La narración de Arthur Gordon Pym

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Sea como fuere, la recepción de Pym por parte de los críticos coetáneos no fue precisamente halagüeña; la reseña de Lewis Gaylord Clark ‒contrario a Poe‒ en The Knickerbocker marcó el camino al señalar que la narración estaba repleta de circunstancias desagradables, cruentas y violentas. Así, la obra se percibió como excesiva e hiperbólica en la citada línea, al tiempo que se hizo hincapié en el hecho de que la trama presentaba errores mayúsculos desde un punto de vista náutico y geográfico, elementos narrativos inverosímiles y, en su pretensión de veracidad, se entendió que constituía un inaceptable intento de engaño al público lector, objetivo que, curiosamente, se logró sobre todo en tierras británicas, donde no fueron pocos los que leyeron Pym como una historia auténtica, aunque exagerada. El fracaso de la obra supuso un serio revés económico para Poe, que tampoco la tuvo en alta estima (se referiría a ella como «un libro muy tonto»), y que abandonaría el género novelístico para acometer otras empresas literarias y dedicarse principalmente a la escritura de ensayos y relatos, como evidencia el hecho de que el siguiente libro que publicó fue sus Cuentos de lo grotesco y lo arabesco (1840). No obstante lo dicho, con el tiempo, Pym se convirtió en una obra de enorme fama, influyendo, como ya se ha apuntado, en numerosos autores posteriores, entre los que se cuentan, además de los ya mencionados, Herman Melville (Moby Dick, publicada en 1851, debe mucho a la narración de Poe), Charles Baudelaire (que la tradujo al francés en 1857), Henry James (que en La copa dorada, 1904, alude a la novela), H. P. Lovecraft (sobre todo, En las montañas de la locura, 1936), Dominique André (que escribió una secuela de la novela, La conquista de lo eterno, 1947), Paul Theroux (The Old Patagonian Express, 1979), Paul Auster (en Ciudad de Cristal, 1985, el personaje de Quinn fabula sobre los criptogramas que aparecen al final de la obra), y Mat Johnson (que en Pym, publicada en 2011, lleva a cabo una reescritura posmoderna de la novela de Poe centrada en cuestiones de raza).

Desde el punto de vista narrativo, Pym muestra la suprema maestría e ironía de su autor, que introduce en el prólogo la incertidumbre acerca de la veracidad de la obra, y ‒en una nueva y suprema vuelta de tuerca de alteridad‒ a su propio doble en calidad de editor[15]. Poe construye una trama en primera persona narrada por Arthur Gordon Pym, editada y continuada ‒no sabemos hasta qué punto‒ por el doble del escritor, que finalmente se ve interrumpida, para ser clausurada por una nota en la que se le hace partícipe al lector ‒que nada sabe‒ del destino de Pym, de la imposibilidad de comunicarse con el personaje de Peters, y de la pérdida de los «dos o tres» capítulos finales de la novela. Todo ello rompe sistemáticamente con las expectativas del lector en cuanto a la lectura «convencional» de las aventuras de Pym, quien señala en el prólogo que, dados los acontecimientos aparentemente inverosímiles que va a narrar, prefiere que la narración se lea como ficción. Con todo ello, Pym se percibe como un narrador poco fiable. La novela, pues, es un texto desconcertante, tan nebuloso y misterioso como las brumas del Polo Sur que, de manera tan plástica y envolvente, se describen al final de la obra, en la que el lector debe tomar una postura activa y dinámica para ir desentrañando los espacios vacíos y misteriosos que se le presentan. Con su gusto proverbial por las escrituras secretas o veladas[16], Poe introduce como elemento alienante enigmáticos criptogramas, acentuando la sensación de misterio que se va acrecentando paulatinamente hacia el desenlace de la narración, cuyo significado ha de ser construido por la imaginación del lector. En este sentido, Pym es un relato precursor de los cuentos de raciocinio que su autor escribiría más adelante.

