Dragonomics: integración política y económica entre China y América Latina

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En un sentido benigno, podríamos interpretar la mutua atracción entre China y ALC durante las últimas dos décadas como un ejemplo similar de paralelismo. Aunque las relaciones entre los EE. UU. y ALC son marcadamente diferentes a las que existen entre China y ALC, he sostenido aquí que ambas son complementarias y posiblemente beneficiosas para todas las partes. Para gente como Evan Ellis, el más prolífico de los halcones de guerra21 que se ocupan de las relaciones entre China y ALC, mi postura es demasiado blanda. Su enfoque hacia el auge de China en la región consiste en que el «éxito [de la RPCh] es engañosamente peligroso porque el sometimiento económico y político del resto del mundo no es su meta explícita sino simplemente una consecuencia inevitable [...] de su ascenso a la cima» (Ellis, 2018). Es cierto que China continuará con políticas externas de carácter económico hacia ALC que cumplan sus propias metas de desarrollo e intereses estrechamente definidos; pero insisto en que los esfuerzos de China en América Latina tienden a complementar los intereses e inquietudes de los EE. UU., antes que a entrar en conflicto con ellos. Los teóricos realistas que andan en busca de interacciones de suma cero deberán poner sus miras en otra parte, por cuanto no ha habido intentos consistentes por parte de China para desarrollar alianzas ni apalancar tácticas en la región (Mearsheimer, 2014, p. 20). De otro modo, la visión general de este capítulo sugiere que aquellos países de ALC que pueden ayudar a promover la ambiciosa agenda de desarrollo de China pueden esperar préstamos, acuerdos comerciales e inversión extranjera directa de salida procedente de China; aquellos países que no correspondan a este perfil percibirán mucho menos.

Economía de desarrollo y el auge de China: el Estado desarrollista asiático recompuesto

Al igual que lo hicieron antes Japón y Corea del Sur, China ha llegado a la cima de los mercados globales apoyándose en una estrategia liderada por el Estado que ha estimulado e incorporado explícitamente al sector privado en la economía. Mucho antes del ampliamente aclamado despegue de China, los contornos del Estado desarrollista en Asia del Este habían sido analizados y debatidos en un floreciente conjunto de textos académicos y referidos a políticas22. Basada principalmente en el impresionante auge económico que tuvo lugar en Japón, Corea del Sur y Taiwán a partir de la década de 1960, esta bibliografía fue precursora del más reciente aluvión de libros y artículos sobre el auge de China. Ciertamente, este país comparte con esos ancestros algunos de los largamente reconocidos rasgos del Estado desarrollista en Asia del Este: la gestión de políticas puesta en manos de tecnócratas y burócratas dentro del gobierno, estrecha colaboración entre el Estado y las corporaciones, reforma de la agricultura y de la tenencia de la tierra, acumulación de capital y canalización de este hacia actividades productivas, vinculación de la inversión al crecimiento orientado a la exportación, ofrecimiento de incentivos para promover la competitividad, y una visión de largo plazo de un país dado respecto a su ruta al crecimiento y el desarrollo.

Sin embargo, en relación con las políticas económicas tanto domésticas como hacia el exterior, China guarda algunas diferencias significativas con estos casos anteriores. Mientras que Japón, Corea del Sur y Taiwán tenían acceso privilegiado a grandes sumas de ayuda y asistencia de los EE. UU., así como ingreso irrestricto a los mercados estadounidenses como parte de esfuerzos de reconstrucción post Segunda Guerra Mundial, la RPCh se encontraba en deuda con la URSS debido a la ayuda económica, asistencia militar y asesoría estratégica que recibía de esta hasta la ruptura chino-soviética de 1960. Desde ese momento, la RPCh se encontró cada vez más aislada en el entorno de la Guerra Fría durante las décadas de 1960 y 1970. La estrategia de desarrollo del régimen comunista en China era tal que virtualmente todos los bienes estaban controlados por el Estado hasta el inicio de la era de reformas en 1978. En esta coyuntura, fue Japón el que de hecho se ofreció para asistir a China con las reformas. Advirtiendo que Japón podría ser de ayuda a China en la búsqueda de sus cuatro modernizaciones (agricultura, industria, defensa nacional, y ciencia y tecnología) (Vogel, 2011), Deng suscribió en 1978 el Tratado de Paz y Amistad entre Japón y la República Popular China, como una manera de comprometer el apoyo y asesoría en políticas de los japoneses para las reformas en China (Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón, 1978). Aunque es difícil imaginarlo dadas las actualmente enconadas disputas en esta relación bilateral, desde 1978 hasta 1992 Japón estuvo más involucrado con China que cualquier otro país, ofreciendo asistencia particularmente con la restructuración industrial y la adaptación tecnológica (Vogel, 2018, p. 111).

