Cazador de narcos II

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Exhumaba desde los viejos archivos de sus recuerdos las plantaciones de adormideras en el Asia menor, de donde obtenían el llamado opio de Esmirna de la variedad balorkassar, con gran proporción de morfina, y las variedades gueve, karahissar y malatia, con poca morfina… el opio de Persia y de Irán, obtenido del Papaver Somniferum variedad album, y tantos otros...

El Comandante Parker vio recorrer por su mente a los chinos de esas épocas. Un pueblo sabio y acrisolado en el fuego del sufrimiento, con atávicas costumbres encerradas bajo siete llaves en su inmenso territorio, tan poblado y tan desconocido. En el libro de medicina Li–Shi–Shang, habla del opio como droga que cura, pero mata como un sable, ¡en 1578! Allí todo es antiguo. Cuando algo hiere el mundo, seguramente ya cicatrizó en China.

En la Tierra del Fuego, donde no había llegado todavía esa contaminación en escala apreciable, un hombre rastreaba en su vívida memoria los fumaderos de Oriente. Personas recostadas ingresaban en fases de irritación de sus mucosas, soñolencia y embotamiento, en una hipnosis provocada por los alcaloides convulsionantes.

El opio para fumadores tenía distintos nombres, en la India lo llaman chang o gunzah; en Arabia, estar o cif; en Túnez le dicen chira y en filipinas anflón. Únicamente mudaba el nombre y el atuendo de los drogadictos…

Sus semblantes eran iguales.

Los inconfundibles rostros cerúleos con las órbitas hundidas. Todos tenían un talante cadavérico provocado por la droga.

Personas recostadas, indiferentes a todo, con ojos bovinos y sentidos embotados por el narcótico.

Fumar opio no era tan fácil, pese a que parecía elemental. Tenía un ritual y una minuciosidad indispensable para obtener el desenlace más virulento.

El que fumaba opio no trabajaba. Era un vicio para ociosos consumados.

Los fumadores colocaban bolitas de opio en una placa metálica puesta al rojo sobre un mechero de alcohol, o llevándolo directamente a las llamas en la punta de una larga aguja, realizando un delicado procedimiento para no quemarlo ni dejarlo poco tostado.

Allí se notaba la diferencia entre novatos y expertos.

El fumador, recostado sobre un lado de su cuerpo, colocaba la cabeza en un cojín, y se apoyaba en el codo. Preparaba el opio, y aspiraba el humo con brío y de una sola vez con una dilatada inspiración. Luego, para alcanzar la embriaguez, exigía una luz muy suave y silencio. ¡Que ningún alboroto exterior lo distraiga!

De allí nació la práctica de los fumaderos en tabernas específicas, donde se reunían los pelagatos, en tanto que los ricos se drogaban en los lujosos fumaderos de sus mansiones.

Como siempre… los pobres juntos y los ricos solos.

Algunos chinos masticadores de opio con hojas de betel que conoció al septentrión de Birmania, tenían los dientes teñidos de negro y la saliva rojiza, como los ladrillos bien cocidos. En una ocasión, en la choza de un humilde meo, cató el opio para no desairar al anfitrión. Se lo ofrecía como la suprema evidencia de su hospitalidad, y aceptó por la curiosidad de conocer su gusto. El sabor era asqueroso, nauseabundo y persistente. Fuertemente acre, áspero y picante. ¡Una verdadera mierda! No comprendía como eso podía ser placentero.

También lo consumían así en Turquía, Irán y Arabia. Allí, a los opiófagos los llaman theriakis o affondgis. Le contaron en charlas noctámbulas con aventureros mongoles y malayos, que en ciertas ocasiones, en la Malasia, algunos masticadores de opio experimentan efectos alucinatorios impulsivos y procursivos, que llamaban amolk. Los opiófagos cometían maquinalmente crímenes, matando a todo el que encontraban. Otros, percibían fenómenos de acenestesia, sintiendo que volaban por los aires en alucinaciones que incrementaban de brío cuando se mezclaba el opio con la belladona, el cáñamo índico o el alcohol.

Conoció personalmente a diversos descarriados mentales, sumidos en una borrachera comatosa, que sufrían accidentes convulsivos y delirios narcóticos. Hasta que les llegaba fatalmente la muerte, por síncope, hemorragia cerebral o por su tendencia al suicidio, entre férreos calambres y dolores intensos.