La novela presenta varios elementos temáticos de suma relevancia. La función del destino es uno de ellos, dado que a lo largo de la narración se subraya la certeza por parte del narrador de la existencia de una predestinación que puede entenderse o no en términos fatalistas, y que no proviene de un sentimiento religioso. Lo cierto es que, investido de su espíritu aventurero, Pym experimenta los acontecimientos que le suceden con una admirable capacidad de adaptación y aceptación, que es, en definitiva, y frente a lo que le sucede a la mayoría de personajes, lo que le convierte en un superviviente, rasgo que comparte con Dirk Peters, el otro protagonista de la historia, que, si atendemos a lo que se indica en la nota final, ha sobrevivido incluso a Pym y reside en Illinois, si bien, por razones no aclaradas, no puede ser localizado y entrevistado para darle una conclusión satisfactoria al relato.

Peters, por su parte, nos sirve para introducir una cuestión esencial en la narración, que no es otra que la de la alternancia entre la blancura y la negrura, integrada simbólicamente en un tema que la trasciende: la problemática racial. Las acusaciones de racismo contra Poe, partidario de la esclavitud, como ya se ha dicho, han generado considerable polémica entre los críticos especializados. En lo que respecta a Pym, no pocos se han centrado en el hecho de que el cocinero negro del Grampus se muestra como un personaje en extremo violento y sanguinario, si bien lo cierto es que la mayoría de los amotinados, de raza blanca, se comportan de manera análoga. Sin embargo, Dirk Peters, personaje sin duda positivo pese a su apariencia salvaje, es racialmente «híbrido», pues la sangre nativa americana corre por sus venas. Por otra parte, se ha destacado en la narración el contraste entre elementos de claridad y oscuridad con evidente proyección simbólica. Así, la oscuridad del Grampus, sobre todo en lo concerniente a la experiencia claustrofóbica de Pym en la bodega del barco y la producida por las espantosas tormentas y experiencias traumáticas por las que pasan los supervivientes de la travesía, apuntan de manera alegórica a la opacidad y la violencia moral y física imperante en el interior de la nave. Por otro lado, la experiencia de Pym y Peters en el Jane Guy es más luminosa, acompañada por fenómenos naturales benignos y por la visita a lugares exóticos que despiertan el interés, la curiosidad, e incluso la fascinación del narrador del relato. Esa mayor claridad alcanza cotas sublimes mediante las descripciones de la blancura de los hielos del Polo Sur y del mar lechoso que, finalmente, conduce a la confrontación con el misterio último del ser gigantesco y enigmático cuya subyugadora visión pone fin a la narración de Arthur. Ahora bien, antes de alcanzar esta sorprendente conclusión, Pym, Peters y la tripulación del Jane Guy se han visto obligados a enfrentarse, con resultados catastróficos para la mayoría de ellos, con la oscuridad de Tsalal, cuyos nativos tienen incluso los dientes negros.

