La distancia del presente

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Este pasaje nos vale para entender por qué esta historia está construida sobre la prensa, sobre el periodismo, además de sobre los análisis del propio autor. Los libros de memorias suelen escribirse una vez que sus protagonistas han abandonado la primera línea política y sus cargos institucionales. Son, por supuesto, un testimonio valiosísimo de la época, además de contar con pasajes tan jugosos como el que acaban de leer. El problema es que estas memorias, también suelen ser un ejercicio de reivindicación de quien las escribe. No dudamos de la honradez y memoria de José Bono, pero tampoco tenemos dudas de que él, como cualquier político que ha tenido grandes responsabilidades, construye un relato que es favorable a su trayectoria. Los grandes periódicos, aun sesgados hacia la ideología dominante, ofrecen un testimonio tan apegado a la actualidad que, leído con la perspectiva de los años, es mucho más descriptivo que las memorias de cualquier figura pública.

José Luis Rodríguez Zapatero, en enero de 2020, declaró en una peculiar entrevista que:

Hay cosas que pasan y son de una manera, pero en la percepción global van a quedar que han pasado de otra, por eso descreo bastante de la historia que nos cuentan […] A mí me ha costado explicar y defender ante mis amigos más queridos que a mí nadie me sugirió el 135, y esta es la verdad, nadie me lo sugirió, pero yo sé que no me cree la gente. Fue una idea personal que ayudaba en ese momento […] Yo he estado en la situación en el año 2009, 2010, en la que sabía que tenía que pedir prestado al mundo 120.000 millones de euros en un año para pagar las pensiones […] en un momento dado podía darse la circunstancia de decir: no nos prestan más[19].

Sin querer, el propio expresidente, al intentar reivindicar de alguna forma su independencia, desvela la naturaleza última de la situación: nadie le dijo lo que tenía que hacer, tan solo le dejaron una única posibilidad para hacerlo.

Del 15 de mayo de 2011 al 2 de septiembre del mismo año tan solo transcurrieron algo más de tres meses y medio. Un lapso de tiempo brevísimo, casi un abrir y cerrar de ojos en lo que ocupa una década, que, sin embargo, fue escenario de toda la crudeza y toda la esperanza que se vivió aquellos días. Mientras que unos empezaron a vislumbrar un mundo diferente, consiguieron rescatar la política para la calle y fueron presa de todas las contradicciones de quien interpela a lo existente, otros inauguraron una época en la que todo lo que se había temido se hizo realidad, en la que la política, tras aceptar progresivamente el estrechamiento de su papel en la sociedad neoliberal, quedó tan solo como notario de los intereses de unos pocos. Y todo sucediendo prácticamente a la vez.

[1] https://www.elmundo.es/papel/historias/2016/05/08/572c8937ca4741dd208b4624.html

[2] https://www.elmundo.es/papel/historias/2016/05/08/572c8937ca4741dd208b4624.html

[3] https://www.publico.es/espana/intelectuales-impulsan-tea-party-izquierdas.html

[4] https://elpais.com/sociedad/2011/05/11/actualidad/1305064806_850215.html

[5] https://www.washingtonpost.com/business/tens-of-thousands-march-in-spain-to-protest-against-austerity-measures-banks-politicians/2011/05/15/AF13OH4G_story.html

[6] https://www.abc.es/espana/abci-democracia-real-manifestaciojn-201105150000_noticia.html

[7] http://www.rtve.es/noticias/20110516/miles-personas-piden-toda-espana-cambio-del-modelo-politico-social/432656.shtml

[8] https://elpais.com/elpais/2011/05/16/actualidad/1305533818_850215.html

[9] https://www.elmundo.es/papel/historias/2016/05/08/572c8937ca4741dd208b4624.html

[10] https://www.lavanguardia.com/politica/20110615/54170883293/los-diputados-acceden-al-parlament-de-catalunya-gracias-a-un-cordon-policial.html

[11] https://www.youtube.com/watch?v=1AZqPFFKcig&t=13s

[12] https://elpais.com/diario/2011/06/16/espana/1308175210_850215.html

[13] https://elpais.com/diario/2011/08/24/espana/1314136801_850215.html

[14] https://elpais.com/politica/2011/09/02/actualidad/1314962814_177962.html

[15] https://elpais.com/politica/2011/09/01/actualidad/1314908434_185525.html

[16] https://www.cuartopoder.es/economia/2018/08/23/siete-anos-del-135-psoe-y-pp-rompieron-el-pacto-constitucional-para-dar-seguridad-a-los-mercados/

