La distancia del presente

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Sari: Anverso #14
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2011 comenzó con más recortes, aquellos que afectaron a las ayudas para la compra de vivienda, el llamado cheque-bebé –una de las iniciativas estrella del primer zapaterismo–, la congelación de las pensiones y la subida de los precios de la electricidad, los peajes y el transporte ferroviario. Es como si el Gobierno de Zapatero quisiera borrar todo su legado legislativo. En marzo, en el Campus de Somosaguas de la Universidad Complutense, un grupo de estudiantes realiza un acto de protesta en la capilla que existe dentro del complejo; algunas chicas se despojan de sus camisetas y profieren cánticos anticlericales. Algunos de los que pasamos estudiando varios años en aquel campus nunca supimos de la existencia de aquella capilla, sí del ambiente, mezcla de radicalidad pueril y alto nivel político, que la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología albergaba dentro de sus muros. Esta protesta no tendría mayor relevancia de no ser porque en 2016, tras una campaña mediática de la derecha, una de sus participantes, Rita Maestre, ya concejala del Ayuntamiento de Madrid, fue juzgada y absuelta por estos hechos. La acción, de nula importancia, sí nos sirve para hacernos una pregunta: ¿cómo pasa una joven, en tan solo seis años, de ser una estudiante a cargo público en el ayuntamiento más importante del país? La respuesta a un hecho tan inusual en nuestra historia reciente la encontraremos con una nueva protagonista en todo este relato: aquello que se llamó nueva política o política del cambio, o lo que fue la consecuencia, resultado y reacción al clima de gran conflicto social y enorme desprestigio institucional que en los años posteriores se plasmó en nuestra sociedad.

Justo un mes antes del acontecimiento fundacional de este periodo, un colectivo llamado Juventud Sin Futuro –JSF– convoca en Madrid el 7 de abril de 2011 una manifestación con el siguiente lema «Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo». Siguen los pasos de los jóvenes portugueses que un mes antes se han echado a la calle. Cuentan con una mínima estructura organizativa, que parte de diferentes asociaciones universitarias, pero que es compensada por su presencia en redes sociales, especialmente en Facebook, donde los periódicos destacan como algo novedoso el número de personas que se han adherido a la página de JSF. El día de la protesta se desbordan las previsiones y la asistencia se cifra entre 5.000 y 10.000 personas que hacen el recorrido por la calle Atocha, entre las plazas de Jacinto Benavente y la del Museo Reina Sofía. Más allá del tradicional itinerario, todo parece nuevo en aquella cita, por los medios empleados en su difusión, por un convocante que apenas cuenta con tres meses de vida y por los protagonistas, jóvenes que no se han dejado ver en los cortejos de la huelga general de septiembre. «Se percibe la indignación, no cesan los gritos y los silbidos»[25], cuentan los periodistas de El País, «cuando se les pregunta a los organizadores por los líderes, por los cabecillas de la protesta, aseguran que no tienen […] Han conectado con la gente, apuntaba ayer un profesor de la Universidad Complutense que ha estado apoyando la iniciativa».

Tres elementos merecen resaltarse de este momento, sin duda crucial para el devenir inmediato. El primero es que, a pesar de la insistencia en la convocatoria mediante redes, los medios informan de la protesta cumplidamente. El primer diario nacional, El País, dedica tres artículos en esos días a JSF, el primero el día 5 anunciando la convocatoria, el segundo una crónica de la protesta el propio día 7 y el tercero un análisis el día 8, que titula «Jóvenes aunque sobradamente indignados»[26], reutilizando un viejo lema pu­blicitario del Renault Clio, hoy materia arqueológica. Es decir, en la prensa hay tanta o más hambre que en la sociedad de que algo suceda, como en el ya citado Portugal –que el día 8 sufre su mal llamado rescate–, o cómo en el Reino Unido, donde en noviembre de 2010 los estudiantes encabezaron las protestas contra el Gobierno conservador de David Cameron. El éxito de la manifestación pudo ser sorpresivo, pero no sorprendente: el olfato periodístico no falló en esta ocasión.

