Sueño En El Pabellón Rojo

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Las amas pidieron a Daiyu que se sentara sobre el kang, en cuyo borde había dos cojines de brocado. Sin embargo, ella consideró que hacerlo hubiera sido petulante, y eligió uno de los sillones del lado oriental. Las doncellas sirvieron té, y Daiyu las fue estudiando mientras lo bebía. Observó su maquillaje, su ropa y su conducta, claramente distintos a los que se daban en otras familias. Antes de que hubiera terminado su té entró una doncella con un abrigo de seda roja y casaca de satén azul sin mangas ribeteada de seda, que anunció con una sonrisa:

—La señora pide a la señorita Lin que vaya a sentarse junto a ella.

Inmediatamente las amas condujeron a Daiyu por el corredor oriental hasta un pequeño aposento con tres cuartos orientado al sur. Sobre el kang situado bajo la ventana descansaba una mesita cargada de libros y un servicio de té. Apoyados en la pared había un cojín de satén azul bastante usado, y una almohada. La dama Wang estaba sentada frente a la pared oriental, sobre una manta de satén azul que revelaba un uso considerable, con otro cojín y otra almohada. Invitó a su sobrina a sentarse frente a ella, pero Daiyu, intuyendo que ése era el lugar de su tío Jia Zheng, eligió uno de los tres sillones contiguos al kang, que tenían unas fundas punteadas de negro bastante gastadas. Su tía tuvo que insistirle mucho para que se sentara a su lado.

—Hoy es día de ayuno para tu tío; podrás verlo en otra ocasión —dijo la dama Wang—. Quisiera decirte una cosa. Tus tres primas son excelentes muchachas y seguro que te llevarás muy bien con ellas en las clases, o aprendiendo a bordar o jugando. Pero quien me preocupa es mi terrible hijo, la ruina de mi vida, que nos atormenta a todos como un verdadero demonio. Hoy ha ido al templo a cumplir un voto, pero ya le verás la cara cuando regrese esta noche. Simplemente no le prestes atención. Ninguna de tus primas se atreve a provocar su enfado.

A menudo su madre le había hablado a Daiyu de ese sobrino nacido con un trozo de jade en la boca, de su conducta cerril, de su aversión al estudio y de su pasión por jugar en los aposentos de las mujeres; y los mimos de su abuela lo hacían aún más incontrolable. Así, supo que era a él a quien se refería la dama Wang.

—¿Mi tía se está refiriendo a mi primo mayor, el del jade en la boca? Mi madre me hablaba de él a menudo. Sé que tiene un año más que yo, que su nombre es Baoyu, y que a pesar de sus travesuras es muy bueno con sus primas. ¿Por qué habría de provocar su enfado? Además, pasaré todo mi tiempo con las demás muchachas en los aposentos interiores, mientras que nuestros primos estarán en los patios exteriores.

—No lo entiendes —respondió riendo la dama Wang—. No es como los demás muchachos. Como es el preferido de su abuela, que siempre ha querido tenerlo cerca, se ha acostumbrado a vivir en los aposentos interiores, entre muchachas. Si no le hacen caso se queda tranquilo y, aunque se aburre, puede entretenerse gritando a alguno de sus pajes. Pero si las muchachas lo alientan lo más mínimo, entonces su entusiasmo le lleva a cometer todo tipo de diabluras. Por eso no debes prestarle atención, pues si un instante es encantador, al siguiente se vuelve recalcitrante y duro y un minuto más tarde está dando alaridos de lunático. No se le puede tomar en serio.

Daiyu prometió tenerlo en cuenta. A continuación una doncella anunció que la cena sería servida en los aposentos de la Anciana Dama. Entonces la dama Wang condujo a su sobrina a través de una puerta trasera por un corredor que avanzaba hacia el oeste, y a través de una puerta lateral, hasta un ancho camino que iba de norte a sur. En el lado sur había un bonito anexo de tres cuartos que daba al norte; en el lado norte había una gran pared-biombo pintada de blanco, detrás de la cual una puerta conducía a un cuarto.

