Teología con alma latina

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Capítulo 2

La producción teológica de la primera generación de evangélicos latinoamericanos, 1916–1946

El pastor metodista bonaerense Daniel Enrique Hall admitía que, aunque los evangélicos veían algunos puntos de acuerdo con la doctrina de la iglesia católica, era también claro que “la Iglesia Romana en Latinoamérica se ha apartado del cristianismo verdadero tanto en fe como en práctica, habiendo inventado e impuesto sobre sus feligreses ritos tradicionales y supersticiosos, así como doctrinas completamente extrañas a la mente y al espíritu de Cristo”. Ya que muchos latinoamericanos se percataban del engaño religioso oficial, estaban optando por rechazar toda forma de religión incluyendo el mensaje protestante. Hall evaluó la contribución evangélica en Latinoamérica en las áreas de educación, difusión de literatura cristiana especialmente de la Biblia, reducción del alcoholismo, trabajo social entre los obreros, mejoramiento de salud pública, y otras actividades. Todo eso iba también acompañado de un trabajo espiritual importante: “que Cristo sea conocido, ganar discípulos para él en todas las áreas de la vida, organizar a esos creyentes en grupos de adoración colectiva y servicio unido, y extender la fe cristiana y sus estándares éticos a la vida comunitaria”.80 Estas palabras de Hall mostraban una integración entre lo social y lo espiritual en la misión de la iglesia al comienzo del siglo.

Para el final de la tercera década, la iglesia evangélica experimentaba necesidades importantes en varios frentes. El metodista argentino Gabino Rodríguez mencionó el nominalismo de creyentes que habían sido católicos, pero al convertirse no cambiaron su forma de vida, haciendo de ellos testigos ineficaces que solamente siguen reglas, pero sin demostrar el nuevo nacimiento en su diario vivir. Además, Rodríguez identificó la dificultad de involucrar a las nuevas generaciones, los hijos de los creyentes. Él atribuyó esto a que:

Mucha de nuestra predicación y enseñanza han sido dogmáticas en carácter, controversiales, y no de alta calidad intelectual. Hemos fallado, me parece, en dos aspectos importantes. Primero, hemos fallado en hacer de nuestra predicación y enseñanza desafiante para la gente joven. Y ya que el evangelio no ha sido presentado de una forma y manera diseñada para desafiar a los jóvenes, muchos de ellos se han vuelto indiferentes a él o lo han aceptado como algo impuesto sobre ellos, en lugar de como un don de vida que desean para ellos mismos. Segundo, hemos fallado en mantener a la gente joven ya sea porque no les dimos o no pudimos darles un medio ambiente social apropiado para que expresaran su naturaleza social. Sin encontrar una vida social atractiva y satisfactoria en la iglesia, han salido de la iglesia en su búsqueda de actividades sociales y entretenimiento.81

Rodríguez añadió, como otra necesidad de la iglesia evangélica, el buscar pronto el autogobierno, la autodifusión y el autosostenimiento. Entendió que esta búsqueda tenía que ver con dos áreas importantes: el liderazgo y el financiamiento. En cuanto al último aspecto, Rodríguez se preguntó: “¿Es justo que sigamos dependiendo de nuestros amigos cristianos protestantes de Norteamérica y Europa, quienes nos han ayudado con su dinero y con algunos de sus mejores hijos e hijas? ¿No deberíamos, aunque seamos algo jóvenes, comenzar a caminar solos? ¿O vamos a continuar por años viviendo como indigentes, agarrados fuertemente de nuestras muletas extranjeras más de lo que necesitamos para nuestro propio bienestar?”.82

Para solucionar la necesidad de un liderazgo latinoamericano, Rodríguez propuso la apertura de instituciones de educación teológica de alto nivel, con requisitos elevados de ingreso y una calidad mejor de estudiantes. “Esto implica mejores escuelas teológicas, con mejores bibliotecas y mejores catedráticos”. Sin un liderazgo bien preparado no iba a ser posible la independencia de la iglesia latinoamericana de la supervisión misionera extranjera. Junto con esto estaba la falta de libros teológicos y de literatura cristiana en general de buena calidad. “Necesitamos literatura que inspire, guie, nutra la mente, fortalezca el corazón y mueva la voluntad de las nuevas generaciones”.83 Esto adquiría mayor urgencia, ya que los “fanáticos protestantes” estaban ofendiendo las sensibilidades de los latinoamericanos y dejando una impresión equivocada de la fe evangélica.

