Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)

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Rašković, miembros de la Academia Serbia de las Ciencias y las Artes, parte de cuya familia también había sido asesinada por los ustaše, había publicado en 1990 en Belgrado un libro titulado País de locos, donde aplicaba las teorías siquiátricas al problema nacionalista. Y eso es lo que escribía al respecto: «Los croatas, afeminados por la religión católica, sufren de un complejo de castración que les conduce a una total incapacidad para ejercer una mínima autoridad. Una humillación que compensan con su elevada cultura. En cuanto a los musulmanes de Bosnia y Herzegovina y de las regiones vecinas, estos son víctimas, como diría Freud (el conocido cocainómano), de frustraciones rectales que los llevan a acumular riquezas y refugiarse en comportamientos fanáticos. Finalmente, los serbios, ortodoxos: pueblos edípico que tiende a liberarse de la autoridad de su padre. Su valor como guerreros reside en esta capacidad de resistencia, y por ello son los únicos capaces de ejercer una autoridad real sobre los otros pueblos de Yugoslavia. No debería sorprender que en estos países se desarrolle una situación de odio total y paranoia». Palabras como estas animarían a muchos a seguir el camino de las armas para imponer su pretendida superioridad.

Faltos de influencia política, pero animados por sus líderes, los serbios de la Krajina optaron por la senda de la defensa activa, dirigida por el segundo de Rašković en el SDS, un dentista llamado Milan Babić que ejercía de alcalde en Knin. Este, en colaboración con el jefe de la policía local Milan Martić, se negó a disolver a la policía serbia de la ciudad, lo que obligó al gobierno de Zagreb a desplazar, el 9 de julio, a su viceministro del Interior Perica Jurić, quien fue incapaz de poner orden en la región y tuvo que salir casi huyendo de Knin. Es más, los agentes serbios y fuerzas paramilitares que se fueron organizando a su alrededor, se dedicaron a instalar troncos y controles en las carreteras (la denominada «revolución de los troncos», comenzada el 17 de agosto en el municipio de Benkovac), que dificultaron las comunicaciones, separaron Dalmacia del resto del país y amenazaron a los viajeros croatas. Una medidas que habían sido aconsejadas por el propio ministro del Interior federal, el general serbio Petar Gračanin. En estas barricadas se colocaban banderas yugoslavas, acompañadas de las típicas cruces chetniks con las cuatro C cirílicas (sonido S), abreviatura de la frase Samos sloga Srbina spasava (Solo la unidad salvará a los serbios).


La «revolución de los troncos» en la Krajina croata.

El 19 de agosto, un referéndum organizado entre los serbios de la Krajina aprobó por abrumadora mayoría el derecho a la soberanía y a la autonomía de la región. Lógicamente, el gobierno de Zagreb lo consideraría sin valor legal. De hecho, dos días antes había intentado evitar su celebración desplazando diez vehículos blindados y tres helicópteros, pero los primeros fueron detenidos por los paramilitares serbios y los segundos devueltos a sus bases por los propios cazas de la fuerza aérea federal, que amenazaron con derribarlos. El nuevo presidente de la federación, el croata Stjepan Mesić, contrario a estas acciones, protestó ante el general Blagoje Adžić, un serbobosnio que ejercía la jefatura del Estado Mayor yugoslavo, quien se limitó a repetir sus amenazas contra los croatas.

Con sus nuevos gobiernos democráticos ya elegidos, tanto en Eslovenia como en Croacia, temerosas de una intervención del ejército federal que acabara con sus pretensiones de independencia, cada vez más manifiestas, iniciaron un proceso de creación de un ejército propio lo suficientemente armado para hacer frente a dicha amenaza. En el caso de Croacia, ese ejército resultaba aún más necesario tanto por su posición fronteriza con Serbia y Bosnia, como por la insurrección de Krajina (que proclamó su autonomía el 21 de diciembre de 1990) y Eslavonia oriental. En esta última región, habían surgido también fuerzas paramilitares serbias en torno a localidades como Vukovar, que recordaban a los viejos chetniks monárquicos de la Segunda Guerra Mundial, con sus águilas bicéfalas en sus gorros de lana y algunos símbolos religiosos ortodoxos.

