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7 | El cerebro como objeto de estudio estratégico

Uno de los programas de investigación científica de más largo alcance hoy es el estudio del cerebro. De un lado, por ejemplo, encontramos la Brain Initiative en Estados Unidos (http://www.braininitiative.org) y, de otra parte, en la Unión Europea, el Human Brain Project (https://www.humanbrainproject.eu/en/), dos proyectos equivalentes, cuyas diferencias son esencialmente políticas, a saber: hacer ciencia europea en un caso o bien hacer ciencia norteamericana. La ciencia está desde la modernidad hasta hoy fuertemente marcada por intereses de tipo nacional; estos intereses gatillan el avance del conocimiento y en otros, lo frenan. Ahora bien, mientras que esta es la norma en prácticamente todos los campos, es igualmente cierto que existen crecientemente magníficos programas de cooperación científica. La configuración de grandes bases de datos, el trabajo con estos y el desarrollo subsiguiente de la ciencia de grandes datos (big data science) ha sido, sin lugar a dudas, el factor que más ha determinado el trabajo cooperativo en ciencia en general.

Pues bien, muy recientemente se han formulado dos programas de investigación “nacionales” en torno al estudio del cerebro, con presupuestos específicos y regulares, y con fechas de cierre precisas. La psicología, las ciencias cognitivas, las ciencias del comportamiento, las neurociencias y las tecnologías aplicadas a estas son cinco áreas perfectamente entrecruzadas entre sí, y de una importancia estratégica, desde varios puntos de vista que confluyen y emergen a la vez del programa o de la iniciativa cerebro; Brain Initiative o Brain Proyect (Brain es el acrónimo que designa: Brain Research Through Advanced Innovative Technologies: “Investigación del cerebro a través de tecnologías avanzadas”). Otros programas de investigación dedicados al estudio del cerebro son el Blue Brain Proyect (http://bluebrain.epfl.ch) y The Human Connectome (http://www.humanconnectomeproject.org); y Connectome (http://www.humanconnectome.org).

El estudio del cerebro apunta a conocer su estructura y funcionamiento, algo sobre lo cual, si bien la ciencia ha ganado un amplio terreno, es demasiado lo que falta aún por conocer. Al fin y al cabo, la condición mínima a partir de la cual los seres humanos hacen algo o dejan de hacerlo es el conjunto de sus temores, ilusiones, deseos, fantasías, creencia, frustraciones, angustias y relaciones con el entorno y con el mundo circundante. Es en el cerebro donde se incuban todas estas instancias. Literalmente, el estudio del cerebro habrá de permitir comprender las creencias, ilusiones, temores, angustias, esperanzas y demás —dicho rápidamente, el mundo de la subjetividad, que verosímilmente nace en el cerebro— de los seres humanos, y así, predecir y actuar sobre esas mismas creencias. La importancia política del tema no escapa a una mirada sensible.

Pues bien, a partir de —y en relación con— las iniciativas y proyectos e investigación sobre el cerebro han emergido algunos campos singulares directamente vinculados o extensiones de las investigaciones en curso. Los más importantes de estos campos son los siguientes:

 Neuropsicología: estudia las relaciones entre los procesos mentales y los comportamentales, directamente vinculados con el conocimiento del cerebro. El neuropsicólogo elabora el diagnóstico y tratamiento de los problemas cognitivos, de comportamiento y emocionales que pueden ser el resultado de procesos en el cerebro.

 Neuroética: originariamente vinculada a la bioética y a las neurociencias, la neuroética consiste en el estudio de los valores, principios y comportamientos éticos y no éticos que tienen los individuos, de modo que puedan elaborarse diagnósticos y explicaciones acerca de por qué y cómo determinados individuos y colectividades actúan con base en tales criterios éticos, o bien en aquellos otros. No en última instancia se trata de conocer los valores éticos y morales que se anidan en el cerebro de grupos y sociedades.

 Neuroderecho: el sentido de una acción estaría anidado en el cerebro. Así, se trata de estudiar por qué existen patologías jurídicas, comportamientos ilegales, comportamientos antiéticos, y tendencias a subvertir la ley con una u otra justificación. El neuroderecho permite conocer y anticipar conductas delictivas, a partir del estudio del funcionamiento del cerebro en determinados ámbitos sociales, económicos, religiosos o militares.