No obstante, en contraste con esos otros Estados desarrollistas de Asia del Este, la reforma en China despegó 25 años más tarde, empezó desde el nivel más elemental en términos del total dominio económico de las empresas estatales, careció de la cohesión institucional inicial que ha sido tan ampliamente publicitada en los otros casos de Asia del Este23, y tuvo pocas de las ventajas tecnológicas de las que habían gozado Japón, Corea del Sur y Taiwán en virtud de su alianza con los EE. UU. en la posguerra (Kroeber, 2016). Al mismo tiempo, aunque en un comienzo China acogió la IED de mejor talante que los otros llamados Milagros Asiáticos, no asimiló a sus propios empresarios privados ni los admitió en el PCCh hasta los primeros años del nuevo milenio.

En su condición de país que llegó extremadamente tarde al escenario del desarrollo, China acogió al inicio de las reformas la estrategia de crecimiento basado en la exportación, típica de Asia del Este, y centrada en la devaluación de la tasa de cambio, represión financiera, y consumo doméstico constreñido. Tal como lo hicieron sus pares en Asia del Este antes que ellos, los gestores de políticas en China procedieron audazmente en 1980 con la creación de zonas económicas especiales, las cuales unían dinámicamente la IED, el comercio y la producción para el exterior. La masiva reserva de mano de obra barata y las enormes economías de escala de este país permitieron cosechar ganancias de tal magnitud que sorprendieron incluso a los propios gestores de políticas en China (Angang, 2011). A su vez, la rápida acumulación de capital permitió ambiciosas inversiones en infraestructura, industria, tecnología, investigación y educación. Ello catapultó rápidamente a China de una posición de severa escasez de capitales a una de abundancia extrema de capital, y al máximo lugar mundial como exportador de bienes manufacturados y principal destino de IED entre las economías emergentes.

En el frente de las políticas económicas hacia el exterior, la inversión extranjera directa de salida y otros flujos de capital provenientes de China constituyen un fenómeno más reciente, pero han seguido una trayectoria similar a la de Japón y Corea del Sur. Por ejemplo, la inversión extranjera directa de salida hacia ALC, proveniente de Japón y Corea del Sur, se diversificó gradualmente, distanciándose de las operaciones con materias primas y uso intensivo de mano de obra. En 2012, el 35 por ciento de la inversión extranjera directa de salida hacia ALC proveniente de Japón se concentraba en el área de servicios, y un 34 por ciento en manufactura (BID, 2013); ese mismo año, los datos sobre inversión extranjera directa de salida hacia ALC proveniente de Corea del Sur muestran un desagregado del 24 por ciento en manufactura y el 44 por ciento en servicios y comercio (Encuesta sobre Inversión Directa Coordinada [CDIS], 2014). Tras una alta concentración inicial en industrias extractivas de la inversión extranjera directa de salida proveniente de China hacia ALC, estas inversiones recién están empezando a diversificarse en concordancia con las trayectorias observadas en las de Japón y Corea del Sur (véase la tabla I.2 en la introducción). Un punto de contraste es que la inversión extranjera directa de salida proveniente de China hacia ALC ha sido mayormente emprendida por empresas estatales, en contraposición con el papel mayor del sector privado en los flujos de salida de la IED procedente de Japón y Corea del Sur (Dussel Peters, 2013). Otras políticas económicas hacia el exterior que distinguen a China de los Estados desarrollistas convencionales de Asia Oriental mostrados en la bibliografía incluyen su inicio de permutas de divisas (por ejemplo, con Argentina, Brasil y Chile) y el otorgamiento de significativos préstamos y asistencia extranjera (por ejemplo, para Bolivia, Costa Rica, Cuba y los países de la cuenca del Caribe), aunque la propia China todavía es receptora de asistencia (Stone Fish, 2013; Myers & Rich, 2018). Lo mismo que Japón, China también ha negociado acuerdos de préstamos por petróleo (por ejemplo, con Brasil, Ecuador y Venezuela), en tanto la RPCh es actualmente el mayor consumidor de petróleo del mundo (Brautigam & Gallagher, 2014).

