El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión

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Críticas a Toulmin

Entre las críticas reiteradas a Toulmin está la de que su discusión sobre la no relevancia de lo formal es discutible. Se refuta en particular su afirmación de que los criterios que fundan la validez dependan del dominio considerado. Sin endosar tal punto de vista, hay que señalar con mucha claridad dos cuestiones al respecto: si es discutible o no, no debe impedir valorar y criticar lo principal, que es la propuesta pionera que el filósofo inglés hace para tratar de entender la argumentación «natural» y su lógica; en segunda instancia, la aplicación de la lógica moderna a la argumentación es una tarea que no se le puede pedir sólo al autor, ya que es labor de mucho tiempo y de numerosos investigadores que han desarrollado tras largos esfuerzos la lógica del malentendido (Naess y Williams), la teoría de juegos (Hintikka, Krabbe), la lógica propedéutica (Lorenzen), la dialéctica formal (Barth, Krabbe, Lorenzen) o la lógica natural basada en las clases mereológicas de Lesniewski (Grize, Vignaux y otros), por citar algunos ejemplos clave.

Se ha criticado mucho el esquema de Toulmin, en ocasiones con razón. Pero hay también críticas falsas. Así que es recomendable distinguir las críticas valiosas de las lecturas sesgadas —por supuesto, sesgadas para nosotros—, las que sólo desarrollan lo que ya el propio autor reconocía y las que han pensado en su esquema como algo acabado, a diferencia de lo que el propio autor planteaba. Estos últimos no han respetado el espíritu abierto de Toulmin, que decía en las primeras líneas de su ensayo: «El propósito de estos estudios es levantar problemas, no resolverlos; atraer la atención hacia un campo de investigación, más que inspeccionarlo de manera completa; y provocar discusión más que servir como un tratado sistemático».14

Así por ejemplo, Habermas15 sostiene que Toulmin se contenta para la lógica de la argumentación con el tercer plano de abstracción; es decir, el del producto. Su afirmación es insostenible si ha de aceptarse con toda su fuerza. Según hemos detallado, el filósofo inglés concibe su esquema como resumen de la lógica de ciertos «pasos» (steps) o fases de un procedimiento dialéctico (mayéutico) de preguntas, respuestas y cuestionamientos. Construye su teoría en oposición al modelo aristotélico del producto silogístico. Estos pasos, para Habermas, son sólo institucionales. Según él, únicamente distinguen en lo procedimental el modelo de organización consensual o conflictual y en cuanto al proceso se ocupan de los contextos de acción funcionalmente especificados.

Habermas valora en el planteamiento de Toulmin el hecho de que «permite una pluralidad de pretensiones de validez, sin necesidad de negar a la vez el sentido crítico del concepto de validez, que trasciende las restricciones espacio-temporales y sociales». Aunque no distingue las pretensiones convencionales y las pretensiones universales de validez.16 Adolece «de una falta de mediación convincente entre los planos de abstracción que representan lo lógico y lo empírico».17 Afirmación ésta última que remite a la distancia entre el tipo lógico y el campo sociológico. Sin embargo, si se toma en sentido fuerte, niega en forma injusta el sentido de todo el trabajo de Toulmin, que se dedica a recuperar la forma lógica aristotélica y a complicarla para dar cuenta de lo empírico, aunque ciertamente se queda en un empírico idealizado, no tomado de las argumentaciones cotidianas concretas (es decir, sus ejemplos no son naturales). Sin embargo, esta última cuestión no es substantiva, ya que basta con aplicar su esquema a argumentos reales y cotidianos para superar la dificultad.

