La frontera olvidada

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Imagen 1. Desembocaduras de Tabasco


Fuente: Elaborado por Miguel Ángel Díaz Perera con información del INEGI y trabajo de campo reciente.

Por tal condición, este libro es una invitación a reflexionar lo próximo del mar, la relación entre Tabasco, la costa y el inmediato golfo de México. Tratará la aparición de los asentamientos humanos posteriores al siglo xvi, desde el río Tonalá en los límites con Veracruz hasta San Pedro en los confines con Campeche, en una zona de influencia tierra adentro de diez kilómetros, donde para el año 2010 existían 217 localidades de las cuales según el censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi), el 93.7% habitaba en localidades de menos de 2500 habitantes y residían un total de 177 191 personas, de las cuáles poco más de la mitad (88 690) vivía en solo doce localidades (Díaz Perera, 2017; inegi, 2010).2

Esta zona de influencia tierra adentro de diez km fue una delimitación basada en criterios múltiples y con fines puramente didácticos a partir de un búfer realizado en Sistemas de Información Geográfica (sig). El concepto de zona de influencia en este libro es similar al concepto de zona costera que se define como “la franja en la cual el medio marino y el terrestre adyacente se constituyen en un sistema cuyos elementos interactúan entre sí”, aunque “aún no se tiene una definición universalmente aceptada”, si bien en general el concepto de zona costera enfatiza procesos geomorfológicos o marinos que se encuentran “directamente bajo la influencia de los procesos hidrodinámicos marinos o lagunares” o criterios político-administrativos, como dictó el Programa de Manejo Integral de la Zona Costera (Semarnat), a partir de la inclusión de “todos los municipios con frente de costa y hacia mar adentro hasta las 12 millas de Mar Territorial” (Silva-Casarín et al., 2011, pp. 3-34). De hecho, existen diversas definiciones de zona costera sin un claro consenso (Abogado Ríos y Méndez Alves, 2003; Baztan et al., 2015; Lavalle, Rocha Gomes, Baranzelli y Batista e Silvia, 2011; Monzón Bruguera, 2009), en este sentido, el ejercicio en esta obra fue pragmático.

La delimitación de acuerdo con municipios o hasta las 12 millas (19.31 km) no resultó operativa, Cárdenas, por ejemplo, en su mayor anchura se extiende por casi 50 km colindando con Chiapas, y Huimanguillo, aunque no toca la costa (queda a 2 km de la playa), implica lo vasto del estado, pues la distancia entre el mar y Chiapas, en lo más angosto de Tabasco, es de 50 km; de hecho, entre la costa y Villahermosa, la capital de Tabasco, hay aproximadamente 45 km. De haber tomado el criterio arriba señalado, la zona costera hubiera abarcado todo Tabasco que tiene también una sierra que comparte con Chiapas. Asimismo, coexiste un conjunto de lagunas costeras (El Carmen, Pajonal, La Machona, La Redonda, Mecoacán, entre otras), con una extensión de hasta siete kilómetros al interior, paralelas a la línea de costa. Por lo tanto, la franja no podía ser menor a siete kilómetros ni mayor de cincuenta. Con el ánimo de no perder la posibilidad de mostrar sinergias terrestres, ribereñas y marítimas donde estas lagunas, ríos y arroyos son decisivas, se observó que existía una serie de polígonos asociados a una política de reparto y gobernanza sobre la tierra por parte del Estado mexicano: los ejidos; estos polígonos no excedían en promedio más de diez kilómetros, por lo tanto, se eligió este criterio y se construyó un búfer en sig como un gran polígono que operó de modo similar a una zona costera y posibilitó comparativos sincrónicos y diacrónicos donde los marcos geoestadísticos del inegi, los polígonos ejidales del Registro Agrario Nacional (ran), así como aerofotos históricas georreferenciadas y mapas del siglo xix, pudieron ser observadas bajo un marco de análisis común.

