Tasuta

Historia de la decadencia de España

Tekst
iOSAndroidWindows Phone
Kuhu peaksime rakenduse lingi saatma?
Ärge sulgege akent, kuni olete sisestanud mobiilseadmesse saadetud koodi
Proovi uuestiLink saadetud

Autoriõiguse omaniku taotlusel ei saa seda raamatut failina alla laadida.

Sellegipoolest saate seda raamatut lugeda meie mobiilirakendusest (isegi ilma internetiühenduseta) ja LitResi veebielehel.

Märgi loetuks
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

III

Al proponerse en el año de 1854 el gerente de la Sociedad editora de la Biblioteca Universal, D. Ángel Fernández de los Ríos, publicar una Historia general de España, á fin de vulgarizar su conocimiento, no halló otra más adecuada al fin que perseguía, que la del P. Juan de Mariana. Mas no alcanzando esta más que hasta la muerte del rey D. Fernando de Aragón, llamado el Católico, á los principios del siglo xvi, para completarla hasta nuestros días, vióse en la necesidad de unir á aquélla la continuación que dejó escrita el P. Fr. José Manuel de Miñana, fraile trinitario valenciano, que vivió de 1671 á 1730, la cual solo abarcaba los reinados de aquella centuria, hasta el comienzo del reinado de Felipe III5, confiando el resto del reinado de la dinastía austriaca al entonces joven batallador político, D. Antonio Cánovas del Castillo, que acababa de dejar la dirección de un periódico de partido que se tituló La Patria, órgano de aquellos moderados, avanzados y disidentes, á quienes se dió el apellido de los puritanos y que á la sazón se hallaban comprometidos en la trama revolucionaria que estalló en Julio de aquel mismo año; así como la del reinado de los Borbones de la Casa de Francia, á este mismo escritor y á su amigo y condiscípulo Don Joaquín Maldonado Macanaz. Otra obra histórica existía desde 1817, que basada en la reproducción también de la siempre clásica del P. Juan de Mariana, había sido proseguida, ilustrada y añadida con notas críticas y tablas cronológicas que alcanzaban hasta la muerte del Carlos III, y que llevaba en su portada el título de Historia general de España, compuesta, enmendada y añadida por el P. Juan de Mariana, de la Compañía de Jesús: ilustrada con notas históricas y críticas y nuevas tablas cronológicas desde los tiempos más antiguos hasta la muerte del Sr. Rey D. Carlos III, por el Dr. D. José Sabau y Blanco, Canónigo de San Isidro (Madrid, 1817. – Imprenta de D. Lorenzo Núñez). Pero ni al editor, ni á sus colaboradores pareció esta bien, sobre todo, porque en las notas bibliográficas que Sabau puso al final de cada uno de los períodos en que la dividió, desgraciadamente, resaltaba que toda, ó casi toda su erudición histórica se fundaba en el concurso de la erudición ó consulta de libros extranjeros. Limitándonos á los tres reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, que son los que constituían el período austriaco de que se encargó Cánovas del Castillo, los textos y autoridades de que Sabau se había servido para formar sus Tablas cronológicas fueron, Gabriel Chapuis, Camboers, Greinstons, Leonard, La Neuvil y Leclere para el primero; St Creux, La Cled, Burnet, Montglat, Ramsay y Vertot para el segundo, y Riencourt, Brandt, Basnarg, Jenquières, Lamberti y Abrigny para el último, y como la mayor parte de estos autores eran, ó desconocidos, ó poco popularizados en España, entre el corto número de los eruditos de entonces, cupo la sospecha de que la obra total que Sabau daba por original y consecutiva de la de Mariana, no era otra cosa sino una mera traducción francesa disfrazada.

En realidad, el nuevo movimiento documental ó de archivo al empezar el año de 1854 era todavía bastante incipiente para que sus frutos pudieran derramar una nueva luz sobre los escritores españoles; y aunque D. Modesto Lafuente había tenido la plausible arrogancia de intentar desde 1850 una nueva Historia general de España, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, la empresa que acometió, y en diez y siete años llevó á termino con impertérrita perseverancia, buena intención y no escaso estudio, estaba muy á sus principios para que dejara de ofrecer interés y oportunidad la que la casa editorial de la Biblioteca Universal había empezado á dar á luz y para la que había querido contar como colaborador con uno de los jóvenes, que en pocos años, desde que residía en Madrid, había universalmente conquistado una reputación de docto y brillante escritor, temprano anuncio de lo que en el desarrollo de su vida, siempre activa, había de llegar á ser en el palenque de la inteligencia y en las supremas posiciones de la política.