En mi opinión, el episodio no debería ser interpretado de manera simplista en términos de proyección del racismo de Poe, sino como un reflejo del miedo al otro, a lo diferente, que surge siempre, de una u otra forma, en el encuentro colonialista, en el que apariencia, costumbres, y lenguaje resultan ininteligibles, si no se produce un mutuo deseo de comprensión. Si a los tripulantes del Jane Guy les sorprende la negrura absoluta de los nativos de Tsalal, a estos les asusta la blancura de los extraños visitantes, sintiéndose además aterrorizados por todo aquello que implique claridad. El recelo de los nativos desembocará en su actitud violenta y su pulsión destructora de aquellos que consideran «otros», distintos de ellos y, por consiguiente, ajenos a su identidad y percepción del mundo. La línea entre «civilización» y barbarie es en extremo delgada, como ‒entre otras muchas obras que han abordado la cuestión‒ demuestra la reveladora narración El corazón de las tinieblas (Heart of Darkness; 1899, 1902), de Joseph Conrad. En ella se demuestra cómo toda colonización implica incomprensión del otro, desencadenando las pulsiones más negativas y hasta criminales con respecto a los seres humanos percibidos como «diferentes». Si en Pym son los supersticiosos nativos de Tsalal, salvajes y primitivos, los que actúan de manera desconfiada y furibunda contra los «extraños» visitantes de raza blanca, en la narración de Conrad serán los colonizadores europeos, supuestos portadores de educación y cultura, los que desplieguen una espantosa brutalidad contra los nativos africanos. De la misma manera, no pocos personajes de raza blanca se comportan en Pym de manera bestial, asesinando a seres inocentes (como es el caso de los alcoholizados amotinados del Grampus), y también supersticiosa, como puede observarse en el episodio en el que Arthur se disfraza del cadáver de Hartman Rogers, desatando el terror en los amedrentados marineros, un magistral recurso argumental por parte de Poe. Es significativo en este sentido que los personajes más estimables de la narración son capaces de recurrir al canibalismo cuando las circunstancias no les dejan otra opción para la supervivencia, con lo que Poe prueba a los lectores que, en situaciones límite, el ser humano puede ser capaz de realizar los actos más terribles. En definitiva, no deja de ser significativo ‒si bien no sabemos si se trata de un recurso motivado por parte del autor‒ que el único superviviente de la narración sea Dirk Peters, quien aglutina una mezcla de rasgos raciales, y que, a la vez que hace gala de un comportamiento noble y valeroso en determinados momentos, también da muestras de un carácter impulsivo y brutal en otras circunstancias.

En realidad, Poe nos presenta en la narración un vínculo simbólico entre el proceder humano y las fuerzas de la naturaleza, que en ocasiones se proyecta de un modo sereno y sosegado, mientras que en otras lo hace mediante una tremenda y destructiva virulencia. Lejos de ser descrita de manera maternal y benéfica, como suele ser el caso en representaciones idealizadas de los elementos naturales, en Pym, al igual que en El corazón de las tinieblas y otras obras análogas en la misma línea de pensamiento, la naturaleza, pese a serle propicia en determinados pasajes a los personajes, resulta ser un ente inexorable, desligado de las necesidades o conveniencias humanas. Las tormentas a las que se ve sometido el Grampus son despiadadas, creando en los lectores la sensación de atracción a la par que miedo inherente a la categoría estética de lo sublime, que tanto cautivó la imaginación de los escritores románticos. Dentro de las categorías estéticas de dicho periodo, lo pintoresco (también presente en Pym: piénsese en las descripciones de las islas de los mares del Sur) se asocia con lo exótico, lo bello con el equilibrio, y lo sublime con la conmoción interna que al mismo tiempo es seductora y pavorosa, sentimiento paradójico que se agudiza al final del relato con las turbadoras y sensacionales descripciones de los hielos polares y la visión del insólito y gigantesco ser hacia el que se dirige la embarcación en la que navegan Pym, Peters, y en la que, espantado por la intensa blancura de la sobrecogedora imagen, muere el nativo Nu-Nu, que, como todos los nativos de Tsalal, teme cualquier objeto o superficie de tonalidad blanca. En términos generales, en la narración poeniana, la naturaleza permanece totalmente ajena a lo humano, mostrándose indiferente a los deseos y expectativas de los personajes.

 

Por otro lado, sin ser una narración de carácter esencialmente gótico y terrorífico, aspectos que Poe encumbraría en sus cuentos más célebres y reconocidos, Pym presenta rasgos evidentes de dicha tendencia, indicios de su característica capacidad para producir inquietud y angustia en el lector. En realidad, el mayor exponente de negrura en la narración se manifiesta en el interior de la tenebrosa bodega del Grampus, donde Arthur, oculto como polizón por Augustus, experimenta, junto a una sed y hambre atroces, una sensación aterradora de paroxística claustrofobia de la que Poe, con su habitual maestría, hace partícipe al lector. Uno de los recursos más efectivos para crear terror por parte del autor en muchos de sus relatos es el de las recurrentes imágenes de enterramiento y emparedamiento; así sucede, por ejemplo, en crónicas de pesadilla como El entierro prematuro, El gato negro o La barrica de amontillado, y así le acontece al narrador de la historia, aislado en un laberinto ignoto sin casi un ápice de luz, y con la única compañía de su perro, Tiger. La sensación de enclaustramiento se repite al final de la novela, cuando, para escapar de los nativos de Tsalal, Pym y Peters se ven confinados en una lóbrega cueva. El terror de la narración también emana del creciente suspense del argumento, que alterna pasajes de calma tensa con instantes álgidos que culminan en la aparición del misterioso ente gélido que habita en el Polo Sur, visible tras una amenazante catarata.

