Sueño En El Pabellón Rojo

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Tras una pausa continuó:

—Pero la esencia de la crueldad y la perversidad no tiene un lugar bajo el brillante sol y los cielos serenos, de manera que se aquieta en las cavernas y en las profundidades de los valles. Si el viento la mueve o las nubes la presionan, entonces se agita y permite que escapen algunos de sus fluidos. Si alguno de éstos se encuentra con la esencia pura, el mal siente envidia del bien y el bien se niega a ceder frente al mal. Ninguno prevalece sobre el otro. Es como el viento, la lluvia, el relámpago y el trueno, que no pueden desvanecerse sin más, sino que luchan hasta consumirse. Buscando alguna vía de escape, estas esencias penetran en algunos seres humanos, que llegan al mundo como encarnación de ambas. Esos seres no llegan a convertirse en sabios ni en hombres perfectos, pero tampoco en perfectos canallas. Están dotados de una inteligencia pura que los eleva por encima de sus semejantes, pero su perversidad y su conducta extravagante les hacen caer igualmente por debajo de los demás hombres. Cuando nacen en el seno de familias ricas y nobles, esas personas se convierten en extravagantes soñadores; si nacen en familias pobres pero cultas, se vuelven eruditos o ermitaños de alma noble; si nacen en hogares humildes y desgraciados, nunca llegan a ser correos de alguna prefectura o sirvientes de amos vulgares, sino más bien actores o cortesanas célebres. Vimos en el pasado a ese tipo de gente en Xu You, Tao Qian, Ruan Ji, Ji Kang y Liu Ling, las dos familias de Wang y Xie, Gu Hutou, Chen Shubao, el emperador Minghuang de la dinastía Tang, el emperador Huizong de la dinastía Song, Wen Feiqing, Mi Nangong, Shi Manqing, Liu Qiqing y Qin Shaoyou [11] . Ejemplos más recientes son Ni Yulin, Tang Bohu y Zhu Zhishan [12] . Hay otros casos como Li Guinian, Huang Fanchuo, Jing Xinmo, Zhuo Wenjun, Hongfu, Xue Tao, Cui Yingying y Zhaoyun [13] . Todos ellos, cada uno en su terreno y en su época, fueron esencialmente idénticos.

—¿Estás diciendo que tales personas serán príncipes o ladrones, según triunfen o fracasen en lo que emprendan?

—Exactamente. Creo que no sabes que desde mi destitución he estado viajando por diferentes provincias; pues bien, me he cruzado con uno o dos niños extraordinarios. Por eso pienso que ese Baoyu que has mencionado; pertenece a la misma categoría. Te pondré un ejemplo bastante cercano: ¿Conoces al señor Zhen, el que fuera director de la facultad provincial de Jinling?

—¿Quién no lo conoce? Las familias Zhen y Jia están relacionadas y mantienen una estrecha amistad. He tratado de negocios con los Zhen en muchas ocasiones.

—Pues bien, cuando estuve el año pasado en Jinling alguien me recomendó a los Zhen como preceptor residente. Me sorprendió encontrar una casa tan grande que además supiera combinar la riqueza con la educación. Ese tipo de trabajo no se encuentra fácilmente, y no dudé en aceptarlo. Sin embargo, a pesar de que sólo estaba iniciando su aprendizaje, era más difícil enseñar a mi discípulo que a un aspirante a los exámenes provinciales. Escucha una muestra de las absurdas cosas que decía: «Necesito que dos muchachas me acompañen mientras estudio; de lo contrario los caracteres se me confunden en el cerebro y no puedo aprenderlos». A sus sirvientes les dijo: «La palabra “muchacha” es tan pura y honorable que ni los supremos títulos budistas y taoístas se le pueden comparar. Vuestras bocas sucias y vuestras lenguas viperinas nunca deben violarla: antes de pronunciar esa palabra os enjuagaréis la boca con agua pura o té fragante. Si no lo hicierais, los dientes os crecerán torcidos y se os clavarán en las mejillas». Tenía un carácter temible y podía llegar a ser increíblemente terco y violento, pero apenas concluían las clases se iba con las muchachas y entonces se transformaba en tolerante, sensible y gentil. Su padre le zurró en más de una ocasión hasta casi matarlo, pero eso tampoco mudó su carácter ni un ápice. Cuando el dolor se le hacía insufrible empezaba a gritar: «¡Hermana! ¡Hermanita!». Una vez, en los aposentos interiores, las muchachas se burlaron de él diciéndole: «¿Por qué nos llamas cuando te están zurrando? ¿Quieres que intercedamos por ti? ¿No te da vergüenza?», y tendrías que haber oído su respuesta: «La primera vez que grité no sabía que eso me aliviaría el dolor, pero luego descubrí que funcionaba como por ensalmo. Por eso ahora grito “¡hermana!” en lo peor de la paliza». ¿Has oído alguna vez algo tan absurdo?