Tenía D. Antonio Cánovas del Castillo veintiséis años de edad cuando publicó como continuación de las obras de Mariana y Miñana, su Historia de la decadencia de España, desde el advenimiento de Felipe III al trono, hasta la muerte de Carlos II. Nacido y educado en Málaga, en 8 de Febrero de 1828, de diez y seis, en el de 1844, vino á Madrid, huérfano de padre, á la continuación de sus estudios bajo los auspicios de su próximo pariente, el escritor distinguidísimo D. Serafín Estébanez Calderón. No tomó de éste ninguna de sus aficiones, aunque las encarnó todas, porque en tan temprana edad ya constituían todas ellas la ambiciosa inclinación de su espíritu. Estudió en las Academias de San Isidro con Castelar, con Martos, con otros que también llegaron á ser hombres insignes, y entre todos sostuvo siempre la noble emulación de la superioridad en todas sus facultades. De diez y nueve años se inició en los ensayos de la publicidad de sus precoces producciones literarias en periódicos literarios, afamados, como el Semanario Pintoresco Español y El Conservador, que tenía por únicos redactores á D. Joaquín Francisco Pacheco, D. Antonio de los Ríos y Rosas, D. Nicomedes Pastor Díaz y D. Francisco de Cárdenas. Y cuando en 1849, teniendo Cánovas veintiún años, fundó Pacheco con el mismo Ríos y Rosas, con D. Antonio Benavides y D. Fermín Gonzalo Morón, el periódico político La Patria, dirigido á hacer la campaña de la fracción de los llamados puritanos hacia la revolución de 1854, juntos entraron á colaborar en él como sus más jóvenes redactores D. Eulogio Florentino Sanz y D. Antonio Cánovas del Castillo. ¡Quién se había de figurar que un año después, al cumplir este último veintidós de edad, había de ser designado por aquellos publicistas tan esclarecidos para sustituir á Pacheco, nada menos que en la dirección política de aquella publicación!

El trabajo periodístico desgasta aceleradamente las facultades é impide la ampliación de los estudios profundos, pues no sólo el tiempo material que en él se emplea no deja vacancia para nada, sino que á la vez enajena el espíritu, cautivándole en una de las pasiones más vehementes que ciegan el corazón del hombre: la pasión política; mas si La Patria fué para el joven Cánovas del Castillo escuela absorbente de esta pasión que le había de acompañar ya toda la vida, la vida reducida á dos únicos años que aquel periódico disfrutó bajo su dirección, hasta 1852, no coartó la inclinación poderosa del novel periodista á la instrucción y al estudio. Acaso en él, el periodismo fué un acicate á su sistematización, porque desde que se empeñó en sus luchas, refrenando sus preferencias primeras á la poesía, al teatro, á las obras de imaginación, le empujó al palenque de la historia, la maestra suprema de la vida, en la cual los entendimientos políticos se adelgazan y avaloran, abriéndoles el horizonte del mundo de la realidad y de la experiencia en que toda la vida han de girar. Término crítico del paso de unas inclinaciones á otras, luego que La Patria dejó de publicarse en 1852, fué su expedición á las montañas aragonesas, so pretexto de la visita á un amigo de la infancia, y su concepción allí de su primera obra seria literaria La campana de Huesca, en la que, dejando á la imaginación correr por el campo romántico de la novela de entonces, comenzó á sentir el freno poderoso de la Historia. En esta obra se desplegaron instintivamente ya en él, cada una de las tres grandes facultades en que durante todo el curso de su vida había de dar empleo á la continua ebullición de su inteligencia calenturienta: la amena literatura, la austera historia, la batalladora política. Las tres pasiones á la vez le inundaban ya el alma, desde las discusiones académicas de las aulas de San Isidro, desde las conversaciones románticas de los amigos jóvenes del Café de la Esmeralda, desde las ardientes lides de su primer ensayo del periodismo, desde el cual tan temprano empezó á ocupar puesto en las maquinaciones secretas de los hombres de partido que tan pronto se agitaban en las intrigas de corte ó en las conjuras de club, como se preparaban para la acción del Gobierno y las iniciativas de la legislación. ¿Qué era, pues, en este punto, á los veintiséis años de edad Cánovas del Castillo?