 Neuromarketing: ¿por qué hay un tipo de consumidores y no otros? ¿Por qué hay ciertas preferencias, cómo y por qué cambian? ¿Cómo son los sentidos afectivos y emocionales que permiten el consumo o lo inhiben? ¿Cómo surgen y se mantiene los gustos de las personas? Estos son algunos de los ejes del neuromarketing. Todo a partir de determinados estímulos de mercadeo (combinados con propaganda, publicidad y diseño).

 Neurociencias sociales: es el conjunto de estudios dedicados a las estructuras, comportamientos y consecuencias sociales de creencias compartidas, de conflictos de creencias y de opacamiento así como del surgimiento de creencias en el marco de la sociedad y la cultura. Son relativamente numerosas las ciencias y disciplinas que confluyen y a la vez alimentan este campo, y no todas precisamente de las ciencias sociales y humanas. Sin la menor duda, esta constituye una de las aristas más importantes de la investigación científica y filosófica a futuro.

 Neuroeconomía: de entrada, este grupo de ciencias o enfoques se concentra en la interfaz entre el sistema biológico de los seres humanos y sus comportamientos, poniendo énfasis en las relaciones entre el sistema hormonal y el sistema neurológico. De esta suerte, el cruce entre afectos y emociones con procesos cognitivos y mentales se erige como base para la comprensión del mundo social. Más puntualmente, el interés radica en la forma como los comportamientos sociales están marcados o influidos por el sistema inmune, el sistema endocrino, los procesos de metabolización y los aspectos mentales e intelectuales.

 Neuroeducación: establecer por qué hay individuos y grupos que aprenden rápidamente y otros más lentamente es el objeto de base de las preocupaciones de la neuroeducación. De esta suerte el aprendizaje y la didáctica deben poder encontrar en las neurociencias (es decir el estudio del funcionamiento del cerebro) las razones mismas de la pedagogía. En ninguna área es tan evidente que el aprendizaje y el funcionamiento del cerebro forman un todo integrado que habrá de determinar las capacidades, las habilidades y las destrezas de los estudiantes o aprendices.

 Neuropolítica: Una de las áreas más sensibles de las aplicaciones de las ciencias neurológicas se refiere a la política en general; esto es, todos los gestos, gustos, comportamientos e ideas acerca del poder, las alianzas, las relaciones, la aceptación del statu quo, el rechazo de este, y otros aspectos concomitantes. En una palabra: quién es amigo del sistema y quién no lo es, tanto como quien podría no serlo. La ciencia de grandes bases de datos, el uso de las tecnologías sociales, internet y machine learning y deep learning, las redes sociales y las tecnologías de comunicación (celulares, etc.) resultan capitales en este plano. La idea aquí no es tanto diagnosticar comportamientos, como leer la mente de los usuarios y ciudadanos, y entonces anticipar comportamientos.

Existe, naturalmente, una muy fuerte imbricación entre los campos antes mencionados. Ahora bien, si en todas las áreas mencionadas el uso de las nuevas tecnologías es determinante, en ninguno lo es tanto como en la neuropolítica. En todos los casos el afán es finalmente uno solo: conocer el cerebro para controlar comportamientos; conocer el cerebro para predecir conductas, individuales y de mediano y largo alcance.

¿El cerebro? Una observación puntual se impone. En realidad, los seres humanos poseen tres cerebros ensamblados en una sola unidad. Estos tres cerebros son el reptiliano (emociones), el sistema límbico (sentimientos) y el neocórtex (ideas y conceptos). No es evidente que las grandes, las mejores y las más altas decisiones tengan lugar en el neocórtex. Las emociones —y valga mencionar el actual llamado a considerar la inteligencia emocional de cada quien y de las organizaciones— se concentra en el sistema límbico, específicamente en el hipotálamo lateral. Las emociones son eminente y distintivamente cerebrales; las pasiones, por el contrario, ese ámbito que fue desplazado a lugares muy secundarios en la ciencia, la educación y la cultura contemporáneas, no son tanto de carácter cerebral como corpóreo. El pensar puede involucrar —como es efectivamente el caso— las emociones, pero el pensar se enraíza fuertemente en las pasiones. Un capítulo que aún espera mejores y mayores espacios de estudio, hoy.