—Allí vive tu prima Xifeng —dijo la dama Wang señalando el lugar—, así que la próxima vez ya sabes dónde encontrarla. Si necesitas algo, basta con que se lo digas.

Junto al portón, varios pajes muy jóvenes peinados con dos rodetes permanecían atentos a cualquier orden. A través de un salón de entrada que iba de este a oeste, la dama Wang condujo a Daiyu hasta el patio trasero de la Anciana Dama. Al cruzar la puerta posterior se encontraron con mucha gente allí reunida que empezó a disponer mesas y sillas en cuanto apareció la dama Wang. Li Wan, la viuda de Jia Zhu, sirvió el arroz, mientras Xifeng distribuía los palillos y la dama Wang servía la sopa.

La Anciana Dama ocupó sola un diván a la cabecera de la mesa, dejando dos asientos vacíos a cada lado. Xifeng tomó de la mano a Daiyu y la llevó hasta el primer lugar de la izquierda, pero la muchacha se negó con insistencia a tal honor.

—Tu tía y tus cuñadas no cenan aquí —precisó su abuela con una sonrisa—. Además hoy eres una invitada, así que debes ocupar ese lugar.

Daiyu obedeció mientras murmuraba una disculpa. Luego, la Anciana Dama dijo a la dama Wang que se sentara, y después pidieron permiso para sentarse las muchachas Primavera: Yingchun se acomodó la primera a la derecha, Tanchun la segunda a la izquierda y Xichun la segunda a la derecha. Las doncellas prepararon espantamoscas de crin, recipientes para enjuagarse la boca y servilletas, mientras Li Wan y Xifeng, de pie detrás de las comensales, les presentaban un plato tras otro.

El cuarto exterior hervía de amas y doncellas, y sin embargo no se oía ni una tos. La cena transcurrió en silencio, y apenas hubo acabado llegó el té en unas pequeñas bandejas. Lin Ruhai había inculcado a su hija las virtudes de la moderación, previniéndola del daño que causaba al aparato digestivo beber té directamente después de una comida. Pero aquí muchas costumbres eran distintas a las de su casa, y Daiyu consideró que tendría que adaptarse a esos nuevos usos. Por eso aceptó el té, y cuando vio que aparecían los recipientes para enjuagarse la boca, optó por hacer como las demás. Cuando se hubieron lavado las manos reapareció el té, esta vez para ser bebido [5] .

—Vosotras os podéis marchar ya —dijo entonces la Anciana Dama—. Quiero charlar con mis nietas.

Inmediatamente la dama Wang se levantó, y tras unos cuantos comentarios protocolarios emprendió la salida, seguida por Li Wan y Xifeng. Entonces la abuela preguntó a Daiyu qué libros había estudiado.

—Acabo de leer los Cuatro Libros [6] , pero soy muy ignorante —dijo Daiyu, quien, a su vez, preguntó qué estaban leyendo las otras muchachas.

—Sólo conocen unos cuantos caracteres, demasiado pocos para leer un libro.

No había terminado de decir estas palabras cuando se oyeron pasos en el patio y apareció una doncella que anunció: «Ha llegado el señor Baoyu».

Daiyu se preguntó entonces qué clase de bribón sin gracia o de tonto; sería, y sintió pocos deseos de conocer a criatura tan estúpida en el instante mismo en que entraba. Lucía una diadema dorada con incrustaciones de joyas y una guirnalda en forma de dos dragones combatiendo por una perla. Vestía una casaca roja de arquero con un bordado de flores y mariposas doradas, atada con una banda de palacio con Borlas de muchos colores. Cubriéndolo todo llevaba un abrigo de satén japonés color turquesa, adornado con relieves de flores dispuestas en ramos de a ocho. Sus botas de corte eran de satén negro con suelas blancas. Tenía el rostro radiante como una luna otoñal, la piel fresca como las flores primaverales al alba. Llevaba el cabello sobre las sienes recortado con una precisión que parecía proceder de un tajo de navaja. La negrura de sus cejas parecía trazada con tinta, sus mejillas eran rojas como flores de durazno, y sus ojos brillantes como los rizos de un lago en otoño. Hasta en sus momentos de furia parecía sonreír, e incluso con el ceño fruncido conservaba cierta candidez en la mirada. Al cuello llevaba un collar dorado en forma de dragón y un cordón de seda de cinco colores del que colgaba un bellísimo fragmento de jade.