¿Un literato? ¿Un periodista? ¿Un hombre político? Nada definida é individualmente, y todo en conjunto. Era periodista apasionado, que se ponía á escribir una historia con las ideas de partido de que se hallaba ya llena su alma; un historiador de episodios de antiguos tiempos, que con la imaginación exaltada trataba de convertir en novela; un joven de acción, que en las reuniones de sus antiguos maestros del periodismo tomaba parte en sus planes, se brindaba á secundarlos y apoyarlos, y caminaba con ellos hacia una revolución, como se camina en compañía de buenos amigos á los deleites de una romería. En esta edad y en esta situación de mente y de espíritu emprendió en las vísperas de la revolución de 1854 el joven Cánovas del Castillo la Historia de la decadencia de España, desde el advenimiento de Felipe III al trono, hasta la muerte de Carlos II.

Con solo echar una ojeada á las Cuatro palabras que encabezan la obra de entonces del autor, se profundizan bien cuáles eran, en realidad y substancia, sus intenciones bajo el aspecto general y ulterior de su trabajo. – «Hemos querido, dice, llenar en algo un vacío que se nota en nuestra Historia, y es la descripción de nuestra decadencia, no menos notable, no menos grande ni menos digna de estudio que la romana. Que no lo hemos conseguido ya lo sabemos; pero puestos á la obra, debíamos hacer de nuestra parte todo lo posible por conseguirlo. Nuestra decadencia no sólo no está narrada hasta ahora sino que está ignorada, obscurecida, envuelta en falsedades y calumnias de extranjeros y nacionales; de aquéllos, como autores; de éstos, como imitadores ó copistas. Sabau y Blanco hizo no más que recoger noticias de libros extranjeros sin crítica, sin examen, con notoria precipitación é injusticia y con manifiestos y continuos errores. Á este han seguido después los más de los escritores nacionales. Los que mejor explican nuestra decadencia son los dos extranjeros: Ranke y Weiss; pero ni uno ni otro quisieron hacer historias sino más bien disertaciones, y además, aunque ambos imparcialísimos, no son, al cabo, españoles, y su crítica no puede siempre ser aceptada. Algo de esto puede decirse también de nuestro buen amigo D. Adolfo de Castro, que ha escrito sobre la decadencia de España, sin pretender hacer una Historia. De todo esto nace el grande amor con que miramos la primera parte de nuestra tarea y al extendernos más en ella de lo que, al parecer, exigía la buena proporción del libro. Y al propio tiempo hemos procurado beber siempre en fuentes originales y españolas; para ello no hemos perdonado medio en el poco espacio de que hemos podido disponer. Los juicios, buenos ó malos, son nuestros siempre; los hechos los hemos tomado donde hemos podido hallarlos. No nos hemos fiado casi nunca de las versiones extranjeras, porque, ante todo, hemos querido hacer un libro español y para España, que era lo que hacía falta.» – Como se ve, la suprema aspiración del joven Cánovas del Castillo, al escribir la Historia de la decadencia, se concretaba: «primero, á llenar un vacío que, desde el siglo xvii, como antes se ha apuntado, existía en España; segundo, á rectificar los errores en que habían incurrido los que antes, nacionales ó extranjeros, se habían propuesto la misma empresa, no recibiendo para ello más inspiración que la de las fuentes originales y españolas; tercero, á hacer un libro enteramente español y para España.» Ahora bien, ¿cumplió el joven Cánovas todo lo que se prometió? ¿Pudo cumplirlo?

