El nuevo gobierno de los individuos

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3. Influencias horizontales

El prestigio asociado a las posiciones jerárquicas y a las formas de intimidación social que proyectaban son desbordadas y a veces incluso remplazadas por la cuestión de la visibilidad. El tema es más importante de lo que parece. Aun si no se aceptan todas las conclusiones que Hannah Arendt (1994) extrajo para el mundo moderno, su análisis tuvo el mérito de subrayar hasta qué punto uno de los grandes objetivos de la polis griega fue justamente dar a conocer las grandes acciones humanas. El cambio con lo que sucede en la esfera pública actual es sideral, no solo con respecto al mundo griego antiguo sino incluso con la sociedad de hace apenas unas décadas. En nuestro universo mediático, las celebridades, la gente visible (y las maneras de hacerse visible) se disocian con frecuencia de toda cuestión de prestigio estatutario o moral, y de toda impronta de autoridad. Aún más, hasta se expande el sentimiento que para volverse visible hay que contravenir, a veces abiertamente, lo que las viejas reglas morales o éticas prescribían. O sea, una forma de integridad, más o menos adusta, buenos modales, actitudes en las que incluso a través de componentes elitistas y clasistas se imponía la necesidad del recato y la prohibición, por cuenta del buen gusto, de hacerse publicidad a sí mismo. En un universo social en donde la gloria ha cedido el paso a la fama, y ésta a la mera celebridad-visibilidad pública, el imperativo es alcanzar la visibilidad incluso independientemente de todo valor moral o realización16.

La celebridad y la visibilidad pueden transformarse a veces en capital económico (Heinich, 2012), pero no transmiten por lo general ni prestigio estatutario ni autoridad alguna. A su manera, incluso por vías un tanto indirectas, la celebridad corroe a la autoridad jerárquica: se puede ser célebre (muy visible) y no poseer ningún prestigio. Por supuesto, la visibilidad a veces sigue vinculada a la autoridad (como la notoriedad de un científico, etc.), pero ello no es el caso más frecuente. Los mecanismos de la visibilidad se han autonomizado parcialmente de los del mérito. La inflexión es tal que lo esencial ya no es más el hecho de que, como lo dijo Andy Warhol, todo el mundo tenga cinco minutos de gloria en su vida, sino que los que tienen toda una vida de visibilidad puedan no tener gloria alguna17.

Esta disociación es particularmente visible a nivel de los influencers. Este fenómeno tiene consecuencias importantes, y en algunos casos devastadoras, en lo que concierne al ejercicio de la autoridad y las jerarquías. La razón es evidente: la impronta de los influencers va mucho más allá del mero triunfo de los juicios de tipo cuantitativo, la aparición, por ejemplo, de evaluaciones de obras de arte y de la industria cultural a partir del número de entradas o de ventas, o el principio de ranking de las páginas web en Google únicamente basados en la contabilidad de los números de clics, etc. (Karpik, 2007). Los influencers son un cuestionamiento cualitativo de las jerarquías. En este punto existe una diferencia incluso entre los youtubers influyentes y las celebridades. En este último caso, la influencia se basa en el renombre, él mismo dependiente de la visibilidad; en el primer caso, al menos en su inicio y a veces como fuente durable de legitimidad, la influencia se basa muchas veces en la similitud identitaria con la persona que emite el juicio («es como uno»: adolescente, auténtico, y, esto es esencial, no experto). O sea, en profunda inflexión con el pasado, la influencia que se elige no está basada en las formas habituales de la autoridad (saber, tradición).

Cualquiera que sea la durabilidad de este fenómeno, los nuevos creadores de tendencia (visibles en los millones de clics que tienen ciertos youtubers, en los videos que se vuelven virales, etc.) influyen desde bases que no son más de tipo jerárquicas; se trata de una forma explícita (y problemática) de influencia horizontalizada, a veces de índole identitaria18. El otro influye porque es «como uno», porque comparte preocupaciones y gustos. Se trata, en parte, de una variante de los fórums híbridos a los que ya nos hemos referido. El individuo elige ser influido por alguien, de manera más o menos episódica, en función de una valorización de los saberes no expertos de su experiencia. La influencia que se elige está –o puede estar– disociada de todo principio jerárquico. La distancia con el régimen de la autoridad y el consentimiento conciliado, como modelo de gobierno de los individuos, pero también con la coacción del consentimiento, es patente.