En Eslovenia y Croacia no se podía contar con el ejército federal, claramente partidario de la unidad, con muchos oficiales de origen serbio y por ello más bien convertido en enemigo de las repúblicas secesionistas. Ese era, pues el enemigo a batir, a expulsar de sus propios territorios. Para ello disponían de sus propias policías y de la denominada y ya mencionada Defensa Territorial, un sistema creado por Tito mediante la Ley de Defensa Nacional de 1969 para proteger Yugoslavia en caso de una invasión exterior como la acaecida en Checoslovaquia un año antes. Dicha defensa implicaba a civiles reservistas tanto varones como mujeres de entre 15 y 65 años de edad, que sumaban entre uno y tres millones de personas y estaban encuadradas en unidades locales. De vez en cuando, un total de hasta 860.000 soldados de la Defensa Territorial podían ser llamados para participar en maniobras y otras actividades militares en su zona de residencia. Más de 2.000 municipios, fábricas y otras empresas organizaron pequeñas unidades del tipo de las compañías armadas con armas ligeras, que al luchar en sus lugares de origen, ante la eventual agresión exterior mantendrían la esencial producción local de pertrechos para el esfuerzo de la defensa. También funcionaban unidades mayores tipo batallón o regimiento, más fuertemente equipadas, incluyendo algunos vehículos blindados. Aunque lo más destacado de esta fuerza reservista era su organización altamente descentralizada e independiente. Las unidades de la Defensa Territorial fueron organizadas y financiadas por los gobiernos de cada una de las repúblicas constituyentes, es decir, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Macedonia, Montenegro, Serbia y Eslovenia, así como por cada una de las dos provincias autónomas de Vojvodina y Kosovo.

Los altos mandos de la Defensa Territorial pertenecían al ejército federal, lo que permitió al gobierno de Yugoslavia, en la primavera de 1990, retener buena parte de su armamento e iniciar su desmantelamiento, ante la perspectiva de que eslovenos y croatas intentaran basar sus propios ejércitos en dicha defensa. En este sentido, fueron los eslovenos los que lograrían una organización militar más eficaz, conservando el 30% de las armas de la Defensa Territorial, reclutando a 70.000 hombres y comprando secretamente armamento en países como Alemania o en el mercado negro, hasta el extremo de conseguir unas 5.000 piezas de artillería ligera en parte robadas de los depósitos del ejército federal. Una tarea de la que se encargó el flamante ministro de Defensa Janez Janša, el mismo periodista condenado en 1988, quien mediante todo tipo de subterfugios (como esconder los certificados de nacimiento) logró evitar que los jóvenes reclutas eslovenos fueran a realizar el servicio militar a otras repúblicas. En cambio en Croacia (como sucedería también en Bosnia y Herzegovina), donde la minoría serbia colaboró activamente, el ejército federal no tuvo problemas para desarmar completamente a los croatas de la Defensa Territorial, y sus autoridades solo pudieron echar mano de la policía republicana, convertida en la denominada Guardia Nacional, a la que se fueron añadiendo reclutas en general bisoños. De todo ello tuvo que hacerse cargo el general Martin Špegelj, ministro de Defensa croata y viejo partisano de la Segunda Guerra Mundial (al igual que su presidente Tuđman), quien no tardaría en verse acusado por los servicios de inteligencia federales (el KOS) de tráfico ilegal de armas.

Efectivamente, el jefe del KOS, coronel general Aleksandar Vasiljević, al que ya hemos visto espiando a Janša en 1988, se mantenía alerta ante estos acontecimientos, y no tardó en descubrir la secreta e ilegal adquisición de armas en Rumanía y Hungría, que entraban en camiones a través de la frontera húngaro-croata de Virovitica, por parte de Špegelj y sus agentes. Además, lograría grabar secretamente varias cintas, en las que se veía al ministro croata explicando sus planes para desactivar al ejército federal e intentando reclutar a un oficial para la causa insurreccional. Una información que empleó en cuanto tuvo ocasión para desprestigiar al nuevo gobierno croata.