 

IV

Al avance de los años y al avance de su encumbrada carrera, el libro de la primera edad, Historia de la decadencia de España, en vez de caer en absoluto olvido, como caen siempre los primeros defectuosos ensayos de toda labor humana, trató de despertarlo la emulación política, cuando el joven estudioso y apasionado de 1854 había alcanzado con su constante esfuerzo la plenitud de sus facultades todas, la absoluta posesión de sí mismo en sus ideas y en su conducta, la lenta y acabada instrucción que sólo se alcanza en virtud de una labor continua y de una reflexión intensa y el magisterio supremo con que la experiencia perfecciona y hace más reverberantes las llamaradas del genio. El mismo autor de la Historia de la decadencia, dilatados los horizontes de su crítica con la vasta extensión de sus estudios, y después de haber intentado esclarecer algunos puntos particulares de aquel mismo período de tiempo á que él había aplicado las primeras atenciones de su inteligencia, se reconcentró en sí mismo, y catorce años después de la publicación de aquella obra, con motivo de la aparición de un Diccionario de Administración y Derecho, que comenzaron á dar á luz en 1868 los laboriosos jurisconsultos D. Estanislao Suárez Inclán y D. Francisco Barca, con el título de Austria (Casa de), facilitóles para su inserción un breve Bosquejo histórico de la Casa de Austria, que, aun no siendo más que el segundo avance para la labor de más dilatado aliento que se reservaba para tiempos para él más sosegados y en que pensó siempre con un amor infinito, no sólo presentaba un cuadro casi completo y todo nuevo de aquellos dos siglos del reinado de aquella dinastía que engrandeció el nombre y el poder de España, como jamás este antiguo imperio se había hecho pesar en el mundo, y como probablemente nunca más podrá hacerse sentir, sino que siendo en conjunto y en detalle una completa rectificación de cuanto hasta entonces se había escrito sobre tan memorable época de la supremacía española, así por escritores extranjeros como nacionales, implicaba una rectificación aún más precisa de sí mismo, corrigiendo fundamentalmente todos los errores de hechos, de conceptos y de críticas en que, á causa de su juventud é inexperiencia, de las pasiones políticas de que en 1854 estaban apoderadas de su alma y de la falta de la documentación copiosa, que hasta muchos años después, su constancia no logró reunir y consultar, la Historia de la decadencia había abundado, y que señalados por él mismo poco después, eran rebuscados por los adversarios que la altura de las posiciones que alcanzó le produjeron, á fin de recriminarle con el enconado rencor, que es la musa perpetuamente inspiradora de la bacanal de la política.