[17] https://elpais.com/politica/2019/11/16/actualidad/1573931501_461502.html

[18] https://www.elmundo.es/elmundo/2011/08/25/espana/1314255937.html

[19] https://www.youtube.com/watch?v=Jc0wIiENuEg&t=3056s

Capítulo 3

Protesta

(2012)

2011 fue también el año en que dos ministros de los Gobiernos de Aznar se cobraron relativos triunfos. El primero de ellos fue Rodrigo Rato, el hombre que había sido calificado como el artífice del milagro económico español del aznarismo, lo que no era más que la forma en que la prensa económica tuvo a bien llamar al ladrillazo, el dopaje de la economía mediante la especulación urbanística con el «coadyuvamiento» de la banca y la connivencia de los políticos neoliberales. Rato, tras su paso por los Ejecutivos de Aznar, y tras ser rechazado por el mesiánico líder popular como sucesor, marchó a dirigir el Fondo Monetario Internacional, cargo de gran relevancia que puede suponer la cúspide a toda una carrera para un hombre nieto de político, su abuelo fue alcalde de Madrid durante el reinado de Alfonso XIII, e hijo de empresario condenado durante el franquismo por evadir dinero a Suiza. En este libro no somos de atribuir cualidades fatales a la genética, pero en el caso de Rato, como veremos más tarde, parece que la unión de política, finanzas y problemas con la justicia le venía ya dada de antemano.

Bankia iba a ser la marca comercial del Banco Financiero y de Ahorros –BFA–, el conglomerado surgido con la fusión en diciembre de 2010 de siete cajas, principalmente de Caja Madrid y la valenciana Bancaja, tras la reestructuración de estas entidades que tratamos en el primer capítulo. El Gobierno de Zapatero estipuló, para tratar de aportar estabilidad en plena crisis de la deuda, que los bancos debían contar con mayores reservas de capitales; fue la forma técnica de pedir a las finanzas que el dinero prestado tuviera algún respaldo real y no tan solo la rueda de suelo-especulación-ladrillo-hipoteca con la que habían funcionado en la primera década de siglo.

El BFA decidió, al verse incapaz de contar con esas reservas de capitales al margen de los activos tóxicos, esto es, el resacón de la rueda del ladrillazo, escindir Bankia, que pasó de ser la fachada comercial a una filial del Banco Financiero y de Ahorros, quedándose este con los activos inservibles tras la crisis y dejándole a Bankia el negocio de clientes privados. ¿Cómo obtendría la nueva entidad el dinero necesario para contar con las nuevas reservas de capital previstas? Saliendo a bolsa en verano de 2011. El BFA quedaría así como el banco malo de Bankia quedándose con un 45 por 100 de la marca, que anunció su entrada al parqué con una fastuosa campaña de publicidad para atraer a los pequeños inversionistas cuyo principal reclamo fue «Hazte bankero a partir de 1.000 euros». Rodrigo Rato, que había vuelto a la escena española como presidente de Caja Madrid en enero de 2010, fue presidente de Bankia desde diciembre del mismo año, siendo uno de los artífices tanto de la fusión como de la captación de inversores, muchos también clientes, unos 340.000, que pasaban así a ser diminutos propietarios, aportando 1.800 millones de euros y dejando apenas 300 millones a grandes inversores como Iberdrola.

 

La imagen del político devenido bankero agitando sonriente la campana en el número uno de la madrileña plaza de la Lealtad, sede del teatrillo del IBEX, fue una de las más significativas de 2011. Aquel día el calendario marcaba el 20 de julio. La prensa en los días anteriores explicaba que «BFA-Bankia ha superado las pruebas de resistencia realizadas por la European Banking Authority (EBA) a las 91 mayores entidades financieras de Europa que cubren el 65 por 100 del sistema bancario»[1]. Por su parte, Deloitte, el auditor de cuentas, dio el visto bueno a la información registrada en la Comisión Nacional del Mercado de Valores –CNMV– para la venta de acciones explicando «que el fundamento contable utilizado por los administradores de Bankia en la preparación de la información financiera pro forma adjunta es consistente con las políticas contables utilizadas por los administradores de Bankia»[2], lo cual no es más que una manera alambicada de decir que lo que los jefes de la nueva entidad contaban tenía sentido con respecto a lo que ellos mismos querían contar. ¿Quién no iba a confiar en tan diligentes y honrados señores? Quédense con estos datos, según avance esta historia, Rodrigo Rato y otras guest stars volverán a aparecer por estas páginas.