Bosnia también tuvo sus primeras elecciones democráticas en dos rondas el 18 de noviembre y el 2 de diciembre. Cada grupo étnico-religioso votó a su partido: así, los musulmanes, aunque no habían desarrollado todavía una conciencia nacionalista y más bien eran partidarios de una Bosnia unida y multiétnica, lo hicieron al Partido de Acción Democrática (SDA) de Alija Izetbegović, más proislámico que probosnio; los serbios, al Partido Democrático Serbio (SDS), y los croatas a la Unión Democrática Croata (HDZ). Es decir, en estos dos últimos casos, a partidos nacionalistas a los que les interesaba bien poco el destino de una Bosnia unida e incluso de una Yugoslavia unida, y que consideraban a los musulmanes bien serbios islamizados (o sea contaminados y degenerados), bien croatas asimismo islamizados. La presidencia de la república sería rotatoria, siendo el primero elegido el abogado y filósofo musulmán Alija Izetbegović, el hombre que ya había sido condenado en 1983 por actividades hostiles a la república. En Serbia, las primeras elecciones democráticas se celebraron el 9 de diciembre de 1990. Slobodan Milošević se mantuvo como presidente de la república, y su partido, el Partido Socialista de Serbia (SPS), los antiguos comunistas, obtuvo una amplia mayoría en el Parlamento. Ese mismo mes, después de dos rondas, la Liga de los Comunistas de Montenegro vencía en sus elecciones, siendo elegido presidente de la pequeña república Momir Bulatović, firme aliado de Milošević. Por fin, en Macedonia las primeras elecciones pluralistas se celebraron también en dos rondas a partir del 11 de noviembre. El otrora gobernante Partido Comunista tomó una dirección reformista y cambió su nombre por la Liga de los Comunistas de Macedonia-Partido por el Cambio Democrático liderado por Petar Gošev. Después de que el jefe de la última presidencia comunista Vladimir Mitkov renunciara, el excomunista Kiro Gligorov se convirtió en el primer presidente democráticamente electo de la República Socialista de Macedonia el 31 de enero de 1991. El 16 de abril de ese año, el Parlamento aprobó una enmienda constitucional que eliminaba el concepto «socialista» de la república.

 

La llamada de las armas

Sobre el papel, el ejército federal yugoslavo (el JNA, siglas de Jugoslovenska narodna armija, o Ejército Nacional Yugoslavo) parecía ser una fuerza poderosa, con 180.000 soldados, 2.000 tanques y 300 aviones de combate (todos ellos de fabricación nacional o soviética). Sin embargo, en 1991 la mayoría de este equipamiento tenía más de 30 años: los modelos más extendidos, el tanque T-54/55 y el caza MiG-21, constituían el 60% y el 40% de las fuerzas blindadas y de la fuerza aérea respectivamente. Por el contrario, los misiles antitanque (como el AT-5) y antiaéreos (como los SA-14) eran más modernos y bastante abundantes, y habían sido diseñados para destruir armamento mucho más avanzado. Además, el JNA constituía una fuerza multinacional: los conflictos políticos y la lucha civil iban a suponer la deserción de muchos hombres (especialmente entre los cuadros de oficiales, muchos de ellos procedentes de las áreas del norte de Yugoslavia, más desarrolladas), perjudicando así seriamente la efectividad de este ejército. El ministro de Defensa que lo dirigía en 1991 era el general Veljko Kadijević, partisano comunista nacido en la localidad croata de Glavina Donja, aunque de padre serbio. En 1991, manteniendo buenas relaciones con Milošević, proclamaba una postura firme en defensa de la unidad de Yugoslavia. De, hecho, en enero de aquel año barajaba junto a otros miembros del alto mando yugoslavo la posibilidad de protagonizar un golpe de Estado que acabara con las veleidades de las repúblicas. En este sentido, desplazó a varios de sus subordinados a tantear la opinión de los europeos y los soviéticos al respecto. En un momento en el que el mundo tenía puestos sus ojos en la guerra de Golfo, con Irak como enemigo internacional, nadie parecía preocuparse demasiado de Yugoslavia. De hecho, franceses, británicos y soviéticos no se mostraban demasiado opuestos a una solución militar que evitara futuras guerras en el territorio federal.