Si interpretamos el periplo de Arthur Gordon Pym como un recorrido de connotaciones espirituales o de aprendizaje vital (una constante alegórica de la literatura marítima), estas imágenes de enterramiento y claustrofobia, referentes de una muerte simbólica, remiten en última instancia a la noción de renacimiento y adquisición de (auto)conocimiento. En realidad, Pym lleva a cabo un viaje iniciático, un rito de paso en el que acumula experiencia. La bodega del Grampus es para él una suerte de útero del que «renacerá» para continuar con su travesía vital, que terminará por llevarle a los confines del mundo conocido, después de completar un segundo ciclo de enterramiento-renacimiento en la oscuridad de la caverna, seno de la madre tierra, y la navegación por las aguas cálidas que representan, según esta lectura, una suerte de líquido amniótico. Algunos críticos han querido ver en el «enterramiento» de Arthur y Peters en la caverna y su posterior salida de las «entrañas de la tierra» después de tres días un trasunto de la muerte y resurrección de Cristo. En consonancia con dicha interpretación, se ha entendido que la helada imagen gigantesca con la que se cierra la narración podría representar a una figura divina o angelical. ¿Se trata, pues, de un ser benéfico que garantiza un significado de futura felicidad y libertad? Es una de las posibles hipótesis relativas a la identificación de dicho ente o visión, garantizada quizá por el hecho de que tanto Pym como Peters sobreviven al incidente, pero no existe una certeza de ello. La narración de Poe resiste toda exégesis: el relato es enigmático y cualquier intento de esclarecerlo en su significado último resulta vano, al igual que es imposible discernir el sentido de los jeroglíficos y las extrañas palabras de los nativos de Tsalal, sobre las que cualquier aproximación filológica, por muy erudita y sesuda que parezca, resulta fallida. De igual manera, no hay modo de descifrar el balbuceo de Augustus poco antes de enfrentarse a la muerte, la más misteriosa de todas las experiencias.

El texto es un epítome de incertidumbre e indecisión. En consecuencia, evidencia los posibles efectos de la locura, reflejando una vacilación constante entre el sueño y la vigilia, entre la «realidad» y la ficción, urdida por los estados distorsionados de la mente, una constante en la narrativa poeniana. Las situaciones límite que sufren los personajes ‒Pym sobre todo‒ les hacen traspasar los umbrales de la insania. Mucho se ha debatido por parte de la crítica especializada acerca de las inconsistencias y errores narrativos de la obra, por lo general atribuidos a la supuesta prisa o el descuido con los que Poe la escribió: la repentina y nunca esclarecida desaparición de Tiger, el perro de Pym; el hecho de que este señale que su amigo Augustus le contó todo lo sucedido en el motín del Grampus muchos años más tarde, cuando en realidad muere unos pocos capítulos después; el papel en blanco que Pym cree que es un mensaje de Augustus, y que luego resultará que está escrito por la cara posterior... estos y otros elementos han determinado para algunos la falibilidad última del texto. Sin embargo, dejando aparte que no intervienen para nada en el disfrute de la obra por parte del lector, también son indicio de los mecanismos de la mente trastornada del narrador, acuciado por sucesos extremos que le hacen ver la realidad a través de un espejo deformado, fluctuando entre la realidad y lo que él cree percibir. Mediante este aspecto fundamental, una vez más, se subraya la indeterminación del texto poeniano, que desafía todo intento de desentrañarlo de manera convencional.