El 22 de julio de 2011, el Banco de España intervino la Caja de Ahorros del Mediterráneo, a petición de los directivos de la propia entidad. El test de estrés fue el eufemismo empleado en el momento para nombrar la recapitalización que exigía el Gobierno, siguiendo acuerdos internacionales, y que la CAM no superó teniendo la nota de solvencia más baja en las pruebas. Cada intervención significaba cambiar a los ejecutivos por los del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria –FROB–, inyectar unos cuantos millones de dinero público, en este caso por un montante inicial de casi 3.000 millones de euros y, de facto, practicar una nacionalización bancaria, algo que hubiera pasado por brutal bolchevismo unos pocos años antes. ¿Recuerdan lo de los acontecimientos que se suceden a pares, primero como síntoma pujante y luego como situación irresuelta? Todo esto sucedió apenas un par de días después de la salida a bolsa de Bankia.

Mientras que estos movimientos espectrales sucedían ocultos y a la vez a la vista de todos, una de las características más aberrantes del poder contemporáneo, la crisis económica no era solo una ensaladilla mal ligada de cifras astronómicas, sino que tenía un impacto atroz en la vida de las personas, las cuales podían haber sido víctimas propiciatorias de aquel desbarajuste, pero ni de lejos las responsables o las causantes del estropicio. A mitad del año 2011, saltaron a la prensa los datos del año anterior, que reflejaban que unas 200.000 familias habían solicitado la renta básica de inserción, de una cuantía en torno a los 400 euros, que teóricamente debería salvar de caer en la extrema pobreza a aquellos ciudadanos que carecían o habían agotado otro tipo de prestaciones como el seguro de desempleo y a los que sus redes familiares no eran capaces de acoger. Las rentas básicas de inserción eran el último asidero al que muchos se podían agarrar, pero su extensión solo llegaba a dos de cada mil habitantes, exceptuando en el País Vasco, donde la cifra al­canzaba a las 25 personas por 1.000, estaba garantizada y llegaba a los 600 euros. «Se están quedando escasas en la cuantía […] Antes de la crisis esta renta la cobraba gente que tenía un perfil difícil para en­contrar empleo, pero ahora ha entrado en tromba una capa de población que ha perdido el trabajo y necesita ayuda para volver a encontrarlo y salir a flote. Son dos perfiles bien distintos»[3], opinaba José Manuel Ramírez, presidente de la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, reflejando un hecho al que nadie quería mirar de frente: la pobreza era una amenaza real para casi cualquiera, el desempleo, su vector de expansión.

De hecho, había un paso previo aún más conflictivo a perder el empleo en un despido o un ERE y era la quiebra de los pagadores. La experiencia, para cualquiera que la haya vivido, era desesperante, ya que suponía una espiral donde primero se retrasaba el pago de las nóminas para después pasar a saltarse meses y, por último, dejar de pagar por completo el salario, lo cual, por cierto, no significaba que el empleado pudiese dejar de ir a trabajar para no dejar la puerta abierta al despido objetivo. Efectivamente, este proceso significaba, antes de un desempleo seguro y el acceso a la posible prestación, el pasar meses yendo al centro de trabajo sin cobrar un duro. Tras este periplo, llegaba la declaración de insolvencia de la empresa, el concurso de acreedores y, por último, la visita a los juzgados de lo laboral para plantear una conciliación con un empresario que la aceptaba sabiendo que no iba a cumplir el acuerdo. Y de ahí a un juicio para acabar en el Fondo de Garantía Salarial, –FOGASA–, que en aquellos compases, debido al enorme número de casos y a la escasa cuantía de dinero destinado a este fondo, tardaba al menos un año y medio en pagar, una cantidad siempre menor de lo que el empresario había dejado en deuda. En 2011, el FOGASA destinó 1.396 millones de euros, en un incremento del 19,4 por 100 respecto al año anterior, lo que significaba que unos 235.000 trabajadores necesitaron ese año recurrir al Estado para percibir las nóminas de unas 104.000[4] empresas declaradas en concursos de acreedores. Entre todas aquellas personas, un librero que por aquel entonces tenía treinta y un años y que hoy escribe estas líneas. Hay determinadas cicatrices que siempre recuerdan las batallas personales que uno ha vivido, la de aquellos meses es imborrable.