Vivimos una época que es verdaderamente una bisagra, y en ella, el estudio del cerebro resulta estratégico desde muchos puntos de vista. Asistimos apenas a los primeros atisbos de lo que se viene por delante. Relativamente al programa inmediatamente anterior, y aún vigente, de investigación que fue el Proyecto Genoma Humano, el proyecto o iniciativa Brain es, muy de lejos, bastante más importante estratégicamente, desde numerosos puntos de vista.

8 | Memoria, información, pensamiento

Es imposible pensar (bien) sin una amplia y sólida información. Dicho, acaso, de manera puntual, es imposible pensar sin datos (no obstante, es igualmente cierto que en numerosas ocasiones debemos pensar justamente debido a la falta de información o a causa o en medio de información parcial). La información o los datos constituyen, por así decirlo, el polo a tierra del pensar. El acopio de información es en general la cultura; la información no es sino la expresión más abstracta, en el lenguaje de la física del siglo XX de lo que el siglo XIX comprendía con el concepto de “energía”. Amplia y sólida información significa que se dispone de una fuerte energía. Energía como fuente, como potencia.

 

La información se procesa, pero también se acumula, se almacena y puede distribuirse sin ninguna dificultad. El almacenamiento más inmediato de la información tiene lugar en y como la memoria. Para pensar es indispensable que la información esté disponible y lo está en la forma de memoria.

Ahora bien, existen diversas clases de memoria. Computacionalmente, es conocida la distinción entre memoria de corto plazo y la memoria de largo plazo, además de la memoria sensitiva. Importante como es, esta distinción no es aquí sin embargo de mucha ayuda. En el caso de los seres humanos, la memoria de largo plazo se articula como memoria explícita e implícita, cuya diferencia sencillamente es el papel que la conciencia juega en cada caso; a su vez, cada una de las anteriores, correspondientemente, da lugar a la memoria declarativa (que se ocupa de hechos y eventos) y la memoria procedimental (que se enfoca en habilidades y tareas). Cada uno de estos tipos de memorias tiene un lugar en la organización del cerebro (neocórtex, lóbulo frontal, cuerpo estriado, etc.). Al cabo existe igualmente la memoria episódica y la memoria semántica. Más bien, cabe señalar que el tipo de memoria indispensable para un (buen) pensar es una memoria gráfica, una memoria visual, en fin, una memoria como mapa.

La memoria de lo que pensamos y hemos pensado no se encuentra únicamente en nuestra cabeza, en la mente. Es visible, igualmente, en nuestro rostro y en el cuerpo mismo. Una buena lectura del rostro humano y del cuerpo permite adivinar, por así decirlo, la clase de información que alguien tiene, así como, consiguientemente, el tipo de pensar del que es capaz, o en el que destaca mejor.

En otras palabras, la memoria, sea de corto o de largo plazo, no se almacena única y principalmente en la cabeza. Ella se extiende por el cuerpo entero como una especie de esponja que, al mismo tiempo que absorbe información proveniente del medioambiente, deja entrever la cantidad y la calidad de información que alguien ha acumulado y procesado a partir de sus experiencias.

Quien pierde la memoria no puede pensar bien; prácticamente no piensa para nada. En el mejor de los casos, puede conocer e identificar el entorno. De esta suerte, la memoria es condición para el pensar, pero el pensar le confiere sentido y significación a la memoria. En otras palabras, alguien con mucha memoria no necesariamente piensa; es alguien capaz de elaborar grandes asociaciones. Las asociaciones son una condición para el pensar, pero no conducen necesariamente a él. La memoria va cambiando con el transcurso de la vida; unas veces recordamos una cosa de una manera, otras, de otra, y es la memoria la que va esculpiendo, si cabe, los modos y contenidos mismos del pensar.