Se decía por Oriente que los chinos fumaban opio desde el siglo quince, cuando lo llevaron los árabes de Persia y Egipto. Lo fumaban puro o con el cáñamo índico. Mientras que los miserables lo comían, a pesar de su sabor nauseabundo.

Pero eso era el opio… apenas un comienzo destructivo, el arco y la flecha. Seguía la morfina, una granada de mano, y luego la heroína, una verdadera bomba M18 Claymore...

En los Estados Unidos estaba ingresando heroína. Muchísimo más letal y peligrosa que el opio, del cual se obtiene, pasando de la droga diacetilmorfina al clorhidrato de heroína o clorhidrato de diacetilmorfina, que ataca las vías respiratorias, deprimiendo la excitabilidad del bulbo raquídeo.

La heroína. ¡Un fantástico sustituto del clorhidrato de cocaína!

Una droga que nació en cuna de oro y aparentemente con las mejores intenciones.

En toda Europa, a finales del siglo XIX la morfinomanía hacía verdaderos estragos, hasta que un químico alemán de la Compañía Bayer, llamado Dresser, encontró un extraño compuesto por acetelización del afamado clorhidrato de morfina.

Este buen hombre hizo experiencias en 1898 en la clínica de la Universidad de Berlín, y asimismo en la Policlínica de la Compañía Bayer. La acción de la droga sobre las vías respiratorias fue tan fuerte, que pensó había vencido definitivamente la tuberculosis, y le dio un nombre adecuado: “Heroisch”, que significa “remedio enérgico”.

¡Así nació la heroína!

La euforia de Dresser fue mayúscula al notar que los morfinómanos tratados con la heroína repudiaban repentinamente el vicio. Nadie sospechaba que si los morfinómanos renunciaban a la morfina, era para entregarse desesperadamente en los mortales brazos de la medusa heroína, droga más enérgica, de efectos más prolongados y bastante más tóxica. La heroína eclipsó a la morfina en toda Europa y Asia, tanto que, en el año 1925, en Egipto, se llegó a pagar con dosis de heroína a los jornaleros, y se vendía en todo el mundo como “píldoras encarnadas”, con marcas sugestivas de su violencia, “tigre feroz” y “caballo mágico”.

Eran sofisticadas bombas nucleares psíquicas, construidas con diversos explosivos: heroína, cafeína y quinina, unidas con lactosa, almidón, y tragacanto. Todo mezclado esmeradamente, para producir efectos desastrosos en el organismo humano. Y los hombres las compraban…

La heroína crea un estado de necesidad rápidamente, provocando una intensa angustia respiratoria que obliga a drogarse cada dos o tres horas. Pero no produce efectos hipnóticos, sino, por el contrario, desencadena una tendencia exagerada a la violencia, que aprecian mucho los delincuentes juveniles y los mercenarios.

El opio era para los asiáticos como el coqueo de los nativos andinos de Perú, Bolivia y otros países cordilleranos, donde colocan las hojas de coca en el carrillo, formando un acuyico o bola vegetal. Lo ablandan con yisca, una pasta grisácea hecha de cenizas, o con una pizca de bicarbonato de sodio, tragando la saliva durante largas horas, hasta que las hojas quedan por poco translúcidas. Ese proceso, aunque crea hábito, no es muy perjudicial para la salud, por la ínfima cantidad de droga que contiene, poseyendo propiedades digestivas y combatiendo la puna o soroche, que produce mareos, dolores de cabeza y náuseas debido al poco oxígeno de las alturas superiores a los cuatro mil metros, donde habitualmente viven y trabajan. También produce anorexia. Este vicio está tan arraigado, que las hojas de coca sirven como moneda para el intercambio andino y de ofrendas para la Pachamama, la diosa de la Tierra.

El Comandante Parker pensaba si su tarea en la DEA tendría algún sentido…

Las dos plantas son medicinales y las usamos para autodestruirnos. ¡Les arrebato una droga y buscan otra! ¡Los seres humanos somos más estúpidos que las ratas! Al menos ellas, si ven que algo le hace daño a su compañera, ni siquiera lo prueban. En tanto que los hombres, si notamos que una sustancia es perjudicial, ¡la producimos y la pagamos carísimo, consumiéndola con la ansiedad de una piara de cerdos hambrientos!

