Ley y justicia en el Oncenio de Leguía

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Lima, que en la época del Leguía se transforma de aldea en ciudad, presencia una intensa actividad editorial y periodística. Además de periódicos como El Peruano, El Comercio, La Prensa, El Tiempo y La Crónica, se publican numerosas revistas con la modernísima técnica gráfica de ilustraciones. Así, Mundial, desde 1920, disputaba preferencias con Variedades de Clemente Palma, fundada en 1908. Circulaban también, desde Lima, la izquierdista Amauta (1926) y la proletaria Labor (1929), ambas de Mariátegui; la indigenista radical La Sierra. Órgano de la Juventud Renovadora Andina (1927), de Guillermo Guevara; Poliedro (1926), revista de literatura de Armando Bazán y Juan José Lora; y Jarana (1927), de Jorge Basadre Grohmann47. Artistas como José Sabogal, con sus aguafuertes, y Jorge Vinatea Reinoso, con sus caricaturas hebdomadarias, animaban con talento las páginas ilustradas. En provincias se produce también un inusitado movimiento cultural, que se traduce en revistas de gran calidad y disímil contenido como Claridad (Trujillo, 1923-1925), Boletín Titikaka (Puno, 1925) y Kosko (1924). Las ciudades del interior se convierten no solo en cantera de políticos, sino de artistas e intelectuales. Bastaría recordar los nombres de Abraham Valdelomar, José Sabogal, César Vallejo, Armando Bazán, Enrique López Albújar, Alberto Hidalgo, César Atahualpa Rodríguez, Arturo y Alejandro Peralta, Dante Nava, Emilio Armaza, Alcides Spelucín, Emilio Romero, Luis E. Valcárcel, Uriel García y José Ángel Escalante.

Los espacios públicos se amplían en los tiempos de Leguía. Con la construcción de las grandes avenidas los barrios se integran entre sí; el Centro de Lima, por su parte, se articula con los balnearios y el puerto del Callao. Aparecen los restaurantes de lujo y primeros chifas. Uno de ellos, el Restaurant del Parque Zoológico, donde «se jaraneaba a rabiar», era el lugar predilecto de los hombres públicos más encumbrados del régimen48. Siguiendo la moda francesa, las confiterías se convierten en centros culturales: El Palais Concert, La Duchesse y la heladería Broggi serían tan famosas como los parroquianos que las visitaban luego de la misa en San Pedro o en Santo Domingo. Los bares del teatro Excelsior, del Hotel Bolívar, del Hotel Maruy y el de Giacoletti, «donde el popular gordo don Félix Guglielmino preparaba sabrosos cockteles a los bebedores más empingorotados de la alta clase limeña», y el café-concierto Cristini —donde actuaban bailarinas semidesnudas— se tornaron en el centro de una activa bohemia literaria49.

La capital limeña experimenta en esos años un insospechado cambio en materia de patrones morales. El burdel, al convertirse en ámbito público por excelencia, pierde la nota de clandestinidad y vergüenza del pasado. Su visita era, para los jóvenes del Oncenio, casi una regla de cortesía y una rutina nocturna. No era solo un lugar de prostitución, sino también un sitio para bailar, beber y relajarse. Como recuerda Katherine Roberts, «era común que los hombres fueran a los burdeles después de un banquete en el club o después de una importante conferencia»50. La prosperidad que simulaba la ciudad con plazas y avenidas recién estrenadas, la fastuosidad de las celebraciones patrias por el centenario de la Independencia y la victoria de Ayacucho, así como el ímpetu urbanístico y demográfico, atraían a centenares de «costureras» francesas (tal era la falaz declaración ante los funcionarios de migraciones) y a muchachas limeñas que habitaban en los callejones. En estos templos de amor a tarifa, como el Pavillon Azul, se efectuaban animadísimas veladas literarias bajo el auspicio —según la traviesa pluma de Sánchez— de las «samaritanas del amor urgente». Puntualiza el autor limeño, con nostalgia de habitué consumado, que «la cantina y el prostíbulo de entonces, tenían características mundanas que a menudo y en cierta medida se confundían con las tertulias»51. Así, en el imaginario que traduce y que conoce Sánchez a la perfección, «en las cantinas nadie usaba la barra a la hora de beber, salvo los borrachos profesionales», mientras que:

en los prostíbulos se disfrutaba de una bien ganada paz. Las matronas y sus rufianes se encargaban de administrar sosiego, justicia y regocijo. Existían leyendas estimulantes: las de Sara Mora, La Mamamita, Emile Fox, Mercedes Medrano, la Boca de Chapa. Cada una tenía su respectiva casa amplia, de varios salones, y sus correspondientes y numerosas pupilas52.

Con algo de aspaviento Sánchez confiesa que él, como todo joven limeño de su generación, también rindió tributo en esos templetes mercenarios53. Las licencias literarias del testimonio no privan de veracidad al relato. Con estilo socarrón y fotográfico, anota que «cada una tenía su apodo. Lima no perdonaba a las pecadoras; las signaba con caricaturescos motes: la Pantruca, la Pescado con Bigote, la Aguantarrifles, la Mojón de Oso, la Platanito, la Fray Cabezón, la Perilla de Catre, las hermanas Catafalco, la Lombriz China, la Veinte Años Después, la Pata de Yuca»54.

En los rutilantes salones en los que confluían por igual exaltados estudiantes y patriarcas de la víspera se respiraba un aire democrático, tanto que allí actuaban los más selectos cantores y tañedores criollos: Eduardo Montes y César Manrique, el chino Gamarra, el cholo Villalobos y el legendario Felipe Pinglo Alva (1899-1936)55. El criollismo, sin embargo, litigaba preferencias con la música norteamericana que inundó pronto la vida social urbana. Las chicas bailaban, al compás de «los locos años veinte», el ágil ritmo del foxtrot, «No te fíes nunca de las rubias». Canciones como «Smiles», «Whispering» e «Hindustan» resonaron a los acordes del piano en diversos momentos del Oncenio. Hasta hubo una orquesta peruana, la de Carlos Delson, que ejecutaba el ritmo de moda. El tango argentino tuvo también un sitial preferente en el gusto de los limeños.

El enorme jolgorio que rodeó el Oncenio propiciaría el desarrollo de nuevos clubes, a saber: el Country Club56; el Touring Club Peruano, organizado por Mariano Tabusso en mayo de 1924; el Club Lawn Tennis de la Exposición; el Yacht Club; el Kennel Club Peruano, entre otros, que constituían una típica expresión de las emergentes clases medias, que rechazadas o incómodas en el Club Nacional optaban por crear su propio círculo. No es casual que las figuras más prominentes del leguiismo estuviesen afiliadas al Country en lugar de figurar en los padrones del exclusivo Club Nacional, al que pertenecían muchos miembros del civilismo57. Los menos circunspectos no tenían otro camino que buscar sus propios medios de alegrarse: la cantina, el prostíbulo y el cinematógrafo58.

La variación que experimenta la mentalidad social durante esta época se halla emparentada con la fuerte admiración que despiertan los Estados Unidos. Durante el Oncenio, esa fascinación la fomentaban las maquinarias de la Foundation Company, que tendían con asombrosa rapidez las pistas de cemento y levantaban construcciones por doquier. Dicha admiración la propagaban los cines con sus películas de Hollywood y los discos ortofónicos de la Victor; y la difundían los incontables viajeros a su retorno, que empezaban a privilegiar los paseos a la potencia del norte. En las ciudades, el pensamiento de la gente fue ocupado por las imágenes de automóviles, victrolas, cámaras de refrigerio, velocípedos y carritos para niños, bicicletas inglesas, cepillos lustradores, patinetes, etcétera, que podían adquirirse a plazos en tiendas y concesionarias. El interés se concentró desde entonces en los objetos materiales de invención yanqui. En esa línea, se abrieron nuevos colegios y academias con formación europea y norteamericana. Asombrado por ese cúmulo de transformación, el poeta José Gálvez Barrenechea acuñó un título feliz: «Una Lima que se va», el canto de cisne de la ciudad colonial.