La estrategia internacionalizada de desarrollo de China

Una vez más, aquí es de particular interés la manera singular en que China ha recurrido a políticas económicas hacia el exterior para agilizar el ritmo de su reforma y superar sus retos más apremiantes referidos al desarrollo. En su obra magistral Chinese Economic Statecraft (Gobernanza económica de China), William Norris identifica que este fenómeno no ha sido suficientemente estudiado y analiza la experta orquestación por parte de China de políticas económicas hacia el exterior, desde la perspectiva de ese país (Norris, 2016)24. Mi tarea aquí consiste en capturar las maneras en las que el fenómeno chino se ha concretado en América Latina –tema que, igualmente, no ha sido suficientemente estudiado–, la cual ha sido, desde el inicio del nuevo milenio, uno de los varios escenarios regionales donde se está desplegando esta estrategia internacionalizada de desarrollo. En primer lugar, China ha involucrado a América Latina como parte de su meta más amplia de promover la internacionalización de su moneda, el renminbi (RMB), cuya unidad básica es el yuan. En octubre de 2016, la junta del FMI aprobó la inclusión del yuan como moneda «de libre uso» en la canasta de reserva de divisas del FMI, la primera nueva moneda en ser añadida al sistema en medio siglo (Hughes, 2016; McCrum, 2017). Más aún: en 2018, 230 acciones de Clase A procedentes de China Continental fueron incorporadas al prestigioso índice de mercados emergentes MSCI. Persisten los escépticos, en tanto algunos analistas del sector privado todavía rechazan instrumentos financieros expresados en yuanes por considerarlos demasiado riesgosos (Dunkley, 2018). Más aún: el yuan representó cerca del 1,1 por ciento de las inversiones en divisas extranjeras realizadas por Gobiernos de todo el mundo en 2017, versus el 64 por ciento de inversiones en dólares estadounidenses (Nye, 2017). En consecuencia, los gestores de políticas en China han promovido enérgicamente permutas de divisas con numerosos países como una manera de promover más la circulación del yuan (Liao & McDowell, 2015). En el caso de ALC, estas permutas se han realizado entre el Banco Popular de China y los bancos centrales de Argentina (US$ 17.600 millones), Brasil (US$ 30.000 millones) y Chile (US$ 3.600 millones).

 

En segundo lugar, dada la escasez de recursos naturales de China, y la dependencia de esta respecto a proveedores externos para sostener su modelo de manufactura orientado a la exportación, la región de ALC se ha convertido en parte integral de la estrategia de desarrollo del país. La búsqueda de recursos para alimentar tanto a la industria (petróleo, cobre, mineral de hierro) como a la población más numerosa y cada vez más próspera del mundo (grano de soya, harina de pescado) ha forzado a los gestores de políticas en China a encontrar maneras creativas para asegurar estos recursos. Una manera en la cual China ha intentado abordar este dilema es mediante la designación como socios estratégicos (SE) de 10 países en ALC: Brasil (1993), Venezuela (2001), México (2003), Argentina (2004), Perú (2008), Chile (2012), Costa Rica (2015), Ecuador (2015), Uruguay (2016) y Bolivia (2018) (Xu, 2017). Aunque en un entorno occidental el calificativo «estratégico» tiende a implicar temas relacionados con cooperación militar y aspectos de seguridad, para China se trata más de una iniciativa económica, aunque una encubierta en ropajes de amistad, confianza y un compromiso bilateral de largo plazo entre China y el otro país signatario (Mederios, 2009). Sin embargo, no es una coincidencia que nueve de estos países en ALC tengan ingentes cantidades de petróleo, grano de soya, mineral de hierro, cobre y otros recursos naturales que son insumos vitales para el crecimiento de China. Finalmente, los préstamos, donaciones y asistencia extranjera de China hacia América Latina también han desempeñado un importante aunque ambiguo papel en la incorporación de América Latina dentro de la estrategia internacionalizada de desarrollo de China.