La importancia de la memoria como un todo es de tal índole que, si se altera por completo la memoria de alguien, cambia por completo su personalidad. Sucede aquí algo análogo al conjunto de creencias de una persona que le otorgan identidad frente a sí misma y sus conocidos: el cambio de creencias es una sola y misma cosa con el cambio de la identidad. O de la personalidad. O de la historia de una persona (esto permite comprender por qué razón los debates en torno a la historia pueden convertirse en un asunto altamente sensible. También permite comprender, por lo demás, por qué la historia es una materia políticamente incorrecta).

De forma más puntual, la memoria se encuentra vinculada, aunque es distinta de ella, a la capacidad de aprendizaje; en ella se llevan a cabo procesos de asociación, de síntesis, de diferenciación y otros, pero, particularmente, de construcción de inferencias. El proceso gradual de construcción de inferencias, directas e indirectas, con certeza y con incertidumbre, permite apreciar el proceso mismo del pensar, el cual va exponiendo, por así decirlo, los acervos de memoria de que alguien es capaz. En otras palabras, en el proceso mismo del pensar se puede ver, literalmente, la memoria, los recuerdos, los acumulados de lecturas, experiencias, asociaciones, y otros, que alguien dispone o que ha ido procesando en su vida.

El tema de las inferencias directas será el objeto de una consideración aparte, por sí misma, en el capítulo 23, en la segunda parte de este libro.

En un escrito, en una conversación, en una exposición, por ejemplo, en los que se puede apreciar un proceso de pensamiento —y no solamente de conocimiento—, existe una unidad sólida y fuerte con la información acumulada y procesada que se decanta en la memoria. Así, la memoria no es un estanco frío y pasivo, por así decirlo, sino un dinámico y activo sistema que se entreteje activamente con el proceso mismo del pensamiento, prestándole, si cabe, forma y contenido. Al fin y al cabo, la materia misma del pensamiento es la información, y esta es más, bastante más, que un mero acumulado de datos. Lo importante, aquí y siempre, es el procesamiento mismo de los datos, lo cual da como resultado la calidad de la información.

En otras palabras, la riqueza de un pensamiento se enmarca y es posible a la vez por aquello que lo sostiene y que sin embargo no salta inmediatamente a la vista como protagonista: la información acumulada, la memoria, la cultura o la educación de que dispone alguien. Estas son fundamentales, pero ocupan un lugar discreto. Son las que conocen la obra y el escenario, pero dejan que el conocimiento y el pensar acaparen las miradas y la atención.

Cuando es la memoria la que atrae las miradas, ello no se llama ya pensamiento —y mucho menos creatividad—. Lo que resulta entonces es erudición, que tiene, desde luego, una importancia propia, pero que no cabe confundir con el verdadero y original pensamiento. Un erudito es alguien que dispone de una enorme cultura y conocimiento y que naturalmente ha aprendido mucho a lo largo de sus experiencias (de estudio, de viajes y de lectura, por ejemplo). La erudición es encomiable desde muchos puntos de vista, pero la categoría de un (o una) pensador(a) es algo que la cultura, la buena educación y la convivencia misma destacan por encima de cualquier otro rasgo, siempre sobre la base de las calidades humanas. La bonhomía, para decirlo mejor.

El pensar necesita de la información y la memoria, pero estas por sí mismas conducen a un escalón anterior al del pensar, el de la erudición.

9 | Un problema difícil: enseñar o aprender a pensar

¿Puede enseñarse a pensar? ¿Hay quien enseñe a pensar? O bien, ¿tan solo aprendemos a pensar? El problema es de la mayor importancia y no tiene una respuesta sencilla, e implica ámbitos que van desde la filosofía hasta las políticas y gestiones del conocimiento en toda la acepción de la palabra. El destino entero de muchos seres humanos depende de la(s) respuesta(s) que se de(n) a estos interrogantes.