El segundo es que en ese viejo eslogan publicitario reutilizado como titular se insiste en el calificativo de indignados, no por el carácter especialmente combativo de la protesta, sino por el título de un libro publicado en febrero de ese año y que ya los libreros empezamos a vender como churros en el fin del invierno y el comienzo de la primavera. Se trata, efectivamente, de ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, un diplomático francés, héroe de la Resistencia, que definía su pequeño panfleto como una «obra que exhorta a los jóvenes a indignarse, dice que todo buen ciudadano debe indignarse actualmente porque el mundo va mal, gobernado por unos poderes financieros que lo acaparan todo»[27]. El libro será presentado por su anciano autor en Madrid el 28 de marzo, junto a su prologuista, otro personaje que tomaría gran relevancia en los meses siguientes para un joven público que desconocía sus facetas académicas y literarias, José Luis Sampedro. Ambos fallecieron un par de años después, en 2013, compartiendo también año de nacimiento, el revolucionario 1917, un guiño histórico de esos de los que da un gran placer dejar constancia. En todo caso, si el periodismo estaba atento a posibles movimientos tectónicos en lo social, la industria editorial también había olfateado que algo estaba a punto de suceder.

El tercer elemento es que una de las asociaciones estudiantiles que dan impulso a JSF, Contrapoder, es la misma que se ha implicado junto con la red de investigadores y profesores La promotora en la creación de un programa de televisión, de aspecto casi amateur, y que empieza a emitirse por la televisión local de Vallecas, Tele K, el 18 de noviembre de 2010. Su presentador define así el espacio en su primer programa:

Los jueves por la noche nos vamos a dedicar a hablar de política estatal y política internacional […] Quiero agradecer desde aquí a la Facultad [de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense], y en especial al Vicedecanato de Estudiantes, Nuevas Tecnologías y Extensión Cultural, su apoyo para llevar a cabo este programa y también a Tele K la oportunidad que nos han dado […] Creo que este nuevo eje geopolítico Somosaguas-Vallecas puede contribuir a algo que esta televisión lleva haciendo muchos años, que es democratizar un espacio televisivo madrileño para bien o probablemente para mal dominado por los sectores conservadores […] Simplemente recordar que en este momento hay varios amigos y colegas de la facultad siguiendo este programa en directo en el bar La Huelga en la calle Zurita, 39 en Lavapiés[28].

Aquel presentador era Pablo Iglesias. Poco más de tres años después de este momento, Podemos se presenta en el Teatro del Barrio, unos números más arriba en la misma calle del ya histórico bar de soul donde sus amigos asistían a la presentación en la vida pública del profesor de la Complutense.

[1] http://www.congreso.es/public_oficiales/L9/CONG/DS/PL/PL_162.PDF

[2] https://elpais.com/elpais/2010/05/04/actualidad/1272961036_850215.html

[3] https://www.elmundo.es/mundodinero/2010/04/28/economia/1272469013.html

[4] https://www.nytimes.com/2010/05/04/business/global/04peseta.html?ref=business

[5] http://www.ft.com/cms/s/0/893b2d5a-56e0-11df-aa89-00144feab49a.html

[6] https://www.wsj.com/articles/SB10001424052748704342604575222451887532326

[7] https://es.reuters.com/article/businessNews/idESMAE6440JM20100505

[8] https://elpais.com/diario/2010/05/16/domingo/1273981953_850215.html

[9] https://www.expansion.com/2010/05/05/opinion/1273063749.html

[10] https://www.larazon.es/historico/8399-la-ultima-receta-del-fmi-a-espana-contra-los-especuladores-rapidas-medidas-contra-el-deficit-LLLA_RAZON_259447/

[11] https://www.ecb.europa.eu/press/pressconf/2010/html/is100506.en.html

[12] https://elpais.com/diario/2010/05/16/domingo/1273981953_850215.html

 

[13] https://www.publico.es/actualidad/actuan-especuladores-arrasar-mercados.html

[14] http://www.vnavarro.org/?p=7127

[15] https://obamawhitehouse.archives.gov/the-press-office/readout-presidents-call-with-spanish-president-jose-luis-rodriguez-zapatero

[16] https://elpais.com/economia/2012/08/01/actualidad/1343819494_413113.html

[17] http://www.javierortiz.net/voz/egunkaria/relato-de-torturas-de-martxelo-otamendi