El Comandante Parker llegó a una decisión en el extremo austral de América. El paraíso terrenal incontaminado lo rodeaba, pero su cerebro seguía maquinando la búsqueda de algunas soluciones de fondo para eliminar el narcotráfico.

– Debo hablar con el Comandante General de la DEA y quizá con el Presidente de los Estados Unidos, pensaba con sus ojos cerrados, al tiempo que se reclinaba sobre el tronco seco de la vieja lenga. Necesito su beneplácito para consentir que dejemos salir a Frank. Si no les explico el plan que tengo, creerán que estoy loco de remate…

El Comandante Parker habló con sus superiores y decidió regresar una semana después a los Estados Unidos. Pero no a Miami, sino a Washington D.C. Desde allí no implicaba a Kevin Beck, y luego regresaría a su sede en la DEA en La Florida.

El llamado desde el iglú subterráneo de Miami lo despertó. La voz del agente David Callaghan le llegaba nítida a través de la línea con protección electrónica:

– Comandante, aquí está su agente especial esperando instrucciones.

– Gracias. Salgo para Washington en siete días. Estaré en mi despacho en diez días. Si necesitas algo, llámame al número que tú sabes. Déjame hablar con él.

Se saludaron cordialmente y el Comandante le dio las instrucciones al agente.

– Dejaremos evadirse a Frank. Precisamos unos quince días para organizar el operativo de su rescate. Pídele al Capo de Medellín te deje más de ese tiempo para buscar tus contactos. Estaré allí para coordinar la Operación.

 

– Kevin, continuó diciendo John Parker, ¿estás dispuesto a realizar una misión más compleja que la Operación Anaconda?

– Comandante, si me quedo unos días sin sentir la emoción del riesgo, no vivo. Pero recuerde que estaré casado y no me gustaría irme solo. Incluya a Rocío en la misión. Antes era una espía de los narcos, sabe moverse y tiene pasta.

– Lo consideraremos a mi regreso. Será una tarea peligrosa para una mujer. Piensa que posiblemente tengas que vivir en Medellín y nos deberás entrevistar muy seguido. Busca el pretexto pertinente para venir de vez en cuando a Miami.

– Lo buscaré.

– Correcto. Nos veremos pronto. Déjame hablar con Callaghan.

El Comandante dio las últimas providencias a su contacto. Debía preparar el terreno para sacar a Frank de la madriguera y trasladarlo a Medellín.

La Operación Tormenta en el Infierno había nacido entre los hielos del sur y el calor de Miami.

Capítulo 6

Katmandú – Nepal

Ling Tung arribó de incógnito al aeropuerto de Katmandú a modo de un anciano viajero, acompañado por Yuan Yat–sen, joven fornido de aspecto educado y fisonomía tallada en granito. Recogieron dos valijas Samsonite negras, idénticas, y se dirigieron en un baqueteado taxi al hotel Yak and Yety. Viajaron de incógnito, con el nombre del Sr. Toung Thang y su sobrino Li Chang–set, turistas asiáticos residentes en Estados Unidos que deseaban contemplar las vertientes australes del Himalaya. Tenían reservada para ambos la principal suite del hotel.

En Katmandú se bifurcaban los caminos de Ling Tung. Las indescifrables energías que supeditan todo lo chino, a través de los dos principios que impulsan su universo, el yin y el yang, forcejeaban para sellar su sino. Ese día decidiría su fortuna.

El añoso Yak and Yety, pese a que es un buen hotel, no lucía con el fasto asiático del Grand Hotel de Taipei o los New Otani de Tokio, no obstante resultaba acogedor y conveniente para hacer una escala de negocios diferente.

Nadie advertía que los huéspedes recién llegados eran nada menos que el Capo de la Mafia China en los Estados Unidos y su feroz guardaespaldas. Viajaban con documentación falsa, siempre lo hacían, pero nadie podría diferenciarla. Eran pasaportes originales robados, que luego de muchas horas de meticuloso trabajo, unos costosos artesanos los transformaban en verdaderos.

Ling Tung era célebre como “el Tigre” dentro de los bajos fondos norteamericanos. Nadie se atrevería a faltarle respeto, ni siquiera a contradecir sus mandatos. Su negocio abarcaba todos los Estados con familias chinas, casi todas de la provincia de Yunnan, organizada como pandillas cerradas. De allí salían sus mercenarios, lugartenientes y administradores.