La brusca aparición de Baoyu sobresaltó a Daiyu. «¡Qué raro! —pensó—. Es como si lo hubiera visto antes. Me parece tan familiar…»

Baoyu presentó sus respetos a la Anciana Dama y luego, por indicación de ésta, acudió a ver a su madre. Poco después regresó, vestido ya de otra manera. Ahora llevaba el cabello corto en pequeñas trenzas sujetas con seda roja y recogidas sobre la coronilla en una sola, gruesa, negra y lustrosa como la laca, con cuatro grandes perlas prendidas a lo largo de la misma y ocho colgantes dorados en su extremo. Su abrigo, de dibujos floreados sobre un fondo rojo vivo, no era nuevo. Llevaba todavía el collar, el precioso jade, un amuleto en forma de candado con su nombre búdico, y un amuleto de la buena suerte. Por debajo asomaban pantalones de satén floreado verde claro, calzas con puntos negros y bordes de brocado, y unos zapatos escarlata de suela gruesa. De tan claro, su rostro parecía empolvado; y sus labios, como pintados con carmín. Tenía una mirada llena de afecto y una conversación salpicada de sonrisas. Pero donde más se manifestaba su encanto natural era en las cejas, pues sus ojos emitían un mundo de sentimientos. Sin embargo, a pesar de lo atractivo de su apariencia era difícil percibir qué yacía bajo ella.

Mucho tiempo después alguien hizo, un admirable retrato de Baoyu en estos poemas, escritos sobre la melodía Xijiangyue («La Luna sobre el Río del Oeste»):

Angustia y melancolía cortejaba sin razón,

y a veces se comportaba como idiota o loco.

Aunque fue de porte apuesto,

díscolo y vacío tuvo el corazón.

Obtuso, no comprendía sus deberes;

terco, no se aplicaba en sus estudios.

 

Fue temerario en extravagancia,

y no escuchó el reproche y la difamación.

Privilegios y tesoros no sabía disfrutar;

cuando pobre, no podía soportar los sufrimientos.

Lástima que derrochara sus años mejores

defraudando al país y a su familia.

Era el inútil más grande del mundo,

no tiene par su indignidad.

Petimetres y noblecillos, permítanme aconsejar:

¡No imiten la perversidad de este joven!

Sonriéndole a su nieto, la Anciana Dama le riñó:

—¿Qué es eso de mudarse de ropa antes de saludar a nuestra invitada? Date prisa en presentar tus respetos a tu prima.

Baoyu había visto a su prima al entrar, y enseguida había adivinado que se trataba de la hija de su tía Lin. Se apresuró a hacer una reverencia, y tras el saludo tomó asiento. Al mirarla de cerca la encontró distinta a las otras muchachas. Tenía el ceño elevado, pero a la vez no fruncido; sus elocuentes ojos mostraban alegría y dolor al mismo tiempo; su delicada fragilidad le daba un aire singular. Sus ojos brillaban de lágrimas, su aliento era leve y suave. En reposo parecía una flor adorable reflejada en un estanque; al moverse semejaba un flexible sauce meciéndose al viento. Se la veía más inteligente que Bi Gan [7] , más delicada que Xi Shi [8] .

—Yo he visto antes a esta prima —observó Baoyu.

—Otra vez con tus tonterías —dijo su abuela riendo—. ¿Cómo la podrías haber conocido?

—Su rostro me resulta familiar. Tengo la impresión de que somos viejos amigos que se vuelven a encontrar después de una larga separación.

—Tanto mejor —la Anciana Dama se rió—. Eso significa que podréis ser buenos amigos.

Baoyu fue a sentarse junto a Daiyu y volvió a mirarla fijamente.

—¿Has leído mucho, prima? —preguntó.

—No —dijo Daiyu—. Sólo he estudiado un par de años y aprendido unos cuantos caracteres.

—¿Cómo te llamas?

Se lo dijo.