Para contrarrestar la idea que los intelectuales latinoamericanos tenían de que la fe cristiana estaba en contra de la ciencia y el progreso científico, Rodríguez apuntó a la necesidad de “hombres fuertes entre los nuestros que liberen a la gente de esos conceptos falsos, tanto con su voz como con sus escritos”. Éstos debían ser latinoamericanos excepcionalmente capacitados “en los últimos métodos y descubrimientos científicos, con un conocimiento de nuestro temperamento latino y nuestro punto de vista, nuestra historia y literatura”.84 Frente a la rápida industrialización en América Latina y los desafíos que ella traía, como la urbanización y el conflicto entre el trabajo y el capital, Rodríguez decía:

Ante semejante desastre que se avecina, ¿se mantendrá la iglesia protestante, independientemente de la actitud de la iglesia católica romana, temerosa de predicar un evangelio social? Por mucho tiempo ella ha dudado, por mucho tiempo los misioneros y los evangelistas locales se han preocupado casi exclusivamente con preparar hombres y mujeres para la vida más allá de la tumba. Ellos han predicado un evangelio individual y han dejado los problemas sociales mayormente al cuidado de los políticos y millonarios. Hoy los socialistas les dicen a los creyentes protestantes “háganse a un lado, dennos espacio, y les vamos a mostrar cómo crear un nuevo orden social”. ¿Les abriremos el camino? Estamos poniendo en peligro nuestra causa diaria insistiendo en ser meramente ‘del otro mundo’. Cristo vino a dar vida abundante a América Latina ahora. Ha llegado el tiempo en que predicar el evangelio en estos países es enfatizar su mensaje social y desafiar a los creyentes con sus implicaciones y demandas sociales.85

Además, la predicación que Rodríguez proponía debía mostrar que “la religión cristiana no es dogma, sino vida; no es una marca especial de teología mejor que las otras, sino un espíritu de vida”. Ante una religiosidad popular de ritos y formalidades, el mensaje evangélico debía mostrar que “el cristianismo es un poder que da vida al espíritu y que fortalece el alma; que inspira, motiva y transforma”. Los creyentes tenían la responsabilidad de mostrar que “el cristianismo evangélico es más que la aceptación intelectual de una serie de creencias ortodoxas, sino que es ‘vida muy abundante’”.86 Gabino Rodríguez y su colega Daniel Enrique Hall nos dejan ver que, para finales de la tercera década del siglo XX, la iglesia evangélica estaba estableciéndose y creciendo sostenidamente. Sus observaciones mostraban un interés genuino por la nacionalización tanto de las iglesias como de su liderazgo. El mensaje evangélico tenía cabida y relevancia para las situaciones sociales y espirituales en la región.

Unos pocos años después, John A. Mackay analizó el avance evangélico en términos similares. Mackay consideraba al cristianismo evangélico “el más grande movimiento en la historia de América Latina desde el comienzo de su independencia política”.87 La contribución de ese movimiento se podía ver en cuatro áreas de la vida social: hacer disponible la Biblia en un contexto donde su lectura estaba prohibida, la presencia de nuevas comunidades cristianas, apertura de escuelas y otras opciones educativas y, finalmente, iniciativas de servicio comunitario. La Biblia, de acuerdo con Mackay, “fue la pionera del movimiento evangélico en América Latina… llevando a cabo su obra transformadora y entregando su mensaje redentor”.88 También, “después de ochenta años de esfuerzo misionero una comunidad evangélica autóctona en Latinoamérica es una realidad” que “ejerce una influencia más allá de la proporción de sus números, y constituye una fuerza religiosa, ética y cultural de importancia mayor”.89