Y añadió:

—Por amor a su nieto, la abuela llegaba a menudo a ser descortés conmigo, e incluso a culpar a su propio hijo. Por eso renuncié al empleo. Lo más probable es que un muchacho así pierda su herencia y desperdicie los buenos consejos de maestros y amigos. La lástima es que las jóvenes de su familia son admirables…

—¡Igual que las tres muchachas de la familia Jia! —dijo Zixing—. Yuanchun [14] , la hija mayor de Jia Zheng, que nació el primer día del año, fue seleccionada en el Palacio Imperial y nombrada institutriz por su bondad, su piedad filial y sus talentos. La segunda, Yingchun [15] , es hija de una concubina de Jia She. La tercera, Tanchun [16] , es hija de una concubina de Jia Zheng. Xichun [17] , la cuarta, es hermana menor de Jia Zhen, de la mansión Ning. Las llaman «las muchachas Primavera» porque todas tienen el carácter chun en sus nombres. Tanto quiere la Anciana Dama a estas nietas que las pone a estudiar a su lado, en la mansión Rong. De todas tengo muy buenas referencias.

—Prefiero el sistema de la familia Zhen para poner nombres a las hijas —comentó Yucun con desagrado—. Las llaman como a los varones en vez de utilizar nombres floridos como Primavera, Rojo, Fragante o Jade. ¿Cómo ha podido Ja familia Jia rebajarse a prácticas tan vulgares?

—No lo entiendes —repuso Zixing—. A la mayor la llamaron Yuanchun porque nació el día de Año Nuevo [18] . Por eso las otras también llevan la primavera en sus nombres. En cambio, todas las mujeres de la generación anterior tenían nombres como los de los varones. La esposa de tu respetado amo, el señor Lin, que era hermana de Jia She y de Jia Zheng de la mansión Rong, se llamaba de soltera Jia Min. Si no me crees, pregúntalo a tu regreso.

Con una carcajada Yucun golpeó la mesa:

—Con razón mi alumna siempre pronuncia mi en vez de min [19] , y al escribirlo se come uno o dos trazos. Me tenía muy intrigado el motivo, pero ahora lo comprendo. Entiendo, además, por qué habla y se comporta de manera tan distinta a la del común de las damitas de hoy en día. Ya sospechaba yo que debía tener una madre muy especial. Si es nieta de la casa Rong, eso lo explica todo. Lástima que su madre muriera el mes pasado…

—Era la menor de las cuatro hermanas, pero ahora también ha desaparecido —dijo Zixing—. Ya no queda ninguna. Y ya veremos los esposos que encuentran para las hijas de la nueva generación…

—Ciertamente —asintió Yucun—. Hace un momento mencionabas al hijo de Jia Zheng, el que nació con un jade en la boca, y te referiste a un niño que dejó su hermano mayor. ¿Y qué hay de Jia She? ¿No tiene hijos?

