Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)

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La Segunda Guerra Mundial

En marzo de 1939, la desaparición de Checoslovaquia, conquistada por el III Reich alemán, le costó a Yugoslavia el perder la principal fuente de armamento y el traspaso de las inversiones checoslovacas a Alemania. Mussolini estableció contacto además con miembros del Partido Campesino Croata, buscando desestabilizar al gobierno yugoslavo. Las relaciones italo-yugoslavas volvieron a empeorar, sobre todo tras la ocupación de Albania por Italia en abril. En un principio, sin embargo, Alemania e Italia decidieron no apoyar los intentos de desmembramiento del país, siempre que este mantuviese su relativa proximidad al Eje. Los yugoslavos se apresuraron a asegurar su futura neutralidad y a no ingresar en ninguna coalición contra italianos y alemanes. A pesar de los intentos de intimidación germanos, el regente se negó a abandonar la Sociedad de Naciones.

La situación de Yugoslavia en Europa fue deteriorándose poco a poco. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Yugoslavia declaró de nuevo e inmediatamente su neutralidad. Los beligerantes aprobaron la postura yugoslava: Alemania deseaba mantener el suministro de materias primas yugoslavas, y los aliados no estaban en situación de exigir más del gobierno de Belgrado. Italia, sin embargo, se mostró más belicosa. En enero de 1940 Mussolini aceptó volver a reunirse con Pavelić, que aspiraba a la independencia de Croacia. En junio de 1940, capitulaba el principal aliado, Francia. En el verano, Hitler prohibía el ataque italiano a Yugoslavia, para el que Mussolini había ordenado ya preparar un plan de campaña. En el otoño, los vecinos fueron cayendo bajo dominio alemán, firmando uno tras otro el Pacto Tripartito (Rumanía el 23 de noviembre de 1940, Hungría el 20 de noviembre de 1940 y Bulgaria el 1 de marzo de 1941). El ataque italiano a Grecia de octubre de 1940, que acabó con la derrota temporal italiana y la necesidad de auxilio alemán a su aliado, complicó aún más la situación de la neutral Yugoslavia. Hitler deseaba asegurarse la cooperación o clara neutralidad yugoslava para su proyectado ataque a Grecia.

A pesar de la tradicional actitud hostil de la familia real yugoslava al régimen soviético, el deterioro de la situación internacional y la necesidad de un contrapeso al creciente dominio alemán aconsejaron revisar la situación. En marzo de 1940 comenzaron las conversaciones con la Unión Soviética, que llevaron a la firma de un tratado comercial el 13 de mayo de 1940 y al establecimiento de relaciones diplomáticas en junio. Un posterior ofrecimiento soviético de armamento en noviembre no llegó a fructificar.

Rodeada y dependiente económicamente del III Reich, Yugoslavia se vio presionada dada vez más por Hitler para suscribir el Pacto del Eje (firmado en septiembre de 1940 por alemanes, italianos y japoneses), alternativamente mediante amenazas veladas y ofrecimientos diversos. Con su suministrador habitual de armamento (la fábrica checoslovaca Škoda) en manos alemanas, sin alternativa para abastecerse de armas, con una industria propia insuficiente para hacerlo y unas comunicaciones deficientes, el ejército yugoslavo se encontró en una situación desesperada ante las amenazas alemanas. Su despliegue era además inadecuado, extendiéndose por las fronteras de acuerdo a motivos políticos y no estratégicos.

Ante esta situación, el 25 de marzo de 1941 el gobierno del regente firmó el Pacto en Viena, con las salvedades logradas de los alemanes, que incluían el compromiso de no estacionar tropas y ni de utilizar el territorio yugoslavo para la campaña contra Grecia.

Sin embargo, el descontento serbio ante lo que se consideró una capitulación se tradujo en el golpe de Estado del 27 de marzo, encabezado principalmente por algunos oficiales de las fuerzas aéreas. El general Dušan Simović, jefe de la aviación yugoslava, formó un nuevo gobierno. Mientras la multitud celebraba el golpe en las calles de Belgrado, en Liubliana y Zagreb esta acción se veía sin entusiasmo como la decisión unilateral serbia de entrar en guerra. El regente se exilió (fallecería en París en 1976), proclamándose la mayoría de edad del rey Pedro II.