De manera explícita o intuitiva, la mayoría de las personas y la cultura respondería afirmativamente a la primera pregunta. Hay métodos, procesos, mecanismos y técnicas para enseñar a pensar. De hecho, la pretensión misma de la lógica es justamente esa, de suerte que, siguiendo una serie de pasos (argumentación) y evitando otros (sofismas y paralogismos), se aprende a pensar. Precisamente en este sentido, Aristóteles identificó la lógica como órganon, o instrumento, de/para el conocimiento. Esto significa que, siguiendo las indicaciones, afirmativas y negativas de la lógica, alguien puede aprender a pensar; también era la pretensión, a su manera, de la Academia y del Liceo —que se convirtieron en la Universidad—: enseñar a pensar. Cultural, filosófica o históricamente, Occidente es esa civilización que cree en la importancia y la necesidad de enseñar. Ahora, si la lógica sirve de propedéutica, habría así un camino hacia el pensamiento y cada quien debería poder recorrerlo.

La dificultad estriba, según parece, en que, si efectivamente se enseña a pensar, ¿por qué razón existen entonces tantos errores en el mundo? Al fin y al cabo, las decisiones y las acciones humanas serían la consecuencia de un (buen) pensar. El estado del mundo alrededor y un seguimiento atento de las noticias permitirían comprobar que las acciones y decisiones en muchos casos no son las mejores. Esta consideración permite una conclusión provisional: en principio a un buen pensar le sigue un actuar bueno (una conclusión que hay que adoptar cum granu salis, esto es, a título meramente hipotético). El pensamiento es condición de la acción, pero la acción no siempre se sigue (necesariamente) de un pensamiento.

Por la razón que se acaba de indicar, cabe decir, alternativamente, que, en el mejor de los casos, aprendemos a pensar —a veces—. Sabemos que alguien piensa, y conocemos a un(a) pensador(a) cuando lo vemos. No sabemos quizás qué piensa —a menos que lo pensado sea expresado—, pero sí conocemos el estado y el talante, el modo y la actitud de quien piensa. En realidad, aprendemos a pensar en entornos favorables al pensamiento y en condiciones amables; condiciones de tipo emocional, social, cultural, político, económico y hasta religioso y militar7 resultan sensibles para un buen pensar.

Aprender a pensar es una experiencia de entropatía y, por tanto, de convivio. La antropología cultural así lo pone de manifiesto a propósito de la formación de un joven por parte del chamán. Pues bien, mutatis mutandi es lo que acontece en un proceso de formación doctoral. Entre tres y seis años, un estudiante de doctorado lleva una especie de convivencia con el director de la tesis (Doktorvater, se dice en alemán: el padre doctor. El profesor que es como un padre para el doctorante. Existe también, naturalmente, la Doktormutter). Todo esto indica una cosa precisa: para pensar se requiere tiempo, y el tiempo del pensar no coincide para nada con el tiempo cronológico.

De esta suerte, aprender a pensar es una sola y misma cosa con el aprendizaje del tiempo, de un tiempo que no transcurre ni más lento ni más despacio, un tiempo que no se puede medir por sí mismo. Más radicalmente, aprender a pensar implica rigurosamente una capacidad de distanciamiento y de rechazo incluso del tiempo. Al cabo, la gran sabiduría del mundo termina reconociendo que el tiempo es una ilusión, o banal o fútil, o sencillamente que no existe.

Ello, no obstante, medimos, por así decirlo, el pensar en términos de las efectuaciones que lleva a cabo el pensar. En el contexto académico y científico, se trata justamente de los productos de la investigación cuyos productos son artículos, capítulos de libros, libros, patentes, registros y demás. Pero en el plano de la vida, algunas de esas efectuaciones consisten en la bonhomía, en una alegría que ni se agota ni consiste exactamente en las risas, en cierta despreocupación por las cosas más mundanas por efectistas y consumistas, en fin, en un cambio de actitud radical hacia los demás, como hacia la naturaleza y hacia sí mismo.

Aprender a pensar significa comprender que hay un tiempo que no depende enteramente de nosotros y que sin embargo no nos es en absoluto ajeno. El aprendizaje de pensar es una sola y misma cosa con un aprendizaje de sabiduría; saber, por ejemplo, que debemos tener paciencia y que el optimismo es un componente del universo y la realidad; optimismo o esperanza, lo mismo da.