—Después del nacimiento de Baoyu, Jia Zheng tuvo otro con su concubina, pero de ése no sé nada. O sea, que tiene dos hijos y un nieto. Pero vete a saber cómo son. También Jia She tiene dos hijos. El mayor, Jia Lian, ya tiene más de veinte años y hace dos se casó con una sobrina de la dama Wang, la esposa de Jia Zheng. Este Jia Lian, que se ha hecho con un cargo de subprefecto, no se interesa por los libros pero es muy hábil para las cosas del mundo; vive con su tío Jia Zheng y le ayuda en sus negocios. Desde que se casó se ha visto desplazado por su esposa, una mujer a la que todos elogian. Dicen que es muy guapa y elocuente, y tan astuta y llena de recursos que no hay hombre a su alrededor que se le pueda comparar.

—Todo eso confirma lo que te estaba diciendo. Lo más probable es que todos estos a los que hemos estado aludiendo sean una mezcla de esencias buenas y malas. Todos se parecen.

—Olvídate ya del bien y del mal —protestó Zixing—. No hemos hecho sino chismorrear como comadres. Bébete otra copa.

—Hablando y hablando, ya he bebido demasiado.

—El chismorreo acompaña bien el vino. ¿Por qué no bebes un poco más?

Yucun miró por la ventana.

—Se está haciendo tarde. Pronto cerrarán las puertas de la ciudad. Volvamos dando un paseo y continuemos nuestra charla por el camino.

Dicho lo cual pagaron la cuenta, y ya se disponían a partir cuando una voz resonó a sus espaldas.

—¡Enhorabuena, hermano Yucun! ¿Qué haces aquí, en pleno campo?

Yucun volvió bruscamente la cabeza y vio…

Capítulo III

Amparándose en un personaje influyente,

Jia Yucun recupera su cargo perdido.

Abandonando a su querido padre, Lin Daiyu

emprende viaje a la capital.

Volviéndose, Yucun vio que se trataba de Zhang Ruguei, oriundo de esa localidad y antiguo colega que, tras haber sido depuesto de su cargo por los mismos motivos que él, había regresado a Yangzhou. Ahora bien, Ruguei estaba moviendo los hilos necesarios para encontrar un destino, ya que corría el rumor de que en la capital había sido decretada la restitución en sus cargos de los antiguos funcionarios apartados del servicio. Por eso había felicitado tan efusivamente a Yucun en cuanto lo vio, y, una vez intercambiados los saludos de rigor, no tardó ni un momento en darle la buena nueva. Naturalmente Yucun se alegró, y, después de unos cuantos comentarios nerviosos y apresurados, cada uno se marchó por su lado.

 

Leng Zixing, que lo había oído todo, propuso inmediatamente a Yucun pedir a Lin Ruhai que gestionase el apoyo de Jia Zheng en la capital. Aceptando el consejo, Yucun volvió para confirmar la noticia en la Gaceta de la Corte, y al día siguiente expuso su caso ante Lin Ruhai.

—¡Qué feliz coincidencia! —exclamó él—. Resulta que, desde la muerte de mi esposa, mi suegra ha estado muy preocupada porque mi hija no tuviera quien la criase, y ha enviado dos juncos con criados para llevarse a la niña a su lado, a la capital, pero yo he retrasado la partida mientras ha estado enferma. Me preguntaba cómo podría devolverle a usted el favor que me ha hecho instruyéndola durante todo este tiempo, y esto me da la oportunidad de mostrarle mi aprecio. Descuide. Escribiré una carta a mi cuñado pidiéndole que haga lo que pueda por usted, como modesta compensación por todo lo que le debo. No se preocupe por cualquier gasto que se ocasione, también eso lo aclararé con él.

Yucun hizo una profunda reverencia y dijo:

—¿Me permite preguntarle qué cargo ostenta su respetable cuñado? Temo ser demasiado vulgar para importunarlo.

Ruhai sonrió:

—Mis humildes parientes pertenecen al mismo clan que usted. Son los nietos del duque de Rongguo. Mi cuñado mayor, Jia She, cuyo nombre de cortesía es Enhou, heredó la graduación de general del primer rango. El segundo, Jia Zheng, cuyo nombre de cortesía es Cunzhou, es subsecretario de la Junta de Obras. Es hombre modesto y generoso como su abuelo. Por eso le escribiré exponiéndole su caso. Si se tratase de algún funcionario arrogante y frívolo yo estaría deshonrando sus altos principios, hermano, y a mí me resultaría despreciable hacer una cosa así.