Aunque las leales rectificaciones del Bosquejo histórico de la Casa de Austria, publicado en 1868, debieran haber bastado para ser admitidas en buena cuenta por los hombres de reflexión y de estudio, como, en efecto, lo fueron, todavía la rectitud del señor Cánovas del Castillo le estrechó á insistir en la fe plena de su sinceración, y cuando en 1888, haciendo otro avance sobre sus propósitos definitivos que la muerte atajó, dió á la estampa en la Colección de Autores Castellanos sus dos volúmenes de Estudios del reinado de Felipe IV, se apresuró á decir más abiertamente á sus lectores: – «Va para veinte años que en un Diccionario general de Política y Administración, de que sólo se publicaron pocas entregas, di á luz un extenso artículo, que se encuadernó y distribuyó luego por separado, con el título de Bosquejo histórico de la Casa de Austria. Corto fué el número de ejemplares de esta obra; pero no tanto el de las personas que han deseado poseerlas después. Alabada de otra parte con exceso por un académico francés, y habiéndose comenzado á traducir y publicar espontáneamente por un escritor de la propia nación, hube al fin de pensar que no era acaso indigna de mayor publicidad que le había dado y de más esmerada atención que le presté hasta entonces. Puse, pues, cuanto pude en juego para que no continuase en Francia su publicación del modo que estaba, ofreciendo corregirla y acrecentarla primero que se tradujera y diera allí del todo á la imprenta, mientras que á los amigos que, por afición ó curiosidad me la pedían, les anunciaba una próxima y mejor edición. Este propósito no se ha cumplido todavía; pero espero en Dios que antes de mucho se ha de cumplir. No cabe intentar un resumen exacto y substancioso de tan larga é importante Historia, como la de la Casa de Austria en España, sin estudios preparatorios de mucha extensión que dejen detrás de sí más ó menos completas monografías de sucesos particulares, y eso me ha acontecido á mí precisamente con el Bosquejo histórico. Tuvo como base aquella obra una continuación mía de la Historia del P. Mariana, comenzada á escribir, por cierto, cuando no tenía concluídos mis estudios de leyes, é impresa con el ambicioso título de Historia de la decadencia de España: obra incompletísima, por fuerza, y salpicada de graves errores, nacidos de no haber ejecutado por mi cuenta investigaciones directas y formales, sujetándome á lo impreso ya por otros en cuanto á la exposición de los hechos. Pero como á estos corresponden los juicios, naturalmente, resultan también plagadas dichas páginas de injusticias, que, no por ser comunes y andar todavía acreditadas, han empeñado menos mi conciencia en desvirtuarlas después, tanto y más, que son argumentos y razones, por medio de testimonios fehacientes, y en virtud de un examen mucho más atento y profundo de cosas y personas. Logré, sin embargo, la buena dicha de que, puestos aparte mis errores parciales é involuntarios, el concepto que en conjunto formé de la Historia de España durante los siglos xvi y xvii, ofrece el mismo que todavía abrigo, después de recoger harto mayor copia de datos, de muchísimo más trabajo empleado en depurar la verdad, y de la superior experiencia que por necesidad han tenido que darme los años y mi carrera misma, tan larga ya y accidentada. Mas aquel casual acierto no bastó, ni podía bastar á mi probidad de historiador, ya que comencé tan temprano un oficio, que me han permitido largo tiempo ejercitar bien poco las circunstancias. Natural era, pues, que en el Bosquejo histórico de la Casa de Austria aprovechase la ocasión, que esperaba y apetecía, para descargar mi conciencia, rectificando casi por completo los errores é injusticias esenciales que mi Historia de la decadencia encerraba. Quedaron, sin embargo, en pie algunos trozos de la mencionada obra, que pasaron á formar parte del Bosquejo, por hallarse libres de las manchas que quería borrar, sirviéndole, como acabo de decir, á mi nuevo trabajo de fecundamiento.» Á mayor abundamiento, el ejemplar de la Historia de la decadencia que el autor conservaba en su biblioteca desde que la dió á luz, y que en la actualidad la custodia como una reliquia su sobrino, el nuevo editor de esta obra, está lleno de anotaciones marginales, de correcciones de mayor ó menor importancia, y, sobre todo, tiene páginas enteras, pero muchas páginas, cruzadas de lápiz de arriba abajo, como tachadas íntegramente y á perpetuidad.

Se ha preguntado antes, y hay que contestar, á pesar de las explícitas manifestaciones del autor, á estas preguntas: ¿Cumplió el joven Cánovas al escribir y publicar en 1854 la Historia de la decadencia todo lo que se prometió en las cuatro palabras que le sirvieron de Introducción? ¿Hubiera podido cumplirlo?