Los clanes más importantes estaban en Chinatown de New York y San Francisco, Miami, Los Ángeles y Chicago. El Tigre competía, probando fuerzas y reacciones en algunas áreas con la Mafia norteamericana, comandada invariablemente por sicilianos. Pero tenía menos melindres, lo cual es mucho decir, y más radio de acción, por englobar el Continente Asiático con “Empresas fantasma” dedicadas a la prostitución infantil, la trata de blancas, el tráfico de órganos humanos y la pornografía, además del gran negocio de su absoluta exclusividad: la heroína. Evidentemente, para el comandante no era un ángel caído de los cielos…

Su custodio era un autómata sin emociones, inexpresivo y letal, de absoluta lealtad a Ling Tung. Capaz de ejecutar a cualquiera en el momento que su jefe hacía el ademán apropiado. Cumplía con los requisitos del guardaespaldas ideal; silencioso, imperturbable, con un excesivo dominio de las artes marciales más destructivas, y un semblante que no sonreía ni cambiaba de apariencia nunca, ni cuando disparaba a sangre fría, ni en el momento que aniquilaba con golpes de kempo. Era el edecán de ese sugestivo anciano de blancos cabellos ralos peinados hacia atrás al ras del cráneo, que podía franquear en un instante de la arcana risita que lo acompañaba sin cesar a la ira descabellada, por el simple zumbido del vuelo de una mosca.

El Tigre Ling Tung había concertado un cónclave de negocios con Silk, el principal narcotraficante del opio y sus derivados en el sudeste Asiático.

Existía desde antiguo una corporación conocida como la Secta del Dragón, cuyo sólo nombre hacía estremecerse a los cultivadores de amapolas.

El genuino nombre de Silk era Li Xinjiang, nacido hacía más de cincuenta años en DaxinganLinghanmai, China. Vivía en el triángulo de oro del opio. Allí, era el rey indiscutido. Todos lo conocían con el seudónimo Silk, “seda”, debido a sus ropas doradas confeccionadas íntegramente con la más fina seda natural, y a sus ademanes bastante remilgados, que hacían recelar seriamente de su hombría. Pero detrás de esa fachada se ocultaba un alma cruel.

También fueron llamados a la cumbre del narcotráfico de la heroína algunos influyentes miembros de familias que manejaban parte de la morfina y el opio en el Sudeste Asiático. Todos comandados por Silk y todos, miembros juramentados de la Secta del Dragón.

Estaría Tun Kyat, un birmano de raza rankine. Era segundo jefe en la organización y uno de los lugartenientes de Silk. Otro personaje fundamental sería el Sr. Ngo Phoung, responsable de la zona vietnamita. El Sr. Ngo era muy respetado por los cultivadores de adormideras. Oficiaba de enlace entre los productores y los compradores del opio en bruto. De la zona tailandesa llegaría el Sr. Chulalongkon, más conocido en su negocio como “el Siamés”, y el representante de la zona norte de Laos, el Sr. Phom Kang, que tenía su sede en Luang–Prabang.

También había sido invitado un notorio narcotraficante europeo que, para sorpresa de muchos, hablaba el mandarín y el vietnamita con fluidez. Se trataba de Michel Vavarie, un marsellés que se enamoró del Sudeste Asiático desde los diecisiete años, y viviendo como hippie recorrió esas zonas durante años. Con el tiempo y los contactos entre la gente del hampa, escaló posiciones hasta llegar a ser el mayor distribuidor de la heroína en Europa. Con su larga melena rubia siempre flameando al menor soplo de viento, ojos celestes, y más de un metro ochenta de altura, era el único europeo que recorría los caminos del opio como sólo puede hacerlo un chino de Yunnan.

Michel no integraba la Secta del Dragón, tampoco le interesaba deambular con el brazo derecho tatuado con esa imagen de lagarto lanzafuegos que le parecía ridícula. Pero era muy estimado en el ambiente. Él conseguía las grandes transacciones, las armas más sofisticadas, los dólares relucientes, abundantes y termosellados en fajos de diez mil, las mujeres más divertidas y expertas en todo lo imaginable, y los licores más exquisitos. En definitiva, Michel hacía las fiestas de una manera diferente, a lo francés, que gustaban por lo exóticas en esas tierras del extremo sur de Asia, donde ningún miembro de la Secta, con excepción de Silk, conocía occidente.

