estoy?»

 

Imaginó qué era lo que se sentía después de que alguien te echara una droga en la bebida. Eso disparó otra ráfaga de miedo.

«¿Cómo llegué a este lugar? ¿Por qué no puedo recordar nada?»

Intentó controlar el terror que estaba empezando a aprisionarla. Se recordó a sí misma cuando una ola realmente enorme la hizo caer de su tabla de surf y la empujó hacia el fondo del mar. Volverse loca no le servía de nada. No podía vencer a una ola. Tenía que mantener la calma y esperar. Tenía que sentir el miedo y dejarlo pasar hasta que ella pudiera hacer algo cuando pasara la ola.

Se forzó a sí misma a hacer lo mismo. No podía ver ni podía recordar, pero eso no significaba que estuviera indefensa. Decidió tratar de incorporarse.

Se apoyó en los codos hasta quedar incorporada, ignorando el taladro en su cabeza. Cuando hubo remitido un poco, se revisó en la oscuridad. Todavía llevaba el top y la falda. No había perdido el sujetador ni las bragas, pero sí sus zapatos. Estaba sobre un colchón delgado, con los pies descalzos rozando un áspero suelo de madera. Aparte del malestar general y el dolor de cabeza le parecía que no tenía ninguna otra lesión.

Notaba algo raro en el oído derecho. Lo tocó y se dio cuenta de que le faltaba un pendiente y tenía una punzada en el lóbulo. El pendiente izquierdo seguía en su sitio.

Extendió el brazo para tener una idea de lo que le rodeaba. Estaba claro que el suelo era de madera pero había algo extraño en él que no podía definir. Continuó tanteando hasta que sus dedos tropezaron con una pared en la cabecera del colchón. Para su sorpresa, era metal. Le dio un golpe con los nudillos. Aunque era gruesa, el ruido hizo eco.

Usó la pared para apoyarse mientras se incorporaba y la recorría con sus dedos, dando pequeños y cautelosos pasos. Al cabo de un instante vio claro que la pared era curva. Recorrió el círculo hasta que sus pies toparon de nuevo con el colchón. Estaba en una especie de habitación cilíndrica. Era difícil calcular el tamaño pero imaginó que era tan grande como un garaje para dos coches.

Se volvió a sentar en el colchón y le sorprendió el ruido que hizo. Dio un golpe con la planta del pie en el suelo de madera y entendió porqué le había parecido extraño antes: parecía vacío por debajo, como si estuviera sobre la tarima de un patio.

Ashley se sentó en silencio por un minuto, tratando de recordar algo, cualquier cosa, pero terminaba con el mismo dolor de cabeza. Sentía que el miedo volvía a apoderarse de ella.

«¿Qué lugar es este? ¿Cómo llegué aquí? ¿Por qué no puedo recordar nada?»

–¡Hola!

El eco regresó al instante, lo que daba a entender que se trataba de una estructura cerrada con techo alto. Nadie respondió.

–¿Hay alguien ahí?

No hubo ningún ruido.

Pensó entonces en sus padres. ¿Estaban buscándola? ¿Hacía tanto tiempo que se había ido como para que ellos se preocuparan? ¿Se daría cuenta su padre de que no estaba?

Las lágrimas asomaron a sus ojos. Molesta, se las limpió con el dorso de la mano. Al senador Stafford Penn no le gustaban las lloronas.

–¡Mamá! —gritó, escuchando cómo el pánico crecía en su voz—. ¡Mamá, ayúdame!

Tenía la garganta como un papel de lija. ¿Cuánto hacía que no bebía nada? ¿Cuánto tiempo llevaba allí?

Se arrastró por el suelo, para ver si había otra cosa que no fuera el colchón. Para su sorpresa, su mano tropezó con un contenedor de plástico en el centro de la habitación. Quitó la parte de arriba y palpó lo que había dentro. Había varias botellas de plástico, varios envases y… ¿una linterna?

«¡Sí!»

