El islam y la cultura occidental

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Religión, cultura y civilización. Samuel Huntington y Tzvetan Todorov

¿Choque o encuentro de culturas?

El norteamericano Samuel Huntington en su libro El choque de culturas45 (1996) afirma que Oriente y Occidente se están enfrentando de manera violenta, lo cual significa que la cultura cristiana occidental se opone al oriente musulmán. En el siglo xx, los conflictos entre naciones eran bélicos, como las dos guerras mundiales que dividieron al mundo, después de 1945, en un bloque democrático occidental encabezado por Estados Unidos y otro oriental socialista dirigido por la Unión Soviética. Presentando al primero como bueno y al segundo como malo, desde la perspectiva estadounidense, durante décadas se vivió la Guerra Fría entre los países aliados de ambas potencias. Pero después de la caída del muro de Berlín y la desaparición de los gobiernos comunistas, la situación política ha cambiado. Con los ataques a las torres gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre del 2001, los musulmanes aparecen para muchos occidentales como sus nuevos enemigos. De nuevo la religión sustituye las categorías de nación y socialismo que en el siglo xx fueron tan importantes.

Definir los conceptos de cultura y civilización no es fácil, ya que la descripción de sus contenidos depende del punto de vista de los pensadores, que no se han puesto de acuerdo. Mucho influye también el idioma que se usa. Así, por ejemplo, el libro de Samuel Huntington The clash of civilizations se ha traducido como El choque de las culturas o El choque de las civilizaciones.

Los alemanes suelen dar preferencia al término cultura, porque la palabra civilización en la filosofía alemana ocupa un lugar secundario. Para Nietzsche, la cultura alemana es la manifestación suprema de la creación humana y a ella pertenecen las artes, la filosofía y la ciencia, mientras la civilización se relaciona más bien con la vida cotidiana y la tecnología. Los franceses, en cambio, usan con mayor frecuencia el término civilización. En muchas universidades hay cursos de civilisation francaise, en los cuales se habla de grandes pensadores, literatos, etc., pero también de la industrialización y la tecnología. La red moderna de trenes, los vinos de Burdeos, el champán y los quesos camembert son considerados parte de la civilización francesa y le dan identidad al país. Por el contrario, en la cultura alemana jamás formarían parte la cerveza, el futbol o la salchicha. Hay una distancia enorme entre Richard Wagner y Franz ­Beckenbauer; entre la ópera, a la cual asiste la élite educada, y el futbol que es diversión y se observa de manera apasionada. Para los franceses, sin embargo, la tecnología y el comercio son factores importantes de su expansión colonial. El crítico literario Tzvetan Todorov (1939-2017), búlgaro y francés, realiza un interesante estudio para polemizar con las tesis conservadoras de Huntington; como humanista crítico su interés se centró en atravesar fronteras y defender la comunicación entre culturas, lenguas y disciplinas. Pasa así de la crítica literaria al estudio de las culturas y sus puntos de encuentro como uno de los aspectos más relevantes de las sociedades actuales. En el año 2002 visitó la Universidad de Guadalajara donde afirmó que se distanciaba de la ciencia literaria y el estructuralismo y que su interés se centraba en la comprensión de los problemas históricos y morales. En este sentido, afirma que, con las expediciones a Egipto, “Bonaparte entendió por civilización la difusión de técnicas y obras, y por tanto, la predilección es justa: el comercio y la circulación de conocimientos serán reforzados por esta expedición”.46 Sin embargo, continúa el autor, hay una contradicción en la forma de actuar de Napoleón, porque la conquista es un acto violento que acerca la civilización a la barbarie. El bárbaro es el hombre salvaje que carece de cualquier educación, cultura y civilización.

Un hombre culto y civilizado es incapaz de cometer actos bárbaros; pero, en la lengua española, un hombre culto no es lo mismo que un hombre civilizado. Una persona civilizada tiene buenos modales y no es grosera, pero no necesariamente sabe mucho de arte o literatura. Un hombre culto es aquel que tiene una amplia formación humanística. En francés se da preferencia al término civilización, y en español y alemán, al de cultura. Es así como se refleja en nuestra forma de hablar la idea de una cultura elitista.