La reunión se realizaría al día siguiente, en una residencia de madera bellamente labrada, alquilada por Michel cerca del Palacio Real Hanuman Dhoka. Él había llegado hacía una semana para preparar el ambiente y no crear sospechas. Tenía una fantástica provisión de manjares y bebidas para agasajar a sus amigos, mucho menos espontáneos y jaraneros que ese francés loco y despreocupado, que no dudaba en dilapidar fortunas en una noche de parranda.

Cuando había reuniones, las organizaba Michel, y casi nunca las terminaba…

A las ocho de la mañana, cuando el sol alumbraba el flanco oriental del Everest a ciento sesenta kilómetros de Katmandú, en la cordillera del Himalaya, llegaban los jefes de la droga asiática, disimulados entre los nepaleses cargados con canastos repletos de verduras y frutas, que colocaban en las orillas de las calles más transitadas. Uno a uno fue entrando sin llamar a la casa de Michel. La reunión comenzaría a las nueve en punto.

Una joven nepalí, de no más de veinte años, con su frente marcada con la señal roja de los dioses, hacía el servicio doméstico de Michel. Había colocado pasteles, café, leche de yak, manteca y frutas en varias bandejas distribuidas sobre la mesa. Nadie sabía su verdadero nombre. Michel la llamaba Lulú, como una novia que tuvo en Francia a los doce años.

Con la seriedad propia de un concilio, el honorable Sr. Ling Tung, comenzó a exponer los motivos de la reunión…

– He vivido durante largos años luchando para que nuestras familias logren un lugar fundamental en el mundo de los negocios. Los chinos y otros asiáticos estamos poco a poco copando las actividades comerciales de occidente. China, Japón, Corea, Hong– Kong, Taiwán, suenan todos los días en las bocas de los insaciables derrochadores de Europa y América. ¡Hemos logrado que nuestra raza sea conocida y respetada! Hace unos años, ser asiático en occidente significaba lisa y llanamente servidores de los blancos. ¡Hoy, tenemos los negocios llenos de empleados occidentales que trabajan para nosotros! Los asiáticos estamos en la caja, manejamos el dinero.

–…Y el dinero es poder aquí y en Occidente.

– Para lograr ser respetados hemos tenido que sufrir mucho durante generaciones, durante siglos, siempre con la cabeza baja, lavando ropa y limpiando pisos de los blancos. Pero llegó la hora de Asia. ¡Nuestra hora!

– Las oportunidades son como relámpagos, perduran muy poco tiempo. Si no se tienen los ojos muy abiertos pasan frente a nuestras narices sin verlas. Ahora he visto una gran oportunidad para acaparar el mayor mercado consumidor de drogas del mundo. El riquísimo mercado norteamericano, ¡más de ciento cincuenta mil millones de dólares al año!

– He vivido mucho tiempo entre los americanos y no comprendo a esa raza de comerciantes…

– Son capaces de exterminar a medio mundo en una guerra por la defensa de una extraña libertad, que no es otra cosa que su libertad comercial. El americano mide a un hombre por su ética comercial. Nunca lo olviden. Pueden ser unos verdaderos hijos de perra en todo, menos en los negocios, ni en el pago de los impuestos, ni en la calidad. En eso, y sólo en eso, siempre serán confiables.

– En Norteamérica compren y vendan a los americanos, nunca los engañarán. Pero tampoco se les pase por la cabeza intentar joderlos. Cumpliendo esos mandamientos económicos, son aceptados como “buenos ciudadanos”.

– Para tomar un país es necesario saber cómo reaccionarán cuando les pisen los cayos. Por eso les diré lo que ninguno de ustedes debe olvidar nunca, y serán las reglas de oro de nuestro negocio…

– Si vendemos un producto, que sea ese artículo y no otro parecido. Nada indigna más a un americano que recibir mercancía falsa. Eso significa que debemos tener un exhaustivo control de calidad, y eliminar sin piedad a todos los que intenten aprovecharse falsificando la mercancía. Permanentemente debemos lograr la máxima calidad. Otro factor es el peso. Estamos acostumbrados a usar medidas aproximadas. Eso no sirve más. Desde ahora en adelante únicamente se usarán balanzas electrónicas de alta precisión y pesado automático. Las partidas serán pesadas con una precisión a la centésima de gramo y ensobradas también de forma automática. Tomen nota y controlen electrónicamente que ningún paquete pese ni más ni menos y sean todos idénticos y de máxima pureza. Con este método será más fácil conocer si sufrimos algunas fugas en el transporte y si algún idiota se atreve a alterar nuestro producto. Con esto tenemos calidad y peso exacto de cada dosis. Las dos primeras condiciones.