A pesar de la impresión en la calle y en el extranjero, Simović trató desesperadamente de calmar a los alemanes, declarando su intención de mantener los compromisos del país, incluido el pacto recién rubricado, y nombrando un ministro de Asuntos Exteriores teóricamente pro-alemán.

Hitler, enfurecido y dispuesto a destruir Yugoslavia, rechazó no obstante los intentos de conciliación del nuevo gobierno, ordenando a las pocas horas del golpe la invasión del país, que comenzó el 6 de abril de 1941 con un brutal bombardeo de Belgrado. El día anterior, el gobierno yugoslavo, tratando de reforzar su posición, suscribió un acuerdo de amistad y no agresión con la Unión Soviética, que finalmente no le reportó ayuda ninguna.

El país se vio invadido por todas sus fronteras, salvo la que compartía con Grecia. El ejército real yugoslavo únicamente resistió once días. El 17 de abril se firmó la capitulación, e inmediatamente el rey Pedro II y su gobierno se exiliaron en Londres, mientras que Yugoslavia era inmediatamente desmantelada según los deseos de Hitler manifestados en sus órdenes de ataque del 27 de marzo.

Así, Italia ocupó el sur de Eslovenia con Liubliana, parte de Dalmacia, Montenegro —teóricamente independiente como reino, aunque sin rey— y, por el sur, junto a la Albania que habían anexionado anteriormente, Kosovo y el oeste de Macedonia. Alemania se apoderó del norte de Eslovenia y del Banato (noreste de Serbia), ante la negativa rumana a que Hungría se hiciese con el control de la región, que contaba con una minoría rumana. Se creó el Estado Independiente de Croacia (NDH), que incluía Bosnia y Herzegovina y la Sirmia (Serbia centro-oriental), aliado con la Alemania nazi. El nuevo país quedaba bajo ocupación militar conjunta italo-germana, con una línea de demarcación entre las ambas zonas. Serbia, que se mantuvo bajo control alemán, fue reducida más o menos a sus fronteras anteriores a 1912 bajo un gobierno militar colaboracionista. Vojvodina quedó en su mayor parte bajo control húngaro. Bulgaria ocupó, aunque sin poder anexionarla formalmente, la parte oriental de Macedonia.


Partición de Yugoslavia en la Segunda Guerra Mundial.

En Croacia, los alemanes ofrecieron en primer lugar el poder a Maček, el jefe del mayoritario Partido Campesino Croata. Este último, miembro del gobierno camino del exilio, declinó la propuesta, aunque regresó a Croacia y reconoció al nuevo Estado independiente, que quedó en manos de Ante Pavelić y sus ustaše, aunque oficialmente se constituyera como una monarquía. El monarca elegido fue Aimon de Saboya-Aosta (nieto del rey de España Amadeo de Saboya), que adoptó el muy emblemático nombre de Tomislav II aunque, por motivos de seguridad, nunca pusiera un pie en sus posesiones. La jerarquía católica, con el arzobispo de Zagreb monseñor Aloysius Stepinac a la cabeza, aceptó de buen grado la independencia de Croacia bajo la égida nazi. Estos reconocimientos se explican por el hecho de que Yugoslavia representaba para gran parte de los croatas un Estado opresor, y que la autodeterminación de Croacia respondía a sus deseos.

Contrariamente a Croacia, en Serbia el desmantelamiento del país y la ocupación alemana se sintió como una pesada derrota, aunque los alemanes lograron encontrar a los colaboradores necesarios para la formación de un gobierno, primero con políticos poco conocidos y, más tarde, desde agosto de 1941, con el general Milan Nedić a la cabeza, un gabinete que incluía a otros dos generales del ejército real yugoslavo. Sin embargo, a pesar de su desmembramiento efectivo, el país sobrevivió tanto como idea como a través del gobierno en el exilio, que inmediatamente indicó su intención de continuar combatiendo al Eje.