[18] https://www.elcorreo.com/vizcaya/20061214/politica/fiscal-pide-archivar-caso_200612141755_amp.html

[19] https://imagenes.publico.es/resources/archivos/2010/4/12/1271070489553egunkaria.pdf

[20] https://www.bbc.com/news/world-europe-11191395

[21] https://www.elperiodico.com/es/politica/20191129/rodriguez-zapatero-otegi-decisivo-fin-banda-terrorista-eta-7755631

[22] https://elpais.com/diario/2006/08/01/espana/1154383213_850215.html

[23] https://www.lavanguardia.com/politica/20100628/53954713955/puigcercos-lamenta-la-estocada-mortal-al-texto-y-augura-un-crecimiento-del-independentismo.html

[24] https://elpais.com/economia/2012/06/24/actualidad/1340572838_165806.html

[25] https://elpais.com/elpais/2011/04/07/actualidad/1302164220_850215.html

[26] https://elpais.com/diario/2011/04/08/madrid/1302261854_850215.html

[27] https://elpais.com/cultura/2011/03/28/actualidad/1301263213_850215.html

[28] https://www.youtube.com/watch?v=ntiL7Gn9vqE

Capítulo 2

Indignación

(2011)

La tarde del 15 de mayo de 2011 se proyectaba en varios cines de la calle Fuencarral, en Madrid, Medianoche en París, una inteligente comedia de Woody Allen donde su protagonista, por azares de la ficción, conocía a las figuras más relevantes de la cultura del siglo XX que habían pasado por la capital francesa. La historia era todo un homenaje a ese tiempo en el que la modernidad, como proyecto, más que político, civilizatorio, había hecho soñar, pero también estremecerse a millones de personas. En esa misma ciudad de Francia se dieron en 1968 las míticas protestas de mayo que fueron impugnación contra esa modernidad, al menos en su vertiente más estudiantil e intelectual, que había eliminado a uno de sus vástagos, el fascismo, dejando al mundo dividido entre los otros dos, el liberalismo capitalista y el comunismo.

La puesta en duda de todas las certidumbres dio pie, paradójicamente, a un clima ideológico que permitió que el neoliberalismo, una restauración victoriana sin corsés morales, pudiera desarrollarse como proyecto en una sociedad que había abrazado la individualidad por encima de lo colectivo y la diferencia por encima de la igualdad. En la izquierda es aún anatema decir que entre Reagan y el «prohibido prohibir» había una fina línea que los teóricos del libre mercado y sus técnicos de venta supieron aprovechar para transformar el odio a la organización moderna en el monstruo desregulador que condujo a la crisis de 2008, acontecimiento realmente fundacional del siglo XXI, tras sus inicios bélicos y terroristas.

Esa misma tarde de domingo, una manifestación recorrió el centro de la capital española con un lema que daba nombre a su plataforma organizadora «Democracia real ya! No somos mercancía en manos de políticos y banqueros» congregando a unas veinte mil personas y poniendo encima de la mesa todas las contradicciones de época posibles. Hablar del 15M, cuando aquel suceso tiene una placa conmemorativa en la Puerta del Sol, quizá una lápida funeraria, quizá una advertencia para los ocupantes de la presidencia de la Comunidad, es algo parecido a intentar contar los inicios de una religión a sus primeros fieles: una tarea inútil. Quien es parte del credo, por convicción o interés, ya ha asentado en su imaginario la mitología, quien es hostil a la nueva creencia, lo mismo.

Conviene, por tanto, desacralizar aquellos días, afirmar que el 15M fue un momento, no un movimiento, que sucedió de aquella manera no tanto por una estrategia dada, sino porque posiblemente no podía haber sucedido de otra forma. Las expresiones de protesta, curiosamente, no son hijas del instante en que se dan, sino de su época inmediata anterior. En este sentido, el 15M pudo ser el inicio de muchas cosas, pero sobre todo fue la cúspide de una década, la de los despreocupados diez primeros años del siglo. Si algo se dirimió aquellos días fue la transformación de los modos de la protesta, un ajuste de cuentas con lo existente, desde las estructuras políticas, a izquierda y derecha, hasta las formas de representación de la institucionalidad. Los hechos suceden con cientos de padres, pero con una sola madre: la implacable contradicción que preña la historia.