Sus palabras confirmaron lo que Zixing había dicho el día anterior en la taberna, y Yucun dio de nuevo las gracias a Lin Ruhai.

—Para el viaje de mi hija a la capital he elegido el segundo día del mes que viene —prosiguió Ruhai—. ¿No piensa que a ambos les convendría emprender juntos la jornada?

Yucun asintió prontamente y con profunda satisfacción; luego tomó los presentes y los gastos para el viaje, y comió las viandas que Ruhai le había preparado.

Su alumna Daiyu, que acababa de reponerse de sus males, casi no pudo resistir la idea de separarse de su padre, pero a la postre tuvo que acatar los deseos de su abuela.

—Tengo casi cincuenta años y no pienso volver a casarme —le dijo su padre—. Tú eres joven y tu salud es delicada. No tienes madre que te cuide, ni hermanos o hermanas que se hagan cargo de ti. Yo me quedaré mucho más tranquilo sabiendo que estás con tu abuela y con tus primas. ¿Cómo puedes negarte?

Y la niña partió en un mar de lágrimas acompañada por su ama y algunas sirvientas mayores de la mansión Rong, seguida en otro junco por Yucun y dos pajes.

En su momento llegaron a la capital e hicieron su entrada. Yucun se acicaló, y acompañado de sus pajes se dirigió a la puerta principal de la mansión Rong, donde entregó una tarjeta de visita presentándose como «sobrino» de Jia Zheng.

Jia Zheng, que ya había recibido la carta de su cuñado, le hizo pasar enseguida. Yucun tenía una apariencia impresionante y su conversación distaba mucho de ser vulgar. Dado que Jia Zheng simpatizaba con los eruditos y que, al igual que su difunto abuelo, disfrutaba honrando a los letrados dignos y ayudando a los que estuvieran en apuros, y dado además que éste venía recomendado por su cuñado, Yucun recibió un trato extraordinariamente bueno y toda la ayuda que se le pudo prestar. El mismo día que lo solicitó al trono, Yucun fue rehabilitado y se le indicó que esperase un destino. En menos de dos meses fue enviado a Jinling para ocupar el cargo vacante de gobernador de Yingtian [1] . Despidiéndose de Jia Zheng, eligió un día para trasladarse a tomar posesión de su nuevo cargo. Pero basta ya de hablar de Yucun.

Volvamos a Daiyu. En el embarcadero la esperaban un palanquín de la mansión Rong y unas carretas para su equipaje. Su madre le había hablado mucho del esplendor de la casa de su abuela, y durante los días anteriores se había sentido impresionada por los alimentos, la ropa y la conducta de las sirvientas de rango inferior que la acompañaban. Decidió que debería comportarse con sumo cuidado en su nuevo hogar y mantenerse en guardia todo el tiempo, sopesando cada palabra para no ser el hazmerreír en un momento de descuido. Mientras era trasladada a la ciudad avistó a través de la cortinilla de gasa del palanquín la agitación en las calles, y una multitud como nunca antes había visto.

Tras lo que le pareció un lapso muy largo, llegaron a una calle en cuyo lado norte dos grandes leones de piedra flanqueaban un inmenso portón triple cuyos tiradores eran cabezas de animales, y delante del cual se hallaban sentados diez o doce hombres elegantemente ataviados. El gran portón central estaba cerrado, por lo que la gente entraba y salía por las dos puertas laterales. La puerta principal tenía encima una tabla con grandes caracteres: «Mansión de Ningguo construida por Mandato Imperial». Daiyu comprendió que allí vivía la rama mayor de la familia de su abuela.