El 20 de noviembre de 2011, el día de las elecciones generales, acabó en el balcón de la calle Génova en una fastuosa celebración para un no menos fastuoso resultado. El PP no solo había ganado los comicios, no solo lo había hecho por una mayoría absoluta de 186 diputados, la segunda más holgada de la democracia, sino que además había sido el primer partido en todas las provincias exceptuando las catalanas, Sevilla, Vizcaya y Guipúzcoa. Si a esto le sumamos su excelente resultado en las autonómicas y municipales de mayo, el Partido Popular acaudalaba la mayor concentración de poder conocida desde 1978.

El PSOE, por su parte, obtuvo su peor resultado hasta ese momento, perdiendo 59 diputados y quedándose tan solo en 110. Si el partido ganador obtuvo casi once millones de votos, el primer partido de la oposición apenas rebasó los siete, un 44,63 por 100 de porcentaje para los populares y un 28,76 por 100 para los socialistas, es decir, que entre ambos sumaban aún un 73,39 por 100 del voto. Contando que la participación fue alta, de algo más de un 70 por 100, podemos deducir que, pese al mal momento del PSOE, tras la gestión de la peor crisis mundial en ochenta años, todos los cantos al fin del bipartidismo provenientes del 15M no tuvieron absolutamente ningún efecto en la mayor parte de la sociedad. El 2011 pudo ser el año de las plazas, las asambleas y los eslóganes ingeniosos, pero sin duda fue el año de la derecha, por todas las regresivas medidas aprobadas en sede parlamentaria, y del PP, por sus inapelables éxitos electorales. La nostalgia se destierra con datos.

El único punto medianamente positivo para la izquierda fueron los 11 diputados de IU, con casi el 7 por 100 del electorado. La coalición progresista había resistido a la década de la gran borrachera y empezaba la nueva volviendo a ser el tercer partido del Parlamento y registrando un relativo buen resultado a pesar de que su proyecto y presencia habían chocado en ocasiones con algunas corrientes indignadas. El diputado más joven del hemiciclo, un malagueño de veintiseis años, se había dado a conocer en algunos programas de televisión unos meses antes como un economista de ATTAC cercano al 15M; su nombre era Alberto Garzón. Si hubo alguien a quien todos aquellos sucesos de mayo auparon a la primera línea de la política fue Garzón, que se pudo presentar encabezando la lista de Málaga de IU gracias a que el sector más aperturista en su provincia, alejado de la dirección andaluza, supo leer el momento y aprovechó la oportunidad de hacerse con una provincia donde Izquierda Unida llevaba sin rascar escaño las dos legislaturas anteriores. Los protagonistas de nuestro presente, que marcarían esa década, se empezaban a dar a conocer.

Unión Progreso y Democracia –UPyD–, el partido de Rosa Díez, que consiguió escaño en 2008, obtuvo cinco diputados y casi un millón y medio de votos. UPyD fue creado en 2007 por la propia Díez, exdirigente del Partido Socialista de Euskadi, y Mikel Buesa, presidente del Foro de Ermua y hermano de Fernando Buesa, asesinado por ETA en febrero de 2000. Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán y José Luis Fabo fueron también parte del núcleo que gestó este nuevo partido, que consiguió situarse en todos los niveles de la política española en apenas cinco años. Si algo anticipó UPyD fue ese particular extremo centro que era impulsado por un fuerte sentimiento antinacionalista, vasco en este caso, pero un notable nacionalismo español. También un supuesto progresismo que se mezclaba con propuestas económicas neoliberales y un espíritu regeneracionista que se mezclaba con un fuerte apego conservador a las instituciones. En su presentación pública madrileña apoyaron a la organización personajes públicos como Albert Boadella, Antonio Elorza, Agustín Ibarrola o Mario Vargas Llosa. A aquel acto en la Casa de Campo asistió también Arcadi Espada junto a otros dos miembros promotores de un pequeño partido catalán de similares características llamado Ciutadans. Un joven de veintinueve años llamado Albert Rivera también fue uno de los invitados. Aquellos comicios fueron el primer triunfo nacional de UPyD, también el último. En las siguientes elecciones ni siquiera fueron invitados a los debates electorales.