Entre otros resultados positivos del avance evangélico, Mackay mencionó el surgimiento de ilustres evangélicos, como los siguientes: los mexicanos Moisés Sáenz, diplomático en Ecuador, y Aarón Sáenz, alcalde del Distrito Federal y “un posible presidente de la república”. También, Andrés Ozuna, ex ministro de Educación bajo el presidente Carranza, exgobernador de Tamaulipas y director general de Educación en Nuevo León. Asimismo, Gonzalo Báez Camargo, “uno de los escritores editoriales [sic] más destacados de México” y que “posee una combinación de cualidades que rara vez uno ve en sus merodeos por muchas partes”. De Brasil, Mackay mencionó a Erasmo Braga, que ya había fallecido para entonces, quien fue reconocido por las autoridades de su ciudad al ponerle su nombre a una calle y celebrando su legado como “educador, escritor de libros de texto, campeón de toda causa buena en el país, padre de movimientos de cooperación en el protestantismo brasileño, secretario del Comité de Cooperación para América Latina y figura internacional en los concejos de la iglesia cristiana”. También mencionó Mackay al pastor presbiteriano Álvaro Reis, quien sirvió en Río de Janeiro por más de cuarenta años y a quien la ciudad inmortalizó poniéndole su nombre a una plaza pública. Igualmente, al doctor argentino George Howard, quien por más de dos décadas se dedicó al evangelismo de masas “sin ninguna de las estratagemas asociadas a las reuniones eclesiásticas” y era “un ejemplo de evangelista pionero, con el tipo de mensaje y la forma de predicarlo en esta hora presente en Sur América”. Asimismo, a Julio Navarro Monzó, también argentino y conferencista con la Asociación Cristiana de Jóvenes, quien “en teatros, auditorios públicos y universitarios ha confrontado a las masas sin iglesia con la realidad de la religión, especialmente la del Salvador y Señor de los cristianos”.90 Parece que la estrategia del CCLA para alcanzar las clases educadas estaba dando frutos concretos.

 

Mackay observó que en los círculos evangélicos latinoamericanos la reacción contra el concepto popular del “pobre Cristo” los había llevado a “quitarle a la cruz y al Crucificado de la centralidad que les pertenece en el Nuevo Testamento”. Esto llevaba a una presentación superficial de la cruz. En el mismo sentido, el español Juan Orts González levantó una pregunta cristológica importante sobre el tema: ¿Cuál debe ser nuestro Cristo, el de Velásquez91 o el de los norteamericanos? ¿Es el Cristo de los norteamericanos deficiente o completo? ¿Es el Cristo de los españoles el ideal para la humanidad o necesita ser completado? “Cuando uno escucha a los conferencistas norteamericanos o lee libros devocionales escritos en América del Norte, uno observa que la nota predominante en estos escritores y predicadores es la de un Cristo vivo, triunfante y omnipotente, el Cristo que es toda acción, servicio, poder y estímulo”.92 Mackay comentó que Orts González tenía razón al indicar que el protestantismo anglosajón enfatizaba al Cristo resucitado, “quien es toda luz y todo poder”. Esto se notaba, principalmente, al observar que en el simbolismo cristiano de los nuevos templos no estaban representadas “las tremendas realidades del sufrimiento y el sacrificio en la historia de la vida del Cristo”. Por otro lado, el catolicismo español enfatizaba casi exclusivamente al Cristo crucificado, aunque, según Mackay, ese catolicismo “ha sido gloriosa y consistentemente consciente de que algo de importancia cósmica ocurrió cuando Jesús murió en Gólgota”. Consecuentemente, “el catolicismo español y latinoamericano ha perdido poder ético; el protestantismo norteamericano ha perdido profundidad religiosa”. Por lo tanto, concluye Mackay, el Cristo que necesitaban España y Latinoamérica, así como Norteamérica, era el “Crucificado resucitado”.93

Mackay también elaboró una propuesta eclesiológica para América Latina. Para él, el futuro del cristianismo estaba ligado a las comunidades cristianas: “con esto quiero decir que el futuro está con aquellos que toman un compromiso absoluto e irrevocable a la revelación de Dios en Jesucristo, y que, unidos en una comunión de amor, de acuerdo a la mente de Cristo, deciden como su meta suprema hacer que esa comunión coexista con la sociedad humana”.94 Mackay proponía que la presencia de comunidades cristianas, aunque fueran pequeñas, iba a tener una influencia importante en toda la sociedad. Aclaró que “los nuevos cristianos en América Latina deberían inmediatamente asumir todas las responsabilidades hacia la sociedad que son inescapables de la obligación de las iglesias maduras y más consolidadas cuyos miembros están en una posición de ejercer una influencia dominante en los asuntos cívicos y nacionales”. Aquí hizo una propuesta que tal vez pareció exagerada: “las nuevas iglesias tienen mucho que aprender de la organización y el trabajo de la ‘células’ comunistas”.95 Mackay se preguntó: “¿Cuál es nuestro ideal para las nuevas iglesias cristianas en América Latina?”, y su respuesta fue la siguiente:

Uno de sus intereses principales debe ser la expansión y consolidación de su comunidad, pero no haciendo de esa comunidad una meta en sí misma; tampoco que exista solo para los servicios; ni que su círculo de actividades sea una rutina interminable. La iglesia debe ser “edificada” en el sentido paulino “para la obra de ministerio”, para la tarea de servir a los hombres y mujeres en el espíritu de Cristo. Los líderes eclesiásticos deben proveer una oportunidad para la expresión de cada talento que podría usarse al servicio de la verdad y la bondad. También, ellos deben preocuparse de que las necesidades humanas de la comunidad donde la iglesia esté sean atendidas por su membrecía. Nada es tan patético que encontrar de vez en cuando que un miembro de una iglesia evangélica en un país latinoamericano quiere involucrarse en una tarea filantrópica en la que la iglesia no está interesada ya que está preocupada exclusivamente consigo misma.96

Aquí Mackay repitió la agenda que los congresos del CCLA demarcaron para las iglesias evangélicas: crecimiento y servicio social. También señaló el peligro de encerrarse y no ver la realidad fuera de sus cuatro paredes. Describió a las comunidades evangélicas como elementos de cambio espiritual y social, individual y comunitario.

La Nueva Democracia

Los congresos organizados por el Comité de Cooperación para América Latina (CCLA) sirvieron como detonante para varias iniciativas literarias y periodísticas en este periodo. El pensamiento teológico latinoamericano encontró en esas publicaciones el mejor canal de distribución. Samuel Guy Inman, profesor de relaciones interamericanas en la Universidad de Columbia, secretario del CCLA y participante activo en los congresos, comenzó a publicar en Nueva York la revista La Nueva Democracia (LND) en enero de 1920, que apareció mensualmente por veintitrés años y luego trimestralmente hasta su último número en 1963. Su editor principal era el intelectual español Juan Orts González. En 1939, Alberto Rembao asumió la dirección de la revista hasta su cierre.

¿Nuestro Objetivo principal? Hacer de nuestra Revista una tribuna pública en la que los ideales, en parte latentes, del Continente americano, vengan a exteriorizarse y a cristalizarse en formas públicas; y todo ello encaminado, no a subordinar la civilización Latino-Americana a la civilización Anglo-Sajona, o vice-versa; sino todo lo contrario, para tratar de demostrar en qué puntos pueden ambas civilizaciones completarse y perfeccionarse, por compenetración e influencias mutuas. Después que ambas civilizaciones se convenzan de este hecho, procurar que ambas puedan ofrecer su ayuda espiritual, social, artística y económica a la Europa quebrantada y en peligro inminente de completa ruina. No hay duda que vivimos en días sumamente críticos; que la Humanidad atraviesa en estos momentos las crisis más tremendas de su historia; que depende de América, en gran parte, dar solución a estos problemas terribles que, si no se remedian prontamente, amenazan derrumbar la civilización presente, con la misma facilidad con que los bárbaros derrumbaron el Imperio Romano.97

Inicialmente pareciera que LND era una revista más interesada en los asuntos políticos y económicos, pero los redactores aclararon que “nuestra primera sección será eminentemente religiosa”. Claro que no era la religión de “dogmas rígidos, una serie de ritos mecánicos, de ceremonias aparatosas; un conjunto de templos, basílicas y catedrales; un organismo concretado en forma de ministros, pastores, obispos y papas”. En cambio:

La religión de que vamos a hablar es la pura y sencilla religión del Mártir del Gólgota, de Cristo Jesús. Esta religión que entrevista por los grandes videntes de revoluciones pasadas, fue como su inspiración; esta religión que, en su pureza primitiva, arrebató a poetas tan ilustres y escritores tan notables y opuestos, en sus miras políticas, como Víctor Hugo, Chateaubriand, Castelar y Tolstoi, Rivero y Nocedal, etc.; esta religión que, cuando se interpreta leal y sinceramente, puede dar solución a todos los problemas presentes; en una palabra: vamos a hablar del Cristianismo en su aspecto sociológico. Estamos seguros de que todos los lectores que lean constante e imparcialmente los hechos y las razones que pensamos alegar, se convencerán de que si los problemas presentes tienen solución, la tienen solamente, a base del Cristianismo bien entendido; que sin el altísimo concepto que el Cristianismo tiene acerca del derecho y del deber; acerca de la autoridad y la obediencia; acerca de la justicia social y distributiva; acerca de la personalidad humana y del hogar doméstico, de la libertad individual y del trabajo personal, por no citar otros problemas, la sociedad no puede evolucionar; le faltaría base o le sobraría tiranía, y vendría el caos, un caos incomparablemente peor que la irrupción de los bárbaros sobre el Imperio Romano.98

En la portada del primer número de LND aparecen, además del editorial, artículos en cuatro categorías principales: Sociología y Moral, Ciencia e Inventos, Arte y Educación, y Crónica Mundial. Estas temáticas se mantuvieron hasta el cierre. A partir de diciembre de 1921 comenzaron también a publicar recensiones de libros. La mayoría de los artículos fueron escritos por hispanoamericanos. Inman logró que personas ilustres escribieran artículos de análisis social y político. Por ejemplo, el expresidente uruguayo Baltasar Brum, el ex ministro de Educación mexicano José Vasconcelos y la poeta chilena Gabriel Mistral, premio Nobel de literatura en 1945. Periodistas, escritores, educadores y mujeres de letras tuvieron en LND una plataforma amplia que quería alcanzar principalmente a las clases educadas del continente. Alberto Rembao comenzó su colaboración con LND en 1929, y para 1962 había escrito “alrededor de cincuenta ensayos largos” en temas variados como “teología, filosofía, religión, moral, ciencia, política, modernidad y cultura”, sin tomar en cuenta sus “reseñas de libros, editoriales y apostillas”.99

Se observa que, tanto el contenido como el grupo de colaboradores de LND se mantenían dentro del marco que el CCLA había definido en los congresos de obra evangélica. No había problema al hablar, desde un punto de vista cristiano, de los acontecimientos mundiales como la guerra en Europa y realidades sociales de Latinoamérica. Pero eso no inhibió su interés apologético y evangelístico. Por ejemplo, en el segundo número apareció un artículo titulado “¿Por qué rechazan muchos la religión?”, donde se concluye:

No cabe duda que el noventa y nueve por ciento, por no decir el ciento por ciento, se reconciliarían con la religión, y a hablar aquí de religión nos referimos al Cristianismo, si lo conocieran en toda su magnificencia, esplendor, sencillez y verdad… He aquí el problema magno de las iglesias hoy: presentar a la Humanidad el verdadero Cristianismo. Jamás se ofreció oportunidad más propicia para que el mensaje cristiano pudiera ser ofrecido de modo satisfactorio a los pueblos todos y todas las clases sociales. Jamás la Humanidad en conjunto ha sentido mayores perplejidades, mayores ansias y más vivos deseos de investigar si el Cristianismo puede salvarla de los terribles conflictos presentes… Pero el cristianismo que pueda salvar a la Humanidad no será un cristianismo meramente litúrgico o enteramente eclesiástico; se necesita un Cristianismo armónico y tolerante como el de Cristo; un Cristianismo fecundo y vital como el de los Apóstoles; un Cristianismo transformador que aplique, sin cortapisas de ningún género y sin ningún miramiento humano, los principios cristianos a todos los problemas actuales, ya sean privados, ya públicos, ya pertenezcan al capital o al trabajo, ya se refieran a gobernantes o gobernados, ya entrañen problemas domésticos o relaciones internacionales; un Cristianismo que no tema decir la verdad, y toda la verdad, al capital y al trabajo, a los reyes y a los vasallos, a los eclesiásticos y a los laicos. ¡Ay de las iglesias, si en los momentos actuales son infieles a su augusta misión, ya por miras egoístas, ya por parcialidades peligrosas y dejan de ofrecer el mensaje y todo el mensaje cristiano, a la presente sociedad! ¡Dios no lo permita! Las iglesias cristianas serán arrastradas por el torbellino revolucionario presente y perecerán juntamente en un cataclismo mundial, en que no quedará subsistente nada más que la confusión, la anarquía y el caos.100