Por consiguiente, el propósito fue visibilizar la dinámica de estas poblaciones costeras, exhibir cómo esta región no puede entenderse sin el complejo cruce de tres entornos: el mar, los ríos y el suelo. El resultado no tiene el arresto de asumirse como una obra irrevocable, sino es un esfuerzo de síntesis, un atrevimiento de resumir en poco más de un ciento de páginas más de quinientos años de historia a través de cuatro momentos claves, relámpagos que pretenden sintetizar una trayectoria dadora de sentido y lógica al presente. No se ambiciona proponer nuevas líneas de investigación o interrogantes, sino acercar y persuadir sobre el tema al público no especializado: estudiantes, profesores, amas de casa, mecánicos, choferes, comerciantes, y, ¿por qué no?, también a funcionarios y académicos de altos vuelos. Se pretende demostrar que esta tríada —el mar, los ríos y el suelo— representa en Tabasco una asociación inevitable, y en la costa una frontera natural también traducida en una frontera vivida. En suma, y parafraseando al cantante tropical Carlos Argentino, “En el mar la vida es más sabrosa/en el mar te quiero mucho más/con el sol, la luna y las estrellas/en el mar (quizá no) todo es felicidad…” .

1 Asimismo, la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) tiene disponibles estos datos (y otros) sobre mares mexicanos en el portal http://www.biodiversidad.gob.mx/pais/mares/

2 Como se verá más adelante, en 2020 se sumaron 21 de las que 19 fueron reactivaciones de localidades que para 2010 tenían 0 pobladores. Aunque ya se conocen los resultados del censo de 2020, se tendrá que esperar los análisis de validación y certidumbre asociados a la experiencia de académicos durante los próximos años, dados los obstáculos enfrentados por el confinamiento obligado por la pandemia de covid 19.

PRIMER MOMENTO
Choque de civilizaciones
La importancia histórica de la costa

En el preludio del siglo xvi, la costa fue una puerta que tumbaron unos desconocidos. No era solo una frontera natural entre la tierra y el mar, sino también una frontera continental y estratégica hacia la región insular que Cristóbal Colón (1451-1506) se topó y los españoles ocuparon a partir del ocaso del siglo precedente. Al estar en el extremo meridional de América del Norte, en los inicios de la península de Yucatán, Centroamérica y el Caribe, fue una puerta vital con el océano Atlántico. Varios sitios sobresalían por importancia en las entonces costas de Tabasco: Xicalango, Potonchán y Copilco, además de los llamados —de filiación náhuatl— Cimatanes, como Cunduacán, Cuacuilteupa y Cimatán, de fuertes lazos con los zoques de la Sierra Norte de Chiapas. Como bisagra, los antiguos tabasqueños (chontales, nahuas, zoques y maya yucatecos) aprovechaban eficazmente la ubicación de sus pueblos con cara hacia el golfo de México, el Atlántico y el Caribe, con accesos hacia el altiplano donde reinaban los poderosos mexicas, y con trazas hacia la sierra chiapaneca. No era un territorio despoblado. A criterio de Ana Luisa Izquierdo, esta región era conocida como Acalán e iba desde el arroyo el Tortuguero (en las cercanías del actual Veracruz), bajaba por Boquiapa, Pechucalco, Aztapa (o Astapa), Jahuacapa, y cruzaba hasta Iztapa (Montecristo), Petenecte (o Pectenecte), Itzancanac, Holhá (u Holha) (imagen 2), en un área con límites laxos y con más o menos unos 66 poblados, “una superficie aproximada de 29,800 km2, cuyo límite sur parece coincidir con la elevación de terreno, hacia Chiapas” (Izquierdo, 1997, p. 30).

Imagen 2. La Chontalpa en el siglo xvi (sobre imagen satelital del año 2020)


Fuente: Elaborado por Miguel Ángel Díaz Perera con información de Izquierdo (1997, p. 20).

Según los nahuas, esta planicie costera era de predominancia chontal (chontalli), adjetivo que servía para designar de manera muy genérica al extranjero o forastero. Para nuestros propósitos los chontales a los cuales nos referimos aquí son aquellos que habitaban en la parte occidental del área maya y que el etnólogo y arqueólogo inglés Eric Thompson designó como “putunes”, a partir de reconocer como sinónimos “putunthan” y “chontal”, traducido como “acarrear” en el sentido de comerciar (Izquierdo, 1997, pp. 29-30), lo cual era una característica de este grupo; para el posclásico tardío:

Era, según nuestra opinión, un pueblo en vías de reformulación de la antigua cultura mesoamericana, con un sentido distinto al que predominó en la época Clásica: buscaban riqueza, pero no aquella que servía para rendir culto a sus dioses, sino la que satisfacía sus personales e individuales requerimientos materiales. El pragmatismo y el utilitarismo consolidaron una economía de mercado; comenzó a surgir un grupo social cuyo poder se basó en la acumulación de bienes; los comerciantes detentaron el poder, pasando a ser casi tan importantes como los sacerdotes. (Izquierdo, 1997, p. 15).