Para el alto mando alemán, los Balcanes constituían una región de importancia secundaria, aunque no la perdieron de vista. La necesidad de desviar tropas de otros frentes más importantes a los Balcanes, y la posibilidad de que las distintas guerrillas que se crearon facilitasen un desembarco aliado, hicieron que tanto Hitler como Mussolini se planteasen la eliminación de estas. La región suministraba además importantes alimentos y, especialmente, metales necesarios para la producción alemana de armamento: Yugoslavia producía bauxita, cobre y antimonio, y era paso obligado del cromo turco. La región también era uno de los principales canales de abastecimiento de Rommel en África. Cubría asimismo el flanco derecho de los ejércitos destinados en la URSS de posibles ataques desde el Mediterráneo.

Los diversos territorios yugoslavos tuvieron suertes distintas durante la guerra. La porción de los territorios eslovenos anexionada al Reich, más industrial, se unió a las provincias austriacas y sufrió una brutal política de germanización que incluyó la deportación de parte de su población al NDH, a la Serbia de Nedić o a la Europa ocupada como mano de obra. Numerosos colonos alemanes se asentaron en la región. La zona anexionada a Italia tuvo un tratamiento menos duro y recibió cierta autonomía, aunque el surgimiento de un movimiento de resistencia llevó a un endurecimiento de la misma y a la represión, dando lugar a miles de muertos.

En Dalmacia, los italianos designaron un gobernador y tres prefectos, mientras que más al sur, en Montenegro, se nombró al comienzo un legado, que debía ser sustituido por un monarca que nunca llegó. Al final, el gobernador militar general Pirzio Biroli, una vez que estalló la revuelta contra el ocupante en julio de 1941, se encargó de la represión.

 

En Kosovo, la población musulmana vio en general con buenos ojos la ocupación italiana (asimismo impuesta en la propia Albania, lo que permitía soñar en una unión de ambos territorios), que le permitió ajustar cuentas con la población serbia, en parte colonos instalados durante el periodo de entreguerras.

La Administración búlgara trató a la población macedonia fundamentalmente como compatriotas búlgaros y trató de ganarse su favor. Hungría, por el contrario, aplicó una brutal política de magiarización en los territorios recuperados.

En Serbia, Nedić no estaba particularmente próximo a las ideas fascistas. Sin duda deseaba proteger a su pueblo del aniquilamiento físico, adoptando la misma postura que el mariscal Pétain en Francia. Sin embargo, se dirigió a sus compatriotas por radio para preconizar «el orden, el trabajo, la paz y la fraternidad». La primera labor del gobierno consistió en ocuparse de los centenares de miles de serbios refugiados de Croacia y de otras regiones en que no se sentían seguros. Nedić debió igualmente tomar postura frente al movimiento de resistencia de los chetniks (Četnici), de orientación monárquica y nacionalista serbia (defendían una monarquía serbia cuyo territorio, étnicamente puro, incluiría Serbia, Montenegro, Macedonia, Bosnia y Herzegovina y amplias zonas de Croacia), desarrollada desde el inicio de la invasión, y frente a la lucha de los partisanos de inspiración comunista, surgidos tras la entrada en guerra de Alemania contra la URSS, la Operación Barbarroja, el 22 de junio de 1941. Para evitar que los alemanes enviasen a sus aliados ustaše y búlgaros a reprimir la resistencia serbia, Nedić aceptó la creación de una policía y una guardia estatal serbia que lanzó a la lucha contra los partisanos. En relación con los chetniks, su posición era mucho más ambigua: existieron contactos múltiples entre el entorno de Nedić y el entorno militar anticomunista de los chetniks. Esta colusión, más que para atraer a las fuerzas gubernamentales hacia algún tipo de resistencia al ocupante, sirvió por el contrario para atraer al general Draža Mihajlović, el jefe de los chetniks, hacia el colaboracionismo.