—¿Y tu nombre de cortesía?

—No tengo.

—Entonces te pondré uno —propuso con una risita—. ¿Qué mejor nombre que Pin-pin [9] ?

—¿De dónde has sacado eso? —intervino Tanchun.

—De la Verificación general de hombres y objetos antiguos y actuales, que dice que en Occidente hay una piedra llamada dai que puede sustituir al grafito para pintar las cejas. Como las cejas de la prima Lin se ven medio fruncidas, ¿qué mejor nombre de cortesía para nuestra prima que esos dos caracteres?

—Te lo estás inventando todo —terció Tanchun.

—Fuera de los Cuatro Libros, casi todas las obras son inventadas. ¿Soy acaso el único que inventa cosas? —replicó con una sonrisa.

Y a continuación, para espanto de todos, preguntó a Daiyu si ella tenía una piedra de jade.

Imaginando que pensaba en su propia piedra, ella respondió:

—No, supongo que es un objeto demasiado extraordinario como para que cualquiera tenga uno.

Y en ese momento, inopinadamente, Baoyu sufrió un ataque de furia. Se arrancó el jade y lo arrojó con rabia al suelo.

—¡¿Qué tiene de extraordinario?! —rugió—. Ni siquiera sirve para distinguir a la buena gente de la mala. ¿Cuáles son sus facultades trascendentales? No me interesa nada este trasto.

Todas las doncellas se abalanzaron consternadas a recoger el jade, mientras la Anciana Dama tomaba desesperada a Baoyu entre sus brazos.

—¡Monstruo perverso! Rúgele a la gente si estás furioso, pero no tires ese precioso objeto del que depende tu vida.

Con el rostro cubierto de lágrimas, Baoyu sollozaba:

—Aquí ninguna de las muchachas tiene uno, sólo yo. ¿Qué grada tiene entonces? Ni siquiera esta prima recién llegada, adorable como un hada, tiene uno. Lo que demuestra que no sirve para nada.

—Una vez lo tuvo —le mintió la anciana para tranquilizarlo—, pero cuando tu tía agonizaba y no quería dejar atrás a tu prima, lo mejor que se le ocurrió a ella fue que su madre partiese con el jade. Fue como enterrar a los vivos con los muertos y reveló la piedad filial de tu prima. Por eso el espíritu de tu tía puede ver a su hija todavía. Te dijo que no tenía un jade por no jactarse de ello. ¿Cómo te atreves a compararte con ella? Y ahora vuelve a ponértelo con cuidado antes de que tu madre se entere.

Tomó el jade de manos de una de las doncellas y se lo puso ella misma. Y Baoyu, que había creído la historia, olvidó el asunto.

Entró en ése momento un ama preguntando qué aposentos se destinarían a Daiyu.

—Trasladad a Baoyu al cuarto interior de mis aposentos —dijo su abuela—. Por el momento la señorita Lin puede ocupar el bishachu [10] . Con la primavera haremos un arreglo distinto.

—Abuela, querida abuela —alegó Baoyu—, déjame quedarme en el exterior del bishachu. Estaré muy bien en esa cama del cuarto de fuera. ¿Por qué mudarme a un sitio donde sólo sería una molestia?

Tras dudarlo un momento, la Anciana Dama accedió. Cada uno sería atendido por un ama y una doncella, mientras otras personas estarían a su disposición durante las guardias nocturnas. Xifeng ya había hecho llegar al aposento de Daiyu una cortina floreada de color lavanda, cobertores forrados de satén y colchones bordados.

Daiyu sólo se había hecho acompañar por el ama Wang, su vieja nodriza, y por Xueyan, una doncella de diez años que también la servía desde niña. Consideró la Anciana Dama a Xueyan demasiado joven, y al ama Wang demasiado vieja para ser de utilidad, por lo cual cedió a Daiyu una de sus propias sirvientas, una doncella de segundo grado llamada Yingge. Al igual que Yingchun y las otras damitas, Daiyu recibió, además de su nodriza, cuatro amas de compañía, dos doncellas de servicio personal que cuidaran de su aseo y cuatro o cinco muchachas para barrer los cuartos y llevar recados.