– La sanidad y la higiene es una manía yankee. Debemos entregar nuestros productos envasados en atrayentes sobres de plástico aluminizado cerrado herméticamente al vacío, con los análisis químicos reales impresos en cada dosis. La imagen es tan importante como el producto.

– ¡Si los yankees vieran cómo procesamos el opio y los lugares donde está almacenado! ¡Si vieran a las ratas defecarlo y roerlo a voluntad y a los perros mearlo a su gusto, y la falta de higiene que existe en las zonas de recolección, desde las manos sucias con residuos fecales que suelen tener los que lo amasan, hasta los roñosos lugares donde lo depositan, vomitarían de asco y dejarían de ser drogadictos!

– Recuerden. Calidad, precio exacto y la mayor higiene. Y además, el cumplimiento de los contratos.

– Sobre este punto tenemos muchas variables que pueden afectar las entregas de la mercancía en tiempo y forma: Barcos que se demoran, la Interpol, la DEA, aduanas que descubren los envíos y tantas otras. ¡Pero debemos cumplir! Para ello necesitamos tener un stock de reserva de opio, morfina y heroína dentro de los Estados Unidos para cubrir esos altibajos imprevisibles. El lema es cumplir siempre. Resumiendo: cumplimiento absoluto con máxima calidad, higiene y peso exacto.

 

– Se habrán dado cuenta que no traté como prioritario el tema del precio. ¡Eso es libre! Estamos en un mundo de comerciantes regido exclusivamente por la ley de la oferta y la demanda. Cuando escasean los productos o su calidad es extrema, consideran justo pagar más. El precio no debe preocuparnos, siempre será excelente.

– El anciano Ling Tung, levantó la vista y recorrió las caras de su auditorio. Todas estaban concentradas. Todas menos la de Michel. Para él, esas reuniones eran una jodienda que lo aburría mortalmente. Se ponían interesantes cuando terminaban…

El astuto chino no dijo nada, ya conocía demasiado a los occidentales como para sorprenderse, nacían y morían irrespetuosos ante los ancianos de cualquier raza. Era pedirle a un burro que cante como un ruiseñor. Lo que no tiene solución, no debe preocupar la mente. Dejó pasar un largo silencio que aumentó aún más la atención de los asiáticos, y aletargó a Michel en igual medida.

– Se preguntarán a qué viene esta nueva reorganización de nuestro sistema comercial. Pues sencillamente, a que el sistema americano es mejor que el nuestro. Oriente prospera económicamente por primera vez en la historia con metodología americana y es señal de maestría aprender de la experiencia ajena.

– Otro motivo, el más importante, tiene referencia a las oportunidades…

– Estamos delante de una espléndida ocasión para copar el mercado de las drogas de los Estados Unidos. Pasaré a explicarles detalladamente: Ha sucedido un hecho inédito en la historia del tira y afloja de la Mafia siciliana y la DEA, y aunque desconocemos por qué sucedió, todos conocen sus efectos.

– De un día para otro, se realizó una redada general en los Estados americanos, que sacó de circulación a miles de personas que manejaban la cocaína en la Unión. Hace sólo unos meses que esto sucedió, y los drogadictos ahora pagan más del triple por basura falsificada, y cuesta conseguirla. Hemos vendido toda la heroína que teníamos reservada para un par de meses en solamente dos semanas. Y nos piden a gritos les vendamos más.

– La Mafia italiana ha perdido a su jefe, un tal Frank, que nunca conocí personalmente pero sé que la manejaba con brazo de hierro. Mantenía el poder político y legal suficiente para impedirnos meternos en sus territorios. Aparecíamos, y la policía nos echaba el guante.

– Ese siciliano llamado Frank, manejaba la cocaína y la marihuana de los carteles de Medellín y Cali. Pero ahora, los cabecillas de las principales familias ligadas al narcotráfico latino están presos. ¡Y seguirán presos! En la Unión la ley se respeta… casi siempre. Esa es otra característica que debemos saber de los americanos. Cuesta fortunas comprar abogados y jueces, y muchos son incorruptibles, pero si se demuestra que no cumplieron un pequeño procedimiento judicial, los imputados, por más culpables que sean, quedan libres. La compra de políticos y jueces es más fácil para los italianos, pues muchos descienden de ellos. Para nosotros, un sueño casi imposible.