Habermas mismo sostiene que Toulmin no aclara si los campos sólo pueden deslindarse funcionalmente (sociológicamente) a partir de criterios institucionales o si también pueden y deben deslindarse en términos de la lógica de la argumentación. Toulmin —dice Habermas— confunde las formas de argumentación y la diferenciación institucional de distintas empresas racionales.18 Cuestión que es importante, pero que en realidad Toulmin apunta y sugiere: en cuanto a lógica como esquema formal no hay diferencia; en cuanto a criterios de modalidad, validez, modos de pasar del soporte a la garantía y fuerza específica, sí hay cambios. Toulmin define el campo de modo sociológico para comprender luego su funcionamiento lógico y los criterios de justificación que entraña; habla de «tipo» y «fuerza lógica» según el campo y sujet, así como de lógica en la historia del campo. Es cierto, sin embargo, que en Toulmin hay una tensión no resuelta entre el campo sociológico y el campo lógico.

En realidad, Habermas, el dialéctico racional del consenso, paradójicamente, por más que adopta elementos de la reflexión del filósofo de habla inglesa y que critica con tino varios puntos, recurre a una confrontación polémica contra Toulmin que por momentos deforma su punto de vista. Su posición desborda la reflexión serena y correcta porque es un universalista racionalista y objetivista, tratando de zanjar diferencias con una noción de validez que, me parece, considera «riesgosa» en lo ideológico, no sólo imprecisa.

Van Eemeren y Grootendorst estudian con detalle a Toulmin pero terminan por hacer un juicio lapidario de él. Pese al enorme respeto que se merece el trabajo de van Eemeren y Grootendorst y a la validez de su preocupación por situar los argumentos en el marco de la comunicación, de desarrollar la pragma-dialéctica, se equivocaron por entero en estas observaciones tajantes de descalificación de Toulmin. En primer lugar, critican la imposibilidad de aplicar el modelo toulminiano al discurso cotidiano. Sin embargo sobran ejemplos de aplicación de su modelo en todo el mundo (en Plantin, por ejemplo, y en Gutiérrez, en el caso de México) particularmente de su esquema simple (fundamento-garantía-pretensión). En segundo lugar, se equivocaron los autores holandeses al pretender que el esquema toulminiano puede llegar a reducirse a una simple forma silogística. Afirman, de modo demasiado simple, que «es imposible definir en qué consiste el “dato” y la “garantía”; salvo en ciertos ejemplos seleccionados, es, en la práctica, imposible de distinguir los dos tipos de enunciados. Concretamente, eso reduce el modelo a una variante del silogismo —o del entimema, ya que la garantía permanece implícita».19 Es casi como decir que si a un cubo se le quitan cinco lados, en realidad el cubo es un cuadrado, operación reduccionista típica y también falsa: a partir de la idea de que algo es con frecuencia indistinguible, se toma como indistinguible siempre; a partir del hecho de que una premisa suela no expresarse, se sugiere que no tiene valor el hecho de que se considere la posibilidad de su explicitación en el proceso dialéctico; sólo ya reducidas de manera falaz las diferencias y siendo desconsiderados otros muchos factores de separación entre Toulmin y Aristóteles (la indistinción en la premisa mayor de la garantía y el soporte, la diferente preocupación dialéctica, la aparición de la modalidad y la reserva en el modelo del filósofo inglés) pueden compararse el esquema argumentativo y el silogismo de manera tan cruda, por más que como hemos dicho se asemeje al epiquerema romano. De hecho, los autores holandeses se hacen seppuku, ya que las reglas básicas de su modelo ideal son aún menos distinguibles como tales, en pureza, en ninguna discusión. Van Eemeren y Grootendorst afirman además que Toulmin plantea que la validez no depende de la forma procedimental, lo cual no es cien por ciento cierto, ya que, como dice Habermas,20 las argumentaciones en este autor deben su racionalidad al núcleo común del esquema procedimental argumentativo en torno al cual se presentan, eso sí, diversos criterios de validación de acuerdo al campo. La razón para el filósofo es procedimental y atañe a todos los campos. La validez se tiene que medir contra el procedimiento dialéctico y contra la racionalidad del discurso en el contacto entre el nivel mínimo de la proposición, el nivel micro del esquema y el nivel macro del discurso como totalidad.