Algunos de los flujos de salida de capital provenientes de China hacia ALC han sido canalizados en la promoción de su postura política de una sola China. Sin embargo, pese a las públicas declaraciones de los líderes de Costa Rica y Panamá de «haber visto la luz» cuando decidieron reconocer diplomáticamente a China en desmedro de Taiwán, la pura verdad es que la decisión para establecer nuevos lazos diplomáticos con un país determinado se produce en Pekín. Tal como Gastón Fornés y Álvaro Méndez han escrito, «Panamá intentó durante años convencer a Pekín de abrirle las puertas, pero China rechazó este y otros llamados para evitar precipitar una crisis diplomática al quitarle a Taipéi su representación internacional» (Fornés & Méndez, 2017). Tal fue el caso cuando Ma Ying-jeou y el Partido Nacionalista Chino o Kuomintang ocupaban el poder en Taiwán, de 2008 a 2016, período durante el cual mejoró la relación entre la RPCh y la República de China. Con la elección de Tsai Ing-wen y del Partido Progresista Democrático en mayo de 2016, y el encuadre de políticas decididamente menos favorables hacia China Continental, Pekín retornó con renovado vigor a la postura política de una sola China25. No es una coincidencia, por ello, que Dominica, Granada y Costa Rica suscribiesen la política de una sola China en 2005-2007, mientras que Panamá, República Dominicana y El Salvador siguieron su ejemplo en 2017-2018.

Sin embargo, algunos de los últimos países en reconocer a China –Belice, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Paraguay, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, y San Vicente y las Granadinas– se ubican en la región de ALC (Ministerio de Relaciones Exteriores, República de China [Taiwán], s. f.). China ha preparado el terreno para establecer lazos diplomáticos con estos países al integrarse al Banco de Desarrollo del Caribe, lanzando el Foro de Cooperación Económica y Comercial entre China y el Caribe, y ofreciendo US$ 1.000 millones en préstamos preferenciales en 2011 a estos diminutos actores (Stallings, 2016). Una vez que Pekín decide incorporar a un país determinado en el grupo adscrito a la política de una sola China, las compensaciones pueden ser considerables. Costa Rica, por ejemplo, recibió US$ 180 millones en fondos para proyectos determinados por el Gobierno de ese país, lo cual convirtió a China en la mayor fuente de asistencia externa de Costa Rica. Barbara Stallings escribe que «China acordó adquirir US$ 300 millones de bonos del Gobierno costarricense en términos muy favorables: 12 años de plazo para amortización y una tasa de interés del 2 por ciento» (Stallings, 2016, p. 86). Tal como se mencionó anteriormente, en 2011, Costa Rica también concretó un TLC bilateral con China que le permitió considerable acceso al mercado chino.

Los préstamos y la asistencia hacia ALC provenientes de China han sido combinados con grandes desembolsos de los bancos de desarrollo de ese país, en especial del Banco de Desarrollo de China (BDCh) y el Export-Import Bank de China (China Exim Bank). Estos paquetes financieros agrupados y dirigidos a países selectos en ALC van directamente al núcleo de la estrategia internacionalizada de desarrollo de China, puesto que están canalizados a la construcción de redes de transporte, plantas de energía, telecomunicaciones y actualización de infraestructura petrolera y minera –todo ello relacionado con el desarrollo de la capacidad productiva y de exportación de un país determinado–. A través de numerosas empresas conjuntas, China está contribuyendo al desarrollo de países selectos en ALC de modo que estos se conviertan en socios más robustos en la provisión de exportaciones primarias, y brinden el tipo de oportunidades de mercado que China necesita para impulsar su propio crecimiento y desarrollo.

