Recado confidencial a los chilenos (2a. Edición)

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Esta es nuestra palabra ya escribiéndose, pero al lado de la oralidad –«oralitura», decimos sus oralitores–. La palabra sostenida en la memoria, movida por ella, desde el hablar de la fuente que fluye en las comunidades. La palabra escrita no como un mero artificio lingüístico (no me estoy refiriendo a la función de artificio que todo lenguaje contiene permanentemente), sino como un compromiso en el presente del sueño y la memoria. El mapuzugun, el hablar de la Tierra, un idioma aglutinante y declinable, conformado por sus respectivos dialectos e idiolectos, como el castellano, como todos los idiomas del mundo.

En China –país de «cultura milenaria»–, por ejemplo, se dice que todavía se usan tres dialectos: el mandarín, el de Cantón y el de Fokien. Y dos de las tres religiones oficiales son de origen indígena: el taoísmo y el confusionismo.

En Chile ¿son los mismos dialectos castellano-chilenos en el norte, centro o sur? ¿El lenguaje de los santiaguinos es el mismo lenguaje –sus giros idiomáticos– que el empleado por los chilotes? ¿El idiolecto de los habitantes de Temuco es el mismo que el utilizado por los habitantes de localidades urbanas y rurales de Cunco (Aguas que suenan «Cum cum» en las estrechas laderas de su derrotero), Curacautín (Pato silvestre que semeja una piedra) o Vilcún (Lagartija), aún enlazados en la visión del volcán Llaima (Zanja)?

Le digo esto porque –como usted recordará– hasta algún tiempo atrás, sectores de su sociedad interesados en denostarnos decían que el mapuzugun no era más que un dialecto carente incluso de algún arte con la palabra. Desconocían el vlkantun canto poético; el epew relato; la konew adivinanza; la nvtram conversación (como arte); el weupin el arte del discurso –historia–, que se revela en todos los acontecimientos solemnes: mafun casamiento; en eluwvn funeral; rukatun construcción colectiva de una casa; en el mingako preparación colectiva de un terreno para sembrar.

En nuestra cultura se estima altamente privilegiada la persona poseedora de tales «atributos» del pensamiento. Genpin, poseedor de la Palabra, lo llaman.

«Cuidémonos de decir que la poesía nació en Chile con la llegada de los que trajeron la palabra castellana, porque las palabras y las melodías existían antes», dice Volodia Teitelboim.

Ahora, frente a la concreción de la escritura hay quienes la consideran un proceso de aculturación. Mas, se dice que la escritura la inventaron los fenicios, por lo tanto ¿las posteriores adopciones escriturales, aún en el uso de grafemas semejantes o muy diferentes, serían solo evidencias de procesos de aculturación generalizado? Entonces ¿de qué modo se dio la tradición oral en todas las culturas del mundo? ¿Cuáles fueron, cuáles han sido, las etapas de sus lenguajes desde la oralidad a la escritura?

Debemos recordar que textos tan conocidos y apreciados como la Ilíada y la Odisea o El Cid Campeador se «escribieron» primero en la oralidad. No olvidemos además que, por ejemplo, la escritura indígena zapoteca data más o menos de 600 años a. C. y floreció hasta 250 d. C. Así las cosas, me parece que la realidad es que simplemente no se ha querido asumir la Conversación respecto de las categorías desde o a través de las cuales se sistematiza y, por ende, se analiza el quehacer del «otro», el distinto: ¿nosotros?, ¿ustedes?

Hay que recordar, me dicen, que la palabra pone en movimiento al universo, porque surge de él, lo representa pues recoge su dualidad. Algunas culturas (algunas civilizaciones) han olvidado la poesía de sus palabras, pero ella los espera yaciendo en la paciencia, me están diciendo.

Desde el olvido entonces ha de ser levantada la conversación de los chilenos; desde el futuro de la memoria, me dicen, les digo a un grupo de estudiantes liceanas que ha venido hasta mi casa.

¿Y qué es para usted el futuro?, me preguntan. Les digo: La palabra futuro, según el diccionario castellano, viene del latín futurus, y

–como seguramente ustedes saben– significa lo venidero, lo que está por venir o suceder. Y, desde el punto de vista de su gramática, es el tiempo verbal que sirve para señalar la acción que no ha sucedido todavía.