Cuando estudiamos la Antigüedad no importa si no diferenciamos entre culturas o civilizaciones en los casos de Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, los incas o los mayas, por ejemplo. Pero en la actualidad se impone cada vez con mayor fuerza el concepto de cultura creado por los antropólogos, para los cuales una cultura es la forma de vida de un pueblo o grupo étnico. Así, cuando hablamos de cultura wixárika nos referimos a las creencias, los hábitos alimenticios, la forma de vestir, la agricultura; es decir, la forma de vida en general de esta tribu indígena. Este concepto antropológico es posible aplicarlo a otras culturas, como la mexicana, la francesa y las de otros países y comunidades, ya que se trata de un concepto neutral. En adelante nos basaremos en él, aunque estamos conscientes de que persiste la confusión entre cultura y civilización en diversas lenguas. Cultura es un concepto que abarca muchos ámbitos de nuestra vida. Lo que nos da identidad es, en primer lugar, la lengua y la religión, y enseguida muchos otros factores de menor importancia: “amamos (o detestamos) la lengua, el lugar de infancia, su cocina, pero no amamos el seguro social, el fondo de jubilación… solamente queremos poder tenerles confianza,” dice Todorov.47

Estado nacional e identidad

Tzvetan Todorov explica también que nacemos inmersos en una cultura, la de nuestros padres. La cultura, la nacionalidad, el estado y la religión nos dan identidad. Por lo general, el nacionalismo es más fuerte que la religiosidad; la patria terrestre está más presente que la celestial. Durante las dos guerras mundiales los sacerdotes católicos de Francia y Alemania bendecían a los soldados que salían al campo de batalla, y a nadie le importaba que los católicos lucharan contra católicos. Inclusive los judíos alemanes, entre 1914 y 1918, estaban orgullosos de formar parte del ejército alemán, en cuyas filas podían mostrar su patriotismo. Después de las experiencias del holocausto empezaron a dudar del “patriotismo” de la generación anterior que enfrentaba también a judíos alemanes y franceses en el campo de batalla. Ahora, la nueva patria para muchos judíos alemanes es el recién fundado Estado de Israel.

La conciencia nacional surge a finales del siglo xviii con la Revolución francesa de 1789. La Marsellesa, el himno nacional francés donde se habla de los hijos de la patria, es producto de esta revolución y modelo para la composición de himnos nacionales en los países occidentales. Se trata de mensajes belicosos que suenan extraños en nuestro tiempo moderno, en el cual se busca la paz y se rechazan la violencia y el terrorismo. Por ejemplo, en el caso mexicano, es difícil imaginarse “el sonoro rugir del cañón”; la poesía patriótica de la Independencia, de Andrés Quintana Roo o Sánchez de Tagle y muchos otros, ya no tiene admiradores entre una juventud a la cual le es ajeno el concepto de patriotismo y que no siempre se siente orgullosa de ser mexicana.

A partir de la segunda mitad del siglo xx, el patriotismo y el nacionalismo han perdido su fuerza. Gracias a la política de conciliación de Adenauer y De Gaulle, los franceses dejan de ser los enemigos hereditarios de los alemanes y se convierten en sus aliados, igual que Inglaterra y Estados Unidos. El nuevo enemigo ya no es nacional, sino ideológico. El mundo occidental, liderado por los Estados Unidos, enfrenta al comunismo. Su enemigo principal, la Unión Soviética, es un estado multinacional que crea a un hombre nuevo ajeno a cualquier identidad nacional y religiosa, “el homo sovieticus”, cuyo fin describe la premio Nobel de literatura Svetlana Aleksiévich en uno de sus libros de reportaje.48 Es difícil decir si el proceso de “desnacionalización” y secularización fracasó completamente. Es una empresa muy arriesgada alejar al hombre de sus raíces religiosas y de su identidad nacional de manera repentina. La iglesia ortodoxa se debilitó mucho durante este proceso de sovietización; sin embargo, en el sur de la Unión Soviética, donde predomina el islam, la religiosidad sigue siendo un factor de gran importancia. El Partido Comunista subestimó la fuerza de la religión y ahora el gobierno ruso es aliado del Patriarca de Moscú. Sin embargo, el islam no deja de ser considerado un enemigo peligroso del gobierno, porque tiene el apoyo del Estado Islámico y otros islamistas radicales.