Aunque no coincidimos con las críticas de la escuela holandesa a Toulmin es un hecho que resulta en ocasiones complicado decidir la reconstrucción de una argumentación a partir de su esquema. De ahí que postulemos la necesidad de, sin desecharlo en ciertos casos, contar con una visión más amplia de todo aquello que soporta un punto de vista en un discurso.21

Otras observaciones tienen mayor afinidad con Toulmin. Vamos a enumerar algunas de ellas. Burleson22 sostiene que el autor no precisa de forma explícita la diferencia crucial entre decisiones alcanzadas por consenso no garantizadas y decisiones alcanzadas consensualmente garantizadas. Habermas retoma esta idea y plantea que el filósofo inglés no distingue entre pretensiones convencionales dependientes de los contextos de acción y pretensiones universales de validez. Es decir, se plantea con claridad el problema crucial de la verdad y la validez, de lo universal y lo relativo, así como las diferenciaciones internas en las formas de argumentar que revisaremos al exponer las tesis propias de Habermas de modo más detallado. Sin embargo, cabe mencionar aquí, que se debe comprender que para Toulmin —como anota Plantin— la verdad de un enunciado es secundaria con respecto a la racionalidad de un discurso como red compleja. Su aproximación al problema de la validez está en la frontera de los enfoques clásicos: no es retórica (no se funda en la adhesión del auditorio) pero tampoco es lógica en sentido puro. Yo no diría que es relativista en su sentido corriente, pero ciertamente, al considerar los campos no es tampoco universalista lato que busque la razón verdadera por encima de cualquier variación. Plantea la universalidad de la forma procedimental y la relatividad de los criterios que fundamentan las garantías. Su visión en realidad es valiosa porque introduce en la discusión sobre la validez el elemento de la historia y la sociología junto al de la lógica: la validez atañe también a los criterios aceptados en los campos en un momento dado.

 

En oposición a Habermas, W. Klein emprende la crítica de Toulmin desde la razón retórica. Critica el hecho de que existe una distancia entre el modelo y la argumentación real por estar demasiado cerca todavía de la lógica: «el esquema de Toulmin está en cierto modo más próximo a las argumentaciones reales que a los planteamientos formales que él critica, pero es un esquema de la argumentación correcta; Toulmin no investiga de manera empírica cómo argumenta la gente en realidad».23 Esto es muy cierto si pensamos tan sólo en los ejemplos toulminianos, que no son típicos de aquello acerca de lo cual argumentamos en la vida cotidiana. Nadie argumenta como lo hace el proponente de los ejemplos clásicos del autor ni sobre los temas que toma de ejemplo. Gilbert se ha preguntado si la razón para escoger esos ejemplos fue su subyacente corrección inductiva. En el mismo sentido, Habermas24 sostiene —con más justeza que en las otras observaciones citadas— que el filósofo inglés no empuja con suficiente decisión la lógica de la argumentación hacia los campos de la dialéctica y de la retórica, aunque tampoco Habermas mismo toca esta última.

Hastings,25 al tratar los problemas planteados por Toulmin, distingue tres tipos de razonamiento, que vamos a encontrar en otros autores que vuelven sobre esto con ciertos matices:

• Verbal ejemplo, criterios, definición: basados en los símbolos

• Causal signo, causa y evidencia circunstancial: generalización causal

• Prudencia comparación, analogía, testimonio

Al parecer, desde diversos frentes se habla de lo lingüístico y semiótico de diversas maneras, se presenta un interés por la inteligibilidad. Asimismo, se distingue la justificación causal, cercana a la explicación y la justificación abierta de la similitud (comparación, analogía) y la función de «evidencia» del testigo, asociadas bajo el concepto clásico de «prudencia» (frónesis).