Este clima de frivolidad podría ofrecer una visión complaciente del régimen, si no se lo confrontara con la represión política desatada sistemáticamente desde su instauración el 4 de julio de 1919 hasta su fenecimiento a fines de agosto de 1930. Leguía instituyó todo un sistema de persecución, similar a los de Juan Vicente Gómez en Venezuela, Hernando Siles en Bolivia, Isidro Ayora en Ecuador, Carlos Ibáñez en Chile, Primo de Rivera en España y Mussolini en Italia, pero absolutamente inédito en el Perú. No porque antes de su gobierno no existiese la asechanza de los enemigos políticos, sino porque se trata de un acosamiento organizado, institucional y eficiente. Este es un aspecto que denuncia, junto con la corrupción y las polémicas concesiones territoriales, el lado más oscuro del gobierno, pero que, simultáneamente, acusa la modernidad —categoría finalmente neutra— del régimen en materia de represión política. El seguimiento tenaz de los adversarios se encuentra ligado a la expansión burocrática que se produce bajo la dictadura leguiista. El número de efectivos militares y policiales aumenta drásticamente; se profesionaliza a la policía secreta y las operaciones de inteligencia; y se habilitan prisiones para presos políticos, como la isla de San Lorenzo frente al Callao y la isla de Taquile en el Lago Titicaca59.

A lo largo del Oncenio —«la Endécada», para sus parciales— se producen, entre otros hechos sangrientos, el terrible aplastamiento del bandolero Eleodoro Benel y su gente en Cajamarca60 y el consiguiente fusilamiento del coronel Samuel del Alcázar y del teniente Carlos Barreto, ejecutados sin proceso alguno en el mismo campo de batalla tras el develamiento en noviembre de 192461. Se cuentan también la represión en Iquitos que siguió al fracaso de la sublevación regionalista de Maynas conocida como «La Cervantina», en octubre de 1921; y el asesinato en la isla de Taquile del mayor Santiago Caballero. Emergieron también rebeliones como la de Cusco, de 17 de agosto de 1921, y Arequipa, el 14 de julio de 192462. Durante el extenso periodo gubernativo de Leguía se sucedieron encarcelamientos y deportaciones en escalas nunca antes soñadas. Hasta en ese punto se advertía la modernización del Estado.

 

La censura estuvo también a la orden del día, tanto así que surgió una prensa clandestina de corte político picaresco —cuyo estudio no se ha emprendido— dotada de títulos curiosos como la Paca Paca, El Chumbeque, El Tigre (en alusión al apodo del primer ministro de Gobierno y vocal de la Corte Suprema, Germán Leguía y Martínez), etcétera. Tras la clausura y expropiación del diario La Prensa, las críticas al gobierno se hacían oblicuas, lanzadas indirectamente a través de la caricatura y la anécdota: las inserciones en las revistas ilustradas por excelencia, Mundial y Variedades, son elocuentes. El propio diario El Comercio, no obstante sus simpatías civilistas, cercado por una plebe dirigida y una clase media beligerante, bajó la guardia. El periodismo oficioso se multiplicó y los elogios a Leguía y a su gobierno se hicieron tan hiperbólicos y serviles que bien valdría la pena compilar una antología de esos textos63.