* * *

Pensar, pensar libremente, pensar como alguien que es verdaderamente libre no es fácil ni gratuito. La expresión más directa e inmediata en la que se condensan las dificultades de/para el pensar se denomina hoy salud mental.

Pues bien, como es sabido, el principal problema de salud pública en el mundo actual es la salud mental. El gran secreto de las sociedades capitalistas de diversa índole y diferente grado de desarrollo es la alta tasa de suicidios, aunados a depresión, psicosis, esquizofrenia, megalomanía, trastornos del neurodesarrollo, ansiedad, trastornos ciclotímicos, la distimia (o melancolía), todo tipo de fobias, los comportamientos obsesivos-compulsivos de todo orden, manifiestamente, el estrés, la amplia variedad de síntomas somáticos, las disfunciones sexuales, los trastornos destructivos —como la cleptomanía y la piromanía, por ejemplo—, las adicciones, y muchas más.

 

Sin pesimismo, social y culturalmente hablando, parecen ser más los impedimentos o los obstáculos para el pensar que las condiciones favorables. En el mismo sentido, parecen ser muchas más las condiciones que favorecen o conducen a un pensamiento concreto antes que al pensamiento abstracto. Sin más, parecen ser inmensamente mayores las condiciones que reducen a la gente a vegetar o ser simplemente objetos, antes que agentes de su propio destino8.

Uno de los secretos mejor guardados en el mundo actual, independientemente del país de que se trate, es la muy alta tasa de suicidios en todas las edades y condiciones. Peor aún, las altas tasas de suicidio infantil y juvenil. De acuerdo con varias fuentes de información fidedignas, en promedio alrededor del mundo actualmente se suicida una persona cada treinta y cinco segundos. Una auténtica extinción en masa que en cada caso es siempre vista tan solo como un acontecimiento individual o familiar. Vivimos una época enfermiza y necrotizada.

En verdad, el capitalismo vive sobre la base de una creciente generación de suicidios, muertes y desasosiego existencial. Como ha sostenido con acierto Saskia Sassen: el capitalismo corporativo ya no necesita matar a la gente: sencillamente la deja morir9. Hoy cabe hablar, legítimamente, de violencia necropolítica. El concepto ha sido desarrollado de manera singular por Achille Mbembe, un importante filósofo camerunés.

Ya en su momento, en un marco diferente, Zygmunt Bauman sostenía con lucidez que la forma de control político sobre la sociedad consiste en el agenciamiento y control del miedo, la incertidumbre y el desasosiego: miedo a la gripa aviar, a la gripa de las vacas locas, al desempleo, a la enfermedad, a la soledad, al sida, al zika, a una guerra termonuclear, en suma, miedo al miedo, por ejemplo. Cada tanto, existe un agenciamiento de miedos estratégicamente orquestados, lo cual raya, casi, con una teoría de la conspiración.

Por otra parte, en un texto ya clásico, Gilles Deleuze y Félix Guattari (1972) escribieron un texto contundente, El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, en el que logran demostrar que el capitalismo conduce desde sí mismo a la esquizofrenia humana: el más indolente de todos los modos de producción y de las formas de vida y pensamiento. El capitalismo, sostienen los dos filósofos franceses, convierte a los seres humanos en máquinas deseantes. Cada quien no solamente desea las cosas de los demás, sino, peor aún, en últimas, termina deseando el deseo de los demás. La más pura y refinada de las formas de enajenación. El sistema de libre mercado consiste, simple y llanamente, en hacer desear y consumir cosas que realmente la gente no necesita. Saber verdaderamente qué necesitamos, y qué no, es un asunto que, sin ambages, bien conducido, conduce a la sabiduría.

Pues bien, si se combinan los dos elementos mencionados —la idea de Sassen y Bauman, de un lado, y la de Deuleuze y Guattari, de otro—, es evidente que el capitalismo, como sistema político, como sistema social, como doctrina económica o bien como filosofía liberal, y que hoy en día se dice propiamente como capitalismo corporativo, es la mejor expresión del capital: esto es, mercantilización de la vida y la sociedad, desconocimiento e ignorancia de la vida, indiferencia e indolencia ante la existencia humana. El resultado es un galopante pesimismo, estratégicamente producido y agenciado en todos los órdenes de la sociedad. El capitalismo es enemigo de la vida y, por tanto, reacio y sospechoso al pensar. Su argucia consiste en cooptar cualquier atisbo de pensamiento crítico.