Como lo veremos en otros capítulos, la convulsión de las jerarquías abre a muy distintos juegos de asimetrías de poder entre los hombres y las mujeres, los grupos etarios, pero también a nivel de las interacciones urbanas. Por doquier, el anhelo por una creciente horizontalización de los intercambios complejiza las relaciones sociales. Un ejemplo entre tantos otros: a la cuestión tradicional de los diferenciales de privilegio a nivel de la circulación urbana (peatones, automóviles privados, transporte colectivo) se le añade una miríada de discusiones, conflictos o irritaciones a medida que una multimodalidad no jerárquica de circulación se impone. El conflicto de las justificaciones se extiende así, entre otros, de la legitimidad de las vías reservadas a los taxis (lo que está lejos de ser evidente para aquellos que, de menos recursos, no los usan nunca, pero tienen que confrontarse a las consecuencias que este privilegio entraña a nivel de la circulación); los dispositivos efectivamente implementados para facilitar la circulación de las personas con hándicap motor en la ciudad; los problemas de circulación conjunta de personas y bicicletas (Tironi, 2014); las diversas tensiones en el uso de las veredas entre peatones, bicicletas o patines; las irritaciones en las calles entre automovilistas, transportistas públicos, motocicletas o bicicletas; e incluso balbucientes debates acerca de los cambios que deben propiciarse en las ciudades para facilitar la circulación de los animales. En ausencia de jerarquías evidentes y dada la pluralidad de justificaciones posibles, el trabajo de producción de nuevos códigos, en medio de juegos asimétricos generalizados de poder, se instaura como una realidad durable.

* * *

Las tres grandes transformaciones estructurales (controles, creencias, jerarquías) que hemos presentado modifican en profundidad las maneras como se gobiernan a los individuos. Por supuesto, el primado tendencial de los controles sobre las creencias o las jerarquías no es nunca un juego de todo o nada. Los controles no invalidan el papel y las influencias de las creencias. A su vez, los cambios en la imposición de las creencias tienen efectos a nivel de las jerarquías, y la convulsión de las jerarquías propicia cambios en la aceptación de las creencias. Sin embargo, intentaremos mostrar que tendencialmente el incremento de los controles busca compensar los efectos visibles a nivel de la metamorfosis de las creencias y la convulsión de las jerarquías. Desde un punto de vista analítico la nueva articulación de estos tres factores estructurales da así cuenta de una crisis de la autoridad, de un desbalance de la dominación (menos basada en la obtención del consentimiento y más en las coerciones factuales), y de una generalización de los juegos de asimetrías de poder. Estos cambios estructurales se declinan de manera diferente según los ámbitos sociales confrontando los actores sociales, desde fuertes diferenciales de posición y de recursos, a desafíos comunes (Martuccelli 2006; Araujo y Martuccelli, 2012).

Es esta interpretación general la que será puesta a prueba en los capítulos que siguen. Pero antes es necesario abordar un problema suplementario.

10 Como lo muestra todo un vasto sector de la economía actual (cooperativas, mutuales, tercer sector, economía solidaria, etc.), pero también muchas aventuras o comunidades utópicas (Pessin, 2001), dentro de ciertos márgenes más o menos elásticos, ciertas formas de acción heterogénea son posibles dentro del capitalismo.

11 Esta modalidad de control propicia prácticas desviadas en aras de los resultados, lo que explica, dicho sea de paso, la no sanción, durante tanto tiempo, de prácticas ilegales o fraudulentas en el sector financiero u otros. Lo importante es lo que tiene éxito. Cf. Stiglitz (2011).

12 Para una presentación critica de casos y experimentaciones controvertidas de sumisión a la autoridad, cf. Bauman (1989).

13 Lo que Morin (1972) observó a propósito de la banalización de las stars de Hollywood en los años 1950, o sea, la pérdida de su aura simbólico, también se ha dado a nivel de muchas jefaturas.

14 En realidad, desde estudios empíricos se pueden diferenciar entre diversas modalidades. Cómo no subrayar, por ejemplo, la diferencia entre la lucha contra el sida, que no da, en todo caso en Francia, casi ningún consejo en cuanto a la buena vida sexual sino consejos técnicos a seguir en cualquier estilo de vida, y donde prima por lo tanto una lógica de responsabilización bajo la forma de devolución, y, por otro lado, las campañas antitabaco en las cuales las dimensiones de prescripción son netamente más fuertes. Una diferencia visible incluso si, en ambos casos, el actor permanece libre en su conducta y es responsabilizado por las consecuencias de sus actos.

15 Aunque la discusión se entabló a otro nivel y por otros caminos, puede encontrarse en esta tensión un eco del debate, tan importante en el último cuarto del siglo XX a nivel de la filosofía política, entre liberales y comunitaristas: entre aquellos que dan la primacía a lo justo o al bien.

