La distancia del presente

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Sari: Anverso #14
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Daba igual que casos como el de Fórum-Afinsa o la Operación Malaya nos alertaran de que el modelo especulativo-corrupto no podía traer nada bueno para nuestro futuro. Con hipotecas y créditos entregándose como caramelos, la clase trabajadora española pensó que la libertad, la igualdad y la fraternidad eran antiguallas que entregar a cambio de coches de alta gama, casas unifamiliares adosadas y viajes al Caribe en la luna de miel. Un despropósito colectivo donde, además, la ola migratoria de la Latinoamérica azotada en los noventa por el Fondo Monetario Internacional –FMI– hacía los trabajos de servicios peor pagados. Un momento moralmente infame en el que colaboró desde el español más acaudalado hasta el más miserable. Algo que debería pesar en la conciencia nacional mucho más que la bandera o el gol de Iniesta.

Unos pocos activistas tomaron relevancia con la lucha por una vivienda digna, convocando diferentes manifestaciones el 14 de mayo de 2006, en lo que fue el primer acto de relevancia de una izquierda social que quedó en impasse, atrapada entre el talante de Rodríguez Zapatero y el enconamiento de la derecha. Aquellas manifestaciones, provocadas por la carestía de un bien básico como la vivienda, consecuencia directa de haber convertido las casas en moneda especulativa, tuvieron una enorme importancia potencial. Supusieron un cambio del modelo de la protesta, anticipado por la anti­globalización. No estaban detrás ni los sindicatos, ni Izquierda Unida, ni siquiera toda la pléyade de grupos comunistas, trotskistas y anarquistas que aún boqueaban en ese tiempo, sino un movimiento distribuido, animado desde foros de internet y coordinado o dirigido, elijan la opción que menos les disguste, por activistas que habían formado parte del autonomismo. Ada Colau fue una de aquellas activistas.

El pasado nunca es pasado, que diría Faulkner. Que la exhumación de Franco del Valle de los Caídos fuera uno de los principales temas de la última campaña electoral de 2019 fue posible, entre otras cosas, por la Ley de Memoria Histórica que el Gobierno Zapatero consiguió aprobar a finales de octubre de 2007. Una ley que no solo otorgó reparaciones y ayudas para las víctimas del franquismo y sus familiares, sino que fue la consecución política de un arduo esfuerzo por parte de organizaciones de represaliados que consiguieron crear el clima social favorable para que dicha ley saliera adelante. En un despacho de abogados de la madrileña plaza de Santa Bárbara, a finales del año 2000, un grupo en el que se encontraba algún antiguo senador socialista, antiguos afiliados al Partido Comunista de España –PCE– y el profesor Ángel Sánchez-Gijón, no podía imaginar que apenas siete años después parte de sus esfuerzos se verían impresos en el BOE. Un chaval veinteañero asistió a alguna de aquellas reuniones, en ese tiempo personal en que se contempla todo con una justa reverencia y grandes dosis de entusiasmo.

En el año 2007 tres acontecimientos marcarán nuestro futuro. En julio, el Pentágono recibe el primer ciberataque del que se tiene noticia pública por parte de un organismo de la defensa estadounidense. Algo, la guerra cibernética, que es hoy ya moneda de uso común en los conflictos mundiales. Rusia, en agosto, planta su bandera en la cordillera Lomonósov, una elevación subacuática, hoy bajo los cada vez más menguantes hielos polares, que en los próximos años será una zona esencial para el comercio y la extracción de hidrocarburos. Las guerras árticas que se citan en películas como Ad Astra pusieron su primera piedra en el inicio del siglo. La gripe aviar, el virus H5N1, en 2005, rescató la palabra pandemia del diccionario. La gripe A, el H1N1, entre 2009 y 2010, mató a 18.000 personas en todo el mundo ocupando algunos artículos que nos alertaban sobre el problema de los virus y el transporte aéreo. Diez años después nos hemos topado con que las consecuencias de las amenazas víricas podían ser peores, pero no desde luego inéditas. En las últimas páginas de este libro verán la relación entre la tardía respuesta de las autoridades y este momento en que, según algunos, las medidas de control fueron exageradas con respecto a las consecuencias.