No obstante, aunque el Estado nacional, tan poderoso durante el siglo xix y principios del xx se debilitó mucho, todavía sigue presente. No podemos renunciar a él como quiso Stalin; pero debemos reconocer que “especialmente en Europa por el reforzamiento de las redes trasnacionales”49 su autonomía es cada vez más reducida. Hoy día los ingleses sueñan con devolverle su fuerza y se salen de la Unión Europea, que procura que los Estados nacionales se sometan a las directrices del Parlamento Europeo. La realidad es que, en este mundo globalizado, muchas decisiones ya no se toman a nivel nacional. Las empresas trasnacionales imponen sus condiciones a los países que se rebelan, amenazando con quitarles los créditos que son vitales para ellos. Un país aislado de la economía mundial, como lo fue Irán hasta hace poco, o Venezuela en la actualidad, sufre serios daños económicos.

El resultado es que, por un lado, el tradicional Estado nacional se está debilitando, y por otro, su desaparición forzosa, tal como la vimos en la Unión Soviética y Yugoslavia, puede tener consecuencias fatales, como los conflictos bélicos desatados en la zona del Cáucaso y en Ucrania; o la guerra civil en Yugoslavia, cuyas heridas apenas están sanando. Parece absurdo que la Unión Europea trate de unificar a los países en una organización supranacional que pretende hacer su propia política exterior y establecer embajadas europeas, mientras en el este de Europa surgen nuevos estados nacionales como Bielorrusia (Rusia blanca) o Ucrania. A veces estos estados son muy pequeños, como Eslovaquia, antes unida a Checoslovaquia, o Moldavia, que perteneció a Rumania hasta 1944 en que fue anexada a la Unión Soviética y hoy es un país independiente.

 

La Yugoslavia de Tito, que trató sin éxito de hacer olvidar a sus habitantes sus raíces étnico-religiosas para darles una nueva identidad comunista, se deshizo completamente porque sus habitantes comenzaron a combatirse tratando de recuperar sus raíces. Aunque serbios y croatas hablan prácticamente la misma lengua, se enfrentan por diferencias étnicas y religiosas. Los croatas católicos miran hacia el Occidente, los serbios ortodoxos se consideran cercanos a los rusos, un pueblo eslavo hermano. Ahora tienen sus propios estados. Muchos viven en Bosnia, un nuevo estado multicultural donde conviven serbios, croatas y, sobre todo, musulmanes. La guerra de Yugoslavia cobró muchas víctimas entre la población islámica, cuya identidad no es étnica ni nacional, sino religiosa. Cuando los turcos, que los convirtieron al islam, se retiraron, se quedaron sin protección; y durante el gobierno de Tito la religión dejó de tener importancia. Así, mientras Yugoslavia y la Unión Soviética se desmembraron, la Unión Europea trata de unirse cada vez más a través de un proceso muy difícil.

Al respecto, señala Todorov que “jamás habrá una nación o un pueblo europeo”,50 porque la Unión se compone de diferentes pueblos y culturas y no tiene una lengua común. No es posible seguir el ejemplo de Suiza y Bélgica donde alemanes, franceses e italianos en el primer caso, y holandeses y franceses en el segundo, se miran con desconfianza. Lo mismo pasa en Canadá, donde la minoría francesa quisiera independizarse. Por eso tiene razón cuando afirma que “La Unión Europea no elimina las estructuras estatales de los países miembros, sino que los coordina”.51 Tampoco es posible fusionar culturas muy diferentes como la alemana o la francesa o unificar por medio de una lengua vehicular, que es, en este caso, el inglés. Esto provoca resistencia ya que, sobre todo los pequeños estados de la Unión, exigen autonomía cultural y respeto por su lengua nacional.

Incluso dentro de un Estado nacional resulta difícil unificar las diferentes culturas regionales. Muchos escoceses no quieren someterse al gobierno de Londres. Los catalanes, y en menor grado los vascos, tienen la intención de independizarse de Madrid sin dejar de pertenecer a la Unión Europea. Baviera conserva cierta autonomía política y cultural dentro de Alemania. Los Estados nacionales suelen tener dificultades para aglutinar a todos los grupos culturales de un territorio. En el caso de los Estados Unidos, la minoría afroamericana choca con la mayoría anglosajona o blanca que siente amenazada su identidad por los negros, los hispanos (latinos), los chinos o los árabes; y hacen aparecer al islam como una amenaza. Es decir, la religión cobra relevancia frente la etnia. Nos preguntamos si con el gobierno de Donald Trump el crisol (melting pot) norteamericano funciona todavía. Los estadounidenses con poca educación utilizan prejuicios raciales para confundir y atacar a negros, hispanos y musulmanes de piel oscura.

Los países de toda América, desde Canadá hasta Argentina y Chile, basan sus formas de gobierno en modelos europeos, ya que la mayoría de su población desciende de estos inmigrantes. En toda Latinoamérica, el mestizaje se consolidó durante la época colonial. La presencia cultural de los pueblos indígenas y de los esclavos africanos, casi exterminados, está menos presente que la de los colonizadores españoles y portugueses. No obstante que los enfrentamientos raciales de los siglos xvi al xix parecen superados, las poblaciones originarias han tenido que aceptar su destino. Aunque muchas tribus participaron en la Revolución mexicana, otros veían, sin alcanzar a comprender, las luchas de blancos y mestizos por ideales ajenos a su cultura. El escritor jalisciense Basilio Vadillo, en su novela El campanario,52 describe al indio Nazario defendiendo la identidad indígena contra los blancos y negándose a participar en la revolución. “Son cosas de ellos”, es su argumento, porque él no se siente parte de la nación mexicana creada por criollos, descendientes de españoles, en 1821, después de la guerra de independencia.

Aun así, México tiene muchos menos problemas raciales y choques culturales que Estados Unidos. La gran rebelión de los esclavos negros durante el siglo xvii en la capital mexicana ya está olvidada. La raza africana desapareció debido al mestizaje. Los indígenas aceptaron el nuevo Estado mexicano, de tal manera que uno de los presidentes más venerados en la historia nacional es Benito Juárez, un indígena de Oaxaca. Ignacio M. Altamirano, gran escritor del siglo xix, también era indígena. En la actualidad aún hay muchos prejuicios de la élite blanca; pero enfrentamientos raciales como se dan en Estados Unidos, entre blancos y negros, no son posibles en México, donde casi toda la población se identifica con la cultura nacional que, por supuesto, no es monolítica. La identidad nacional se funda en la imagen de una virgen morena, la virgen de Guadalupe, aceptando también al Estado laico, la separación de Iglesia-Estado implantada por Benito Juárez. En la actualidad, con excepción de algunas colonias de extranjeros, no existen en México minorías culturales fuertes como los chicanos en Estados Unidos, quienes fusionan su identidad mexicana con la anglosajona.

El proceso de integración de diversos grupos culturales en una sola nación es lento y delicado. En Alemania, con la inmigración masiva desde el sur de Europa, Turquía y otras partes de Asia y África, se desató un debate sobre el multiculturalismo. Los liberales recomendaron apertura a todas las nuevas culturas viendo en ellas un enriquecimiento; mientras, según los conservadores, todos los grupos se tenían que someter a la cultura alemana, conservándola como la principal. La idea de la pureza cultural y de que la cultura propia, en este caso la alemana, es superior a las demás, llegó a su punto culminante con Hitler y su idea de la pureza racial que, obviamente, no existía. La raza germánica predomina en Alemania, pero mezclada con la celta, la eslava y otras. Durante muchos siglos, igual que otros países, recibió influencias de otras culturas, sobre todo la grecolatina, italiana, francesa, etc. El café y la papa, que son los alimentos más consumidos entre la población, no son de origen germánico. Según Todorov, lo multicultural no es un fenómeno que surgió con el reciente movimiento de inmigrantes del sur hacia los países industrializados: “toda sociedad y todo estado son multiculturales (o mestizos), no solo porque las poblaciones se han mezclado desde tiempos inmemoriales, sino porque los grupos constitutivos de la sociedad: hombres, mujeres, jóvenes, viejos, tienen identidades culturales distintas”.53

Multiculturalismo e integración

El multiculturalismo ha existido en todas las sociedades y puede causar conflictos. Así en México, hasta el siglo xx, los hijos de las familias de inmigrantes alemanes se casaban entre ellos para conservar sus costumbres. Aún a mediados del siglo pasado, en muchos países, los esponsales entre católicos y protestantes eran difíciles. La Iglesia católica ponía obstáculos a estos “matrimonios mixtos” y exigía que los hijos se educaran en la religión católica. Hoy en día, las uniones entre cristianos y musulmanes son difíciles, porque chocan visiones y mundos culturales y religiosos más distantes.

No hay una identidad única que sea común a todos los habitantes de un país. Según Todorov “no existe una cultura francesa única y homogénea, sino un conjunto de tradiciones diversas, incluso contradictorias, en estado de transformación permanente, cuya jerarquía varía y lo sigue haciendo”.54 Todos tenemos identidades culturales que no coinciden completamente con las demás y que cambian con frecuencia, porque nosotros, como personas, también cambiamos. Actualmente observamos en todo el mundo, y México no es la excepción, una creciente influencia oriental: las tradiciones budistas, hinduistas o taoístas tienen cada vez más adeptos. Se advierte la presencia de musulmanes inmigrados y también de algunos conversos en el país. En las grandes ciudades, donde más se nota el multiculturalismo, es en los espacios de producción y consumo de alimentos, pero también en la música popular, aunque sigue predominando con fuerza lo anglosajón.

Todorov señala que nuestra identidad cultural se compone de varios aspectos. En un Estado nacional europeo se pueden sentir los habitantes como parte de diferentes culturas. Un habitante de Barcelona puede mostrar lealtad a Cataluña o España al mismo tiempo que a los valores europeos. Lo mismo sucede con un vasco francés o un bávaro. Surge la visión de la Europa de las regiones, donde vascos, catalanes, escoceses, bávaros, valones o flamencos tienen los mismos derechos que españoles, ingleses, alemanes o belgas. Esto está provocando que se modifiquen los conceptos de Estado y Nación. Lo importante para él sería determinar con cuáles de estos elementos se identifica más el ciudadano, y pregunta de manera irónica por cuál de ellos la gente estaría dispuesta a morir. Obviamente, no por la nación, porque nadie se muere hoy día por la patria. Los suicidas musulmanes dan la vida por su religión, y eso, para el europeo moderno, es difícil de entender. Para el mundo musulmán, y sobre todo para el árabe, el nacionalismo no significa lo mismo que para Europa y el continente americano.

Todorov califica al libro de Huntington como una obra erudita e indigesta, cuyo éxito solo fue posible porque ofrece explicaciones simples para comprender un mundo complejo. Es un libro mucho más citado que leído. Tiene numerosos seguidores, entre los cuales menciona a Oriana Fallaci, quien en una de sus obras habla de “una Cruzada al revés”,55 para sugerir que los musulmanes tratan de conquistar a los países occidentales. “La teoría del choque de las civilizaciones es adoptada por todos aquellos que quieren convertir la complejidad del mundo en términos de enfrentamientos entre entidades sencillas y homogéneas: Occidente y Oriente. Mundo libre e islam”.56 Huntington no distingue entre el islam, que es una religión, y los islamistas, que forman un partido político, porque esta diferenciación dejaría sin fundamento su tesis. “Para definirnos y movilizarnos necesitamos enemigos”,57 dice el autor. Frustraciones y antipatías enfrentan a grupos sociales. Muchos pueblos del Tercer Mundo que viven en la pobreza y marginación social critican a Estados Unidos. En tanto que en Francia y Alemania los islamistas ganan adeptos entre descendientes de árabes y turcos sin perspectiva laboral. En estos casos, justicia social y religión se confunden. Los seres humanos son complejos y se transforman continuamente; lo mismo pasa con las culturas ya que “cada individuo es portador de múltiples culturas”.58

Estamos de acuerdo con Todorov cuando concluye que las civilizaciones no producen choques al encontrarse, y que los choques se refieren “más bien a entidades políticas que culturales”.59 Las culturas, creemos, no entran en conflicto, sino que se enriquecen mutuamente. Esto sucedió durante la Edad Media, cuando los musulmanes enseñaron a los cristianos sus artes y ciencias. Existen otros puntos de contacto entre ambas religiones. Por ejemplo, la espiritualidad del poeta persa Rumi, que atrae a los cristianos sinceros y a los estudiosos de sus místicos, como san Juan de la Cruz. Aunque existen muchos más ejemplos, solo pretendemos rechazar las tesis simplistas de Huntington y otros autores.