Siguiendo un poco hacia el oeste alcanzaron otro imponente portón triple. Era la mansión Rong. En lugar de pasar por la gran puerta central, lo hicieron por una más pequeña del lado oeste. Los portadores llevaron el palanquín un tiro de arco más allá, lo posaron en un recodo y desaparecieron. Las sirvientas que acompañaban a Daiyu ya se habían apeado y se acercaban andando hasta ella. En ese momento tres o cuatro jóvenes de diecisiete o dieciocho años, muy bien vestidos, alzaron el palanquín y avanzaron, seguidos por las criadas, hasta una puerta decorada con diseños florales colgantes tallados en madera. Allí los jóvenes se retiraron y las sirvientas levantaron las cortinillas del palanquín, ayudaron a Daiyu a apearse y la sostuvieron mientras cruzaba el umbral.

En el interior galerías bordeadas por barandas conducían hasta un corredor con tres aposentos en cuyo centro descansaba un biombo de mármol enmarcado en sándalo rojo. Por allí pasaron al patio mayor del edificio principal, y cruzándolo llegaron a cinco aposentos de vigas talladas y columnas decoradas. A cada lado de estos aposentos había otros cuartos con pasadizos techados. De los aleros colgaban jaulas con loros de colores, tordos y otras aves.

Varias sirvientas vestidas de rojo y verde se levantaron sonrientes de la terraza para dar la bienvenida a Daiyu.

—Precisamente hablaba de usted la Anciana Dama —dijeron a gritos—. Aquí está.

Tres o cuatro sirvientas se precipitaron a levantar el cortinaje de la puerta, y pudo oírse una voz que anunciaba: «Ha llegado la señorita Lin».


Lin Daiyu.

Gai Qi (edición de 1879).

Al entrar Daiyu, se le acercó una anciana de cabellos plateados flanqueada por dos criadas. Supo que se trataba de su abuela, pero antes de que pudiera saludarla con un koutou [2] , la anciana la rodeó con sus brazos.

—¡Corazón! ¡Carne de mi carne! —exclamó, y prorrumpió en sollozos.

Todos los presentes se cubrieron el rostro y lloraron, y la propia Daiyu no pudo reprimir las lágrimas. Cuando finalmente las demás lograron calmarla, Daiyu hizo un koutou ante su abuela. Ésa era la Anciana Dama Viuda de la familia Shi mencionada por Leng Zixing, la madre de Jia She y de Jia Zheng, que ahora empezaba a presentarle a los miembros de la familia.

—Ésta es la esposa de tu tío mayor, Ésta es la esposa de tu segundo tío. Ésta es la esposa de tu difunto primo Zhu…

Daiyu las fue saludando una por una.

—Traed a las niñas —dijo la abuela—. Hoy podemos dispensarlas de sus clases en honor de esta visitante llegada de lejanas tierras.

Salieron dos doncellas a cumplir la orden, y casi inmediatamente después aparecieron tres jóvenes acompañadas por tres amas y cinco o seis sirvientas.

La primera muchacha era algo gordita y de estatura mediana; sus mejillas tenían la textura de los lichis recién madurados y su nariz era suave como la grasa de ganso. Recatada y amable, parecía de trato fácil. La segunda tenía los hombros caídos y la cintura fina; era alta y delgada, de rostro ovalado, cejas bien marcadas y hermosos ojos danzarines. Se veía elegante y de mente ágil, con un gran aire de distinción. Mirarla era olvidar todo lo vulgar. La tercera aún no había terminado de crecer y conservaba un rostro de niña. Las tres vestían similares túnicas y faldas, idénticos brazaletes y tocados.

Daiyu se incorporó para saludar a sus primas, y después de las presentaciones tomaron asiento mientras las doncellas servían el té. Ahora la charla se centró en la madre de Daiyu. ¿Cómo había caído enferma? ¿Qué remedios recetaron los médicos? ¿Cómo fueron organizadas las ceremonias del entierro y del luto? Inevitablemente, la Anciana Dama fue la más afectada por el relato.

—De todos mis hijos, tu madre era mi preferida —le dijo a Daiyu—. Ahora ella me ha precedido en la partida sin concederme siquiera ver su rostro por última vez. ¡Contemplarte me rompe el corazón!

Y volvió a tomar a Daiyu entre sus brazos y a llorar, mientras las demás se esforzaban en consolarla.