Zapatero volverá a ganar con comodidad las elecciones del 9 marzo de 2008, las últimas en las que ETA irrumpió en la campaña electoral asesinando a Isaías Carrasco, las de la segunda derrota de Rajoy, las de los artistas de la «zeja». Pero el mundo ya había cambiado y el talante que había caracterizado su carisma político no iba a ser suficiente. Con la economía mundial dirigiéndose ya sin frenos hacia la catástrofe, la última alegría que vivirá el país vendrá ese verano de mano de los deportes, con la selección nacional de fútbol conquistando la Eurocopa con el gol de Fernando Torres, Nadal imponiéndose a Federer en Wimbledon y la selección de baloncesto de Gasol logrando la plata en las Olimpiadas de Pekín frente a Estados Unidos, en un encuentro donde la roja de básquet hizo frente al dream team en el que se ha calificado como uno de los mejores partidos de la historia.

En el mundo, tras la crisis de las hipotecas, viene la crisis de los cereales, en nuestro país los camioneros paralizan el país en julio por la subida del precio de los combustibles, además de porque su sector se resiente por algo que a todas luces es un hecho: la explosión de la burbuja inmobiliaria española. Ese mismo verano, el gigante inmobiliario Martinsa-Fadesa presenta el mayor concurso de acreedores de la historia de nuestro país, con un pasivo de 7.000 millones de euros. En septiembre es el sector automovilístico el que sufre una aplastante caída de ventas. La economía mundial, la economía española, el modelo neoliberal-especulativo basado en grandes movimientos de cifras en los parqués, con una base cada vez más cuestionable en la economía real, empieza a caer como un castillo de naipes.

El 15 de septiembre de 2008 quiebra Lehman Brothers. El día 16, muchas familias, como años antes habían hecho en la tarde de la retirada de las tropas, se pegan al televisor atentas a las noticias. Iñaki Gabilondo, que en aquel momento presenta el informativo de la noche de Cuatro, pone palabras a lo que todos sabían, pero nadie había querido ver en toda aquella década:

El gran globo financiero se ha pinchado. El capitalismo salvaje, el de los beneficios locos, el gran superpoder triunfante, ha explotado. Un poder autónomo, sin control democrático alguno, que amasó inmensas fortunas, que especuló sin freno y con riesgos insensatos y ahora pide socorro al dinero público para salvarse. Su ambición, su bulimia irrefrenable está destrozando nuestros ahorros, disparando nuestras hipotecas y pulverizando nuestros puestos de trabajo. Pero ninguna representación de esas grandes corporaciones, ni de las instituciones que los agrupan, se cree en la obligación de dar explicaciones públicas. Se sienten técnicamente en apuros, pero no perciben el más mínimo reproche social, y no lo perciben porque, sencillamente, no existe ningún reproche. Ni siquiera son frecuentes los comentarios periodísticos críticos, exigentes. Todo se detiene en el plano político nacional, cada país dispone, como chivos expiatorios, de sus gobiernos. Ahí, en los pecados de nuestros gobernantes, se acaba todo. Denunciamos sus errores de previsión y ni se nos ocurre juzgar los colosales errores de cálculo de los gigantes mundiales de las finanzas. Cada día es más claro, y más desalentador, que la democracia es solo la apariencia del poder, con poquísimos márgenes de maniobra, un rompeolas en el que revientan las iras ciudadanas y la soberanía popular, el juguete que se regala a los niños para que se entretengan. Muy por encima, impune e inmune, se mueve el verdadero poder, irresponsablemente. ¿Aprenderemos algo?, no es probable[8].

El 11 de noviembre de 2008, The Economist publica un reportaje especial sobre España con un descriptivo título: «The party’s over», la fiesta ha terminado. Si en 2006 se llegaron a edificar 760.000 nuevas viviendas, concentrando el 60 por 100 del crédito, en 2008 apenas rebasaban las 150.000.

A pesar del Plan E, un intento del Gobierno por paliar con dinero público los estragos de la crisis, todo son malas noticias en economía. Se interviene la Caja de Castilla-La Mancha, se suben los impuestos al alcohol y el tabaco por primera vez desde 1996 y el año acaba con unas terroríficas cifras de paro: 4.326.500 desempleados. La destrucción de 1,2 millones de puestos de trabajo, 378.000 de ellos en la construcción. Un 39 por 100 de paro entre los menores de veinticinco años. Cifras que aún tendrían espacio para empeorar.