Goodnight26 y Willard27 han adoptado y desarrollado el concepto de «campo del argumento». Goodnight28 afirma además que hay situaciones comunicativas en que se necesita justificar el paso de S a G; es decir, en estos casos, la garantía no es aceptada inmediatamente por la autoridad de S. Esto no es de extrañar. Para nosotros, el esquema básico de Toulmin puede volverse más complejo en el sentido de que hay fases de iteración. Puede incluirse todo un proceso completo de argumentación para justificar el fundamento o para justificar el paso del soporte a la garantía, que entonces sería un paso homólogo al del esquema argumentativo básico. En este caso de justificación del paso del soporte a la garantía, se habla en realidad de la garantía como una especie de conclusión previa a la justificación de la pretensión central. En ocasiones, cada elemento del esquema es discutido y negociado en la práctica:

FIGURA 12. LA ITERACIÓN DEL ESQUEMA DE TOULMIN


Plantin explora la trascendencia de la noción de garantía y su significado lingüístico como lugar, como ley de paso y principio de pertinencia que asegura la influencia del primer elemento o argumento sobre el segundo o conclusión. Para él, con justeza, la interpretación tópica de la garantía (es decir, la garantía es un tópico, un lugar común) muestra un lazo importante entre la argumentación moderna y la tradición retórica29 punto en el cual coincide la apreciación de Bird. Plantin30 agrega que Toulmin pone en escena al Aristóteles de los Tópicos dialécticos contra el Aristóteles de los Analíticos lógicos.

Para algunos, el modelo toulminiano versa sobre el silogismo retórico, no sobre el dialéctico. Su preocupación sobre el campo y el contexto es una preocupación de orden retórico, que se corresponde en cierto modo con la reflexión más clásica que atañe a los auditorios. Así, Brockriede y Ehninger31 proponen también una interpretación retórica del modelo toulminiano, aplicado al discurso cotidiano. Retórica que de alguna manera está en ciernes en Toulmin al aceptar la variabilidad y la dependencia del campo:

• Relación entre nosotros y las cosas del mundo (concepción retórica del logos)

• Emociones, valores, deseos y motivos que pueden hacer P aceptable para el devenir (un pathos en sentido amplio)

• Confiabilidad de la fuente de la que se toman los datos (en ocasiones un problema del ethos, es decir, de la persona que emite el argumento)

Brockriede y Ehninger avanzan también en la solución del problema planteado por Burleson y Habermas. Muestran que las garantías fundan los «tipos de pruebas» y nos llevan al problema de la tipología de las argumentaciones ordinarias, como bien afirma Plantin. Las argumentaciones que proponen estos autores son tres: substantivas (por la causa, el signo, la generalización, el paralelismo, la analogía y la clasificación), de autoridad y las extraídas de los motivos o deseos de una persona; nótese que la primera remite a esquemas de justificación del logos (la palabra, la razón, la lógica), la segunda remite al ethos (el carácter del argumentador) y la tercera al ethos y pathos (las pasiones del orador y aquellas a despertar en el auditorio). Ellas pueden ser puestas en correlación con algunas de las preguntas (las cuestiones) que subyacen a las argumentaciones: sobre la existencia (¿existe x?), la definición (¿qué es x?), la evaluación (¿cuál es el valor de x?) o la recomendación para la acción (¿qué conviene hacer a propósito de x?). Esto es interesante, vincula el esquema argumentativo y la cuestión (quaestio) a la que remite, como en el estudio de los inicios (status) en la retórica romana.

Otros puntos clave de la propuesta de Toulmin sujetos a cuestionamiento por el estudioso de la lógica informal Ralph Johnson32 son los siguientes:

• Vaguedad de términos clave: ambigüedad de la noción «campo del argumento», que es referido a tipo, a campo, a tópico o a disciplina; cuestión que puede ser resuelta si se piensa que todos estos términos remiten a niveles del contexto que hace variar los criterios de validez

• Válido y validez remiten a distintos conceptos: lógica, fuerza lógica, defendible, bien fundado (well grounded), convincente (cogent), bueno o aceptable (asunto que parece indicar más bien que para Toulmin no sólo es «válido» lo «lógicamente válido» en sentido estrecho)

• Al agregar el elemento modal, el esquema de análisis introduce la evaluación del argumento, que es un asunto un tanto diferente al esquema básico; es decir, hay que saber distinguir el carácter de cada elemento del esquema