Estos hombres y mujeres dominaban las rutas de los ríos que penetraban hacia Zihuatán y Chilapán y marchaban con las corrientes de mar sobre maderas que al tornarlas en pequeños navíos conectaban con la península de Yucatán hasta Honduras. Los putunes iban y venían, subían y bajaban, desde Veracruz hasta los confines de Centroamérica y el Caribe, placiendo los paisajes ribereños y costeros, conectaban regiones que fluían al ritmo de la vida en la superficie continental y peninsular. Estas rutas eran las venas que enlazaban pueblos, mercancías, afectos, desafectos y conflictos, esto es, el tejido de un lienzo que apiñaba el destino de los pueblos prehispánicos cercanos al golfo de México.

 

No todo era felicidad, pero es probable que fueran tiempos menos violentos que los por venir. Para mediados de 1518, se vio en la lejanía un extraño contorno, cuatro navíos desconocidos para los nativos, capitaneados por un hombre venido de lejos, Juan de Grijalva (1490-1527), militar que había apoyado a otros invasores: a Pánfilo de Narváez (1470-1528), en la pacificación de La Española (actual República Dominicana y Haití), y a Diego Velázquez (1465-1524), a quien acompañó en la exploración y conquista de Cuba, de donde a la postre Velázquez sería gobernador. No era la primera expedición, un año antes, Francisco Hernández de Córdoba (1467-1517) había emprendido el descubrimiento de las tierras al occidente de Cuba, pero una tormenta dinamitó los planes y naufragó cerca del actual cabo Catoche, desde donde después de penurias y sed retornará herido para fallecer enseguida. Grijalva y Hernández de Córdoba no alcanzaron entonces las proximidades de Tabasco, pero esa primera expedición fue medular al heredar dos náufragos a las hostiles tierras: Jerónimo de Aguilar (1489-1531) y Gonzalo Guerrero (1470-1536), el primero, al aprender maya, después serviría de intérprete en la posterior empresa de conquista con Hernán Cortés (1485-1547).

Más afortunado, Grijalva alcanzó a rodear la península y tocó Tabasco; de hecho, llegó hasta las inmediaciones del río Pánuco, cerca del actual estado de Tamaulipas. No es difícil imaginar la incertidumbre que invadió a los lugareños al observar en el horizonte las embarcaciones flotantes, enormes, con hombres de diferente color, vestidos de metal y con bestias (caballos). Los hombres de Grijalva avizoraron el principal poblado, Potonchán, ubicado en la margen izquierda de un río que desembocaba en el mar. Este fue un encuentro que marcaría al futuro. El presbítero Juan Díaz (1480-¿?), capellán en la expedición, lo anunció así el 8 de junio: “Este rio viene de unas sierras muy altas, y esta tierra parece ser la mejor que el sol alumbra; y si se ha de poblar mas, es preciso que se haga un pueblo muy principal: llámase esta provincia Potonchan. La gente es muy lúcida, que tiene muchos arcos y flechas, y usa espadas y rodelas…” (Cabrera Bernat, 1987, p. 25).

Como verdaderos conquistadores, ignoraron los nombres locales e impusieron los suyos. Nombraron las nuevas tierras San Bernabé, porque llegaron el día de la conmemoración de esta fiesta. En palabras de Bernal Díaz del Castillo (1495-1584), el río era llamado por los nativos como “de Tabasco” y sin mucho pensarlo, lo bautizaron como Grijalva, “aqueste rio se llama de Tabasco porque el cacique de aquel pueblo se decía Tabasco, e como lo descubrimos deste viaje y el Joan de Grijalba fue el descubridor, se nombra rio de Grijalba, y así esta en las cartas de marear” (Díaz del Castillo, 1992, p. 38). Grijalva fue una visita inesperada que sirvió de anuncio de los tiempos violentos y de cambio por venir. La identificación del poblado en la ribera del río, los rudimentarios medios de transporte, los paisajes, fueron datos estratégicos para el tercer encuentro que traería transformaciones irreversibles, pero también permanencias, como el nombre Tabasco, que a pesar de las ínfulas de grandeza y conquista no pudieron eliminar.

