Representación gráfica de espacios y territorios

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

Es decir, este concepto tradicional de territorio que presenta a la realidad como objetiva, sin darle ninguna relevancia a las percepciones subjetivas, hacía parte de un paradigma necesario para generar una identificación sociocultural y política. De esta manera, el territorio y sus representaciones a través de los mapas han sido herramientas para el fortalecimiento de la identidad nacional de los ciudadanos con los Estados republicanos. El territorio es el sustrato espacial donde los seres humanos fundamentan sus relaciones, a medida que le dan significado, crean y recrean el mundo social y natural. La cultura funciona como eje mediador entre los seres humanos y el territorio, de tal forma, las identificaciones y comportamientos individuales están en el marco del entorno histórico y social. En principio, se consideró que las condiciones del territorio cambiaban al ser humano y generaban un determinismo que poco a poco se fue superando en la actualidad (Miller y Galindo, 2012).

A finales del siglo XIX y principios del XX, el geógrafo francés Vidal de La Blache consideraba que la geografía no debía estar impulsada por la política. Buscó crear una vertiente denominada geografía colonial que favoreciera a Francia en el reconocimiento de territorios en África y Asia y el establecimiento de rutas imperiales en todo el mundo. La propuesta de Vidal de La Blache estaba más encaminada a entender el objeto de la geografía en la relación hombre-naturaleza desde una perspectiva paisajista. El ser humano fue considerado como un sujeto creativo y modificador de su espacio, lo que dio origen a los estudios regionales del conocimiento del espacio terrestre que dominaron por más de medio siglo (Capel, 1976). Álvarez (2000) precisa que Vidal de La Blache no se apartó de la propuesta geopolítica de Ratzel, sino que más bien la disimuló: en una visión etnocentrista, los europeos, como parte de lo que consideraban su misión, tuvieron contacto con pueblos primitivos a partir de la consideración de su desarrollo.

Tanto Ratzel como De La Blache basaron su conocimiento en la filosofía positivista de Auguste Comte, y reconocieron la realidad como objetiva y al investigador como un observador del paisaje, lo que permitió realizar descripciones y análisis mediante métodos cuantificables, medibles y exactos (Capel, 1981). La tendencia positivista daba relevancia al monismo metodológico en el que el método inductivo-casualista era considerado el único para conocer la verdad del espacio y en ese momento del hombre. La perspectiva ambientalista dio importancia a las ciencias naturales, con el fin de potenciar todo el campo del saber. Esto significó un avance en los estudios del medio físico y natural, pero no contribuyó en mayor medida a la comprensión de las relaciones humanas y el entorno que las rodea. No pudo llegarse a explicar el espacio como una elaboración humana ni a definirse lugares y territorios como esencia misma de la historia y la cultura. Esta visión limitada de la geografía física de la época tuvo una clara ascendiente del evolucionismo darwinista, que explicaba la adaptación de grupos humanos a ciertos medios geográficos, el predominio de estos medios y la superioridad de razas por la evolución de las especies y de los seres humanos (Luna, 2010). La geografía tuvo un ascendiente posibilista escenificado en los estudios franceses.

Gracias al paradigma positivista las concepciones del territorio, espacio, el desarrollo de la geografía y la cartografía evolucionaron, tanto por una razón científica como debido a un ascendiente político. La razón para crear ciencia con el conocimiento geográfico y cartográfico fue instrumental, movida por las necesidades de generación de capital de la élite burguesa y por la consolidación nacional e imperialista. El avance de la geografía tradicional se llevó a cabo con la formulación de una teoría que respondiera a diferentes perspectivas como era la geografía física, la geografía regional, humana, pero que no contó con señalamientos críticos. Es decir, sus máximas y principios fueron incorporados y transmitidos sin ser cuestionados. La geografía tradicional, más que encontrar su objeto de estudio, se dedicó a definir qué no era geografía (Álvarez, 2000).

Por otra parte, la cartografía logró desarrollarse por factores externos relacionados con el imperialismo y factores internos ligados al propio avance de la ciencia geográfica. Algunos de los progresos que consolidaron el trazado de los mapas fueron el uso generalizado de las curvas de nivel; los mapas de comunicaciones gracias al desarrollo del ferrocarril; el refinamiento en la cartografía náutica por el uso del barco de vapor con Matthew F. Maury, el fundador de la oceanografía; y la creación de mapas temáticos de fenómenos sociales como la cartografía de la pobreza, el crimen, las características poblacionales y las condiciones sanitarias, realizados por geógrafos como Niels Frederik Ravn (Capdevila, 2002b).

Para finalizar, desde la Antigüedad hasta principios del siglo XX la geografía y la cartografía fueron áreas del conocimiento preocupadas por el espacio terrestre en relación con las dinámicas humanas que sucedían en este. Así mismo, los contextos económicos, políticos y sociales influyeron en la representación del espacio, y esto permitió el avance de la cartografía. La exploración de nuevos territorios y la consolidación de un espacio unificado implicaron hacer mapas con un contenido político para la representación del mundo. Expandir las fronteras y establecer rutas comerciales eran objetivos consolidados por las élites, dado que buscaban riquezas en otros lugares, así como una manera de imponer cierta legitimación social. De tal forma, los mapas se construyeron con intereses afines a sectores dominantes de la sociedad.

En el siglo XIX se dio en gran medida el progreso científico de la geografía, y su institucionalización estuvo en favor de los intereses nacionalistas e imperialistas de las potencias europeas. La geografía epistemológicamente edificada mediante el positivismo se centró en dar explicaciones deterministas con componentes etnocéntricos-evolucionistas. Estas bases llevaron al reconocimiento del espacio mediante la geografía y a representar los lugares mediante la cartografía, lo que limitó la participación de las clases sociales bajas, las que podían dar otras perspectivas del mundo social que se estaba imaginando. Así, lo científico se separa de la participación social.

La burguesía procuró liderar ideológica y políticamente al resto de clases sociales, mediante la implementación del ideal de un mundo industrializado, representado a través de mapas que no evidenciaban la dinámica de los procesos histórico-sociales. En el siglo XIX y principio del XX, las masas consideradas ignorantes debían estar educadas para ciertos trabajos. No era concebido que obreros o campesinos en Inglaterra, Francia o Alemania participaran en la definición del espacio, en la comprensión de los lugares y en la representación de los territorios. Eso era cuestión de la élite, y el resto debía amoldarse e identificarse con intereses nacionalistas, lo cual generó el fortalecimiento de la unidad de los Estados poderosos de la época.

La ciencia geográfica y la cartográfica, como las otras ciencias, vivieron el proceso de separación del investigador y del objeto de estudio, lo que permitió dar un principio de objetividad y un carácter científico a las representaciones del espacio. No obstante, este principio parte de la universalidad, que contiene un componente ideológico al consolidar al ser humano como dominante del mundo, y al ubicarlo incluso por encima de su entorno, sin un pensamiento ecológico. La construcción objetiva y matemática del espacio fue un aparente principio de objetividad, porque más allá de su precisión, el contexto de los cartógrafos de la época era impulsado por el interés de conocer el mundo. Es decir, el hecho de conquistar nuevas tierras y nuevos pueblos como idea universal también tiene un componente ideológico que es subjetivo y que se implementa como medida de colonización, conquista y civilización de los pueblos periféricos. El principio de universalidad tiene un factor imperialista y de consolidación de la visión del mundo occidental. El centro étnico prevalece transformándose en universal, perspectiva que llevó a considerar como incivilizadas, poco racionales y supersticiosas las visiones que no encajaban en esta forma de ver y entender el mundo. Por eso, otras alternativas como la cartografía radical y la cartografía social le dieron prevalencia a la crítica, a lo cualitativo, a la participación o al subjetivismo, es decir, a las visiones particulares que contrastan con la visión totalizante del mundo que quiere implementarse desde la geografía tradicional, con lo que se pretendía establecer un nuevo paradigma de conocimiento espacial como lo fueron los nuevos estudios geográficos y cartográficos a mediados del siglo XX.

Las nuevas concepciones del espacio

Luego de las dos guerras mundiales (1914-1945), el mundo tuvo una transformación a partir de los desastres dejados por ambas guerras. Muertes, pobreza, desplazamientos forzados y destrucción de infraestructuras eran el resultado del imperialismo que tuvo auge a partir del siglo XIX. La industrialización, los nacionalismos y los colonialismos se consolidaron en Europa, Estados Unidos y Japón, Estados-nación con riquezas materiales y poderosas estructuras militares que definieron la guerra. La academia y la ciencia, con o sin intención, habían contribuido a estructurar un mundo donde el poder y la dominación se podían ejercer a través de armas cada vez más destructivas.

Disciplinas como la cartografía y la geografía sirvieron para precisar regiones, delimitar territorios, establecer rutas comerciales y fortalecer identidades nacionales; también fueron utilizadas como instrumentos de conocimiento para la guerra. De igual modo, el factor económico era fundamental para crear relaciones sociales supeditadas al capital y en las que el gran capital dominaba las políticas de Estado. El signo de los tiempos cambiaba para los países participantes en el conflicto, los cuales —salvo Estados Unidos— estaban devastados. El resto del mundo, África, Latinoamérica y parte de Asia, seguían contando con pueblos sumidos en la pobreza, la marginalidad y la exclusión social. Es decir, en el periodo de las grandes guerras y varios años después, se incrementó el número de seres humanos en la miseria, sumado esto a los ejércitos de trabajadores empobrecidos que laboraban en las industrias y a las corrientes de campesinos que migraron constantemente del campo a las ciudades. Millones de personas sufrieron los avatares de los tiempos, lo que llevó a académicos, científicos e intelectuales a preocuparse por el presente y el futuro poco halagüeño que le deparaba a la humanidad. La burguesía intelectual que había creído en el progreso y la razón no tuvo del todo claro cuál era el rumbo que debía seguir la historia. No obstante esta demostración de escuelas como la de Fráncfort, el instrumentalismo y el interés industrial siguió en marcha, lo que llevó a que estudios espaciales sirvieran para implementar estrategias militares, políticas nacionalistas y políticas económicas en favor de grandes capitales.

 

La nueva geografía hacía parte de estos cambios generados por la guerra en tiempos en los que se marcaba la división capitalista y socialista del mundo. Las nuevas corrientes de conocimiento se plantearon en dos polos: uno cuantitativo y uno cualitativo, que a su vez cada uno tuvo alternativas que precisaron los estudiosos del espacio según su ideología o formas de concebir el mundo. La nueva geografía se enmarcó en el neopositivismo, mientras que la geografía radical fue considerada antipositivista. Epistemológicamente, esto planteó debates al comprender paradigmas de estudios espaciales opuestos que buscaban, por un lado, la legitimación del statu quo y, por otro, la transformación de las estructuras del mundo capitalista. A través de este subcapítulo se pretende conocer ambas corrientes (cuantitativa y radical), con el fin de entender modelos antagónicos para comprender el orden espacial contemporáneo.

La nueva cartografía y la nueva geografía: métodos cuantitativos

El concepto de nueva geografía aparece repetidamente en diversos contextos desde el mismo siglo XIX, cuando los estudios se alejaban de la geografía puramente descriptiva. A partir de allí y con el surgimiento de otras corrientes como la del último tercio del siglo XIX, las renovaciones han causado cambios paradigmáticos a la ciencia geográfica. La legitimación de nuevos paradigmas hace parte de la crisis generada en las teorías de conocimiento y en los contextos históricos de determinadas épocas. La crisis en las ciencias posibilitó el surgimiento de nuevos métodos y nuevos avances científicos que lograron llenar los vacíos que reafirmaban la crisis. Según Piaget (citado por Capel, 1981), es una crisis que no se sustenta exclusivamente por la construcción teórica o metodológica que forman las disciplinas del conocimiento, sino en el desarrollo mismo de la historia de cada época, representado en crisis políticas, económicas, sociales y culturales. Así nacen los nuevos paradigmas que a través de la historia han transformado la epistemología del espacio y el conocimiento de la superficie terrestre.

En geografía y astronomía, las ideas de Tolomeo y de Copérnico fueron paradigmáticas en su momento. Asimismo, en cartografía, los viajes exploratorios de los siglos XV y XVI superaron la crisis de estancamiento del conocimiento espacial en el medioevo. Otro paradigma como fue el conocimiento del mundo terrestre hizo parte de una nueva era en la construcción de los mapas. De igual manera, la física newtoniana transformó la visión del mundo e influyó en el saber geográfico del siglo XVIII. Las revoluciones burguesas y las crisis concebidas en el poder monárquico lograron cimentar nuevas ideas y modelos en las ciencias en las que el positivismo señaló el camino de lo que debía ser considerado como racional y científico. Esta geografía y cartografía del siglo XIX estuvo sustentada bajo el nacionalismo y el poder imperial. La geografía de Ritter y la geografía de Vidal de La Blache también fueron consideradas en su momento nuevas geografías (Capel, 1981).

Por otra parte, en la segunda mitad del siglo XX, los estudios geográficos y cartográficos dieron un viraje hacia la necesidad de tener en cuenta las poblaciones. Se investigó sobre las realidades de minorías y mayorías, así la historia ya no era una exclusividad de las élites, sino que pertenecía a todos. De esta manera, también surgieron estudios interdisciplinarios que lograron tener miradas holísticas de fenómenos sociales como la pobreza, la guerra, el hambre, entre otros. Esto posibilitó a la geografía contar con el ascendiente de áreas como las matemáticas, la geometría y la estadística o la historia, la sociología y las ciencias económicas. De tal modo, la interdisciplinariedad consintió a nuevas ciencias como la geografía humana o la geografía económica tener auges relevantes (Vila, 1982).

A partir de los años cincuenta, la nueva geografía respondió a paradigmas matemáticos, de precisión y exactitud, buscando de nuevo una objetivación de la materia de conocimiento. A través del desarrollo técnico y tecnológico del siglo XX, la geografía y la cartografía contaron con nuevos sistemas de información que permitieron un rápido desarrollo mediante fotografías satelitales y sistemas operativos como el Global Positioning System (GPS). Esta geografía, por supuesto, fue de gran utilidad para Estados y empresas transnacionales al procurar el control social y al estudiar las áreas de productividad y mercado factibles para ser explotadas. Las mayorías hicieron parte de la geografía, si bien no para crear las representaciones de los espacios, sí para ser el foco de investigación de la distribución demográfica, de la estadística en la desigualdad social y la pobreza y de los prototipos de consumidores de productos ahora mundiales.

Esta nueva corriente atacó la concepción regional-historicista. Los métodos cuantitativos se tomaron la geografía norteamericana la cual indujo otras geografías. Al volverse la geografía más matemática, hubo una importante geometrización en la concepción del espacio (Capel, 1981). Por ejemplo, Peter Hagget (1994) empezó a concebir el espacio como objeto de la geografía, mediante la definición de componentes del espacio como nodos, redes, jerarquías y flujos, además, sustentaba el espacio a partir de la interacción entre configuración territorial y dinámica social, mediante la inclusión de conceptos de planeación regional, problemas de localización de espacios y problemas de uso del suelo entre otras nociones y fenómenos estudiados. En su Geografía: una síntesis moderna (1988), Hagget explica cómo se ha presentado un cambio de paradigmas en la geografía moderna y escenifica la entrada de la fenomenología como corriente filosófica preocupada por el sujeto. En los años setenta, Perroux introdujo un nuevo concepto de espacio caracterizado por no ser cartografiable. De tal forma, consideró un espacio geoeconómico (banal, absoluto) y un espacio económico (homogéneo y polarizado). El primero como parte de las relaciones de objetos económicos del mismo tipo y el segundo como parte del desarrollo de un polo que genera unas fuerzas de atracción importantes (Luna, 2010).

El neopositivismo fue promoviendo los avances llevados a cabo por la geografía humana, así la geografía se preocupó por la concepción del espacio, más allá de la región o la superficie terrestre. La geometría que Harvey llamó el ‘lenguaje de la forma espacial’ está relacionada con el énfasis sobre el espacio. La localización espacial de la población y las actividades se transformaron en un componente fundamental en la investigación. Entre los temas de la nueva geografía, se abordó el espacio terrestre, la organización espacial, las distribuciones y asociaciones espaciales, las estructuras espaciales y las regularidades (Capel, 1981).

La nueva geografía pasó del estudio regional a un estudio donde se formulan leyes generales, es decir, una ciencia nomotética, debido al positivismo del método hipotético-deductivo. La necesidad de aplicación de la matemática y el estudio geométrico van a impactar sobre el conocimiento geográfico. Dentro de esta nueva geografía aparecen autores como Burton y su artículo «La revolución cuantitativa y la geografía teórica» (1963) y David Harvey con «Explicación en geografía» (Luna, 2010). Por ejemplo, Burton consideró la revolución en geografía por la búsqueda de un estudio más científico que llevara a consolidar una ciencia espacial. El desarrollo epistemológico y teórico de la nueva geografía fue esencial para la consolidación como ciencia y la importancia académica evidenció una insatisfacción de parte de la comunidad científica por la geografía ideográfica (Delgado, 2003).

Por otro lado, como medio informativo, los mapas se consolidaron como una fuente inagotable para que el ser humano comprendiera las relaciones espaciales y plasmara las percepciones de su entorno y el espacio en general. Las técnicas para observar y describir los territorios han avanzado con el tiempo. Por ejemplo, a mediados del siglo XX, se desarrolló la tecnificación en instrumentos de precisión a través de elementos cuantificables para la generación de la cartografía de la época. El efecto de la Guerra Mundial y la Guerra Fría impulsó estos cambios y condujo a una rigurosidad científica en cuanto al diseño de modelos geográficos y cartográficos. La planeación económica también contribuyó al cambio de paradigmas en el estudio geográfico. Se dejaron de lado elementos históricos y se permearon los estudios de la geografía humana por la búsqueda permanente de la precisión matemática en la descripción y análisis de los territorios. La revolución informática causó un proceso cada vez más preciso y veloz en cuanto al procesamiento, recuperación y archivo de documentos y datos, así como una nueva ejecución de probabilidades de los espacios futuros logrados por modernos sistemas computacionales. Los avances en la geografía lograron que la cartografía alcanzara la tecnología satelital de georreferenciación, modernas fotografías aéreas, sistemas de posicionamiento global (GPS) y sistemas avanzados de información geográfica (Mora y Jaramillo, 2010).

Se puede afirmar que hubo una cuantiosa evolución tecnológica en la representación del espacio al alcance de la nueva cartografía. A partir de la Segunda Guerra Mundial, la cartografía, a través de la fotografía aérea captada desde aviones, tomaba imágenes de los trazados y así dio origen a las técnicas de fotogrametría. Desde los vuelos se observó el terreno, lo que permitió el reconocimiento del relieve, así como la observación de viviendas, árboles, desastres naturales y culturales. En los años cincuenta, la informática irrumpió en las formas de concebir los mapas: primero, con el aporte a la precisión de la forma y tamaño del globo terrestre; luego, en los sesenta, con dibujos mediante computadores; y más adelante, en los setenta, con los registros numéricos en las informaciones presentadas en los mapas. La era satelital, profundizada desde los ochenta, va a implementar mayores avances en la precisión de las características de puntos observados a través de las fotografías satelitales. Las imágenes satelitales posibilitaron una actualización constante de mapas, reducciones en el margen de error y el ahorro de tiempo. La evolución informática aprovechó una complementariedad entre teledetección y cartografía, lo que llevó a un sistema integrado de información geográfica que esboza datos cartográficos, así como imágenes originales, numéricas o gráficas (Grelot, 1991).

Seis décadas de progreso tecnológico han derivado también en una democratización de la información a través de sistemas informáticos como el internet. De tal manera, la red ha permitido una conectividad entre los seres humanos a nivel mundial, así como el entendimiento y uso cotidiano de herramientas de información geoespacial como Google Earth. Hoy en día, esta difusión de la información ha llevado a que mayor cantidad de personas tengan acceso a la educación en geografía y al reconocimiento de territorios, de lugares y de sus entornos a través de imágenes satélite. Como resultado, se ha transformado la visión autoritaria que se tenía del entendimiento de la cartografía. Esta vulgarización de la información también generó que grupos económicos, políticos y sociales utilizaran herramientas para vender productos, aparatos estatales y contra estatales y que realizaran estrategias militares; además, permitió que entidades nacionales, supranacionales y organizaciones no gubernamentales contribuyeran a mitigar la pobreza y asistir a personas que sufren catástrofes naturales.

 

Estos sistemas tecnológicos avanzados inducen a los seres humanos a sentir que pierden la intimidad, como lo presenta George Orwell en su novela distópica 1984 (publicada en 1949), donde los ciudadanos sienten la vigilancia permanente del Gran Hermano.

Los estudios radicales: cartografías y geografías contra los sistemas imperantes

El avance de la geografía cuantitativa motivó a impulsar una nueva geografía más humanista luego de los años sesenta y setenta, transformándola, aunque sin concretar en una fase evolutiva lineal en su desarrollo (Capel, 1981). A partir de 1969, dada la desigualdad social y la marginalidad existente, así como el contexto político-económico bipolar (capitalismo-socialismo), surgió una corriente que se preocupaba por concebir el espacio no solo para los poderosos, sino para mayorías y minorías excluidas y relegadas por el poder. Varios cartógrafos, geógrafos y analistas críticos de las realidades espaciales comprendieron la necesidad de que los grupos marginales fueran tenidos en cuenta en las concepciones espaciales e incluso que participaran de ellas mediante la formulación de sus propios conceptos.

Así, en los años setenta, se consolidó una corriente de pensamiento crítica de tendencia marxista que conminó a las ciencias sociales a protestar contra el sistema globalizado y capitalista. La geografía radical pretendió darle una completa renovación a los estudios espaciales, considerando que el ser humano no podía ser impasible al contexto donde había vivido. Las grandes poblaciones de clase media y baja en zonas urbanas y rurales necesitaban estudios territoriales que les permitieran transformar la historia. Los nuevos mapas respondieron a explicar el mundo concebido desde abajo, como lo proponía la escuela marxista inglesa y, en parte, la teoría crítica propuesta por la escuela de Fráncfort. Así mismo, los cartógrafos de la escuela radical procuraron hacer un análisis reflexivo y crítico de mapas tradicionales en el que explicaran el poder y los intereses develados en estas representaciones.

En ese sentido, según Luna (2010), Mario Bunge consideró que el geógrafo debía mezclarse con el pueblo antes de querer pertenecer a una estructura académica para hacer geografía. Asimismo, Richard Peet (1998) concibió la abolición de las instituciones que sustentaban el estatus social y criticó el carácter instrumentalista de la geografía cuantitativa. Dice Peet (1998):

A pesar de su gran funcionalidad, la geografía humana como ciencia espacial fue aislada de la ciencia social en general, que tuvo dificultades para reconocer la significancia de toda esta teoría acerca del espacio. La revolución espacial también produjo un dualismo entre espacio y ambiente, irónicamente en el momento en que los problemas ambientales ganaban importancia (p. 32-33).

En esa misma línea, David Harvey (1977), mediante el análisis marxista, estableció la idea de comprender el espacio y el territorio como una lucha de clases. En ese contexto se da otra nueva forma de entender la geografía y la cartografía que dará un papel preponderante a las mayorías y minorías excluidas. Uno de los objetivos fue contribuir desde la geografía a formar una sociedad más equitativa y justa. Por ejemplo, en Urbanismo y desigualdad social (1977), Harvey consideró la justicia social y la moral como temas preponderantes al momento de implementar políticas urbanas o de desarrollo en las ciudades. A esta concepción le imprimió la crítica marxista en búsqueda de acciones prácticas para la transformación de la desigualdad mundial. El autor generó una remoción de los cimientos de las bases geográficas, donde los intereses de arriba primaban por encima de los intereses de abajo al momento de edificar la geografía (física, humana, cuantitativa, entre otras) y, asimismo, elaborar la cartografía.

De esta manera, en Europa y como parte de este movimiento populista radical, se planteó una línea de trabajo con geógrafos como Morill y Folke, que van a encontrar la trascendencia del espacio y su representación a través de los mapas y todo el ámbito de la geografía mediante el contexto de una lucha social revolucionaria. El cambio social se escenificaba a partir de la creación del marco teórico, del estudio y del trabajo que había resultado de la transformación de la geografía y la cartografía. Hay una relación directa entre la renovación de postulados teóricos y la participación de David Harvey en el desarrollo de la geografía radical. Por ejemplo, en Francia se combatió la geografía posibilista mediante la presentación, a través de autores como Lacoste, de la importancia del análisis del espacio no como una cuestión de las élites académicas y políticas, sino como un problema de todos y todas (Luna, 2010).

Por otro lado, John Harley (2005) aboga por el método deconstructivo, idea filosófica nacida en Heidegger, pero utilizada por Michel Foucault y Jaques Derrida. Estos intelectuales franceses también reflexionaron sobre el conocimiento construido desde arriba, mediante la implementación de críticas de contextos donde se generaba el conocimiento, así como mediante críticas sobre el poder como factor de creación de teorías y paradigmas. El método de la deconstrucción se concibió a partir de la observación, la crítica, la reflexión y el análisis histórico. En cuanto al espacio y los entornos, este método propuso establecer la deconstrucción en los mapas, lo que llevaría a separar la realidad de su representación y al descubrimiento de silencios, olvidos y contradicciones que afectan el carácter supuestamente objetivo de los mapas. La deconstrucción del texto cartográfico buscó resituar significados, eventos y objetos en marcos generales y estructurales. Los mapas considerados de tipo científico son transmisores de valores y de control político y social, son otra forma de texto que logra la identificación de la población con la representación del mundo (Capdevila, 2002a).

En ese sentido, Harley (2001) se distancia del pensamiento positivista, racionalista y objetivista; como resultado logra un cambio en la perspectiva convencional que permeaba la epistemología y reconoce los mapas como construcciones sociales. De tal manera, el cartógrafo es un sujeto social que pertenece a unos entramados políticos y económicos que instrumentalizan su conocimiento y permean sus intereses. Explica que en la cartografía existe un poder externo y uno interno. El externo se refiere al poder político que ejercen los centros de poder y los intereses que tienen en la representación del espacio, en la identificación que la población establece con este, así como en la creación de control territorial representado en el poder jurídico que crea fronteras, disciplina y norma. Por otro lado, el poder interno es el que está inmerso en el texto cartográfico y pertenece a cualquier texto como medio de comunicación (Capdevila, 2002b).

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?