• El esquema no es de un micronivel. El empleo de S hace pasar de la argumentación simple a la compleja; o sea, es necesario concebir el esquema simple y su desarrollo complejo

• Existen dificultades para distinguir F y G. En la realidad F no remite sólo a hechos sino también, por ejemplo, a una pretensión normativa o enunciados contrafácticos. Es mejor entender los términos de otra manera: F = información factual y específica; G = proposiciones generales, en forma de regla (interpretación que no parece discordar en mayor medida de varias notas de Toulmin)

• No es conclusivo el que la validez formal no sea relevante, cuestión que ya comentamos y que considero debe interpretarse como sigue: la validez formal es relevante, pero no en forma exclusiva e independiente del contexto, verdad en la que la propia lógica informal reciente coincide al aceptar que un error formal, una falacia, no puede ser juzgada fuera de su contexto

• Faltan criterios para juzgar si la garantía es explícita y precisa

Johnson hace además muchos otros señalamientos que muestran la necesidad de pensar en problemas analíticos, como la imposibilidad de cubrir muchos de los pasos del modelo toulminiano cuando lo único que tenemos es el argumento y no podemos interactuar con el argumentador. También presenta preocupaciones prácticas para la crítica de los argumentos. Es el caso de la necesidad de escardar algunos de ellos, separándolos de la confusión para poder comprenderlos. De cualquier manera, el propio Johnson, uno de los críticos más severos de Toulmin plantea que el autor tiene aspectos resca-tables en los cuales coincide con varios otros analistas:

• Atrajo la atención a los esquemas, similares a los lugares comunes (topoï) griegos

• Trata adecuadamente diferentes clases de soporte dependientes del campo

• Rechazó los criterios universales de evaluación. Los argumentos «son dependientes del campo», aunque, como se ha repetido, no es rigurosa la definición de qué es un campo

A pesar de las críticas y precisiones, Toulmin continúa siendo una inspiración alternativa a la lógica formal y una propuesta para comprender los argumentos de validez material. Su esquema es un punto de referencia en la lógica informal y el análisis del discurso, aunque su aporte no debe ser usado acríticamente sino reformulado a partir de todas las observaciones que se le han hecho. Toulmin es también valioso, según hemos dicho ya, porque renuncia de modo explícito a las palabras «lógica» y «significado» cuando se trata de analizar argumentos en lengua natural, se preocupa por el sentido contextual de los modales y por los «usos» en plural de la argumentación, por lo que forma parte ya decisivamente del giro pragmático de la argumentación, bajo la égida de la «filosofía del lenguaje ordinario» de Austin, Hare, Urmson, Wisdom y Ryle.

El desarrollo de la idea de Toulmin

Además de las críticas y aportaciones citadas con relación a Toulmin, me gustaría considerar otros puntos de interés. En primer lugar, no puede permitirse que se siga repitiendo que no hay una visión dialéctica y de proceso en Toulmin. No hay una dialéctica plena de argumentación-refutación que sería deseable (sólo aparece la huella de la refutación en R) pero, a mi parecer, en su modelo subyace de manera nítida una mayéutica mucho más «natural» que las antiguas e incluso que algunas dialécticas modernas (a pesar de que sus ejemplos nos son naturales, sino muy forzados, según hemos comentado). Esta manera de interpretar a Toulmin recuerda mucho a la lógica-dialógica hindú en la cual el esquema se construye en la comunicación:

• Proponente: Pretensión (P): «Harry es británico»

• Oponente: ¿En qué te fundas para sostener eso?

• Proponente: Con sustento en que «siempre que A, uno ha encontrado que B» (F): «Vi su acta de nacimiento, Harry nació en Bermudas»

• Oponente: ¿Cómo llegas a eso?

• Proponente: Dado que «Siempre que A, uno puede considerar que B» (G): «Un hombre nacido en Bermudas es por lo general británico»

• Oponente: Eso no se da siempre

• Proponente: Bueno, se da a menos que... (R) «se haya naturalizado estadounidense o sus padres sean ambos extranjeros»

• Oponente: No me parece 100% seguro

• Proponente: Bueno, «presumiblemente» (M)

• Oponente: Pero, ¿por qué en lo general tendría que aceptarse la autoridad de esa regla?