– Ningún americano se venderá a un asiático. Al menos por ahora…

– Los carteles de Cali y Medellín se pelearon. El de Cali prácticamente no existe, y el de Medellín quedó maltrecho. Está debilitado. Los envíos de marihuana y cocaína que salen de Colombia por la península de la Guajira y Santa Marta son muy reducidos. Los compradores americanos están presos o siendo juzgados. Tenemos delante nuestro miles y miles, quizás millones de brazos crispados que se levantan con puñados de dólares pidiéndonos drogas. Cualquier droga. Ellos nos darán dólares. Muchos dólares. ¡Miles de millones de dólares! ¡Un negocio de más de cuatrocientos millones de dólares diarios! El mayor negocio del mundo… si descontamos a los fabricantes de armas y los petroleros… y a los dueños del mundo.

– Esta es la ocasión para copar occidente con la heroína y la marihuana en gran escala, y luego quizás con la cocaína. Cuando intenten recuperarse los latinos, no dejaremos que lo hagan… los clientes serán nuestros y estarán muy conformes con la higiene, calidad y cantidad de nuestra mercancía.

– Maestro, ¿qué planes tiene para los dragones? Preguntó muy respetuosamente Silk, moviendo cadenciosamente sus cuidadas manos.

– Haberlo llamado “maestro” era lo más preciado en su raza. El Tigre agradeció con la cabeza y siguió explicando…

– Cada uno en su puesto debe aumentar la producción. Plantaremos amapolas en todos los campos aptos, y daremos trabajo a todos los campesinos que estén en condiciones de hacerlo. Abonaran la tierra con productos industriales balanceados según la necesidad de los suelos, de acuerdo a los estudios de pedología y edafología que nosotros haremos de las tierras.

– Organizaremos la compra del opio a un precio fijo para todos, algo mayor que el que se paga actualmente para incentivar la producción y la voluntad de trabajo. Eliminaremos drásticamente al que intente comprar opio fuera de nuestra organización, que será exclusivamente la Secta del Dragón.

– Para tener el control total, instalaremos fábricas de heroína de última generación cerca de los centros de producción, con tecnología y calidad garantizada. Estaremos comunicados en forma permanente con un sistema criptográfico simbólico chino adecuado, que será indescifrable para los occidentales. Usaremos para comunicarnos un código con nuevos sinogramas modificando los significados normales, significados que solamente nosotros conoceremos.

– Tendremos una empresa moderna y todos serán inmensamente ricos.

Si las palabras del Tigre resultaban interesantes, las últimas despertaron el mayor interés. Hasta lograron que Michel Vavarie girara lentamente la cabeza y mirara al chino con curiosidad.

El anciano levantó una mano, y Yuan Yat–sen colocó en ella un portafolio rojo con ideogramas. Lo abrió ceremoniosamente en profundo silencio, y repartió a cada uno de los presentes el plan de trabajo que correspondía a su función en la organización.

– Allí está todo lo necesario. Lo estudian y lo destruyen con fuego. No dejen papeles sueltos. Los occidentales siempre buscan papeles. Estudien durante dos días lo allí escrito. Nos reuniremos nuevamente el viernes a las nueve de la mañana aquí mismo, para solucionar los problemas que encuentren al plan.

Terminada la reunión de trabajo... empezaba Michel.

Destapó unas botellas de “vin rouge” con la maestría de un cantinero; sacó por arte de magia jarrones de cerámica de scotch whisky Ye Monks de Luxe y botellas de Chivas Regal Royal Salute, champagne Cordon Rouge, Foundres Reserve Port de Sademan, vinos portugueses, y cerdo asado rodeado de una colección de bocadillos chinos y nepaleses, preparados por Lulú. Ninguno de los presentes extrañó el licor de arroz ni el té. Michel era un francés de alma.

Lo primero para él, era la buena mesa.

Fue el único que no recibió papeles del Capo de la Mafia China. Él estaba en otra etapa. La final.

Mientras los demás estudiaban y discutían la propuesta del Tigre, Michel vagaba por las polvorientas calles de Katmandú, al lado de hileras de casas de madera bellamente talladas y jamás mantenidas, donde la pintura original debía durar para siempre, y con los menos lavados posibles.