Convergencia i Unió, la derecha nacionalista catalana, obtuvo 16 diputados por algo más de un millón de votos. La izquierda abertzale de Amaiur consiguió siete escaños, uno más que el PNV, y Esquerra se quedó en tres. Fue también la última vez que la tradicional configuración de los partidos nacionalistas se presentó de esta forma: el soberanismo catalán iba a cambiar todo el ecosistema de la política periférica.

Lo cierto es que, aparte de todos estos nombres y números, la figura principal de aquella noche electoral del 20 de noviembre se llamaba Mariano Rajoy, uno de los políticos más sagaces que ha dado este país, un hombre discretamente efectivo que ejerció un liderazgo taimado sobre la derecha española por tres lustros. Aquel día Rajoy se enfrentaba a su tercer resultado en unas elecciones generales y, tras dos derrotas, consiguió el objetivo de alcanzar La Moncloa, además, con el mejor resultado que cualquier dirigente popular ha obtenido. Esto es una mera especulación, pero nos atrevemos a deducir que el hombre que le eligió como sucesor, seguramente pensando en alguien de perfil bajo, moldeable a su voluntad, no durmió bien del todo.

Mariano Rajoy, tras dos legislaturas siendo oposición, sabía no solo ejercerla sino también sufrirla. Y la foto del balcón de Génova, ese invento del acomplejado aznarato que pretendía emular al hotel Palace felipista, fue todo un ejercicio del equilibrio de poderes interno dentro del Partido Popular. Miguel Arias Cañete, Alberto Ruiz-Gallardón, Esteban González Pons, Ana Mato, Elvira Fernández –esposa del candidato–, el propio Rajoy, María Dolores de Cospedal, Soraya Sáenz de Santamaría, Pío García-Escudero, Esperanza Aguirre y Jorge Moragas. Ten cerca a tus amigos, pero ten más cerca a tus enemigos.

Del que se convertiría en el sexto presidente de la etapa democrática se pueden destacar varios datos biográficos, pero en especial llaman la atención un par de ellos para comprender su carácter. El primero es que, este licenciado en Derecho por la Universidad de Santiago de Compostela, preparó su oposición en el último año de su carrera y sacó su plaza de registrador de la propiedad en 1979, con veinticuatro años, convirtiéndose en la persona más joven en ingresar en esta institución pública. Aunque esta es una apreciación totalmente subjetiva, es difícil pensar en una ocupación más conservadora y «dickensiana» que el empleo por el que optó Rajoy, además, a una edad tan temprana y en un momento tan convulso y a la vez fascinante. Si existe una idea antitética al Rock & Roll, probablemente el líder derechista consiguió darle forma con su exitosa oposición. Por otro lado, en 1980, Rajoy fue llamado a filas, siendo destinado a la Capitanía General de Valencia, donde su función fue limpiar las escaleras del edificio que albergaba al mando militar, en concreto un antiguo convento barroco. No se nos puede ocurrir una ocupación –pasar la mopa, saludo, pasar la mopa– que requiera unas dosis de paciencia mayores, es decir, la capacidad de imperturbabilidad de alguien capaz de aguantar una tempestad mientras piensa en el paso siguiente sin que nadie se dé cuenta.

 

Aunque todo aquello, lo de registrador y lo de la mopa, duró poco, ya que Rajoy fue elegido diputado al Parlamento gallego en las primeras elecciones celebradas en esa autonomía en 1981. Además, tuvo una breve experiencia como columnista en El Faro de Vigo, entre 1983 y 1984, donde nos dejó perlas como esta:

Ya en épocas remotas –existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo– se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente –era un hecho objetivo que los hijos de buena estirpe superaban a los demás– han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas «Leyes», nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no solo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación[5].