Impresionó a los reunidos la buena educación de Daiyu, pues a pesar de sus pocos años y de su evidente mala salud tenía un aire de natural distinción. Al observar lo frágil de su apariencia le preguntaron qué remedio o tratamiento había estado empleando.

—Siempre he sido así —dijo Daiyu con una sonrisa—. Tomo medicinas desde que me destetaron. Muchos médicos célebres me han examinado, pero ninguna de sus recetas ha surtido efecto. Recuerdo que me contaron como en mi tercer año de vida sé acercó a la casa un monje de cabeza tiñosa que quiso llevarme con él para que me hiciera monja. Mis padres no quisieron saber nada del asunto, y el bonzo dijo: «Si no soportan separarse de ella, lo más probable es que nunca mejore. El único remedio es impedirle que oiga llorar a nadie y vea a otros parientes que no sean su padre y su madre. Solo así llevará una existencia tranquila». Claro que nadie prestó oídos a semejantes sandeces, y ahora sigo tomando píldoras de ginseng.

—Qué casualidad —dijo la Anciana Dama—, aquí estamos haciendo esas píldoras. Me encargaré de que también hagan para ti.

En ese preciso instante estallaron unas risotadas en el patio trasero y una voz exclamó:

—¡Llego tarde a saludar a la visitante que llega de lejanas tierras!

Sorprendida, Daiyu pensó: «Aquí la gente es tan respetuosa y solemne que todos parecen estar conteniendo la respiración. ¿Quién puede ser esa persona tan ruidosa y engreída?».

Así pensaba Daiyu cuando entró por la puerta trasera un tropel de matronas y doncellas rodeando a una joven. A diferencia de las otras muchachas, ésta venía ricamente ataviada y resplandecía como un hada. Perlas y otros dijes sujetaban su tiara de filigrana de oro. Sus peinetas tenían la forma de cinco fénix enfrentados al sol, y su gargantilla de oro puro la de un dragón enroscado con incrustaciones de gemas. Llevaba pendientes de perlas y aretes dobles de jade rojo y, prendidas de la falda, borlas de color verde alverja. Vestía una casaca ceñida de satén rojo bordada con mariposas y flores de oro; sobre su Capa turquesa, forrada en piel de ardilla blanca, diseños de seda multicolor; en su falda de crepé verde esmeralda, dibujos floreados. Tenía los ojos almendrados de un fénix; las cejas inclinadas, largas y lánguidas como hojas de sauce. Su figura era esbelta y sus modales vivaces. Mostraba su rostro un encanto primaveral que ocultaba una malicia latente, y antes de que sus labios carmesí llegaran a abrirse vibró el tintineo de su risa.

Daiyu se levantó de inmediato a saludarla.

—Todavía no la conoces. —La Anciana Dama soltó una risita—. Es el terror de esta casa. En el sur la llamarían Pimiento Picante. Llámala simplemente Fénix Picante.

 

Daiyu no supo cómo dirigirse a ella hasta que sus primas acudieron en su ayuda.

—Es la esposa del primo Lian —le dijeron.

Aunque nunca la había conocido, Daiyu sabía por su madre que Jia Lian, el hijo de su tío mayor Jia Shen, se había casado con la sobrina de la dama Wang, la esposa de su segundo tío. Había sido educada cómo un muchacho y recibido el nombre escolar de Xifeng, «Hermano Fénix». Daiyu la saludó enseguida sonriéndole:

—Prima.

Xifeng la tomó de la mano y acto seguido la miró de pies a cabeza. Luego, la condujo de vuelta a su lugar junto a la Anciana Dama.

—¡Bien! —exclamó con una carcajada—. Es la primera vez que pongo mis ojos encima de una criatura tan encantadora. ¡Todo su porte es distinguido! Nada tiene que ver con su padre, yerno de nuestra anciana abuela. Más parece de los Jia. Con razón tu anciana abuela no podía dejar de pensar en ti y sólo de ti hablaba. ¡Pobrecilla mi desdichada primita, perder a su madre tan temprano!

Dicho lo cual se enjugó unas lágrimas con su pañuelo.

—Acabo de secar mis lágrimas. ¿Acaso quieres que vuelva a empezar? —dijo la anciana con aire juguetón—. Tu joven prima llega de un largo viaje y su salud es delicada. Acabamos de conseguir que cese su llanto, así que no empieces tú ahora.

Xifeng trocó automáticamente su dolor en alegría.

—¡Claro! —gritó—. Ver a mi primita me sumió en dolor y alegría al mismo tiempo, y por eso olvidé a nuestra anciana abuela. Merezco que me apaleen.

Tomando a Daiyu de la mano le preguntó:

—¿Qué edad tienes, prima? ¿Ya has empezado tus estudios? ¿Qué medicinas estás tomando? No debes echar de menos tu casa entre nosotros. Si te apetece alguna comida especial o algo para jugar, no dudes en pedírmelo. Si las doncellas y las viejas amas no se portan bien contigo, dímelo enseguida.

Entonces se volvió a las sirvientas:

—¿Ya habéis entrado el equipaje y las cosas de la señorita Lin? ¿Cuánta gente ha traído? Daos prisa y disponed un par de cuartos donde puedan descansar.

Entretanto habían servido dulces y té, y, mientras Xifeng los repartía, la dama Wang le preguntó si había distribuido la asignación mensual correspondiente.

—Ya se distribuyó —confirmó Xifeng—. Acabo de llevar a una gente al almacén trasero de arriba para buscar brocado, pero a pesar de que buscaron durante largo rato no pudieron encontrar del tipo que nos describió ayer, mi señora. ¿Es posible que su memoria le haya jugado una mala pasada?

—No importa que no haya de ese tipo —dijo la dama Wang—. Tú elige dos cortes para hacerle alguna ropa a tu primita. No olvides buscarlos esta noche.

—Ya lo he hecho —respondió Xifeng—. Sabiendo que mi prima podía llegar en cualquier momento preferí dejar todo listo. El género está en sus habitaciones esperando que usted lo inspecciones. Si lo aprueba lo enviaré enseguida.

La dama Wang sonrió con un leve gesto de aprobación.

Después fueron retirados el té y los dulces, y la Anciana Dama ordenó a dos amas que llevaran a Daiyu a saludar a sus dos tíos.

Inmediatamente la dama Xing, esposa de Jia She, se incorporó para sugerir:

—¿No sería más sencillo que yo misma llevara a mi sobrina?

—Muy bien —accedió la Anciana Dama—, y ya te puedes quedar allí.

Asintió la dama Xing y luego pidió a Daiyu que se despidiera de la dama Wang, tras lo cual fueron acompañadas por las demás hasta el vestíbulo. Fuera, frente a la puerta decorada, unos pajes esperaban junto a una carroza de laca azul con visillos verde esmeralda a que subieran la dama Xing y su sobrina. Luego, las doncellas dejaron caer las cortinillas y dieron a los porteadores la orden de partir. Éstos llevaron la carroza hasta un lugar despejado donde le aparejaron una mula dócil. Salieron por la puerta lateral del oeste y desde allí se dirigieron hacia el este, más allá de la entrada principal de la mansión Rong, hasta cruzar un gran portón de laca negra y detenerse frente a una puerta ceremonial.

Cuando los pajes se hubieron retirado, se alzaron las cortinas y la dama Xing condujo a Daiyu hasta el patio. A la muchacha le dio la impresión de que esos patios y edificios aún debían formar parte del jardín de la mansión Rong, pues observó, después de cruzar tres puertas ceremoniales, que los salones, los aposentos laterales y los corredores techados eran más pequeños pero todavía de muy buena factura. No tenían el esplendor imponente de la otra mansión, pero no les faltaban árboles, plantas y jardines de rocas.

Al entrar en el salón central fueron saludadas por una multitud de concubinas y doncellas muy maquilladas y ricamente vestidas. La dama Xing invitó a Daiyu a tomar asiento, mientras enviaba a una sirvienta a la biblioteca para pedir a su esposo que viniera.