El futuro, para nosotros, es parte inseparable de la totalidad del espíritu de la Tierra y, por lo tanto, del ser humano. Y se completa de manera dinámica con el pasado, pero desde un esencial estar (continuar) en el presente, del que depende lo que podamos desear y lo que nos sea posible hacer en este mundo.

En el entorno del presente hay un futuro inmediato que está, por ejemplo, al final de esta conversación, y otro mediato que es, en un tiempo, la redacción del Recado que escribo; y en otro tiempo, a lo mejor después de su lectura, el deseo de alguna (o de alguno) de ustedes de retomar una «nueva» conversación. Entonces el pasado puede ser el futuro y viceversa. Es decir, el futuro puede ser –por un lado– lo concretamente previsible en lo venidero, pero también –por otro lado, el más absoluto misterio.

Es decir, el futuro puede ser por un lado lo concretamente previsible en lo venidero, pero también por otro lado el más absoluto misterio.

Somos aprendices, en este mundo de lo concreto, de lo visible, pero ignorantes de la verdadera energía que invisiblemente nos habita, nos mueve, y que prosigue su viaje en un círculo que se abre y se cierra en dos puntos que lo unen: el origen y el reencuentro en un Azul. La dualidad manifestada en algo que no se puede definir, puesto que es un presente en pasado y futuro al mismo tiempo: lo nombrado y lo innombrado.

En la posibilidad que –como oralitor– me otorga mi conocimiento del «documento oral» y del «documento escrito», le pregunto: ¿Cuánto cree saber usted acerca de la historia de la nación mapuche? ¿Cuánto cree usted saber acerca de la historia de la nación chilena?

En algunos de los párrafos de un «Manifiesto» publicado a comienzos de 1999 *, un grupo de historiadores chilenos dice lo siguiente:

«De un tiempo a esta parte hemos percibido un recrudecimiento notorio de la tendencia de algunos sectores de la sociedad nacional a manipular y acomodar la verdad pública sobre el último medio siglo de la historia de Chile, a objeto de justificar determinados hechos, magnificar ciertos resultados y acallar otros; casi siempre con el afán de legitimar algo que difícilmente es legitimable y tornar verdadero un objetivo que no lo es, o es solo la autoimagen de algunos grupos.

«La profusa difusión de verdades históricas manipuladas respecto a temas que inciden estratégicamente en la articulación de la memoria histórica de la nación y por ende en el desarrollo de la soberanía civil, nos mueve a hacer valer el peso de nuestro parecer profesional y la soberanía de nuestra opinión ciudadana sobre el abuso que la difusión de esas supuestas verdades implica».

Más adelante, dicen: «…en Historia se asigna la expresión «gesta, hazaña o epopeya nacional» solo a las acciones decididas y realizadas mancomunadamente por todo un pueblo, nación o comunidad nacional, actuando en ejercicio de su soberanía. Tal como durante siglos el pueblo mapuche luchó contra los invasores, o como se movilizó el pueblo chileno después de 1879, en la Guerra del Pacífico».

En la medida que la manipulación de la historia oficial chilena denota la intencionalidad de quienes manejaron la «idea» de Chile, ¿será necesario que transcriba aquí algunas líneas de ella?: «El nombre de Chile con que los aborígenes designaban a nuestro territorio…», dice. Y en el llamado período de la Colonia, a las victorias de nuestro pueblo, por ejemplo en Kuralava en 1598 y Boroa en 1606, las denominan «desastres». Claro, no es para nada sorprendente, dirá seguramente usted –y con razón–, no se trata de un texto de historia mapuche.

Hoy el Estado reclama el respeto para sus autoridades, lo que nos parece natural, me dicen; pero nada ha hecho hasta ahora para reparar, por ejemplo, la ofensa que la historia oficial ha inferido a una de sus similares en el mundo mapuche: la machi, la que –en una divulgada Historia de Chile de Walterio Millar, por ejemplo– es descrita como sigue: «Eran las médicas o curanderas. Hacían vida solitaria y se dejaban crecer el pelo y las uñas. Hoy se les conoce con el nombre de brujas».