Más pronta, esta ulterior expedición fue comandada por un hombre con amplia experiencia como burócrata, pero escasa como militar, quizá la designación obedeció al propósito de no arriesgar una conquista que el gobernador de Cuba deseaba en glorias para sí; el designado fue Hernán Cortés, quien era cuñado del mismo Diego Velázquez (Cortés, 2016). No obstante, desde los preparativos, el oriundo de Medellín (Castilla) puso empeño en tomar como suyas las tierras de occidente. Más ambicioso que Grijalva y con una sorpresiva habilidad como estratega militar, en marzo de 1519 incursionó hacia los interiores del río de Tabasco donde se enfrentó a los nativos. De acuerdo con la carta firmada por el cabildo de la Villa Rica de la Vera Cruz en 1519, la batalla fue severa “era la multitud de indios que ni los que estaban peleando con la gente de pie que los españoles vían a los de caballo ni sabían a qué parte andaban ni los mismos de caballo entrando y saliendo en los indios se vían unos a otros” (Cortés, 2016, p. 130), este acontecimiento se conocería posteriormente como la Batalla de Centla. No obstante, de mayor trascendencia para los tiempos que después llegarían, fueron, en primer lugar, la participación de Jerónimo de Aguilar, náufrago en la expedición de Hernández de Córdova e intérprete del maya al castellano; y, en segundo, que el cacique de Tabasco entregó a los invasores una esclava de nombre Malitzin (¿1500?-1529). Doña Marina, como fue bautizada al convertirla a la religión católica, permitió que los españoles tuvieran la comunicación entre náhuatl y maya. Cortés la tomaría como consejera y mujer, procreando con ella un hijo llamado Martín.

Como se observa, esta costa atestiguó tres momentos vitales: el inicio militar de la conquista (Batalla de Centla), el mestizaje (Cortés y doña Marina), y el contacto lingüístico (doña Marina y Jerónimo de Aguilar). Fueron tiempos convulsos que trajeron un nuevo mundo entre despojo, sangre y dolor, donde ya no hubo cabida para señores como el de Tabasco, los putunes, ni aquellos que osaron toparse de frente contra la espada. Poco antes de seguir su camino, Cortés fundó un poblado, acto que simbólicamente sería la piedra fundacional de la nueva época. Los desconocidos derribaron la puerta, ocaso de la vitalidad comercial que habían impregnado los chontales o putunes al golfo de México, a las tierras interiores hasta el altiplano y a los ríos que conectaban con el istmo de lo que hoy Centroamérica.

Santa María de la Victoria: el primer pueblo

El cambio en la región fue colosal. Poco después de aquellos hechos, el cosmógrafo y cronista de Indias de Felipe II, Juan López de Velasco (1530-1598), informaba: “tiene S. M. en esta provincia sólo dos pueblos”, y uno de ellos lo había fundado Cortés “cuando iba descubriendo la costa de la Nueva España” (1971, pp. 131-132), sobreponiéndolo a Pontonchán, puerto que había vislumbrado en la lejanía Juan de Grijalva en 1518 (Díaz Perera, 2011, pp. 32-33). Cortés nombró al nuevo pueblo Santa María de la Victoria (Díaz del Castillo, 1992, pp. 83-84). Según López de Velasco (1971, pp. 131-132), se ubicaba a “ochenta leguas de la ciudad de Mérida, junto á unas lagunas grandes abundantes de pescado y cerca de la mar; hay en ella cincuenta vecinos españoles, los treinta y seis encomenderos y pobres, porque el mayor repartimiento no pasa de trescientos indios, y los demás tratantes”.