Un momento después la mensajera volvió con el siguiente recado:

—Dice el señor que no se ha sentido muy bien estos últimos días, y que un encuentro con la joven dama no haría sino turbar a ambos. Que por el momento no se encuentra con ánimo para hacerlo. Que la señorita Lin no debe entristecerse o incomodarse, sino sentirse como en su casa junto a la abuela y sus tías. Que quizá sus primas le parezcan algo tontas, pero le servirán de compañía y ayudarán a distraerla. Que si alguien la tratara mal debe decírnoslo y no considerarnos extraños.

Daiyu se había incorporado respetuosamente para recibir el mensaje. Poco después volvió a levantarse para partir. La dama Xing insistió en que se quedara a cenar.

—Gracias, tía, es usted demasiado amable —dijo Daiyu—. Hago mal en negarme, pero no estaría bien que demorase más la visita a mi segundo tío. Le ruego que me disculpe y me permita quedarme en otra ocasión.

—Tienes razón —dijo la dama Xing, y a continuación ordenó a varias sirvientas mayores que acompañasen a su sobrina de vuelta en el carruaje, hecho lo cual Daiyu se despidió. Su tía la acompañó hasta la puerta ceremonial, y después de dar algunas instrucciones adicionales a las sirvientas esperó hasta que hubieron partido.

De vuelta en la mansión Rong, Daiyu volvió a apearse. Las amas la llevaron hacia el este, a la vuelta de una esquina, y luego a través de un elegante salón de entrada que daba a un gran patio. El edificio norte tenía cinco grandes secciones, y alas a cada lado. Ése era el eje de toda la finca, más impresionante de lejos que los aposentos de la Anciana Dama.

Daiyu comprendió que se trataba de la principal edificación interior, pues una ancha avenida conducía directamente hasta su puerta. Una vez dentro del salón levantó la vista y llamó su atención una gran tabla azul sobre la que había nueve dragones dorados y, en enormes caracteres también dorados, la siguiente inscripción: «Salón de la Felicidad Gloriosa». Luego, unos caracteres menores registraban la fecha en que el emperador había obsequiado esa tabla a Jia Yuan, duque de Rongguo, y, por fin, el sello imperial.

Sobre una gran mesa de sándalo rojo tallado con dragones se elevaba un viejo trípode de bronce verde de tres pies de altura. De la pared colgaba un gran rollo con el dibujo de unos dragones negros cabalgando sobre las olas, y a su lado descansaban un vaso de vino de bronce con incrustaciones de oro, y un bol de cristal. Apoyados en las paredes se alineaban dieciséis sillones de cedro, y, sobre éstos, dos paneles de ébano con el siguiente pareado grabado en plata:

Las perlas de los sentados en torno a esta mesa brillan más que el sol y la luna;

las insignias de honor de los huéspedes relumbran en el salón como nubes iridiscentes.

Bajo el texto unos caracteres diminutos informaban de que éste había sido compuesto por el príncipe de Dong’an, que firmaba Mu Shi y se consideraba paisano y viejo amigo de la familia.

Las amas llevaron a Daiyu a este salón principal, puesto que la dama Wang rara vez lo utilizaba y prefería para su descanso tres cuartos del lado oriental.

El enorme kang [3] situado junto a la ventana estaba cubierto con una alfombra importada de color escarlata. En el centro había unos cojines rojos y unos cabezales de color turquesa; unos y otros estaban adornados con medallones de dragón que decoraban igualmente un largo colchón de color amarillo verdoso. A cada lado, una mesita de laca en forma de flor de ciruelo. Sobre la de la izquierda había un trípode, unas cucharitas, unos palillos y un recipiente para el incienso; sobre la mesa de la derecha, un estilizado florero de porcelana del horno de Ruzhou [4] con flores de la estación, así como tazones para el té y una escupidera. Al pie del kang, frente a la pared occidental, cuatro sillones tapizados de rojo brillante salpicado de flores rosadas, a cuyos pies había un escabel. A cada lado había una mesa con tazas de té y floreros. No es preciso describir detalladamente el resto del cuarto.