• Proponente: Por las siguientes consideraciones (S) «legales y los siguientes estatutos»

En segundo lugar, el esquema debe ser juzgado como una propuesta pionera. Es claro que su esquema puede ser complicado mediante iteraciones, como lo sugerimos a partir de la propuesta de Goodnight. También es claro que es un modelo centrado en el proponente, a pesar de que el autor quería poner el acento en el diálogo frente al monólogo. Ello era algo lógico-históricamente necesario, como diría Hegel. Ahora bien, tal limitación hace su modelo muy útil para comprender la presencia del oponente en el discurso proponente. En tercera instancia, al tratar el problema del campo sociológico se requiere incorporar los aportes ya existentes en distintas disciplinas. Nosotros entendemos en este sentido el concepto de campo de acuerdo con la visión sociológica de Pierre Bourdieu33 y el aporte discursivo de Michel Foucault.34

 

Un campo sociológico se constituye por un capital común y la lucha por su apropiación, lo cual provoca que los criterios de validez e interpretación —a diferencia de lo que plantea Toulmin— no sean en ciertas ocasiones compartidos. Funciona conforme a reglas y convenciones móviles que constituyen un aspecto de su identidad y de la batalla entre las posiciones ortodoxas de conservación y las heterodoxas de subversión. Esta visión dinámica permite comprender por qué nos enfrentamos con frecuencia a diferentes criterios, estándares y lecturas de los argumentos.

En la sincronía, el campo es un espacio de posiciones. En la diacronía se constituye por un conjunto de trayectorias. En ambos casos se pone en juego el volumen y la distribución del capital cultural de acuerdo con la economía, la cultura y lo simbólico.

Mostraremos el concepto a partir del mismísimo campo de la teoría de la argumentación como ejemplo. Diremos que el campo de la teoría de la argumentación se presenta como un espacio estructurado de posiciones teóricas clave: lógicas, dialécticas, retóricas, erísticas y lingüístico-discursivas (estructuralistas, pragmáticas, discursivas y hermenéuticas) si se piensa en las subdisciplinas del campo; pragma-dialéctica, lógica informal, pensamiento crítico, nueva retórica, argumentación en la lengua y lógica natural, si se toman en cuenta algunas de las escuelas más importantes. El campo tiene una historia común de dos milenios y medio. Cuenta hoy con medios especializados (v.gr., las revistas Argumentation, Informal Logic, Philosophy and Rhetoric, Argumentation and Advocacy y, desde 2000, incluso una revista virtual en internet), congresos (centralmente el celebrado cada cuatro años en Amsterdam, sede de la pragma-dialéctica) y asociaciones (International Society for the Study of Argumentation, Ontario Society for the Study of Argumentation, Association for Informal Logic and Critical Thinking, American Forensic Association han sido algunas de las más destacadas en el ámbito de habla inglesa). Los estudiosos de la argumentación se reconocen a sí mismos como parte del campo y, de acuerdo con su habitus, saben cómo participar en la discusión sobre descripción y norma, dialéctica y retórica, razón y emoción, polémica y cooperación, criterios de validez, alternativas de esquemas de argumentación, propuestas de reconstrucción argumentativa, etcétera. En una visión dicotómica (que en realidad no se presenta como tal, ya que distintos sujetos mezclan elementos de las distintas posiciones) el campo es dominado en niveles cuantitativos y económicos por los ortodoxos, dialécticos, normativos, reduccionistas y racionalistas. La subversión emerge del lado de los teóricos de la descripción discursiva extensa, la emoción, el conflicto, la multimodalidad y lo no verbal.