Unos meses antes de aquel domingo de marzo habían comenzado las Primaveras Árabes cuando en Túnez un joven llamado Mohamed Bouazizi se quemó a lo bonzo tras haber sufrido la confisca­ción de su puesto ambulante de frutas. Un detonante que convulsionó a una región cuyos regímenes políticos tenían graves carencias democráticas, un hecho que puso en pie a poblaciones que tenían razones dignas para la protesta, una situación que fue aprovechada para desmembrar Estados que aportaban estabilidad a la región y que acabó en las cruentas guerras de Siria y Libia. Demasiados ojos codiciosos con ganas de poner sus manos sobre la región, demasiada geopolítica, demasiado imperialismo wahabí. Resulta tan extraño como descriptivo de nuestra época que unas protestas que empezaron a articularse en torno a las redes sociales, según nos contaron los medios occidentales, acabaran desembocando en un califato. Vivimos tiempos donde la posmodernidad y la premodernidad bailan a menudo una danza siniestra entre lo pueril y lo despiadado.

Pero en aquel 2011 nada de esto se sabía y cualquier gesto impugnador, más si era protagonizado por multitudes inconexas, bienintencionadas pero impotentes para articular un programa político, se tomaba con simpatía. En la ideología también imperan las modas y, al igual que en el mercado textil, hay intereses por situar las teorías propias por encima de las que se consideran anticuadas o al menos ajenas. En toda esta historia hay un fuerte componente de vendetta, de aquello que vino después de la caída del Muro contra lo que había dominado la izquierda durante el siglo XX. Posiblemente las caras visibles que protagonizaron aquellos días ni intuían este ajuste de cuentas.

Durante los últimos meses de 2010 y los primeros de 2011 varias páginas se abren en Facebook con nombres tan descriptivos como «Yo soy un joven español que quiere luchar por su futuro», donde ya se intuye un componente esencial en todo aquello: la angustia existencial de quien tenía unas perspectivas brillantes arrebatadas por la crisis, ese lugar neoliberal donde la previsión es imposible y los grandes transatlánticos de la carrera profesional se convierten en pecios inservibles. La ruptura del ascensor social fue el principal combustible que animó las ganas de salir a la calle, de encontrarse en una terapia de grupo gigantesca, aunque las consignas fueran otras, quizá más brillantes y soleadas, o quizá más pueriles, según gustos. La huelga general en universidades, a finales de marzo y la propia manifestación de Juventud Sin Futuro, con la que cerramos el anterior capítulo, ya demostraban que había un fermento esperando la lluvia que lo hiciera brotar.

«La primera vez que nos vimos fue en el bar Casa Granada, éramos 13 o 14: desempleados, activistas, estaba Jorge García Castaño, hoy concejal de Ahora Madrid, estudiantes, trabajadores precarios, un autónomo…»[1]. Quien habla es Pablo Gallego, uno de los protagonistas de aquel momento, veintitrés años, formado en marketing en la exclusiva ICADE –Instituto Católico de Administración y Dirección de Empresa–. Hace referencia a la reunión preparatoria para la manifestación del día 15. García Castaño, en aquel entonces en Izquierda Unida, probablemente uno de los tipos con mayor olfato político de este país, fue parte de ese progresismo ya en las instituciones que intuía que algo estaba a punto de surgir y que veía en este proceso más una oportunidad que una amenaza. En aquel establecimiento en una azotea de Lavapiés se eligió el lema para la manifestación, «Democracia Real Ya», que también daría nombre a la plataforma convocante. «Una de las condiciones básicas es que éramos un grupo apartidista y asindical. Queríamos demostrar que era posible coordinar acciones al margen de sindicatos y partidos, que podíamos hacerlo los ciudadanos de a pie»[2] dice Fabio Gándara, joven abogado que provenía del prestigioso bufete Cuatrecasas. Una de las señas principales de aquel momento no fue solamente el desencanto con las estructuras políticas sino un ciudadanismo que pudo movilizar transversalmente pero que diluyó el concepto de clase, esencial para entender por qué el país y Europa estaban sumidos en una crisis económica atroz.