Leguía, con todo el oprobio que buena parte de la historiografía le asigna a su régimen, no fue, a pesar de su dilatada duración, el tirano atroz que pintaba la leyenda negra64. Paradójicamente, por simple cálculo aritmético, Sánchez Cerro, quien lo depuso, en menos tiempo sumó más muertes, presos y destierros. Muchas de sus deportaciones más parecían becas de estudio o cómodas pensiones que un exilio doloroso. A muchos de sus más tenaces enemigos, como al propio Sánchez Cerro, los colmaría de cargos y de ascensos. Tal vez debido a ello, Dora Mayer lo condene no como un tirano cruel, sino como un tirano inmoral65. La ambivalencia caracteriza con mayor fidelidad su mandato, así también la memoria colectiva: como anotaría un cronista posterior, «dicen que Leguía murió pobre y dicen también que lo corrompió todo»66. De allí que el imaginario criollo haya bautizado a su gobierno como una «dictablanda», por su autoritarismo morigerado, que mezclaba con diabólica virtud el garrote y la prebenda. Leguía, hombre de su tiempo y político al fin y al cabo, tampoco corresponde al hombre pletórico de virtudes que su séquito de áulicos quiso delinear67. Por ello, desde la perspectiva que ofrece la historia del derecho, queremos comprender las caras de Jano del leguiismo y su política legislativa y judicial. En ese sentido, preferiríamos que nuestra indagación se inscriba en una línea neutra que, por otro lado, cuenta ya, en el tema del Oncenio, con cierta tradición crítica68.

6 Variedades, XV(572), 122-126, 1919.

7 Reminiscencias de la recepción a Leguía en Lima el 9 de febrero de 1919 en Sánchez, Luis Alberto (1983a). Los señores. Relato esperpento (cap. XIX). Lima: Mosca Azul.

8 Diario El Comercio de 3 de mayo de 1919.

9 Leguía, Augusto B. (1925). Discurso pronunciado en el Club de La Unión el 9 de febrero de 1919. En Discursos, mensajes y programas (II, p. 124). 3 tomos. Lima: Garcilaso.

10 Ibídem.

11 Ibídem, pp. 125-134.

12 Variedades, XV(576), 192, 1919.

13 Anuario de la Legislación Peruana (1926, XIV, p. 8). Lima: Imprenta Americana.

14 Leguía, Discursos, mensajes y programas, ob. cit., II, p. 171.

15 Cónfer Anónimo (1920). La revolución del 4 de julio de 1919. Homenaje del pueblo peruano al Sr. D. Augusto B. Leguía, Presidente de la República en el primer aniversario. Lima; Anónimo (circa 1924). La revolución del 4 de julio. Lima: Talleres Gráficos de la Penitenciaría; Oficina del Periodismo (1926). La obra de Leguía no ha concluido...! (pp. 44-45). Lima: Cervantes.

16 Hooper López, René (1964). Leguía, ensayo biográfico (p. 23). Lima: Ediciones Peruanas, Tipografía Peruana. Pedro Dávalos y Lisson, en cambio, se esfuerza por enfatizar el ascendente nobiliario y opulento de los antepasados del presidente: «Ganaban aquellas gentes —sostiene Dávalos, refiriéndose de pasada a los abuelos lambayecanos de Leguía— el dinero con gran facilidad. Siendo tantas las monedas que poseían y húmedo el suelo, de cuando en cuando las asoleaban para que no se pusieran verdes». Abunda también Dávalos en alusiones a las costumbres tradicionales que imperaban durante la juventud del biografiado. Véase Dávalos y Lisson, Pedro (1928). Leguía (1875-1899). Contribución al estudio de la historia contemporánea de la América Latina (pp. 164-168). Barcelona: Montaner y Simón.

17 Karno, Howard Lawrence (1970). Augusto B. Leguía: The Oligarchy and the Modernization of Perú (pp. 157-168). (Tesis doctoral). University of California. Los Ángeles; Basadre, Jorge (1983a). Historia de la República del Perú, 1822-1933 (VIII, pp. 312-326). Lima: Universitaria. Se puede encontrar una relación completa de los miembros del «Bloque» y sus simpatizantes más cercanos en Martín, José Carlos (1948). José Pardo y Barreda, el estadista. Un hombre, un partido, una época. Apuntes para la historia del Perú (pp. 171-172). Lima: Compañía de Impresión y Publicidad.

18 Karno, Augusto B. Leguía, ob. cit., pp. 239-246.

19 La ley es analizada en Costa y Cavero, R. (1926-1929). Legislación de aguas (I, pp. V-X; III, pp. 10-26). 3 tomos. Lima: Imprenta La Equitativa.