Una salvedad aquí consiste en la deficiente calidad de los datos sobre flujos de asistencia y de inversión extranjera directa de salida proveniente de China hacia ALC. China simplemente no da a conocer sus datos de asistencia al exterior (Varrall, 2013); y las cifras sobre inversiones extranjeras directas de salida provenientes de China hacia ALC son confusas debido a que el grueso de estos flujos se canaliza a través de paraísos fiscales en el extranjero, ubicados en las Islas Caimán y en las Islas Bahamas. La ausencia de datos precisos ha llevado a estimados desbocados y cuestionables, basados en conjeturas, del tipo que se encuentran en un reciente estudio de la Corporación Rand (Wolf, Wang, & Warner, 2013). En lugar de tratar de reinventar esa rueda, aquí me baso en los mejores datos obtenidos en estas investigaciones, incluyendo datos sobre comercio entre China y ALC, y sobre IED de China hacia ALC, compilados por el Centro de Políticas para el Desarrollo Global de la Universidad de Boston; el «Monitor de inversiones extranjeras directas de salida provenientes de China en América Latina y el Caribe en 2018», compilado por Enrique Dussel Peters26; el trabajo de Stallings sobre flujos de asistencia extranjera proveniente de China hacia ALC (Stallings, 2016); y el amplio trabajo de Kevin Gallagher y Margaret Myers (2019) para desarrollar la «Base de datos sobre finanzas entre China y América Latina» en el Diálogo Interamericano en Washington D. C.

Esta última fuente rastrea préstamos a ALC realizados por bancos de desarrollo de China. En conjunto, CDB y Chexim han extendido préstamos por un monto aproximado de US$ 150.000 millones a países de ALC entre los años 2005 y 2017; solo en el año 2015, los préstamos de estos dos bancos casi duplicaban el total combinado de fondos prestados a la región por bancos multilaterales occidentales, incluyendo el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) (Ray, Gallagher, & Sarmiento, 2016). La inversión extranjera directa de salida proveniente de China hacia ALC entre los años 2010 y 2017 ascendió aproximadamente a US$ 109.100 millones; unos US$ 27.000 millones se destinaron a inversiones en proyectos que empezaban desde cero (greenfield), y US$ 63.400 millones se orientaron a fusiones y adquisiciones. Aunque el énfasis inicial de la IED de China hacia el exterior recayó en materias primas, datos recogidos en China entre los años 2000 y 20017 muestran que en 2010 empezó una diversificación hacia el sector de servicios (totalizando US$ 33.100 millones durante el período 2000-2017); en este mismo intervalo, la inversión extranjera directa de salida desde China referida a materias primas totalizó US$ 57.900 millones y, en 2017, el sector de manufactura mostró su primer gran salto (véase la tabla I.2) (Dussel Peters, 2018b).

La asistencia extranjera proveniente de China está incluida en algunas de estas cifras, pero también muestra una relativa vida propia. Mientras que el ya mencionado informe Rand declara que «las primeras entregas de asistencia [de China] a la región tuvieron lugar en 2005, llegando a sus máximos montos de US$ 11.000 millones en 2006 y US$ 6.600 millones en 2010», Stallings ofrece estimados basados en más que una mera extracción de datos (Wolf, Wang, & Warner, 2013)27. Ella señala que los chinos rara vez emplean el término «asistencia» y que, volviendo a la expresión original del premier Zhou Enlai, la RPCh prefiere referirse a la «cooperación Sur-Sur». Leyendo entre líneas las proclamaciones de política exterior china, Stallings discierne que con ese término los chinos se refieren a relaciones de mutuo beneficio, de igualdad entre donante y receptor, «amigos en las buenas y en las malas», y de ayuda sin condiciones (Stallings, 2016, pp. 71-72).