Ashley la encendió y el recinto cobró vida. Casi de inmediato se dio cuenta que no estaba en una habitación. Ella estaba en una especie de silo, arriba, cerca del tope, donde el techo se estrechaba hasta terminar en punta tres metros por encima de su cabeza. En el contenedor de plástico había botellas de agua, algo de sopa, mantequilla de cacahuete, cecina, papel higiénico y una barra de pan. Cerca del contenedor había un cubo de plástico. Podía imaginar para qué era.

Iluminó con la linterna las paredes, con la esperanza de que hubiera una puerta. Nada. Lo que llamó su atención, sin embargo, fueron todos los escritos de las paredes.

Fue hacia el más cercano, escrito con un marcador blanco.

«Soy Brenda Walker. Morí aquí en Julio 2016. Decid a mi madre, a mi padre y a mi hermana Hanna que siempre los querré».

Seguía un número telefónico. Tenía un código de área 818 —el Valle de San Fernando.

«¡Dios mío!»

Ashley hizo correr la luz por las paredes. Había otros mensajes con diferentes letras. Algunos eran cortos e iban al grano, como el de Brenda. Otros eran largos e inconexos, escritos al parecer a lo largo de varios días. Había al menos una docena de nombres distintos y las paredes estaban literalmente cubiertas por sus mensajes.

Ashley sintió que empezaba a hiperventilar. Le tambaleaban las rodillas, cayó al suelo y se agarró a los bordes del contenedor para sostenerse. La linterna cayó sobre la barra de pan. Cerró bien los ojos y respiró lentamente, aspirando y espirando, tratando de sacar de su cabeza los mensajes escritos en la pared.

Al cabo de un minuto abrió los ojos de nuevo y echó un vistazo al contenedor. La linterna había rodado por el pan y estaba ahora en el fondo, junto a la mantequilla de cacahuete.

«Qué bien que sentará, teniendo en cuenta que soy alérgica a esta cosa».

Sacó la linterna y le dio un golpecito inútil al envase de mantequilla de cacahuete. Al cambiar de posición dentro del contenedor, vio algo en el fondo que le había pasado por alto. Se inclinó, para verlo más de cerca. Era un marcador negro grueso.

Fue entonces cuando Ashley comenzó a gritar.

CAPÍTULO ONCE

Lunes

Por la noche

Keri esperaba en la entrada principal, tratando de ser paciente. Llevaba dos minutos allí.

Después de que la pista de Johnnie Cotton quedara en nada, Hillman le ordenó que empezaran de cero. Todavía tenían que confirmar todo lo que Cotton había dicho. Patterson estaba supervisando el registro, por parte de la Unidad de Escena del Crimen, de la furgoneta de Cotton, por si  aparecía algo. A Sterling lo enviaron a Rick’s Autos en Cerritos para hablar con el jefe de Cotton y revisar el vídeo de vigilancia, y así confirmar su coartada.

Edgerton, el experto en tecnología, había cogido el móvil que Cotton le había entregado sin poner trabas, para rastrear el teléfono del autor de la misteriosa llamada en la que le pedían una reunión para compra de droga en el aparcamiento del centro comercial. Un oficial le iba a traer también el portátil de Ashley, para que pudiera escanearlo a fondo, a fin de descubrir cualquier cosa que ella pudiera estar ocultando.

Suárez estaba escribiendo los informes de sus entrevistas con Thelma Gray y Miranda Sanchez. Cantwell estaba haciendo una búsqueda de las ventas de furgonetas negras que coincidieran con la del secuestrador en el Condado de Los Ángeles en el último mes, e investigando si los propietarios tenían antecedentes penales.

Ray había vuelto al instituto de Ashley para reunirse con el director y revisar los vídeos de vigilancia de las calles vecinas en días recientes. Tenían la esperanza de que el secuestrador hubiera rondado la escuela y cometido algún error, que quizás se hubiese descuidado y hubiese salido de la furgoneta y así podría ser identificado.