Lo primero que intentaron los militares yugoslavos fue imponer el estado de excepción para impedir en último extremo el rearme de Eslovenia y Croacia. Así, hubo dos reuniones de la presidencia federal en Belgrado (días 9 y 25 de enero), en las que se ofrecieron pruebas de la actitud hostil y contraria a la federación de eslovenos y croatas. Incluso se aprovechó la segunda cita para pasar por televisión aquel vídeo comprometedor obtenido por los servicios de inteligencia, en el que se veía al ministro de Defensa croata intentando captar a un oficial para la rebelión. Sin embargo, la opción de Kadijević sobre la proclamación del estado de excepción fue bloqueada por los representantes croata, esloveno y bosnio, y al final los altos cargos militares no se atrevieron a dar el paso del golpe de Estado. La idea de mantener la unidad de la Yugoslavia de seis repúblicas parecía ya muerta, y ni siquiera la consideraba el propio Milošević, cada vez más interesado en una entidad estatal menor que en realidad fuera una Gran Serbia, incluyendo los territorios croatas y bosnios donde hubiera población serbia.

En estas circunstancias, la situación en la Krajina era cada vez más explosiva. Tuđman necesitaba imponer allí su autoridad, y cuando la noche del 1 de marzo los paramilitares serbios, pertrechados con armas de la reserva, se apoderaron de Pakrac y capturaron a los 16 policías croatas del puesto local, dio orden a sus fuerzas de desalojarlas. Se trataba de un pequeño municipio de la Eslavonia occidental con unos 27.500 habitantes, casi la mitad de ellos serbios. Al día siguiente, unos 200 policías de elite croatas, apoyados por vehículos blindados, recuperaron la población, capturando a 180 rebeldes, incluidos 32 policías serbios, y provocando la huida de los paramilitares hacia los bosques vecinos. El ya mencionado periódico serbio Večernje Novosti informaría falsamente de que las fuerzas croatas habían asesinado a unos 40 civiles serbios. En realidad, la operación solo costó tres heridos, pero provocó las iras del ejército federal, que recibió encantado órdenes del presidente federal, el serbio Borisav Jović, de poner orden en Pakrac. La intervención de soldados yugoslavos dejó la situación de Pakrac como estaba antes del incidente, aunque con la tensión a flor de piel. Posteriormente, estos incidentes serían considerados en Croacia como los primeros de la oficialmente llamada Guerra Patria (en croata, Domovinski rat), es decir, la lucha por la independencia. Pero las tensiones no solo tenían un carácter nacionalista y separatista. En la misma Serbia, Slobodan Milošević debía hacer frente a sus propios demonios y a la oposición a sus políticas. El principal partido de la oposición serbia era el Movimiento de Renovación Serbio, ultranacionalista y anticomunista fundado por el escritor Vuk Drašković y Vojislav Šešelj, un político ya mencionado que había colaborado brevemente con Milošević durante la crisis de Kosovo, y que luego crearía su propio Partido Radical Serbio. Contrarios al autoritarismo y al control de los medios de comunicación por parte del presidente serbio, el 9 de marzo organizaron una manifestación que acabó siendo prohibida. A pesar de todo, se concentraron en la plaza de la República de Belgrado hasta 40.000 personas, que acabaron brutalmente disueltas y con el saldo de dos muertos (un manifestante y un policía). Incluso se proclamó el estado de excepción, tuvo que intervenir el ejército, que se puso del lado de Milošević, y Drašković fue detenido, aunque no tardaría en ser liberado. Todo resultaba apocalíptico. Tres días después, el presidente serbio intentó conseguir la extensión del estado de excepción a todo el país, pero se encontró de nuevo con la oposición de los representantes a la presidencia federal, que votaron en contra gracias al rechazo manifestado por el delegado bosnio Bogić Bogićević.