En los párrafos que se han citado de la Introducción á los Estudios del reinado de Felipe IV, el mismo autor de la Historia de la decadencia con la mayor ingenuidad confiesa que cuando la escribía en 1854, antes de acabar su carrera de las leyes, los estudios de la Historia estaban entre nosotros tan descuidados, que ni existían originales y documentadas monografías completas de sucesos particulares, ni mucho menos colecciones de documentos copiados de las fuentes originarias entre nosotros de toda buena investigación. Él mismo no había practicado esas investigaciones directas y formales, que no se improvisan y que exigen que para hacerlas útiles y fértiles se las consagre mucho tiempo, mucha paciencia y mucha atención. Creyendo, como en el prólogo decía, haberse inspirado en libros que al parecer se habían ilustrado con buenos datos de los archivos nacionales, halló después que sus autores, en su mayor parte extranjeros, fundábanse en otros archivos para ellos, al parecer, nacionales, que no eran los de nuestra nación, y cuando más tarde tuvo ocasión de compulsar algunos de estos documentos citados como procedentes principalmente de Simancas, en Simancas adquirió, al par que el desengaño, la plena conciencia de la frecuencia de la falsificación, ó cuando menos de encontrarlos truncados, de manera, que al parecer testificaban lo contrario de lo que en realidad debían testificar. ¿Cómo con tales instrumentos había de poder cumplir lo que se había propuesto y deseaba más; esto es, hacer un libro español y para España, que era, según su opinión, y opinión muy acertada, lo que hacía falta? De defecto tan substancial, no podía menos de emanar otro no menos enorme, el de la falsedad de los juicios principalmente sobre los hechos particulares y sobre los personajes salientes de la acción directiva que se reflejaba en los sucesos. Cánovas, aun transcurridos más de treinta años, desde que apareció la Historia de la decadencia, hasta que se dieron á luz sus Estudios del reinado de Felipe IV, recababa el honor de no haberse equivocado, á pesar de tamañas deficiencias, en la crítica general del período de tiempo que en 1854 bosquejó, y cuyas tesis le sirvieron posteriormente de fundamento para su Bosquejo histórico de la Casa de Austria y aun para sus últimos Estudios sobre Felipe IV. Esto no sólo revela su gran intuición inicial como futuro historiador, sino que, á decir verdad, esto es lo que valorará siempre la Historia de la decadencia aun sobre las mismas condenaciones de su autor. Aunque su primera obra histórica estuviera únicamente reducida á la hermosa Introducción de que va precedida y al Epílogo que la cierra, resultaría siempre un trabajo del mayor interés para nuestra Historia. El espíritu esencialmente nacional que él quería que de su obra efluyese, efluye de sus juicios, en efecto, con toda la intensidad que impuso andando los años, sobre otros actos propios, cuando los sucesos accidentados de nuestras convulsiones políticas encarnaron en él el papel del gran restaurador de la Monarquía y de la Dinastía, el clausurador del largo litigio de nuestras reformas jurídicas, políticas y sociales y el conciliador potente de todos los intereses rivales por tanto tiempo en lucha y produciendo á la integridad, á la economía y al progreso del país tan hondos males. Su obra, además, tuvo otra importancia: la de despertar entre los hombres de inteligencia el dormido amor de las cosas propias posponiéndolas á las extranjeras, y la de haber iniciado los estudios de regeneración y vindicación de la Historia nacional tan maltrecha desde el fin del siglo XVI, y en cuya restauración habían fracasado hombres tan insignes como el Conde de Campomanes en el siglo XVIII y Tapia, Alcalá Galiano, Donoso Cortés y Martínez de la Rosa en el XIX.

 

Indudablemente ayudó á la acción de Cánovas á este respecto el estímulo que en España promovió el ejemplo de los extranjeros que de lejanas tierras vinieron á la consulta de nuestros archivos históricos, principalmente los italianos y belgas. Resuelto á profundizar la época más gloriosa que en la Historia ha alcanzado la Monarquía y el poder de España, su primer movimiento fué la acaparación de libros que constituyesen á la vez la Biblioteca especial del historiador y del hombre de Estado é inmediatamente la inspección personal de los Archivos Nacionales, públicos y privados, la revisión de los tesoros diplomáticos y la selección de las series que habían de contribuir al esclarecimiento general de los sucesos de España durante los siglos XVI y XVII, con la razón política que los motivaron, con la discusión jurídica que los debatió, y con los instrumentos armados que siempre resuelven los conflictos de la toga y del gabinete. No existe ya esa Biblioteca, cuyo conjunto solo, formaba la mayor aureola de un grande hombre de Estado y de Gobierno, y cuya dispersión constituye un crimen de lesa nación para los que, pudiendo, no la han evitado6. Más contrayéndonos á la obra inicial de los trabajos históricos de Cánovas, no podrá nunca dejarse de tener en cuenta qué edad tenía el autor cuando la escribió, en qué ambiente de pasiones políticas se influía ya su espíritu, como precoz colaborador de la revolución de 1854, que estalló poco después de la aparición de su obra, qué elementos de ilustración documental aún le ofrecía el atrasado movimiento en que en el curso de los estudios históricos en Europa, después de la reacción contra Napoleón, España aun se encontraba al mediar aquel siglo y la casi total falta de las monografías particulares que tanto ayudan á los trabajos de índole general. Cánovas, como también dejó anunciado en sus cuatro palabras preliminares, no quiso al recibir el encargo que desempeñó, someterse á una simple continuación cronológica de Mariana y Miñana. Su Historia de la decadencia, escrita con mayor libertad, constituyó una verdadera monografía, y singularizándose también en esto, invitaba á seguir su ejemplo al corto número de los que sentían inclinación á los estudios históricos, que en aquel tiempo solo se aprovechaban casi totalmente en el sentido anecdótico para nutrir las creaciones románticas de nuestro teatro renacido con Zorrilla, con Hartzenbuch, con García Gutiérrez y de la novela principiante con Espronceda, con Eguilaz, con Navarro Villoslada y con Fernández y González. Todos estos puntos de vista bajo los cuales hay que juzgar la primera de las obras históricas de Cánovas, la dan, en medio de sus defectos, una importancia considerable, sobre todo, si se tiene presente que, con la única excepción del Duque de San Miguel, que en 1844 ensayó una Historia de Felipe II y del primer Marqués de Pidal que en 1862 publicó la Historia de las alteraciones de Aragón, durante este mismo reinado, de la escuela histórica que con su Historia de la decadencia de España, fundó Cánovas á los veintiséis años de edad, en 1854, salieron después los Rosell, los Janer, los Galindo de Vera, los Manriques, los Barrantes, los Balaguer, los Llorente, los Fernández Guerra, los Fabié, los Fernández Duro, los Rada y Delgado, los Muñoz y Rivero y otros á quienes se deben muchos trabajos serios de renovación.