20 El Peruano, 14 de julio y 26 de octubre de 1920; 6 de marzo de 1922.

21 Véase en especial el medular estudio de Karno, Augusto B. Leguía, ob. cit. Consúltese también, Yepez del Castillo, Ernesto (1978). El Oncenio de Leguía. Análisis, (4), 103-107; Cotler, Julio (1978). Clases, Estado y nación en el Perú (pp. 185-226). Lima: IEP.

22 Cornejo, Mariano H. (1928). Discurso de 10 de octubre de 1928. En La filosofía de la Patria Nueva, por el doctor Mariano H. Cornejo (p. 39). Lima: Imprenta Torres Aguirre. El papel de Mariano Hilario Cornejo Centeno (Arequipa, 1866-París, 1942), considerado con justicia como el mentor del leguiismo, resultó vital. Orador, diplomático, impulsor de los estudios sociológicos y varias veces parlamentario, Cornejo fue, después del golpe de 4 de julio, ministro de Gobierno del régimen provisional y luego presidente de la Asamblea Nacional. Más allá de la retórica encomiástica que presentan sus discursos y su larga ausencia del país como plenipotenciario en Francia durante casi todo el gobierno de Leguía, la actuación ideológica de Cornejo, sobre todo en su fase inicial, proporciona un lenguaje y un modesto marco conceptual para la acción política. Véase también: Cornejo, Mariano H. (1920). Mensajes y discursos. Lima: Torres Aguirre; Cornejo, Ricardo (1974). Mariano H. Cornejo. Discursos escogidos y datos biográficos. Lima: Jurídica.

23 Belaunde, Alejandro & Juan Bromley (1920). La Asamblea Nacional de 1919. Historia de la Asamblea y galería de sus miembros (p. 6). Lima: s/e.

24 Ibídem, p. 12.

25 Decreto de 9 de julio de 1919, publicado en el diario oficial El Peruano el 22 de julio de 1919. Votación plebiscitaria para la reforma de la Constitución. Considerando 1° «Que el movimiento nacional que ha derrocado al régimen anterior se ha inspirado principalmente en la noble aspiración de realizar reformas constitucionales que implanten en el Perú la democracia efectiva». Ver texto completo en los anexos.

26 El 1 de enero de 1928, Leguía, al agradecer el saludo del cuerpo diplomático extranjero acreditado en Lima y después de elogiar los beneficios que para el progreso reporta la paz entre los pueblos, sostenía: «Yo he querido, durante el tiempo que ejerzo la Primera Magistratura del país, evitar las perturbaciones que engendra la guerra civil, alejar los conflictos internacionales que arruinan a las naciones y movilizar las incalculables riquezas de nuestro territorio». Véase Leguía, Augusto B. (1929a). Colección de discursos pronunciados por el Presidente de la República, durante el año 1928 (pp. 9-10). Lima: Cahuide.

27 En un banquete ofrecido por Leguía a Herbert Hoover, presidente electo de Unión Americana, el 25 de diciembre de 1928, el mandatario peruano argüía que la doctrina Monroe («la América para los americanos»), calificada como «religión del porvenir», «ha sido y sigue siendo una defensa de nuestra libertad y una garantía para desarrollar la originalidad de nuestra cultura» (Leguía, Colección de discursos pronunciados, ob. cit., p. 161). Agrega luego, en una evidente manipulación del pensamiento de Bolívar, al que cita junto a Blaine, que «el panamericanismo fue la gran utopía de los hombres de Estado que organizaron las patrias de América» (ibídem). Disputa, asimismo, con quienes cuestionan el «rol director de los Estados Unidos». Detalles domésticos sobre la sumisión servil a la potencia del norte trae Basadre cuando narra que el criado peruano del exembajador norteamericano en Lima, Miles Poindexter, descontento con el trato que recibía, decidió mudarse al servicio de Alfredo González Prada, primer secretario de la Embajada del Perú. Poindexer, aparentemente a la iniciativa de su esposa, remitió un cable de queja al canciller Rada y Gamio, quien conminó a González Prada para que devolviese al criado. La presión motivó la airada renuncia del funcionario diplomático. Cónfer Basadre, Historia de la República del Perú, ob. cit., IX, pp. 342-343.