El ama Wang y Yingge acompañaron a Daiyu hasta el aposento de gasa verde, mientras que el ama Li, la nodriza de Baoyu, iba con su doncella principal, Xiren, a prepararle al muchacho la cama grande del cuarto exterior.

Xiren, cuyo nombre original era Zhenzhu, había Sido una de las doncellas de la Anciana Dama. Tanto se preocupaba la anciana por el bienestar de su nieto que, para asegurarse de que estuviera bien atendido, le cedió a su favorita. Baoyu sabía que su apellido era Hua [11] , y recordaba un verso que decía: «La fragancia de las flores atrapa a los hombres.» Por eso había pedido a su abuela autorización para cambiarle el nombre y llamarla Xiren [12] .

Xiren era muy leal. Cuando cuidaba de la Anciana Dama no pensaba sino en la Anciana Dama, y tras recibir el encargo de cuidar a Baoyu no pensaba sino en Baoyu. Sólo le preocupaba que éste fuese demasiado terco y no escuchara sus consejos.

Aquella noche, cuando ya Baoyu y el ama Li dormían, Xiren se dio cuenta de que Daiyu y Yingge aún estaban despiertas en los cuartos interiores. Entró allí de puntillas en ropa de dormir, y preguntó:

—¿Por qué está aún despierta, señorita?

—Por favor, hermana, siéntate —la invitó Daiyu con una sonrisa.

Xiren se sentó al borde de la cama.

—La señorita Lin ha estado llorando de preocupación todo este tiempo —dijo Yingge—. Dice que el mismo día de su llegada ha provocado un ataque de ira a nuestro amo. Nunca se lo hubiera perdonado si ese jade llega a romperse. He estado tratando de calmarla.

—No lo tome en serio —dijo Xiren—. Temo que más adelante lo verá comportarse de manera más absurda todavía. Si se deja preocupar por su conducta no tendrá un solo momento de descanso. No debe ser tan sensible.

—Recordaré lo que me has dicho —prometió Daiyu—. ¿Pero puedes decirme de dónde vino ese jade suyo y qué dice la inscripción que lleva?

Xiren contestó:

—En toda la familia no hay nadie que sepa de dónde procede. Tengo entendido que fue encontrado en su boca cuando nació, y que ya tenía un agujero para pasarle un cordón. Déjeme traerlo para enseñárselo.

Pero Daiyu no aceptó, pues ya era tarde.

—Puedo mirarlo mañana —concluyó.

Charlaron un poco más y se fueron a dormir.

A la mañana siguiente, Daiyu fue a presentar sus respetos a la Anciana Dama y de allí pasó a los aposentos de la dama Wang, a la que encontró discutiendo con Xifeng una carta llegada de Jinling. Estaban acompañadas por dos matronas que habían traído un mensaje de la casa del hermano de la dama Wang.

Daiyu no comprendió lo que sucedía, pero Tanchun y las demás sabían que el tema de discusión era Xue Pan, el hijo de la tía Xue de Jinling. Amparándose en sus poderosos parientes, Xue Pan había mandado apalear a un hombre hasta matarlo y ahora estaba a punto de ser juzgado en la corte de la prefectura de Yingtian. Al ser informado de esto, Wang Ziteng, el hermano de la dama Wang, había enviado esas mensajeras a la mansión Rong para pedir que la familia Xue fuera invitada a la capital.


Xiren.

Gai Qi (edición de 1879).

Capítulo IV

Una muchacha infortunada se tropieza

con un hombre infortunado.

Un bonzo de mente confusa propone

una sentencia confusa.

Daiyu y las otras muchachas habían encontrado a la dama Wang discutiendo asuntos familiares con unas mensajeras enviadas por su hermano; así supieron que su sobrino Xue Pan estaba implicado en un caso de asesinato. Como la vieron tan ocupada, las muchachas buscaron a Li Wan.