Podríamos definir el ciudadanismo como la operativa política que señala los desajustes sociales como resultado de una democracia que funciona erróneamente por problemas procedimentales. En este esquema, el sistema político de la democracia liberal flota en el vacío al margen de su asiento económico, el capitalismo, no definiéndose ningún punto de origen de los problemas, pero sí un punto de llegada ideal que se alcanzará mediante la mejora de la representación y la participación. Encontramos así varias de las características definitorias de este nexo, más que ideología, en unos activistas con alta cualificación educativa, pero de escasa trayectoria política. La primera es su adanismo, ya que el pasado, incluso el más inmediato, o bien no existe, o bien no tiene consideración de importancia, estableciéndose un nuevo eje que marcará el periodo que se inicia: lo nuevo contra lo viejo. La segunda característica es la aparición de la crítica económica como uno de los pilares que sustentaban las reivindicaciones. La banca, las finanzas, la deuda, aparecen como elementos permanentes de construcción de un sujeto al que oponerse. Sin embargo, no se plantea un sistema alternativo al capitalismo, tampoco se aboga por una regulación específica al estilo socialdemócrata, sino que se pide una economía al servicio de una mayoría indefinida no porque esa mayoría sea la que aporta la fuerza de trabajo al proceso productivo, y por tanto, la que lo podría controlar inherentemente, sino porque es moralmente mayoría. Así se entienden lemas como «Somos el 99 por 100», que desde luego representan una novedad respecto a la oposición clásica entre clases, pero que difuminan mediante la ansiedad inclusiva a los protagonistas del funcionamiento económico.

 

De esta forma también se entiende que el otro grupo señalado sean los políticos, sin importar demasiado su filiación ni actuaciones concretas, sino su condición de presunto estamento privilegiado que no representa a los votantes, de igual entendidos como otro grupo homogéneo independiente de sus posturas ideológicas. Libros como La casta, el increíble chollo de ser político en España, de Daniel Montero, editado en 2009, situado en un claro populismo de derecha y de gran repercusión en foros y tertulias de la misma tendencia, anticiparon lo que efectivamente sería una de las señas del 15M, que en análisis posteriores se quiso ver como una potencia destituyente, pero que en el momento no era más que un síntoma de desafección desarticulada hacia la política. En el fondo había una delgada línea que separaba la crítica del bipartidismo y la reivindicación apartidista del apoliticismo y de la antipolítica, al menos potencialmente. «No nos representan», «PSOE, PP, la misma mierda es», «Lo llaman democracia y no lo es», eran lemas que marcaron el desarrollo de aquella manifestación y de los siguientes años, que reflejaban un cansancio de lo existente, la desconexión con los mecanismos institucionales y una especie de regreso al futuro en busca de una democracia impoluta por sí misma. «No somos ni de izquierdas ni de derechas, somos los de abajo y venimos a por los de arriba» expresaba una tabula rasa que se leyó como un nuevo eje de conflicto, pero que realmente era la escisión del actor político –los de abajo, el pueblo en un sentido no nacionalista, la clase trabajadora– de la ideología que les servía como herramienta –la izquierda.