28 Volante contemporáneo. Archivo Augusto Ramos Zambrano.

29 No obstante una fuerte dosis de pasión en la amplísima literatura dedicada al Oncenio, un punto de coincidencia unánime señala precisamente el afán modernizante del régimen como uno de sus rasgos distintivos. Para un balance, consúltese Irurosqui, Marta (1994). El Perú de Leguía. Derroteros y extravíos historiográficos. Apuntes, (34), 85-101.

30 Mayer de Zulen, Dora (1933). El Oncenio de Leguía (p. 5). Callao: Tipografía Peña.

31 Ibídem, p. 3.

32 Deustua, José & José Luis Rénique (1984). Intelectuales, indigenismo y descentralismo en el Perú, 1897-1931. Cusco: Centro de Estudios Rurales Andinos Bartolomé de Las Casas; Tamayo Herrera, José (1989). El Cusco del Oncenio. Un ensayo de historia regional a través de la fuente de la Revista «Kosko». Serie Cuadernos de Historia (8). Lima: Universidad de Lima; Kristal, Efraín (1989). Una visión urbana de los Andes. Génesis y desarrollo del indigenismo en el Perú 1848-1930. Lima: Instituto de Apoyo Agrario.

33 Kristal, ob. cit.; Tamayo Herrera, José (1982). Historia social e indigenismo en el altiplano. Lima: Ediciones Treintaitrés; Tamayo Herrera, El Cusco del Oncenio, ob. cit.; Ramos Zambrano, Augusto (1994). Ezequiel Urviola y Rivero. Apóstol del indigenismo. Puno: Universidad Nacional del Altiplano.

34 Garrett, Gary Richard (1973). The Oncenio of Augusto B. Leguía: Middle Sector Government and Leadership in Peru, 1919-1930. (Tesis doctoral). University of New Mexico. Albuquerque, EE.UU.; Caravedo Molinari, Baltazar (1977). Clases, lucha política y gobierno en el Perú (1919-1933). Lima: Retama.

35 Mayer de Zulen, ob. cit., p. 58.

36 Belaunde, Víctor Andrés (1967). Trayectoria y destino. Memorias (II, p. 575). 2 tomos. Estudio preliminar de César Pacheco Vélez. Lima: Ediciones de Ediventas.

 

37 Pedro Planas (1994) puso en duda en La República autocrática (Lima: Fundación Friedrich Ebert) la denominación ya clásica de «República aristocrática», instalada en la manualística historiográfica para designar el periodo que transcurre desde la alianza civilista-demócrata en 1895 y el ascenso de Leguía en 1919. Planas contempló el problema en términos electorales, de modo que la categoría en debate habríase basado en la exclusión de los indios del sufragio con la reforma constitucional de 1895 (ibídem, pp. 17-25). Ocurre, sin embargo, que el cambio del régimen electoral no es sino una pálida línea dentro de una gama de elementos políticos, ideológicos y sociales que definen —nunca mecánicamente— esa etapa señorial de nuestra historia. La República aristocrática no podía consistir en la sola cancelación del sufragio a los analfabetos.

38 Resulta emblemático el discurso de Leguía pronunciado en enero de 1928 ante una delegación de obreros cusqueños, ante quienes proclama que su deber de gobernante y patriota «está en todas partes: en la suntuosa capital de los virreyes, como en la modesta villa andina o en la frágil barraca de las selvas». Véase Leguía, Selección de discursos pronunciados, ob. cit., pp. 16-17. Ello no obsta para que se cuente entre los militantes del Partido Democrático Reformista del «redentor de la Raza indígena» a gamonales serranos como el representante por Ayaviri, Celso Macedo Pastor, y el representante de Azángaro, Angelino Lizares Quiñones, responsables de masacres de indígenas. Véase Ramos Zambrano, Augusto (1990). Tormenta altiplánica. Rebeliones indígenas en Lampa. Lima: Concytec.