Globalización e identidad nacional. Amin Maalouf

¿Qué es lo que determina la identidad del hombre?, ¿la religión, la nación, la lengua u otros factores culturales? El escritor franco-libanés Amin ­Maalouf trata de contestar estas preguntas en su libro Identidades asesinas60 basándose en sus propias experiencias. La personalidad de este autor está marcada por varias identidades: es árabe y libanés, y como tiene también la nacionalidad francesa, escribe en esta lengua. Cuando le preguntan si se siente “más francés” o “más libanés” contesta “¡las dos cosas!”.61 Maalouf, igual que muchos intelectuales del Líbano o Magreb, se expresa en francés, pero en el centro de sus obras literarias está la cultura árabe. Para él, la lengua es un factor cultural mucho más importante que la religión. Comenta al respecto: “De todas las pertenencias que atesoramos, la lengua es casi siempre una de las más determinantes. Al menos tanto como la religión…”.62 Se puede vivir sin religión, pero no sin lengua; y lo que más une a los pueblos es el idioma común y, en menor grado, la fe religiosa. “Cuando dos comunidades hablan lenguas distintas, su religión común no es suficiente para unirlas: católicos flamencos y valones musulmanes, turcos, kurdos o árabes, etcétera; tampoco la unidad lingüística, por otra parte, garantiza hoy en Bosnia la coexistencia entre ortodoxos serbios, católicos, croatas y musulmanes”.63

 

Lo mismo pasa en Líbano, el país natal de Maalouf donde la convivencia entre cristianos y musulmanes, entre católicos, ortodoxos, sunitas y chiitas es muy complicada. El autor nació “en el seno de la comunidad… católica-griega o malaquita, que reconoce la autoridad del papa…”64 Las comunidades cristianas del oriente son más antiguas que las del occidente, pero hoy en día la situación de los cristianos del cercano oriente no es fácil. “El hecho de ser cristiano y tener por lengua materna el árabe, que es la lengua sagrada del islam, es una de las paradojas fundamentales que han forjado mi identidad.”65

Él se siente, de cierta manera, parte de la tradición musulmana del pueblo árabe. Su idioma, que es la sagrada lengua del Corán, es un factor de unión cultural entre todos los árabes, como lo es para la Iglesia católica el latín, o para el pueblo de Israel el hebreo moderno que se basa en la Torá. En su libro Las Cruzadas vistas por los árabes,66 describe a los caballeros cristianos desde la perspectiva de los musulmanes que defienden Jerusalén. Pero un árabe, aunque nos sea religioso, no puede desprenderse completamente de su tradición cultural; por ejemplo, el novelista sirio-alemán Rafik Schami, quien es católico, subraya la importancia del islam para su obra y afirma que solo puede ser comprendida en el contexto de la religión.

La identidad de Maalouf es compleja; no faltan contradicciones que marcan su personalidad y causan confusión, como sucede con muchas personas y comunidades que se desenvuelven en ambientes culturales plurirreligiosos y pluriétnicos. El caso ilustrativo es la antigua Yugoslavia, cuyos habitantes actualmente, habiéndose desintegrado el país, buscan recuperar su identidad afianzando su religión y su lengua: son croatas católicos, serbios ortodoxos, o bosnios musulmanes. Para un bosnio, en época del mariscal Tito, la religión era un factor de menor importancia porque se sentía yugoslavo; pero hoy el islam le da identidad y lo aleja de los serbios ortodoxos aunque hablen la misma lengua. El comunismo era la ideología unificadora y hoy viven separados en países diferentes.

Existen muchos factores que determinan nuestra identidad. Para un negro en Francia o Estados Unidos el color de la piel lo diferencia de los demás; sin embargo, para un yoruba de África occidental el color de su piel tiene mucho menos importancia que su pertenencia a la tribu yoruba y que tenga como lengua vehicular el inglés o francés. Su religión puede ser cristiana o musulmana. Así se unen en una persona varias identidades culturales. Lo mismo pasa en Argelia o Marruecos, donde la minoría étnica berebere habla en casa su lengua materna, pero en la mezquita y la escuela utilizan el árabe, el cual es considerado, junto con el francés, lengua oficial. El novelista israelí Abraham Yehoshua describe los problemas lingüísticos y culturales de los bereberes, en cuya vida cotidiana se usan cuatro idiomas y muy pocos de ellos los dominan: En la escuela coránica aprenden el árabe clásico, que es muy diferente del árabe dialectal que se habla ahora en Argelia; en las universidades y en la prensa predomina el francés, y en la casa se comunican en berebere.