En tanto ¿la participación del «pueblo» chileno se reduce, en esencia, a la página dedicada al Roto?: «Se erigió en la plaza Yungay de nuestra capital una estatua al roto chileno, el típico personaje representativo de nuestro pueblo, de sus hazañas y de sus glorias», dice.

* «Manifiesto de historiadores». Publicado en el diario El Siglo en febrero de 1999. Recogido por LOM ediciones, junto con otros textos, en septiembre de 1999, en la colección Libros del Ciudadano, serie Historia.

El mundo es un círculo, una globalidad, un cuerpo vivo con una columna vertebral que la mueve: los seres humanos reconociéndose en la profundidad de la naturaleza. Cada lugar único, pero con un resollar, un rumor repetible que podemos sin duda reconocer en cualquier lugar de la Tierra en el que nos encontremos…, si es que hemos aprendido a escuchar la inmensidad del silencio, dice nuestra gente.

Cada territorio, cada tierra, es una vértebra con una función específica que cumplir en dicha totalidad; libre pero a la vez relacionada indisolublemente con las demás. Es la «ley» que se debe cumplir para que continúe el equilibrio, para que exista un desarrollo armonioso de la vida en la Az Mapu (con su positivo y negativo).

Y es uno solo el Dueño del espíritu del aire, por eso ninguno de nosotros puede poseerlo, dicen nuestros mayores. Ese «aire azul a veces y gris también a veces. El que compraste piensas tú como quien compra el techo con la casa», como lo escribe el poeta cubano Nicolás Guillén.

 

La gente de las ciudades, me dice la memoria de mi gente, considera que el silencio está solamente en el ensueño de la montaña o en el rielar de los lagos o en el planeo de un pájaro sobre la cimbreante copa de los árboles. ¿No comprenden aún que la metáfora de la montaña, de los lagos, de los pájaros, de los árboles, está en el universo infinito y celeste que también los habita?

Vengan, dicen. Pero caminen antes hacia la cima / la sima de sus almas. Allí la energía de la dualidad les mostrará el Espíritu Azul de la naturaleza. Tal vez comprendan, dicen, que el poder más difícil es el que debemos establecer en la vasta superficie de nuestro mundo interior: la medida de lo que podemos ejercer en la tierra que pisamos, en el mundo exterior. Y tal vez comprendan, dicen, por qué no hay orgullo ni vergüenza en las aves sostenidas por sus vuelos. La DIGNIDAD del vuelo. Cada cual retozando en el aire que le toca, con entereza recogiendo únicamente lo necesario para vivir. Por todas las tierras suspendidas junto a sus cantos y al rocío, al pensamiento que en madrugada cae sobre las flores, fluyendo desde lo que aún no tiene nombre.

¿Puede existir entonces orgullo o vergüenza en el misterio de vivir? ¿No es acaso la cultura –la civilización– de la vida, su dignidad, lo que compartimos o debiésemos en definitiva compartir con todos los habitantes del universo?, dicen nuestras abuelas y nuestros abuelos.

Otra vez la palabra en la construcción de lo nombrado, y proyectando también los despojos de un cuerpo que será nuevamente tierra –verdor–, fuego, agua, aire. El impulso constante de la palabra intentando asir lo hasta ahora innombrado.

Nuestra gente ha hecho observaciones científicas muy profundas. Gracias a ese afán científico dieron nombre a todo lo existente en la tierra y a lo observable en el universo físico, sicológico y filosófico.

Nos dicen: La gente, el ser humano, viaja por la vida con un mundo investido de gestualidades que se expresa antes que el murmullo inicial entre el espíritu y el corazón sea realmente comprendido.

Poco a poco –con la creciente experiencia, el encuentro con la palabra de los otros, los colores, los aromas, las texturas, la impresión que nos producen las cosas y el misterio de los sueños– dicho murmullo se transforma en un lenguaje. Es el lenguaje el que resume la presencia de los antepasados y la de cada uno en particular con su actualidad y con la creación –y toda la potencialidad– de su «futuro».

A mayor silencio, y consiguiente contemplación, más profunda será la comprensión del lenguaje de la naturaleza y, por lo tanto, mayor será la capacidad de síntesis de los pensamientos y de sus formas con las que vamos fundamentando la arquitectura de la poesía, el canto necesario para convivir con nosotros mismos y con los demás.

Así nuestra incipiente sabiduría nos revela que la vida, que el ser humano, que la Tierra y el universo son la manifestación «real» de la dualidad. En el mirar aquí y hacia arriba comprobamos que somos –cada cual– constelaciones del cosmos exterior e interior, somos un cuerpo efímero que, buscando su correspondencia con lo visible e invisible, proyecta su energía –su espíritu– hasta lo inimaginable, aferrados a la senda marcada por puntos luminosos –también externos e internos– llamados estrellas.

Mas hay quienes en la ciudad me dicen que no escriba la palabra antepasados, ni la palabra mayores, ni la palabra antiguos. Y yo me digo y les digo: el ser humano viaja por la vida con un mundo investido de gestualidades que se expresa antes que el murmullo inicial entre el espíritu y el corazón sea realmente comprendido…

El País Mapuche de antaño comprendía parte del territorio de lo que hoy es Chile y parte de lo que es hoy Argentina. Considerando esa realidad, me dicen, los mapuche –ahora– somos más de dos millones de personas. En Chile, «residimos» fundamentalmente en las provincias de Bío Bío, Arauco, Malleco, Cautín, Valdivia, Osorno, Llanquihue, Chiloé. Un importante porcentaje vive en ciudades como Santiago, Valparaíso, Concepción, Temuco, Valdivia. En Argentina, nuestra gente reside en las provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz...

Los «forjadores» de ambos Estados consideraron como un «problema fronterizo» la pervivencia de nuestro País Mapuche, de modo que inician una invasión casi simultánea. El Estado argentino, en 1833, desarrolló la denominada Campaña de los Llanos. Pero es en 1878 que ponen en marcha el plan que se llamó Campaña del Desierto, a cargo del ministro de Guerra de Argentina, Julio Roca, que consolidó (con miles de muertos, como en Chile) la ocupación del territorio mapuche de ese lado de la cordillera. En Chile, en 1883, es refundada Villarrica –por el coronel Gregorio Urrutia–. Los militares, al mando de Cornelio Saavedra, afianzan de esa manera la denominada «Pacificación de la Araucanía».

1883: Se consolida la «Pacificación» de los mapuche por el Estado chileno, realizada por su ejército triunfante en la Guerra del Pacífico.

1973: fecha que revela la anterior, la «Pacificación» de los chilenos. La que esta vez no solamente involucró a ustedes los chilenos, sino también a nuestra gente. No es casualidad entonces que en esta Región haya habido un número considerable de detenidos y desaparecidos mapuche entre las dos mil o más víctimas de la represión ocurrida durante el período del gobierno militar.

Dicen nuestros mayores que aproximadamente a finales de 1881, a orillas del río Cautín, ocurrió una matanza de gente nuestra que se opuso al avance de las tropas chilenas. Por eso, se dice, al lugar en el que se ubica hoy la población Santa Rosa, en Temuco, antes le llamaron «La Mortandad». Fue uno de los últimos levantamientos liderados por los Lonko de la región del Llaima. Ellos avanzaron para destruir el fuerte que habían levantado los conquistadores chilenos. En la noche se reunió nuestra gente a orillas del río Cautín. Ahí aguardaron el momento más propicio para atacar, pero fueron «delatados», dicen.

Esta es una historia que nuestros mayores todavía cuentan. Aconteció, según los historiadores chilenos, casi al «fin de la Pacificación». En una Historia de Temuco se hace referencia a ese hecho, claro que el «historiador» señala que «los mapuches fueron felizmente rechazados» y además perseguidos por las tropas al mando del mayor Bonifacio Burgos.

Cien años entre uno y otro hecho. Es la revelación de la realidad para unos y otros hoy en día. Los mapuche y los chilenos «pacificados». De ahí que decimos que han existido, existen y existirán los winka, es decir, los no mapuche invasores, usurpadores, que no serán desde luego nuestros amigos; y los kamollfvñche, la gente de otra sangre, es decir, gente no mapuche –como usted– que puede ser o no amiga nuestra.

Así, cuando el Estado chileno, de la mano de sus «emprendedores» empresarios como José Bunster y otros, imponía «su desarrollo» en Temuco y en todo el territorio «pacificado», hubo quienes no eran proclives a la idea de que tales atropellos continuaran de manera tan feroz, tan sangrienta.

Uno de ellos fue el periodista kamollfvñche Francisco de Paula Frías, quien denunció persistentemente –a través de su diario «La Voz Libre»– los atropellos cometidos por sus compatriotas chilenos en contra de nuestra gente. La crónica «Temuco hoy, 1981», dice: …pistoleros a sueldo que asaltaban las imprentas, mutilaban las páginas de los periódicos, o simplemente descuartizaban al periodista justiciero, identificado con la verdad sin compromisos, como ocurrió con el crimen perpetrado en contra de Francisco de Paula Frías, editor de La Voz Libre, el 7 de octubre de 1887, emboscado luego de una fiesta en Pancul, cerca de Ranquilco, camino hacia la costa.

Al leer sus artículos y sus crónicas, queda clara la razón de su asesinato. Apenas a seis años de la fundación de Temuco (Aguas del árbol temu), cuando la vida de un mapuche no valía ni un centavo y era despectiva y odiosamente considerado un indio y un salvaje, con los peores atributos que la connotación de la palabra indio encierra, y cuando la orden del día era apoderarse de la tierra indígena, ‘legal’ o ilegalmente por cualquier medio, Juan Francisco de Paula Frías, valientemente, denunciaba todos estos hechos e, incluso, denunciaba la inconstitucionalidad de ciertas formas jurídicas que permitían hacerse «legalmente» del patrimonio mapuche. No fue raro entonces que lo descuartizaran en el más horrible crimen que la historia de esta centenaria ciudad recuerda.

Esto demuestra también que tal como, por un lado, había unos pocos que enfatizaban lo que se atiene a humano derecho, había muchos que estaban también dispuestos a acallarlos. Esto parece demasiado conocido y cercano ¿verdad? La historia se repite; porfiadamente, se repite. Siempre, qué duda cabe, unos se encargan de reescribirla de acuerdo a sus intereses; otros, de ocultar su dualidad.

En su Historia del Pueblo Mapuche, dice José Bengoa:

La ideología de la época había cambiado respecto al período de la Independencia en el que dominaba el discurso del «Arauco indómito y patriota». En la segunda mitad de la década predominó el discurso centrado en la «cuestión de Arauco». No se hacían referencias a los araucanos en su lucha contra España, sino a los indígenas que estaban ocupando una parte importante del territorio y cuya incorporación a la nacionalidad parecía necesaria. Había cambiado la visión sobre el problema, y el heroico araucano pasó a ser el bárbaro y sanguinario indio del sur. Este estereotipo permitió que la sociedad chilena tuviera su conciencia tranquila respecto a la guerra de la frontera y viera ahora como héroes a los soldados que mataban a los «antiguos héroes».

Rume weñankvlen

iñche kimlan ñi kvpayal

Ñi piwke weñankvley

feychi kamten feychipiel iñche

ta ñi chokvm karsel

Ay, chumgechi ñi allfvlkagei!

Feychi kimlu iñche

kom ñi rakizwam kutrankawkvley

Tripan ñi ruka mu rume ayvkvlen

ka kvme akun waria mu

Welu rume wñankvlen feychi

kimlu wezazugu

Iñchenu Maria Isafel Nawelkoy

fewla trekayawn re weñankv mu

ka che reke

ka mutrvrkvyawen kompvle.

Estoy muy triste

Yo no sabía lo que iba a suceder

Mi corazón está apenado

desde que me dijeron

que mi sobrino está en la cárcel

Ay, ¡cómo me han lastimado!

Cuando supe esto

todo mis pensamientos fueron

solo ese dolor

Salí de mi casa muy contenta

y llegué al pueblo sin novedad

Pero qué triste estoy desde que

sé la noticia.

Ya no soy la misma María Isabel

Nawelkoy,

pues ahora camino con pena

como una persona diferente,

y tropiezo por todas partes.

(Ñi piwke weñankvley. Mi corazón está apenado, dice –con nosotros– nuestra hermana María Isabel)

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