 

16 Aunque sea anecdótico, el punto extremo de este proceso de desplazamiento del prestigio de las jerarquías a la pura visibilidad se halla en las celebridades de la telerrealidad, y el caso extremo dentro de este universo extremo lo constituye sin duda la familia Kardashian que es, desde hace décadas, y luego de un efímero paso por un programa de telerrealidad, más o tan célebre como cualquier familia real.

17 En este marco pueden entenderse por ejemplo los acalorados debates y críticas en el mundo académico sobre el valor de los rankings, las publicaciones en revistas de alto impacto, el número de citaciones, el coeficiente «h», etc. Lo que está detrás de estas polémicas son posiciones antitéticas entre lo que muchos consideran como una autoridad científica legítima y lo que cuestionan como una mera visibilidad medida por indicadores cuestionables.

18 El fenómeno de los influencers sobre todo entre aquellos que trabajan para ciertas marcas, es él mismo objeto de juegos de poder. De las 20 millones de personas influyentes en el mundo (o sea, con más de 10.000 seguidores, trabajen o no para ciertas marcas), algunos estudios calculan que hasta un 25% de sus supuestos followers son falsos (en algunos casos la cifra es aún más elevada), y que una buena parte del dinero invertido en ellos por las empresas es gasto inútil.

Capítulo 3 Desmesuras y límites

ANTES DE ABORDAR concretamente y de manera más pormenorizada algunos de los grandes cambios señalados en el capítulo anterior, es importante estudiar una cuestión preliminar, en verdad un problema liminar, tratándose del gobierno de los individuos. El reconocimiento del carácter elástico de la relación entre las acciones y la realidad replantea, desde la sociología, lo que tal vez sea el más viejo y persistente problema del gobierno de los individuos. A saber, la gestión colectiva del deseo de la ilimitación humana. Todas las civilizaciones han tenido que enfrentarse a este desafío. Todas ellas tuvieron que comprender que uno de los más durables orígenes de la tragedia en la historia humana reside en este anhelo. Hybris, pecado, mal, orgullo, poder, avaricia, lucro, inmortalidad –los términos varían con el tiempo y entre las civilizaciones, pero el problema siempre fue y es el mismo. ¿Cómo yugular durablemente la atracción humana por el abismo del infinito?

Para contravenir a este deseo de ilimitación, todas las sociedades han construido límites imaginarios con el fin de regular, gracias a la realidad y su supuesta fuerza dirimente, el abismo que en ellas suscita la ilimitación humana. Los controles, las creencias, las jerarquías todos ellos participan en el fondo y en último análisis en un trabajo societal por el cual se intenta evacuar el peligro de la ilimitación.

Esta venerable problemática civilizatoria se sigue planteando con urgencia en la vida colectiva contemporánea, y la reconceptualización del lazo entre la acción y la realidad nos invita a una nueva mirada. En la medida en que la respuesta del orden social nunca evacúa completamente esta problemática fundamental, es preciso interrogar las distintas maneras históricas por las cuales las sociedades han enfrentado este desafío.

I. Los choques con la realidad

La realidad es lo que resiste. El mundo existe independientemente de nuestras representaciones, construcciones o percepciones, y en este sentido la realidad es una coordenada inevitable de la acción. Imposible actuar sin integrar las posibles resistencias del entorno. Los actores viven no solamente postulando que los límites existen, sino apoyados en la creencia que éstos actúan de manera constante e inmediata sobre sus conductas.

Sin embargo, estas resistencias, y aquí está el origen del problema, operan en medio de un mundo social caracterizado por una elasticidad fundamental, un universo en el cual la noción que mejor designa la relación entre la acción y el entorno es la idea de choque con la realidad. Si esta noción –el choque con la realidad– merece la más grande atención es porque, actuando de manera constante a nivel imaginario, solo se experimenta factualmente muy raramente y en formas altamente complejas. En otros términos, el choque con la realidad es una noción límite, una idea reguladora, cuya importancia procede menos de su carácter efectivo, que de sus efectos estructurantes. Por imaginario que sea su carácter, el choque con la realidad es una noción cardinal de la acción. En su ausencia, el sentido ordinario de la realidad simplemente se disipa. La idea de que el entorno opone resistencias a la acción es un presupuesto inalterable de la acción y del sentido fundamental de lo que se denomina la realidad. Una dimensión que, por lo demás, permite justamente diferenciar la realidad del mundo del sueño, la fantasía o la ficción.