A Brody lo habían sacado de la búsqueda para investigar un tiroteo callejero en Westchester. Hillman estaba revisando casos recientes de raptos de adolescentes en el condado, para buscar similitudes.

Keri consiguió que Hillman le dejara investigar a Walker Lee, el sujeto mayor de quien Ashley parecía haberse enamorado en las últimas semanas. Sabía que él había dicho que sí solo para tenerla fuera de la comisaría y lejos del núcleo de la investigación. Pero a ella no le importaba. Ella no albergaba muchas esperanzas por esas otras áreas de búsqueda y pensaba que también podía abrir una nueva línea.

Walker Lee vivía en North Venice junto a la Avenida Rose. En el área abundaban las galerías de arte, los sitios donde tomar un almuerzo vegano, spas orgánicos y cientos de lofts de artistas, lo que era una forma glamorosa de describir apartamentos tipo estudio, sin amoblar. Pero debido a que se llamaban lofts y estaban ubicados en Venice, los propietarios podían cobrar $2.500 al mes por menos de cincuenta metros cuadrados. El mismo sitio en Sherman Oaks estaría por debajo de los $1.000.

La casa de Lee parecía ser una excepción de la regla. Estaba en lo que parecía un viejo taller de latonería, en el que cada taller de reparación había sido separado de las otros por medio de paredes y transformado en un habitáculo. Keri dudaba que los baratos separadores de yeso pudieran amortiguar la escandalosa música que salía de su apartamento, y que escuchaban los vecinos.

Golpeó la puerta de nuevo. Minutos antes, Walker Lee había gritado que acababa de salir de la ducha y necesitaba un minuto para vestirse.

–Ya ha tenido suficiente tiempo, Sr. Lee. Abra ahora o voy a abrir esta puerta por usted.

Un segundo después, la puerta se abrió.

Walker Lee —el nuevo novio de Ashley— estaba frente de ella. Era el tipo de las fotos. Al igual que en muchas de ellas, no llevaba ni camisa ni zapatos, solo unos vaqueros con un botón abierto y la cremallera solo a medio cerrar, exhibiendo sus abdominales. Su largo pelo rubio estaba mojado y el agua goteaba unas cuantas hasta caer en el suelo de hormigón. Era tan guapo que Keri tuvo que hacer un esfuerzo para no quedarse mirándolo.

–Entre. ¿Dice que tiene algunas preguntas sobre Ashley? —dijo él mientras se pasaba una toalla por el pelo.

Keri asintió y le siguió hasta el apartamento, tratando de no mirarle el culo. No era de extrañar que Ashley se hubiera enamorado. Este chico era un bombón, incluso para lo que era habitual en Hollywood. Él la condujo al área principal, que servía de dormitorio, a través de la cocina que había sido la oficina del taller, y hasta lo que ella supuso que habría sido la sala de descanso. Keri se fijó en que la puerta y las paredes eran acolchadas. Su sistema interno de alerta se apagó por un instante mientras se preguntaba por qué la estaba llevando a una habitación insonorizada. Pero cuando miró el interior, lo comprendió. La habían convertido en un diminuto estudio de ensayos, que incluía altavoces torre, una batería, micrófonos, tablas de sonido, amplificadores, guitarras, cajas, cajones, rollos de cable e incluso un sofá donde pasar la noche. Apenas había sitio para moverse. Lee se dejó caer en el sofá y esperó a que Keri hablara. Ella tomó asiento en una silla de metal plegable enfrente de él.

–Como ya dije, la razón por la que estoy aquí es Ashley Penn. ¿Sabes dónde está?

El hombre se pasó los dedos por el pelo para peinarlos, con una mirada de confusión en la cara.

–¿En casa?

–No.

–Ella no está aquí si es a donde quiere llegar.

–¿Tienes una furgoneta negra?

–No.

–¿Conoces a alguien que posea una furgoneta negra? ¿Alguien de la banda, quizás?

–No. No entiendo. ¿Quiere decirme qué está pasando?