Sin moralizar, los índices de alcoholismo y drogadicción son galopantes y ubicuos en todos los estratos y clases sociales alrededor del mundo. Y los problemas de salud mental son verdaderamente alarmantes. Depresión, insatisfacción con el trabajo, con la familia y con el propio cuerpo; inseguridad e indefensión, fragilidad y el sentido de que “nadie es necesario”; ataques de ira momentáneos y descontrolados y ataques de violencia en muchas expresiones; en fin, la agudización del vacío de la existencia y el aumento de formas de patologías mentales son preocupantes y crecientes.

Dicho de manera puntual, la depresión es una enfermedad crónica y recurrente. Sobreviene en asaltos instantáneos o en períodos largos, y sus desenlaces son esencialmente imprevisibles. En numerosas ocasiones, la depresión desemboca en mutismo selectivo, en trastornos de identidad disociativa, y en numerosas ocasiones conduce al suicidio. Es evidente que, por otra parte, la esquizofrenia tiene causas sociológicas en el cerebro, pero son siempre situaciones existenciales las que gatillan la esquizofrenia, los trastornos obsesivos compulsivos, la ansiedad, el trastorno bipolar, la psicopatía.

El capitalismo es una forma de vida que afecta de manera sistemática y sistémica la autoestima, lo cual en muchas ocasiones se expresa o da lugar a la bulimia y la anorexia. En la escala cotidiana, por ejemplo, todos los odontólogos conocen y han tratado casos severos de bruxismo, lo cual se traduce en estados de nerviosismo, incluso hasta la histeria. No en última instancia hay que mencionar siempre trastornos esquizotípicos, comportamientos histriónicos y narcisistas.

La pobreza y el desempleo, el acoso laboral y las penurias económicas, las deudas y los bajos desempeños estudiantiles o laborales constituyen siempre fenómenos que gatillan el pesimismo. El capitalismo solo sabe de sí mismo: eficiencia, eficacia, crecimiento, rendimientos crecientes, ganancias y consumo. Todo lo demás es simplemente un medio o instrumento para esos fines.

Constituye toda una epopeya superar el pesimismo, alcanzar la paz personal y social, y conocer la alegría, la esperanza y la felicidad. En el mundo de hoy, desde el punto de vista psicológico y emocional, este constituye la más elevada de las metas por alcanzar. La sociología y la antropología enseñan que la existencia puede ser bien llevadera y hasta armónica gracias esencialmente al resorte familiar y social: los familiares, los amigos, los vecinos, la solidaridad, la buena disposición y ayuda —todos los cuales son actos esencialmente gratuitos—. Mientras que el capital es interesado, literalmente, la solidaridad, la amistad y el amor son gratuitos y desinteresados. Sin la menor duda, aquí se encuentran las semillas para superar al capitalismo y derrotarlo. Pero esto supone otras consideraciones de más largo alcance y calibre.

El sistema capitalista es un generador permanente de trastornos de personalidad, y constituye una lucha titánica por parte de individuos y grupos sociales lograr superponerse a dichos trastornos, que son esencialmente disociativos social y emocionalmente hablando.

Vivir para trabajar, definir la vida por el trabajo y trabajar para pagar deudas no es, en absoluto, una forma de existencia gratificante y digna. Y, sin embargo, es el tipo de vida de la mayoría de los seres humanos llevan en el sistema capitalista. El núcleo económico del capitalismo es esa forma de vida: viva hoy y pague mañana, incluso con la incertidumbre y el miedo a no poder pagar hoy o mañana las deudas adquiridas ayer. Con lo cual las gentes terminan enfermándose, literalmente, y en muchas ocasiones muriendo.

Todo lo demás es lo de menos: “exuberancia racional” o “irracional” del modelo económico, la visión de las crisis como oportunidades (¡horribile dictum!), capitalismo con rostro humano, objetivos del milenio, y el programa de desarrollo humano sostenible, y demás, por ejemplo.

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