En 2019 se aprueba el plan Madrid Nuevo Norte, una gigantesca operación especulativa que transformará la zona de Chamartín y, por ende, al resto de la capital. En 2009 se terminan de edificar cuatro nuevos rascacielos en la zona, los más altos de España, colosos de un tiempo de codicia y ceguera que se acababa y que ahora vuelve, resultado de la distancia del presente, ese espacio que nos lleva a cometer los mismos errores, esos que hacen más abultado el bolsillo de los que ya tenían, esos que llevan al desastre a unos cuantos millones más.

Estas páginas solo han sido una introducción apresurada a la historia que vamos a recorrer, la fila que hay que esperar antes de montar en la vagoneta de la montaña rusa. Quizá el mejor resumen de esta primera década de siglo me lo proporcionó un amigo que hoy trabaja emparejando gente en un conocido programa de televisión: fueron los años donde, a pesar de nuestros trabajos precarios, creímos que el presente se podía extender indefinidamente como un colocón de MDMA. Pero las noches siempre se acaban, los discos dejan de girar y las amantes se vuelven huidizas a la luz del sol. La generación que siempre creyó que lo suyo era fumar en boquilla tuvo que descubrir el tabaco de liar. Abróchense el cinturón, este libro va a comenzar.

 

[1] https://elpais.com/diario/2001/11/04/domingo/1004848235_850215.html

[2] https://elpais.com/diario/2001/12/21/catalunya/1008900444_850215.html

[3] El Siglo (2001), n.o 487.

[4] https://www.elmundo.es/elmundo/2004/04/18/espana/1082309812.html

[5] https://www.lavanguardia.com/opinion/20160327/40694032095/diez-anos-despues-del-estatut.html

[6] Manuel Vázquez Montalbán, Obra periodística 3. Las batallas perdidas. Obra periodística 1987-2003, Barcelona, Debate, 2012.

[7] https://www.lavanguardia.com/politica/20140907/54414751595/pacto-que-habria-cambiado-todo.html

[8] http://www.radiocable.com/gabilondo-noticias4-15-9-2008.html

Capítulo 1

Descalabro

(2010)

Eyjafjallajökull. No se esfuercen en intentar pronunciarlo, para un castellanoparlante, en general para cualquier persona que no hable islandés, es una proeza como poco imposible. Eyjafjallajökull es el nombre del volcán que hizo que Europa mirara al cielo a comienzos de la anterior década. La enorme cantidad de cenizas expulsadas a la atmósfera paralizó el tráfico aéreo entre el 14 y el 20 de abril de 2010 y nos demostró, aunque fuera por unos días, la certeza de nuestra impotencia y escasa dimensión ante la fuerza desatada de la naturaleza. Algo muy parecido nos pasó a millones de ciudadanos de todo el continente, pero en especial a los de los países periféricos, con otra fuerza, más que incontrolable descontrolada, llamada economía.

Miércoles, 12 de mayo de 2010. Sesión plenaria número 153 de la IX Legislatura. Comparecencia a petición propia del señor presidente del Gobierno ante el Pleno del Congreso para informar de la reunión extraordinaria del Eurogrupo, del 7 de mayo, en relación con la situación de Grecia y la de los mercados financieros. José Luis Rodríguez Zapatero, en uno de esos juegos de espejos y negativos que la política y la vida nos brindan más a menudo de lo que creemos, marcó su carrera con dos acontecimientos. Si el primero ya ha aparecido en el previo a esta historia, la retirada de las tropas de Irak recién llegado a La Moncloa en 2004, en el ecuador de su segundo mandato se enfrentará en esta comparecencia parlamentaria a su reverso tenebroso: los recortes en el inicio de la crisis de la deuda. Del ejercicio pleno de nuestra soberanía a su derrota.