En tanto un campo como el de la argumentación constituye una disciplina, comparte algunas verdades y errores básicos, un plan de objetos a ser investigados, así como un horizonte teórico.35 Los errores y verdades de base son producto del devenir histórico y, por lo tanto, cambiantes. Entre ellos, son hoy cuestionables —desde nuestra perspectiva— el carácter necesariamente proposicional de la argumentación, la exclusión de lo paraverbal y no verbal, la minimización del conflicto y la separación de las emociones. El plan de objetos es aquello de lo que hablamos en forma aceptable en un momento dado de la historia, lo decible. El horizonte teórico dominante es el del racionalismo lógico dialéctico y nuestro trabajo busca equilibrar y completar este horizonte con los aportes retórico erístico y lingüístico discursivo, que han cobrado relevancia en los últimos lustros. Las relaciones de fuerza entre las instituciones más poderosas (ISSA a nivel mundial, la OSSA en América, las redes de contacto entre los teóricos de lengua francesa o alemana) definen la estructura del campo, el cual no está integrado por completo debido a que existen distintas posiciones lingüísticas, filosóficas, teóricas, empíricas y tradiciones encontradas de cada país. Así, con el mismo ejemplo de la argumentación podemos ver que el estudio de un campo requiere que en la teoría de la argumentación se considere:

• La historicidad de la verdad

• El horizonte teórico desde el cual se juzga y las posiciones teóricas clave

• El plan de objetos desde el cual se construyen los datos, se conforman los argumentos y se juzga su validez

• El poder asociado a la posición y las relaciones de fuerza respecto a otros argumentadores, así como la manera en que las relaciones de fuerza social se traducen en relaciones de fuerza argumentativa

• La cultura, los medios especializados y el habitus en los que se inscriben los argumentos, el procedimiento, el proceso y los argumentadores

En cuarto lugar, al repensar la aportación toulminiana hay que reconsiderar su preocupación por las modalidades, que me parece central. A diferencia del momento en que Toulmin escribió su obra, hoy en día muchos de los elementos modales pueden ser estudiados con gran eficacia. Ya sea esto en el sentido formal restringido de las lógicas modales modernas: óntica (del ser), deóntica (del deber), temporal, optativa, epistémica (del conocimiento), etcétera; en el sentido de las modalidades semióticas o en el de las que son de forma expresa argumentativo-discursivas (Charaudeau y otros).

En quinto, se requiere retomar la discusión sobre la validez del argumento considerando la diferencia de objetivos de las distintas subdisciplinas argumentativas (lógica, dialéctica, retórica, erística y lingüística) así como los modos de los argumentos (lógico, emocional o intuitivo).

En sexto y último sitio, según hemos ya sugerido, el dato casi nunca es evidente, resulta afectado por la lenguacultura y la teoría, las cuales permiten o impiden ver algo y lo ven de cierto modo.

En fin, es necesario concluir que Toulmin ha sido puesto en cuestión pero permanece a través de sus múltiples críticas y transfiguraciones. Unos le reclaman no ser suficientemente lógico y universalista, otros le reclaman no ser suficientemente retórico y relativista. La salida para avanzar, creo yo, no está en Toulmin ni en sus críticos. Si bien los errores, tensiones e imprecisiones pueden ser superados, la cuestión de fondo está en saber qué es lo que se quiere, a qué nivel y para qué. La lógica es perfectamente válida para analizar y criticar argumentos en sentido puro y claro en un aspecto puntual. La dialéctica crítica es útil en ámbitos de no poder y de seguimiento normativo de procedimientos racionales de discusión abierta. Y la retórica es indispensable para comprender la operación de los argumentos en los distintos campos sociológicos y ante públicos concretos.

Más justo sería reconocer el papel pionero de Toulmin: estableció el esquema general de la argumentación; dio un primer impulso al estudio argumentativo lógico en una perspectiva mayéutica como primer paso hacia la dialéctica clara proponente-oponente; planteó la preocupación retórica de los campos, los sujets y los lugares comunes que permiten validar nuestras pretensiones; introdujo las nociones de reserva y modalidad; estableció ejes problemáticos de debate y estudió argumentos inductivos aunque sin asentarse todavía de lleno en la argumentación natural.

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