 

En el siguiente número, LND fue más explícita en su agenda eclesiástica propuesta. Los redactores proponían que:

La Humanidad espera en estos días de zozobras y angustia que las iglesias cristianas no se queden en paliativos, ni ofrezcan ficciones ni sombras, no se contenten con mensajes mezquinos y parciales; sino que presenten todo el programa de Cristo, y lo presenten en toda su plenitud consoladora para los que sufren y para los necesitados, y en toda su majestad aterradora para los que abusan del poder, de la riqueza y de su influencia política. Sólo un Cristianismo así podrá subsistir frente al Bolcheviquismo amenazante e invasor, sólo un Cristianismo así podrá servir de bandera fraternizadora entre el Capital y el Trabajo; sólo un Cristianismo así podrá servir de Arco Iris en la presente borrasca y tormenta, y podrá guiar a la Humanidad a la única fuente de verdad, de justicia y de amor transformadores y salvadores: a Cristo Jesús.101

Se ve claro que Inman y su equipo no tenían ningún problema al mezclar su versión de iglesia con agenda política. Pero su llamado a la iglesia a involucrarse tenía mérito, especialmente porque en esos años los evangélicos eran una minoría en América Latina. Pero eso, para ellos, no debía ser una excusa. Erasmo Braga unos años antes había llamado a la comunidad evangélica en Latinoamérica “la mayor organización social de la América Latina, después de la Iglesia Romana”.102 Tal vez los evangélicos no eran totalmente conscientes de su poder numérico, pero por eso precisamente era importante que las iglesias evangélicas hicieran presencia en la arena pública. Por ejemplo, el artículo de LND menciona la esclavitud tolerada y a veces promovida por cristianos, el silencio cómplice de las iglesias en la administración de justicia a favor de los poderosos y de la justa distribución de la riqueza, la falta de intervención de las iglesias para prevenir la guerra, y la disminución del celo evangelístico mientras las iglesias “viven satisfechas con levantar nuevos templos, con tener mejores órganos, con ofrecer mejores comodidades para sus contados miembros”.103

Pero uno se pregunta si la posición de LND de que las iglesias participaran en la vida política de sus países era realista. Por ejemplo, un historiador evaluó la situación de una manera muy diferente.

La comunidad protestante de América del Sur y Centroamérica en ese tiempo (ca. 1918–1930) sufría de un complejo agudo de inferioridad. La mayoría de las iglesias eran capillas pequeñas o pasillos alquilados en calles escondidas. Las congregaciones sentían que eran una minoría oprimida y perseguida. Su actividad evangelística se limitaba principalmente a un testimonio personal modesto y algo tímido y a una predicación sin pretensiones en sus capillas. El liderazgo nacional, excepto en las ciudades más grandes, era mediocre y sin buena preparación.104

Podemos contrastar esta evaluación con la de Alberto Rembao en 1948:

Hoy, las veinte naciones latinoamericanas se podrían clasificar como protestantes, en el sentido de que en cada una de ellas la comunidad evangélica es tan numerosa como para que se le considere una minoría y suficientemente fuerte como para obligar al público en general a que se detenga y la observe. De todas formas, esa comunidad, en cualquier parte, no es la congregación debilucha de rechazados que se reúnen alrededor de las faldas filantrópicas de los misioneros extranjeros, sino en cambio, el fermento más poderoso con suficiente energía de radiación para transformar positivamente la atmósfera social y el clima espiritual de todo el continente.105

¿Es posible que estos dos puntos de vista tan distantes sean evidencia de una brecha entre el protestantismo del CCLA y las iglesias que las misiones de fe comenzaron? ¿O tal vez, una brecha entre dos visiones teológicas? Dicho de otra manera, ¿el optimismo de LND reflejaba lo que realmente estaba aconteciendo en la comunidad evangélica o era más bien lo que se quería que fuera? Históricamente van a tener que pasar algunos años antes de que el ideal propuesto por LND llegara a cumplirse. Pero esto no le quita el mérito que LND se merece por estar en la vanguardia de los esfuerzos protestantes para leudar la sociedad latinoamericana con el evangelio.