Li Wan era la viuda de Jia Zhu, el cual había muerto joven dejando afortunadamente un hijo, Jia Lan, que a la sazón tenía cinco años e iniciaba su aprendizaje. El padre de Li Wan, Li Shouzhong, un notable de Jinling, había sido responsable del Colegio Imperial. Todos los vástagos de su clan, hombres y mujeres, se habían dedicado al estudio de los clásicos, pero cuando él llegó a ser cabeza de su familia impuso la idea de que la mujer más virtuosa es la mujer sin talento. En consecuencia, los estudios de su hija Wan alcanzaron sólo el nivel suficiente para poder leer unas cuantas obras: los Cuatro libros al alcance de las muchachas y Biografías de mujeres ejemplares; obras que le sirvieran para aprender algunos caracteres, conocer los méritos de las mujeres dignas de anteriores dinastías, y le permitieran dedicar toda su atención al bordado y otras labores domésticas. Por eso la llamó Li Wan y le dio el nombre de cortesía de Gongcai [1] . Así pues, esta joven viuda que vivía en la opulencia era sin embargo madera muerta o cenizas frías, y el mundo exterior no despertaba su interés. Aparte de atender a sus mayores y cuidar a su hijo, su única ocupación consistía en acompañar a las muchachas cuando bordaban o leían. En su calidad de invitada, Daiyu disfrutaba de esas reuniones, y la compañía de sus primas le hacía sentirse como en casa, salvo en los momentos en que echaba de menos a su padre.

Pero volvamos a Jia Yucun. Apenas hubo tomado posesión de su nuevo cargo de gobernador de Yingtian cuando llegó a su despacho un caso de homicidio. Dos hombres habían reclamado a la misma doncella, a la que ambos aseguraron haber comprado. Ninguno quiso ceder ante el otro, y uno de ellos había sido golpeado hasta morir. Yucun citó al denunciante para que prestara declaración.

—La víctima era mi amo —testificó el denunciante—. Compró una doncella ignorando que había sido secuestrada, y pagó en plata. Nos dijo que la llevaría a casa cuando pasaran tres días, ya que ésa sería una fecha propicia, pero cuando acudimos a recogerla resultó que el secuestrador la había vendido en secreto a la familia Xue. Fuimos a exigirles que nos entregaran a la muchacha, pero, con su dinero y sus sólidos padrinos, los Xue roncan tranquilos en Jinling. Sus matones dieron una paliza a mi amo, a consecuencia de la cual murió, y después de haberlo matado desaparecieron junto a su señor sin dejar rastro, quedando atrás para dar la cara unas cuantas personas sin responsabilidad. Hace un año les puse una demanda, pero quedó en nada. Suplico a Su Señoría que arreste a los criminales, castigue a los malvados y ayude a la viuda y al huérfano. ¡La gratitud del muerto será eterna!

 

—¡Qué escándalo! —exclamó Yucun indignado—. ¿Cómo es posible que se cometa un crimen y los asesinos escapen impunemente?

Ya se disponía a cursar la orden para que fueran detenidos e interrogados los parientes de los criminales y así poder descubrir su paradero, cuando un asistente que estaba junto a su mesa le lanzó una mirada de advertencia. Como no comprendiera la razón de tal gesto, Yucun no siguió adelante y, dejando el tribunal, se dirigió a su despacho. Una vez allí ordenó que salieran todos los presentes a excepción de aquel asistente, que se prosternó ante él y luego le dijo con una sonrisa:

—Su Señoría ha llegado muy alto en el mundo oficial. ¿Me recuerda todavía, ocho o nueve años después?

—Me suena tu cara, ciertamente, pero no sé de qué.

—Ya se sabe que los altos funcionarios tienen mala memoria —dijo el asistente—. ¿Así que Su Señoría ha olvidado el rincón donde empezó, y todas las cosas que vivió en el templo de la Calabaza?

El desconcertante comentario devolvió a la mente de Yucun, con el estrépito de un trueno, todo su pasado. Ese asistente había sido novicio en el templo de la Calabaza, y cuando el incendio lo dejó en la calle, harto ya de la rutina monacal, decidió trabajar en una oficina del gobierno. Aprovechó para dejarse crecer de nuevo el pelo y obtener el empleo de asistente. Por eso Yucun no lo había reconocido.