39 Leguía, Colección de discursos pronunciados, ob. cit., pp. 70-72.

40 Klaren, Peter (1978). Las haciendas azucareras y los orígenes del APRA. Lima: IEP; Pareja (1978).

41 Según Dora Mayer, en un pasaje poco conocido —y arbitrario—, Leguía favorecía el crecimiento de las fuerzas comunistas en el territorio nacional y daba carta blanca a Mariátegui, «pariente lejano de Leguía», para que las revistas Amauta y Labor «circulen con pasaporte oficial». Véase Mayer de Zulen, ob. cit., p. 86. El lema «Peruanicemos el Perú» no sería sino una estrategia para sovietizar el Perú, «dándonos un triste comunismo ruso por el valioso comunismo de nuestros primeros padres suramericanos» (ibídem, p. 80). Abelardo Solís salió al frente de tal imputación y declaró que Mariátegui «ha sido el blanco de las iras del despotismo». Véase Solís, Abelardo (1934). Once años (p. 116). Lima: Taller San Martín.

42 En otros textos se ha insistido hasta el hartazgo en la deportación de Haya de la Torre, el extrañamiento de Mariátegui y las dificultades que encontraban publicaciones como Labor y Amauta para su difusión.

43 Sánchez, Luis Alberto (1969). Testimonio personal. Memorias de un peruano del siglo XX (I, p. 281). Lima: Villasán.

44 Chavarria, Jesús (1979). Jose Carlos Mariategui and the Rise of Modern Peru, 1890-1930 (p. 36). Albuquerque: University of New Mexico Press.

45 Una reconstrucción precisa trae Steve Stein y sus colaboradores en Lima obrera, 1900-1930. Ver Stein, Steve (ed.) (1986). Lima obrera, 1900-1930 (I, pp. 119-162). Lima: El Virrey. Véase también el artículo: Deustua, José (1981). El fútbol y las clases populares (I). De la Inglaterra victoriana al Perú de Leguía. Marka, 23 de agosto, p. 11.

46 Leguía, Colección de discursos pronunciados, ob. cit., pp. 34-35. Una historia del deporte y, particularmente, del balompié —que está aún por hacerse— consagraría, sin duda, muchas páginas al Oncenio.

47 Sánchez, Testimonio personal, ob. cit., I, p. 194.

48 Ibídem, I, p. 281.

49 Villanueva, Víctor (1977). Así cayó Leguía (pp. 33-34). Lima: Retama.

50 Stein, Lima obrera, ob. cit., II, p. 158.

51 Sánchez, Testimonio personal, ob. cit., I, p. 165.

52 Ibídem, I, pp. 165-166.

53 Ibídem, I, pp. 166-167.

54 Ibídem, I, p. 167.

55 Ibídem.

56 Que, tras relegar paulatinamente al Club Nacional, pasa a ser el centro preferido de la alta burguesía limeña. Teddy Crownchield Soto Menor, el distraído personaje de la novela de José Diez Canseco, Duque (1928), que hablaba en inglés, jugaba rugby y golf y bebía pale ale, y cuya psicología se distancia de la mentalidad señorial del Club Nacional, justamente tiene como su ambiente natural al Country.

57 Garret ha contabilizado que a lo largo del Oncenio solo doce ministros leguiistas se hallaban afiliados al Club Nacional. Véase Garret, The Oncenio of Augusto B. Leguía, ob. cit., p. 77. La información insinúa que preferían el Club de la Unión, del que Alberto Salomón, Celestino Manchego Muñoz y Pedro M. Oliveira fueron directivos. Cónfer Guía Lascano (1928). El Libro de Oro. Directorio social de Lima, Callao y Balnearios para el año de 1927 (p. 10). Lima: Guía Lascano; Laos, Cipriano (1927). Lima. La ciudad de los virreyes (pp. 191-199). Lima: El Libro Peruano. Carlos Miró Quesada ya había advertido que en la endécada leguiista las inscripciones al Club Nacional decayeron rápidamente, mientras que aumentan los socios del Club de la Unión. Véase Miró Quesada, Carlos (1959). Radiografía de la política peruana (pp. 109-110). Lima: Publicaciones Peruanas.