La Encuesta de Población Activa –EPA– del primer trimestre de 2010 arrojó unos datos descorazonadores de desempleo, que superó el 20 por 100, dejando en esa parte del año a más de 600.000 personas en paro, mostrando unas cifras totales de 4.612.700 desempleados. El año ya ha comenzado con recortes y subidas de impuestos. En febrero, el Ibex pierde un 9 por 100. La crisis de 2008 se había dejado sentir en la sociedad española con fuerza, aunque el debate hasta abril era si ya se empezaba a vislumbrar la recuperación, algo que trascendía la mera propaganda política del Gobierno, que seguía resistiendo con su Plan E, un paquete de medidas del estímulo que pretendía, mediante el gasto público, reactivar la economía. Hasta mayo, un mes en el que todo cambió.

Zapatero sube a la tribuna del Congreso, la sesión ha empezado a las nueve de la mañana: «Cuando alcancemos a ver con perspectiva los acontecimientos que estamos viviendo, estoy seguro de que estas fechas se juzgarán decisivas para la unión monetaria, para el Gobierno económico europeo y para el futuro mismo de Europa como comunidad política»[1].

Unos días antes, el 4 de mayo, el presidente viaja a Bruselas para participar en una cumbre de alcaldes de toda la Unión motivada por el cambio climático –antes de Greta Thunberg el tema ya era materia de preocupación y debate–, que la fuerza de la actualidad convierte en un alegato en defensa de Grecia y de la propia idea europea: «Solo aquellos que pueden pensar de manera egoísta y con escasa perspectiva de futuro tienen dudas de la fortaleza del proyecto europeo»[2].

El país heleno sufría dos crisis, la internacional y una endémica derivada del descontrol de su deuda pública y su déficit, falseado por el asesoramiento de los mismos bancos de inversión que ahora estaban dejando caer a Grecia, al no comprar su deuda, rebajada por las agencias de calificación al nivel de bono basura. Standard & Poor’s ya había hecho lo propio con la española el 29 de abril[3], dejándola aún en un nivel de riesgo razonable. Las palabras de Zapatero iban precisamente destinadas a los especuladores que habían empezado a atacar a los países que la prensa inglesa denominó, en un repugnante juego de palabras, PIIGS, realizando un acrónimo con las iniciales de Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España, de una similitud obvia con pigs, cerdos en su traducción al castellano.

Mientras que Zapatero trataba de demostrar fortaleza en el corazón de Europa, ese mismo martes la prensa internacional salía al contraataque funcionando como el altavoz de los dueños del sistema económico. El New York Times concluía que «España corre el riesgo de caer en la misma trampa que Grecia a menos que tome medidas más contundentes. Podría verse incapaz de recaudar dinero en los mercados privados a tasas de interés aceptables»[4], «Los inversores están ahora más preocupados por Portugal y España, que deben realizar emisiones de deuda en los próximos meses, estos dos países no tienen plan de rescate»[5], analizaba el Financial Times, mientras que el Wall Street Journal sentenciaba que, aunque Grecia ya tuviera su rescate, «eso no ha valido para levantar la sensación de tristeza inminente sobre lo que le espera a Europa […] el euro será una moneda muerta en diez o quince años»[6]. Tres periódicos que concluían, analizaban y sentenciaban, o más bien que estaban construyendo una profecía autocumplida que valdría para poner de rodillas a España en cuestión de días.

El miércoles 5 de mayo Zapatero y Rajoy se reúnen en La Moncloa por primera vez después de las elecciones de 2008, un tiempo excesivamente largo para un presidente y un jefe de la oposición que habían visto ensombrecida su relación por la política de tierra quemada que Rajoy había impuesto en asuntos como Cataluña, más preocupado por mantenerse como primer mandatario del PP, frente a la batalla interna planteada por Esperanza Aguirre, que por la estabilidad futura del país.

En el encuentro, de dos horas y cuarto de duración, se trató la fusión de las cajas de ahorros. «Hemos acordado sumar los esfuerzos políticos e institucionales de tal manera que el 30 de junio podamos tener el mapa de reestructuración definitiva de las cajas de ahorros para garantizar y mantener la solvencia y la eficiencia de nuestro sistema financiero»[7], explicó el presidente. Ambos mandatarios deseaban, tenían la necesidad, de mandar un mensaje de tranquilidad a los inversores, en lo que parecía una escenificación de una relativa unidad en un escenario que ya se anticipaba tormentoso.