–¿No ves las noticias?

–No tengo tele y como no tenemos bolo esta noche he estado ensayando aquí toda la tarde. Solo he parado para ducharme hace quince minutos.

–¿Estabas solo? ¿Puede alguno de tus compañeros de la banda verificar tu paradero?

–No. Me gusta trabajar en el nuevo material a solas. ¿Está preguntando si tengo una coartada? En serio, ¿qué pasa?

Keri le explicó que Ashley había desaparecido después de clase esa tarde, mientras estudiaba su rostro, tratando de detectar si él ya sabía lo que ella le estaba diciendo. Nada sospechoso lo delató, excepto que estaba impactado. Ella no sabía si era auténtico o si sus dotes en el escenario se extendían a las entrevistas policiales.

Mientras ella hablaba, él cogió dos vasos de chupito, sirvió whisky en ambos y le ofreció uno a Keri.

Ella negó con la cabeza así que él lo puso sobre un altavoz.

–Gracias, pero no.

–¿No bebes?

–No cuando estoy en servicio —mintió—. ¿Quién querría llevarse a Ashley?

Walker vació su vaso.

–Hay algunas cosillas por ahí —dijo él—. Pero, tío, no puedo hablar de eso con la policía.

–¿Por qué no?

–Porque podría tener que comerme yo algún marrón.

–Mira, no es nada personal pero me importan los marrones que te comas —dijo Keri—. A menos que tengas algo que ver con ello, tú no me interesas. Así que deja el drama y habla conmigo.

–Oh, tío…

–Quieres ayudarla, ¿verdad?

–Por supuesto que quiero.

 

–Entonces habla. Dime lo que sabes.

Parecía estar contemplando sus opciones, miró entonces a Keri directo a los ojos y dijo:

–Bébase su vaso primero.

–Ya te dije…

–Sí, ya lo sé, está de servicio —dijo él—. ¿Quiere que hable y le diga algo que podría acabar jodiéndome? Perfecto, empatemos el juego. Haga algo que pueda terminar jodiéndola a usted. Usted bebe, yo hablo. Ese es el trato.

Keri se lo quedó mirando. Cogió entonces el vaso cañero y se inclinó hacia él, poniendo algo de ese flirteo que recordaba de una vida pasada.

–Déjame hacerte primero una pregunta —dijo Keri, previendo la respuesta—. Tú, ¿qué edad tienes?

–Veintitrés. ¿Demasiado joven para usted, detective?

–Te sorprenderías —le dijo ella, inclinándose de nuevo hacia atrás—. Y Ashley tiene quince, si mal no recuerdo. Así que lo que le has estado haciendo a ella es técnicamente corrupción de menores. Imagino que es una de las cosas que te preocupa que terminen jodiéndote.

El hombre asintió. Keri bajó el vaso de chupito y lo miró fijamente.

–Aclaremos esto, Walker. ¿No te importa que te llame Walker, verdad?

Él dijo que no con la cabeza, no estaba seguro de si ella seguía flirteando o no. Ella se lo aclaró.

–Walker, además de corrupción de menores, supongo que en tu teléfono hay varias fotos de Ashley desnuda. Eso es posesión de pornografía infantil, que también es un delito sexual. De hecho, cada foto cuenta por separado. Normalmente, llamaría a mi enorme compañero y dejaría que te golpeara hasta que sacaras tus entrañas por el retrete, pero ahora mismo no tengo tiempo. Para lo único que tengo tiempo es para encontrar a Ashley. Así que habla. Dime algo, dime lo que sea, y deja de preocuparte por ti mismo por diez segundos. Si eres honesto conmigo, no tendrás nada de qué preocuparte. Si no lo eres, voy a ser tu peor pesadilla, te lo garantizo.

Walker tragó saliva. Era gracioso ver cómo desaparecía la sonrisa de suficiencia de su rostro, aunque fuera brevemente. En cuanto hubo recuperado la tranquilidad, lo escupió todo.