La naturaleza ocupa el vacío y el concepto de izquierda estaba en 2011 lastrado no solo por la enésima renuncia del PSOE, sino también por sectores de Izquierda Unida que se habían acercado al sol del poder peligrosamente, frenando la refundación emprendida en la IX Asamblea de 2008. Es obvio que el 15M adolecía, como es normal, de una propuesta política acabada y estructurada, que llegó unos años más tarde con la aparición de Podemos. Lo que se olvida o se rehúye como anatema es que el 15M sentó también las bases para el surgimiento de Ciudadanos, tanto por su divorcio radical con cualquier cosa que se entendiera como pasado, como por la arriesgada ruptura del eje izquierda-derecha. Unos meses antes de la explosión del momento que nos ocupa, en febrero de 2011, se presentó la Red de Convergencia Ciudadana, un movimien­to cívico, contrario al neoliberalismo, avalado por un manifiesto fun­dacional con 2000 firmas de políticos e intelectuales de izquierda entre los que se encontraban conocidos referentes como Julio Anguita, Vicenç Navarro o Almudena Grandes. Se pretendió crear una serie de mesas, asambleas abiertas, para promover la organización ciudadana para luchar contra la crisis. «Se trata de construir, pues, un Tea Party antineoliberal, como prefiere llamarlo uno de los promotores de la iniciativa Armando Fernández Steinko. Este sociólogo de la Complutense defiende la necesidad de ir limando asperezas y diferencias entre la izquierda alternativa, para llegar a acordar un programa de mínimos»[3]. En iniciativas de este estilo se puede ver, insistimos, que el momento ya estaba pidiendo algo que cubrie­ra la enorme orfandad política en la que se encontraba buena parte de la izquierda, pero también una escapada de la forma de partido, recurriendo incluso a analogías con movimientos derechistas que por su capacidad de saltar los límites pautados se contemplaban con interés.

«Teniendo en cuenta que la manifestación se convoca por un colectivo más amplio que Juventud Sin Futuro, tenemos unas expectativas altas. Es un comienzo de la participación ciudadana, que llevamos esperando desde que comenzó la crisis y que la plataforma ha conseguido tejer unas redes muy amplias»[4], comentaba a El País una portavoz de JSF una semana antes del domingo de marras, en un acto de presentación mediante una performance en Príncipe Pío. Cabe destacar la buena cobertura que otorgó el diario de PRISA en los días anteriores y posteriores al 15 de mayo. Esto, como decíamos en el final del primer capítulo, se debió al olfato periodístico de profesionales como Marta Garijo –redactora o coautora de prácticamente todas las piezas de información de esas jornadas–, a la necesidad informativa de que sucediera algo parecido a las protestas de jóvenes en Islandia, Portugal o Grecia, pero también a una evidente tensión entre PRISA y el Gobierno presidido por ZP, que apostó por Mediapro, con La Sexta y Público como medios afines que liberaran al PSOE de la tutela histórica de El País.

Como bien decía la portavoz de Juventud Sin Futuro, el grupo que anticipó con su manifestación en abril la convulsión de mayo, aquella cita recogía a un sector más amplio del que de alguna manera representaba JSF, que, si bien se podía identificar de una forma más cercana con la izquierda universitaria, había rehuido conscientemente cualquier asociación estética y retórica con la misma. Democracia Real Ya no era en aquel momento más que un sumatorio de gente –gente joven, universitaria, de clase media y con profesiones liberales– que se había conocido a través de las redes sociales, que pasó de ser la Plataforma de grupos promovilización ciudadana, creada el 20 de febrero de 2011, a tener la denominación con la que luego se le conocería a partir del 16 de marzo. DRY no era una organización al uso, con unos estatutos, un programa político, una estructura organizativa o algún tipo de militancia, sino tan solo, más allá de una página de difusión en Facebook, un paraguas en el que se cobijaron distintas personas para convocar públicamente una manifestación. Entre ellas estaba una asociación de desempleados, de limitada representatividad, así como la iniciativa #Nolesvotes, surgida al calor de la oposición a la ley Sinde, promovida por empresarios y comunicadores del ámbito «internetero» como Enrique Dans, profesor de la IE Business School, Ricardo Galli, creador de Menéame, o Julio Alonso Alcaide, fundador de Weblogs. También ATTAC, la Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana, con las caras visibles en nuestro país de Juan Torres López y Carlos Martínez Blay.

Echen por un momento el freno de mano e intenten visualizar algo que pueda incluir a enamorados de la economía californiana y el tecnofetichismo, a Ecologistas en Acción, a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, a Intermón, a antiguos trotskistas, a jóvenes educados en el ICADE, a desempleados, a los hackers de Anonymous y a versos libres de Izquierda Unida. Todo esto en el momento previo a la manifestación.