Antes de la guerra, desde el asesinato del rey Alejandro I existía en Serbia un movimiento ultranacionalista, antisemita y de orientación fascista dirigido por Dimitrije Ljotić y bastante comparable a los ustaše de Croacia. Ljotić rechazó entrar en el gobierno de Nedić, pero organizó a disposición de los alemanes una especie de milicia, el cuerpo de voluntarios serbios, rival de la guardia estatal serbia de Nedić, aunque a la postre ambas fueron utilizadas directamente por los alemanes como fuerzas supletorias en la lucha contra los partisanos.

El nuevo Estado croata fue dividido en zonas de ocupación alemana e italiana. El régimen dictatorial de Ante Pavelić (titulado Poglavnik, palabra croata que viene a significar jefe del clan) comenzó por abolir el Parlamento croata y proscribir toda oposición a su política. Desde la toma del poder por los ustaše, algunas unidades especiales sembraron el terror en las ciudades y pueblos de mayoría serbia asesinando a su población. La doctrina de los ustaše establecía que los únicos auténticos croatas eran los católicos y, en menor medida, los musulmanes. Los serbios, de religión ortodoxa, quedaban excluidos. Además, a imitación de la Alemania nazi, la nueva Croacia promulgó leyes raciales contra judíos y gitanos. Muchas iglesias ortodoxas de la región serbia incorporada de Sirmia fueron destruidas. En agosto de 1941 se establecía el campo de concentración de Jasenovac, donde fueron asesinados decenas de miles de serbios, judíos y gitanos.


Ante Pavelić visita a Hitler en Alemania el 9 de junio de 1941.

Tras las primeras matanzas de serbios, los chetniks intervinieron en su defensa. Los italianos pronto llegaron a acuerdos con fuerzas chetniks, que quedaron bajo su protección y utilizaron los territorios bajo su control para atacar a croatas y musulmanes. Los mandos italianos los utilizaron contra los partisanos y como contrapeso a los ustaše. Las fuerzas armadas croatas se mostraron incapaces de proteger a la población de los ataques de los insurrectos, y Pavelić no detuvo las persecuciones de la población ortodoxa que alimentaban la revuelta. Los continuos desmanes de Pavelić provocaron un empeoramiento de sus relaciones con los mandos militares alemanes de la región.

Un movimiento de resistencia de obediencia comunista, los partisanos antifascistas, emergió durante el verano de 1941, dirigido por el croata Josip Broz, conocido como Tito, un comunista ya organizador de las Brigadas Internacionales que lucharon en España. En 1943, de un total de 26 divisiones de partisanos, 11 se encontraban en Croacia. Los partisanos se abrieron ampliamente a los serbios perseguidos por los ustaše, aunque como estos fascistas locales y los alemanes eran cada vez peor vistos por muchos croatas y musulmanes, muchos de ellos se unieron igualmente a los partisanos, capaces ahora de liberar amplias zonas del territorio. En definitiva, un complejo entramado que daría lugar a una elevada proporción de víctimas mortales, calculadas en torno al millón de muertos durante todo el conflicto.

Los intentos alemanes de formar unidades de voluntarios y conscriptos en Yugoslavia y en la vecina Albania resultaron moderadamente exitosos durante los cuatro años de su ocupación. Por lo menos, es lo que puede decirse por el número de hombres alistados. Sin embargo, los intentos de explotar los conflictos interétnicos para consolidar su dominio sobre Yugoslavia fueron muy contraproducentes, pues agravaron y extendieron la acción de partisanos y guerrilleros de diversas facciones, enfrentados entre sí y contra las fuerzas alemanas de ocupación.

Entre 1941 y 1945, Italia se anexionó gran parte de Kosovo, reimplantando la lengua albanesa y dando la impresión, como hemos adelantado ya, de que se trataba de un país liberador frente a la opresión serbia. Sin embargo, ya en noviembre de 1941 surgió un grupo partisano local compuesto principalmente por serbios y montenegrinos. En los años sucesivos, los éxitos de estos últimos (primero ante los italianos, y a partir de septiembre de 1943 ante los nuevos ocupantes alemanes), motivarían incluso, en diciembre de 1944, una rebelión en masa de albaneses, que no querían volver a caer bajo el gobierno yugoslavo. Tuvieron que emplearse unos 30.000 soldados del Ejército Popular Yugoslavo con el fin de sofocar el levantamiento. En la nueva Yugoslavia, los albanokosovares volvieron a ser considerados un potencial enemigo interior, y por ello en los primeros años de posguerra fueron sometidos a duras represalias.