Aquí reside el problema. Es imposible cuestionar las coerciones de la realidad, pues de hacerlo, ingresamos en un mundo que, desprovisto de toda forma de resistencia, es socialmente inverosímil. Sin embargo, como lo adelantamos y lo entendió Cervantes, a pesar de su omnipresencia imaginaria, los choques con la realidad, a diferencia de las coerciones, son producto de una experiencia altamente compleja. En verdad, los actores viven en medio de la certidumbre de la existencia de límites infranqueables y la sorpresa de la rareza de los choques efectivos con la realidad. Desde el registro de la acción, es esto lo que está en la base de la dinámica histórica entre la desmesura humana y los límites de la realidad. O para ser más precisos, de la dinámica entre las coerciones prácticas y los límites imaginarios. Vivimos en paréntesis de elasticidad. Los momentos en los cuales prácticamente los choques con la realidad se producen son relativamente escasos en nuestras vidas, lo cual no impide que sea la existencia cognitivamente supuesta de estos choques lo que nos dicta nuestro sentido liminar de la realidad. Lo anterior obliga, pues, a reconocer que los actores se desarrollan en un mundo social en donde si los límites se revelan muchas veces elásticos, no por ello las coerciones dejan de existir.

Ahora bien, desde la experiencia de la acción, las resistencias de la realidad pueden ser interpretadas de dos grandes maneras. Por un lado, desde una experiencia antropológica de la acción que dicta de manera más o menos inmediata el sentido de la realidad dadas las facultades corporales y cognitivas de los humanos (incluso y a pesar de posibles adiciones técnicas). Por el otro, y en parte a distancia de esta dimensión, las resistencias de la realidad tienden a ser representadas a nivel de la sociedad (y ya no a nivel individual) en donde, en función de los períodos históricos, es posible constatar una variación de la fuerza y celeridad con las que se concibe que el ámbito societal es capaz de resistir a las acciones.

La cuestión de la irreprimible desmesura humana ha sido a lo largo de la historia una permanente cuestión social. A pesar de que en último análisis es siempre la articulación entre ambos niveles (el antropológico y el societal) lo que estructura el sentido de la realidad (lo que resiste), cada uno de ellos posee una autonomía innegable. Y en lo que al gobierno de los individuos se refiere, lo importante es comprender las distintas maneras en que las sociedades, en diversos períodos, trazan los límites imaginarios infranqueables de la acción instituyéndolos históricamente desde diferentes ámbitos sociales. O sea, en la medida en que toda sociedad está atravesada por la tensión entre la desmesura y los límites, lo importante es comprender las maneras históricas por las cuales se instituyen los distintos límites imaginarios de la realidad –en medio de un universo práctico irreductiblemente elástico–. Estos límites instituyen la función social regulatoria de la realidad desde lo que puede denominarse, con el fin de subrayar su doble dimensión institucional y política, regímenes de realidad. Cada uno de ellos estructura un conjunto de significaciones imaginarias fundacionales que hacen mundo (Castoriadis, 1975; Taylor, 2004). O sea, instituyen los límites de lo posible y de lo imposible.

Esquemáticamente presentado, estos límites han sido sucesivamente asegurados en la historia occidental de manera hegemónica por cuatro grandes factores: Dios, el Rey, el Dinero, y, probablemente, la Naturaleza –o sea la religión, la política, la economía, la ecología–. Cada uno de estos ámbitos, bajo modalidades históricas diferentes, ha estructurado hegemónicamente lo que era considerado como el ámbito de la realidad que, ya sea de manera inmediata, ya sea de manera mediata, trazaba la más duradera limitación –el inevitable choque con la realidad– entre la acción y el entorno19.

II. Los regímenes de realidad y el gobierno de la desmesura humana

La constitución de cada uno de estos regímenes de realidad articula tres grandes elementos. En primer lugar, cada uno de ellos invoca una experiencia inmediata, directa e irrevocable, del mundo. Los invoca, a menudo, a través de una apelación al sentido común que dicta lo real como una evidencia irrefutable, y cuyo necesario respeto se asegura a través de grandes representaciones del miedo. En segundo lugar, supone una producción simbólica que apoya y refuerza –en verdad, elabora– esta experiencia primera; en otras palabras, un importante trabajo de construcción cultural de un mundo sin el cual no hay realidad. Por último, cada cual reposa sobre una serie de pruebas (en verdad, ideales de choques con la realidad), cuyo papel es recordar a los actores, en caso de desviación, la validez de los límites del mundo –una creencia que, en cada período, un grupo de clérigos se encarga de apuntalar.

Como se verá, la sucesión de estos regímenes no traza ningún progreso y mucho menos una teleología. No lo hace porque el advenimiento de un nuevo régimen hegemónico de realidad no borra radicalmente al precedente, el que a menudo sigue estando activo, aunque con una función y un alcance menor20.