Basándose en entrevistas de investigación de campo, en una lectura detallada de dos Libros Blancos publicados por el Gobierno, titulados ambos Asistencia externa china y publicados en 2011 y 2014, y en un cuidadoso análisis de los datos disponibles, Stallings calcula que la asistencia china hacia ALC fue de aproximadamente US$ 560 millones en el año 2013, y que estos fondos fueron asignados en una combinación de donaciones convencionales, créditos blandos y préstamos sin interés (Stallings, 2016, p. 78). De los socios estratégicos en ALC analizados en este libro, y teniendo en cuenta la importancia de la postura política de una sola China para Pekín, únicamente Costa Rica figura en la lista de 19 países que reciben asistencia extranjera de China. Los 18 países restantes, que en su totalidad reconocen a China en desmedro de Taiwán, han recibido de China asistencia extranjera para iniciativas tales como la modernización de instalaciones portuarias (Cuba), la construcción de un nuevo Ministerio de Vivienda (Bolivia), la rehabilitación de un hospital (Santa Lucía), y otros proyectos sumamente visibles de infraestructura y obras públicas (Stallings, 2016, pp. 81-86). Dominica, tras establecer relaciones diplomáticas con China y abandonar a la República de China en 2004, fue recompensada por Pekín con un paquete de asistencia por valor de US$ 117 millones a lo largo de un período de seis años (Singh, 2004).

Volviendo a mi argumento: ya sea por comercio, préstamos, asistencia o inversión extranjera directa de salida, China ha incorporado asertivamente a la región de América Latina dentro de su propia ambiciosa estrategia de desarrollo. De hecho, la estrategia internacionalizada de desarrollo de China, y estos flujos inesperados referidos a comercio e inversiones provenientes de China hacia ALC constituyen dos caras de una misma moneda: el desarrollo de capacidades en la región por parte de China le garantiza un constante flujo de importaciones de materias primas para fortalecer su propia economía. La ola más reciente de IED de salida de China hacia los sectores de manufacturas y servicios es la siguiente fase de esta estrategia, y una que resulta especialmente promisoria para la región de ALC.

 

La extensión a través del Pacífico del modelo de desarrollo de China liderado por el Estado también ha servido para destacar con mayor nitidez las fortalezas y debilidades de sus socios estratégicos en materia de economía política, y ha forzado a repensar los supuestos que apuntalan los diversos temas y modelos de desarrollo adoptados por estos países. El prolongado desplome posterior al auge en América Latina sugiere que el viejo statu quo ya no constituye una opción de políticas. Pero tampoco existe una ruta clara para salir de estos estancamientos económicos, especialmente en Argentina y Brasil.

Estudios de caso y grupos emergentes de economía política

Teorías de larga data sobre desarrollo económico nos dicen que los países que tradicionalmente han dependido de un modelo orientado a las exportaciones primarias serían los primeros en beneficiarse durante un auge de precios de las materias primas, pero también los primeros en derrumbarse cuando el auge se desvanece. Aunque han transcurrido 35 años desde que Max Corden y Peter Neary publicaron su trabajo fundacional sobre el «síndrome holandés», esto es exactamente lo que vienen experimentando actualmente Venezuela y Ecuador (Corden & Neary, 1982). Ninguno de estos países dependientes del petróleo ha hecho un esfuerzo serio por diversificar su base económica, y ambos han rechazado el tipo de reformas institucionales y macroeconómicas que podrían haber ayudado a mitigar una crisis post auge económico (Moore & Schipani, 2016; Kaiman, 2016). Venezuela y Ecuador encabezan la lista de países deudores de China en ALC: en 2017, Venezuela había recibido 17 préstamos del CDB y de Chexim, totalizando US$ 67.200 millones durante el auge de precios, mientras que Ecuador recibió 13 préstamos de los bancos por un total de US$ 18.400 millones (Gallagher & Myers, 2019). Dicho lo cual, parte de estos fondos corresponden a acuerdos de préstamos por petróleo que podrían ser simplemente considerados como un crédito de exportación en favor de China (Brautigam & Gallagher, 2014). El saldo, tal como lo indica Stephen Kaplan, corresponde a préstamos de Estado a Estado otorgados sin transparencia ni condicionalidades, lo que significa que en ambos países los fondos fueron canalizados a través de proyectos presidenciales especiales, algunos de los cuales son ahora en gran medida imposibles de rastrear (Kaplan, 2016).