Sin embargo, Zapatero aún se resistía a dar su brazo a torcer y defendía su política de estímulos a la economía: «No es una buena opción acelerar la reducción del déficit. Quien está equivocado es el PP sobre este asunto. Si uno hace una drástica reducción del déficit puede comprometer la recuperación»[8]. Nuestra prensa económica de derechas –disculpen el oxímoron– se situaba en la misma trinchera de los especuladores que habían puesto sus ojos en el país, opinando que daba «la sensación de que el presidente sigue encastillado en su miope visión de la realidad, continúa siendo rehén de sus prejuicios ideológicos y de su subordinación a los sindicatos, y se reafirma en su convencimiento de que se puede superar la crisis sin adoptar decisiones impopulares porque tarde o temprano vendrá el maná de la recuperación internacional y nos sacará del hoyo sin mayores complicaciones»[9]. Los sacerdotes mayas ya estaban en la cúspide de la pirámide, cuchillo ceremonial en mano, esperando ansiosos la sangre de nuestros sacrificios.

El 6 de mayo la prima de riesgo, la diferencia frente al bono alemán considerado referencia estable, se situaba en 149 puntos. El Fondo Monetario Internacional advierte el día anterior a España, Irlanda y Portugal que apliquen rápidamente sus programas de ajuste. Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Euro­peo –BCE– intenta cavar un cortafuegos declarando, en la presentación de un informe sobre la reunión de la entidad en Lisboa, que «el caso griego no puede ser extensible a otros países […] todos los países tienen que hacer todo lo que se les ha pedido y seguir un rumbo que les pueda llevar a la estabilidad a medio plazo»[10]. Sin embargo, Trichet, ante las preguntas de los periodistas sobre si el BCE se dispone a comprar deuda soberana, responde hasta cuatro veces que no, «simplemente repetiré que no discutimos el asunto y no tengo nada más que decir»[11]. Estas declaraciones complican aún más la situación, ya que dejan a los pies de los caballos al sur de Europa sobre el que los especuladores han puesto sus garras.

El diario El País, haciendo un repaso de la semana clave del 3 al 9 de mayo, cita a un colaborador del presidente Zapatero, sin ponerle nombre, en unas líneas más que descriptivas:

Fue una semana negra que nos sorprendió a todos. Desde el lunes sufrimos los ataques consistentes de los mercados financieros, y el miércoles, Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, acabó de hundirnos con unas declaraciones contrarias a la compra de títulos de deuda pública que generó mucha inquietud. La Bolsa reaccionó muy mal. Nosotros teníamos previsto hacer un ajuste duro en 2011 con un presupuesto muy complicado para rebajar dos puntos del déficit. Pensábamos anunciarlo en junio con motivo de la aprobación del techo del gasto presupuestario, pero los acontecimientos nos atropellaron[12].

El atropello, a España y a toda la zona Euro, acaba de concretarse a finales de semana, el jueves 6 y el viernes 7, cuando los mercados financieros, a pesar de los elevados intereses que presentan los bonos, dejan de comprar deuda pública española. Al final el Gobierno se ve obligado a pedir ayuda a los bancos españoles para colocar algo más de dos mil millones de euros, en una prueba de fuego que demuestra que, aunque la rebaja de confianza de Standard & Poor’s en nuestros bonos era de riesgo bajo, los especuladores estaban tirando con fuego de artillería pesada sobre la capacidad de financiación española.

Los Estados tienen varias maneras de financiarse. Hasta los años ochenta, la política fiscal –los impuestos– había sido una de las vías principales, junto con el control sobre el precio de su moneda por parte de sus bancos centrales. En momentos de crisis se subía la presión fiscal para obtener más ingresos y se devaluaba la moneda para hacer los productos nacionales más competitivos. Mas en 2010 España ya carecía de moneda nacional, la peseta, al haberla sustituido por el euro, bajo el control del Banco Central Europeo, que se autogobierna al margen de los Ejecutivos nacionales integrantes de la UE. Habría de utilizarse, pues, otra manera de financiarse: la emisión de deuda pública o soberana.

 

La deuda pública consiste en una operación donde tal Estado emite unos bonos que son comprados, bien por particulares, bien por instituciones bancarias. Es decir, que se emite un documento por un valor que teóricamente es recuperable en una serie de meses o de años. Realmente esta deuda nunca se acaba de hacer efectiva, sino que se le adjudican unos intereses que son los que la hacen atractiva para el comprador, ya que los va cobrando periódicamente. En tiempos de estabilidad, la deuda pública era un modo seguro de obtener unos intereses limitados pero estables por parte de los compradores y una forma secundaria que el Estado tenía de financiarse.