Como ya hemos avanzado, bajo la dirección de Draža Mihajlović, los chetniks, que incluían principalmente combatientes serbios de tendencia monárquica y nacionalista, fueron los primeros en organizar la resistencia a los alemanes y sus aliados. En junio 1941, el comunista Josip Broz, Tito, creó como hemos visto un movimiento de partisanos, al que otorgó, de acuerdo con la política de Moscú, el carácter de una amplia coalición antifascista que dejaba su orientación comunista en un segundo plano. Los partisanos acogieron combatientes de cualquier nacionalidad. Chetniks y partisanos hicieron por un tiempo causa común contra el enemigo, pero rápidamente se enfrentaron entre sí. Durante el otoño y el invierno de 1941, Mihajlović mantuvo contactos con Nedić, y en una ocasión se reunió con representantes alemanes, que trataron en vano de convertirlo en una fuerza colaboracionista más. A finales de año, una ofensiva alemana, apoyada por las fuerzas de Nedić, acabó con la revuelta de chetniks y partisanos. Parte de los primeros se infiltraron entre las unidades de Nedić para evitar el ataque alemán.

En el verano de 1941, tras la proclamación de Montenegro como reino bajo control italiano, se produjo otra revuelta que permitió a nacionalistas y comunistas, aquí también brevemente unidos, tomar el control de toda la región a excepción de las principales ciudades. Pronto el extremismo de los partisanos dividió a las guerrillas y permitió a las unidades reforzadas italianas, con apoyo chetnik, eliminar a los partisanos y retomar el control. Por acuerdo entre los vencedores de la campaña, las ciudades quedaron bajo administración italiana, mientras que las zonas rurales fueron entregadas a los chetniks.

En 1942, los chetniks alcanzaron su apogeo frente a sus rivales partisanos, aunque ambos grupos estaban aún formados abrumadoramente por serbios, a menudo excesivamente xenófobos. Solo en 1943 los partisanos lograron rehacerse y superar a sus rivales, tras una larga marcha que llevó a los principales restos de sus tropas de Montenegro y el este de Bosnia al oeste de esta. En esta región, castigada por los ustaše y con un movimiento chetnik más débil, las unidades partisanas se recobraron.

Los chetniks llegaron incluso a colaborar con el ocupante en ofensivas contra los partisanos. Los ingleses, que inicialmente daban apoyo a los chetniks, les abandonan finalmente a finales de 1943, tras la conferencia de Teherán, en favor de los partisanos de Tito, que en ese momento ya contaban con 300.000 hombres, presentes en todo el territorio yugoslavo, y que ya han creado amplias y numerosas zonas liberadas. A comienzos de año, los intentos de Mihajlovic de dar una imagen más liberal a su movimiento y menos panserbia, en respuesta a la propaganda partisana de Tito y su AVNOJ (Consejo Antifascista de Liberación Nacional de Yugoslavia, en sus siglas serbias), fracasó. En septiembre de 1944, el rey Pedro II lanzó un llamamiento en favor de la unión a los partisanos de Tito. El llamamiento de alzamiento de Mihajlović en Serbia fue infructuoso, pues en lugar de lograr el control del territorio o recuperar el respaldo aliado, simplemente sirvió para debilitar su organización en la región, mientras que sus acciones pasaron en general desapercibidas entre los aliados. Enfrentándose a alemanes, a las fuerzas partisanas que pretendían regresar a Serbia desde Bosnia y más tarde a las unidades soviéticas que se negaron a tratar con él, Mihajlović hubo de retirarse a finales de 1944 a Bosnia, donde las penalidades fueron disolviendo sus últimas fuerzas. En su intento de regresar a Serbia, fue finalmente capturado por las fuerzas de Tito, juzgado y ejecutado en 1946.