Milošević tampoco estaba muy interesado en ceder el protagonismo a los militares yugoslavistas. Sabía y aceptaba que Eslovenia estaba irremisiblemente perdida, y sus ojos estaban puestos en Bosnia y Herzegovina. Una república que consideraba artificial y que deseaba controlar. Sino todo su territorio, al menos una buena parte de él, la que estaba habitada por los serbios y algo más que pudiera conquistarse. De ahí que pretendiera nada menos que llegar a un acuerdo discreto con su teórico enemigo, el croata Tuđman, destinado a repartirse aquel territorio.

El encuentro, en un principio secreto, se produjo el 25 de marzo en Karađorđevo, una antigua finca de caza creada por las autoridades austro-húngaras para la cría de caballos y que luego pasó a pertenecer a la casa real serbia y posteriormente al ejército. Próxima a la frontera con Croacia, era el lugar ideal para una reunión tranquila en el campo, lejos de testigos incómodos. Tuđman argumentó allí que Bosnia-Herzegovina debía formar parte de su república, pues estaba vinculada históricamente a Croacia, y que su existencia era fruto de los caprichos otomanos, de ahí que el presidente croata no veía viable una Bosnia independiente. Una segunda reunión se celebró en Tikveš (Croacia), otra reserva de caza, el 15 de abril. Es posible que en estos encuentros, de los que no queda documentación oficial, Tuđman se convenciera de que Serbia aceptaría la partición de Bosnia y Herzegovina a lo largo de una frontera serbo-croata, aunque después de las reuniones, Milošević, en un discurso en Belgrado, diera a conocer sus planes para la incorporación de la República Serbia de Krajina en la nueva Yugoslavia que estaba diseñando, lo que chocaba frontalmente con las aspiraciones croatas. El gobierno de Croacia negaría siempre el acuerdo de Karađorđevo, afirmando que en 1991 los serbios controlaban todo el ejército yugoslavo y la rebelión de la minoría serbia en Croacia durante la guerra de independencia croata acababa de empezar, pero está claro que algún tipo de pacto se produjo, independientemente de que más tarde no se cumpliera. Los testigos que años más tarde pasaron por el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia así lo confirmaron, afirmando incluso que en ambos encuentros se habló ya de intercambios de población (es decir, limpieza étnica) y de la posibilidad de aceptar un pequeño Estado tampón bosniomusulmán que acogiera a dos millones de personas que no se consideraran ni serbias ni croatas. De hecho, los serbios de Bosnia se estaban preparando a su vez para actuar militarmente como sus hermanos de Croacia, organizándose en torno a la localidad de Banja Luka (norte de Bosnia, cerca de la frontera croata). Su jefe, otro psiquiatra montenegrino llamado Radovan Karadžić, fundador en 1990 del Partido Democrático Serbio de Bosnia.

Puede que Tuđman también intentara un acuerdo con Milošević para evitar una confrontación directa con los serbios por la Krajina, pero está claro que aquí tampoco consiguió nada. Seis días después del encuentro de Karađorđevo se produjo un nuevo incidente en tierras croatas provocado por los serbios. El escenario elegido fue el hermoso parque natural de los lagos de Plitvice, en pleno centro de Croacia. Los serbios pretendían incorporarlo a la Krajina, y el 28 de marzo lo ocuparon 100 de sus efectivos paramilitares. La policía croata intervino tres días después desplazando 300 policías en autobuses y vehículos particulares, apoyados por un blindado, y el enfrentamiento se saldó con dos muertos (considerados los primeros de la guerra de Croacia), uno por cada bando, más veinte heridos (7 croatas y 13 serbios). Los croatas también capturaron a 29 rebeldes serbios, a los que acusarían de insurgentes. El ejército federal volvió a intervenir, separando a los contendientes y controlando la carretera que transitaba por la zona. Unos 400 turistas que visitaban el parque, en su mayoría italianos, tuvieron que ser evacuados. El dominio que acabó imponiendo el ejército federal significaba que virtualmente el lugar quedaba en manos de los serbios, lo que motivaría enérgicas protestas de las autoridades croatas.