Mariano Rajoy fue elegido parlamentario nacional en 1986, aunque renunció para ocupar la vicepresidencia de la Xunta de Galicia. Volvió al Congreso en 1989 y de ahí pasó a ser ministro de Administraciones Públicas y de Educación, Cultura y Deportes, en el primer mandato de Aznar, para pasar en la segunda legislatura popular a ocupar las carteras de Interior y de portavoz del Gobierno. De esta época quedarán los hilillos de plastilina, aquella desafortunada metáfora que fue el colofón comunicativo a la gestión del accidente del Prestige, y la portada de El Mundo el día de la jornada de reflexión del 13 de marzo de 2004 donde aseguraba tener «la convicción moral de que fue ETA»[6] en relación a los atentados yihadistas del 11M. Al finalizar aquella jornada electoral, donde se presuponía su victoria, le espetó a Aznar «¡Tú y tu maldita guerra!»[7].

Mariano Rajoy Brey es, probablemente, el personaje con más importancia dentro de estas páginas, a la par con ese sujeto colectivo que podemos llamar manifestantes. La razón es sencilla; ocupó la presidencia del Gobierno en la época en que las certezas de las anteriores décadas comenzaron a desmoronarse. Un breve apunte que sirve para entender tanto su figura como su acción de Gobierno: a pesar de ser el encargado de aplicar unos recortes neoliberales salvajes, a pesar de su papel en el libreto de la corrupción, a pesar de la represión violenta de las protestas, Rajoy nunca concitó ni la mitad de animadversión de la que despertaba Aznar. Algo que explica ese estar y no estar, ese liderazgo blando, ese aire de ausencia en alguien que estuvo permanentemente presente. Un presidente hace política de muchas maneras, desde el arrogante treatment de Lyndon B. Johnson hasta el populismo actoral de Ronald Reagan, desde el magnetismo de Fidel Castro hasta la bonhomía de Olof Palme. Mariano Rajoy dejó su propia huella, una que podemos bautizar como ensimismamiento vigilante.

El año 2011 acabó con la cumbre de salvación del euro, el último acto internacional del presidente en funciones Zapatero, donde se decidieron las condiciones del segundo rescate a Grecia, la ampliación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera hasta el billón de euros para respaldar a España e Italia y el plan de recapitalización de la banca europea, es decir, la forma de parar el ataque especulativo coordinado por parte de los fondos buitre y agencias de calificación de Estados Unidos contra la moneda europea y de paso poder salvar, con eso que inteligentemente se denominaba rescate, a los bancos alemanes y franceses, que contaban con gran cantidad de bonos de la periferia de la UE, ya saben, esos países a los que la prensa financiera de la City londinense denominaba PIIGS. La reunión no estuvo exenta de tensiones, ya que el Reino Unido, una vez más, destacó por ejercer de cuña interna entre los países de la UE con moneda común y los que habían decidido quedarse fuera y el tira y afloja entre la Alemania de Merkel y la Francia de Sarkozy por el choque entre las instituciones de control financiero de la Unión y la soberanía de los Estados miembros. La reacción de las empresas de rating a los dos días de finalizar la cumbre, el 12 de diciembre, fue la siguiente:

Precisamente por eso, en este primer día de la semana una de las noticias más comentadas en los parqués ha sido el informe de Moody’s acerca de la Eurozona. La agencia de calificación se muestra completamente decepcionada con los resultados de la cumbre y alerta de que, de seguir las cosas así, tendrá que bajar la nota de los países triple A de la UE (algo similar a lo que apuntó S&P el pasado miércoles). Y Fitch no ha tardado en poner sobre la mesa un comunicado similar, en el que se afirma que no se ofrece «una solución integral a la actual crisis»[8].

En el ámbito nacional, en el último Consejo de Ministros del Ejecutivo Zapatero, el 25 de noviembre de 2011, ya en funciones, se llevó a cabo una medida como poco polémica al indultarse a Alfredo Sáenz, el vicepresidente del Banco Santander. En marzo de 2011, el Supremo condenó a tres meses de arresto y una inhabilitación temporal al banquero, ya que en 1994 había participado en una operación para chantajear a unos empresarios que tenían una deuda con Banesto, entidad de la que entonces era presidente. En 2013, en Supremo dictaminó que el Gobierno podía indultar la pena de cárcel, pero no borrar los antecedentes penales que inhabilitaban a Sáenz para seguir como vicepresidente de la gran entidad bancaria. Dio igual, el Gobierno del Partido Popular cambió la ley, prácticamente ad hoc para permitirle seguir ejerciendo. En abril de 2013, Sáenz decidió retirarse con setenta y un años cobrando una pensión de 88 millones de euros. Las deudas de ambos partidos con el Banco Santander, refinanciadas continuamente, nunca han salido por completo a la luz pública.

