Mis suspiros llevan tu nombre

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Él me agarró desde la nuca, arrastró con suavidad mi cuerpo hasta la arena y me atrajo hasta su boca.

–Entonces demuéstramelo. Hasta ahora solo he besado yo, todavía no me has devuelto ninguno de los besos que te he dado y me muero porque lo hagas.

Intenté resistirme un poco, eché mi cabeza hacia atrás, pero él continuó insistiendo sin dejar de mirar mis labios. Cerré mis ojos y volví a dejar que me besara, aunque esta vez sí participé en esos besos.

Me gustaba cómo acariciaba mi cuerpo, erizaba cada trozo de mi piel por donde pasaba sus manos. Me besaba con deseo, en ese momento ya no me importaba el vestido, ni los zapatos, ni siquiera mi pelo, ¡el cual había estado cerca de una hora alisando y peinando! Me importaba él, despertaba cada uno de mis sentidos dormidos hasta ese momento. De pronto se incorporó y cubrió mi cuerpo con el suyo, seguíamos besándonos cuando sentí cómo apretó su pelvis en mí sexo, pude sentir lo excitado que estaba, sus manos comenzaron a subir hábilmente por debajo de mi falda.

Mis ojos se abrieron automáticamente y la alarma saltó en mi cerebro, todas mis clases de biología, de prevención de riesgos, brotaban como una fuerte de información en mi cabeza.

–¡Para, para! ¡Vas bastante rápido, ¿no crees?!

Él seguía besando mi cuello y mis labios alternativamente, sin cesar en su empeño me dijo:

–¿Rápido? ¿Después de tantos años?

Sentí como sus labios intentaban bajar hasta mi pecho. ¡Hasta ahí había llegado! De un empujón lo detuve.

–¿Años? Esta es la conversación más larga que hemos mantenido en toda nuestra vida y no creo que haya llegado ya a las cien palabras, por lo menos por tu parte.

Sonrió y apoyó su cara en su mano, comenzó a rozar mis labios con los dedos de su otra mano y me preguntó:

–¿De verdad quieres que ahora nos pongamos a hablar? Mira, “la noche está para bailar un reggaetón suave”.

Di una risotada al escucharlo. Sin duda había estado escuchando el tipo de música que él “pensaba” que a mí me gustaba, a la vez que me demostraba que no era tan listo como me parecía.

–¡Es lento, “enterao”! ¡“Vamos a bailar un reggaetón lento”!! –Lo miré sin poder dejar de reír y él me devolvió la sonrisa sabiendo que había comprendido su broma. ¡Hombre no, claro que no quería hablar! Pero la cosa no iba a ser llegar y topar. Además, ese no era el momento, ni el lugar, ya había tenido “un aquí te pillo, aquí te mato” en una excursión buscando bichos para la clase de biología y antes de dos minutos mi virginidad a hacer puñetas, desde luego que no iba a pasar por un polvo rápido esta vez y a volver a no enterarme de nada. Al ver que no le contestaba insistió–: ¿O acaso es que no te gusto?

Miré su cara, así de cerca con esa suave luz y sus ojos interrogándome curiosos de mi respuesta le contesté:

–Alex, me gustas y mucho, pero es que no quiero hacerlo aún, y mucho menos así. Ya tuve una mala experiencia, no quiero volver a pasar por aquello, además puede pasar cualquiera y esto no es en lo que yo había pensado contigo.

Él sonrió y rozando mis labios con los suyos, me preguntó:

–¿Entonces tú también habías soñado con este momento?

–¡Alex! – Me avergoncé un poco y sonreí, él me miró haciéndose el falso sorprendido.

–¡Espera, aclárame una cosa! ¿Alex? ¿Ahora me llamo Alex? Nunca nadie me había llamado así.

Pasé mis dedos por su pelo y le contesté:

–Es que Alejandro me parece muy serio, algo así como de hombre mayor, para mí siempre has sido Alex, ¿te molesta?

–No, me encanta como suena de tus labios, será algo tuyo y mío, la primera cosa que tenemos nuestra.

Me gustaba. ¡Oh sí Dios mío, ese hombre me gustaba y mucho!

Volvimos a besarnos, pero tal y como podía esperarse de él, respetó mis deseos, y de un par de roces, un poquito subiditos de tono, no pasamos.

Comenzamos a vernos, aunque siempre que pasaba a recogerme lo hacía un par de calles más abajo de donde yo vivía. Le había puesto a Alex la excusa que si mi padre o mi hermano nos veía juntos no me dejarían salir con él, le repetía que éramos de mundos diferentes y a ellos no le agradaría la idea. Pero la verdad era que, aunque nuestras familias no hubiesen dicho nada al enterarse yo sabía que de un modo u otro yo no encajaría, solamente era la hija de un hombre modesto intentando luchar para salir adelante, mientras ellos cerraban contratos millonarios para una gira por los principales teatros y liceos del mundo. Así que en las contadas ocasiones que me detenía a pensarlo me regañaba, sabía que solo eran excusas, era yo quien entendía que apenas era eso, una aventura para él, un mero entretenimiento de verano, y que ese era el motivo por el que no quería que mi familia se enterase. ¡Pero es que me gustaba tanto!, ¡era tan especial conmigo! No quería ni insinuar que algo me gustaba delante de él, porque antes de terminar de hablar ya lo tenía. Regalos que luego eran imposibles de explicar de dónde habían salido esos carísimos caprichos y que siempre andaba escondiendo. Sus atenciones conmigo eran geniales, pero todas esas cosas no significaban nada; era él quien de verdad me conquistaba a cada momento. Todo, era capaz de dármelo todo, pero siempre con una restricción, el tiempo que podíamos pasar juntos.

Por el día él permanecía horas y horas practicando su música, sino estaba en su casa, lo pasaba en el gimnasio. Según su abuelo, eran tan importantes sus concentraciones, como su preparación física o su descanso, tenía que estar totalmente listo para el desgaste que surgía de las largas horas al piano. Todo eso y su manía de no usar teléfono me impedían hacerle llegar mensajes o llamadas y ya no hablemos de su casa, allí sí que era misión imposible, no podía ser molestado por nadie, tenía totalmente prohibidas las llamadas y las visitas, y pasaban días enteros sin poder comunicarnos. Solo me llamaba cuando el viejo estaba fuera o se acostaba temprano. Eso sí, los lunes, dijese lo que dijese mi padre, yo no faltaba para arreglar las plantas de su jardín, aunque solo fuese para vernos durante un ratito a escondidas.

No sabía si realmente esa situación nos era conveniente o no, pero tampoco le pedía más, lo cierto es que así evitábamos dar explicaciones sobre nuestra relación a ambas familias y era el único modo de poder mantenerlo un poco más en mi vida.

Ya nos encontrábamos a finales de agosto, cuando un domingo por la noche recibimos en casa una llamada del hermano de mi padre. Mi tío lo avisaba que lo ingresaban de urgencias en el hospital de Córdoba, tenían que hacerle una operación de corazón de inmediato, era su único hermano y estaba solo, no tenía más remedio que ir con él.

Así que el lunes nos levantamos mucho más temprano de lo habitual, mi padre quería dejar arreglados los sitios más complicados, para que mi hermano y yo tuviésemos que atender solamente los riegos y las limpiezas de las piscinas durante la semana que él pasaría fuera. Ya a última hora de la mañana llegamos a casa de los Grajal. En la misma entrada, el abuelo de mi adorado pianista veía cómo su chófer, ayudado por sus nietos, metían las maletas en su coche, creí morirme, ¿se iría así, sin despedirse de mí?

Mi padre bajó de la furgoneta y fue hacia él saludándolo.

–¡Buenas tardes, Constantino ¿no me diga que ya se van?!

Él hombre saludó a mi padre y le contestó:

–No, solamente me voy yo, tengo una reunión con los agentes de mi nieto, vamos a ultimar los flecos pendientes del contrato para la gira, si todo sale bien en un par de semanas sí nos marcharemos.

Aunque suspiré de alivio al ver que no se marchaba, sus palabras cayeron sobre mí como jarro de agua helada. Sabía que tarde o temprano tendría que irse, pero no me hacía a la idea de que el tiempo había pasado tan rápido y que sería pronto cuando mi corazón se rompería en mil pedazos.

–Dime muchacho, ¿cómo siendo un contrato para ti, no lo acompañas? –le comentó mmi padre a Alex.

Su abuelo no lo dejó hablar y continuó con la conversación:

–No, prefiero que siga concentrado en su música, los negocios son cosa mía, de camino necesito que le eche un ojo a este trasto de Fran –dijo tocando el pelo de su nieto pequeño.

–Yo también salgo esta tarde para Córdoba –le comentó mi padre–. Mañana operan a mi hermano del corazón y no me queda más remedio que ir a acompañarlo. Me voy, pero con la intranquilidad de dejarlos a ellos solos, yo no tengo quien vigile a mis dos “trastos”, como usted dice.

Ellos sonrieron, pues no era más que una broma; de pronto Fran, que por el contrario, le pareció una idea excelente, se le encendió una bombilla:

–Abuelo ¿por qué no les dejas quedarse en casa? Marisa puede atendernos de sobra a los cuatro y así todos estaremos vigilados.

Mi padre se echó a reír pareciéndole absurda la idea. Pero Alex y yo nos miramos, pensando a la vez que era nuestra oportunidad de estar juntos unos últimos días.

Él entró en la conversación enseguida, aunque con aire de importarle poco, metió las manos en sus bolsillos y le dijo a mi padre:

–No se crea, no es tan mala la idea, habitaciones hay de sobra en la casa y si mi hermano tiene algo que hacer, seguro que me dejará en paz y podré terminar de prepararme para la gira.

Su abuelo lo miró y sorprendentemente le dio la razón:

–No es un mal razonamiento, si Fran no está rondando detrás de su hermano seguro que en esta última semana termina de ponerse al día y estando su hija aquí estos dos personajes no se meterán en demasiados líos.

Mi hermano y Fran chocaron sus manos, como dando por hecho aquello, Alex y yo no podíamos ocultar nuestras sonrisas, aún sin querer mirarnos apenas.

 

Mi padre me miró y me dijo:

–Sé que a tu hermano le parece genial, pero, ¿y a ti?

Hice un gesto con mis hombros, como diciendo me da igual y le contesté:

–¡Allá ellos! Yo, si me quedo voy a estar todo el día tumbada en la piscina.

El viejo contestó rápido:

–¡Entonces ya está! Me quedo mucho más tranquilo sabiendo que Alejandro no tendrá ningún tipo de interrupciones.

Cruzamos nuestras miradas, solo nos faltó ponernos a saltar, aunque creo que mentalmente lo estábamos haciendo.

Mi padre se marchó después de comer camino a Córdoba, a mi hermano y a mí nos dejó en la puerta del chalet antes de irse, sin dejar de avisarnos una y otra vez la que nos podía caer si metíamos la pata en algo.

Nada más entrar, Fran nos recibió; los dos estaban locos de contentos, fueron directos al dormitorio del muchacho, querían dormir en la misma habitación, aunque por los planes que tenían, dormir iban a dormir poco.

Marisa me llevó hasta el que iba a ser mi dormitorio, yo no podía nada más que pensar en cuál sería la habitación de Alex. Su música seguía sonando sin parar, Marisa se dio cuenta que yo intentaba adivinar de dónde procedía aquella melodía; ella, pensando que me molestaba me dijo:

–No te preocupes, terminas acostumbrándote.

–No, si no me molesta, como nunca he estado en esta parte de la casa me preguntaba en qué habitación tocaba Alejandro, para no interrumpir.

–Bueno, seguro que en cuanto te acerques a ella lo notarás, pero es la del fondo. Intenta no molestarlo, nadie entra en ella durante sus ensayos.

Asentí con la cabeza, y con mi pequeño bolso de viaje aún entre mis manos, la sonreí, esperando que creyese en mi carita de niña buena y saliese del cuarto confiando que no iba a molestar a nadie. Pero ella no había terminado de llegar a la escalera cuando yo ya estaba en la puerta de Alex, directamente entré sin llamar; me quedé inmóvil al verlo tocar, la pieza me era conocida, aunque que nadie me preguntara su nombre, porque no iba a saber contestarle. ¡¿Qué queréis?! Yo estudiaba medicina, había pasado muy por encima lo de la música, a mí me aprobaban en el colegio por llevar la flauta, poco más.

Era increíble escucharlo, él estaba totalmente concentrado, era la primera vez que le veía tocar, ahora comprendía lo de sus horas de gimnasio, era una fuerza brutal la que utilizaba, todo su cuerpo era armonía, me quedé alucinada, la música resonaba dentro de esa habitación de una manera sorprendente, me envolvía por completo y por primera vez su música me llegó al corazón, tanto como él ya lo estaba.

Cuando acabó la pieza aplaudí intensamente llevada por la emoción.

Él se volvió al escucharme, me miró. Pensé que le había sentado mal que entrara y lo interrumpiera, entonces le pregunté con verdadera cara de angustia:

–¿Te molesto?, ¿me marcho?

Sonrió y me ofreció su mano. Yo corrí a su encuentro emocionada, me senté en su regazo, abrazándolo con fuerza, y seguidamente terminé de derretirme al escucharle decirme:

–¡Hola preciosa, me encanta que hayas venido!

No hizo falta nada más que mirarnos para encendernos el uno al otro. Nos besamos con ternura durante un momento, enseguida quise disculparme de nuevo por mi entrometimiento:

–¡No te enfades conmigo, ya me voy, prometo no molestarte más en tus sesiones! Pero tenía muchas ganas de verte tocar, llevo escuchándote desde que tenía diez años y no lo había hecho nunca.

–No me he enfadado, solo me he quedado inmóvil al verte, porque me parece que eres lo más bonito que he visto nunca. –Me besó de nuevo–. ¿Sabes? Pienso que tenemos que aprovechar hasta el último instante que tenemos para estar juntos, no quiero desperdiciar ni un segundo más aquí sentado en vez de estar contigo.

Me dio un sabroso beso. Yo, sin poder parar de sonreír, le contesté:

–¡Sí claro, para que tu abuelo me mate en cuanto se entere que por mi culpa te has estado distrayendo!

–¡Pues que nos mate juntos, así no nos podremos volver a separar!

Sonreí, me volví hacia su piano e intenté hacerlo sonar tocando algunas teclas.

–¿Me vas a enseñar alguna vez a tocar? Tiene que ser muy bonito saber hacerlo.

Él cogió mis manos acariciándolas, su voz sonó tan cerca de mi oído que tuve que cerrar los ojos al sentir cómo succionaba el lóbulo de mi oreja con su boca.

–¿De verdad quieres perder el tiempo en esto?

Con mis ojos aún cerrados mientras sentía sus labios paseándose por mi cuello, le pregunté:

–¿Y has pensado qué otra cosa quieres hacer?

Sin dejar de besarme, volvió a subir sus labios hasta mi oído y me musitó con esa maravillosa voz que me volvía loca:

–Quiero hacerte el amor.

El corazón me dio un vuelco, así en frío y recién llegada no me esperaba esa petición, abrí los ojos y lo miré.

–¡Alex!

Retiró el pelo de mi cara y me dijo:

–Pelirroja, te juro que no me lo puedo quitar de la cabeza, no pienso en otra cosa, ni siquiera puedo concentrarme en la música, todos estos días juntos y tú no has querido, siempre había algo que te parecía mal. ¡Pues bien, si no es por mí, ahora tenemos la oportunidad y una buena cama a nuestra disposición, nadie nos molestará!

Agaché la cabeza un poco avergonzada por su petición.

–Es que…

Buscó mi boca y me besó.

–Es que nada, sé sincera ¿quieres o no?

–Alex claro que quiero estar contigo y sabes de sobra que tú no eres la razón de que me lo haya pensado tanto, pero esperaba un momento romántico, algo más especial para nuestra primera vez.

Acarició mi cara y me dijo:

–Es por aquella mala experiencia que me contaste, ¿verdad?

Asentí al escucharlo e intenté explicarle, muy por encima, el porqué de mi comportamiento.

–Fui una boba, me lo habían magnificado tanto que en la primera ocasión que surgió lo hice, sin pensar dónde ni con quién. Fue algo muy decepcionante y me sentí muy mal durante mucho tiempo por haber sido una inconsciente, además elegí al peor de los candidatos, le faltó publicarlo en los periódicos. Me da un poco de miedo pensar que algo parecido pueda volver a pasar.

–Sabes que conmigo no será así, yo deseo de verdad que compartamos esos momentos juntos.

Acaricié su cara y apoyé mi frente en la suya.

–Lo sé, ahora estoy segura que contigo todo será diferente, tan solo el hecho de estar juntos ya será maravilloso.

–¡Bueno, pues entonces no se hable más, prepárate para esta noche, porque voy a hacer que sea tan especial como tú lo deseas! Te lo prometo preciosa.

Sonreí y le di un beso.

–Gracias por comprenderme y ahora te dejo seguir practicando, de verdad quiero estar guapísima para ti. –Intenté levantarme, pero él me atrajo a su cuerpo de nuevo.

–Es imposible que te pongas más guapa de lo que ya estás.

Nos besamos durante un buen rato, pero me di cuenta que lo estaba entreteniendo más de lo debido, si el viejo se llegaba a enterar me iba a faltar campo para correr. Me levanté después de regañarle entre bromas para que me dejara y siguiese con sus ensayos, pero antes de salir de su habitación recibí un mensaje de mis inseparables, lo leí y le dije:

–¡Alex, me han llamado mis amigas, quieren conocer tu casa! ¿Puedo decirles que vengan un rato a la piscina? Prometo que no haremos ruido.

Asintió con su cabeza sin dejar de sonreírme.

Le lancé un beso desde la misma puerta y mandé un mensaje a Mónica y Miriam para que pasaran la tarde conmigo.

En poco menos de una hora ellas ya habían llegado, bajamos hasta la piscina y nos dispusimos a practicar nuestro deporte favorito y el que mejor se nos daba, tumbarnos a tomar el sol, habiendo llegado a tened récords de entrar en “coma profundo” durante horas. Fran y Raúl estaban metidos en el agua, jugando con una ballena hinchable sin dejar de salpicarnos a posta. Mónica, haciéndose la madura, aparentaba estar bastante molesta por aquello y les regañaba como si fueran unos niños pequeños, mientras mi otra amiga y yo seguíamos relajadas.

De pronto dejé de escuchar a Mónica protestar y noté que me apretaba la mano, la miré preguntando con un gesto que qué quería y ella, sin hablar, me indicó hacia la entrada del jardín, me incorporé un poco y vi a mi pianista acercarse en bañador hasta nosotras, bajé un poco mis gafas de sol para poder verlo bien y me felicité a mí misma por aquel “tiarrón”.

–¡Dios, está buenísimo! –Dijo Mónica, con la boca abierta, me recordó a mí cuando lo vi el día en que me besó la primera vez.

Miriam no tardó un segundo en levantar la cabeza.

–¡Está para comérselo!

Eran los veinticinco años más espectaculares que habíamos visto en todas nuestras vidas.

–¡Chicas y por unos días es solo mío!

Las tres reímos y pataleamos escandalosamente, él nos hizo un gesto de saludo con su cabeza y se tiró al agua.

Al poco rato, y haciendo un esfuerzo sobre humano para nuestra habitual actividad física, jugábamos con una pelota intentando lucirnos un poco con nuestros mini biquinis, mientras ellos tres seguían en el agua.

Alex tenía apoyados sus brazos en el filo de la piscina sin quitarnos ojo, nuestros hermanos en una carrera llegaron hasta él. Fran, sin dejar de mirar hacia nosotras le dijo a mí hermano:

–¡Joder Raúl, las amigas de tu hermana están buenísimas! ¡Pero tío, no te enfades, tu hermana está para mojar pan, tiene un cuerpazo!

Su hermano lo miró como diciendo ¡mira el mocoso! Pero Raúl no tardó en contestarle:

–¡Agg! ¡Tío, estás hablando de mi hermana! Mira mejor a sus amigas, a mí la que me gusta es Miriam.

–Están bien, pero Sisí ¡Uff! –Volvió a insistir Fran sin dejar de mirarnos.

Alex los miró y con toda la tranquilidad del mundo les dijo:

–Raúl, sé que tienes ganada a Miriam por cómo te mira, pero Fran confórmate con la pecosa, porque Sisí es para mí.

Los dos lo miraron sin dar crédito a sus palabras, aunque Raúl no pudo ocultar su desaprobación:

–¡Tío! ¡¿De verdad te gusta mi hermana, eres mucho mayor que ella?!

Alex lo miró haciendo un gesto de reproche.

–¡No soy tan mayor! Solamente nos llevamos unos cuatro años, además, no es que me guste tu hermana… ¡Métete esto en la cabeza, por poco que te guste, esa mujer va a ser para mí!

Los dos amigos se miraron, su respuesta no pareció convencerlos para nada, muy al contrario, Raúl se disgustó mucho con ella.

Me volví y allí estaba mi chico, dentro del agua sin dejar de mirarme con su preciosa sonrisa en la cara, me acerqué hasta el filo de la piscina, me senté a su lado, envolvió mis piernas con sus brazos y besó mis rodillas, mis amigas entraron en el agua, enseguida empezaron su tonto juego de seducción con aquellos niños, mientras nosotros nos miramos a los ojos y comenzábamos nuestro particular juego para adultos.