Durante aquella primavera, las fuerzas paramilitares serbias se iban haciendo fuertes tanto en la Krajina como en Eslavonia, organizando continuos incidentes que ponían en jaque a la policía croata. Además, sus dirigentes fomentaban el separatismo mediante acciones como el referéndum del 16 de marzo, que decidió con un 99,8% de síes la incorporación del territorio a la república de Serbia. El 1 de abril, el gobierno de Knin proclamaba su intención de separarse de Croacia.

Pero también había croatas extremistas, muchos de ellos vinculados al partido ganador Unión Democrática Croata, deseosos de eliminar a sus opositores serbios. Así, el 8 de abril tuvo lugar un incidente peligroso en Borovo Selo, aldea del municipio de Vukovar (Eslavonia oriental), junto al Danubio. En el momento del suceso, en este municipio, que incluía la ciudad de Vukovar y una docena de aldeas aledañas, el censo de 1991 registraba 84.189 habitantes, de los cuales 36.910 eran croatas (43,8%), 31.445 serbios (37,4%), 1.375 húngaros (1,6%), 6.124 que se calificaban simplemente yugoslavos (7,3%) y 8.335 (9,9%) de otras etnias o no adscritos. En la ciudad, la población era mayoritariamente croata, mientras que la mayoría de la población serbia vivía en los suburbios y aldeas aledañas. Borovo Selo era una comunidad serbia justo al norte de Vukovar, dominada por una gran planta industrial en Borovo Naselje, donde trabajaba gran parte de la población de la aldea en 1991.

En aquel día, varios nacionalistas croatas, entre los que al parecer se encontraba Gojko Šušak, lanzaron un cohete antitanque Armbrust contra la aldea. Šušak, futuro ministro de Defensa croata, era un emigrante que había hecho fortuna en Canadá montando una pizería en Ottawa. De regreso a su país, se había vinculado a Tuđman, convirtiéndose en uno de los halcones de su partido. El ataque no hirió ni mató a nadie, pero los serbios lo magnificaron. Uno de los misiles, que no llegó a explotar, fue mostrado en la televisión de Belgrado como prueba de la agresión croata sin que mediara provocación alguna. La tensión se acentuó aún más. A finales del mes de abril, los serbios locales armados, asistidos por voluntarios del nuevo Partido Radical Serbio de Vojislav Šešelj (empeñado a reducir Croacia a lo que pudiera verse desde la catedral de Zagreb, según manifestó en alguna ocasión) y otros grupos nacionalistas, levantaron barricadas en Borovo Selo para mantener a la policía y milicias croatas fuera de la aldea. Šešelj declararía posteriormente en el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia que su intervención se hizo por solicitud de Vukašin Šoškočanin, el presidente de la comuna de Borovo y comandante de la Defensa Territorial local.

 

En la noche del 1 de mayo de 1991, cuatro policías croatas entraron en Borovo Selo y trataron de cambiar la bandera de Yugoslavia que ondeaba allí por la bandera de su república. El incidente parece haber sido una decisión espontánea de los agentes surgida aprovechando el festivo Día del Trabajo. Pero el asunto salió mal, pues dos de los participantes resultaron heridos y fueron capturados por los milicianos serbios.

Al día siguiente 2 de mayo, las autoridades croatas de las vecinas ciudades de Osijek y Vinkovci enviaron unos 150 policías a Borovo Selo, junto al Danubio, para liberar a los cautivos. La policía, que viajaba en un convoy de autobuses y vehículos policiales, llegó a la aldea, donde cayó en una emboscada. Doce policías croatas murieron y otros veinte resultaron heridos; los serbios también tuvieron algunos fallecidos, aunque se desconoce el número exacto (entre tres y veinte). Posteriormente, los serbios procedieron a mutilar los cuerpos de los agentes atacantes, lo que inflamó la propaganda croata, que volvió a rememorar el odio étnico surgido en la Segunda Guerra Mundial y las atrocidades de los chetniks. Por la tarde, el ejército federal volvería a interponerse, retirando los cadáveres.