—Así que somos viejos conocidos… —dijo el gobernador tomándole la mano. Lo invitó a sentarse, pero el asistente declinó el honor y Yucun insistió—: Fuimos amigos en mis días de penuria y además estamos a solas. ¿Cómo vas a quedarte de pie todo el tiempo si vamos a conversar largamente?

Entonces, con muchísimo respeto, el asistente se apoyó en el borde de una silla. Yucun le preguntó por qué le había impedido con su gesto cursar las órdenes de detención.

—Supongo que ahora que Su Señoría ha venido a ocupar el cargo de gobernador no habrá dejado de copiar el Amuleto Protector de los Funcionarios de esta provincia… —dijo el asistente.

—¿Amuleto Protector de los Funcionarios? ¿Qué es eso?

—No me diga que nunca ha oído hablar de él. Si es así, no durará mucho en el cargo. En los tiempos que corren todos los funcionarios tienen en su poder una lista secreta de las familias más poderosas, ricas y encumbradas de su provincia, y en cada provincia existe una lista semejante. Ofender inadvertidamente a una de esas familias puede costarle a uno no sólo el cargo sino también la vida. Por eso lo llaman Amuleto Protector. Y resulta que esa familia Xue que acaba de ser mencionada no es de las que Su Señoría se pueda permitir ofender. Si este caso no fue resuelto antes se debió a que su antecesor quiso tener un gesto de deferencia hacia ellos.

Entonces se sacó de la manga una lista, escrita en pésimos versos, de las familias más notables de ese distrito; contenía anotaciones acerca de su genealogía, sus diferentes rangos y sus ramas familiares. Comenzaba diciendo:

Los caballos de oro

y las alas de jade

de los Jia de Jinling

no son bisutería [2] .

Descendieron veinte ramas del duque de Ningguo y del duque de Rongguo. Sin contar las ocho ramas de la capital, existen otras doce en su distrito natal.

Vasto palacio de A Pang [3] ,

digno de un mandarín,

no caben en tus salones

todos los Shi [4] de Jinling.

Descendieron dieciocho ramas del marqués Shi de Baoling, primer ministro. Diez en la capital, diez en el distrito natal.

Si el Rey Dragón del Mar Este

desea un lecho de jade

debe pedirlo a los Wang,

y todo el mundo lo sabe.

Descendieron doce ramas del conde Wang, el gran mariscal. Dos en la capital, las demás en el distrito natal.

La riqueza de los Xue [5]

se diría una nevada;

hierro les parece el oro,

y las perlas, como grava.

Descendieron ocho ramas del señor Xue, secretario imperial, ahora a cargo del Tesoro.

Antes de que Yucun pudiera terminar de leer la lista sonó una campana en la puerta y fue anunciado un tal señor Wang. Se volvió a poner su túnica y su bonete oficiales, y tras haber atendido al visitante en el tiempo que tarda en ser despachado un almuerzo regresó a pedir más información.

—Estas cuatro familias están estrechamente ligadas —prosiguió el asistente—. Tocar a una es tocar a todas; honrar a una es honrar a todas. Se ayudan y se encubren. El Xue acusado de asesinato es uno de los de la lista. No sólo cuenta con el apoyo de las otras familias, sino que además tiene muchísimos amigos y parientes con influencia en la capital y en provincias. Ése es el hombre a quien quiere arrestar Su Señoría.

—Y si ésa es la situación, ¿cómo vamos a solucionar el caso? —preguntó Yucun—. ¿Debo entender que tú sabes dónde se esconde el asesino?