Respecto a los motivos de China para involucrarse hasta ese punto con Venezuela y Ecuador –aparte de obtener acceso a enormes reservas de petróleo–, las opiniones son contradictorias. Quienes atribuyen esos vínculos a afinidades políticas omiten el grado en que China ha tratado de evitar proyectar tal imagen en el hemisferio occidental, es decir, entablar abiertamente amistad con enemigos autodeclarados de los EE. UU. Las explicaciones centradas en la diplomacia de los recursos de China también resultan satisfactorias solo hasta cierto punto (Norris, 2016), dado que no ha sido particularmente diplomático que ambos países incurran en graves incumplimientos en el pago de sus deudas a Pekín. Aunque podríamos estar contemplando la próxima gran crisis de deuda en América Latina (con características chinas), este aún no es el caso. Dada la tasa anual de inflación en Venezuela cercana al millón por ciento en 2018, y el hecho de que los ecuatorianos aún están aturdidos por la corrupción y la delincuencia que marcaron el auge de China en ese país, estos casos ofrecen poco en cuanto a formulación de una teoría o reconceptualización de estrategias vigentes de desarrollo. Por consiguiente, los omito de mi lista de estudios de caso empíricos. En cuanto a las alianzas estratégicas de China en 2016 con Uruguay y Bolivia, estas relaciones bilaterales son demasiado incipientes y los vínculos de economía política son demasiado débiles para considerarlos como estudios de caso.

Los otros seis socios estratégicos, cada uno a su manera particular, resultan más esclarecedores respecto a cómo una integración comercial y financiera más estrecha con China está transformando sus economías políticas domésticas, así como nuestra manera de pensar en las estrategias de desarrollo sobre las cuales estas se basan. Tal como mencioné en la introducción, la designación de un SE por parte de China se ha convertido en una herramienta primordial en su política de extensión al exterior. Aunque Pekín no revela la lista real de sus SE por temor a ofender a países no considerados en esta categoría, Feng Zhongping y Huang Jing estiman que China ha establecido estas alianzas estratégicas con unos 47 países, la mayoría de ellas desde inicios de la primera década del presente milenio (Zhongping & Jing, 2014, p. 7). Sin embargo, las primeras alianzas estratégicas –con Brasil, Rusia y los EE. UU.– se acordaron en la década de 1990, la primera para ayudar a reparar los puentes diplomáticos de China tras la masacre de la plaza de Tiananmén, y las dos siguientes en reconocimiento de la nueva era post Guerra Fría. China también ha designado a casi la mitad de los países del G-20 como SE, y recientemente ha elevado sus vínculos con Rusia y los EE. UU., considerándolos un «Nuevo Tipo de Relación de las Superpotencias» (Zhongping & Jing, 2014, p. 16).

Las alianzas estratégicas de China con economías emergentes, incluyendo aquellas con los países de ALC considerados en este libro (Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, México y el Perú), invariablemente mencionan el comercio, las inversiones y la cooperación económica, así como la postura política de una sola China: «En casi todos los documentos sobre alianzas estratégicas, se han reafirmado conceptos como la no interferencia en asuntos domésticos, diferentes maneras de entender la democracia y los derechos humanos, o distintos caminos al desarrollo» (Zhongping & Jing, 2014, p. 13). Los documentos de China sobre alianzas estratégicas también están salpicados de términos como «ganar-ganar», «respeto mutuo» y «amistad en las buenas y en las malas». Tal como lo mencioné antes, todos los SE en ALC, a excepción de Costa Rica, presentan gran abundancia de recursos naturales; la alianza estratégica con Costa Rica obedece a la postura política de una sola China. ¿Acaso estas alianzas estratégicas valen el papel en que están impresas? En la introducción, señalé que los líderes de la RPCh han tomado su compromiso de no interferencia de manera bastante literal en el caso de la alianza estratégica entre China y Venezuela, aun cuando Venezuela se ha retrasado en amortizar con petróleo su deuda hacia la RPCh, de un orden estimado de US$ 20.000-30.000 millones. Pero esta amistad «en las buenas y en las malas» se está desgastando, tal como se reflejó en la decisión anunciada en 2017 de una de las gigantescas empresas petroleras estatales chinas (Sinopec) de entablar un juicio a la empresa estatal petrolera venezolana en un tribunal distrital en Houston, EE. UU., por su retraso en los pagos (Wheatley, 2017).

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