5Publicada por vez primera en una edición de la de Mariana en el Haya, el año 1733, en latín y la traducción castellana por D. Vicente Romero en otra de Lyon, de Francia, en 1737. Otra edición de la última se hizo en Madrid en 1804.
6La aleve muerte de Cánovas del Castillo en Santa Agueda no impidió que tuviera hecho testamento. Los que le trataban con intimidad hablaban de sus propósitos para que se perpetuara; pero, al morir, su Biblioteca como sus demás colecciones artísticas y suntuarias y sus bienes todos entraron en el haz común de los derechos de sus herederos legales. Desearon algunos de éstos que la Biblioteca se salvara íntegra, mediante su adquisición, por alguno de los Centros del Estado y principalmente por el Congreso de los Diputados, pues, como decimos, la Biblioteca de Cánovas en todas sus partes era la Biblioteca de un hombre de Estado. Interesáronse en que esta adquisición se llevase á cabo los jefes de todos los partidos y fracciones: Castelar, Sagasta, Pidal, Azcárraga, Silvela, Salmerón, Pi y Margall, Nocedal y Azcárate; pero era Presidente del Congreso el Sr. Romero Robledo, que se opuso terminantemente á la adquisición, pretextando que Cánovas no tenía más que libros incompletos ó de regalo, y el voto de Romero Robledo valió más por su posición accidental que el de los otros. Sobre la importancia de la Biblioteca de Cánovas, el autor de este trabajo publicó en La España Moderna, del 1.º de Octubre de 1907, un artículo que se titulaba Cánovas del Castillo juzgado por sus libros (páginas 60 á 92). En él fué triste á su patriotismo declarar lo siguiente: – «Ni uno solo de estos 30.000 volúmenes fué adquirido sin que ocupase un lugar de eficacia en la inmensa variedad de asuntos que fueron objeto preciso de las meditaciones de aquella mente excepcionalmente constituída en la opulencia y universalidad de sus aptitudes. No es menester que estos asuntos se determinen parcialmente y se clasifiquen. Aun revueltos en tumultuosa confusión éstos treinta mil cuerpos de libros, su más ligero examen denuncia su respectiva individualidad dentro de una labor intelectual que á la vez comprendía todos los problemas de la nacionalidad española, con los antecedentes de su historia y las previsiones del porvenir, y todos los problemas que la ciencia, la política, el derecho y la evolución continua y acelerada de toda la sociedad humana contemporánea sin cesar pone sobre el tapete y somete á la resolución de los grandes pensadores y de los grandes estadistas» (pág. 63). «Por encima de toda otra condición de las que presumía ó que le caracterizaba en la generalidad de sus aptitudes, descuella en la Biblioteca de Cánovas, la del gran estadista: de tal manera que en nuestra historia no ha existido otra con que compararla que la que en el siglo XVII formó el Conde Duque de Olivares, con cuya grandeza de concepción y de miras, Cánovas del Castillo tuvo muchos puntos de semejanza» (página 67). «El palenque de la historia parecía la tribuna principal de Cánovas del Castillo. Y, en efecto, ¿cuál puede tener mayor importancia para un verdadero estadista? El camino que incesantemente trilla esta ciencia basta para imponer de las evoluciones y de las reformas del derecho, sobre todo en nuestro tiempo, en que las imposiciones de la vida internacional, en la creciente y estrecha oleada de las relaciones de los pueblos entre sí crea las inevitables exigencias de la equiparación legal entre todas las gentes, ejerciendo una influencia también ineludible en las legislaciones locales de todos los Estados. Pero en los pueblos de larga existencia histórica, la ciencia principal del hombre de Estado la constituye el más perfecto conocimiento de la historia de la nación que ha de regir, y en la cual, por encima de todos esos cosmopolitismos, la