Muchos de los indígenas de México o Perú son bilingües; igual que los flamencos de Bruselas, quienes hablan con la misma facilidad el francés y neerlandés. En Barcelona, la capital catalana, se usa tanto el castellano como el catalán. La mayoría de sus habitantes son bilingües; pero otros, sobre todo los obreros de origen andaluz, no lo hablan y se sienten españoles. Los catalanes no saben si se sienten más catalanes o españoles. Si se les preguntara, contestarían seguramente como Maalouf: “las dos cosas”.

Aunque no debemos subestimar la herencia cultural de nuestros antepasados, como dijera el historiador Marc Bloch, Maalouf afirma: “los hombres son más hijos de su tiempo que de sus padres”.67 La herencia de nuestros ancestros sería vertical; pero más decisivo que las tradiciones, es el espíritu de la época, el factor horizontal “que a mi juicio resulta más determinante”.68 Vivimos hoy en día en un mundo globalizado, en el cual la cultura anglosajona tiene una fuerte presencia; pero el inglés, como lengua vehicular universal, no debe sustituir a las numerosas lenguas que existen en el mundo: “Si cada uno de nosotros se viera conminado a renegar de sí mismo para acceder a la modernidad, tal como esta se define y se definirá, ¿no generalizarían las reacciones retrógradas y con ellas la violencia?”.69 Ahí tenemos, por lo menos en parte, una explicación de los atentados islamistas en el mundo.

Maalouf es un intelectual que se comunica a nivel global utilizando el francés, que hasta la primera mitad del siglo xx era la lengua universal. Su obra forma parte de la historia de la literatura de ese país. El francés, después del árabe, es su segundo idioma, igual que para Tahar Ben Jelloun. Los casos del árabe Rafik Schami, quien escribe en alemán, y del iraní Kader Abdollah, novelista de lengua holandesa, son parecidos. “Para cada uno de nosotros ese segundo idioma sería, desde la escuela, la principal lengua extranjera, pero sería también mucho más que eso, sería también la lengua del corazón, la lengua adoptiva, la lengua elegida, la lengua amada…”70

En realidad, Maalouf debe al francés, su segunda lengua, su gloria literaria. Es uno de los escritores más importantes de la literatura francesa actual. Identidades asesinas, un ensayo de calidad literaria, termina con una paradoja: “hay libros que uno quisiera que fuesen eternos…”71; pero en este caso el autor tiene la esperanza de que sus nietos ya no lo lean, y que para ellos los problemas tratados en la obra no tengan actualidad. Tiene esperanza en que los conflictos de identidad se resuelvan pronto; solo así las nuevas generaciones leerían este brillante ensayo como una interesante fuente histórica que nos permite comprender mejor el presente.

Las Cruzadas como choque de culturas

En su libro Las Cruzadas vistas por los árabes, Maalouf nos lleva a pensar la historia de una manera diferente: nos cuenta los sucesos de las Cruzadas de los siglos xi a xiii basándose en fuentes árabes. Desde esta perspectiva, la de un cristiano oriental, los malvados no son los infieles musulmanes, sino los caballeros cristianos, cuyos intereses eran en realidad económicos y no religiosos, como lo muestra el saqueo a la ciudad cristiana de Bizancio o Constantinopla.

Desde la visión occidental, las Cruzadas (1096-1291) son la gran hazaña de los caballeros medievales cristianos, para los cuales era una misión sagrada liberar la ciudad santa de Jerusalén de la ocupación de los moros infieles. Actualmente sigue siendo una ciudad de choques religiosos, principalmente entre judíos y palestinos, que afectan también a los peregrinos de otras religiones. Si en la Edad Media se enfrentó la Iglesia católica a los musulmanes, en el conflicto actual, entre judíos y palestinos, el Estado de Israel es apoyado por sus aliados de Occidente. Jerusalén no es solo un lugar sagrado para los cristianos; es un sitio fundante de las tres religiones abrahámicas, donde se encuentran símbolos importantes de cada tradición. En realidad podría ser un lugar de encuentro, como se ha pretendido en diferentes momentos.