58 Sánchez, Testimonio personal, ob. cit., I, p. 165.

59 Villanueva, Víctor (1972). Cien años del Ejército peruano: frustraciones y cambios. Lima: Juan Mejía Baca; Villanueva, Víctor (1973). Ejército peruano. Del caudillismo anarquista al militarismo reformista. Lima: Juan Mejía Baca; Merino Arana, Rómulo (1965). Historia policial del Perú en la República. Lima: Imprenta del Departamento de Prensa y Publicaciones de la Guardia Civil.

60 Taylor, Lewis (1993). Gamonales y bandoleros: violencia social y política en Hualgayoc-Cajamarca [1900-1930] (pp. 1-9). Cajamarca: Asociación Editora Cajamarca.

61 Basadre, Historia de la República del Perú, ob. cit., IX, pp. 305-310.

62 Ibídem, V, pp. 274-276.

63 Una muestra representativa de la literatura puede hallarse en el diario El Tiempo, vocero diligente de la Patria Nueva. Este diario organiza, hacia 1928, un concurso en torno a los veinticinco años de vida política de Leguía. Los premios fueron entregados a Percy Mac-Lean y Estenos por «Leguía», a Juan Richardson por «El Hombre Epónimo» y a Luis Humberto Delgado por «Las Tres Épocas». Los demás concursantes fueron descalificados, porque a juicio del jurado «no se detienen en el hombre, no captan la personalidad de Leguía, no relevan su figura en el panorama de nuestra democracia y no dan la sensación gigantesca de sus obras [...] olvidando algunas partes saltantes en la trayectoria luminosa de su vida pública». Véase Bonilla, José (1928). El siglo de Leguía, MCMIII-MCMXXVIII (pp. 121-123). Lima: T. Scheuch.

64 Algunas muestras de esta literatura antileguiista pueden verse en Tudela y Varela, Francisco (1925). La política internacional y la dictadura de don Augusto B. Leguía. París: Imprenta Omnes et Cie.; Andía, J. Antonio (1926). El tirano en la jaula. Augusto B. Leguía, agente de Chile, profesional en siniestros y disgregador del Perú. De la constitución al vandalismo. Buenos Aires: Imprenta Elze-Viriana de José Ramírez y Compañía; Armas M., Juan Luis Enrique (1930). Cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Trujillo: Imprenta Comercial; Mayer de Zulen, Dora, El Oncenio de Leguía, ob. cit.; Solís, Once años, ob. cit. Esa postura aún se puede discernir en trabajos propiamente historiográficos como los de Basadre, Jorge (1978). Perú: problema y posibilidad (1931). Lima: Banco Internacional del Perú; y de Planas, La República autocrática, ob. cit.

65 Mayer de Zulen, El Oncenio de Leguía, ob. cit., p. 57.

66 Villanueva, Así cayó Leguía, ob. cit., p. 7.

67 Bahamonde, Carlos (1925). Leguía y su obra. Lima: T. Scheuch; Bahamonde, Carlos (1928). Leguía o el renacimiento del Perú. Lima: La Revista; Guillén, Alberto (1927). Leguía. Lima: s/e.; Dávalos y Lisson, Leguía, ob. cit.; Denegri, Luis Ernesto (1938). Leguía y la historia (conferencia). Lima: Imprenta Lux de E. L. Castro; Capuñay, Manuel (1951). Leguía. Vida y obra del constructor del gran Perú. Lima: CIP; Hooper López, Leguía, ensayo biográfico, ob. cit.

68 Ver Karno (1970), Garret (1973), Caravedo (1977), Yépez del Castillo (1979), Burga & Flores Galindo (1980), Basadre (1983).