Luminar

Otra revista que surgió en esos años fue por iniciativa de Gonzalo Báez Camargo. Luminar, una revista “revolucionaria” e “independiente” que apareció en diciembre de 1936 cuando el mundo vivía horrorizado la antesala de la Segunda Guerra Mundial. Báez Camargo invitó también a escritores ilustres como colaboradores: el estadista colombiano Guillermo de la Torre; William N. Montaño, autor boliviano; Ángel M. Mergal, de Puerto Rico; el director del Instituto de Filosofía y Letras de México, Antonio Caso; el argentino Augusto J. Durelli, entre otros. Al igual que LND, las mujeres tuvieron en Luminar su espacio literario. Luminar tenía el propósito de “proyectar LUZ sobre los problemas y perplejidades que agitan la conciencia de nuestra época y a señalar, dentro del criterio de sus convicciones, una orientación dinámica frente a las encrucijadas que la vida individual y colectiva plantea”. Para que no quede duda de su identidad cristiana en la presentación se señala lo siguiente:

Pero esa luz, esa orientación, ese dinamismo tienen que derivarse necesariamente de una fuente suprema de energía. Esa fuente suprema de energía, profesa LUMINAR, se encuentra en Cristo. LUMINAR será, pues, una revista cristiana, y por este hecho no tiene que ofrecer ni excusas ni apologías… Creemos que ha llegado, una vez más, el tiempo de volver a interrogar a Jesús, de resucitarlo de la tumba en que han querido guardarlo bajo siete sellos muchos de sus enemigos y no pocos de los que se llaman sus amigos, de volver a examinar detenidamente y sin prejuicios su mensaje, por si acaso en él se encuentren, nuevamente las orientaciones y los principios dinámicos que han de convertir en este mundo que se desmorona en un mundo nuevo, joven y mejor. ¿No fue Él acaso quien prometió, no sólo un cielo nuevo, sino también una TIERRA NUEVA?

Pero en decir que LUMINAR es una Revista cristiana, no quiere decirse, de ninguna manera, una Revista dogmática o confesional. LUMINAR cree que la Verdad está en Cristo, pero no cree que esa verdad pueda quedar encerrada, empaquetada y envasada definitivamente en declaraciones dogmáticas o fórmulas y recetas totalmente acabadas. Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Pero ese Camino no está cercado por bardas eclesiásticas; esa Verdad no es el monopolio de los doctores y los escribas; esa Vida no está agotada en las formas tradicionales ni depositada dentro de las cortezas endurecidas, cauces resecos y cisternas impermeables. El Camino avanza, la Verdad está en marcha y la Vida eclosiona en perpetuo desenvolvimiento.106

Es interesante encontrar aquí la misma actitud frente a los dogmas que se expresó en los congresos del CCLA y en LND. ¿Es posible que esa actitud haya desanimado la producción teológica local dentro del área de influencia del CCLA? Báez Camargo habló, después del Congreso de La Habana 1929, de “latinizar” el protestantismo, de hacerlo una planta nativa. En el primer número de Luminar, presenta una propuesta al respecto. Cada época debe tener en cuenta “sus realidades y problemas concretos” y buscar en el mensaje de Cristo “sus propias fórmulas de aplicación y sus propias soluciones prácticas”. Si no fuera así, las enseñanzas de Jesús “carecerían, para nuestra época, de un valor actual y positivo”. Báez Camargo propone que:

Es preciso, por tanto, trazar las proyecciones que su mensaje tiene para los problemas concretos de nuestra época; fijar los puntos de aplicación inmediata de su doctrina; delinear las resultantes, en términos actuales, de las fuerzas que Él liberó y puso en operación en el seno de la historia. Ésta es una tarea que, para nuestra generación, está todavía por hacerse. Pero para ello es necesario prescindir de toda tiranía dogmática, ejercitar las facultades anímicas sin más limitaciones que las que imponga un genuino amor a la verdad y lanzarse a la empresa heroica de erigir sobre los principios eternos de Cristo una nueva construcción económica, social, y espiritual que venga a resolver los más agudos problemas de nuestra época y a constituir un sólido jalón en la marcha hacia un mundo ideal.107

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