Seis años después, cuando de paso hacia las Hibueras Cortés regresó en enero de 1525, lo encontró en total abandono y ordenó al capitán Juan de Vallecino, junto a 60 hombres, pacificar y repoblar la región, lo cual solo logró con el socorro del capitán Baltasar de Osorio (Díaz Perera, 2011, p. 33; Izquierdo, 1995, p. 23). El tiempo fue juez e hizo resaltar la ferocidad de los ríos. Ante Cupilco, Cortés no dudó en mencionar:

es abundosa desta fruta que llaman cacao y de otros mantenimientos de la tierra y mucha pesquería. Hay en ella diez o doce pueblos buenos, digo cabeceras, sin las aldeas. Es tierra muy baja y de muchas Ciénegas, tanto que en tiempo de invierno no se puede andar ni se sirven sino en canoas, y con pasarla yo en tiempo de seca desde la entrada hasta la salida della, que puede haber veinte leguas, se hicieron más de cincuenta puentes que sin se hacer fuera imposible pasar. (Cortés, 2016, p. 535).

Fundó un cabildo, pero no en el sitio original, sino a un costado del arroyo Trapiche que hoy se llama El Coco (Alfaro Santa Cruz, 1988, pp. 31, 48; Díaz Perera, 2011, p. 33; Torruco Saravia, 1987, p. 27). En 1553, a la par de la visita de Tomás López Medel, oidor-visitador de Guatemala, la villa gozaba de la presencia de sus propios alcaldes ordinarios y en 1561 se sabe que el rey había “decidido (más de un año antes) agrupar a Yucatán y Tabasco en una sola alcaldía —subordinada a la audiencia de México como tribunal final de apelaciones—, mandando de España al alcalde mayor Diego de Quijada” (Gerhard, 1991, p. 31). El pueblo que había sido el símbolo de una nueva época subsistía con dificultad, pero se mantenía mientras que la conquista se convertía en una violenta colonización que tendría el final nombre de Nueva España.

Fue así como en el tránsito de una década, la multitud reportada por Cortés parecía haberse desvanecido. Entre tanto, efímeros en su paso, estuvieron aquí personajes como Francisco de Montejo (1479-1553), el hijo (1502-1565) y el sobrino (1514-1572), quienes asumieron la costa como retaguardia para la conquista de Yucatán y el padre se ostentó desde 1528 como alcalde mayor de Tabasco. También el capitán Alonso de Ávila (1486-1542), quien en 1535 pretendió pacificar el oriente de la provincia y fundó Villa de Salamanca de Acalán en el actual Balancán; o de pasada, Pedro de Alvarado (1485-1541) y Francisco Gil Zapata, en 1536, con su devastadora e infructuosa conquista de la selva Lacandona para morir en la ribera del río Usumacinta (De Vos, 2015). Hombres de armas con serio historial de violencia. Los indios quizá huyeron a las profundidades de la selva, otros tal vez sucumbieron ante la virulencia de las epidemias producto que provocaba la llegada de nuevos gérmenes y virus.

La caída demográfica originada por enfermedades como el sarampión y la viruela fue fatal. Se calcula que entre 1519 y 1595 murió el 75 % (siendo cautelosos con el dato) de la población nativa (McCaa, 1999, p. 230), pero fue mayor en el caso tabasqueño: “se calculó para la costa de México en 90 %. Esto es claro en casos como el de Teapa, donde de 1,000 casas en 1522 quedaron sólo 100 tributarios hacia 1549” (Izquierdo, 1997, p. 18); es decir, de cada diez por lo menos nueve indígenas murieron o huyeron en un periodo de poco menos de treinta años. No extraña saber entonces que la situación en la costa se volvió difícil a pesar del arribo de otros colores, pues a los pocos chontales, zoques, nahuas, popolucas o mayas que habían sobrevivido, se sumaron negros, pardos, mulatos y, desde luego, los españoles peninsulares y criollos. En sus Relaciones histórico-geográficas de la Alcaldía Mayor de Tabasco, de 1579, el encomendero del pueblo de Tabasquillo y Guatacala, Don Melchor Alfaro Santa Cruz, escribía acompañando su texto de un croquis (imagen 3), que:

hoy viven en mucha necesidad, por causa de haber venido en tanta disminución la tierra y la población de ella, y las encomiendas que hay ser tan pobres, las cuales poseen los hijos mayores [de estos pacificadores], y no haber, como no hay, ningún modo de socorro ni ayuda de costa en esta tierra. Y ahora tiene encomenderos esta provincia y villa veinte y seis vecinos y otros veinte sin ellas. (1988, pp. 47-48).

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