—No lo ocultaré a Su Señoría. No sólo conozco el escondite del asesino, sino también al secuestrador que vendió a la muchacha y al pobre diablo que la compró. Pero déjeme exponerle los hechos. La víctima, Feng Yuan [6] , era hijo de una familia de notables menores de la localidad. Sus padres murieron cuando él era joven; no tenía hermanos y sobrevivió lo mejor que pudo con su escasa fortuna. Cumplió dieciocho o diecinueve años sin haber sentido nunca interés por las mujeres. Pero quién sabe si como pago por pecados de una vida anterior, fue a encontrarse con este secuestrador y, en cuanto vio a la muchacha, quedó prendado y se decidió a comprarla para convertirla en su concubina. Juró no volver a tener enredos con hombres y no tomar otra esposa. Buscando un día favorable, insistió en recogerla pasados tres días, pero ¿quién iba a suponer que entretanto el secuestrador la vendería en secreto a los Xue para embolsarse el pago de ambas partes? El caso es que le echaron el guante antes de que lograra su propósito y lo apalearon hasta casi matarlo, pero las dos partes se negaron a que les fuera devuelto el dinero, y ambas exigieron que se les entregara a la muchacha. Fue entonces cuando el joven Xue, que nunca cede un milímetro a nadie, ordenó a sus matones que se deshicieran de Feng Yuan, quien murió al cabo de tres días a consecuencia de la paliza que le dieron.

Y prosiguió:

—El joven Xue ya había fijado una fecha para trasladarse a la capital, pero dos días antes de su partida vio a la muchacha y decidió comprarla y llevarla consigo, ignorando los problemas que ello le acarrearía. Luego, después de haber matado a un hombre y raptado a una muchacha, partió con su gente como si nada hubiera sucedido, dejando atrás a los de su clan y a unos cuantos servidores para que arreglaran el asunto. De todas formas, para él no era un asunto grave arrebatar una vida. Por cierto, ¿sabe usted quién es la muchacha?

—¿Cómo voy a saberlo?

—De alguna manera es la benefactora de Su Señoría —el asistente soltó una risita—. Se trata de Yinglian, la hija de aquel señor Zhen Shiyin que vivía junto al templo de la Calabaza.

—¡Diablos! —exclamó el atónito Yucun—. Me dijeron que había sido secuestrada a los cinco años. Pero ¿por qué no la vendieron antes?

—Este tipo de secuestradores se especializa en robar niñas pequeñas para criarlas en algún lugar apartado hasta que cumplen once o doce años. Entonces las llevan a otro lugar, les ponen precio según su presencia y las venden. Solíamos jugar con Yinglian todos los días. A pesar de que han pasado siete u ocho años y ya es una hermosa muchacha de doce o trece, sus rasgos no han cambiado. Quien la hubiera visto antes no tiene dificultades para reconocerla ahora. Además, nació con un lunar entre las cejas del tamaño de un grano de arroz, lo que la hace inconfundible. Por casualidad vivía yo en unas habitaciones que alquilaba el secuestrador, y un día aproveché para preguntarle a la muchacha abiertamente. Le habían dado tantas palizas que tenía miedo de hablar; insistía en que el secuestrador era su padre, y que la vendía para pagar sus deudas. Cuando quise sonsacarle más información se echó a llorar y dijo que no recordaba nada de su infancia. No me cabe ninguna duda de que es la hija del señor Zhen. El día que el joven Feng la vio y pagó su dinero, el secuestrador se emborrachó. Entonces Yinglian suspiró: «Se acabaron por fin mis penalidades». Sin embargo, volvió a ellas cuando se enteró de que Feng sólo vendría a buscarla pasados tres días; Me dio tanta pena que, en cuanto salió el secuestrador, envié a mi esposa para que la consolara. Mi esposa le dijo: «La insistencia del señor Feng en esperar un día propicio para llevarte con él es señal de que no te tratará como una sirvienta. Además, se trata de un caballero muy distinguido, bastante adinerado, que nunca se interesó por las mujeres en el pasado y que sin embargo ahora paga por ti un precio muy alto. Ten paciencia un par de días. No tienes razones para preocuparte». Entonces la muchacha se animó algo pensando que pronto tendría un hogar que podría llamar el suyo. Pero este mundo está colmado de decepciones: al día siguiente fue vendida a los Xue. Cualquier otra familia hubiera estado mejor, pero este joven Xue, conocido también como el Tirano Tonto, es él rufián más perverso de la creación. Derrocha el dinero como si fuera estiércol. Se armó una gran gresca, y luego se la llevó a rastras más muerta que viva. Ignoro desde entonces qué ha sido de la muchacha. Lástima que Feng Yuan comprara la muerte en lugar de la felicidad, ¿no le parece?