Después de una reunión de la presidencia yugoslava celebrada el 4 de mayo, que condenó la masacre de Borovo Selo, el ministro de Defensa federal ordenó a su ejército que tomase posiciones en el área para actuar como un tapón entre los dos bandos. La 63 Brigada Paracaidista se desplegó en la zona, y el primer ministro federal, el bosniocroata Ante Marković, viajó a Borovo Selo para negociar la liberación de los policías croatas capturados. El gobierno de Croacia, por su parte, aceptó la mayor presencia del ejército federal en el área, hecho que luego tendría importantes consecuencias en la inminente guerra que se avecinaba. Dicho gobierno se enfrentó a serias dificultades políticas por los errores cometidos, criticados por el alcalde de Osijek, Zlatko Kramarić, y el jefe de la policía croata en dicha ciudad, Josip Reihl-Kir, quien también se quejó abiertamente de que extremistas croatas se hubieran hecho cargo de la situación en la zona, obstruyendo sus esfuerzos para negociar la paz. De hecho, dos meses después, el 1 de julio, fue asesinado en Tenja mediante dieciséis disparos de Kalashnikov, en lo que parece fue un control-trampa orquestado por un reservista de la policía croata con vínculos en el HDZ llamado Antun Gudelj, que interceptó su vehículo. En el incidente también resultaron muertos Milan Knežević y Goran Zobundžija, concejal y vicealcalde respectivamente de Osijek, siendo además herido el alcalde de Tenja Mirko Tubić. Gudelj, tras muchas vicisitudes y apoyos encubiertos, sería condenado en 2009 a veinte años de cárcel gracias a la perseverancia de la viuda de Reihl-Kir, Jadranka, por lograr algo de justicia.

Los heridos croatas que habían sido capturados en Borovo Selo sufrieron diversas vejaciones. De hecho, en fecha tan tardía como el 10 de mayo de 2011, cuatro paramilitares serbios fueron acusados de ello por un tribunal de Osijek, aunque por haber sido capturado únicamente uno, llamado Milan Marinković, la sentencia solo le condenó a él a 3 años y 6 meses de prisión por el delito de malos tratos a prisioneros de guerra.

En esta oleada de muertes sospechosas y asesinatos por emboscadas tuvo lugar, el 15 de mayo, la defunción del presidente serbio de la comuna de Borovo Selo Vukašin Šoškočanin, miembro del Partido Democrático Serbio, al parecer ahogado «accidentalmente» en el Danubio cuando regresaba de visitar un campo de refugiados de Vojvodina. Šoškočanin, organizador de la masacre de los policías croatas, quizá pudiera haber sido asesinado por submarinistas del ejército federal yugoslavo, aunque no hay pruebas de ello.

Entre otros incidentes a destacar, debemos recordar lo sucedido en el histórico puerto de Split, donde, el 6 de mayo, se produjo una multitudinaria protesta de los ciudadanos (se habló de hasta cien mil manifestantes) ante el edificio Banovina, cuartel general del ejército federal en la zona. Entre las peticiones de aquellos estaba el fin del bloqueo impuesto por los militares yugoslavos al pueblo de Kijevo (del que hablaremos más tarde). La situación se descontroló, se cruzaron disparos y un soldado federal de origen macedonio resultó muerto. Los medios de comunicación serbios volvieron a acusar al gobierno croata de fascista y genocida. El 5 de junio fueron detenidos cuatro supuestos responsables, juzgados por un tribunal militar y sentenciados a varios años de prisión, aunque el 25 de noviembre serían liberados en un intercambio de prisioneros. Para evitar nuevos problemas, la fuerza federal iría retirando su material de Split, para instalarlo en lugares más seguros.

Una primavera cada vez más violenta, a la que seguiría un verano donde definitivamente se declaró abiertamente la guerra contra las dos repúblicas separatistas. Y para avivar más el fuego, las autoridades croatas organizaron un referéndum por la independencia para el 19 de mayo, en la que salió vencedor el sí por abrumadora mayoría (más del 93% de los votantes). No obstante, en las zonas de mayoría serbia el referéndum fue boicoteado.

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