unidad invariable de todas las condiciones éticas y etnográficas, la perpetua imperturbabilidad de las vecindades con que ha de convivir, las tendencias no menos invariables á influirse mutuamente, ya en el sentido de la atracción, ya en el de la hostilidad más ó menos encubierta, establece una multitud de hechos que, aunque en sus caracteres exteriores ó circunstanciales puedan cambiar, en el fondo responden siempre á la unidad fundamental de estas tendencias» (pág. 72). «Nadie, como Cánovas, llegó á reunir tantas piezas marcadas de nuestra bibliografía histórica, de esas que han escapado á nuestras grandes Bibliotecas públicas, unas por ser rarísimas en extremo, otras por no haber llegado jamás á los umbrales de nuestra nación peninsular, por haber sido publicadas ya en lejanos y para siempre perdidos dominios españoles, ya por haber sido fruto de literaturas extranjeras y escritas en impugnación de derechos é intereses de España, y que, en suma, no arribaron á ella jamás. De estos peregrinos papeles, folletos y libros, la Biblioteca de Cánovas logró reunir un número extraordinario, cuya importancia se necesita poseer una gran cultura histórica y política para saber avalorar bien. No era que Cánovas se propusiera en su admirable colección histórica llegar á reunir, por reunir, todo lo que dijera á la historia general de la patria, ni al capricho de atesorar aquella catalogación que solo á fuerza de constancia puede llegar á perfeccionar un establecimiento perpetuo del Estado, como la Real Academia de la Historia ó la Biblioteca Nacional. En la adquisición de todos estos verdaderos tesoros de la Bibliografía histórica de España, predominaba en Cánovas, como en todo su inclinación á las materias de Estado, porque en aquellos libros, folletos y papeles, publicados en Roma, en París, en Viena, en Amsterdam, en Colonia, en Milán, en Turín, en Nápoles y Venecia, en Bruselas y Amberes, estaban representados cuantos hechos formaban el conjunto de nuestra historia en el tiempo en que España, en el supremo grado de la supremacía política de Europa, fué el árbitro de los destinos del mundo; y aunque él pensaba, como en varias de sus obras no se cansó de repetir, que nunca más se producirían circunstancias semejantes á las que confluyeron en los Estados de nuestra Península al declinar el siglo xv y durante los dos siguientes, los hombres que con sus armas, su gobierno y su política mantuvieron aquel emporio de grandeza por tan dilatado espacio de tiempo, esos hombres siempre permanecen vivos en el espíritu de nuestra raza, y aunque hubieran caído fatigados por sus propios esfuerzos y acosados por la conflagración universal contra ellos, en la postración y decadencia que desgraciadamente todavía nos debilita, el estadista siempre debe contar con aquellas condiciones propias y con aquellas rivalidades agenas, porque el deber de los que gobiernan, aun en períodos del mayor enervamiento, es procurar la recuperación de fuerzas y es conducir siempre á sus pueblos, como Moisés por el desierto, á las siempre esperadas tierras de promisión» (pág. 75 y 76). «Toda la política que ha producido nuestros desmembramientos territoriales, toda la política que nos ha conducido á la presente decadencia de que no nos podemos emancipar, toda la política que nos ata las manos para todo intento de resurrección, era la política que se estudiaba admirablemente en los preciosos conjuntos de los libros propios y extraños que Cánovas llegó á reunir en su biblioteca… Estos grupos son los que imponían su carácter á la biblioteca del Sr. Cánovas del Castillo, que una vez deshecha y esparcida, probablemente ningún otro logrará reunir otra vez». – Pérez de Guzmán: Cánovas del Castillo juzgado por sus libros.—España Moderna: 1.º Octubre 1907. – Págs. 60 á 92.