Según él, aunque a su banda, Rave, le estaba yendo bastante bien en L. A. —tenían incluso un sencillo en rotación en la emisora KROQ—, él no creía que pudieran sobresalir del montón. Aquí había mucha competencia. Walker —vocalista y compositor— estaba pensando en dejar la banda e irse a Las Vegas para intentarlo en solitario. Él era el rostro de la banda, él escribía las canciones, él tocaba la guitarra principal. Le parecía que allí destacaría. Una vez establecido, regresaría y llenaría teatros en lugar de clubes. Ashley iba a venir con él.

–¿Así que vosotros dos ibais a escapar?

Walker se encogió de hombros.

–Más bien a comenzar una nueva vida. Voy a ser grande. Ella también. ¿No la ha visto? Es preciosa. Ha estado mirando algunas agencias de modelos de allá. Les interesaba.

Su información encajaba con las búsquedas en Internet que Keri había encontrado en el portátil del dormitorio de Ashley.

–Solo había una pequeña pega —continuó—: Ella siempre ha tenido dinero, nunca ha tenido que pedirlo. Sabía que sus padres no le darían nada si ella simplemente se iba. Así que comenzó a bromear sobre simular su propio secuestro y pedirles un rescate.

Keri trató de ocultar el impacto que sintió. ¿Podría Ashley estar en realidad detrás de su propia desaparición? Eso no encajaba con el caso a estas alturas.

–¿Piensas que eso es lo que pasó?

Él negó con la cabeza.

–No, era solo una broma. Si tuviera que poner dinero, pondría toda esta basura a los pies de Artie North.

Keri nunca había oído ese nombre.

–¿Quién es Artie North?

–Es un guardia de seguridad superlerdo de la escuela de Ashley. Nos sorprendió a Ashley y a mí un día, detrás de las gradas, ya sabe, muy… juntos. Lo grabó en vídeo con su teléfono. Entonces el anormal intentó chantajear a Ashley para que se acostara con él. De no hacerlo, dijo que lo subiría a un montón de sitios porno.

–¿Y lo hizo ella? ¿Se acostó con él?

–No. En vez de eso, alguien le dio una paliza.

–¿Tú?

Él se encogió de hombros.

–No recuerdo. Lo importante es que ella me dijo que él le ha estado lanzando miradas obscenas desde entonces.

A Keri la cabeza le daba vueltas, tratando de encontrarle un sentido a todo lo que le había dicho. Juguetes sexuales de un depredador aspirante a estrella de rock, guardias de seguridad lerdos, posibles falsos secuestros —de carecer de pistas había pasado a tener demasiadas. Se levantó de su asiento.

–No te vayas de la ciudad, Walker. Voy a comprobar cada una de estas pistas. Y si resulta que me has engañado, voy a traer a mi compañero para una visita más cercana y personal, ¿lo comprendes?

Él asintió. Ella cogió el vaso que estaba sobre el altavoz, lo vació de un trago y le lanzó el vaso vacío mientras se dirigía a la puerta.

–Y por el amor de Dios, ponte una puta camisa.

Ya afuera, llamó a Suarez y le pidió que preparara cualquier cosa que tuviera de Artie North y volviera a ponerse en contacto con ella de inmediato. Después llamó a Ray.

–¿Dónde estás? —preguntó ella.

–Ya terminé con el instituto. Vuelvo a comisaría.

–Te veo allí para recogerte. No se te ocurra entrar.

–¿Qué pasa?

–Tenemos un nuevo sospechoso. Y quiero tu compañía cuando tenga una pequeña charla con él.

–De acuerdo. Pareces animada.

–Tengo nuevas pistas después de ser seducida por un yogurín, así que ya sabes, inyección de confianza.

–Me alegro mucho por ti —dijo Ray con sarcasmo.

–Sabía que te alegrarías. Te veo en cinco minutos.

Keri colgó, puso la sirena en el techo, y la encendió. Le encantaba conducir con la sirena encendida.