En última instancia, Pym es una magnífica novela de aventuras que capta desde el primer momento la atención del lector, que asiste intrigado a la fabulosa concatenación de peripecias en las que se ve envuelto el personaje principal: la odisea marítima en el Grampus, preludiada por la del Ariel[17]; las penalidades ocurridas en el barco (enclaustramiento y aprisionamiento, motín, lucha, heridas, hambre y sed, desamparo y desesperación, espantosas tormentas, encuentro con la embarcación colmada de cadáveres, canibalismo); la salvación a bordo del Jane Guy y la exploración de evocadores territorios por los mares del Sur; el periplo hacia el Polo Sur, y el infausto encuentro con los nativos de Tsalal; y, por último, el final abierto y sobrecogedor, culminado por la nota final, que aún introduce mayor perplejidad en cuanto a la expectativa de una resolución de los enigmas planteados, subrayando la consiguiente alienación mediante los criptogramas o jeroglíficos, y el lenguaje ignoto de los nativos. Y todo ello acompañado de un uso asombroso del lenguaje narrativo preciso, evocador y flexible, que tanto sirve para referir con aterradora crudeza los sucesos más impactantes y violentos, como para ofrecer al lector portentosas descripciones de la naturaleza y sus elementos característicos en sus estados más extraordinarios, bellos y sublimes. La narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket es sin duda una muestra prodigiosa del arte literario de Edgar Allan Poe y de su pasión por contar.

Antonio Ballesteros González

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Nuestra edición se basa en el texto original editado por Richard Kopley. Siguiendo su criterio, análogo al de la gran mayoría de editores, se utiliza la numeración corrida de los capítulos, en lugar de aparecer dos de ellos bajo el número XXIII. Véase la «Introducción» al respecto.

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[1] En Poe, G. R. Thompson (ed.), 2004, xiv. Las traducciones del inglés en esta introducción son mías.

[2] Karl Miller, 1985, 164.

[3] Por razones prácticas, consignaré así el título de la obra que nos ocupa.

[4] Op. cit., xv.

[5] Ibid., xxxvii.

[6] Ibid, xvi.

[7] En Poe, Eulalia Piñero (ed.), 1999, 8.

[8] Véanse al respecto las publicaciones de las que soy autor recogidas en la Bibliografía.

[9] Luctuoso suceso que quizá vino a hallar un eco en la célebre sentencia de Poe, tantas veces representada de manera implícita en sus relatos sobre amadas fantásticas y sobrenaturales, que señalaba que «La muerte... de una mujer hermosa es, de manera incuestionable, el tema más poético del mundo ‒e igualmente está más allá de toda duda que los labios más adecuados para dicho tema son aquellos del amado afligido».

[10] La traducción más «clásica» del vocablo ‒a la par que poco feliz‒ ha sido la de «lo siniestro».

[11] La raíz alemana «heim» se emparenta con el inglés «home» («casa», «hogar»).

[12] Se advierte al lector de que en esta parte de la introducción pueden desvelarse aspectos significativos del argumento de la obra, por lo que quizá se prefiera leerlo a modo de epílogo.

[13] El nombre del protagonista recuerda en su estructura al del propio autor, Edgar Allan Poe. «Gordon» es posible reminiscencia de su poeta favorito, George Gordon, Lord Byron.

[14] Una anécdota posiblemente apócrifa alude a que, poco antes de morir, Poe musitó en su delirio la palabra «Reynolds». Si fuera cierto, es probable que se refiriera al aventurero que tanto había cautivado su imaginación.

[15] No sería el único rasgo autobiográfico de la obra, cuyo protagonista sale de «Edgarton», en Massachusetts; las discrepancias entre él y su abuelo recuerdan a las de Poe y su padre adoptivo, Allan, en lo concerniente a los deseos de independencia del primero; Pym desembarca en Tsalal el 19 de enero, día del natalicio de Poe; y la fecha de la muerte de Augustus coincide con la del hermano de Poe, William Henry.