Sin embargo, a raíz de las continuas rebajas fiscales exigidas por organismos como el FMI o el BCE, unidas a un adelgazamiento del sector industrial que la UE impuso especialmente a los países de la periferia europea, los Estados tomaron como fuente principal de financiación la emisión de bonos de deuda soberana. En 2010 la deuda española era el equivalente al 60,5 por 100 del Producto Interior Bruto, en 2018 se elevaba a un 97,6 por 100, es decir, que todo lo que produce la economía española en un año es ya igual a la deuda que el Estado ha emitido mediante la puesta en el mercado de sus bonos.

La deuda emitida se supone un valor confiable, ya que la está respaldando un Estado, pero, aun así, las agencias de calificación de riesgo, empresas privadas norteamericanas casi en su totalidad, adjudican una nota de confianza a esta deuda. Si esa nota cae, los intereses que el Estado tiene que pagar por esa deuda suben, lo que equivale a decir que indirectamente el Estado tiene menos capacidad de financiarse, ya que por el dinero que obtiene se ve obligado a devolver una mayor cantidad al vencimiento de los intereses. Esos intereses se miden mediante la temible prima de riesgo, el grado de inseguridad de que tal Estado no pueda devolver esos intereses.

Y es aquí cuando entran en escena los especuladores, que no es más que el eufemismo con el que se denomina a los grandes fondos de inversión de alto riesgo, hedge funds, cuando se dedican a este tipo de actividades éticamente delincuenciales. El diario Público explicaba así este tipo de operaciones:

En 2010, se puso de moda atacar un país a través de los bonos de deuda pública combinados con CDS. El especulador puede tener bonos de ese país o pedirlos prestados a los grandes bancos de inversión que son los que los custodian, con el compromiso de devolverlos un tiempo después. El objetivo es acumular muchos para venderlos de golpe y hacer que caiga su precio. Al mismo tiempo compra seguros que cubren el impago de esos bonos en el caso de que caigan mucho, son los famosos CDS.

Al aumentar la demanda de CDS su precio sube, lo que pone en guardia a los gestores de las mesas de negociación de todo el mundo. «Algo pasa con España.» Todos quieren cubrir su riesgo y compran más CDS. «Lo más peligroso es que en la mayoría de los casos los CDS no tienen ningún bono detrás», advierten los expertos. Es decir, el especulador no ha comprado el bono y después el seguro para cubrirlo, sino solo el CDS. De hecho, este mercado mueve 17 veces la deuda real que cubre.

Los CDS que el especulador pidió prestados a 100 ahora valen 300 y los bonos que costaron 10 ahora valen 5. La prensa y los políticos denuncian la operación. Ataque especulativo, pánico, venta España. Aquí es donde entran los pequeños inversores. Más ventas. Todo sigue cayendo. Para entonces el gran especulador ya ha salido de la operación, ha recomprado los bonos que pidió prestados y los devuelve al banco custodio después de recoger pingües beneficios[13].

En el hipotético caso de que usted abandonara la lectura de este libro en el comienzo de esta historia, al menos habría sacado una conclusión válida sobre cuál fue el motivo de tantos y tan variados sufrimientos que la clase trabajadora española padeció la pasada década: lo que en un momento fue simplemente una forma más de financiación estatal, ni siquiera la principal, en la época neoliberal convirtió al propio Estado, al propio país, en un producto con el que se podía especular, es decir, alterar falsamente el valor de los bonos de deuda para obtener unos ingentes beneficios. Lo peor de todo es que los especuladores ni siquiera llegaron a comprar los bonos, ni siquiera los seguros a futuro por el impago de esos bonos, los credit default swaps –CDS–, sino que tan solo los pidieron prestados, desataron el ataque y pasaron por caja para embolsarse los réditos.

La calificación de la deuda es la carnaza que los tiburones financieros esperan para que sus ataques especulativos sean exitosos. Está hecha por empresas teóricamente independientes, aunque hay que señalar de nuevo que el 90 por 100 de este mercado está controlado por tres firmas norteamericanas, Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch. ¿Cuáles son los métodos que utilizan para calificar a Estados y empresas? Se desconoce. De hecho, cuatro días antes de la quiebra de Enron en 2001 calificaban a esta empresa como confiable. A Lehman Brothers, el banco de inversión que quebró en 2008, acontecimiento fundacional de la gran crisis financiera, le otorgaron buenas calificaciones hasta el mismo momento de su desplome. El profesor Vicenç Navarro, un viejo roquero de la economía política académica que se convirtió en estos años en una figura de referencia popular, nos ilustra a propósito de esta opacidad:

Tales agencias podrían justificar su existencia si su trabajo fuera independiente, objetivo y creíble. Pero no es así, tal como lo demuestra la evidencia acumulada. Estas agencias son meros instrumentos de aquellas instituciones que, en gran parte, las financian. De ahí que siempre valoren muy positivamente los productos de las instituciones que les financian (sean bancos, compañías de seguro, u otros) mientras que valoran negativamente a ciertos productos si ello favorece los intereses de tales instituciones financiadoras. De nuevo, la evidencia de ello es abrumadora. Esto fue reconocido por el vicepresidente de una de ellas, la famosa Moody’s, que, tras dejar la compañía, declaró a la Comisión Federal de EEUU encargada de analizar las causas de la crisis financiera, que lo más importante para tal agencia no era la objetividad en sus estudios del valor de los productos financieros sino la satisfacción de sus clientes que financiaban tales estudios.

Ya en 2004, la Oficina de Estadísticas de la UE –Eurostat– había indicado que las cuentas del Estado griego no eran creíbles, lo cual no fue obstáculo para que las agencias de valoración mantuvieran la evaluación positiva de la deuda pública griega. Fue al anunciarlo el presidente socialista cuando se cambió la evaluación, pasando a ser negativa, iniciándose la cascada de valoraciones negativas, primero Grecia, después Portugal, y más tarde España e Italia. ¿Cómo es que las agencias habían valorado positivamente la deuda pública de todos estos países y solo hasta aquel momento se cambió de valoración positiva a negativa? Y la respuesta es fácil de ver si uno deja de creer en el dogma liberal. Fue el intento del capital financiero de crear la crisis de la deuda pública, de cuya especulación ganó pingües beneficios[14].

La crisis económica de 2008 tenía una base real sobre la burbuja crediticia alimentada por los bancos de inversión, de forma particular en el sector inmobiliario. La crisis de la deuda soberana de 2010 parece, a todas luces, que fue la exitosa operación de esos mismos bancos para, en connivencia con las agencias de calificación, recuperar los beneficios que se habían dejado por el camino, arrastrando con ello a las economías, ya lastradas por la crisis del ladrillo, de los países periféricos de la Unión Europea, entre ellos España. Este párrafo posiblemente sea un anatema para cualquier economista neoliberal, pero ustedes deciden qué explicación les parece que encaja más con el principio de simpleza de la navaja de Ockham.

Esta fantasmagoría financiera, una miseria moral medida en cifras astronómicas, tuvo, sin embargo, un efecto trágico para la economía europea, una unión monetaria sin armonización fiscal. A finales de la semana del 3 al 9 de mayo, España estaba encontrando grandes dificultades para financiarse en los mercados mediante la venta de su deuda. Si los bonos españoles hubieran caído al nivel de los griegos, la Eurozona se hubiera derrumbado, arrastrando a las economías de toda la UE, incluidas Francia y Alemania. El domingo 9 de mayo los ministros de Economía europeos se reunieron en Bruselas para crear el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) dotado de 500.000 millones de euros por parte de la UE y 250.000 millones del FMI. Además de dejar esa cantidad disponible, lo que garantizaría la estabilidad al euro y permitiría que la deuda fuera de nuevo aceptada en los mercados, se exigirían a los países de la periferia una serie de medidas de austeridad encaminadas a aumentar el ahorro y rebajar el déficit, lo que teóricamente respaldaría a su vez a la deuda, ya que a mayor gasto se necesita una mayor cantidad de financiación. En términos reales estas medidas lo que supusieron fue el rescate a la banca francesa y alemana, el hundimiento de las economías periféricas y el inicio de una serie de ataques especulativos que no culminaron hasta casi la mitad de esta historia.