El 1 de noviembre de 1944, Tito e Ivan Šubašić, dirigente del Partido Campesino Croata, alcanzaron un acuerdo para formar un gobierno de coalición, en el que el primero aportaría el doble de miembros que el segundo, y por el cual quedaba virtualmente excluido el retorno del monarca. El acuerdo fue aceptado por los británicos con resignación, y presionaron al soberano yugoslavo a rubricarlo, lo que le obligaba a formar un consejo regente que le representaría. Ante la amenaza de expulsión del Reino Unido, el rey cedería a finales de enero de 1945. Pronto, el nuevo gobierno yugoslavo mostró su disposición a no permitir la formación de un Estado democrático, utilizando la represión, el terrorismo de Estado y la intimidación contra la oposición, a pesar de las promesas de Tito.

En el aspecto militar, mientras el Ejército Rojo avanzaba hacia Hungría tras haber entrado en Sofía el 9 de septiembre de 1944, los partisanos de Tito, en colaboración con el ejército soviético, liberaron Belgrado el 20 de octubre, aunque los alemanes resistieron en algunos puntos de Bosnia, Croacia y Eslovenia hasta mayo de 1945.

La guerra dejó un saldo espeluznante. Entre la invasión de Yugoslavia en abril de 1941, y su completa liberación en mayo de 1945, además de los enfrentamientos estrictamente militares, el país quedó marcado por una serie de matanzas de una considerable magnitud que dejaron una huella de odio muy duradera. En primer lugar, destacamos las masacres de serbios cometidas por los ustaše, en el momento inmediatamente posterior a su toma del poder, en mayo de 1941. En su zona de ocupación, el ejército italiano se opuso frecuentemente a esas atrocidades. Las víctimas de los campos de la muerte, como el mencionado de Jasenovac, afectaron a los judíos yugoslavos, serbios y gitanos, de forma que, ya en el periodo final de la guerra, muchos croatas acabaron oponiéndose a los ustaše. A su vez, los chetniks serbios asesinaron también a musulmanes y especialmente a croatas, principalmente en Bosnia-Herzegovina y en el Sanjacato. Los partisanos ejecutaron igualmente a muchos de sus adversarios políticos. Tras la liberación, los británicos entregan a Tito los restos del ejército y de los funcionarios de Pavelić (que logró huir con algunos seguidores a Argentina y acabaría falleciendo en Madrid, donde se encuentra enterrado, en 1959) que se les habían rendido, junto con sus familias, en el pueblo fronterizo austríaco de Bleiburg. En total, algunas decenas de miles de personas, casi todas exterminadas en las posteriores marchas de la muerte, por las que se recorrieron centenares de kilómetros hasta su agotamiento. Y lo mismo sucedió con unos 10.000 eslovenos de la guardia blanca, soldados bajo mando alemán que combatieron a los partisanos y que en mayo de 1945 fueron devueltos desde Austria por los británicos para ser ejecutados.

 

El balance de todas estas masacres es difícil de establecer, y ha dado lugar a diversas polémicas entre historiadores. Las cifras aceptadas en el siglo xxi por los estudiosos, ya avanzadas, hablan de alrededor de un millón de muertos en todo el país, de ellos cerca de 500.000 serbios, 200.000 croatas, 100.000 musulmanes bosnios, 60.000 judíos, entre 20.000 y 50.000 montenegrinos, 35.000 eslovenos, casi 30.000 gitanos,15.000 albaneses, 6.000 macedonios y casi 3.000 húngaros. Buena parte de estas víctimas murieron en territorio del Estado Independiente de Croacia. En ese territorio se habla de 30.000 víctimas judías, entre 16.000 y 27.000 gitanos y 350.000 serbios (aunque no todos estos asesinados por los ustaše). Las víctimas judías y gitanas a manos de alemanes y húngaros habrían sido también numerosas en Serbia.