2012 era, al parecer, la fecha que el calendario maya establecía para el fin del mundo. Viendo la aparición del trap un tiempo después, la antigua civilización precolombina falló por poco. Quizá lo que anticiparon los mayas era la situación española para aquel año. Si tuviéramos que calificar el 2012, podríamos decir que fue lo más parecido a montarnos en una montaña rusa desvencijada acompañados de un mono armado con dos pistolas mientras que un huracán azota el parque de atracciones. Un auténtico espacio de sobresaltos en el que el país se enfrentó a los recortes más salvajes, pero en el que también recuperó su espíritu más levantisco, un hilo rojo que parecía haberse perdido en los vericuetos de aquella mentira llamada fin de la historia. Curiosamente, es también uno de los años que menos se recuerdan porque quizá el resultado de las antítesis que se plantearon es de difícil respuesta y descolocó a todos los que habían marcado justo los meses precedentes, desde la institucionalidad que luchaba para mantenerse a flote hasta esa nueva insurgencia que se decía «ni de izquierdas, ni de derechas».

Cristóbal Montoro, el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas del nuevo Gobierno Rajoy, entregó el 3 de abril los que calificó como los presupuestos más austeros de nuestra democracia, lo que significó un recorte directo de 27.300 millones de euros. Sirva para comprender la ingente cantidad de dinero que supone esta magnitud, que en 2019 los ministerios con mayor presupuesto, Interior, Defensa y Fomento, contaban cada uno con una cantidad de entre siete mil y nueve mil millones de euros, o que se calculó en dos puntos y medio del PIB de aquel entonces. El Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación redujo su gasto el 54,4 por 100, el de Industria, Energía y Turismo en el 31,9 por 100, mientras que el de Hacienda y Administraciones Públicas vio sus cuentas recortadas en el 22,9 por 100. El Ministerio de Educación, Cultura y Deporte contó con un 21,2 por 100 menos de recursos y el Ministerio de Fomento el 34,6 por 100[9].

De hecho, el carácter brutal de las medidas llevó al ministro Montoro a asegurar en el debate parlamentario, el 24 de abril, que el Gobierno socialista anticipó las elecciones para no hacer estos presupuestos: «Estos presupuestos que traemos a esta cámara son austeros y, si quieren, difíciles, pero los traemos para que vuelva la confianza en España […] una crisis excepcional exige respuestas de crisis, que pretenden ser un instrumento eficaz»[10]. La excepcionalidad a la que se refería el ministro aludía a cifras tan mareantes como la bajada de los gastos de dependencia en un 5,6 por 100, en investigación un 3,5 por 100, las becas en un 11,6 por 100 y el SEPE en un 15,6 por 100. Radio Televisión Española perdió un 37,4 por 100 de su presupuesto y la cooperación internacional un 74,2 por 100. Todo esto, que alguna prensa bautizó con el consabido «apretarse el cinturón», podía haber sido también nombrado como «ajustar la soga al cuello».

En el capítulo de la recaudación presupuestaria despertó estupor la amnistía fiscal estipulada por el ministro, es decir, que se miraría para otro lado con los defraudadores para que pudieran ajustar sus cuentas y de esta forma, teóricamente, aflorara dinero negro o volviera al país desde los paraísos fiscales. La medida, que no era inédita, ya que los Gobiernos socialistas la aplicaron en 1984 y 1991, gravaría con un 10 por 100 el dinero que saliera a flote, calculado en torno a unos 40.000 millones de euros. Luego supimos que los arrepentidos, entre ellos más de setecientos cargos públicos, apenas llegaron a pagar un 3 por 100 de impuestos, ya que, aunque podían llevar décadas estafando al fisco, solo se les pidió que tributaran por lo despistado desde 2008. Tampoco se comprobó, aunque así se dijo, la procedencia delincuencial de los fondos, ni se obligó a repatriar el dinero físicamente, por lo que de facto se legalizaron muchas cuentas que siguieron en el extranjero. Aunque para saber todo esto tuvieron que pasar cuatro años, cuando una filtración a El Diario, La Marea y Diagonal destapó el escándalo, en el que se vieron implicados los hijos de Jordi Pujol o ese señor que ocupa tanto espacio en este libro llamado Rodrigo Rato[11].