¿Y qué pasó en aquella tarde del domingo 15 de mayo? Pues nada realmente reseñable si se contemplaba de forma superficial. La asistencia fue exitosa, pero ni mucho menos masiva. Recorrido típico por el centro de la capital e incluso los tradicionales incidentes al final de la misma. Algo que de por sí ya resultaba novedoso y reseñable al tener el mismo poder de convocatoria una plataforma creada hacía apenas unos meses que los grandes sindicatos. Además de Madrid también tuvieron manifestaciones de una asistencia considerable Barcelona, Murcia, Granada, Sevilla, Málaga, Alicante y Valencia, lo que nos indicaba que aquello era un fenómeno que trascendía el ecosistema político-activista madrileño a pesar de provenir del mismo. Si la asistencia y la extensión territorial eran notables, si los convocantes y las formas de convocatoria no eran los habituales –página web con una cuenta atrás que aportó una carga dramática de acontecimiento en el que había que estar–, los propios asistentes, para el ojo entrenado en manifestaciones, no eran desde luego los habituales. Aunque evidentemente predominaba la gente joven, allí, literalmente, estaba todo el mundo que de una u otra forma había visto afectada su vida por el volcán económico con el que dimos inicio a esta historia.

Aquello de «Nobody Expects the Spanish Revolution», además de ser un lema inflamado, era poco cierto. The Washington Post informó de las manifestaciones el lunes 16 de mayo «El domingo, decenas de miles de estudiantes, grupos sociales y españoles desempleados se manifestaron en más de 50 ciudades para protestar contra las medidas de austeridad del Gobierno y el papel que los bancos y los partidos políticos han desempeñado en la crisis financiera»[5]. Parece bastante obvio que una manifestación en un país periférico como España no suele despertar la atención de un periódico norteamericano. Las vicisitudes económicas por las que atravesaba España hicieron que precisamente todo el mundo esperara, si no la Spanish Revolution, sí una convulsión social notable. Los medios nacionales se hicieron eco de igual manera de las manifestaciones del 15 de mayo. El conservador ABC destacaba las palabras de Fabio Gándara –aunque no hay culpables claros de la situación política y social actual, hay que articular una respuesta frente a una ley electoral falsa, que condena al país al bipartidismo–[6], que junto con Pablo Gallego y Jon Aguirre Such, un joven arquitecto también vinculado a la plataforma DRY, se hicieron a partir de ese día las caras más visibles del escenario mediático.

Pero ¿por qué se eligió ese domingo de mayo para lanzar aquella manifestación? La respuesta la encontraríamos en el domingo siguiente, ya que el 22 de mayo de 2011 estaban convocadas elecciones autonómicas y municipales. La intención de los organizadores era obtener una mayor difusión al entrar de una u otra forma en medio de la campaña. Sin embargo, el hecho de que tan solo faltara una semana para la cita electoral desencadenó algo por lo que probablemente hoy recordamos esta manifestación, a estas plataformas y a estos protagonistas. Una vez desconvocada la marcha, una vez incluso disuelta la sentada en la plaza de Callao que pretendió cortar la Gran Vía, y terminados los incidentes en el laberinto de calles que une el centro con Lavapiés, con un saldo de una veintena de detenidos, un grupo de jóvenes se organizaron espontáneamente en la Puerta del Sol para pasar la noche, al margen de los planes de los convocantes.

«Unas horas después, entrada la madrugada, una veintena de personas ha montado varias tiendas de campaña en la Puerta del Sol en un intento de establecer allí un foco para seguir con la protesta hasta las elecciones del próximo domingo, según Radio Nacional»[7]. Aunque la primera noche nadie hizo caso a las cuatro decenas de acampados de Sol, en la mañana del lunes 16 las redes sociales hervían con la aventura de la tarde anterior, la primera en el terreno político para muchas de las personas que asistieron a la convocatoria, la segunda para unos pocos que estuvieron en las protestas para destinar el 0,7 por 100 del PIB a la ayuda al desarrollo de los países pobres en los años noventa. De hecho, a las dos de la tarde, la etiqueta de #acampadaensol era tendencia mundial en Twitter, lo que implicaba una altísima participación en redes y parecía una constatación de las posturas, de gran éxito aquel entonces, de que el presente de los movimientos sociales pasaba irremisiblemente por lo digital.

El panorama de la política institucional, sobre todo en el lado progresista, veía con cierta preocupación el nuevo frente interno que se acababa de abrir, otro más sumado al exterior: